Capítulo 2
Los días siguientes a su extraña confesión pasaron y seguimos con nuestra costumbre al terminar las clases. Ya ni siquiera debía ofrecerme a acompañarla, ella me esperaba en la puerta de salida cuando no compartíamos la última clase.
Pareciera que Sam nunca hubiera dicho tal cosa —que yo era peligroso para ella— y que no hubiera descubierto que había mentido solo para poder acompañarla a casa. Sí, sé que había dicho que odiaba las rutinas. Hacer lo mismo una y otra y otra vez era un poco irritante para mí, pero acompañarla a casa todos los días era... diferente. Era refrescante y no lo sentía como rutinario Cada día aprendía un poco más de Sam y eso hacía que cada vez me gustara un poco más.
Aunque también estaba empezando a asustarme lo rápido que crecía lo que sentía por ella. Era atracción ya algo que no podía explicar con precisión. Lo que sentía cuando un chico se le acercaba y ella sonreía era... No podía controlarlo. Y eso me frustraba.
Nunca había sido el chico celoso. De hecho nunca una chica había atrapado mi atención como Sam lo hacía. Estaba bastante seguro de que algunos de mis amigos pensaban o llegaron a pensar que yo era gay, pero no era eso. Simplemente las mujeres que conocía nunca me habían cautivado, no me habían interesado. Ninguna había logrado captar mi atención como aquella pelinegra.
Sam... Ella ocupaba mis pensamientos día y noche; no podía concentrarme en nada que no fuera lo mucho que quería volver a verla otra vez. Lo peor de todo era que había logrado eso en tan solo un par de semanas y no quería ni imaginar lo que pasaría al final del año escolar. Seguro me tendría comiendo de la palma de su mano.
Creo que ya en esos momentos me tenía comiendo de su mano.
Pero incluso sabiendo todo esto, siendo consciente de que esa chica tenía tanto poder sobre mí, no era capaz de alejarme de ella. Al contrario, me hacía querer pasar cada segundo con ella y estudiar nuestras interacciones, conversaciones y cualquier tipo de contacto que tuviéramos para saber qué era lo que la hacía tan especial.
—Dean, ayúdame a servir los platos, por favor. Derek no tarda en llegar —pidió Jan mientras caminaba alrededor de la cocina. El vientre comenzaba a crecerle y era gracioso cómo ya no podía hacer las cosas que antes hacía con tanta facilidad.
—Deja te ayudo —dije cuando la vi tratar de alcanzar los platos en el estante superior de la alacena. Bajé los trastes y Jan me sonrió agradecida.
Desde que había conocido a Derek, ella era una nueva persona. Más alegre, más relajada y más tranquila. Y desde que se había enterado de que estaba embarazada era más dulce y comprensiva.
Sin duda el amor te transformaba.
Serví la comida en los platos tal y como me había pedido mi hermana y me dispuse a ponerlos sobre la mesa cuando mi celular comenzó a sonar. Le lancé una mirada y ella me hizo un gesto con la mano para que dejara todo ahí,
—Contesta, yo puedo acomodar los platos. No me voy a quebrar la espalda por eso.
Reí y asentí a Jan, luego me dirigí a mi habitación para contestar en privado. Era Sam.
—Hola —respondí con una sonrisa tonta en mi cara.
—Hey, Dean. Hola. Oye, disculpa, ¿puedes decirme qué es lo que teníamos de tarea en matemáticas? No lo apunté.
Últimamente Sam me llamaba, casi a diario, para preguntar por la tarea en lugar de hacerlo cuando la acompañaba a su casa. Me ponía feliz pensar que solo quería hablar conmigo más tiempo o escuchar mi voz. Era eso o siempre se olvidaba, pero tenía la esperanza de que fuera la primera opción.
—Hoy no dejaron tarea, Sam. El profesor tendrá cursos los próximos días y no estará impartiendo clases tampoco. —Me recosté en la cama y miré el techo mientras le respondía.
—Oh, es verdad —dijo soltando una risa—. Bueno... Gracias.
—De nada.
Un silencio se instaló entre nosotros tras decirnos esto y supe que nuestra conversación había acabado. No quería colgar todavía, pero tampoco tenía mucho que decir. Comencé a buscar en mi mente por algún tema de interés, pero entonces ella habló.
—Creo que sería mejor que cuelgue —susurró. Hice una mueca y suspiré.
—Está bien —respondí en voz queda.
Otra vez el silencio llenó el espacio. Escuché su risa después de algunos segundos y no pude evitar imitarla.
