11• Mi ángel gato.
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POV. Yuuri Katsuki
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La naturaleza humana suele hacernos actuar de formas incomprensibles hasta para nosotros mismos.
Los humanos solemos jactarnos de las cosas que hacemos bien y de lo mucho que podemos tener en comparación con los pobres diablos que no tienen nada. Porque el ser humano es cruel en muchas ocasiones, o en su defecto, la mayor parte del tiempo.
Pero cuando cometemos un error, la desesperación nos consume y buscamos mil formas y mil rostros ajenos a nosotros para culparlos por nuestras acciones equivocadas y adjudicarles las consecuencias que éstas puedan acarrear.
Las personas, a veces, solemos frustrarnos en vida por aquella mala decisión que tomamos en algún momento icónico de nuestra existencia. Culpamos tanto a esa decisión, a ese momento preciso en que la tomamos, de todo la malo que nos ha sucedido a lo largo de los días, meses y años.
¿Cuántas decisiones se han tomado en la vida de cada individuo? ¿Cuántas de ellas son malas?
Cuando yo era un niño, pequeño e iluso a mis cinco años, comencé a tomar clases de ballet. Clases de las que mi hermana mayor se escabulló porque, según ella, no eran lo suyo. ¿Qué es lo nuestro? Para mi, ver a Mari danzando sobre la punta de los pies era como presenciar un acto mágico. Entonces cuando ella declaró, a mitad de la cena familiar, que lo dejaría, yo decidí comenzarlo.
Una decisión.
Minako fue una profesora excepcional. Ella era una de esas personas que no hacían un halago a menos que lo merecieras. Siempre exigiendo más porque sabía que podías con ello.
Fue ella quién, a mis siete años, me animó a probarme unos patines y deslizarme sobre una cristalina pista de hielo, dándome sin saberlo, la ilusión de un sueño.
Había visto tantas competencias de patinaje artístico con ella que en más de una ocasión llegué a plantearme la posibilidad de hacerlo. Competir profesionalmente y llegar a lo más alto deslizándome en las cuchillas de mis patines sobre un gran espejo frío.
Sin embargo, solamente fue eso: un sueño.
Al cumplir los catorce años y con las cartas sobre la mesa, debía elegir una y tomar el rumbo que guiaría mi vida.
Y yo sólo pude permanecer ahí, sentado frente a mis padres. La sonrisa llena de bondad de mi madre, alentándome a tomar el camino que yo quisiera y me hiciese más feliz. Y por otro lado mi padre, ese hombre honorable y amable que había dedicado su vida a luchar, con una sonrisa triste porque su hijo no quisiera, ni considerara seguir sus pasos.
Yo era el hijo menor. Su único hombre.
Podría decirse que esa fue mi mala decisión en la vida.
Elegir ser parte de una academia militar y no seguir con mi vida tranquila junto a ellos y, quizás, ser una patinador artístico.
Los entrenamientos fueron duros y estaban lejos de ser lo que yo quería para mi vida.
Con el paso de los años, con la fuerza y madurez ganada, comprendí que, aunque no era mi felicidad como tal, si era algo bueno.
Bueno porque, en cuanto los padres de Phichit se divorciaron y su madre volvió a Hasetsu con sus dos hijos, él se inscribió en la misma academia que yo. Así que podía pasar más tiempo con mi mejor amigo. Más allá de las semanas que los veranos nos regalaban.
También podía ver la sonrisa llena de orgullo en el rostro de mi papá al presumir a su hijo. Un soldado honorable.
Y fue también de ayuda para mi, de forma mental y física; ya no era el niño débil del que siempre se burlaban y reían a sus espaldas.
No era feliz, pero era fuerte y útil.
Entonces sucedió algo que cambiaría el mundo tal y como se conocía. A mis veinte años jamás consideré ser testigo de la extinción humana. Provocada mayor y principalmente por el mismo ser humano.
En el segundo exacto que se nos informó que el virus Lexán había llegado a Japón y que seríamos enviados a Tokio, huí. Ignoré las órdenes que se me habían extendido y deserté. Phichit hizo lo mismo y en cuanto llegamos a Hasetsu evacuamos gente.
Comencé por mi familia, llevándome una gran sorpresa al encontrar a Yakov Feltsman, el hombre de mirada seria con el que conviví en algún momento de mi infancia , junto a otros soldados extranjeros.
La fortaleza subterránea de Hasetsu fue abierta por primera vez desde su construcción. Salvando a más de cien personas.
Las bajas no se hicieron esperar teniendo en cuenta que cuando Phichit y yo llegamos, pasaba del mediodía. Al anochecer el terror se desató y a penas logramos salvar a Zet, quien paseaba por la costa junto con Hana y mi ex profesora de Ballet.
