Chasing Cars
VEINTE MILLAS
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU
Parejas: Thorki de principio (sí, terminará en otra cosa).
Derechos: a no ser olvidada.
Advertencias: esta historia es agridulce que inicia con el Thorki y terminará con otras parejas, no comencemos con otras cosas que no vienen al caso. Es un AU sin poderes, solamente mucho angst y drama de por medio. Una historia de encargo.
Gracias por leerme.
*****
CHASING CARS.
I have loved you for many years
Maybe I am just not enough
You've made me realize my deepest fear
By lying and tearing us up
You say I'm crazy
'Cause you don't think I know what you've done
But when you call me baby
I know I'm not the only one
I'm not the only one, Sam Smith.
Lhoki siempre se había jactado de ser alguien con una astucia por encima de la media, sus libros probaban algo de ello pues eran observaciones que había hecho durante toda su vida y que había recopilado en pequeñas libretas de donde sacó el material para crear esos betsellers por los cuales luego fuera conocido. Sin embargo, nunca pudo con lo que pasaba con la mente de Donald, como si hubiera una suerte de muro alrededor de su persona que le impedía reconocer sus dolores, alegrías o angustias justo cuando sucedían y no cuando este se las compartía. Había odiado eso desde el inicio de su relación si bien al rubio se le hizo de lo más hilarante, divertido con ello.
—Es que soy especial para ti, por eso.
Esa era una de las razones para dedicarse en cuerpo y alma a su matrimonio, puesto que si no podía leer a su esposo a su debido tiempo para ayudarlo en lo que fuera, al menos siempre tendría en él alguien leal y servicial para apoyarse en los momentos más difíciles, en sus triunfos o enfermedades. Justo como sus votos. ¿Había perdido algo de él durante ese transcurso de tiempo siendo la pareja ideal de Donald Blake? Esa pregunta a veces no lo dejaba dormir por las noches, mirando el rostro relajado de su pareja a su lado, como un niño inocente que nada sabe de la maldad del mundo. Así era de hecho el corazón de ese fortachón de risotadas alegres cada vez menos frecuentes en su presencia.
Era posible que hubiera cambiado y no de forma positiva con tal de ser un buen esposo, un buen escritor de novelas baratas -no tenía problema en aceptar que lo eran, no estaba escribiendo para el Premio Nobel- y por lo que estaba llegando al punto de quiebre tanto en su relación como en sus libros. Si su padre lo observara, probablemente se burlaría por ser un débil dependiente, a Lhoki eso lo enojó porque nada sabía de lo hermosa que había sido su relación con Donald hasta que la rutina y la costumbre se coló en sus vidas como un asesino silencioso.
Si algo tenía que reverenciar en el rubio era que jamás en todo ese tiempo le había alzado la voz, ni en la más acalorada de las discusiones, Donald le gritó o enfureció de tal forma que lo lastimara. Lhoki si fue más pasional al respecto, nunca llegando a la violencia física ni tampoco era que explotara todo el tiempo, solo en contadas ocasiones, las últimas porque deseaba algo de su esposo, un reclamo, una falta que justificara por qué eran como perfectos extraños en la cena sin nada más que decirse que cumplidos forzados igual que sus besos
Pero sabía también por los años que llevaba junto a Donald que este jamás reclamaría una falta aunque sí la tuviera, porque Lhoki era perfecto a sus ojos. No en el sentido idealizado. Le reconocía sus faltas y defectos muy bien, y aun así estaba a su lado adorando todo de su persona con una lealtad inquebrantable pues nunca faltaron las tentaciones alrededor del rubio al ser tan bien parecido con un estatus que lo ponían en la mira de gente interesada con todo y que portaba con orgullo su anillo de bodas. Incluso Lhoki sonreía con ternura de recordar la vez que fueron de vacaciones a Italia y en el baño del hotel se quedó atorado el anillo de Donald al punto que este casi estaba histérico con el personal por no ser capaces de rescatarlo. Así era ese bobalicón romántico de nobles principios.
Y ese detalle fue el que se convirtió en sus trompetas del apocalipsis en su vida cuando una mañana vio esa argolla de oro que en contadas ocasiones había dejado la mano de su esposo, a punto de ser olvidada por este una mañana que terminaba de colocarse su abrigo bien listo ya para salir a trabajar. Lhoki se quedó observando el anillo como si no creyera que estuviera en el lavabo, como un ente ajeno a toda la decoración, un error de la Matrix como decía Tony. Su mano se movió sola, tomándolo para sentirlo frío por el agua que aún tenía, caminando hacia Donald para mostrárselo.
