56: Antares
Lyra
Atiborrada la mesa en el fondo de una de las salas de la planta baja de la biblioteca Sagitar, una lámpara de fuego blanco iluminando un fajo de volúmenes rápidamente reunidos, Lyra pasaba la mejor parte de estar con vida y en Hydra, indagando más en su investigación de la herbología.
Pese a la preocupación y su maquinación constante, desconfiando de cualquier gesto, amable o ligeramente hostil, con ojos encima de ella en todo momento, no había pasado un mal día.
Comió bien. Ausrel no pasó a visitarla y los guardias accedieron a escoltarla personalmente a la biblioteca ya que sus vendidas desaparecieron luego del almuerzo.
Casi no se sentía como que acababa de anunciar un compromiso que no había consentido, ni que había una posible guerra a las puertas que, en caso de que no acabara destruyendo su vida o hiriéndola de gravedad, la haría parte de una dinastía que pretendía usurpar sus tierras, a su costa, y dárselas a quien sea que se casara con Indyana Sagitar.
Llegó a un punto de su investigación en el que no entendía un término y el libro en cuestión citaba otro como referencia, así que decidió buscarlo para enterarse de lo que estaba leyendo.
Se levantó y se dirigió al laberinto de estanterías, su lámpara en mano, un guardia detrás de ella atento para cargar los tomos que seleccionara, aunque ella pretendía buscar solo un libro.
Mientras buscaba en el índice, advirtió otra luz que se desplazaba por el otro lado de las estanterías. Se giró, confirmando que el guardia seguía a su lado, y al volverse de nuevo se topó de frente con lady Sagitar y su sirviente que sostenía para ella otra linterna de fuego blanco.
—Lady Indus —saludó Lyra con una reverencia.
—Sígueme, querida. Tenemos que hablar.
Por supuesto. La paz no podía ser eterna.
Llegaron al propio reservado de lady Indus en completo silencio.
Con un gesto de la mano, la mujer le indicó a Lyra dónde debía sentarse, muy próxima a un sillón de terciopelo donde se sentaba la propia lady Indus. Junto al sillón, había un taburete donde un hombre, visiblemente un erudito, esperaba con el libro separado por una cinta perlada que marcaba la página donde se había quedado en su lectura, misma que recitaba para la mujer del castillo.
—¿La he importunado de alguna forma? —preguntó Lyra al ver la expresión inescrutable y el porte con el que lady Indus se sentaba.
—Para nada —zanjó la mujer, despidiendo todos los sirvientes con un único gesto de la mano—. En mi vida he conocido una inquilina tan agradable. Haces de la convivencia algo sencillo y, a la vez, te las arreglas para resultar interesante.
Lyra le sonrió con humildad.
—Yo no me siento interesante, mi lady.
—Te creo. —Por primera vez, la mujer volteaba a mirarla directamente—. Y eso solo contribuye a tu atractivo. Sé que eres una persona prudente y callada, pero hoy te insto a que seas algo más: honesta. No el tipo de honestidad que se le perdona y aplaude a un hombre, pero tal vez la justa y necesaria para entendernos como damas.
Lyra frunció el ceño.
—¿Cree que he sido deshonesta?
—Creo que has sido brutalmente honesta en silencio. Y me refiero a los libros. A tus paseos. Eres transparente: quieres más que las comodidades de una princesa. Quieres, tal vez, lo que define a un Sagitar: practicidad. Eso me gusta, y hoy te insto a que no lo reprimas. Si vas a casarte con mi hijo bien podrías ser solo su acompañante. Una compañía agradable, sin duda, pero si quieres aprender lo justo para eventualmente ser la mujer de Hydra, entonces mi deber es guiarte. Así que dime, Lyra, ¿quieres ser su esposa o quieres ser lady Sagitar?
Lyra no sabía qué se suponía debía responder, pero concluyó rápidamente que escoger cualquiera de las dos opciones la dejaría en una posición desagradable. Decir que quería ser esposa de Ausrel cuando parecía preferir los libros a su compañía, la dejaría como mentirosa. Y decir que quería la posición de su madre la dejaría como una avara oportunista.
