Capítulo 27

—Me temía que esto pasara —dijo Maggy con pesar, sosteniendo unos archivos en sus manos, hojeándolos con una mirada triste. Yo estaba recostado en la cama del hospital, consciente, tomando la mano de Jan en un intento de tranquilizarla.

Ambos sabíamos lo que estaba por venir.

La miré y la encontré con los ojos aguados, su otra mano aferrada a la tela de su vestido con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.

—¿Volvió? —preguntó mi hermana en voz baja y temblorosa. Yo no podía decir nada porque cualquier intento de hablar me dejaba sin aliento.

Tras un instante de agonizante silencio, Maggy asintió.

Las esperanzas que tenía de que hubiera sido solo un momento de vértigo sin importancia, se evaporaron en el aire. En aquel preciso momento, cuando la tonta ilusión de poder vivir con normalidad se rompió en pedazos, quise llorar, aunque a decir verdad, siempre supe que eso pasaría. Me había engañado a mí mismo creyendo que todo había sido superado y que el cáncer se quedaría atrás, en el pasado.

De repente, respirar se me hizo difícil por el enorme nudo que se había instalado en mi garganta impidiendo el flujo de aire a mis pulmones; Maggy y Jan no tardaron en notarlo.

Por qué dejé que Sam se acercara tanto a mí cuando yo sabía que el cáncer regresaría, era una incógnita. Supongo que solo quería ser un chico normal que se enamorara, pero ahora, por mi egoísmo, más personas sufrirían. Y no cualquier persona, sino la chica que más amaba en el mundo, la mujer de la cual me había enamorado y a la que le había prometido que siempre estaríamos juntos. Le hice promesas que en el fondo siempre supe que no iba a ser capaz de cumplir.

Se lanzaron miradas mutuas de preocupación cuando mi cuerpo comenzó a temblar y los ojos se me enrojecieron. Maggy se acercó a mí.

—No te aceleres, Dean, no es bueno para tu estado. No necesitas más estrés en estos momentos —indicó, luego salió de la habitación. Mi hermana se puso de pie y, con lágrimas surcando su rostro, besó mi frente.

—Terminaremos de hablar allá afuera, ¿sí? —Se empezó a alejar pero yo tomé su muñeca y halé de ella. Cuando se giró a verme sacudí la cabeza intentando decirle que no se fuera—. No quiero que te angusties más, Dean, prometo contarte todo cuando estés mejor, pero por ahora descansa.

Ella tiró de su brazo con más fuerza y yo la dejé ir un poco molesto, pero entendía que no quisiera que me alterara; no cuando mis pulmones apenas se estaban recuperando del suceso del día anterior y respirar aún me costaba trabajo.

Ambas salieron de la habitación dejándome solo y con tiempo más que suficiente para pensar en todo este asunto.

El cáncer había regresado y me hallaba bastante seguro de que esta vez no sería tan fácil salir de esto.

***

Treinta llamadas perdidas, diecinueve mensajes de texto y siete mensajes en el buzón de voz. Todos de Sam.

Cinco días en el hospital sin haber sabido nada de ella, recuperándome de lo que pasó, y ahora estaba sentado en mi recamara con el móvil entre las manos debatiéndome entre llamarla o no. No quería que se preocupara demasiado, cosa que sabía que haría si no la llamaba, pero tampoco podía escuchar su voz en esos momentos. Si la escuchaba estaba seguro de que me rompería y no era algo que necesitara en ese instante.

Debía ser fuerte; por Jan, por mis sobrinos, por mí..., pero de algún modo, Sam siempre me hacía sentir vulnerable, frágil, descubierto, inseguro... y en aquellos momentos lo que menos necesitaba era sentirme así.

Suspirando, arrojé el teléfono sobre la cama, salí de mi habitación y me dirigí a la de mi hermana. Necesitaba que aclaráramos algunas cosas de suma importancia. Toqué a su puerta con suavidad y dos segundos después, Jan la abrió dejándome ver su rostro preocupado.

—¿Te sientes mal? —me preguntó con el ceño fruncido. Sonreí de manera triste y sacudí la cabeza sintiéndome culpable por hacerla sentir así.

—No —mentí. La verdad era que sí me sentía un poco débil—, solo quería hablar contigo sobre... Tú sabes. —Me encogí de hombros. Ella frunció incluso más el ceño y me dejó pasar.

—No lo sé, pero puedes explicarme. —Se sentó en el borde de su cama y palmeó su lado para que la siguiera. Cuando me senté, giró su cuerpo un poco para verme de frente y suspiró—. Ahora sí, ¿de qué quieres hablar?

Coloqué mis codos sobre mis rodillas y froté mis sienes en un intento de aclarar mis pensamientos.

—Quiero saber qué es lo que va a pasar conmigo. Si recibiré tratamiento o solo dejaré que... —Carraspeé—. Tengo miedo —susurré de manera casi inaudible, luego el silencio se hizo en la habitación durante algunos minutos.

No me atrevía a ver a Jan por miedo a lo que me encontraría en su mirada. No quería verla sufriendo o preocupándose, aunque sabía que era inevitable que lo hiciera. Ella me había cuidado durante toda mi vida, después de todo. Era más que mi hermana, había sido mi única figura materna, mi única familia.

Lentamente giré mi rostro y la encontré observándome con suavidad.

—Lo que tú quieras, Dean. Solo tú eres dueño de tu vida y tu cuerpo, y confío en tu criterio, por lo que haremos lo que creas que es mejor para ti. —Posó su mano sobre la mía y le dio un pequeño apretón—. Y yo también estoy asustada, es algo... normal en estas situaciones. Pero siempre has sido alguien muy fuerte y valiente, y no dudo que esta vez será igual.

