9• Fragmentos de cristal.

Aprender defensa personal fue más difícil de lo que creí. Aunque tenía buena coordinación, carecía de fuerza suficiente para derribar a un oponente. Al principio me quejé de lo estúpido que era aprender aquello, sólo porque me sentía muy frustrado por no conseguir resultados.

Yuuri se encargó de contradecir y contestar mis quejas sin problema alguno. "¿Si no puedes derribar ni siquiera a Zet, cómo esperas poder huir de un Upyr o derrotarlo?"

Él no quería que yo me enfrentara a los horrores del exterior y si bien había accedido a entrenarme eso no significaba que me permitiría salir al matadero.

Al comienzo consideré que quizá el cerdo se comportaba como un espartano en mi entrenamiento para hacerme desistir, pero Zet y Mila se apresuraron a declarar que eso no era verdad.

"Yuuri es así con todos los que entrena. Quiere que sean muy fuertes y capaces de regresar a salvo."

Yo había tomado una decisión y eso que me ofrecía el entrenamiento de Katsuki era lo que yo quería. Comprendí que, en lugar de quejarme, debía aprender rápido.

Los días que Yuuri permanecía en Hasetsu nos recluiamos en un rincón de las salas de entrenamiento junto con Mila, Zet y Phichit.

Mi primer objetivo fue derrotar a Zet y para ello debía ser rápido. Veloz.

El menor de los Chulanont medía prácticamente lo mismo que yo, pero el era más avanzado en esas lecciones y tenía mucha agilidad. Las primeras dos semanas me la pasaba maldiciendo cada vez que caía al suelo gracias a un buen movimiento por parte de Zet. Una de esas noches en las que no quería ni que él agua de la ducha me tocara porque sentía el cuerpo como una moratón gigante, Katsuki se apiadó de mí. Quizás porque al fin había entendido que no daría vuelta atrás, quizás porque se compadeció de mis múltiples manchas moradas y verdosas en el cuerpo.

Hasta ese entonces él no había intercedido en las prácticas más que como guía, y tenerlo como contrincante frente a mi fue excitante de una forma extraña.

Su cuerpo en posición de ataque, cada músculo tensionado y listo para moverse y atacar. Rostro serio y labios en una línea dura, examinándome y buscando la forma más rápida de estrellar mi cara contra el suelo. Y sus ojos, ese par de gemas del color del más puro ámbar, brillando doradas en la escasa luz del lugar donde entrenábamos a escondidas, atrayentes y con una mirada letal. Ese hombre me demostró que era capaz de hacer crujir mis huesos y ni siquiera se había movido.

Era un tanto intrigante comprender que esa persona de mirada fría fuese la misma que dormía a mi lado todas las noches, quien me dejaba abrazarlo en la privacidad que las paredes que nuestras habitaciones nos daban; con quien comía todos los días y a quién esperaba ansiosamente los días que debía salir.

Yuuri era como una especie de anestesia del mundo exterior para mi. Lo descubrí una de las tantas noches que las pesadillas atacaron mi mente. Desperté a mitad de la noche, no obstante no hubo gritos de mi parte como solía ser. Simplemente abrí los ojos, exaltado y lo primero que mi mirada observó una vez que se adaptaron a la oscuridad, fue a Yuuri. Su rostro tranquilo y relajado, labios ligeramente entreabiertos. Su respiración suave mecía los cabellos que caían en mi frente. Muy cerca, pero no lo suficiente. Esa noche pasé mucho tiempo viendo su rostro, preguntándome cómo podía lucir tan calmado y con qué clase de cosas soñaría alguien como él, que aún sabía lo que era el miedo a perderlo todo.

Me cuestioné si yo ya era lo suficientemente importante para aparecer en sus sueños.

Él jamás luchó contra mí, simplemente se limitaba a esquivar mis golpes, cada vez más rápido con la intención de hacer ganar velocidad a mis movimientos. Cuando, después de casi un mes, logré darle dos golpes seguidos continuamos con la rutina establecida.

Al volver a pelear contra Zet yo era más ágil y tenía mejores reflejos. Podía fácilmente dar un buen golpe a Zet y hacerlo caer después de varios minutos.

Las habladurías entre los demás militares no se hicieron esperar. Después de todo el chico con apariencia frágil que acababa de comenzar sus entrenamientos estaba aprendiendo con rapidez. A tal grado de ganarle al hermano de Phichit.