Decidió que lo más aparentemente honesto que podría decir era:
—Si esas son mis opciones, lady Indus, me gustaría aprovechar ambas. Quiero el cobijo de la familia que me promete el casarme con su hijo, quiero ver cumplirse cada palabra sobre el futuro que él me ha prometido, pero quiero ser igualmente capaz de llevar ese hogar sin tener que preguntar cada dos segundos qué significa esto, o por qué es necesario aquello.
—De acuerdo. —La mujer se puso de pie—. Empezaremos de inmediato ya que pareces tan reacia a hacer nada que no sea leer y pasear. De ahora en más, yo te enviaré los libros que tendrás que leer. Serás mi aprendiz a partir de ahora y hasta el día de la boda. ¿Eso está bien para ti?
Lyra asintió, serena, y agradeció como siempre.
~❄️🦢❄️~
Lyra al comienzo había tomado la oferta de lady Indus como una manera sutil de regular sus lecturas y limitar su investigación, sin embargo, al cabo de una semana de clases junto a aquella mujer, no le pareció demasiado terrible.
Aunque todos los libros que leía eran escogidos por lady Sagitar, no parecían limitarla sino ayudarla a enfocarse.
Parecía que lady Sagitar había interpretado sus lecturas como una inclinación por la historia, así que la hizo leer pasajes de las Sagradas Escrituras de Ara, tomos antiguos de la investigación de distintos historiadores, antologías de mitos y documentos supuestamente verídicos que recopilaban testimonios del pasado, incluyendo análisis sobre estos hechos por los eruditos que lo transcribieron a la lengua áraga.
La hacía inmersarse en aquella diversidad de relatos, algunos que se desmentían o contradecían entre sí, para que ella pudiera sacar sus propias conclusiones.
Al final de cada tema, como en su exhaustiva investigación sobre los sirios, le hacía un examen escrito u oral para evaluar su aprendizaje.
La mejor parte era que, con el pasar de los días, empezó a permitirle pasar algún tiempo estudiando temas de su propia elección. No eran lapsos muy largos, apenas un receso de sus estudios oficiales, pero era el momento favorito de Lyra porque podía continuar su investigación de herbología.
Esa ocupación absoluta de su tiempo también la mantenía distraída. Tenía solo las noches para la paranoia y el desagrado, pero incluso estas había empezado a emplearlas en repasar sus estudios en su cabeza hasta quedarse dormida.
Mientras no tuviera un plan mejor que la espera, a Lyra le bastaba con esa rutina. Lo prefería así.
—Bien, niña, háblame de lo que aprendiste.
Habían empezado a juntar la historia con la cosmología. Habiendo repasado ya el Origen, se enfocaban en el funcionamiento del reino cósmico según la teología áraga.
—¿Debo repetirle todo lo que hemos visto? Generalmente hace preguntas más concretas —señaló Lyra.
—Bien, seré más concreta: ¿qué opinas? —insistió lady Indus.
—¿Debo tener una opinión sobre eventos mitológicos, posiblemente tergiversados, de hace al menos dos milenios?
—Debes, sí, si eso te ayuda a comprenderte. A ti, y a tu poder.
Lady Sagitar miró a Lyra de una manera que parecía decirle que no hacía falta mentir, que era inútil, que ella sabía que Lyra recordaba perfectamente lo que ocurrió en aquella plaza en Ara. Y, sin embargo, podía ser mentira, podía ser un recurso para manipularla y que dijese la verdad.
Lyra sopesó si valía la pena el riesgo, y en el preciso momento en que se detuvo a considerarlo se dio cuenta de que ya había emitido una respuesta.
—No entiendo más que ayer, lady Indus —reconoció Lyra—. No me comprendo a mí, ni a lo que sea que me pase.
«Solo sé que es relevante para ustedes», dijo para sí misma.
—¿Alguna vez has podido recurrir a tu poder voluntariamente?
Lyra negó.
