46: La batalla de los escorpiones en el desierto
Aclaratoria: los acontecimientos de este capítulo son de antes de la partida de Orión y Ares a Ara. No se mortifiquen que va a quedar todo muy claro conforme avancen los capítulos, pero aclaro por si las dudas.
Sargas
-Tenemos que hablar -le dijo Sargas a lord Zeta, su Mano, al interceptarlo en el salón del reino mientras atendía las obligaciones del regente.
-Por supuesto, majestad, solo espere que...
-Ahora, imbécil.
Lord Zeta forzó una sonrisa y dejó todo a un lado para seguir a Sargas a un área menos concurrida.
-¿Qué sucede? -preguntó de inmediato lord Zeta.
-Tenemos que hablar sobre el destino del pato y tu discreción en ese asunto.
-¿Lady Cygnus?
-Ella, tenemos que...
-¿Majestad? -interrumpió una voz a sus espaldas.
Sargas reconoció la voz de inmediato y se dio la vuelta para conseguirse con el general a cargo de la patrulla que ejecutaba el asedio en Baham.
-Sir Amstrong -dijo, perplejo-. ¿No deberías estar en los límites de Baham liderando el asedio?
-Debería, pero...
-No me digas que perdimos...
-No, majestad.
-¿Ganamos?
Sir Amstrong solo sonrió en respuesta.
-Hay una novedad -explicó, tranquilo-. Su hermana al fin ha respondido.
Las pupilas de Sargas, ahora sin rastro del color que tuvieron alguna vez, se dilataron por la anticipación. Sus articulaciones adoloridas casi callaron ante aquel sentimiento, mientras el regente abría y cerraba su mano enguantada de forma casi inconsciente, a pesar de que sus dedos se sentían envenenados estando tan lejos de Zaniah.
-¿Va a ceder? -le preguntó al fin a Sor Amstrong.
-Eso yo no lo sé, majestad -respondió el capitán-, ella se niega a razonar con nadie que no sea usted. Dice que quiere verle, en persona. Dice que quiere ver, en sus palabras, a «Sargas Scorp, usurpador de Ara y mi muy poco querido hermano». De lo contrario no dirá nada más.
De las palabras «usurpador de Ara» la única que le hacía hervir a Sargas era «Ara», porque sugería que era el lugar al que se limitaba su dominio.
Tal vez era momento de que Shaula conociera al futuro emperador de Áragog, pensó Sargas.
-¿Quiere que vaya a Baham? -indagó el regente sin dar indicios de su disgusto interno.
-Es la única alternativa que nos deja ella. Ya le hemos comunicado un millón de veces que sus opciones son ceder o morir de hambre, pero no había respondido hasta ahora. La situación debe ser crítica en sus tierras para que tomara este giro de pronto.
-¿Crees que me quiere ahí para rendirse en mi cara? -inquirió Sargas casi con burla-. Es una Scorp, su orgullo no lo permitiría. Antes se cortaría la cabeza ella misma y haría que un sirviente la echara al río de Baham.
-En ese caso se me han acabado las teorías.
-¿Debo creerte? -insistió Sargas con una sonrisa maliciosa, incrédula.
-No -reconoció el general también con el inicio de una sonrisa en la línea de sus labios-. Pero no creo que usted quiera escuchar la otra opción, así que prefiero que se lo diga ella.
-Querrá un trato.
-O hacerle razonar.
Sargas sonrió casi con ternura, pero no se molestó en discutir ese detalle y solo dijo:
-Está decidido, entonces. Viajaremos a Baham de inmediato.
-Pero, majestad... -interrumpió la Mano quien había estado presente en todo ese rato-. El viaje tomará semanas solo de ida... ¿Dejará todo ese tiempo a su pueblo desprotegido? ¿Con todo lo que hay de por medio? ¿Quién nos guiará por el recto camino de...?
-Ay, Zeta, cierra la boca un minuto, ¿sí? -espetó Sargas con cansancio-. Siempre te has visto lamentable cuando ruegas. Sí, hablaré con la iglesia para que las órdenes vengan de ti en mi ausencia. ¿Eso me garantiza que empieces a respirar lejos de mí? Te hiede la boca.
Lord Zeta se tapó la boca de inmediato, visiblemente avergonzado y ofendido, y procedió a asentir ante las palabras de su rey.