Después de esa victoria seguía mi segundo nivel: Mila.

Con mi amigo debía ejercer velocidad, sin embargo, con la pelirroja llegó mi talón de Aquiles. La fuerza.

Babicheva era increíblemente fuerte para una chica y eso no le hacía nada bien a mi ego, porque yo podría ser un niño, pero era un hombre y que una mujer golpeara más fuerte que yo era ridículo.

Si el de ojos miel dejó un mapa de moratones en mi cuerpo, la de ojos azules me hizo sangrar casi tanto como sudar.

Mi velocidad servía mucho para esquivar varios golpes, pero no todos y cuando un puño de Mila chocaba contra mi piel la sangre se apresuraba hacia la magulladura, traspasando la carne por la herida que ella dejaba.

Una noche, mientras Yuuri curaba una herida de mi labio me confío otro de sus secretos de lucha. Me molestaba el hecho de que no me enseñara todo desde un principio, pero también comprendía que lo hacía por mi bien. Yo debía aprender a pensar bajo estrés, a despejar la mente en medio de la desesperación, a buscar una solución a la menor brevedad posible.

Para derrotar a Mila era necesario incrementar mi agilidad y ser más veloz. Mientras más rápido esquivara un golpe, más tiempo para contraatacar obtenía. Y aunque no logré golpearla con la misma fuerza, si llegué a derrotarla dando golpes rápidos y centrados. Un par de movimientos con las piernas y su cuerpo cayó en el piso acolchado.

No obstante, ni combinando mi velocidad ganada con mi aparentemente facilidad para dar golpes múltiples y seguidos, fui capaz de ganar contra Phichit.

Sabía que para derrotar al Chulanont mayor y llegar a Yuuri debía ganar fuerza muscular.

Así que durante muchas noches me escabullía de la cama de Katsuki y me iba a entrenar con los sacos de boxeo hasta el amanecer.

Tardé tres meses hasta que logré salir victorioso en dos de cada cinco encuentros con Phichit y fue todo un logro.

Para cuando por fin Yuuri me consideró listo y digno de ser su contrincante yo ya tenía 13 años y confiaba plenamente en todo lo que él y los demás me habían enseñado.

Yuuri Katsuki no era considerado uno de los más fuertes por nada. Tenía una resistencia brutal y fuerza matadora. Fue duro y extremadamente difícil cada lucha contra él.

Y también era divertido.

El cedito era un experto en sacarme de quicio con mucha facilidad. Al tiempo que yo sudaba, gruñía y sangraba en medio de nuestros encuentros, él seguía tan fresco como una verdura recién cortada bajo el rocío de la mañana. A penas le movía los cabellos.

Con casi tres semanas sin poder derrotar a Katsuki hice algo que no considere hacer jamás: buscar ayuda de alguien más.

Christopher Giacometti además de ser un buen doctor era muy bueno con los puños. Entrenaba con él cuando Yuuri salía a la superficie. Quería sorprenderlo, hacerle ver que yo podía ser fuerte y capaz de luchar a su lado, de cuidar su espalda. Y todo de él.

No contemplé la posibilidad de que Chris me ayudaría de tan bien agrado, y no solo él.

Otabek Altin, Seung-Gil Lee y Jean-Jacques Leroy se unieron a mis mañanas de tortura.

Los rumores de mi supuesta buena agilidad y velocidad se esparcieron entre los demás militares. Tanto Buscadores como Aniquiladores veían incrédulos mis luchas contra los hombres que, junto a Katsuki, eran los más fuertes en esa minúscula ciudad subterránea.

Chris los dejaba observar siempre y cuando nadie le comentara absolutamente nada al comandante Katsuki. Y Zet no tardó en unirse a mí obstinado deseo de aprender más.

Zet era fuerte y rápido, pero necesitaba soltar más su cuerpo.

Yo era veloz, pero me faltaba más fuerza.

Con Giacometti fui capaz de obtener más reflejos, a no sólo fiarme de lo que veía, sino a utilizar los demás sentidos. El cambio en el ambiente y el sonido que el viento hacia cuando movía los puños buscando mi rostro o abdomen.

Leroy y Lee fueron más demandantes. A Jean le gustaba presumir y tener buenos contrincantes lo entusiasmaba, por su parte Seung era más serio y sus instrucciones eran las más entendibles. Entre los dos me enseñaron a utilizar las piernas para dar golpes más fuertes y certeros, a dar saltos y correr a mayor velocidad.