Zet y Phichit lloraron la muerte de su madre esa primera noche y yo la de esa persona que había sido cómplice y guía en mi primer capricho. Pero algo dentro de mi amigo, ese algo que le obligaba a hacer todo lo posible por ver sonreír a su hermano pequeño, lo hizo levantarse e informar que iría a Tokio por su padre.
Ahí va otra decisión.
Elegí seguir a mi amigo, acompañarlo en esa misión suicida en lugar de quedarme con mi aterrorizada familia bajo tierra.
El viaje fue largo y relativamente calmado puesto que no todas las ciudades habían sucumbido al virus.
Phichit, Chris, Seung-Gil, Otabek y yo llegamos a Tokio cerca del amanecer. Valiéndonos de nuestras posiciones militares y entrando al caos y ruinas de lo que, en algún momento, fue la ciudad más grande y poblada del país.
En medio del horror, escombros, sangre y muerte, la desesperanza era palpable en el aire.
Fue entonces cuando lo vi por primera vez. Un ángel. Un ser precioso bañado en sangre y suciedad, rodeado por restos de escombros junto al cadáver del padre de mi amigo.
Su piel era fría y aún cuando la muerte se cernía sobre su pequeño cuerpo, sus ojos brillaban llenos de fuerza y ganas de vivir.
Quiero salvarlo, pensé en el momento que sus dedos frágiles se aferraron a mi dedo índice. Quiero que viva.
Una nueva decisión.
Ese pequeño ángel había sobrevivido y de un momento a otro me descubrí con la imposibilidad de dejarlo solo.
Porque era tan chiquito y frágil. Porque se veía tan desamparado y la soledad que mostraba su expresión me recordaba tanto a mi propia alma.
Yuri Plisetsky me cautivó de la manera más cruel que una persona puede tener el corazón de otro ser y mangonearlo a su antojo.
Con él pude comprender muchísimas cosas nuevas y descubrir otras tantas que no sabía que existieran. O que yo pudiese experimentar.
Fue relativamente fácil encariñarse a él.
Yuri era un niño que no podía dormir por las noches a menos que alguien cuidase sus sueños. Y a mi no me importaba dormir en un sofá incómodo en medio de la enfermería si con ello podía espantar algunos de sus malos pensamientos y otorgarle un par de horas fuera de una realidad tan podrida como la nuestra.
¿Cómo no tomarle cariño a ese niño? Ese mismo niño que parecía tan desconcertado con la amabilidad ajena, como si en toda su vida no hubiera recibido muestra de afecto alguna. Como un gatito asustado. Él te veía inseguro y expectante ante tu toque y si te acercabas demasiado o tocabas por mucho tiempo, te mordía. Asustado.
A mí, particularmente, me agradó verlo y presenciar sus reacciones en primera línea durante sus primeros días junto a nosotros. Aunque herido, era interesante verlo observar todo con genuino interés y aceptar expectante cualquier cosa que se le ofrecía. Desde alimentos hasta calor humano. En esos primeros días, Yuri no soltaba mi mano y cuando alguien se le acercaba para hablar con él y le mostraba abiertamente sus emociones, sus grandes ojos verdes me buscaban, como pidiendo permiso para aceptar la amabilidad ajena e intentar ofrecer lo mismo.
Fue aún más fácil quedar cautivado por él.
Meses después de su rescate y con una habitación propia, Yuri aún me buscaba. Incluso cuando ya era más abierto con sus emociones, más receptivo hacía la amabilidad que se le ofrecía y cuando ya había hecho más amigos; él seguía yendo en mi búsqueda.
Otorgándome momentos preciados a su lado.
Como a él, los fantasmas y monstruos rondaban mi mente, llenando de miedo mis sentidos. Así que era gratificante tenerlo a mi lado.
Con el paso del tiempo, me supe fascinado por su presencia.
Las noches a su lado se volvieron lo más valioso para mí. ¿Cómo no cautivarse por él? En ocasiones, cuando Yuri dormía plácidamente y las pesadillas no hacían acto de presencia, su rostro tranquilo y en apacible armonía lo eran todo para mí.
Cuando Yuri cumplió trece años, yo podía jurar que nadie, jamás, lo conocería mejor que yo.
En las noches, acostado junto a él y observándolo en la semi oscuridad de mi habitación, Yuri era la belleza humana en su máxima expresión.
Su piel relucía blanca cuál porcelana bajo la luz de la lámpara que iluminaba su cabello rubio dándole un tono dorado; los párpados cubriendo sus bellos ojos esmeraldas tenían un pequeño tono rosado y sus largas y espesas pestañas claras formaban sombras sobre la piel de sus pómulos; pequeñas pecas que sólo podían ser percibidas si lo veías por mucho tiempo y con mucha meticulosidad, salpicaban el puente de su pequeña y respingona nariz; sus labios delgados y entreabiertos por la respiración pausada del sueño, rosados, combinaban a la perfección con el sonrojo en sus mejillas. Y su cuerpo pequeño cubierto hasta los muslos por una sudadera grande, presumiblemente mía y con estrellas estampadas, su favorita, haciéndolo ver tan diminuto a mi lado.