-Solo tengo que hablar con una persona antes y partiremos -le dijo Sargas a lord Amstrong.
~✨🧡✨~
La batalla por Baham
El ejército de Ara estaba en formación. La retaguardia estaba compuesta por soldados que no usaban sino petos de cuero y ropa delgada, con espadas de acero y escudos de madera. El frente estaba compuesto por la caballería, comprendida por espadas y lanceros, quienes eran los únicos con armaduras doradas al ser los más expuestos y los mejor formados.
Pero Baham no estaba durmiendo. Había un sinfín de arqueros bahamitas medio ocultos, prácticamente acostados bocabajo, en las cimas de las dunas. La mayoría eran mujeres.
Cada una de estas dunas, enormes y gloriosas como montañas que el inmenso sol naranja convertía en sombras, enmarcaban la magna imponencia de Shaula Nashira, la hereje de los Scorp, monarca de Baham, a lomo de un caballo negro como el ébano.
-Es momento -concluyó Sargas delante del ejército mirando la figura de su hermana en la distancia. Sir Amstrong, quien montaba a su lado, asintió.
Shaula estaba a una distancia considerable, por lo que el general del ejército de Ara no temió en alzar la voz al dirigirse a sus subordinados, volteándose para hacerles frente.
-Soldados. -Todos rectificaron sus posiciones al unísono, firmes y alerta, en respuesta al clamor de su voz-. Hoy, tenemos al escorpión con nosotros. El enemigo no son las personas detrás de esas dunas, es la herejía de quien los dirige. Nosotros estamos con la corona, nosotros peleamos en nombre de Ara, y hoy a ella encomendamos nuestra vida, y rogamos por la victoria. No hay otro resultado posible, las estrellas jamás brillarán para quienes las desafían. ¡En nombre de Ara y el rey!
Todos dibujaron la constelación de Ara, el altar del cielo, en sus pechos y respondieron al unísono:
-¡En nombre de Ara y el rey!
-Así sea -finalizó Sargas con una reverencia para conmemorar el rezo. Aunque él no creyera en la devoción a nada, entendía la importancia de que su ejército sí lo hiciera, sobre todo en un momento como ese.
-Vamos -dijo sir Amstrong y ambos avanzaron a caballo hasta donde estaba la que antaño había sido la princesa de Áragog.
Al llegar a la presencia de Shaula a caballo, Sargas le pidió a sir Amstrong que mantuviera una distancia prudencial porque quería discutir cosas íntimas con su hermana. El general aceptó y Sargas terminó de avanzar.
-Hereje -saludó él.
-Bastardo -respondió ella.
La sonrisa que precedió a Sargas surcó su rostro de un extremo al otro. Shaula Nashira ni siquiera tenía sus labios visibles, sino resguardados tras una seda violácea, siguiendo las costumbres de su cultura. Pero su mirada era suficiente presentación, porque nadie olvida los ojos del escorpión mujer una vez los mira, y Sargas los habría reconocido incluso si se presentaran como una sombra en sus recuerdos.
Shaula, por estupidez o confianza, no llevaba armadura. Iba vestida con sus ropajes típicos, pero con telas y bordados que no la presentaban como una princesa, sino como una monarca. El morado y el plata combinados creaban un efecto en su piel que la endiosaban, y su ahora larga cabellera castaña ondeaba junto al viento y la arena, libre al fin, sin ningún velo que sugiriera castidad.
Irónicamente, el accesorio que más resaltaba en ella no era el adorno que rodeaba su frente, sino la serpiente que se paseaba de sus extremidades a su cuello, posándose como un collar.
-Ahora entiendo a Antares, hermanita -expresó Sargas en un tono de aparente adulación-. ¿Quién no se enamoraría de tus ojos?
-Antares -repitió ella con sequedad- no estaba enamorado, sino impotente. Tal vez deberías aprender una palabrita, hermano, ahora que eres rey: acoso. Es la definición de la turbia persistencia. No es agradable. Y se paga caro cuando llega demasiado lejos.
-En ese caso, te alegrará saber que a él también lo mataré. No te preocupes por eso.
Sargas tuvo la impresión de que los ojos de su hermana brillaban entonces más apasionados, pero era difícil leer sus expresiones con sus labios cubiertos.