Otabek fue un asunto aparte. Era tan fuerte como Yuuri aún cuando apenas era tres años mayor que yo. Con él tuve que usar todo lo que había aprendido. Fue como la última prueba antes de llegar al final de todo. Y no era nada realmente porque aún debía aprender muchísimas cosas.

Una mañana desperté gracias a la sensación de los dedos de fríos de Yuuri acariciando la delicada y frágil piel tras mi oreja. Soltando una clase de gruñido combinado con un ronroneo de apreciación me di la vuelta para encararlo, sin embargo, su expresión no mostraba nada, perdido en algún rincón lejano de sus pensamientos. En algún lugar al que yo no me sentía capaz de llegar.

El cerdito era fuerte y en algún momento del año que llevaba a su lado caí en cuenta de que no sabía mucho de él. Porque yo podía conocer su lado serio y su lado dulce, podía apreciar su sonrisa tranquila en las noches y sus muecas de dolor ante las curaciones a sus heridas, conocía y distinguía el sonido de sus risas despreocupadas y verdaderas, al sonido sin armonía que soltaba cuando estaba molesto.

Entre otras cosas sin sentido como su adoración por el Katsudon, su gusto insano por los dulces de fresa y que le gustaba que le acariciaran el cabello, justo detrás de las orejas, como un cachorro buscando cariño.

Pero existía algo que yo no sabía y eso era cómo lucirían sus bonitos ojos inundados de emociones negativas.

No es como si quisiera verlo sufrir. No eran tan hijo de puta. Simplemente era un deseo egoísta al querer que el dolor de sentirse desplazado por una persona querida desaparezca.

Dolía que Yuuri se cerrara a sí mismo y huyera de mi. Él no era ningún Dios o súper hombre y por muy fuerte que fuese, seguía siendo humano.

¿Por qué, después de tantas pérdidas, de presenciar tantos horrores y ser testigo de tantas muertes, Yuuri nunca lloraba, no se entristecía, no se molestaba?

No era ningún insensible, podía jurar que Yuuri tenia más emociones que cualquier ser humano que hubiera conocido antes. Aunque no es como si hubiera conocido a muchos realmente. Pero el azabache tenía un corazón con sentimientos muy marcados, me lo decían sus ojos, su sonrisa. Me lo gritaban los suspiros y susurros aterrados que soltaba de vez en cuando a mitad de la noche en el refugio que la oscuridad le daba a sus sueños.

Entonces, ¿Por qué no mostrarlos?

No me molestaba la idea de que Katsuki fuese más sincero conmigo y con él mismo. Me sentía más preparado para presenciar a Yuuri molesto a tal punto de arrojar y romper cosas, a gritar de frustración y a llorar con la rabia y el dolor rasgando su garganta que a verlo otorgando sonrisas falsas a todo el mundo. A ver sus ojos sin su brillo característico.

—Buenos días. —Habia dicho él en aquella ocasión. Aún con la mirada perdida.

—¿Qué rayos pasa por esa cabezota tuya? —Fue mi delicado saludo mañanero.

Esa fue la primer vez que escuché uno de los miedos del azabache. Yuuri había tenido un mal sueño donde él regresaba a Hasetsu junto con su grupo de aniquiladores, sólo para encontrarnos a todos muertos.

Y al despertar lo primero que vió fue un golpe bastante feo y con un desagradable tono morado con tintas verdes oculto bajo las hebras doradas de mi cabello, en la piel de mi cuello.

Y me sentí estúpido al confesar mi infantil deseo de sorprenderlo y las prácticas con mis nuevos entrenadores, que eran unos jodidos sádicos. El golpe me lo había hecho Otabek con una patada bien dada por distraerme al escuchar un jadeo de Zet, quien no pudo detener un golpe de Seung a sus costillas.

Y antes de que Katsuki comenzara a dar un discurso sobre nuestra promesa rota y a dar una acusación de traición por mi parte, le di las gracias.

Avergonzado y con el rostro ardiente oculto en la almohada gruñí cuando el de ojos ámbar preguntó por qué le agradecía.

