6• Perdón.

Pasé mucho tiempo viajando entre la inconsciencia y la realidad. En parte por el cansancio que sentía ahora que el terror había pasado momentáneamente y porque la anestesia seguía haciendo de las suyas en mi sistema.

Después de que me sacaron del destrozado auto del señor Chulanont, el tipo de ojos ámbar se mantuvo a mi lado aún cuando la ayuda médica llegó. Dejé los ojos cerrados durante todo el tiempo que tardaron en trasladarme a una ambulancia, pero jamás solté la mano fría del japonés.

El médico que me atendió fue un sujeto de ojos verdes, que parecía llevarse bien con el soldado.

—Te anestesiaré... —dijo con voz cantarina antes de guardar silencio, la interrogante en sus ojos.

—Yuri... —Odié que no pudiera hablar más que en un susurro, sin embargo el dolor apremiaba.

—Vaya, otro Yuri.

Frunciendo el ceño dirigí la mirada al chico que permanecía junto a mí en la pequeña cabina de la ambulancia, no pensaba soltar su mano y él parecía no tener inconvenientes con ello. Yo podía ser muy testarudo, pero en aquél entonces aún era un niño, y no quería sentirme más sólo de lo que ya estaba.

Él sonrió. Ese chico que no debía tener más de veinte años sonrió para un niño mal herido con fragmentos de cristal en el abdomen, dentro de una ambulancia en medio de una ciudad llena de muerte e infectados que han perdido toda humanidad. Sonrió para mí.

—Mi nombre es Yuuri, Katsuki Yuuri. Suena ligeramente distinto al tuyo, pero no deja de ser un poco confuso.

La mueca indefensa de su boca se borró al alzar la mirada hacía el doctor que se dedicaba a sacar los vidrios en las heridas en mi cuerpo. Yo me abstuve de separar la vista de su rostro y apretaba el agarre con su mano si algún movimiento del médico era demasiado incómodo.

En ese tiempo descubrí que el hombre mayor y rubio de ojos verdes era suizo; se llamaba Christophe Giacometti y, al igual que yo, llegó a tierras japonesas creyendo que aquí estaría a salvo. Cuando la realidad golpeó a su puerta decidió ayudar a cuantos fuera posible uniéndose al padre del otro Yuuri y su pequeña organización.

Del japonés poco pude saber, más allá del hecho que trabaja fuera del ejercito japonés desde que la infección comenzó, para mantener a salvo a su familia y amigos cercanos. Si estaban ahí ahora, haciéndose pasar por la brigada japonesa era gracias al deseo de Phichit por rescatar a su padre. Por supuesto, no llegaron a tiempo.

Quise preguntar más cosas. Saber más sobre ellos y lo que sucedería a continuación. Pero el cansancio se adueñó de mi cuerpo y mente cuando Christophe terminó de suturar y vendaba mi abdomen.

Desperté después de lo que, supuse, fueron horas. Me descubrí dentro de un camión y recostado en una colchoneta, a mi alrededor más personas, tanto sobrevivientes como soldados, dormitaban. Al intentar moverme un quejido ahogado abandonó mi garganta, dolía el cuerpo entero ya que la anestesia había desaparecido.

—No te muevas mucho. Chris dijo que tus heridas tardarían en cicatrizar.

Moví los ojos intentando dar con el dueño de la voz. Primero descubrí que a mi lado dormía Katsuki. Sangre manchaba su uniforme militar así como su rostro. Su mano aún sujetando la mía. Después me topé con Phichit Chulanont tras él, sentado y recargado en la pared del camión.

—Yuuri insistió en quedarse junto a tí —explicó el moreno. Iba a decirle que no le había preguntado y que podía ahorrarse ese tipo de información cuando recordé que era el hijo del hombre que murió por salvarme la vida.

—No debió haberlo.

—No lo hizo. En cuanto te dormiste salió a seguir buscando sobrevivientes.

Bueno, eso era mejor. Por un momento creí que yo no había soltado su mano aún durmiendo. Al intentar soltarlo en ese momento, era el japonés quien hacía presión en el agarre.

—Está anocheciendo...

El horror llegó a mi cuando escuché al moreno hablar.

Cuando la noche caiga ellos vendrán por nosotros.

La ligera sonrisa que el de ojos oscuros me dio tenía intención de ser tranquilizadora. No lo logró. No con una mirada tan triste.

—No pasará nada malo si conducimos a gran velocidad y la epidemia no ha llegado en los pueblos que atravesaremos.

Asentí.

Guardamos silencio por un largo tiempo. Él parecía entretenerse viendo el techo de la gran cabina y yo inspeccioné a las personas a nuestro alrededor.