-Me malinterpretas -contradijo ella. No discutía, hablaba como había aprendido a hacer desde su preparación. Como miembro de la nobleza, como una mujer decente que debe dirigirse a su pueblo, con esa maestría para insultar incluso cuando se usan palabras neutras, un modo que al que solo pueden recurrir las princesas destinadas a la monarquía-. Siempre lo has hecho. Yo a él no lo quiero muerto. Y a ti tampoco. Quiero que me permitan la paz de su ausencia. Paz, y permisos, o dejar de tener que pedir ambos, es en general lo que siempre he querido.
-La paz no se gana usurpando las tierras de tu hermano, ¿te explicaron eso en tus clases? Puede que te las hayas perdido, dado que parecías ocupada besando a tus damas.
Shaula no tenía intención de caer en aquella provocación, que a Sargas le pareciera un insulto lo que había dicho no significaba que ella tuviese que tomarlo como tal.
-Al contrario de lo que insinúas, «hermanito», me explicaron todo tan bien que entiendo que no se puede ganar la paz sin antes anunciar la guerra.
Sargas puso los ojos en blanco, cansado de aquel diálogo, y le dijo a su hermana:
-Imagino que no me hiciste venir para rendirte, ¿o sí?
-Estás en lo cierto. No tengo intenciones de renunciar a Baham, mucho menos de dejarla en tus manos. Pero podemos evitar un derramamiento de sangre lamentable de parte y parte. Gane quien gane, nuestras fuerzas quedarán diezmadas. Habrá demasiadas pérdidas como para que esto haya valido la pena. En especial cuando este conflicto se puede simplificar.
Sargas asintió.
-Te escucho.
-Tu mejor guerrero contra el mío -propuso la hereje sin rodeos-. Un combate a muerte o hasta la renuncia. Si ganas, rendiré Baham ante ti con la esperanza de que perdones la vida de las mujeres y niños. Conmigo podrás hacer lo que quieras. Si pierdes, retiras tus tropas y nos dejan en paz. No pido un tratado de tu parte, sé que no cederán, pero al menos tiempo. Tiempo que necesitas para mantener Ara y la cabeza sobre tus hombros, en lugar de enfocarte en una estúpida disputa de orgullo fraternal.
Sargas se carcajeó, no era fácil entender por qué, pero apenas pudo calmarse para preguntar:
-¿Y quién es, Shaula, ese guerrero tuyo en quien tanto confías para enfrentar a ciegas a cualquier clase de bestia que yo pueda poner en mi representación?
-Yo, por supuesto.
Eso hacía las cosas todavía más interesantes, y el rostro de Sargas no disimuló este hecho.
Sargas veía esa decisión como el error más grande que su hermana cometería jamás. Él estaba al tanto de lo que sucedió cuando su padre envió aquellos hombres contra las bahamitas, sabía que su hermana había sorprendido y vencido incluso a Orión, el otro medio hermano de Sargas y el caballero más capacitado que tenían entonces. Así que no subestimaba la maestría que pudo haber llegado a desarrollar Shaula en combate.
Pero no le intimidaba, en lo más mínimo, porque...
-Tenemos un trato -accedió Sargas.
-¿A quién escogerás? ¿A uno de tus sirios?
Sargas entornó los ojos mientras una media sonrisa cosquilleaba en sus labios.
-Esto es un asunto entre reyes -dijo su voz cargada de sombras a pesar de la cegadora claridad que lo envolvía-. No era la disputa familiar que esperaba entre nosotros, lo admito, pero no te voy a mentir diciendo que no me entusiasma esta mierda.
-¿Tú? -inquirió Shaula. Fue despectiva, pero no burlona. Se mantuvo seria, y sin indicios de estar intimidada-. Te daré el mérito de la valentía, o de la arrogancia. Como sea, respeto tu decisión. Ahora ve a avisar a tus hombres de los detalles de nuestro acuerdo, no quiero sorpresas luego de que esto acabe.
-Como usted diga, majestad -se burló Sargas, arreando su caballo para ir de nuevo hacia sir Amstrong.
-¿Todo en orden, majestad?
-Ve atrás y prepara a los hombres. Que nadie interceda, no importa lo que vean. -Sargas se acercó más a sir Amstrong, hablando en un tono mucho más bajo con un aura apremiante y confidencial-. Amstrong, en el supuesto caso de que algo me pase... Si me ven muerto, o indispuesto, da igual: ataquen.
El general de la guardia levantó las cejas con asombro.
-¿Le retó a un duelo?