—Es la primera vez que me dejas verte tan... real. —Sonreí ante el calificativo y un pequeño temblor recorrió mi cuerpo cuando los brazos de Yuuri me rodearon y dijo algo que me gustó más de lo que imaginé:

—Intentemos ser más reales el uno para el otro.

El resto de esa mañana lo pasamos bajo las cobijas de la cama, relatando miedos y anhelos.

Cuando Yuuri confesó que no se permitía ser débil ante nadie porque eso hacía su fragilidad más real para él, así como su terror a perder a las personas que quería, le dije que se dejara de idioteces y que podía, que le ordenaba ser más sincero conmigo. Admití que no lo consideraría inutil y que incluso podría intentar ser su fuerza, su suporte del dolor.

—¿Y qué obtendré yo a cambio? —preguntó Yuuri, con voz ronca pero baja y mirada tan dulce y cálida como su sonrisa ante el sonrojo furioso en mi rostro pálido.

Lo pensé. Realmente considerando que de bueno había en mi que él pudiera tener. Pero yo no tenía nada.

Katsuki me había dado el privilegio de verlo tal y como era y ahí estaba yo, exigiendo sinceridad sin dar algo con el mismo valor.

—Te daré el gusto de compartir la mierda de mi vida y los fantasmas de mi pasado.

Yuuri comprendió al instante a lo que me refería y llevó una mano a mi rostro, aportando un mechón de lacio cabello rubio.

Yo no era el único que no lo sabía todo del otro.

—Sólo si me das también tu futuro.

Y después de meses obligándome a olvidar, o al menos no pensar mucho, en lo que había presenciado desde que tengo conciencia hasta el día que él me encontró entre los escombros, permití que los recuerdos llenarán mi cabeza, uno tras otro.

Se lo dije todo. Desde la vida que tuve con mi madre, escondiéndome en mi propia casa porque los novios y clientes de ella encontraban divertido jugar conmigo cuando mamá se quedaba dormida; hasta lo triste y solo que me sentía siempre. El anhelo de un amigo y el deseo de no conocer a nadie. Le dije que vivía con la convicción de que todos los seres humanos estábamos rotos y que nuestras almas fragmentadas hacían daño al intentar tocar otras. Le dije que el cristal astillado que tenía por corazón rogaba por recuperar sus pedacitos faltantes, pero que yo se lo negaba por miedo a que terminaran de romperlo. O que los pedazos de otra persona me hicieran sangrar aún más.

Le hablé sobre la la alegría de conocer algo que no creía existente: La amabilidad de otras personas. El señor Chulanont, todos en Hasetsu, él. Todos me mostraron que las personas rotas no siempre hieren con sus puntas afiladas o formas amorfas; a veces solamente se complementan.

¡Y eso era la cosa más jodidamente aterradora de mi vida! Porque el mundo se cae a pedazos a mi alrededor, sobre nosotros se pierde la humanidad y con ello las esperanzas. ¿Cómo vivir con la incertidumbre de no saber cuándo perderás a las personas maravillosas que te costó tanto trabajo, sudor, lágrimas y sangre encontrar?

—Por eso quiero ser fuerte, por ello te pedí que me enseñaras —. Dije.

Por muchos segundos él no respondió, se limitó a pasar distraídamente la punta de sus dedos a los largo de mi brazo; desde el cuello, pasado por la curva de mi hombro hasta el inicio de mi muñeca y de regreso. Sin perder de vista mis ojos, como si quiera ver el centro mismo de mi alma, sin tomar en cuenta lo incómodo que yo estaba por que él hallase lo más frágil dentro de mí.

—No sé que hacer con tus miedos, Yuri —susurró después de una pequeña eternidad, su voz era baja, como si temiera que la noche nos descubriera —. Porque no sé qué hacer con los míos, pero... —se movió, acercándose más, instándome a corresponder su abrazo y ocultar la cara en la curva de su cuello. Yuuri huele a chocolate —Tal vez mi corazón no está astillado como el tuyo, quizás está peor y ya no hay salvación para él, sin embargo, por favor, déjame regalarte los pedazos que le quedan y reconstruir el tuyo.

No quise profundizar en su respuesta, demasiado temeroso aún de otorgar más de lo que yo tenía. Por miedo a ser lastimado.

No obstante, estaba considerando seriamente que, si alguien debía hacer estallar la cosa dentro de mi que latía en busca de cariño y protección; al menos me gustaría que fuese Yuuri.


—Creo que esa no es para ti.