—Se te olvidaba.
—¡Ah! Cierto, gracias —su esposo le sonrió con un beso en su mejilla a modo de agradecimiento— Me voy, no te estreses mucho, el libro saldrá tarde o temprano.
—Hasta la cena.
Lhoki tuvo ganas de llorar al quedarse solo, por dos razones tan dispares. Una era que le dolió ese olvido que jamás en todos esos años había ocurrido. La segunda razón era que de cierta forma estaba sintiendo un alivio al saber que no era el único aceptando la muerte de su relación. Ni con la terapeuta habían conseguido avivar la llama, ni recorriendo esos lugares que una vez les fueron especiales, esas fechas tontas en las que hacían actividades juntos. Ahora todo eso no era más que un recuerdo cada vez más borroso de sus vidas, una añoranza que no volvería a repetirse más. Lhoki se lamentó mucho, porque Donald primero se entregaría a la dolorosa conformidad que traía su promesa dada de jamás dejarlo solo antes que romper su palabra, no era algo que deseara para él no después de tanto entregado.
Se sentó frente a su computadora, mirando esa hoja en blanco que no tenía ni siquiera un título, limpiándose un ojo de una lágrima furtiva, cruzándose de brazos y mirando al techo como si esas vigas decoradas fueran a decirle la respuesta a los dilemas de su matrimonio. El celular que tenía no muy lejos sonó, descubriendo que era el idiota americano que tenía por vecino el que le llamaba. Lhoki suspiró, tomando el teléfono para responder esperando ya una de las conocidas bromas de Tony o de sus comentarios mordaces sobre su estancamiento.
—Hey, Lhoki, tengo ganas de tomar algo, pero no lo quiero hacer solo.
—No vas a comenzar a beber ¿cierto, Tony?
—Para nada, solamente es que me dieron ganas de salir. Este clima me deprime.
—La comida te deprime, la ropa te deprime...
—Hey, hey, que yo no digo nada de tus pizzas raras.
—La pizza no lleva piña.
—Eso lo podemos discutir en el bar, ¿qué dices?
—Te veré en unos minutos.
De buena gana se hubiera negado, pero ese tarado tenía algo. Luego de regresar del tedioso tour en el que Amora lo metió con otros escritores, notó que algo le sucedía a Tony. Una suerte de tristeza combinada con culpa. Lhoki supuso de inmediato que se había enterado de algo sobre su ex que lo puso mal, como solía suceder cuando internet hacía demasiado bien su trabajo. Ya lo había apodado con cariño como su hobbit, porque era un enano que siempre lo hacía pensar en las cosas de otra manera, le daba otra perspectiva además de ser increíblemente divertido, igual que el mítico mago de la Tierra Media veía a los Medianos. Su presencia era como un buen pretexto con que evadir el elefante blanco en su hogar.
—¿Listo? —le sonrió al verlo salir, peleando con su bufanda.
—Te sigo.
—¿Todavía no te aprendes la dirección?
—Ustedes que hacen calles raras con nombres raros y sentidos invertidos.
—Americanos.
Fue una caminata silenciosa, manos en los abrigos y con pasos decididos hasta el bar a donde entraron. No había mucha clientela, la tarde no caía por completo. Tony lo llevó a la barra, en su esquina usual donde a veces los encontraba Donald, el pensamiento trajo cierta melancolía en él mientras pedían sus tragos y el castaño se robaba varios tazones para comisquear.
—¿Cómo va esa hoja en blanco?
—Tan vacía como mi vida sentimental.
—Oh, vamos, Lhoki...
—Se acabó, Tony, realmente se acabó. También hay que ser lo suficientemente maduros para aceptar cuando un árbol ya no tiene más frutos que dar.
—Puede retoñar.
—No, Donald ya me abandonó.
—¿Qué?
—Es un decir, su mente ya no está más conmigo, ni tampoco su corazón.
Tony bebió un trago largo, alcanzando un puñado de cacahuates con una mano nerviosa, como si estuviera debatiéndose con algo que no tuvo el coraje de expresar. Lhoki ladeó su rostro, entrecerrando sus ojos antes de poner una mano sobre su hombro.
—No se te ocurra decir que trajiste mala suerte.
—Bueno...
—Esto ya era cosa de tiempo, Tony, solo has presenciado el ocaso de mi matrimonio.
—No es justo —casi gimió el castaño, mirándolo— Tú eres...