Yuri tiene muchas expresiones, fuera del semblante tosco que suele poner, por ejemplo; su ceño fruncido cuando algo le molesta, cuando las emociones son complejas en su interior, cuando no está de acuerdo con algo y si está asustado; Muerde su labio inferior si está muy nervioso o muy feliz e intenta reprimir su risa; y mi favorito: la forma curiosa y tierna que tiene para fruncir su nariz una fracción de segundo antes de que el color rojo llegue a sus mejillas y una sonrisa genuina, tierna y de pómulos pronunciados surque sus labios.
Todo en Yuri es una obra de arte y cada segundo a su lado me demostraron que yo, de verdad, no había vivido ni sentido antes de que él apareciera.
Nunca quise la responsabilidad de proteger a las personas. Principalmente porque no sabía cómo protegerme de mis propios miedos e inseguridades. Sin embargo, eso es una de las muchas cosas que me otorgó mi mala decisión. Aprender a proteger, salvar y cuidar lo que era de gran valor para mi.
El ángel rubio de ojos verdes y cara malhumorada se convirtió en una de las personas a las que yo no quería que dañara ni el aire.
Por ese motivo, cuando Yuri me confió su deseo por luchar, lo primero que pensé fue en encerrarlo en mi habitación y no dejarlo salir jamás.
Yuri Plisetsky era un niño en toda regla. Niño al que le habían robado su infancia. El no vivir una niñez tranquila y despreocupada. Siempre pendiente de no dejarse ver por los clientes de su madre y su mayor preocupación era qué comería un día y al siguiente y todos lo que su mamá estuviese fuera.
Yo no podía devolverle aquello, mucho menos dárselo en medio de un mundo destrozado.
Pero quería mantenerlo a salvo, proteger ese frágil corazón que él se había encargado de envolver en papel de burbujas para que no se rompiera más.
Deseaba alejarlo todo lo posible de los horrores del mundo exterior, pero él no me dejaba las cosas fáciles. Y si algo admiraba yo de Yuri, era esa tenacidad para conseguir lo que quería.
Yuri admitió, una noche en que ambos nos escabullimos a la cocina para robar el último trozo de pastel de chocolate que mi madre había hecho esa tarde, con migajas en el labio inferior y los restos de nuestro delito manchando las cobijas, admitió que jamás había sido egoísta con algo. Porque no creía merecerlo, porque aprendió desde muy pequeño que, por más berrinches y lágrimas que soltara, no lo escuchaban y a nadie le importaba lo que él quisiera.
Por ello, desde el primer momento en que descubrió mi don peculiar para no negarle absolutamente nada, dejó fluir sus peticiones. Y a mi, ciertamente, no me molestaba darle cualquier cosa que me exigiera si con eso podía ver su sonrisa.
Por supuesto, jamás esperé que con su recién descubierto egoísmo también despertara su capacidad para obtener lo que deseara por su propia mano.
Entrenarlo fue una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida, porque me dolía en el alma verlo siendo golpeado y ser testigo de como los moratones cambiaban de color cada día. Limpiar su sangre y curar sus heridas se volvió la cosa más asfixiante de mi día a día.
Y en medio de todo aquello, de los horrores que nos consumían, bajo un mundo que perdía toda humanidad, viviendo constantemente en las garras del peligro; comprendí que ese chiquillo necio y hermoso era todo lo que yo necesitaba en mi vida. Aquello que nunca me molesté en buscar porque no tenía ni la remota idea de que algo tan maravilloso podía ser digno de un simple mortal como yo.
Comprendí que Yuri Plisetsky era indispensable en mi vida.
Despertar cafa día para ver ese par de soles verdes y el brillo en su mirada cada mañana.
Verlo morderse el labio mientras intentaba ayudar a mi madre y las demás cocineras.
Presenciar el momento exacto en que la determinación endurecía sus orbes esmeraldas durante las peleas de sus entrenamientos.
Escuchar el sonido ligero y armonioso que era su risa cuando estaba feliz.
Ser motivo y dueño de sus sonrisas puras y genuinas, de los mismo labios que se abrían delicadamente para pronunciar mi nombre.
Me había enamorado.
Enamorado de un niño siete años y cinco meses más pequeño que yo.
Toda una educación, toda una vida de reglas y moral me recriminaban aquello.
Aún así lo besé. Y fue la experiencia más atesorada hasta ese momento.