-Sí.
-¿Por qué accedió? Hay un montón de soldados que morirían por usted con gusto...
Sargas no tenía tiempo para esa discusión, ni ganas de atravesarla, así que le cortó diciendo:
-Ahí radica todo: «morirían». No quiero a nadie muriendo, quiero vencedores. Y la hereje es una Scorp, no la van a vencer simples estrellitas. Tengo que hacer esto yo.
-Entiendo, majestad, pero, permítame aclarar algo... ¿No es el motivo del duelo que, en caso de que ella gane, nosotros nos rindamos?
-Eso pidió ella, sí.
-Pero me pide que ataque si algo le pasa. ¿Qué hay del honor?
-¿Qué hay de honorable en una traidora hereje?
Sir Amstrong asintió.
-Tiene razón, majestad.
Cuando Sargas volvió con su hermana no lo hizo a caballo. Andó, sintiendo el cuero de sus botas calentarse por las altas temperaturas de la arena, hasta llegar a una distancia más próxima a su hermana, quien ya bajaba de su propio caballo.
No aguardó, ¿por qué hacerlo? Las palabras ya sobraban. En un movimiento veloz desenvainó a Cassio, vertiendo todo el poder del cosmo de Pegaso en sus venas a la vez que acudía a su propio cosmo, concentrando el aura venenosa del escorpión tras sus guantes.
Las alas negras rompieron su espalda una vez más e hicieron trizas la ropa para abrirse paso. Con un salto, impulsado por un aleteo, el rey regente de Áragog blandió su espada en dirección a la traidora del reino.
Con ese movimiento habría podido cercenar cualquier parte del cuerpo que alcanzara, pero Shaula se había deslizado hacia abajo, dejándose arrastrar por una pequeña avalancha en la arena e interceptando durante ese trayecto el arma que había enterrada, oculta a la vista.
Ella se puso de pie detrás de Sargas, adoptando una posición defensiva con su propia espada, mucho menos pesada e intimidante.
-Tienes tiempo de rendirte -jadeó ella a espaldas de su hermano, quien apenas giró la cabeza para mirarla con una sonrisa que brillaba como ese sol que los calcinaba a ambos en su disputa.
-Tienes tiempo de atacar -fue lo que respondió el regente de Áragog.
Shaula no tenía alas, pero sus pies saltaban sobre los montículos de arena con una gracia y soltura que la hacía parecer un ente sin peso. De esta forma avanzó, dando zancadas, hasta llegar tan cerca de su hermano que con un salto y una voltereta sorteó sus alas y se posicionó delante de él blandiendo su espalda en un tajo que debía ser mortal.
Pero Sargas lo detuvo sin siquiera esquivarlo. Gracias a la agudeza de sus sentidos atrapó el arma con la mano. El golpe debió haberle cercenado, o como mínimo astillado los huesos, pero apenas le abrió la tela del guante y la piel, manchando el hierro con una sustancia negra que debía ser sangre, y provocando en el retroceso que a la monarca de Baham le temblaran hasta los dientes.
Y no acabó ahí. Mientras Shaula intentaba arrancar la espada de las manos del escorpión maldito, este vertió el poder de su cosmo por ella. No el cosmo que robó, sino el que le había concedido Scorp al nacer. Un aura oscura, tóxica como la ponzoña de un aguijón.
Tardaría en corroer el hierro con las toxinas de su cosmo, pero este viajaba rápido, así que esa aura pronto alcanzó el mango de la espada y con este la mano de Shaula. La quemó a tal punto que la bahamita soltó el arma con un grito de sorpresa, e incluso así le quedaron pústulas latentes y llenas de líquido.
-Le robaste el poder a tu hermano -dijo Shaula en un siseo mientras sostenía la muñeca de la mano afectada, y la examinaba con el rostro arrugado por la sensación-. Juro por Athara que creí que tenías límites.
-¿Límites? -bufó Sargas, lanzando la espada de Nashira muy lejos de ambos-. Yo le enseñé su poder en primer lugar, era justo que fuese yo quien se lo robara.
-A eso mismo me refiero -jadeó Shaula mientras enterraba la mano en la arena en un intento de aliviar el ardor suplantándolo por el calor de aquellas virutas-. Creí que ustedes tenían un vínculo especial, algo que nunca tuviste con nosotros.
-Parece que olvidas quién le regaló a Cassio.