—Como cualquier otro ser humano, no me idealices pensando que por ser tu escritor favorito o alegrar la vida de algunos cuantos con mis libros estoy libre de sufrir las penas comunes.
—Eres duro contigo mismo.
—Se llama ser realista.
—¿No es mejor ser optimista?
—Ni siquiera sabes qué es eso.
—Auch.
—Tan solo necesito... un empuje para dar fin a esto.
Tony sacudió su cabeza, sacando su celular y acercándose a él como siempre que lo hacía para mostrarle alguna tontería fuese de su trabajo o que encontraba en las redes sociales.
—Necesitamos videos que nos hagan sentir mejor.
—¿Nos?
—Solo sígueme la corriente, te prometo que... —la mirada de Tony pareció encontrar algo en uno de los rincones del bar, abriendo sus ojos y luego sonriendo— ¡No me lo puedo creer! ¿Qué hace ese idiota por acá? Espera, espera, espera.
Lhoki lo vio perderse entre las mesas, rodando sus ojos al volverse a la barra, tomando su copa que le devolvió su reflejo triste. El teléfono de Tony se iluminó por un mensaje entrante, estando desbloqueado fue imposible para Lhoki el no fijarse de la notificación, alcanzando a leer parte de lo que decía como del remitente cuando el castaño volvió en esos momentos bien colgado del brazo de otra persona, igual que un niño que desea presentarle a sus padres a su mejor amigo.
—Lhoki, quiero presentarte a un buen amigo, este pelmazo de aquí es el doctor Stephen Strange, neurocirujano inglés. Stephen, mi escritor favorito en carne y hueso, Lhoki Laufeyson.
Un perfecto caballero inglés hizo una reverencia antes de ofrecerle una mano cálida, vestido en traje sastre azul oscuro, su cabello negro tenía unas entradas blancas que le daban una apariencia curiosa, usando el mismo estilo de barba que Tony, aunque más refinada. Esa mirada inquisitiva y algo misteriosa le trajo algo, como una cosquilla en su pecho al corresponder el saludo de mano como esa sonrisa, no así el guiño que le dedicó.
—Es un honor conocerlo, señor Laufeyson.
—Por favor, Lhoki.
—Lhoki.
Tenía un acento armónico, más de un lord de la cámara que un mero inquilino de Londres. La inspección de Lhoki debió ser más larga de lo usual porque Tony tosió para atraer su atención, volviendo en sí con la risita traviesa de Strange de cómplice.
—¿Así que neurocirujano? ¿Cómo es que conoces a este tonto?
—Hey.
—Lo operé años atrás cuando tuvo un accidente.
—Tony —Lhoki miró confundido al americano— Nunca me dijiste...
—Porque no fue nada.
—Casi se le van los sesos.
—Estás exagerando, Stephen.
—Pero soy tan bueno que ahora no se le nota nada, salvo su coeficiente intelectual.
—Qué gracioso.
Lhoki se permitió una pequeña risa, mirando al inglés. —Gracias por el gesto humanitario.
—Alguien debe velar por este descuidado.
—Pero me quieres —Tony levantó su mentón, aparentemente ofendido.
—No lo llamaría precisamente cariño —bromeó Strange, volviéndose a Lhoki— Seguro debe entender eso si lo trae pegado a sus talones.
—Es mi Hobbit.
—Ahora comprendo todo.
—¡Ustedes dos!
Los tres rieron, de alguna manera misteriosa casi mágica si pudiera decirse, la risa de Strange fue especial para Lhoki, como si ese sonido calmara algo en su atormentado interior.
—¿Qué hace un prestigiado doctor en una ciudad como Bergen?
—Un congreso. Reuniones aburridas y eso —Strange arrugó su nariz.
—Lo entiendo, me pasa a veces con las firmas. A veces te encuentras con seres extraños.
—Tú te estás aprovechando —reclamó Tony, mirando a su amigo— ¿Te pido algo?
—Me temo que no, debo marcharme ya, pero ha sido un placer charlar un poco con ustedes. Lhoki —el doctor sacó una tarjeta que le tendió en un gesto digno de un presdigitador— Por si deseas mis servicios.
—A mí nunca me diste una tarjeta.
—Me acosabas, Tony.
—Bah, pequeñeces.
—Gracias, doctor...
—Stephen.
—Gracias, Stephen.
—Que pasen una linda tarde, caballeros.
Ellos no tardaron mucho en volver, durante el trayecto de regreso Tony tuvo una llamada que debió atender, suspirando cuando colgó.
