19• Casados.

Cuando Yuuri duerme, en las pocas veces que permanezco lo suficientemente despierto para acosarlo durante sus sueños, he descubierto que hace muecas.

No exageradas y no todo el tiempo.

En algunas ocasiones yo despertaba a mitad de la noche porque él comenzaba a moverse demasiado o murmurar cosas sin sentido. Al girarme o alzar el rostro hacia el suyo, podía ver su ceño fruncido o la forma en que dilataba las aletas de la nariz, provocando que ésta se moviera igual a la de un auténtico cerdo. Incluso sonreía o hacia pucheros. En algunos momentos también lo veía distorsionando la cara en una mueca adolorida antes de despertar por alguna pesadilla.

Yuuri Katsuki tiene un rostro muy expresivo cuando baja la guardia, así que verlo dormir es un espectáculo digno de admirar aunque yo me lo pierdo muchas veces porque el sueño vence en mí antes que en él.

Sin embargo, ahora Yuuri no se mueve, sumido en una inconsciencia sin sueños de por medio. Quizás demasiado cansado física y mentalmente como para que sus preocupaciones o miedos lo alcancen después de ver tantos horrores durante las últimas horas.

O también puede ser gracias al resfriado y el medicamento para la fiebre que Viktor le obligó a engullir.

Es extraño verlo ahí, tendido en la cama matrimonial, totalmente dormido y con las mejillas pintadas de un ligero rosa por el calor corporal. Es extraño porque quien se enferma más seguido de ambos soy yo; Yuuri casi nunca enferma. Y cuando lo hace no dura más de dos días.

Contrario a mí que, durante mis resfriados fuertes, me veo tentado a escribir mi testamento antes de que la parca venga a reclamar mi existencia, pero desisto al recordar que no tengo nada de valor más que el sentimental y eso es demasiado vergonzoso. Obviando también mi maldito dramatismo.

La temperatura de Yuuri baja considerablemente y eso es un gran alivio, aun cuando Viktor juró que no había de qué preocuparse.

Si no fuera porque mi cerdo se veía tan demacrado y al punto del colapso, lo habría golpeado; un golpe fuerte al escuchar la historia de su herida en el brazo ¡¿Cómo diablos se le fue a ocurrir meter la mano en la boca del vampiro?!

Cerdo estúpido, inconsciente, idiota, impulsivo... y con mucha suerte.

Que mi novio conserve su mano y Phichit la cabeza es algo que aplaudir y premiar. Una estatuilla a la estupidez humana y capacidad de supervivencia afortunada.

Preferible no pensar en ello por ahora.

Con cuidado, me escabullo entre las mantas, reptando sobre el colchón hasta llegar a su lado y sentir el calor que desprende su piel, acomodando la cabeza en su pecho para escuchar en primera fila el concierto que arma ese órgano, que festeja estar vivo casi tanto como yo el que lo esté.

Yuuri huele a chocolate, con un toque a madera recién cortada y el característico aroma a jabón de baño y crema para afeitar. Después de una ducha y tomar su medicamento, prácticamente se quedó dormido mientras yo terminaba de secarle en cabello con una toalla pequeña y Viktor suturaba la herida en su muñeca.

Tenerlo así, dormido plácidamente a mi lado, hace que las preocupaciones y el terror de las últimas horas valgan la pena. Al menos para mí.

Porque soy una persona horrible y egoísta y no tengo reparos en festejar el hecho de que nuestra familia y amigos estén bien. Dentro de lo que "bien" pueda abarcar en esta situación. No obstante, sé que la gran mayoría de las mujeres y niños que logramos sacar de Hasetsu perdieron a un esposo o un padre, quizás un hermano.

Nuestras filas descendieron varios números también y algunos de los soldados sobrevivientes experimentan el dolor de alguna pérdida incalculable.

Las catástrofes parecen incrementar cada vez que creemos que las cosas mejoran, pero yo me limito a pensar que, mientras tenga a las personas que quiero a mi lado, realmente no me interesa mucho lo que suceda a continuación.

Lo cual es una mierda infantil.

El pecho de Yuuri sube al tomar un respiro profundo y su cuerpo se remueve debajo de mí, un minuto después sus brazos me rodean y me dedico a disfrutar sus caricias y su olor filtrándose en mi cuerpo, llenándome de su efluvio relajante y protector.

—Yura...

—Buenas tardes, Cerdito.

Ambos guardamos silencio, disfrutando el contacto entre nuestros cuerpos. Olor a chocolate amargo mezclándose con vainilla y de repente extraño las estrellas en el techo, esas que iluminaban nuestros actos con resplandor fosforescente, ocultos en la soledad de nuestro dormitorio; aunque la luz filtrándose desde el balcón a través de las cortinas logra el mismo catalizador relajante.

Es como estar en casa.

Los dedos de Yuuri deslizándose entre las hebras de mi cabello, masajean el cuero cabelludo y ahora quien quiere dormir soy yo, pero un sonido me hace reír.

Sobre el ligero silbido del viento colándose a la habitación, el ruido que hace Hiroko moviéndose en la cocina y voces de las personas que caminan por la calle junto al edificio; el rugido del estómago de Yuuri suena atronador en la oreja que descansa sobre él.

Mi risa es limpia, dejando que las preocupaciones, los malos presentimientos pasados y la angustia se esfumen en el aire como el sonido de mi carcajada y la de mi novio. Olvidando momentáneamente el jodido mundo en el que vivimos y siendo solamente una pareja extraña y perfecta dentro de nuestra imperfección; Yo, un chico que intenta cuidar de su novio resfriado y Yuuri sonrojado porque su estómago ruge exigiendo alimento.