—Pero lo has intentado, ¿no?
—Así es —admitió Lyra—. En repetidas ocasiones.
—Jamás podrás hacer gran cosa con él si no lo necesitas —explicó lady Indus—. Los poderes de la constelación del cisne son meramente defensivos.
«Sí, eso me dijo Draco Levith, su no muy difunto hijo», pensó Lyra.
—¿Y eso a qué se debe? —indagó.
—Dímelo tú, querida. No estás aquí para aprender de oídas, estás aquí para estudiar y concluir. Con lo que hemos visto hasta ahora, ¿por qué supones que no puedes usar tus poderes a menos que sea en defensa?
Lyra se detuvo un momento a pensarlo, repasando para sí misma todo lo que había aprendido, incluso aquello que parecía confuso o improbable.
—Cuando Ara entretejió las contestaciones —empezó a explicar Lyra, su mirada perdida en su propia conclusión, como si recitara aquello para sí misma—, les dio a cada una un don de Identidad con el que dotaría sus demás estrellas y que definiría su poder. A Cygnus debieron darle un don protector o defensivo, lo que significa que mi poder, que viene del cisne, se limita a protegerme, no a atacar.
Lady Indus nunca sonreía a menos que estuviera su hijo presente. Ese día lo hizo para Lyra.
—«Protección», fue el don que se le dio a Cygnus —finalizó la mujer—. No importa cuánto te fuerces, no puedes ir contra la Identidad de tu cosmo. Solo surgirá cuando necesite protegerte. Ahora, ¿entiendes por qué sobreviviste a esa ejecución?
—Sí, mi lady.
—Explícamelo.
—Porque Cygnus me protegió de la muerte al verme en peligro. Intuyo también que, sabiendo que me matarían si me descubrían con vida, me dejó inconsciente hasta que aparecieron sus hijos. No hubo una reacción de mi cosmo hacia ellos porque ninguno tenía intención de dañarme.
Lady Indus asintió.
—¿Tu poder había acudido a ti antes?
—No, jamás.
—¿Por qué?
—Teniendo en cuenta lo que hemos visto... El cosmo no funciona si no hay una comunicación directa entre el espacio terrenal y el reino cósmico. En muy raras ocasiones el poder desafía la consciencia, así que generalmente debe ser reclamado por el portador. De lo contrario, este podría pasar su vida entera como un humano promedio, teniendo su alma en silencio y su cosmo preso en el cielo. —Lyra suspiró luego de recitar todo aquello de golpe para luego pasar a la conclusión—. Yo no había reclamado mi cosmo, así que estaba en las estrellas, no en mi interior ni en ningún artefacto oculto. Y sin importar cuánto hubiese intentado acceder a él antes comunicándome con mi constelación, sería inútil dado su don de Identidad. Mi cosmo solo me reconoció al verme en peligro, y ahora está en mí. Para protegerme a partir de ahora.
Aquella última línea no había sido escogida al azar. Aunque fuese un riesgo, Lyra quiso que lady Indus supiera que ella no estaba sola ni desprotegida. Podían disponer de ella, usarla, manipularla y doblegarla, pero no podrían ponerle un dedo encima con ninguna mala intención sin que su poder la respaldara.
Era la último que le quedaba.
—Serás una lady ejemplar, Lyra —finalizó lady Indus—. Mi hijo es afortunado de tenerte. Pero tú no lo eres de tenerme a mí como instructora, así que vuelve a esos libros, jovencita. Hoy estudiaremos el linaje Scorp y su cosmología.
Lyra sonrió sin siquiera darse cuenta y volvió de cara a sus libros.
~❄️🦢❄️~
Esa madrugada Lyra seguía despierta completando los deberes que lyda Indus le dejó. La mujer no exageraba sobre ser una instructora exigente. Sus cuestionarios tenían el largo de la lista de invitados a los bailes de Ara, y Lyra tenía que desvelarse para conseguir la solución a cada ítem en sus libros.
Por suerte se había quedado despierta, porque así no hizo falta que le tocaran la puerta dos veces.