—¿Qué sucede, Tony?
—Es T'Challa, quiere que vaya allá a su aldea.
—Wakanda no es una aldea. ¿Por qué?
Tony alzó una mano que bailoteó en el aire, pasando su peso de un pie a otro.
—¿Algo pasó con lo de Steve?
—Necesito ir con T'Challa.
—¿Quieres que te acompañe?
—Puedo con esto, soy muy autosuficiente.
—Las disonancias cognitivas no son verdades.
—Oye.
—¿Estás seguro?
—Sí, T'Challa estará conmigo. Debo resolverlo, cerrar ese ciclo.
—Diría que un corte de pelo te ayudaría, pero sería que te raparas.
—Ja, ja. ¿Tú estarás bien?
—¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿El Ragnarok?
La risa de Tony fue más de nervios que de otra cosa, Lhoki solamente lo abrazó con fuerza, algo que no hacía con casi nadie salvo Donald.
—Todo estará bien para ambos, Tony. ¿De acuerdo?
—Yo...
—Hagamos esto —Lhoki se separó, mirándolo fijamente— Ve a ese viaje, termina con eso y cuando vuelvas hablaremos largo y tendido de lo que deseas decirme tanto ¿qué te parece?
—Soy una persona horrible, Lhoki.
—Yo también, quizá peor —suspiró este— ¿Al menos podré llevarte al aeropuerto?
—Por favor.
Donald los acompañó, preocupado de que tuviera que verse de nuevo con esa expareja con la que no tenía buenos términos. Lhoki lo calmó, regresando a su rutina sin el escándalo de ese tonto americano que los sacaba del cajón en el que se habían metido solos. Fue volver a las cenas sin charlas, compartiendo una cama que empezó a sentirse fría. Al enfrentarse de nuevo a esa hoja en blanco, es que recordó al neurocirujano, buscando su tarjeta para enviarle un mensaje, no les había dicho cuánto tiempo estaría en la ciudad, esperaba que todavía se encontrara. Una sonrisa apareció en Lhoki cuando leyó la respuesta.
Estaré encantado, dime el lugar y la hora.
Necesitaba algo, porque su mundo se hacía pedazos, hablar con un seudo extraño como Stephen Strange fue como de esas cosas raras que suceden a las personas en los momentos más desesperados, como una Blanche DuBois que se ancla a la bondad de los extraños para no caer. Encontrar al doctor ahí sentado en un sillón leyendo con ese porte típico inglés una revista sobre autos de carreras fue curioso, un nuevo camino que estaba abriéndose a él. Lhoki sonrió de nuevo, llegando hasta donde Strange para saludarlo y sentarse a su lado.
—Gracias por venir, espero no interrumpir una charla magistral.
—En realidad estoy de vacaciones.
—Pero...
—Le dije eso a Tony porque no quería que sintiera mi presencia como una molestia —explicó el inglés con otro de sus guiños— Pepper me pidió como favor que lo vigilara.
—Ya veo.
—Así que aproveché para descansar un poco. Me alegra saber que está en buenas manos.
—Las mejores si debo aclararlo.
—¿Qué sucede, Lhoki?
—Muchas cosas y a la vez nada, ¿qué dirías sobre mí si te dijera que estaba buscando hablar contigo solamente por hablar?
—No diría nada, es un honor.
—Me parece que eres de esos hombres que se haría una fogata con mis libros a la primera oportunidad.
Strange rio, tomando su vaso que terminó. —¿Puedo invitarte a comer algo?
—Claro.
¿Hacía cuanto que no sentía emoción por un ir a un restaurante? ¿Desde cuándo le había parecido monótono el pedir un platillo o pedir opiniones sobre los sabores? Lhoki no lo recordaba. Strange era un experto, casi un hechicero llevando la conversación por buen sendero entre sus recomendaciones o sugerencias del vino, siempre mirándolo fijamente. Incluso tuvo la sensación de que la comida sabía mejor, que el ambiente era animado pese a que el resto de las mesas estaban como ellos, hablando en tono bajo con una música clásica en el aire.
—¿Puedo ser descortés, Lhoki?
—No serías el primero, adelante.
—Te siento atrapado.
—Lo estoy. No veo la salida, de pronto quisiera atacarlos a todos y al mismo tiempo sé que eso me haría más miserable de lo que ya soy.
—Saber mucho luego es una maldición.
—Y que lo digas.