—Lo siento... —Katsuki se disculpa y el rubor en sus mejillas se intensifica por la vergüenza. En mi fuero interno maldigo que sea tan tierno en una escena tan ridícula.

—Es hora de alimentar al cerdo. —Prácticamente salto fuera de la cama y encamino a la cocina sin mirar atrás antes de ser yo quién termine comiéndoselo a él.

Hiroko me sonríe al verme llegar tan relajado y sonriente, deteniendo su ardua tarea de destazar una manzana para transformarla en pequeños conejos.

—Ya despertó.

Ella suelta su instrumento de tortura para abrazarme al escuchar mi anuncio y al instante se separa para tomar un plato y servir un poco de sopa caliente.

—Me alegra tanto. —Dice, aunque no era necesario. La felicidad por saber que su hijo está bien se refleja en el brillo de sus ojos —¿Tú quieres comer también, Yurichan?

Niego y ella se encamina a la habitación que compartiré con su hijo mientras yo me dedico a exprimir un par de naranjas para hacer jugo, como pretexto para darle a madre e hijo tiempo a solas. Y quedarme yo a solas con los conejos rojos.

Diez minutos después, y sin manzanas, regreso para ver como Hiroko acaricia el cabello despeinado de Yuuri y éste ha terminado con la comida.

Él me sonríe al pasarle el vaso con jugo cítrico y Hiroko se acerca para besar nuestras mejillas antes de retirarse.

— ¿Están todos bien?

Mis dientes muerden mi labio inferior y sopeso mi respuesta tomando mi tiempo al acercarme y meterme bajo las cobijas para acurrucarme a su lado. Él no tarda en rodear mi cuerpo con sus brazos.

—Contando el camión que llegó con ustedes, tenemos 94 ciudadanos y 47 soldados. Todos reubicados en dos edificios que nos otorgaron al llegar —respondo, enterrando la nariz en su pecho—. Sin contarte a ti, Jean y Phichit: no hay heridos.

Él suspira, probablemente pensando en las casi cien vidas pérdidas. Yo me dedico a acariciar su brazo, deteniendo mi avance al llegar a la venda que cubre la mordida.

— ¿Te duele?

—No mucho.

Lentamente muevo ni cuerpo, deshaciéndome de su abrazo hasta quedar arrodillado a su lado y así poder sentarme en su regazo abrazando su cuello y enterrando el rostro en la curva de su hombro. Mi mejilla calentándose en la piel que cubre la vena palpitante en su cuello.

— ¿Gatito?

—Estaba tan asustado. —Confieso, esperando que de esa manera él comprenda un poco de la desesperación y dolor que tuve que pasar, rogando porque así se lo pensara dos veces antes de cometer otra estupidez. Como separarse de mí, por ejemplo —No vuelvas a asustarme así, Yuuri idiota.

Su risa es ligera y conciliadora al abrazarme, su mano sana trazando círculos en mi espalda, y sus labios acarician mi sien, erizándome con su respiración.

—No iba a morir tan fácilmente, Yuri...

—¿Según quién?

—Tenme un poco más de confianza, Yuratchka. —Su risa es armoniosa y ronca mientras me separo un poco para verle la cara. No es hasta que nuestros ojos se encuentran que su expresión toma seriedad y su mirada ámbar parece fundirse para acariciarme desde adentro, tranquilizando a mi dolido corazón —Prometí que siempre estaría contigo, ¿no? Sé que no he podido cumplir todas mis promesas, pero eso no significa que las haya olvidado o lo diga a la ligera, Yuri. Te amo y hay muchísimas cosas que deseo hacer a tu lado. Vivir, es la principal; compartir mi vida contigo.

Está de más decirle que le creo. Que mi estúpido corazón está dispuesto a latir por muchísimo tiempo más si es para estar con él, para amarlo a él. Porque soy plenamente consciente de que Yuuri jamás ha querido decirme mentiras, solamente ha hecho lo que ha estado en sus manos para proteger a las personas que quiere.

Las promesas que nos hemos hecho el uno al otro no son palabras vagas, solamente no hemos tenido el tiempo suficiente para cumplirlas, pero lo haremos. Tarde o temprano, encontraremos la forma para amarnos y ser felices en este mundo mientras intentamos salvarnos mutuamente.

Yuuri ha prometido que, sin importar nada, volverá a mi lado siempre.

Y lo ha cumplido. Incluso antes de conocernos, Yuuri Katsuki ha sabido hallarme en medio del caos. Encontrándome para sostenerme entre sus brazos y brindarme calidez, felicidad y amor. Intentando alejarme del dolor siendo un humano que también debe lidiar con sus terrores internos.

Sonrío, mis labios estirándose y las lágrimas nublando mi vista.

No me detengo a pensar en lo llorón que he estado estas últimas semanas, ni reconsidero mis acciones porque Yuuri esté resfriado, no me detengo hasta que mi sonrisa acaricia sus labios y él termina de unirlos en un beso voraz.

Mis dientes muerden y su lengua busca la mía, el sonido húmedo que crea la danza de nuestros labios y nuestras respiraciones agitadas hacen eco en la habitación. Mis manos se abren camino ascendiendo desde su pecho, acariciando, reconociendo las facciones de su rostro hasta enredarse en los mechones negros de su cabello, justo sobre la nuca.

