Capítulo 17

Jan solía hacer eso.

Se ponía de los nervios siempre que llegaban los resultados de los estudios semestrales; le gustaba hacer todo un drama, diciendo que teníamos que estar juntos para que, si llegaba una mala noticia, estuviéramos unidos y superáramos el shock inicial.

Sabía lo que era tener temor de que volviera, de que un día la poca normalidad que había adquirido, a la que me había acostumbrado, se esfumara. Claro que tenía miedo, sería tonto si no, pero Jan... siempre esperaba lo peor y no trataba de ocultarlo.

No sabía cómo sentirme ante eso.

—Entonces... ¿lo abres tú? —pregunté un poco divertido, aunque también me encontraba bastante nervioso, solo que yo no quería que ella lo notara. Debía ser fuerte ante ella, valiente.

Cada vez que el sobre con los resultados llegaba, un sudor frío estallaba por mi piel y la respiración se me tornaba un poco superficial. Mi corazón se aceleraba y mil pensamientos negativos corrían por mi mente. Esa vez no era la excepción.

Pero a pesar del miedo que me corroía por dentro, también tenía la esperanza de que todo fuera solo eso: un presentimiento y no una verdad.

—No, mejor ábrelo tú —susurró.

Estiró su mano temblorosa con el sobre en ella, lo tomé y con mucha lentitud, rompí el sello. Miré a Jan por debajo de mis pestañas antes de sacar los papeles y noté sus manos removiéndose nerviosas sobre su regazo.

—Relájate, no le hace bien a los bebés que te estreses —la regañé. Jan asintió y cerró los ojos para inhalar y exhalar en un intento por relajarse.

Abrí el sobre y saqué las hojas que contenía con mucho cuidado, como si tuviera una bomba a punto de explotar. En cierto modo era así; su contenido tenía la capacidad de explotar mi mundo. Nuestro mundo.

Coloqué los resultados sobre mi regazo y leí todo con sumo cuidado, tratando de no pasar por alto ninguna nota o detalle que pudiera ser de importancia. Leí y releí varias veces para ver si mis ojos no me estaban jugando una mala pasada, y cuando vi que los resultados no cambiarían por arte de magia, solté un suspiro y recargué mi cabeza en el respaldo del sillón.

—¿Y bien? —preguntó Jan.

—Léelo por ti misma. —Le extendí las hojas y me puse de pie para ir a la cocina a servirme un vaso con agua.

La casa estaba en completo silencio, solo se escuchaban mis pasos en la moqueta y mi respiración, aunque en mis oídos retumbaban también los latidos de mi corazón. Una vez que tomé el vaso y me serví agua, escuché el suspiro aliviado de Jan.

—Todo salió bien —dijo con voz temblorosa. Me encaminé de nuevo hacia donde ella estaba y sonreí de lado.

—Por ahora.

La mirada de Jan me dio miedo.

—No digas esas cosas, Dean —pidió molesta.

—Lo siento, solo estoy un poco abrumado por lo que ha estado pasando —susurré arrepentido. El rostro de mi hermana se suavizó.

—¿Cómo está ella? —quiso saber. Me encogí de hombros.

—No lo sé. Esta... saliendo adelante, supongo, pero no se puede decir que está bien.

Ella asintió comprensiva sin decir nada.

—Solo no te alejes de su lado. Los malos ratos son más soportables cuando tienes a alguien que te apoya incondicionalmente —musitó colocando la mano sobre su vientre y entonces supe que se refería a Derek.

—No lo haré, ella... me necesita demasiado. Me di cuenta de eso hoy. —Recordé lo que Sam había estado pensando y me sentí mal.

Alguien tan llena de vida como ella no debería estarse apagando, pero eso era justo lo que le ocurría en aquella situación. Su brillo se estaba extinguiendo y yo no sabía qué hacer para mantenerlo vivo.

—Bueno, iré a descansar un poco ya que estos pequeños no me dejaron dormir en toda la noche —dijo Jan frotando su barriga, la cual parecía más grande cada día. Bostezó al tiempo que estiraba sus brazos hacia el techo—. Despiértame cuando llegue Derek, por favor.

Se puso de pie y me acerqué a besar su mejilla.

—Está bien, descansa.

—Gracias.

Escuché que salía de la habitación, sus suaves pisadas en las escaleras, y me derrumbé sobre el sillón. Encendí el televisor y dejé un canal en donde estaban pasando una de mis películas favoritas.

Mientras observaba a Alice matar zombis, Sam seguía apareciendo en mi cabeza. Ese sentimiento de culpa no me lo podía quitar de encima. Sabía que tenía que estar con ella, más con eso de que se encontraba sola mientras su madre trabajaba. Sola y deprimida no era una buena combinación.

Con ese pensamiento en mente, me puse de pie y tomé mi teléfono para marcar el número de Sam. Marqué cuatro veces y no contestaba, por lo que me estaba empezando a asustar. Recordé nuestra conversación de aquella misma tarde y el pánico no tardó en hacerse presente.

—¿Dean, que pasó? —atendió en la quinta llamada. Suspiré aliviado.

—¿Por qué no contestabas? Estaba preocupado —dije sin responder su pregunta. De verdad había estado a punto de darme algo.