No hay palabras para describir el tumulto, la gran bola sin forma de emociones que se creó dentro de mi cuerpo cuando Yuri dejó en claro sus sentimientos.
Por un lado estaba el hombre que creía fervientemente, desde que era un niño, que nadie podría llegar a amarlo tanto. Y por el lado contrario estaba el soldado e hijo de educación estricta que veía mal todo aquello.
Y como siempre, desde el segundo en que sus dedos tomaron uno de los míos, Yuri no dejaba de sorprenderme. "Si el tiempo que nos queda en éste mundo es poco..." dijo él. Resumiendo nuestra situación y sellado el destino de ambos, unidos con metros y metros del más fino y brillante hijo rojo que parecía ser hecho con nuestra propia sangre, enredándolo a nuestros dedos meñiques.
Dejé que todo fluyera. Aún cuando tuve que enfrentarme a algunas malas miradas cuando él se sentaba cómodamente en mi regazo durante las comidas frente a todos en el comedor o en los descansos jugando con los demás en la sala común. Aún si debía ser el mejor novio del mundo, atento y considerado, para compensar el hecho de que no podíamos hacer las cosas como un pareja normal lo hacía.
Las mismas clases de personas que suele quejarse y culpar a todos menos a ellos mismos, suelen llevar en un sólo paquete su mala decisión y el hubiera.
Como si eso sirviera de algo. Como si desperdiciar neuronas y quemarse las pestañas pensando en el hubiera cambiará algo.
Si no tienes la fuerza suficiente para levantarte de tu cómodo nido de conformismo, mediocridad auto-impuesta y auto-compasión, no tienes derecho alguno para pensar siquiera en los hubiera de tu vida.
¡Levantate y ve por ello que se te fue de las manos una vez! Y si no lo conseguiste de nuevo, sigue intentando. Cambia de táctica, velo desde otro ángulo, pero no lo dejes ir.
Yo estoy seguro de que si las cosas hubieran sido de otra forma. Y Jordán Lex hubiera mantenido sus manos y cerebro en otras cosas lejos de su intento de medicación contra el cáncer, si el mundo no hubiera caído por el virus Lexán y si la humanidad no se hubiera extinguido casi en su totalidad; yo aún encontraría a Yuri.
Era cuestión de tiempo. De perspectivas. De destino.
En algún momento yo hubiera ido con Phichit hasta Tokio para visitar a su padre y si las cosas hubiesen ido como se suponía que fueran, Zet y Yuri se habrían conocido en mejores circunstancias, porque el destino es caprichoso, y yo eventualmente hubiera conocido a mi ángel de ojos verdes.
Phichit y yo los llevaríamos al centro comercial, a los parques temáticos, al cine y a conocer el mundo. Y Yuri hubiera conocido la calidez humana y el valor de la amistad de forma diferente. Y yo aún me enamoraría de él porque su sonrisa seguiría siendo la misma.
Porque mi mala decisión, mi hubiera y mi destino son la misma perra desgraciada que decidió hacer las cosas así. De forma distinta, en medio del caos, aniquilación y desesperanza humana; mi vida y la de Yuri se unieron.
Las personas, a veces, solemos frustrarnos en vida por aquella mala decisión que tomamos en algún momento icónico de nuestra existencia. Culpamos tanto a esa decisión, a ese momento preciso en que la tomamos, de todo la malo que nos ha sucedido a lo largo de los días, meses y años.
¿Cuántas decisiones se han tomado en la vida de cada individuo? ¿Cuántas de ellas son malas?
No obstante, las malas decisiones son llamadas así porque no serán siempre las que te hagan feliz, pero quizás, sólo remotamente quizás, sean las mejores.
La mía me obligó a renunciar a mi sueño de ser patinador artístico y deslizar mi vida sobre las cuchillas de unos patines y el frío hielo, para seguir el sueño de mi padre y unirme al ejército.
Mi mala decisión me hizo fuerte y capaz de proteger a las personas importantes de mi vida.
Gracias a mi mala decisión he logrado sobrevivir el tiempo suficiente para conocer a mi pequeño ángel tosco disfrazado de gato, para posteriormente sentirme con la capacidad de tomar mi maltrecho corazón y dejarlo en sus pequeñas y blancas manos en un intercambio justo; como una coacción beneficiaria para ambos:
"Ten Yuri, bonito, éste es mi corazón. Te lo doy, es tuyo. Puedes arañarlo, pisarlo, morderlo, guardarlo junto a tu sudadera estelar favorita o jugar como un gato juega con una bola de estambre. Haz lo que quieras con él. Pero, a cambio, me tomaré el atrevimiento de raclamarte como mío. Así no podrás irte de mi lado, ni dejarme, y yo podré atesorarte por el resto de mi vida, ¿qué dices? Ese es el trato, eso es lo que te ofrezco, ¿lo tomas o lo dejas?"