Un jadeo escapa desde el fondo de mi garganta y muere en su boca al sentirlo moverse bajo mi cuerpo, sintiendo su necesidad de mi tan apremiante y dura como mis deseos de sentirlo por completo. Fuerte y duro, que me haga el daño suficiente para creerme que de verdad está aquí, que estamos juntos.

Nuestro beso baja de intensidad cuando él suelta un quejido. La herida en su muñeca restringiendo sus movimientos. No queriendo tampoco que la fiebre le regrese, beso con más gentileza sus labios.

Acariciando con la punta de los dedos sus mejillas; labios sobando cariñosamente los suyos; lamiendo con lentitud su paladar para beber la risa que provocan las cosquillas, jugando con su lengua provocándola con la mía; mordiscos suaves al carnoso labio inferior de mi novio, porque sé que le encanta y el suspiro tembloroso que me regala lo reafirma.

Su mano sana busca abrirse paso bajo mi playera y justo cuando voy a quitármela para darle mayor acceso en mi piel, un par de golpes se escuchan en la puerta.

Yuuri refunfuña y eso me extraña. Usualmente soy yo quien maldice la interrupción y él quien ríe divertido y frustrado a partes iguales. No puedo culparlo, yo también lo deseo.

No obstante, hasta ahora reparo en que Hiroko podría habernos escuchado sin ningún problema desde la cocina.

Blasfemando, bajo del regazo de mi novio para sentarme de forma decente a su lado antes de dar entrada libre al inesperado e inoportuno visitante.

El primero en entrar es Toshio, su expresión relajada y sutil sonrisa se convierten en una mueca extraña entre diversión combinada con incomodidad al vernos sonrojados, despeinados y con labios rojos por los desgastantes besos anteriores.

Tras él entra Takumi Nishigori, pero él hombre no parece comprender que interrumpió un buen festín de reencuentro al sonreír tranquilamente. Tampoco parece importarle que ambos estemos cómodamente sentados en la cama.

—Yuuri, muchacho, ¿Cómo está tu salud? —Saluda y Yuuri le sonríe.

—La fiebre casi ha desaparecido, aunque ésto será una molestia durante unos días. —Responde alzando la mano vendada, y agrega con semblante serio y una pequeña reverencia. —Le agradezco lo que está haciendo por nosotros, Señor Nishigori.

—Oh, no te preocupes por ello. Ya hablé con tu padre y Yakov sobre eso. Todo está bien, éste es su nuevo hogar, siéntanse libres de actuar como deseen. Además, —agrega —tener más soldados aquí da más protección a la colonia.

Mientras ellos conversan un poco más yo dedico mi tiempo a pensar en lo que Nishigori ha dicho.

Es cierto que el tamaño de la Ciudad Amurallada da más libertad de movimiento y privacidad, sin embargo, creo que no seremos completamente libres hasta que la amenaza fuera de los muros desaparezca. O se cure. Y para ello Viktor debe seguir perfeccionando el prototipo de su cura junto a los demás químicos que este lugar ofrece.

—Ya tendremos tiempo de rehacer nuestras filas. —La voz del mayor me recuerda la realidad que he ignorado pensando en una pronta y anhelada libertad —Concéntrate en recuperarte por completo, muchacho.

—Gracias, Señor.

—Para nada, el apoyo de tu pareja ha sido beneficioso —dice el hombre, instándome a bajar la cabeza para ocultar el estúpido bochorno, alimentando la diversión de los otros hombres—. Bueno, yo me retiro. Nos vemos pronto, Yuuri —Los ojos oscuros de Nishigori ven a mi novio antes de buscar mi mirada y mover ligeramente la cabeza a modo de despedida—, joven Katsuki.

Reprimiendo las ganas de tirarle una almohada en la cara porque eso sería mal visto y maleducado hacia el hombre que nos ha otorgado un nuevo refugio, gimo angustiado al sentir la mirada inquisidora de los verdaderos Katsuki, tanto padre como hijo, antes de que el primero salga tras Nishigori, informando que él y Hiroko irán a comprobar la recuperación de Phichit.

Una vez que la puerta es cerrada, hago lo único que creo conveniente en un momento tan crucial como éste, en un vago intento por perseverar la poca dignidad que me queda; ocultarme bajo las mantas.

Ocultar mi rostro de la mirada curiosa de mi novio.

—Yuri...

—Cállate.

Yuuri permanece en silencio unos segundos, pero me sobresalto al sentir su mano buscándome entre las sábanas. La experta extremidad no tarda en encontrarme y la yema de sus dedos aprovecha el camino libre que le da la piel expuesta por mi ropa desarreglada.

Las manos normalmente frías de mi cerdito ahora están tibias por la pasada fiebre.

Ahogo un gemido al sentir su mano bajando por la piel de mi vientre hasta el botón de mis pantalones, dejando un camino ardiente y cosquilleante a su paso.

—No lo hagas... tu mano...

— ¿Por qué te dijo "Joven Katsuki"?

Sus dedos se las arreglan para desabrochar el botón y bajar el cierre con una sola mano. Mostrando una agilidad inusitada y envidiable para las personas patosas como yo.

Casi grito al sentir la diestra acariciándome sobre la ropa interior. El calor abrazador traspasa la delgada tela del bóxer provocando que un hormigueo recorra mi espalda, como una lamida electrizarte por toda la extensión de mi columna vertebral, terminando como una contracción en la entrepierna.

—Yuuri...

—Contéstame, Gatito.