—Si puedo expresar mi opinión, el simple hecho de perder no te hace una persona mala o indigna. Por lo que me has contado, pareciera que siempre estuviste en pie de lucha para que no te aplastaran, y te sientes en la necesidad de ganar todo el tiempo para demostrar que vales la pena.
—... algo así.
—Pero está bien caer. No pasa nada.
—¿Stephen Strange dando consejos de vida? Esa es mi profesión, doctor.
Este rio, bebiendo de su copa. —A veces no se puede ganar, a veces no queda más que tocar fondo, resistir la caída para recuperarnos.
—Parece que hablaras desde la experiencia.
—Qué perceptivo.
—También tengo mis trucos —Lhoki sonrió, jugando con su tenedor— Entonces ¿me aconsejas como los viejos hechiceros que guían a los héroes que haga lo correcto?
—Podemos ser lastimados de muchas maneras, y solemos caer en la trampa de lastimar a los demás para sanar nuestras heridas. Es demasiada tentación, por supuesto, tener el poder de dañar, de tener la mano ganadora. Pregúntate si al final habrás conseguido lo que en verdad deseabas.
—Estaba seguro de que hablar contigo era una excelente idea.
—Soy excelente.
—Por favor —bufó Lhoki.
—Y tú eres muy hermoso cuando sonríes así.
De pronto, la hoja en blanco dejó de estar en blanco. Lhoki se encontró levantando las manos y comenzar a escribir sus primeras letras que luego se convirtieron en párrafos y después en hojas enteras para cuando se dio cuenta, que era ya de madrugada por cierto. Tenía mensajes sin leer de Tony, llamadas perdidas de Amora como notitas pegadas en su puerta de parte de Donald avisándole que tenía la cena esperándolo en el horno. Solo tomó su teléfono para llamar a Strange, contándole del milagro que había ocurrido, escuchando esa risa que parecía calmarlo quien sabe por qué.
—Solo déjalo ir, Lhoki.
En el desayuno estaba casi eufórico, contando a Donald sobre la nueva idea que había aparecido para su nuevo libro, lo que estaba pensando hacer al tiempo que su plato quedaba vacío a una velocidad que el otro ya no había vuelto a ver, dedicándole una mirada extrañada por tal cambio. No fue solo eso, Lhoki andaba de aquí para allá, buscando entre libros de consulta, yendo hacia la biblioteca... todas esas actividades olvidadas cuando su bloqueo apareció por completo. Cuando tuvo su primer capítulo listo, no fue con Amora para que lo leyera como era usual, invitó a Strange a un desayuno para que lo viera, esperando cual niño ansioso por su opinión.
—¿Y bien?
—Como dijiste, tu género no es de mi predilección, por lo que a continuación voy a decirte lo debes tomar como una verdad sincera.
—Adelante.
—Es increíble. ¿Hay más?
La sonrisa de Lhoki no desapareció al volver a su departamento, trabajando mejor en su esquema del libro, el número de capítulos, como abordar el tema, e incluso estaba pensando ya en el tipo de portada que deseaba para su trabajo. Sin darse cuenta de las miradas que Donald le daba al verlo andar de aquí por allá hablando solo o riendo, logró tener la mitad del libro para cuando Tony le llamó avisándole que volvería a Bergen, momento en el que se dio cuenta que ya no dolía tanto lo que estaba por hacer, ni tampoco lo sentía como si fuese el verdugo por ejecutar una sentencia de muerte. Strange tenía mucha parte en eso, debía reconocerlo.
—¿Donald?
—¿Qué pasa?
—Necesitamos hablar.
Tomó las manos del rubio, esas que siempre lo amaron y protegieron, que lo vieron crecer y que jamás lo dejarían solo aunque eso significara renunciar a su propia felicidad. Las besó por el dorso, con lágrimas congeladas en su rostro.
—Donald, lo nuestro ya no funciona más, dejemos de torturarnos mutuamente antes de que esto nos vuelva enemigos. Siempre te querré, porque me amaste con sinceridad y lealtad, pero eso ya dejó de existir y no puedo retenerte más.
—Lhoki...
—Sshh, es lo mejor. Te respeto lo necesario para dejarte ir, sin rencores o agravios. Debemos separarnos, Donald, ahora que todavía podemos ser amigos. Hagamos lo correcto.
—Hay algo que debes saber.
—Lo sé, Donald.
De no haber estado sujetando las manos de este, Lhoki estuvo seguro de que se hubiera echado a correr. La mirada de Donald vaciló, tragando saliva y perdiendo color. Lhoki negó, soltando una mano para acariciar su rostro.