Cinco ciudadanos y tres soldados. Todos dormidos.

—Entonces... —giré para encontrar los ojos oscuros de Phichit. Era clara su incomodidad, pero debíamos tener esa conversación y yo prefería que fuera lo más pronto posible —Eres Yuri Plisetsky, ¿no? Mi padre... él nos comentó que tenía un vecino de la edad de Zet. Dijo que cuando fuésemos a visitarlo seríamos buenos amigos.

No respondí.

Ese hombre le había hablado a sus hijos de mí. Un niño solitario, para que fueran amigos.

—Él debió vivir. —Dije. Porque era cierto.

Esa persona tan amable debería estar en mi lugar, hablando con su hijo, abrazándolo. No yo, que no tenía la menor idea de como disculparme por haber llevado a una buena persona hacía su muerte.

—No podemos cambiar los hechos —la voz de Chulanont es distante, como si intentara creer sus propias palabras. Suspiró —Murió luchando y salvó a alguien importante.

—¿Importante? —exhalé, incrédulo —¡Murió salvado nada! ¡No soy nadie y ya no tengo nada! Ni siquiera sé quién soy. Él debió vivir y no morir por alguien que no lo merecía.

Las lágrimas no me dejaban ver el rostro del moreno y lo agradecía. No quería ver el rostro de un hijo que perdió a un padre que no había visto en mucho tiempo. No quería ver su aversión hacía mí, el culpable.

—Mi padre no murió por tu causa, si eso es lo que piensas —respondió, voz suave —. Suponiendo que no hubiese escapado contigo, nada garantizaba su sobrevivencia. Además —sonrió —, eras importante para él, por eso quiso arriesgarse a tú lado. No es tu culpa, Yuri. Al contrario, gracias por estar con él en su final.

¿Cómo dar una respuesta a eso? No podía. Aún si no estaba de acuerdo, no ganaba nada discutiendo por ello.

—...Lo siento. —Susurré en cambio.

—No te perdonaré hasta que hagas algo por mí.

Lo observé en espera. Si me pedía que me lanzará del camión o que me arrancara las suturas de mis heridas con mis propias uñas lo haría.

—Vive. —Ordenó con ojos serios sobre su ligera sonrisa —Vive por él, que no pudo. Dices que no sabes quién eres, pues descubrelo. ¿No tienes nada? Busca algo que sea importante para tí y lucha por protegerlo. Así él habrá muerto por algo bueno y tú pagarás tú deuda.

Giré sobre mi costado, aún si las heridas ardían y el dolor sólo aumentaba las lágrimas. No quería que él me viera llorar.

—Si...

Ante mi respuesta, la mano que sujetaba la mía dio un pequeño apretón.


—¡Mi Yuuri rescató a un niño tan lindo! ¿Nos lo quedamos?

—Yuuri no lo salvó solo. No es tuyo y él no es una mascota, Vitya.

Puse los ojos en blanco ante el intercambio de palabras. Cerca del mediodía llegamos a nuestro destino y me llevé una gran sorpresa cuando supe que estábamos varios metros bajo tierra. El lugar era impresionante y un tanto moderno. No pude ver más porque me llevaron inmediatamente al ala médica junto a las otras personas rescatadas.

Giacometti volvió a atenderme y justo cuando iba a preguntar por Katsuki o Chulanont, la puerta se abrió, revelando al japonés con otro hombre casi colgando de su brazo. Víctor era su nombre y, como yo, era ruso.

—¿Cómo te sientes? —El azabache preguntó, soltándose del albino y caminando hacía la camilla donde me encontraba. Guardé silencio. Repentinamente molesto con tantas personas en la habitación.

—Necesita descansar más, Yuuri. Deberíamos dejarlo.

El aludido clavó sus ojos ámbar en los míos, ignorando a Giacometti. Me removí incómodo ante su escrutinio y desvíe la mirada, de alguna manera parecía leerme.

—Ustedes vayan adelante, los alcanzaré en unos minutos.

Ambos adultos obedecieron, sonrientes.

—¡Te estaré esperando para comer, Yuuri! —gritó el tal Víctor antes de cerrar la puerta.

—No tienes que quedarte —solté de forma un poco agresiva.

—Pensé que quizá no querrías quedarte solo.

¿De verdad podía leer mentes? Acababa de vivir y ver horrores que jamás imaginé siquiera. Las películas de terror que tanto me gustaban no hacían justicia y quedaban insulsas junto a mis recuerdos de las últimas 48 horas. Pero no quería ser débil, no quería que él ni nadie me vieran de esa patética forma. No importaba si de verdad no quería estar solo, ni que el miedo aún permaneciera en mi pecho.