Pasados los minutos, las flojas caricias sobre mi miembro no incrementan ni la presión ni en velocidad, volviéndome loco y anhelante por sentirlo piel contra piel; salgo de mi escondite.

Desenterrado la cara de entre las cobijas, jadeando en busca de aire, me encuentro con sus ojos ardientes por el deseo y sonrisa entretenida.

— ¿Gatito...? —Apremia, deslizando sus cálidos dedos bajo la ropa y tocando mi erección sin objeciones ni prisas, pero con total libertad. Dedos cálidos amasando mi piel, acariciando la extensión al tiempo que su pulgar presiona la punta que llora por más atención.

Dejo caer la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda en busca de más velocidad. Más de todo. Yuuri recompensa mis jadeos desinhibidos acercándose, besando el lóbulo de mi oreja y lamiendo el punto que sabe me encanta.

—Yo les dije... que me llamaba así... —Admito minutos más tarde, cuando el burbujeo ardiente se incrementa en mi bajo vientre, amenazando con estallar en su mano, quemándome hasta convertirme en cenizas, felices escombros —De alguna forma... di a entender, quizás, que estamos... ¡casados!

Mi grito suena amortiguado contra mi antebrazo, la esencia de mi liberación manchando la palma de su mano. Sus besos en la cumbre de mi clavícula dejan cosquilleos a su paso, succionando.

El fuego ambarino que arrasó con cualquier pensamiento coherente de mi mente, se disipa poco a poco, arrastrándome sobre las réplicas de mi orgasmo. El aire lucha por entrar a mis pulmones y pequeñas punzadas de dolor en un costado me reprimen por el esfuerzo, pero lo ignoro.

Ignoro todo porque la expresión de Yuuri es digna de guardar por la posteridad. Obligo a mi aletargado cerebro a captar la imagen, grabándola a fuego, a sangre en mis retinas para archivarla junto a los recuerdos bonitos. Aquel lugar apartado en mi mente donde resguardo las charlas con mi abuelo, mi primer encuentro con Yuuri, mis clases de cocina con Hiroko y todas mis primeras veces con mi novio. El encuentro, la primera vez que sus dedos se entrelazaron con los míos, el primer abrazo desinteresado, cuando secó mis lágrimas, cuando se mostró frágil por primera vez ante mí, nuestro primer beso, la primera noche que hicimos el amor...

Las palabras tienen un poder inconmensurable. Nuestras voces transforman todo lo que deseamos expresar.

Cada cosa que expresamos, que decimos en susurros tímidos, en voz alta o secretamente en nuestros pensamientos, influye en gran medida en nuestra existencia, en nuestra forma de actuar y en la de las personas que nos rodean y escuchan. Trazando caminos, uniendo senderos, dirigiendo hacia el futuro.

Las palabras bien expresadas o dichas al azar. Palabras dichas con el corazón en la mano o mintiendo descaradamente. Cada oración que sale de nuestras vidas tiene poder. Si es para felicidad o para herir, depende de cada individuo.

Las palabras son mágicas, sencillas, poderosas, pero no siempre las personas pueden entender lo que una sola palabra puede lograr.

La mía, una sola palabra mía, es capaz de provocar ese cambio en el rostro de Yuuri.

El paso de sus emociones se muestra claramente en su rostro, mutando su expresión; la sorpresa auténtica transformándose en comprensión y aceptación total antes de que la diversión pagana baile en su mirada alrededor del fuego que hace brillar sus ojos.

Yuuri está sorprendiendo, pero feliz; la gran sonrisa que cruza su rostro es muestra de ello. La incredulidad aún persiste en el ligero ceño entre sus cejas, pero su mirada prueba que lo ha entendido. Lo entiende perfectamente y la emoción que perdura en él es la felicidad, pero aun así pregunta.

Pregunta porque está en los seres humanos esa necesidad malsana por querer comprobar todo lo que escuchamos o buscar una explicación lógica a lo que vemos. Por ello él cuestiona, voz contenida y una de las sonrisas más grandes que le he visto:

— ¿Ya eres mi esposo?

Como respuesta, me siento a mitad del lecho matrimonial sin despegar mi vista de sus expectantes ojos. Poco a poco me deshago de mi ropa. Allá va la sudadera, la playera al otro rincón y los pantalones cayendo pesadamente al pie de la cama junto a mi ropa interior.

Yuuri me ve, absorbiendo cada rincón de mi cuerpo, prestando especial atención a las marcas de mis heridas porque para él cada una de ellas es prueba de mi supervivencia. Cada cicatriz es prueba de que sigo vivo.

Estirando el brazo con la mano sana hacia mí, Yuuri hace amago de querer tocarme, así que me acerco más a su cuerpo, sentándome sobre mis talones.

Cálidos dedos acarician mi mejilla, descendiendo con lentitud por mi cuello, presionando donde sus besos han dejado marca sobre mi piel y cuando llega a mi pecho toma un pezón entre sus dedos, excitándolo hasta que está casi rojo y baja aún más, provocando cosquillas al rededor del ombligo e interrumpe mis risas al llegar a la entrepierna, tomando entre sus dedos lo que siento como toda mi anatomía en éste momento.

Obligándome amargamente a dejar de sentir sus caricias, detengo sus movimientos con ambas manos y alejo la diestra experta antes de montarme a horcadas sobre sus muslos.

Mis labios trazan un recorrido sobre la piel que me sé de memoria, reconociendo cada centímetro, el sabor y sonriendo al escuchar suspiros de deleite.