En ese momento Shaula se levantó con el ceño fruncido, no entendía qué intentaba probar el bastardo.
-Tú le regalaste a Cassio -le recordó ella.
-Y le enseñé a guardar su cosmo en ella. ¿Para qué?
La reina de Baham, aunque sus labios estaban cubiertos por la tela, mostró suficiente comprensión, sorpresa y horror en sus ojos.
-Siempre planeaste quitárselo.
-Era una opción, si se volvía necesario. Y lo fue.
-Cierra la boca -exclamó la reina del desierto con una ira apenas contenida. De inmediato, sus manos hicieron una maniobra que Sargas no entendió al comienzo pues las telas sueltas ondeaban en el viento y confundían con su danza, pero pronto, al sentir los dientes clavarse en su quijada y la creciente presión en su cuello, entendió que Shaula había lanzado su serpiente contra él.
Sargas de inmediato perdió la capacidad de respirar por la presión de la serpiente en su garganta, y aunque había estado desarrollando una inmortalidad pagana en su transformación, todavía no había llegado al punto de poder prescindir del oxígeno.
Así que soltó a Cassio, y llevó ambas manos al cuerpo de la serpiente, soportando las mordidas mientras el cuerpo de esta se incineraba por el venenoso cosmo del escorpión.
Shaula aprovechó el descuido para robar a Cassio y rodar hacia abajo en la duna. Pero pronto Sargas lanzó el cadáver de la serpiente a la arena, indiferente al veneno de sus dientes, pues él ya tenía suficiente en su cuerpo, y se lanzó en vuelo hasta alcanzar a su hermana.
Ella de nuevo intentó blandir la espada contra él, pero Sargas repitió la maniobra anterior, atrapándola y obligando a su hermana a soltarla y creándole una nueva quemadura.
Al Shaula soltar a Cassio con un gritó por el dolor, Sargas la tumbó en la arena, apresándola entre sus rodillas, posicionando la espada contra su tráquea y una mano asiendo fuertemente el hombro de su hermana.
Con una carcajada desmedida, su favorita hasta entonces, Sargas le dijo:
-Jaque a Shaula Nashira, monarca de nada, traidora del reino. Ahora ríndete, porque de lo contrario no te voy a cortar el cuello, haré que el veneno de mis manos te desintegre la piel hasta que ruegues por mi clemencia.
-¿Por qué me das la opción de rendirme? -preguntó su hermana por la voz afectada por la presión de la espada y la reciente caída. Aunque francamente se sentía más intimidada por la mano en su piel que por la espada en su cuello. Había probado dos de esas quemaduras, y no eran agradables-. ¿Por qué no me matas? Has alardeado de mi cabeza todo este tiempo, ¿no quieres lucirla por fin en tu trono?
-Tu cabeza no me sirve para nada, pero las plegarias de una Scorp harán posible que duerma por las noches.
Shaula vio en los ojos de su hermano sed; de venganza, de poder. Y éxtasis, desbordante. Sargas nunca había estado tan en la cima de su grandeza, no había conocido placer semejante, hasta al fin tener una mujer doblegada ante su imponencia, a merced de su castigo o misericordia.
Claro que Sargas estaba disfrutando ese momento. Sin embargo, había algo más, algo débil y convaleciente, pero se asomaba en la nada del color de sus iris profanas. Y Shaula lo notó, porque era su hermano, y conocía sus ojos. Y aunque no pudiera decir a ciencia cierta de qué se trataba, decidió creer que él, simplemente, no quería matarla.
-Termina con esto -susurró ella-. Vete y lo dejaré así. Tú por tu lado, y yo por el mío.
-¿Estás jodiéndome? -inquirió Sargas con una sonrisa cínica y extasiada. Pero sus manos temblaban, en especial aquella que sujetaba la espada.
-Tú lo dijiste: es un asunto de reyes. Para bien o para mal, eso somos. Piensa como un rey y prioriza, incluso si tu orgullo se ve afectado. Vete, Sargas. No molestes más mis tierras y yo no molestaré las tuyas.
-Estás a mi merced, Shaula, ¿qué sirios dices?
-No vas a ganar esto.
Entonces Sargas volvió a reír.
-¡No me puedes dañar! -se burló él-. ¿No lo ves? No importa cuánto lo intentes, tus ataques resbalan contra mí. Y es que no importa que tú también seas Scorp, tú no eres un cosmo, y yo soy dos. Y algo más.