Lo observé, frustración burbujeando en mi sangre.

Al fin, luego de casi una jodida eternidad, o unos cuantos meses para ser menos dramático, logré derrotar a Yuuri dos ocasiones seguidas. Una tras otra. Y fue lo más emocionante que había experimentado hasta ese momento.

Luchar contra Leroy y Otabek no se le acercaba ni remotamente. Si bien Jean-Jacques era más fuerte que Yuuri, no tenía la resistencia física por la que era tan reconocido el de ojos ámbar. Por ello una lucha cuerpo a cuerpo contra Katsuki era como pelear solo contra un mini ejército.

Tener al cerdito frente a frente y ser capaz de apreciar el cambio del hombre amable al arma letal que aparentaba ser fue como sentir una descarga eléctrica. La adrenalina bombeando desde el centro de mi pecho, viajando por mis venas, calentando todo dentro de mi, pero dejando una capa de sudor frío en mi piel.

Tenía la ventaja de ser más pequeño y más delgado. Mi velocidad y fuerza me hacían más ágil para esquivar sus golpes y ser capaz de saltar de un lado a otro, metiéndome en los espacios que dejaba su guardia hasta llegar a él y golpear. Pudieron pasar horas para mí hasta que, luego de ganarme varios puñetazos y patadas, vi a Yuuri flaquear y terminar con una rodilla en el suelo y mi patada llegó dura y concisa a su estómago, vengando el corte en mi labio que hizo su codo.

Con eso llegaba la segunda parte de nuestra promesa. La otra parte que debía aprender y con lo que de verdad podría detener un infectado: las armas.

Me sorprendió que Yuuri les dijera a los demás que él se ocuparía de instruirme en eso, que ellos ya habían ayudado mucho. Creí que él habia olvidado su molestia de no ser quién me enseñara a romperle la cara.

Sin embargo la ansiedad que me provocó poder elegir un arma no tardó mucho.

Katsuki de verdad era meticuloso con todo y quería que yo supiera utilizar cualquier cosa a mi alcance.

Dagas, cuchillos, arcos con flechas, ballestas, ¡incluso espadas!

Toda clase de armas pasaron por mis manos durante semanas hasta que por fin llegué a las armas de fuego. O ellas llegaron a mí.

Cuando Yuuri me pidió escoger entre todas las que había puesto en la mesa de metal junto a nosotros y en el cuarto de tiro, mis ojos se enfocaron en una que reconocí. La que descansaba cada noche en la mesita de noche junto a la cama, del lado de Yuuri.

En la superficie Yuuri carga pistola ametralladora que he visto solamente cuando está por irse a una expedición y la otra que se parecía a la que tenía frente a mi era una pistola gruesa y pesada, la diferencia radicaba en que esa era negra y la de Yuuri plateada.

—¿Por qué no es para mí, cerdo? —gruñí.

—Es una Glock 18, Yuri, es muy pesada para tí.

—Pero me gusta y quiero ésta.

Él suspiró e ignorando mis reclamos me quitó el arma y su mirada recorrió las demás cosas letales en la mesa. Pasó por cosas que realmente se veían pesadas y largas con cañones que daban miedo a las más pequeñas y tomó una que se parecía un poco a la suya.

Glock 34—dijo, dejándola entre mis manos —. Es un modelo un poco más alargado y aunque no es más ligera la corredera tiene un hueco en la parte delantera para hacerla menos pesada —su dedo recorrió el metal negro hasta casi llegar a la punta —. Eso te dará más balance.

No entendí mucho y él lo notó.

Dos días después yo ya era capaz de distinguir la mayor parte de las armas. Incluso podía cambiar los cartuchos cada vez más rápido.

Una vez el azabache decidió que estaba listo para dar mis primeros disparos yo ya estaba más que entusiasmado.

—Iremos despacio, Yuri, no queremos que te lastimes, ¿cierto? —habló mientras acomodaba los protectores en mis oídos sobre la cuerda que sostenía las gafas protectoras a mi rostro.

Asentí y me coloqué en la posición que ya me había enseñado, separando las piernas y buscando soporte de los músculos de mis piernas para no caer por la fuerza del disparo, así como tensar los músculos de los brazos para no romperme la nariz con la pistola.

Sin embargo la mano de Yuuri tocando mi hombro me detuvo y toda mi concentración se fue al carajo al sentir su pecho pegado a mi espalda y sus manos recorriendo mis brazos hasta llegar a mis manos.