—No me di cuenta porque no quise darme cuenta, creyendo que aun existía algo entre nosotros.
—No quise... yo no...
—Donald, para ser infiel, primero debes amar a la otra persona. Tú y yo ya no sentíamos nada desde hace tiempo, mucho antes de que estuvieras con Tony.
—Lhoki...
—Ese idiota. No te negaré que tuve ganas de atropellarlo, seguro Amora se encargaría de ocultar mi crimen de hacerlo. Pero si Tony merece a alguien, ¿quién mejor que su vikingo favorito? Yo estaré tranquilo, porque sabré que las dos personas más importantes de mi vida están bien. No llores, ya no sufras más, nunca fue de mi agrado ver dolor en ti, siempre procuré porque hubiera un arcoíris de felicidad en tu vida, ahora eso será algo de lo que Tony deberá encargarse.
—Lo siento.
—Yo no, como dije, debí darme cuenta y hacerme a un lado antes de ponerlos en esta encrucijada. Todavía podemos resolverlo ¿no?
—Siempre admiraré la forma de tomar estas cosas.
—La gran mayoría estallaría y buscaría la más cruel de las venganzas así destruyera su propia vida de por medio. Es un fuego que todo lo consume, tú mejor que nadie sabe cuánto sufrí por algo así, no me sentiría mejor luego de destruirlos, ni tampoco el tiempo volvería. Ha sucedido, y para serte groseramente sinceros, me siento aliviado. Una de las razones por la que no deseaba separarme, no era por miedo a estar solo sino porque me mataba el pensar que estarías mal, esto me quita peso de encima.
Lhoki abrazó al rubio, un abrazo largo con los sollozos del otro cayendo sobre su hombro, consolándolo con una mano acariciando su cabeza y besando su mejilla al separarse, tomando ese rostro para limpiar esas lágrimas que no tenían razón de ser, sonriéndole.
—Yo también quiero ser libre.
—Estaba dispuesto a compartir mi vida contigo. Hasta el final.
—Si aun tienes esa determinación, úsala en Tony. Es un tarado americano que oculta sus dolores tras sus tonterías y bromas, necesita de tu mano para no perderse.
—¿Qué harás?
—No soy de convivir con multitudes aunque me complazca su adoración, quiero estar un poco más a solas.
—¿La cabaña?
—Necesito terminar el libro sin interrupciones.
—Si necesitas...
—Donald, no —Lhoki negó, soltándole al fin— Esto lo debo hacer solo ¿de acuerdo?
—Gracias por todo, Lhoki.
—Gracias a ti, Donald. Prométeme que no llorarás más.
—Lo prometo.
La cabaña fue el primer hogar que Lhoki se comprara con su sueldo de escritor, y donde en un inicio hubiera escrito sus siguientes obras. Volver ahí no fue con un sentimiento de derrota, sino más bien de recuperación, de encontrar una vez más esa chispa que olvidara con el tiempo sobre cómo se sentía consigo mismo al escribir, eso que lo hacía muy feliz. Miró su celular, rodando sus ojos ante la insistencia de Tony de saber qué hacía cada cinco minutos. El idiota casi había tenido un infarto cuando habló con él, amenazándolo con encerrarlo en un psiquiátrico de no contenerse. Otro llorón que tuvo que consolar cuando le explicó cómo se había enterado de su romance con Donald.
Un simple mensaje de texto, tan cliché que lo enfadó.
Claro que lo primero que pensó fue en armar un escándalo y hacerlos pagar por mentirosos, antes de darse cuenta de lo mucho que había cambiado Tony, de lo feliz que lucía Donald a su lado. De lo bien que él mismo se sentía al encontrar la razón para terminar su matrimonio sin remordimientos. Tony le había traído un respiro, ofreciéndole en primer lugar su amistad que no lo dejó caer en una depresión a la que muy seguramente hubiera perecido de no haber aparecido, no lo iba a hacer pasar por otro momento tan espantoso como lo sucedido con aquel capitán, menos reconociendo que había intentado decírselo varias veces, no solo en aquel bar.
Ahora se sintió muy bien de haber sorteado semejante caos con una madurez de la que se sintió orgulloso, manteniendo la amistad con el idiota americano que seguía preocupado por él porque Tony era así, una mamá gallina. Y si Donald hacía bien su trabajo, el mundo pronto vería lo que Anthony Stark tenía para dar, igual que él.
—Bueno, ese libro no se escribirá solo.
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