—Mi lady —dijo el guardia al otro lado—. Tiene que acompañarme.
—¿Acompañarlo? ¿Tan tarde? —Lyra vio hacia atrás en la habitación, preguntándose quién solicitaría su presencia en ese momento y para qué—. ¿Puedo preguntar por orden de quién?
—Princesa, me dijeron que si pedía más detalles le dijera: Alianzha's taha.
—Oh, por toda la mierda de los sirios.
Lyra jamás emitía exclamaciones tan poco propias de una dama, pero dada la situación podía perdonársele el desliz.
Ella entró rápidamente a la habitación, sabiendo —y esperando— que tal vez sería la última vez que entrara a esta, y solo tomó a Joqui, su árbol musical, antes de correr detrás del guardia.
Lyra estaba preocupada pensando en cómo harían para sortear la salida del castillo al punto en que ni siquiera se percató de en qué punto el hombre accionó una puerta secreta en uno de los muros.
«Un pasadizo», entendió ella. «Posiblemente así entró Draco».
Bajaron a toda prisa por unas escaleras dentro de los muros y salieron al jardín, donde por desgracia ya había un par de guardias, aunque no notaron que habían salido del pasadizo.
—¿Hacia dónde se dirigen? —preguntó uno de los guardias al escolta de Lyra—. La princesa no debe dar paseos nocturnos.
—Señor, ¿cómo espera que le explique yo eso a mis superiores? Lord Ausrel quería un momento privado con su prometida, ¿debía cuestionarlo?
El guardia se mostró francamente avergonzado por aquella explicación.
—Lamento la intromisión, sigan su camino.
Lyra fue llevada hasta un punto del jardín en donde fue empujada dentro de un arbusto un segundo antes de que su escolta huyera corriendo en otra dirección.
—¿Qué...?
La firme y autoritaria presión de una mano calló lo que Lyra pensaba decir. Había otra persona con ella en el arbusto. De hecho, sus cuerpos estaban apretujados, ella con la espalda en el pecho del desconocido, este con la barbilla apoyada en el hombro de ella.
En un arrebato de horror, Lyra pidió a su cosmo con vehemencia que accionara, que brotara para sacarla de esa situación, pero fue la misma negativa del poder del cisne a manifestarse lo que tranquilizó a la princesa de Deneb. De haber estado en peligro, Cygnus lo habría detectado y de inmediato la protegería.
Así que se relajó, casi desvaneciéndose detrás de la mano en su boca, y escuchó cómo su misterioso acompañante le decía:
—Pequeño cisne, en contra de toda coherencia tendré que reconocer que no me resulta del todo desagradable tu fragancia virginal.
Lyra, con el tacto y la elegancia de una flor que se sacude una gota de lluvia, llevó sus dedos a los del escorpión y los deslizó lejos sus labios, encontrando con satisfacción que no hubo resistencia.
No se giró a mirarlo. La penumbra dentro del arbusto era suficiente como para apenas distinguir lo justo, y la idea de tenerlo tan cerca a su mejilla, voltear y encontrarse con su boca no le resultaba admisible en lo absoluto.
Así que, con el mentón erguido, la vista al frente y la dicción de una dama que economiza sus encantos, dijo:
—Para ser un hombre cuyos méritos residen en su destreza de habla y el poder de sus discursos, sabes muy poco sobre qué decir en mi presencia para resultar tolerable.
Él, poco intimidado por el insulto, bajó más el tono de su respuesta, pronunciando así contra la mejilla del cisne:
—Por otro lado, tú, para ser alguien que despotrica tan abiertamente de mis recursos narrativos, todavía no puedes escucharme sin que tus mejillas manifiesten lo contrario a una aversión.
Lyra inspiró profundo, serenandose para no prolongar esa discusión.
No sabía qué sentía, o cómo se suponía que debía sentirse.