Beso la frente de Yuuri, valiéndome de una mano para apartar los mechones azabaches que cubren su piel; mis labios acariciando ligeramente, como si se tratasen de las alas de una mariposa, los párpados rosas, maravillándome con las pestañas oscuras y espesas que descansas sobre los pómulos; mis dientes muerden delicadamente una mejilla y un dedo de mi mano juega con la punta de su nariz cuando Yuuri la arruga al sentir la ligera punzada de dolor; y cuando por fin llegó a sus labios llevo ambas manos a su quijada, sosteniéndolo, anclándome a la cordura para ladear mi rostro, en busca de mayor comodidad y acceso a su boca.

La punta de mi lengua acaricia la curva inferior de su boca y abro la mía para beber el suspiro que suelta, mis labios besan suavemente, adorando el calor y disfrutando su piel satinada hasta que es él mismo quién profundiza el beso, buscando mi lengua, invitándola a jugar dentro de él.

Mientras tanto mis manos se entretienen en algo más productivo, como desnudar a mi cerdo. Yuuri lleva puesto sólo un pijama de franela y no me es difícil encontrar los botones de la camisa, lo que acaba con mi escasa paciencia es el temblor estúpido de mis dedos enredándose entre ellos.

Cuando por fin logro soltar hasta el último de los infernales botones ambos suspiramos, y yo sonrío victorioso ayudándole a quitarse la prenda, teniendo especial cuidado con la muñeca vendada.

Al tener el torso desnudo de Yuuri frente a mí, me olvidó momentáneamente del rostro de mi novio para concertar atención y fuerza en aquella cuasi perfección.

La piel de Yuuri es clara, pero aun así es un par de tonos más oscura que la mía. Brazos fuertes, músculos marcados sin llegar a ser robusto, piel firme y abdominales trazando caminos hasta llegar a la "v" que se oculta parcialmente bajo el borde de sus pantalones, guiándome al lugar deseado con un ligero camino de vello oscuro que inicia bajo su ombligo.

Con dedos temblorosos acaricio sus marcas tal y como él hiciera antes. Yuuri tiene menos cicatrices que yo, pero no por ello menos importantes. Una le cruza un tríceps de forma horizontal, otra más pequeña sobre la curva que une hombro y brazo derecho, más abajo se encuentran más pequeñas, viejas y casi imperceptibles hasta la última que traza una línea fina desde la última costilla de lado izquierdo en vertical hasta el ombligo.

Personalmente, creo que cada marca sobre Yuuri lo hace condenadamente sensual. Como un antiguo Dios sexual. Peligroso, llamativo, adictivo y amoroso sin llegar a ser del todo perfecto para lograr semejante deseo.

¿Cómo no entregarse a la locura que implicaba tener semejante macho sexual para mi solito?

Con la boca salivando por un hambre que poco tenía que ver con alimentos más normales –porque ya me he empachado con conejos de manzana deslizo lentamente mi cuerpo sobre Yuuri, rozándome con total intención en él, disfrutando plácidamente como mi cuerpo desnudo reacciona al friccionarme contra su calor.

Una vez hincado entre sus muslos, beso el punto bajo su oreja, trazando un sendero de saliva y besos húmedos por toda la extensión de su cuello. Mi sonrisa se agranda cuando él hecha la cabeza hacia atrás, recargándola en el cabezal de la cama, dándome acceso total y robándome una pequeña risa cuando mis labios tiemblan en su garganta, producto de su gruñido. Beso cada cicatriz sobre su cuerpo, igual a como él hizo nuestra primera noche amándonos, y de paso disfruto el placer primitivo que me provoca sentir su piel erizándose al paso de mi lengua. Muerdo junto a su ombligo al sentir su erección, aún bajo el pantalón, tocando mi clavícula.

Las manos de Yuuri, entretenidas hasta este momento en jugar con mi cabello y trazar figuras abstractas en la piel de mi nuca y mejillas, ahora se enredan en los mechones rubios de mi pelo, anticipándose a mis obvias intenciones.

Sin abandonar mi puesto entre sus piernas, mis dedos tantean el elástico de los pantalones y elevo la mirada a sus ojos expectantes. Yuuri parpadea y plasma una sonrisa ladina al verme intentando una expresión provocativa al morderme el labio.

Al bajar la única prenda que Yuuri lleva encima y me impide tocarlo a plenitud, su erección salta, libre y ansiosa hacia mi rostro. Yo la recibo con un beso y manos dispuestas.

El gruñido que deja salir al sentir mi aliento sobre él es música para mis sentidos. La piel ardiente y satinada que cubre el miembro duro de Yuuri parece vibrar al paso de mis labios, mis manos dividen acciones; mientras una acaricia el falo desde la base hasta la punta sonrosada y húmeda, la otra mano amasa los testículos.

Mi lengua sigue cada línea de las venas palpitantes, una por una desde la base, dejándome guiar a la cabeza, bebiendo las lágrimas de su frustración, sonriente cuando las manos de Yuuri jalan mi cabello, empujándome, intentando que tome su erección por completo.

—Ni en sueños, Cerdo, voy a ahogarme... —Digo con la voz más dulce e hipócrita que puedo formular, mientras mis manos aún lo acarician. Los ojos dilatados de mi novio me observan con clara aprensión.

—No sería la primera vez que lo intentamos.

Mi risa fluye, encantado por su respuesta. Ciertamente no es la primera vez que intento tomar a Yuuri en mi boca, pero él pierde la paciencia y la cordura más rápido de lo que se esperaría y termina intentando follarme la boca rápido y duro, llegando hasta el fondo de mi garganta sin dar paso al aire.