-Sargas...
-¡Cállate! No hables, no más, no así -gritó él, sacudiéndola, temblando contra ella y empleando todas sus fuerzas en no cortarle el cuello-. No me hables como si quisieras salvarme, Shaula. Quien necesita un rescate eres tú, así que ríndete, porque no me queda paciencia.
-Tú lo pediste.
Sargas estaba seguro de pelear contra Shaula porque había crecido burlándose de su debilidad. Mujer. Primogénita, pero princesa. Scorp, pero sin cosmo. Era la única de los hijos de la reina que no había sido bendecida por ninguna estrella.
Eso lo sabía toda la monarquía, no era un rumor, era un hecho. Sin importar cuánto intentaran, el cielo ni siquiera era consciente de su presencia. Shaula Scorp Nashira era, simplemente, humana. Nacida para morir.
Por ello Sargas quedó tan estupefacto cuando fue su propia mano y sus piernas las que empezaron a arder, ocasionando que tuviera que batir sus alas para impulsarse hacia arriba y alejarse de la reina de Baham.
Así, viendo a su hermana desde arriba todavía tirada en la arena, notó el reflejo del sol naranja en sus ojos. Ardía como una llamarada, letal e implacable, crepitando como las crestas de un incendio.
Eso podía explicar porqué todo a su alrededor se desdibujaba como un espejismo de vapor, sofocando al regente de Áragog.
La piel de Shaula pronto pasó de su tono canela a un rojo opaco, como si el sol le estuviera tostando a una velocidad preocupante. Ella temblaba en la arena, que humeaba por el contacto. Acabó por cerrar los ojos, y los dedos en fuertes puños, en un intento por manejar lo que estaba ocurriendo en su cuerpo.
Su espalda se arqueó en un último arrebato y, gritando, provocó una especie de temblor, una onda expansiva de todo ese poder que parecía verter el sol en sus venas que eran claramente visibles, surcos dorados, como oro fundido, que atravesaban su piel.
Hasta que estalló. Primero en sus manos, encendiéndose como dos antorchas, creando cenizas de la arena a su alrededor. Luego sus piernas, quienes fueron arropadas por un aura de un naranja traslúcido, apenas perceptible. Luego abrió los ojos, y parecía tener el sol en ellos.
Sargas ni siquiera volaba cerca de sus llamas, pero el resplandor le estaba quemando.
-Tú... -dijo él, anonadado-. No es posible... ¿Cómo es posible?
Shaula se levantó, y dos grandes alas de fuego parecían enmarcar su cuerpo, pero Sargas ya no estaba seguro de lo que veía. Sus ojos lloraban, su garganta ardía por el humo inhalado. Todo parecía una alucinación.
-El sol también es una estrella, hermanito.
Sargas, iracundo e impotente, arremetió contra ella. Estaba desarmada, solo tenía que blandir a Cassio cerca de ella y la mataría, así que usó sus alas para acercarse.
Pero el calor de las llamas, mientras más cerca estaba él, más insoportable se volvía. Pronto sus alas empezaron a verse afectadas, consumiéndose la punta del plumaje, desgastándose como papel mientras más se aproximaba.
-Ríndete, y haré que pare.
El regente gritaba, por el ardor y la demencia, pues ya no se encontraba dentro de sí. Su cerebro, superado por el humo, había llegado al punto de bloquearse, encerrándolo en un cuarto de alucinaciones donde las sombras eran tan blancas como el resplandor de aquella luz, y todas lo atormentaban.
Al verlo en aquel estado, sir Amstrong dio dos golpes con su espada a su escudo, la señal para su ejército. La primera fila de la caballería avanzó, arremetiendo con un grito de furia camino al rescate de su rey.
-¡Lanceros! -gritó de inmediato sir Amstrong hacia la formación.
Era la voz de preparación, lo cual se hizo en tres movimientos coordinados de todas estas fuerzas. Los hombres se pararon firmes, apuntaron y alzaron sus lanzas prestos para atacar.
-¡Lancen! -rugió sir Amstrong, acarreando la primera avalancha de lanzas en dirección a la reina de Baham.
Los proyectiles llegaron primero que los hombres, pero se calcinaron nada más alcanzar la barrera de calor que rodeaba a la monarca. Al ella sentir está traición por parte del bando enemigo, escupió en dirección a Sargas, quien estaba entonces inconsciente de rodillas, y se volteó hacia el ejército que marchaba hacia ella.