Estaba complacida de haber acertado en su interpretación de las palabras de su escolta. Aliviada, desde luego, de que no fuera ningún Sagitar quien la hubiese convocado. Extasiada de un modo apenas contenible por la perspectiva de un escape de ese maldito castillo. Victoriosa de haber estado en lo correcto al concluir que Antares la buscaría apenas se enterara de su paradero exacto.
Pero había mucho más, y todo confuso. Demasiado como para procesar, o verbalizar, en un momento como ese. Así que dijo:
—No es momento para absolutamente nada de diálogo, escorpión. Dime que tienes un plan.
Antares deslizó sus dedos a la barbilla de Lyra, usando ese ligero roce para voltear su rostro de forma que oro y ámbar hicieran contacto visual después de tanto.
—No, Lyra —susurró él—. Llegué hasta aquí sin pensar en absolutamente nada, y no tengo idea de cómo sacarnos de este arbusto. ¿Trajiste algo de comer?
Ella volteó hacia la dirección contraria, soltándose del leve contacto de Antares en su barbilla.
—Sin tocar —le recordó—. Y sin chistes. Dime qué hay que hacer.
—Salir de aquí.
—Hay muchos guardias.
—Lo sé. No dije que sería un escape agradable.
—No es necesario —acotó ella—. Si vamos por el laberinto saldremos al otro lado del jardín, a campo abierto. Por ahí será sencillo desviarnos y huir.
—El laberinto es inmenso, y aunque de mí solo se presumen prodigios, en realidad no puedo volar.
Lyra ignoró la arrogancia de Antares Scorp y se concentró en lo que les urgía.
—Yo conozco el laberinto. Sé cómo llevarnos al otro lado.
Antares asintió.
—En ese caso mejor nos movemos mientras la oscuridad de la noche está de nuestro lado.
—Y mientras todavía desconocen que Ausrel y yo estamos en lugares absolutamente opuestos.
Antares asintió y a partir de ahí ambos avanzaron por sigilo detrás de los arbustos, intentando no hacer demasiado ruido, no hablar ni alertar a los centinelas nocturnos.
Por suerte los jardines de los Sagitar eran tan frondosos y tan bien decorados que servían de escondite perfecto. Pero no existía esa misma suerte en la entrada del laberinto. Tendrían que atravesarlo para escapar sin un baño de sangre, y en la entrada estaban apostados dos guardias. Uno dormía sentado en el suelo, el otro fumaba relajado, pero de frente y con una mano distraída en la empuñadura de su espada. Los vería apenas salieran de su escondite.
—Princesita —murmuró Antares a Lyra que estaba junto a él, ambos detrás de unos árboles florales—, me temo que tendrás que hacer algo malo por mí.
—¿De qué se trata? —preguntó ella atreviéndose a mirarlo mientras este estudiaba a los guardias. Su rostro parecía hecho de un material más duro, forjado desde la última vez que se vieron, con un poco de barba, lo que era del todo discordante con el príncipe inmaculado que una vez proclamó ser. Y no se veía mal. Lyra nunca había visto un escorpión que pudiera verse mal, y tampoco uno que la hiciera querer reconocer ese detalle.
—Vas a tener que mentirles a esos pobres hombres.
Lyra no se ofendió porque Antares se burlara de su inocencia, simplemente aprovechó la oportunidad para agregar:
—No será problema. Practiqué bastante contigo.
Él, a regañadientes como si todavía pasara el trago amargo de lo dicho por Lyra, le explicó lo que tenía que hacer.
Un segundo más tarde Lyra se acercó al hombre que estaba a la entrada del laberinto y comenzó a hablar con él.
Era indiferente lo que decía, lo importante es que lo mantuvo de espalda mientras el príncipe dorado avanzaba desde atrás. Ella se mantuvo en su papel, convenciendo al guardia de lo que sea que estaba diciendo aunque este insistía en devolverla al interior del castillo. Lyra, ayudada por la frialdad en sus venas, ni siquiera desvió sus ojos hacia el escorpión hasta que este estuvo ya detrás del guardia.