Y sí, probablemente esa sea otra mala decisión. Pero debemos aprender a apreciarlas y vivir con ellas.
Después de todo, las mías han sido culpables de traer a Yuri Plisetsky a mi vida. Y las hago tan responsables a ellas como a mí mismo de las consecuencias que eso pueda traer.
—Perfecto. —Sentencio, observando mi obra de arte. Considerando que mi regalo podría obtener dos reacción distintas espero que Yuri se conmueva de mi arduo trabajo y lo acepte de buena gana en lugar de dejarme solo recogiendo todo el desastre.
Sobre todo porque no fue fácil conseguirlas.
Dirijo mi mirada a la mesita de noche sólo para dame cuenta de que llevo diez minutos de retraso. Yuri me había sacado de la cocina ordenando no acercarme ahí o al comedor en una hora.
Y con ello yo comprendí que en exactamente sesenta minutos debía ir a buscarlo, y llevaba diez más de la cuenta.
Hechando un último vistazo a mi regalo, cierro la puerta de la habitación para dirigirme al elevador. En la primera planta debería estar mi novio junto con mi madre y todos los demás. La cena no tardará en servirse, después de todo.
No era difícil imaginar que Yuri tenía una sorpresa preparada para mi. Como yo para él.
El otoño termina y con ello llega nuestro segundo aniversario.
Y personalmente, lejos de la magia que debería estar provocando que orugas mutadas con alas me revoloteen en el estómago, hay un peso en el pecho que no me deja disfrutar el día como debería.
Hacia mucho que no tenía un mal sueño.
¿Cuántas personas se detienen a considerar la enorme importancia de ciertos sueños? Aunque la mayoría de nuestras visiones nocturnas son débiles y fantásticos reflejos de nuestras experiencias del día a día, existen algunos sueños de carácter etéreo como cualquier otro, pero no mundano. Sueños que no permiten una interpretación ordinaria y cuyos efectos vagamente excitantes y ciertamente inquietantes sugieren una especie de ojeadas fugaces a unas cosas desconocidas. A esferas mentales sin interpretación o con respuestas en las que no queremos profundizar.
A veces, creo que nuestros terrores nocturnos, esas pesadillas, no tienen significado alguno. Sin embargo, en otras ocasiones, siento como si el sueño fuese real y palpable.
Por supuesto yo desperté de mi tormento en medio de la cama, con sudor frío bañando mi espalda, pero todo quedó en segundo plano al toparme con mi acompañante. En el segundo que abrí los ojos y encontré a Yuri viéndome con completo interés y una sutil sonrisa bailándole en los labios y con mis gafas puestas, ajeno al terrorífico sueño que tenía todo que ver con su existencia, lo abracé. Rodeé su pequeño cuerpo con mis brazos, rogándole a lo que fuera que aún se compadecía de nosotros, que mi sueño y el extraño mal presentimiento que me dejó fuesen puras paranoias mías.
No suelo ser de esa clase de personas que se dejan llevar por corazonadas, pero es la primera vez que algo así sucede y por más que intenté ignorarlo todo el día, cuando vuelvo a estar solo el presentimiento regresa.
O quizás es la abstinencia de esos setenta minutos lejos de mi novio cobrándome factura.
Al llegar al comedor veo varías mesas ocupadas. Devolviendo saludos mientras avanzo, llegando a la mesa que Phichit, Zet, Seung-Gil, Yuri y yo nos adjudicamos desde hace mucho tiempo, en el rincón más apartado a la puerta, encuentro a mis amigos comiendo.
Los ojos oscuros de Phichit brillan al encontrarse con los míos y sé que aquello traerá una de sus bromas.
—Llegas tarde —dice, fiel a mi alto conocimiento de su actitud—, Yuri ha estado preguntando por tí.
Como si lo hubiéramos invocado al pronunciar su nombre, Yuri atraviesa las puertas que separan el comedor de la cocina y cuando sus ojos me ubican el ceño fruncido sobre su mirada se acentúa y sus pasos lo dirigen a mi encuentro. Bandeja en manos.
—Hola, bonito.
—¿Dónde rayos estabas? —responde a mi saludo. No obstante, el enojo se esfuma en el momento en que me acomodo en la butaca, abriendo los brazos en una muda invitación.
Tres segundos después Yuri está parcialmente sentado en mi regazo, y mi rostro en la curva de su cuello, buscando su ligero aroma a vainilla.
—¿Podrían controlarse? Estamos comiendo. —Dice Zet, masticando. La diversión tiñendo su voz.
—Te preparé Katsudon. —Yuri ignora la voz de su amigo, recargando su peso en mi y dejando caer la cabeza en mi hombro.