—Pues te jodes.

— ¿Y si mejor te jodo a ti? —Dice, pero se calla al sentir como mis dientes raspan la piel del miembro que mis manos no han soltado en ningún momento —Yuri...

—Mmnh. —Ronroneo ante su tono de advertencia y meto la punta de su pene en mi boca, degustando el sabor ligeramente salado y el olor almizclado. Pero sobre todo, absorbiendo la vista de su cabeza cayendo pesadamente contra la madera del cabezal.

Mientras mi boca intenta tomar todo de él, su mano sana se desliza desde mi cabello hasta la unión de mi boca con su entrepierna, ofreciéndome tres dedos que lamo con el mismo fervor hasta bañarlos por completo con mi saliva.

Al retomar mi labor sobre su erección lo succiono con fuerza al sentir sus dedos tanteando mi trasero, humedeciendo con mi propia saliva la entrada apretada de mi culo. Cuando un dedo se abre paso en mi interior, yo suelto su pene con un sonoro "pop" de por medio, y me arrastro devuelta a su regazo juntando nuestras erecciones, masturbándolas juntas mientras él me prepara para su intrusión.

Mi cabeza cae pesadamente sobre su hombro, cubriendo mi rostro con mi cabello, mientras su mano vendada acaricia uno de mis muslos y un segundo dedo entra en mí para poder estirarme mejor. Mis dos manos ocupándose de nuestros miembros.

—Cerdito, voy a... Yuuri... —Mis palabras no tienen la fuerza necesaria para sonar como algo más que un sollozo ahogado al sentir un tercer dedo acompañando a los demás —Ahh... ¿Qué diablos esperas para...?

El reclamo muere en mi boca al sentirlo entrando en mí, lenta pero inexorablemente. Abriéndose paso centímetro a centímetro sin detenerse hasta que mis nalgas chocan con sus muslos, enterrándose por completo en mí.

El dolor me aturde hasta que el placer me hace vibrar. Yuuri está dentro. Muy, muy dentro.

—Muévete. —Suplico —Maldita sea... muévete, estas tan grande...

Yuuri, ni tonto ni perezoso, obedece saliendo de mí casi por completo, sólo para empujarme bruscamente hacia abajo al tiempo que él eleva las caderas. La brusca embestida tiene como resultado sacarme el aliento de golpe, vaciando mis pulmones de oxígeno y matando un par de mis neuronas, incinerándolas con la ráfaga del más puro y ardiente fuego bullendo en mi cerebro. El ramalazo de luz me aturde y de no ser porque aún puedo sentir a Yuuri entrando y saliendo de mí, alargando las exquisitas sensaciones, podría jurar que morí. Que el temblor en mis extremidades y las olas placenteras que recorren cada una de mis terminaciones nerviosas me están matando tan alegremente como las embestidas de Yuuri a mi cuerpo. Incluso los gritillos que salen de mí no los reconozco como míos.

Mi esencia regada por mi vientre y el de Yuuri brilla. Cálido.

En la lejanía, jadeando trabajosamente para recuperar el aliento, siento como mi novio gira nuestros cuerpos y una parte de mi raciocinio me recuerda la herida en su mano. No tengo mente para algo más que no sea recordarme respirar y procesar la delicia que Yuuri hace conmigo, ni voz para otra cosa que no sea gritarle que lo haga más rápido, más duro...

Abro más las piernas para darle mayor acceso y mis manos acarician la piel de su espalda hasta llegar a su cadera y entierro las uñas en sus nalgas al sentir los embates salvajes.

Los labios húmedos de Katsuki besan cada tramo de mi piel a su paso; oreja, cuello, hombro, mientras su mano intenta apartar los mechones de mi cabello para poder verme el rostro, clavando su dilatada y brillante mirada en mis ojos. Sosteniéndose con los antebrazos para no abrir las puntadas de la herida.

Un nuevo grito se forma en mi garganta, sorprendiéndome por ese nuevo y repentino orgasmo segundos antes de que llegue y vuelva de gelatina mis extremidades volviéndome una masa temblorosa creada del más puro placer. Obligándome a cerrar los ojos, privándome unos minutos del rostro de Yuuri y su mueca extasiada.

No es hasta que mi cerebro es suavemente mecido y acariciado por los últimos estallidos y resquicios de éxtasis, que siento a mi novio dar dos últimas embestidas brutales antes de dejarme en paz y salga de mi interior tensando el cuerpo para soltar un gruñido parecido a mi nombre y eyacule, caliente y líquido sobre uno de los muslos.

Yuuri se deja caer a mi lado, boca arriba, ambos viendo en completa atención el techo de la habitación, buscando llenar nuestros cuerpos de aire, sonriendo como idiotas.

Minutos más tarde, soñolientos y felices, él abre los brazos en una invitación muda que no tardo en aceptar, recostándome sobre su cuerpo, poco preocupado por limpiarnos antes de dormir, acurrucándome sobre su pecho. Complacido.


Las mañanas dentro de la colonia de Tokio son plácidas. Hiroko encontró con mucha facilidad en qué entretenerse.

Una calle junto a nuestro edificio, una mujer mayor que se presentó como hermana del señor Nishigori, tiene una pequeña panificadora. Gracias a ella el aroma a pan recién horneado es lo primero que se siente en el ambiente por las mañanas.

Hiroko no tardó en atrapar en sus redes a la pobre mujer, simplemente blandiendo su preciosa y sincera sonrisa.