Las manos de Antares brillaban de blanco, como dos bolas de calor que habían robado el brillo a las estrellas. Lyra lo advirtió cuando ese brillo parecía quemar la piel de los labios del guardia cuando el príncipe le cerró la boca. Lo que no pudo ver fue cómo la otra mano atravesaba entre los omóplatos del cautivo, avanzando corrosiva, fracturado los huesos hasta abrirse paso al corazón, que lo encerró en un puño y lo arrancó de un movimiento.
Lyra estaba conmocionada por lo que veía. Lo que antes era un hombre haciendo su trabajo, ahora era un cadáver con heridas que seguían carcomiéndose entre pústulas humeantes, como si en ellas hubiesen vertido veneno.
Antares tiró el corazón al piso y buscó los ojos de Lyra en un descuido. De haberlo evitado, tal vez habría notado que el guardia que había estado durmiendo se levantaba, espada desenvainada, y que lanzaba un tajo hacia él.
Antares se giró, pero era demasiado tarde. Por sus méritos jamás habría evitado la letalidad de aquel ataque. Solo pudo ver la espada alzarse, y escuchar el grito de horror de Lyra, instantes antes de sentir el corte.
Pero estaba vivo.
Abrió los ojos y se dio cuenta de que la espada apenas le había alcanzado el antebrazo en un rasguño insignificante. Y eso no tenía sentido. Él sabía que ese tajo iba directo a su cabeza, pero de pronto él estaba vivo y el guardia no lo parecía tanto, pues estaba tirado en el suelo, inerte, pálido y con los ojos vacíos. El rasguño se lo hizo la espada al soltarse de la mano del guardia.
«¿Qué mierda...?»
—Tenemos que irnos —apresuró Lyra tirando del codo de Antares al interior del laberinto, quien sacudió sus pensamientos, ignoró la sangre que chorreaba por sus dedos y la siguió.
Apenas se habían adentrado un par de pasillos entre los enormes muros verdes cuando Lyra emitió su queja que, aunque aplacada por el frío en sus venas, todavía arrastraba un temblor de doloroso disgusto.
—¿Tenías que matarlos?
—Eran ellos o nosotros.
—Pudiste solo dejarlos inconscientes —siguió ella sin verle, concentrada en las paredes a su alrededor para no perderse, para estar segura de que tomaban el camino correcto.
Una especie de risa impía se escuchó detrás de la princesa. Era él, la risa de un escorpión carente de remordimientos. Y lo confirmó cuando, tan indiferente, le dijo:
—Sí, pude.
—Y no lo hiciste —añadió ella en voz baja.
Había visto antes asesinatos más sangrientos, pero los había enterrado bajo una capa de hielo que ni el acero podía doblegar. Tal vez eran las similitudes —el frío con el que acaba de congelar el corazón de aquel guardia, la sangre que cubría la mano del escorpión como un guante— lo que le recordaba a aquel vestido de novia embarrado de la muerte de su familia.
—¿Te duelen esas personas?
—Son personas —señaló ella con la empatía que a él le faltaba.
—Yo no llamaría personas a los Sagitar.
—Pueden ser tan terribles como todos dicen, o solo víctimas de rumores y prejuicios. Como sea, yo no tengo esa certeza. De ninguna, por lo tanto no esperes que apruebe cómo matas sin justificación.
En la siguiente intersección del laberinto, Antares tomó a Lyra por uno de sus hombros para conseguir que le encarara.
—No me importa si ejecutan vírgenes o salvan cachorritos —espetó él, sus ojos brillando en oro—. Esas personas secuestraron a la única mujer por la que presenté votos ante Ara. Lo demás me es indiferente.
Entonces la soltó, y en ese gesto Lyra, aunque en silencio, notó que él también llevaba su alianza todavía.
—No vamos a llegar a ningún lado —dijo él con mucha menos intensidad—. Notarán las muertes o tu ausencia. Como sea, nos encontrarán en un parpadeo.
—¿Entonces...?
Antares hincó una rodilla frente a Lyra e hizo un gesto a su espalda.
—¿Qué...?
—Súbete —dijo él.