La sorpresa surca mi rostro, como el de nuestros acompañantes.
No es como si Yuri no hubiera intentado cocinar algo antes. Le gusta pasar tiempo con mi mamá cuando yo no estoy, así que de vez en cuando la ayuda a cortar verduras o cosas por el estilo. No es un gran cocinero, y muchos de sus resultados culinarios no siempre son comestibles, pero el esfuerzo es lo que cuenta.
A mi me gustan sus tostadas con mermelada.
—Es un bello detalle, Yuri —digo, besando su coronilla y viendo con cierta desconfianza el plato de Katsudon frente a mi. Contrario a lo que esperaba, se ve bien—. ¿Lo hiciste tú solo?
No podía verle la cara directamente, pero su perfil, así como la punta de su oreja se veían tenuemente rojas. Él asiente y, buscando distraerse, toma los palillos para ofrecermelos.
—Come. —Ordena.
Mientras corto una porción, Yuri se reacomoda en mis piernas para poder verme de frente y cuando llevo el primer bocado a mi boca, su rostro muestra clara expectación.
La experiencia se encargaría de enseñarme, cada vez que Yuri cocinaba algo para mí, a medir mis reacciones. Demasiado acostumbrado a que algo no encajara del todo con la receta. A veces con mucha azúcar, otras muy simples, o con exceso de cocción.
Masticando y posteriormente tragando, una sonrisa cursaría mis labios, no queriendo comenzar una discusión o romperle el corazón a mi novio cuando era la primera vez que intentaba cocinar algo más elaborado que sus hotcakes amorfos y muy dulces.
—Delicioso. —Miento mientras siento como mi riñón llora por el abuso de la sal y mi garganta pica por tanta pimienta.
Pero vale la pena. Siempre ha valido la pena comerme sus onigiris salados, sus pirozhkis quemados y sus hotcakes duros, porque muestra la misma expresión que en éste momento.
Una sonrisa de genuino orgullo adornando sus delegados y rosados labios. Cuando esa sonrisa toca mi boca, mis manos busca instintivamente su cintura, acercándolo más a mi.
—De verdad, voy a vomitar mi cena, chicos.
Yuri gruñe, separándose a regañadientes para enseñarle el dedo medio a Zet, quien le guiña un ojo.
Ambos están nerviosos. Extasiados en ansiedad para tortura de Phichit y mía.
Porque la misma razón de que no pueda disfrutar nuestro aniversario como me gustaría, el motivo de que mi mal presentimiento sólo se acentúe y la razón por la que Yuri se ve tan complacido, son la misma cosa.
El otoño está por terminar y antes de que el invierno toque tierra y se lleve el sol, la última expedición del año debe llevarse acabo.
Como dictan las reglas; Un grupo de aniquiladores sale para recorrer el área y al día siguiente los buscadores irán por los alimentos.
El grupo que saldrá mañana será el de J.J, Seung-Gil, Chris y los recién nombrados aniquiladores: Yuri y Zet.
Me carcome el miedo y la preocupación por mi novio, pero ya lo discutimos con anterioridad muchas veces. Y aunque yo no quiera, Yakov ya dio la orden, para mi completa frustración y mi vena sobre protectora.
La cena pasa amena, entre bromas de Phichit y Zet, sonrojos de Yuri y míos y comentarios sarcásticos por parte de Seung-Gil.
—¿Estás cansado, gatito? —pregunto al sentirlo acurrucarse en mi pecho.
Cuando el asiente y sus brazos se enroscan a mi cuello, sé que ha llegado la hora de retirarse.
—Mañana será un día largo. Para todos. —Digo, ganadome un quejido de Yuri mientras me levanto con él en brazos. —Buenas noches.
—Buenas noches... —Refunfuña mi novio contra la piel de mi cuello, dirigiéndose a los demás.
A penas y escucho la despedida de nuestros amigos. Pasando por los pequeños pasillos entre las mesas e ignorando los comentarios morbosos de nuestros compañeros, y los silbidos de Chris, llego al pasillo y tomo rumbo al elevador.
Yuri permanece callado y de no ser por sus dedos jugando con los cabellos de mi nuca, juraría que se ha quedado dormido.
Al llegar al cuarto piso. Beso su frente para llamar su atención.
—Hey, Yuri, aún falta mi regalo.
La verde mirada busca mis ojos, exigiendo respuestas. Con cuidado lo suelto y cuando sus pies tocan el suelo hago un simple movimiento de cabeza, señalado mi recámara. Nuestra recámara.
Su sonrisa reaparece, prácticamente hechando a correr.
Al verlo cruzar la puerta respiro profundamente, llenándome los pulmones de aire y esperanza para que mi obsequio se gane su aprobación.