Blandió sus manos, las telas sueltas ondeando con inmunidad creando un efecto óptico precioso, y con su maniobra expulsó un coletazo de fuego que impactó la primera línea de la formación enemiga, afectando incluso la caballería de forma en que todos cayeron al suelo en llamas.
El fuego solo alcanzó a los primeros hombres, pero la formación bélica de las fuerzas de Ara no se rompió y los hombres de atrás avanzaron con espadas desenvainadas. Eran hombres diestros en su labor, apenas unas centenas de los miles, avanzando como una mancha oscura en la arena, incentivados por los gritos de sus compañeros al caer convertidos en antorchas.
Las bahamitas ocultas en las dunas se levantaron a la voz de su reina. Prepararon los arcos, tensaron las cuerdas y esperaron a la voz de mando, justo cuando la nueva oleada del ejército de Ara estaba más próxima, para lanzar una oleada de flechas que atravesó la barrera de calor de Shaula, convirtiéndose en saetas de fuego que llovieron sobre las fuerzas bélicas de Ara.
Los hombres alzaron sus escudos para protegerse de la lluvia de proyectiles, apenas unos pocos fueron alcanzados en los pies, pero la mayoría pudo avanzar mientras las fuerzas de Baham preparaban la segunda oleada.
De los médanos de arena de Baham, mientras más cerca de la reina estaban los hombres, salió una legión de serpientes de tamaños y colores varios, interceptando a los hombres hasta retrasarlos.
La reina mantenía la mano en alto con la palma abierta, señal para contener a las arqueras mientras los enemigos blandían sus espadas para defenderse de las serpientes que les saltaban encima o que se enrollaban en sus extremidades.
Ese caos los retuvo un poco, retrasándolos, y fue el instante que aprovechó Shaula Nashira para, con su mano libre, conjurar un movimiento de muñeca que hizo ondear la tela violeta, y creó el comienzo de una ventisca aparentemente inofensiva.
Esa corriente fue levantando la arena de los médanos, creando una cortina de polvo, provocando en un leve remolino que pronto cobró la fuerza suficiente para convertirse en una tormenta que se direccionó a las fuerzas de Ara.
Teniéndolos así, detrás de ese muro de arena y viente, ciegos por completo, gritando al no saber de qué o quién defenderse, Shaula Nashira cerró los dedos de su mano alzada, creando el puño que dio la orden a las arqueras para soltar la segunda oleada.
Los hombres empezaron a caer, muertos, heridos y agonizantes. Y, lo que era todavía peor, comenzaron a matarse entre ellos a no poder reconocer ni sus sombras.
-¡Retirada! -gritó sir Amstrong reconociendo la imposibilidad de una victoria en una batalla a ciegas, dando golpes frenéticos a su escudo para que la orden les llegara a todos-. ¡RETIRADA!
El general fue el único que no se marchó, esperó hasta que el regente cobró la suficiente lucidez al ya no ser el objetivo del fuego de Shaula y se levantó para ir volando hacia sir Amstrong.
Shaula no esperó ninguna promesa de que sería dejada en paz. Su mensaje fue dado. No había fuerza en Áragog que pudiera hacer frente a la ira de la serpiente de Baham. Así que se dispuso a marcharse, sabiendo que sería el único modo posible de que el ejército de su hermano recogiera sus heridos.
-Darangelus sha'ha me, hermano -murmuró sin ver atrás mientras se alejaba, dejando a aquellos quienes atentaron contra ella en llamas, o sufriendo las consecuencias de estas.
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Nota:
Darangelus sha'ha me: mira lo que me hiciste hacer.
Llegó el momento. Venía queriendo subir este capítulo desde los años 1600. Estaba escrito hace muchísimo, pero esperaba el momento justo para llegar a esta parte de la historia y henos aquí.
Incluso hay una ilustración de este capítulo y estaba esperando para subirla. Pronto la montaré a mi Instagram.
Como verán, se viene fuerte la cosa.
¿Qué les pareció esta batalla? ¡Cuéntenmelo todo!
¿Qué sintieron al leer de nuevo a Shaula? ¿Les sorprendió lo de sus poderes?
¿Qué piensan de Sargas y de lo que pasará a partir de aquí?
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