—Perdona, pero, ¿eso en qué nos ayuda?
—Llegaremos diez veces más rápido si dejas que te lleve.
—Lo dudo, si acaso adelantaremos un poco, pero todavía seremos demasiado lentos para...
—Soy un cosmo, Lyra, ¿de qué sirios estás hablando? Súbete.
Ella parpadeó, entre nerviosa por la idea de ir a su espalda y horrorizada por... Pues por la idea de ir a su espalda.
—Dijiste que no vuelas —recordó ella con voz temblorosa.
—No lo hago.
—¿Entonces?
—Lyra, ¿te quieres subir hoy? ¿O esperamos y montamos a tu otro prometido cuando nos alcance?
Ella tragó en seco y enseguida se maldijo. Vivía de la frialdad y el dominio de sus emociones. ¿Cómo es que la perturbaba tanto la idea de subirse por su cuenta a la espalda de Antares, como para que no pudiera reprimir un simple gesto, como para que no fuese capaz de tragar con normalidad?
—Ten —dijo ella entregándole su Joqui a Antares—. Tú lleva esto, por favor.
—¿Una cosa con hojas? —inquirió Antares frunciendo su ceño hacia la maceta. La miraba como un cachorro que acaba de descubrir la especie humana.
—Es un árbol de música.
Antares frunció mucho más el ceño y esa vez miró a Lyra.
—¿Canta?
—No seas imbécil.
Lyra respiró hondo y se posicionó detrás de él. Empezó llevando los brazos a su cuello y rodeándolo, pero era tan torpe, buscaba con tanta vehemencia una excusa para evitarlo, que en medio de sus evasivas Antares no pudo disimular el comienzo de una risa.
—Lo intento, ¿sí? —dijo ella.
El escorpión alzó las manos en señal de paz.
—No te estreses, princesa, no es tu culpa. Pensé en darte el curso antes de lanzarte a la práctica, pero por desgracia no tenemos tiempo.
—Estás disfrutando esto, ¿verdad? —Se quejó ella luego de al fin abrazarse a su cuello.
—Demasiado —respondió él mientras sus manos escarbaban bajo la falda de ella. No tuvo que hacer mucho esfuerzo dada la moda de Hydra, había tantos espacios entre las telas que pronto alcanzó la piel de sus piernas, se aferró a ellas a la vez que se ponía de pie, presionándolas contra su torso.
—¿Esto es estrictamente necesa...?
El final de la frase de Lyra tomó una elevación aguda y prolongada, un grito que fue en ascenso junto a ellos luego de que los pies de Antares los catapultaran a ambos en un salto vertiginoso que desafió el viento.
Escorpión y cisne atravesaron el velo de la noche desafiando el viento y la fuerza que Ara imponía como ley de gravedad. Y aunque no volaban, la velocidad de aquellos saltos y la violencia de los descensos acortaba la distancia como si lo hicieran.
—Gritas precioso —confesó Antares a la libertad de la noche.
—¡Cállate, no te desconcentres! —chilló ella con la cara enterrada en la espalda de él y sus brazos fuertemente aferrados a su cuello. De pronto ya no le preocupaban las manos en sus piernas, lo que la aterraba era que pudieran soltarse.
Antares se reía abiertamente con alaridos desenfrenados mientras el viento aullaba en los oídos de ambos, batiendo el cabello de la princesa en un desorden indómito.
—Vamos a morir —musitó ella temblando contra la espalda de Antares, su cosmo desorientado incapaz de calmar sus nervios.
—Al contrario, pequeño cisne. Ahora es que vamos a vivir.
~~~
Nota:
Okay, amo los capítulos de Lyra. Y amo más los que vienen, no saben cuánto.
Cuéntenme qué tal lo que leyeron aquí.
¿Qué piensan del regreso de Antares, del personaje en sí y su relación con Lyra?
¿Qué creen que será de la vida del cisne ahora que más o menos parece que escapó?
¿Qué creen de los Sagitar, de lady Indus y de todo lo que aprendió Lyra con ella?
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