Cuatro días después de la llegada de Yuuri, ya completamos lo que vendría siendo una nueva rutina de vida, por ahora.

Yuuri retomó su lugar junto a los demás comandantes frente a nuestras filas y sus reuniones con Takeshi Nishigori han ido en aumento mientras sus planes y reubicaciones terminan.

En mi caso, he decidido tomarme un pequeño descanso, no porque no quiera regresar a mi lugar como Aniquilador, sino porque quiero un respiro. Mentalizarme, hacerme a la idea de todo lo que ha pasado antes de volver a empuñar mis armas.

Yuuri no tuvo objeción alguna, todo lo contrario; el cerdito no intentó disimular su alivio ni un ápice. Tonto.

Así que durante las últimas cuatro mañanas, Yuuri salía del departamento temprano y yo permanecía dormido hasta que el olor a pan recién horneado se filtraba por la ventana junto al frío invernal.

Una vez arreglado y correctamente vestido, salía de la habitación que compartía con Yuuri y me encontraba con el departamento vacío. El cual se decidió que habitaríamos con Phichit y Seung-Gil ya que Hiroko, Toshiya y Mari tomarían otro para mayor comodidad.

Después de tomar una fruta, salía del edificio hacia las calles frías y caminaba tranquilamente hacia la panadería donde Mari, Hiroko y Hana Nishigori creaban delicias suaves, esponjosas y alguna que otra colorida. Y pasaba la mayor parte del día con ellas hasta que el anochecer llegaba y volvía al departamento, parcialmente cubierto de harina para gracia de mis compañeros de piso, pero con una pequeña canasta llena de pan caliente.

Sin embargo, hoy es diferente. La noche anterior, Yuuko Nishigori se presentó frente a mi cuando cerrábamos la panadería y me pidió ayuda para "algo muy importante". Me negué al instante.

No porque no pudiera llevar a cabo el "trabajo", más bien porque una cosa era lidiar con mis fantasmas pasados y soledad paulatina, a querer tratar con la de otros.

Por supuesto, sólo bastó que Hiroko sonriera y dijera "—Lo harás bien, pequeño" para que yo arrastrará a Phichit conmigo.

No iba a ir solo, ni loco. Además de que Seung-Gil me había pedido el favor de entretener a su novio.

Seung-Gil Lee se convirtió en algo parecido a mi guardaespaldas desde nuestra llegada a la Ciudad Amurallada. Al principio creí que era por aquello de ser el reemplazo de Yuuri hasta que volviera, pero una vez mi novio arribó a la colonia Seung-Gil seguía en su puesto, y Phichit se le unió de buena gana.

Le hice berrinche a Yuuri hasta que él tuvo la amabilidad de explicarme, durante un baño relajante después de un duro día, que ellos no lo hacían con mala intención o para hostigarme.

Simple y sencillamente Lee y Chulanont estaban demasiado acostumbrados a cuidar de alguien. Tenían un complejo paternal o algo así y —duele pensarlo— ahora que Zet no está, ellos experimentan algo parecido al síndrome de nido vacío.

Nido que intentan llenar conmigo.

No me molesta. De verdad, no me importa. Es su forma de afrontar el dolor y lo entiendo, pero no creo que sea sano.

Así que el pedido de Yuuko viene como anillo al dedo.

Una vez nos despedimos de Yuuri y Seung-Gil, quienes tendrán una reunión con los Nishigori, arrastré a Phichit conmigo hacia la dirección que Yuuko me dio.

Caminamos en relativo y cómodo silencio, mientras yo jugaba con las nubes blancas que formaba mi aliento por el vaho que creaba el frío invernal, Phichit saludaba a cuanta persona nos topábamos por las calles.

Con nuestra llegada, la población de Tokio creció hasta casi alcanzar las setecientas almas. Y aunque puede ser un número considerable y elevado, la realidad es que sólo es una pizca si tomamos en cuenta toda la población que alguna vez tuvo Japón. Ni hablar del mundo entero.

Y esas setecientas vidas comen. El alimento escaseará.

Hasta ahora nos hemos válido de alimentos con plazas de caducidad lejanas, sin embargo han pasado casi cuatro años y los enlatados así como todo lo demás pierden su ciclo de vida y uso.

En Hasetsu había plantaciones que los Buscadores cuidábamos cuando era época de cultivo y, si teníamos suerte y los Upyrs no los dañaban, podíamos disfrutar de frutas y algunas verduras por un tiempo. Incluso de vez en cuando encontrábamos animales. Pollos, conejos, ciervos...

Por supuesto, la Ciudad de Tokio cuenta con cosas similares.

Dentro de la muralla hay plantaciones de frutas, maíz, arroz y verduras, así como tres pequeñas granjas con animales de criadero; gallinas, pollos, cerdos y una que otra vaca y becerros. Incluso fábricas pequeñas de textiles, pólvora y cartuchos, entre algunas otras cosas.

Tokio está bien abastecido por ahora, pero no podemos seguir así por siempre. Los animales algún día se terminarán o enfermaran, las personas morirían y es una pena que las nuevas vidas que lleguen perduren de la misma manera, todo con el terror de ser devorados tarde o temprano si los Upyrs aumentan su número. Porque sí algo demostró la aparición del vampiro es que, si se lo proponen, los infectados pueden reproducirse.

— ¡Hey, Yurio! —Salto al sentir el aliento de Phichit en mi oído. Su risa suena y señala el final de la calle —Lo siento, no parecía que me escucharas, pregunté si es ahí a donde debemos ir.