—No me trates como aún niño. Tu novio está esperándote para comer, ¿no? Largate.

Soné más brusco de lo que esperaba, pero funcionó. Él salió del cuarto, dejando soledad en su lugar y un sentimiento de desilusión en mi pecho que quise ignorar.

Pasaron diez segundos para que me diera cuenta de que mi orgullo me había ganado el silencio que quería, pero también el descubrimiento de un nuevo miedo a la soledad que jamás había experimentado.

—Vuelve. —Murmuré bajito.

Pensé en mi madre, en como sí ella que me trajo al mundo nunca volvió aunque se lo pidiera hasta el cansancio antes de cumplir seis años, no volvería él; un extraño que nada tenía que ver conmigo.

Cinco minutos después la puerta volvió a abrirse. Mostrando a Katsuki con una bandeja en las manos. Dos tazones, dos vasos. Tras él una mujer de estatura baja, rellenita y con una sonrisa cálida entró, ropa en manos.

—Ella es mi madre, Katsuki Hiroko —presentó el azabache innecesariamente mientras ponía la bandeja con comida en la mesita a mi lado. El parecido era bastante obvio. Ojos impresionantes y sonrisas llenas de calidez.

—Hola, Yuri-chan —dijo ella. No pude evitar sonreírle de vuelta. Era involuntario, ¿cómo no corresponder a ese rostro lleno de bondad? —Te traje un poco de ropa, es de mi Yuuri, pero creo que te servirá hasta que encontremos algo de tu talla. Si necesitas ayuda, por favor, no dudes en pedírmelo.

—G-gracias.

La pequeña mujer dejó las prendas en posesión de su hijo y se fue.

—Te traje sopa, Chris dice que es mejor que no comas muchas cosas sólidas en unos cuantos días —informa el de ojos ámbar ofreciéndome un tazón y una cuchara —¿Puedes comer solo?

Me limité a asentir. Me moría de hambre. No había comido gran cosa aún antes de que los infectados llegaran al edificio.

Estaba delicioso. La mejor sopa que había probado en mi vida. ¿Sería muy ridículo si lloraba por algo como eso?

Mierda, había llorado más en las últimas horas que en todos mis doce años juntos.

Él sonrió al verme devorando la comida y se limitó a tomar su plato y sentarse en la silla junto a la camilla.

—¿Qué es eso? —pregunté al ver su colorida comida. Jamás la había visto.

—Katsudon.

Lo observé y moví la cabeza como si entendiera lo que decía. No lo engañé.

—Prueba un poco —dijo, cortando una porción con los palillos y acercándola a mis labios.

Miré desconfiado al bocado y luego a él antes de abrir la boca. Un estallido de sabor llenó mis papilas gustativas, nada se comparaba con eso, ¿qué Dios era responsable de semejante maravilla?

—Veo que te gustó.

Afirmé repetidas veces con la cabeza ante la risa de Katsuki y eso logró sacarme de mi ensoñación y fantasía sobre casarme con un plato de comida. Su risa era suave, como el repiqueo de campanillas. Inconscientemente relajé los hombros ante el nuevo sonido.

—Más. —Pedí, no muy seguro a que me refería con exactitud.

—No puedes, órdenes del doctor.

Fruncí el ceño y lo relajé al escuchar su risa otra vez.

—En cuanto te mejores yo mismo lo cocinaré para tí, lo prometo.

El descubrimiento de que él tenía dotes culinarios me distrajo lo suficientemente de mi amargura. Y me hizo preguntarme qué estaba pasando y por qué él parecía estar tan pendiente de mí y mis necesidades.

—¿Por qué haces todo ésto?

Fui testigo de cómo su rostro mutaba de una clara y brillante sonrisa a un rostro serio y calculador. Toda una pérdida.

—No lo sé. —Contestó, sincero. una mano rascando su mejilla —¿Importa?

¿Si, importa?

Lo pensé. En ese momento todo parecía estar bien. No había desesperación, ansiedad ni miedo. Quizás hasta podría aprovecharme de su compañía para ya no sentirme solo.

—¿Tu novio no se molestará?

La sonrisa reapareció.

—No te haga ideas equivocadas, Víctor no es mi novio. Es doctor de aquí, como Chris, y bastante cariñoso, dale unos días y tú tampoco podrás quitártelo de encima.

Bufé al imaginarlo.

—Entonces, no. Ningún problema.

Y a partir de aquí comenzaremos con la interacción Yuuyu antes de seguir con el drama, sangre y destrucción.

Gracias por leer y por sus bellos comentarios

ByeByeNya🐾

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