»Lo superaremos, Deany. Superaremos esto porque somos increíblemente tercos y no dejaremos que el cáncer nos venza, ¿de acuerdo? Además esta vez tienes una razón más por la cual luchar y seguir adelante —dijo refiriéndose a Sam. Desvié mi mirada al suelo y mis ojos se empañaron con el recuerdo de ella sonriéndome y diciendo que me amaba.

Parpadeé un par de veces intentando contener a esas gotas para que no salieran rodando y salpicaran mi piel. No iba a llorar, tenía que ser fuerte.

Me dejé caer de espaldas sobre la cama y miré hacia el techo al tiempo que soltaba un suspiro.

—No quiero que ella también sufra, Jan —confesé—. Suficiente tengo sabiendo que tú lo sufrirás, al igual que Derek, como para agregar el dolor de una persona más.

Coloqué mi antebrazo sobre mis ojos y algo así como una película de recuerdos empezaron a reproducirse en mi mente.

La primera vez que vi a Sam. La primera vez que la acompañé a su casa. El primer beso que nos dimos. Los celos, las risas y discusiones. Las noches en vela mensajeándonos. Las llamadas a primera hora de la mañana. El primer «te quiero». El primer «te amo». La primera vez que hicimos el amor...

Un nudo se formó en mi garganta y comencé a respirar con dificultad.

No quería perderla, ella era mi todo..., pero era por eso que debía dejarla ir. Ella no merecía sufrir y si estaba en mis manos la manera de hacer que no sintiera ese dolor, entonces haría lo que fuera necesario para lograrlo, incluso si eso me destrozaba por dentro.

Tal vez al principio sufriera un poco nuestra separación, pero con el tiempo me olvidaría y seguiría con su vida normal, como si yo nunca hubiera existido.

O al menos eso quería creer.

El dolor en mi pecho empezó a expandirse con la imagen de ella sonriéndole a alguien más, besando y acariciando a un tipo sin rostro.

Sentí un agarre firme en mi antebrazo y destapé mis ojos para encontrarme con la mirada de Jan llena de miedo. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba respirando de manera acelerada y que debía de calmarme si no quería y terminar en el hospital otra vez.

—Tranquilízate, Dean. Recuerda que no debes estresarte, es malo para ti. —Su mano me acariciaba insistente pero su voz era suave, era la misma voz que usaba con sus pacientes para infundirles una paz que no tenían.

Y funcionó.

Poco a poco me fui calmando y mis pulmones dejaron de expandirse con tanta brusquedad para dar paso a unas respiraciones más serenas. Coloqué mi mano en mi pecho, sobre mi corazón acelerado por un poco de miedo, y me puse de pie con la intención de salir de la habitación de Jan.

—Voy a dormirme un rato, despiértame cuando tenga que tomarme el medicamento por favor —dije de espaldas, pero la voz de Jan me detuvo de salir.

—Creo que... es mejor que no llames a Sam todavía, ¿sí? No quiero que te vayas a poner mal.

Apreté la mandíbula y, aún de espaldas, asentí. Me dirigí a mi habitación, me recosté en la cama y me dormí.

No llamé a Sam durante dos semanas, más o menos, después de la conversación que había tenido con Jan. No quería escuchar su voz. O, más bien, quería escuchar su voz pero no quería que los inevitables sentimientos acudieran a mí como cada vez que la llamaba, así que pospuse eso durante el mayor tiempo que pude.

Pero cuando la llamé... Dios. Cuando la llamé casi me rompo. Ella me preguntaba cómo estaba, si había problemas en la casa, si todo estaba bien, pero no pude aguantar escucharla por más tiempo y colgué con la patética excusa de que mi móvil se estaba descargando.

Era tonto ya que nunca me había importado estar pegado al enchufe antes, pero fue lo único que se me ocurrió en ese momento para cortar la llamada. Me despedí diciéndole cuanto la amaba y que la extrañaba muchísimo y entonces me tumbé en la cama, mirando el techo como siempre hacia cuando hablaba con ella.

—Dean —me llamó Jan interrumpiendo mis pensamientos. Giré mi rostro y la encontré en el marco de la puerta con los brazos cruzados—. ¿Estás listo? —preguntó. Me incorporé sobre mis codos.

—¿Para qué? —inquirí confundido. Ella simplemente ladeó la cabeza y frunció el ceño. Parecía tan cansada...

—¿Lo olvidaste? Hoy es tu primer tratamiento. Tenemos cita en el hospital dentro de... —Revisó la hora en su teléfono— media hora, así que por favor alístate.

Se dio media vuelta y se fue, dejándome solo.

No quería empezar a recibir tratamiento de nuevo, era demasiado doloroso, pero al mismo tiempo no quería dejarme ir y rendirme tan fácil. No quería que mi hermana estuviera tan preocupada cuando estaba a un par de meses de aliviarse. Cualquier estrés suponía un riesgo para ella y mis sobrinos también.

Con agilidad me puse de pie y me vestí con unos pantalones oscuros y una camiseta negra. Bajé las escaleras y encontré a Jan sentada en el sillón mirando una serie de vampiros que amaba.

Sonreí.

Mi hermana tenía una obsesión con el tipo ese de ojos azules. Damon creo que se llamaba. Incluso lo tenía como fondo de pantalla de su móvil cuando Derek tenía una foto de ellos juntos.

Y luego decían que los hombres eran los menos cursis.

—Jan —la llamé. Ella giró su rostro para verme, luego apagó el televisor y se puso de pie con dificultad. Me arrojó un juego de llaves y yo las atrapé en el aire con un ágil reflejo. Elevé mis cejas como preguntando «¿viste esos reflejos?» y ella sacudió la cabeza riendo.

—Vámonos, hombre araña. Te toca manejar.

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