Aun sobándome la oreja dirijo mi atención a donde su dedo señala.

Frente a nosotros la estructura de lo que parece un viejo colegio se alza. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando vagas memorias de una versión mía de 7 años, solo en un rincón del salón porque nadie quiere jugar con el hijo de una prostituta.

—Si... —Carraspeo en un intento por soltar el nudo en mi garganta —Yuuko debe estar dentro. Vamos.

Aunque por fuera la estructura parece abandonada, por dentro las instalaciones están pulcras y en buen estado. Los pasillos limpios y con buena ventilación.

—Creí que, al volverme militar, jamás volvería a pisar una escuela. —Gruñe Chulanont a mi lado, como si la escuela le asqueara.

Yo asiento, aunque en mi caso realmente tengo el estómago revuelto.

Ambos nos detenemos al final de un pasillo, encontrando la salida a un pequeño patio. En medio de una cancha de fútbol un círculo de treinta niños, aproximadamente, rodean a Yuuko. Quien, sentada en una silla cubierta con una manta al igual que cada mocoso, les lee un libro extrañamente bien cuidado.

—Increíble...

La voz de Phichit suena más fuerte de lo que quizás pretendía, así que en menos de un segundo 32 pares de ojos nos acribillaron con preguntas silenciosas.

— ¡Katsuki-kun! —Yuuko exclama, incorporándose trabajosamente, mostrando su hinchado vientre y caminando con cuidado hacia nosotros. Los niños permanecen callados, viéndonos expectantes y un poco aterrados.

—Te he dicho que me llames Yuri...

—Cierto, cierto —canturrea sonriente al pararse frente a nosotros, pero clavando sus ojos en Phichit.

—Este es Phichit Chulanont, militar. Aniquilador, según lo llamamos nosotros —Presento para después agregar—: Es bueno tratando con niños.

Chulanont me observa completamente sorprendido al comprender por qué estábamos ahí, tanto que apenas puede responder al saludo de Yuuko.

Ella nos explica, para nuestra auténtica sorpresa, que esos niños son los únicos huérfanos que sobrevivieron a la pandemia hace tres años y que los han estado cuidando desde entonces.

Y teniendo en cuenta que el mayor de ellos no debía tener más de ocho años, todos eran unos bebés cuando el virus Lexán golpeó Tokio.

En Hasetsu no teníamos niños tan pequeños y, si los había, todos tenían al menos un padre que cuidara de él o ella.

—Son tan... pequeños —Murmura Phichit una vez que hemos sido presentados a los niños y Yuuko, junto a otras dos mujeres, los llevan a un salón para resguardarlos del frío. La congoja en la voz del tailandés es palpable.

Yo lo comprendía. Yo sabía lo que era sentirse y estar solo a una edad tan pequeña. La diferencia entre estos niños y yo es que, aunque ebria y buscando desquitar su furia conmigo, mi madre siempre regresaba. Y el mundo no estaba tan jodido.

— ¿En qué quieres que te ayudemos, Yuuko? —Pregunto al ver a la japonesa regresar con nosotros, sentados en unas gradas junto a la pequeña cancha deportiva.

Yuuko parece avergonzarse, porque desvía la mirada sin dejar de acariciarse el protuberante vientre.

—Nanami, Rina y yo cuidamos de estos niños. —Dice, probablemente refiriéndose a las otras chicas que nos observan desde el salón en el que metieron a los infantes —Pero yo daré a luz pronto y no podré estar con ellos de la misma manera por un tiempo...

—Así que quieres que nosotros ayudemos a cuidarlos.

—Por favor. —Yuuko baja la cabeza, en un intento de reverencia.

Yo giro buscando la mirada de Phichit, sin embargo él no me ve, demasiado entretenido perdiéndose en el mar de sus pensamientos.

—Por mí está bien. —Acepto, sorprendiéndome en el acto.

No es que sea tan hijo de puta como para negarle un favor a una embarazada. Además, una parte de mí piensa que, si puedo hacer que estos críos no se sientan tan desamparados como yo a su edad, lo intentaré.

—También le preguntaré a Mila y Minami si quieren ayudarnos.

— ¡Oh, gracias! —Yuuko se lleva ambas manos al rostro para cubrir su boca. Conmovida— ¡Te lo agradezco mucho, Yuri!

—Sí, sí, sí. No hay problema. —Mi respuesta es evasiva para ocultar mi vergüenza y vuelvo a ver a Phichit, quien parece más tranquilo —Tú también lo harás, ¿no?

El aludido salta sorprendido cuando mi codo golpea su costilla.

Sus ojos oscuros me observan y hacen un recorrido desde mi mirada hacia Yuuko y al salón lleno de críos, uno a uno, cinco veces.

—Sí... ayudaré.

¡Hola~!

Tengo dos noticias.

1. Habemus un grupo en Facebook. La idea surgió por otra de mis historias, "Somos tu familia", pero está dedicada al resto de mis fics y cualquier cosa que ustedes quieran comentar. Podremos hablar de YOI, de sus historias si las tienen, de más shipps, etc, etc.

Les dejo el link para quienes gusten unirse:
https://m.facebook.com/groups/1448710111847278?ref=bookmarks

2. Ya había comentado anteriormente que Ven conmigo llegaba a su fin, pero ya tengo un número definitivo; 4 capítulos más. Tres capítulos y un epílogo.

Gracias por sus comentarios y votos. De la misma forma le agradezco acompañarme durante toda la historia hasta ahora.

Un abrazo y muchos besos.

ByeByeNya🐾

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