—Lo siento, estaba dormida. —Su voz era un susurro. Suspiré aliviado y pasé una mano por mi cabello, el cual definitivamente necesitaba un corte ya.

—Oh, perdón. Yo pensé que... Nada, no pensé nada. ¿Cómo estás?

Escuché el suspiro cansado de Sam al otro lado de la línea.

—Sé lo que pensaste, Dean, pero no lo hice y no lo voy a hacer. Te lo prometí, ¿recuerdas?

—Lo sé, Sam.

—Pues parece que no lo sabes —contestó molesta—. O no confías en mí, ¿cuál de las dos opciones es?

—Sam...

—No, Dean, no me hables así. Me pediste que no hiciera nada tonto y yo te lo prometí. Piensas que estoy al borde del abismo de la desesperación y que haré cualquier cosa por salir de ahí, cuando la realidad es que son solo pensamientos. Sí, he pensado en dejarme ir, en cerrar los ojos y nunca más volver a abrirlos, pero son solo eso, pensamientos. Soy demasiado cobarde como para atreverme a hacerlo —murmuró. La escuché tomar una profunda respiración y me sentí culpable por haberla molestado—. Así que no te pongas histérico, ¿de acuerdo?

»Creo que todos tenemos estos sentimientos alguna vez. Estoy casi segura de que tú también lo pensaste. Y aunque sé que tu situación fue diferente, el dolor que siento ahora mismo es tan inmenso que pienso que en cualquier momento me va a tragar completa. Pero quiero creer que solo es una etapa de duelo y que con el tiempo se irá. Pensar eso me da fuerzas y... Bueno, pensar en ti también.

»Pensar que te preocupas lo suficiente por mí, que me quieres y que te dolería perderme, hace que aguante día tras día. Y saber que tú fuiste lo suficientemente fuerte por años me da coraje para hacer lo mismo, Dean. Así que no estés preocupado, voy a estar bien —concluyó más apaciguada.

La escuché sorber por la nariz y un nudo se formó en mi garganta por sus anteriores palabras.

¿Qué podía responder a eso? Había dicho muchas cosas ciertas.

Me dejé caer sobre la cama y solté un suspiro antes de cerrar los ojos.

—Yo... lo siento. Y sí, tienes razón —admití. La línea se quedó en silencio unos segundos.

—¿Acerca de qué? —quiso saber.

—Acerca de todo. Yo también tuve esos sentimientos; podrá haber sido una situación diferente en la que nos encontrábamos, pero yo no sé lo que es perder un padre, un familiar tan cercano. Lo mío era dolor físico, lo tuyo es un dolor en el alma y esos son los peores. También creo que es una etapa de duelo y que con el tiempo la superarás, la superaremos, juntos —corregí. Hice una pausa sin saber si debía continuar, pero al final opté por tomar una profunda respiración para armarme de valor—. Y que te quiero, también en eso tienes razón. Te quiero tanto, Sam, y sufro por verte así, por saber el dolor que sientes y no poder hacer nada por quitártelo. Daría lo que fuera por ser yo quien lo llevara sobre su piel.

—Dean...

—No, Sam, de verdad. Tú no te mereces esto y si pudiera, cambiaría las cosas. Me pondría en tu lugar mil veces para que no tuvieras que saber nunca lo que es el dolor.

Escuché su sollozo al otro lado de la línea y me froté el pecho por encima del corazón. Un sonido sordo se había instalado ahí desde que escuché sus palabras.

—Te quiero mucho, Dean, y te necesito ahora mismo. ¿Crees que podrías venir? —cuestionó.

—Lo que sea por ti, mi niña.

***

Veinte minutos después estaba estacionado frente a la casa de Sam. Me bajé del auto y caminé con paso seguro hasta la puerta de entrada. No tuve ni siquiera la oportunidad de tocar porque ella abrió la puerta y se abalanzó a mis brazos. La sostuve fuerte contra mi pecho al sentirla rodearme el cuello, como si en cualquier momento fuera a desaparecer, a escurrirse entre mis dedos.

—Te extrañé —susurró contra mi pecho, yo reí.

—Me viste tan solo hace un par de horas.

—Fueron eternas. —Sonreí contra su cabello al oírla decir aquello y la levanté en mis brazos, enredó sus piernas en mi cintura sin quitar su rostro del hueco en mi cuello y nos introduje en la casa. Cerré la puerta de una patada y me dirigí a un sillón.

—¿A qué hora llega tu mamá hoy? —pregunté en un susurro. Sam elevó un poco su cabeza para mirarme e hizo una mueca pensativa.

—Creo que llega mañana. Tiene doble turno esta vez.

Asentí y tomé asiento con ella en mi regazo sin ganas de separarla de mi cuerpo. Nos quedamos así muchísimo tiempo, sin decir nada, solo abrazados, reconfortándonos, mirándonos.

—¿Dean?

—¿Sí, muñeca? —Sam rio por el apodo.

—Aún es demasiado pronto, pero no me importa. ¿Sabes qué?

—¿Qué? —Cepillé un mechón de cabello detrás de su oreja y besé su mejilla.

—Te amo.

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