—De verdad no quiero colgar —confesó.
—Ni yo.
—¿No tienes una respuesta que tenga más de dos palabras? —cuestionó divertida.
—Lo siento, es que no sé qué decirte —Me quedaba sin palabras cuando hablaba con ella—, pero... de verdad, de verdad no quiero colgar —admití. Sam suspiró al otro lado.
—Me pasa lo mismo.
Y así nos quedamos sin decir nada pero no queriendo terminar la llamada por un rato más. Me gustaba que compartiéramos el silencio; con ella nunca sentía que necesitara llenarlos. Escuché murmullos al otro lado de la línea después de algún tiempo y Sam habló al fin.
—Mi madre ha llegado ya. ¿Nos vemos mañana?
—Sabes que sí.
—Está bien entonces. Cuídate, Dean.
—Igual tú —pedí.
Entonces colgó. Dejé escapar una lenta respiración y seguí mirando el techo hasta que la voz de Jan llegó a mi habitación pidiéndome que bajara a comer. Eso fue lo que hice. Bajé para acompañar a Derek y Jan en la comida.
Él estaba hablando sobre alguna situación en su trabajo y Jan lo escuchaba con atención mientras yo seguía perdido en las nubes, pensando en que si tal vez no tuviera miedo de irme en cualquier momento, de que el cáncer volviera, sería lo suficientemente valiente como para enamorarme de Sam. No sería difícil hacerlo.
Ella era el tipo de chica que con tan solo sonreír me alegraba el día, de la cual me podía enamorar y con la que podía imaginarme pasando mi vida; era del tipo de mujer que dejaba huella en tu vida, del que te podía romper el corazón. Pero el tipo de chica por el cual valía la pena arriesgarse, porque al fin y al cabo, sabías que te podía hacer inmensamente feliz.
* * *
Pasó un mes desde la primera vez que acompañé a Sam a su casa y, como había imaginado, cada día mis sentimientos por ella se hacían más fuertes y confusos. Si antes solo había querido pasar tiempo con ella, ahora anhelaba poder tocarla. Quería ser la razón por la cual sonreía todos los días, quería ser la causa de sus desvelos y el tema de sus sueños. Quería... arriesgarme con ella.
Pero no me atrevía.
Seguía esperando el momento en que nuestra rutina me enfadara, pero no pasaba, seguía siendo la misma y todavía se sentía como el primer día. Todos los días la seguía acompañando a su casa. Nuestras caminatas a casa se volvían cada vez más lentas, ninguno de los dos queriendo llegar a nuestro destino. Y entonces, un día, decidí comenzar a arriesgarme.
La primera vez que tomé su mano se sintió natural, ella no dijo o hizo nada para hacerme saber si se sentía incómoda, así que supuse que estaba bien. La primera vez que la abracé en el umbral de su puerta ella tampoco se quejó, ni la primera vez que besé su mejilla o su frente, o aquella vez que quité un mechón de cabello de su rostro y mis dedos se demoraron más de lo necesario en su rostro.
Ninguna de esas veces ella dijo algo que me hiciera pensar que estaba mal, así que llegó el día que ambos sabíamos pasaría. Fue tan natural detenernos frente a su puerta tomados de la mano y luego besar su mejilla, pero recuerdo con claridad que esa vez sus ojos oscuros me pidieron más, justo como yo también lo estaba deseando, así que, con lentitud, esperando a que ella se arrepintiera en el último instante, mis labios se acercaron a los suyos y, al final, ambos pares se sellaron con suavidad. Sus manos envolvieron mi cuello con timidez cuando y las mías se cerraron alrededor de su cintura de manera insegura.
Fue todo lento, dulce e inocente. Solo nuestros labios moviéndose, rozándose con suavidad, sin demasiada presión ni velocidad. Fue nuestro primer beso.
Y fue perfecto.
Nos separamos y ella sonrió luciendo apenada; mi pecho se infló con orgullo y felicidad.
—Nos vemos mañana —susurró mientras abría la puerta y entraba sin mirarme una última vez.
Asentí sin poder dejar de sonreír y pensé que todo había salido bien. Quiero decir, el beso, el momento, ella, nosotros... Todo fue perfecto, se sintió correcto.
—Hasta mañana —me despedí.
Cerró la puerta y yo regresé caminando a mi auto pensando que en cualquier momento explotaría de tan lleno que me sentía. Me encontraba feliz, como en el cielo, rozando las nubes con las puntas de los dedos. Y luego, cuando pensé que las cosas no podían ir mejor... todo se fue al infierno.
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