—Cambia ligeramente la posición de tus manos —A duras penas escuché lo que dijo y quise hecharle la culpa a los audífonos en mis oídos y no al alocado retumbar de mi corazón —. Ojos en el objetivo, Yuri.

Tragué pesado e hice acopio de toda mi voluntad para no girar y patearlo.

Estas muy cerca. Hace calor, huele a chocolate.

Sus manos sobre las mías reafirmaron el agarre a mi Glock y mis ojos se concentraron en el mirador, cuando tuve el blanco en la posición que deseaba, apunté y apreté el gatillo. La fuerza del disparo hizo que los músculos de los brazos me ardieran por amortiguar el golpe que pudo haberme roto la nariz.

La bala se incrustó en la línea negra junto al centro blanco.

Mierda, estuve tan cerca.

¡Pero fue lo más jodidamente grandioso que había hecho!

—¡Lo hice! —Grité —¡¿Lo viste, Yuuri?!

Solté la pistola y me giré para saltar y abrazar al cerdito con brazos y piernas. ¡Ya era capaz de matar! ¿Quién diría que sería tan horripilante como emocionante?

—Casi nunca me dices Yuuri.

Me quedé estático ante su acusación.

Lentamente separé mi rostro de su cuello y sin soltar el abrazo de koala a su cuerpo, me separé lo suficiente para verlo a la cara.

Entonces perdí parte de mi aliento y mi alma se había ido quién sabe a dónde.

Los ojos de Yuuri brillaban, pero estaban ligeramente más oscuros. Del color del ámbar al caramelo fundido.

Acercó su rostro al mío rozando su nariz con la mía y cuando su mirada bajó de mis ojos a mis labios, me estremecí en anticipación.

Había soñado con eso una vez, después de pasar muchos minutos viendo a Yuuri dormir me pregunté si sus labios serían tan suaves como se veían, aunque en ese entonces el tenía un golpe bastante feo en el labio inferior. Y soñé que mi lengua delineaba su boca.

—Yuri...

Su aliento me hizo cosquillas en los labios, el sonido de su voz cantó en mis oídos y el olor de su piel burbujeó en el fondo de mi garganta.

Su boca acarició la mía, del mismo modo que sus manos, aún en mis muslos, proporcionando calor.

No tenía ni la menor idea de qué hacer. Había presenciado besos, pero jamás había dado uno y mucho menos a un hombre.

Pero cuando sus labios comenzaron a moverse sobre los míos, todo dejó de importar. Con lentitud imité sus movimientos, acariciando y atrapando sus labios con los míos.

Recordando mi sueño saqué la lengua y con la punta delineé la piel rosa y carnosa de su labio inferior. En un movimiento rápido, él atrapó mi lengua y mordió.

Ambos saltamos al escuchar la alarma resonando en las paredes del lugar, rompiendo nuestro beso y buscando aterrados la mirada del otro.

La ciudad subterránea de Hasetsu tenía tres tipos de alarmas y cada una se diferenciaba por la intensidad y el color de las luces sobre nosotros.

Amarillo significaba emergencia médica. O sea que, los que habían salido a expedición regresaban con sobrevivientes heridos o ellos eran los heridos.

Azul era emergencia dentro del lugar, ya sea fuga de gas, incendio, etc.

Rojo era el último y Yuuri no había querido decirme que significaba.

Bajando de su cuerpo, dejé que tomara mi mano y nos sacara de la sala de disparos. La alarma sonaba con un pitido largo por dos segundos y las luces amarillas parpadeaban en el techo.

Subimos por las escaleras hasta llegar a una de las entradas al estacionamiento. El grupo que había salido esa mañana era de Buscadores. Mila estaba entre ellos.

Cuando llegamos a uno de los camiones pudimos ver las cajas de comida, galones de agua, y otros víveres llenando casi por completo la parte trasera y justo a lado una camioneta con los buscadores era rodeada.

—Mila —Llamó Yuuri en cuanto la vió y ella se giró para abrazarlo. Se veía tan sucia y asustada que ignoré el pinchazo en el pecho al ver que el moreno correspondía el gesto. Pero agradecí que no soltara mi mano.

—¿Qué sucede? —pregunté viendo la desesperación del lugar y a Víctor y Sala corriendo y dando órdenes persiguiendo camillas con gente ensangrentada.