Entonces lo veo, parado ahí en la semi oscuridad, quietesito a mitad del cuarto, dándome la espalda y con la cabeza inclinada hacia atrás. Su completa atención en el techo.
—Hace algunos años te dije que tus ojos eran un par de soles... —Digo, cerrando la puerta y recordando los primeros meses a su lado.
—Estrellas verdes.
El techo completo de nuestra habitación está repleto de estrellas de varios tamaños, pedazos de plástico verde fosforescente, brillantes.
En una de mis expediciones las hallé en un almacén. Y tomé dos paquetes pidiéndole a Phichit que las escondiera para este momento en específico. Recordando que Yuri me había preguntado en algún momento hace meses si yo recordaba cómo se veía el cielo nocturno.
—Te dije que si existían las estrellas verdes.
—Es... increíble, cerdito.
Sonriendo por su apodo y más tranquilo porque le haya gustado, me acerco al tiempo que él gira a verme.
Y comprendo que por muy bonitas que sean las estrellas formando galaxias sobre nosotros, sus ojos siempre serán mis favoritas.
—Nada se compara a tus ojos —Digo, sin apartar mi vista de sus orbes —. Feliz aniversario, Yuri.
—Te quiero. —Es su respuesta amortiguada por mis labios buscando desesperadamente su aliento.
Y el tiempo parece ir más lento, en la oscuridad de nuestro alrededor a penas siendo interrumpido por el sutil resplandor fosforescente.
Los besos de Yuri siempre han sido exigentes, aún cuando en un principio ambos nos movíamos con torpeza, algo dentro de nosotros nos pedía más del otro. Exigente y anhelante.
Con cuidado dejo caer a Yuri contra el colchón de nuestra cama y su sonrisa ladina aparece. Con dieciséis años, Yuri es un pequeño monstruo. Si yo soy conocido por mi buena resistencia, él lo es por ser exigente. Nunca parece tener suficiente.
Pero no quiero que las cosas sean tan rápidas hoy. Quiero que ambos disfrutemos, quiero tomarme mi tiempo para admirar su cuerpo y amarlo. Y por la respiración pausada de Yuri y sus suspiros muriendo en mi boca, comprendo que él no se opone en lo absoluto.
Sin romper nuestro beso, mis manos llegan al cierre de su chamarra gris. Con cuidado y parsimonia mi ropa y la suya van cayendo una a una a los pies de la cama. Y cuando no hay más ropa de por medio, rompemos el beso y ambos nos sentamos sobre el colchón para observarnos.
Yuri siempre ha sido pequeño, y aunque yo creo que puede llegar a crecer hasta ser más alto que yo, me gusta la apariencia que tiene en estos momentos. Delicado y de aspecto frágil aunque ha ganado fuerza.
No pudiendo contenerme, llevo mis manos a su rostro y él, como si de un espejo se tratase, hace lo mismo, siguiendo mis acciones a la perfección.
Mis dedos tocan su cabello, las hebras lacias y pálidas ahora rosándole los hombros, tomando los mechones que enmarcan su precioso rostro los coloco detrás de sus orejas, para tener más libertad. Las yemas de mi dedos acarician su frente, los pómulos y pasando por las pecas que salpican el puente de su nariz hasta llegar a sus labios. En algún momento las manos de Yuri decidieron descansar en mi nuca, en cambio mientras una de mis manos aún se entretiene en sus labios, la otra baja lentamente; deslizándose por su quijada, acariciando su cuello y cuando llego a su clavícula él muerde uno de mis dedos.
Yo sonrío.
Y nuestros labios se buscan de nuevo mientras Yuri se deja caer y me arrastra con él. Mi cuerpo sobre el suyo.
Nuestras bocas comienzan una batalla bastante conocida por ambos, donde buscamos la supremacía sobre el otro, en una danza tan vieja como el deseo. Mis manos acariciando sus brazos que se entretienen en mi espalda.
Al sentir los dientes de Yuri apresando mi labio inferior sé que es momento para moverse con más soltura, así que liberó su boca y sonrío contra la piel de su barbilla cuando él inclina la cabeza, dándome más acceso a su cuello.
Un beso bajo la oreja, porque ese es el punto que más suspiros saca de la garganta de mi novio. Mi lengua sintiendo como su piel se eriza y el pulso de su vena palpitando contra ella. Y mis manos deleitándose con la piel de sus costados, porque me encanta. Me fascina saber que si presiono ahí, justo debajo del pecho, puedo sentir sus costillas bajo la fina piel.
Mis labios crean un camino cuesta abajo al igual que mis manos en su vientre, mi lengua y dientes entreteniéndose en los huesos de su clavícula mientras las manos de él se mueven desesperadas sin saber dónde dejarlas, pareciendo decidir entre mi cabello o espalda, pero al final torturar a la pobre sabada bajo su cuerpo cuando mi lengua encuentra su pecho.
