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—…y el tributo femenino de este año es…

Hubo una contención de aliento que fue colectiva. Nadie se movía, nadie respiraba temiendo que fueran alguna de sus hermanas, hijas o novias las que irían al matadero; solo había absoluto silencio.

Un silencio que calaba hasta los huesos.

Apretó los párpados, respirando lentamente ante el miedo de ser elegida, pero rendida en cuanto a su destino.

¿Cuántas veces está mi nombre allí adentro?

Era su primer año como posible tributo femenino, pero al tener tanta hambre, su hermano y ella no habían tenido más opción que pedir las teselas que les fueran posibles.

«Catorce», pensó alarmada.

No eran ni la mitad de las que había pedido su hermano.

Al ser huérfanos, no habían tenido más opción que hacer lo posible para sobrevivir. El orfanato no les otorgaba lo que necesitaban para abastecer sus estómagos, así que hicieron lo necesario para mantenerse con vida.

—¡…Helena Stark!

Helena.

Helena.

Helena Stark.

Era ella. La eligieron a ella.

«Estoy muerta», pensó mientras los agentes de la paz se abrían paso entre las personas para después jalar su cuerpo y llevarla casi arrastrando hasta el escenario.

«No. No. No. No. ¡No!»

Era tarde. Ya estaba arriba.

—¡Ven aquí, chiquita! —exclamó Jennie, la mujer que cada vez sacaba los nombres de los que morirían ese año.

Quería vomitar. Llorar. Hacerse bola en el piso para olvidar el hecho de que iría a morir cruelmente enfrente de todo Panem.

Odiaba Panem.

Odiaba los Juegos del Hambre.

Odiaba a todos.

—¡El tributo masculino de este año…!

No reaccionó.

—¡Boyce Stark!

Era demasiado joven para siquiera conocer lo que era el odio, pero allí estaba, al borde de un colapso.

—Hermano —murmuró horrorizada.

No había vuelta atrás.

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Atte.

Nix Snow.