—Estramos a una zona residencial —explicó ella, viendo en dirección a la camioneta —. Una casa estalló de la nada. —sus ojos buscaron los castaños de Yuuri —Fue extraño, como una reacción en cadena, una a una simplemente comenzaron a arder.

—¿Habia Upyrs dentro?

—Si, eso creo. Escuchaba sus berridos como el de... los demás —Mila frunció el ceño al escuchar un gorgoreo tras ella. Yuuri fue más rápido y me jaló para que quedara detrás de él.

En el hueco entre sus cuerpos pude ver que ocurría. Chris intentaba sostener a un chica de piel blanca y abundantes rizos negros. La reconocí como la antipática novia de Georgi, uno de los enfermeros de Sala.

Ellos siempre andaban lamiéndose la cara sin importar donde y frente a quienes se estaban. Y aunque ella era odiosa, él la veía siempre con adoración.

Adoración que no se apreciaba ahora.

—¡La mordieron! —gritó Giacometti, sosteniéndola del cuello para evitar que actuara una vez la infección corrompiera su cuerpo por completo.

En menos de dos segundos todo aquel que tenía un arma en ese lugar apuntó su cañón hacia Anya, cuyos ojos perdían poco a poco el color y se fundían con el negro de sus pupilas.

—¡No, esperen! —El grito de Georgi fue ignorado y opacado por el sonido de los seguros de las armas soltándose —Por favor, no...

—Chris no podrá detenerla por mucho tiempo, Georgi —habló J.J apareciendo detrás de él y sosteniéndolo para que no se acercara más a ella. —Ella ya no es humana, y si la dejamos todas las personas aquí sufrirán el mismo destino.

—O nos convertiremos en su cena. —El estómago se me revolvió ante la amenaza de Yuuri.

Todo el mundo espabiló cuando los gritos de dolor de Anya se convirtieron en rugidos animales mientras intentaba soltarse de los brazos de Chris y llegar a su cuello con los dientes.

—Lo siento, Georgi —dijo Mila y asintió hacia Chris.

El rubio soltó a Anya, empujándola lejos de él y una ráfaga de disparos se escuchó por todo el estacionamiento, haciendo eco al grito de Georgi.

El cuerpo de ella quedó irreconocible y aún así todos sabíamos que si queríamos estar completamente seguros, debía ser incinerada.

El llanto de dolor desgarraba la garganta de Georgi y su rostro bañado en lágrimas hacia que toda la situación fuese más surrealista.

Mientras algunos se llevaban el cadáver de Anya, Mila se acercó a su amigo, quien aún era sosteniendo por Leroy. Cuando Mila abrazo a Georgi, Yuuri hizo lo mismo conmigo, pero contrario al abrazo fraternal ante nosotros él me hizo girar para ocultar mi vista de todo en su pecho. Y me abrazó en un intento porque no escuchara nada.

Pero si escuché.

—¡Georgi, no!

—¡Alejate de él, Mila!

—¡Suelta eso!

Gritos. Un disparo. Más gritos.

No tenía que ser un genio para comprender que Georgi le había quitado el arma a Mila o quizás a J.J y, después de presenciar la transformación y ejecución de su prometida, decidió terminar con su propia vida.

Fue cuando caí en cuenta de lo mucho que Yuuri me protegía de todo. Porque mientras él me mantenía ocupado entrenando para llegar a luchar junto a él, probablemente ni siquiera tenía planeado dejarme salir a la superficie. Para no ponerme en riesgo.

Quizás él y Phichit sólo nos engañaban a Zet y a mí. Haciéndonos creer que nos dejarían enfrentarnos a los demonios ahí afuera.

Solamente nos distraían de los hechos obvios. Intentando que olvidáramos que estábamos enclaustrados bajo tierra, esperando un milagro.

Entonces recordé el beso que acabábamos de compartir. Tan lleno de calor en los labios y cosquilleos en el estómago.

Me aferré a su chamarra y enterré aún más el rostro en su pecho, hasta hacerme daño.

Yuuri no me engañaría. Él no quiere perder gente importante.

Porque me sabía importante para él. Así como él era lo más especial que he tenido en la vida.

Lo siento. Pero yo también tengo gente que quiero proteger.

Si él no me dejaba ser parte de su grupo, buscaría otro.

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