Me entretengo en ese lugar, sabedor del gusto de Yuri porque bese sus pezones. Me gusta jugar con sus aureolas rosadas y besar alrededor. Incluso si me acerco más puedo sentir las pulsaciones alocadas de su pecho y si muerdo justo en medio es como tener su corazón en la boca. Y cuando bajo más, él se estremece al sentir la punta de mi lengua recorrer cada cicatriz de su abdomen, esas que él tanto odia pero que son pruebas claras de nuestro encuentro y su sobrevivencia.
Entonces su espalda se arquea al tiempo que un gran suspiro sale de su boca cuando mis manos llegan a su miembro y un jadeo escapa desde lo más profundo de su garganta al sentir mi boca acompañando mis dedos.
—Yuuri... —Me llama. Porque el placer lo está consumiendo y no tiene ni idea de que hacer con él. Lo sé porque siempre ha sido así, desde la primera vez. Y como en esa ocasión, una de mis manos buscan la suya, diciendo sin palabras que estoy aquí, que no lo dejaré enfrentarse solo a las tortuosas sensaciones.
Mis ojos absorben cada detalle. El cabello rubio revuelto en la almohada, sus ojos cerrados, mejillas y cuello rojos y labios húmedos entreabiertos.
—¡Ahhh, no!
Algo curioso de Yuri es que él puede decir no al paso de mis dedos en su interior, pero abrirá más las piernas dejándome buscar con tranquilidad y paciencia ese punto que lo llevará a lo más alto. Y entonces termina en medio de un gemido fuerte; caliente y líquido en mi boca.
—¿Estás bien? —Pregunto sin dejar de dilatarlo, correspondiendo a la sonrisa satisfecha en sus labios.
—Ven aquí. —Pide con voz baja y brazos acariciando mi cabello.
Nuestros labios se encuentran de nuevo, pero ahora sus manos recorren mis espalda hasta mi nuca y de regreso.
—Te quiero dentro de mi, Yuuri...
En respuesta, succiono su labio y tomo uno de los cojines junto a su cabeza para acomodarlo bajo su cuerpo, a la altura de las caderas. Permitiéndome más movimiento para mayor placer de ambos.
Al colocar el glande de mi miembro frente a su entrada, Yuri se tensa un segundo antes de que sus ojos encuentren los míos. Los matices verdes y azules de su mirada casi extraviados con la dilatación de sus pupilas.
Cuando empujo lo suficiente para entrar, él cierra la ojos y un curioso gemido-ronroneo se escucha de sus labios. Manos y uñas clavándose en mis brazos mientras avanzo en su interior estrecho, caliente y maravilloso.
—Ahhh... No...
—Se siente tan bien, Yuri...
Yuri arquea las caderas para sentirme aún más y pierde el aliento al sentirse tan dilatado.
—Espera, amor.
Él obedece, demasiado perdido en las olas de placer y dolor. Largos segundos más tarde, salgo de su cuerpo para volver a entrar, inexorable, lentamente porque me gusta la expresión que pone al sentirme entrando centímetro a centímetro mientras contiene el aliento.
—Tan jodidamente bueno...
Riendo, me inclino sobre su cuerpo, disfrutando tanto como él la unión de nuestros cuerpos, para poder besarlo.
—Te amo, Yuri.
—Mmnh, me encanta tu voz ronca...
Comenzamos un movimiento torpe de caderas y reímos juntos hasta que encontramos nuestro ritmo y las risas y suspiros son dejados de lado.
Mis manos aferrándose a sus caderas, inmovilizándolo para acelerar el ritmo de mis estocadas, sus uñas hiriendo la piel de mi nuca. Lejos de sentir un dolor incómodo, el daño que me inflige me provocaban más ganas de sentir su desesperación y escuchar más de sus jadeos y gemidos, acelerando las embestidas a su cuerpo y mordiendo la piel de sus hombros.
—Más. Yuuri... ¡Más!
—Gatito lascivo. —digo mientras salgo casi por completo de él para dar una estocada rápida y dura, robándonos el aire a ambos. Preparándonos para una larga noche.
No sé ustedes, pero yo sentí el capítulo muy largo. Espero no haberlos aburrido (???)
El capítulo fue desde el punto de vista del seme en esta historia. Será solamente éste capítulo. En la primera mitad quise mostrar un poco de los sentimientos de Yuuri hacía su ángel gato.
Y en la segunda mitad nos remontamos al presente. En el próximo capítulo Yurio y Zet salen al matadero con el grupo aniquilador de J.J
Pueden ir agradeciendo a LittleChanik la escena medio subida de tono de los Yuris. A ella y su constante acoso(?) por hard. Quizás no fue lo que querías, pero... algo es algo(?)
ByeByeNya🐾
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