[✎] Jekyll and Hyde | ViridianShipping

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Pareja: ViridianShipping - Yellow & Silver.

Canción: Jekyll and Hyde - Five Finger Death Punch.

https://youtu.be/4HSpYRLOAvk

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Su voz se quebró e Yvonne retiró su mano con dulzura de la mejilla de la contraria. No podía entender la repentina preocupación de Whi-Two, que le hacía temblar y proferir palabras trémulas. Así que en medio de la calle, todavía con el público dispersándose, bajos los nubarrones que entristecían el día, Whi-Two le tomó de las manos y la miró fijamente con vehemencia.  Yvonne se sintió algo intimidada puesto que Whi-Two solía evadirle la mirada, pero sostuvo el peso de la pasión de esos orbes azules, mientras notaba el ardor del sonrojo en sus propias mejillas. 

      —Sé que el primer cuento que te narra un fantasma siempre llega más, ya sea un final triste o feliz la emoción se magnifica, a mí me pasó lo mismo que a ti por eso entiendo que le des tanta importancia—explicó la chica de ojos azules, suavemente—. Pero por favor, deja que te narre mi primer cuento. Necesito contártelo, en serio.

      Yvonne asintió, algo confundida, sin entender y Whi-Two con su voz todavía algo quebrada y con el cuento del Caníbal de Novarte rasgando su corazón sacando su inseguridad latido a latiod, comenzó a hablar:

      —Bien, este es el cuento de una tierna y amable joven que usaba una caperuza roja, un malvado lycanroc y un valiente cazador. Quién me contó la historia fue el lycanroc feroz.

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En Ciudad Verde había un joven de cabellos rojos que decía ser el cazador, vivía en una casa algo apartada de la civilización, colindante con el sinuoso Bosque Verde. Desde el interior de su casa vigilaba la entrada del bosque cuando caía la noche, apoyaba los codos en la madera astillada y posaba su mano sobre los cristales quebrados de su hogar mientras tenía la vieja escopeta en su regazo junto a los balines de plomo que descansaban en la repisa del ventanal. Así pasaba horas, hasta ponerse en pie. Muchas veces en Ciudad Verde hablaban de que veían a ese misterioso cazador tomar una lámpara de aceite y adentrarse en el bosque con su escopeta cargada a la espalda para no volver en días.

     Con el tiempo, al cazador sin nombre de cabellos rojos tuvo que dar explicaciones. «Creo que hay un Lycanroc en el bosque» respondió y todos se rieron, hasta que comenzaron a aparecer manadas de Mareep heridas, los Miltank comenzaron a ser atacados de una manera que sabían que los pokémon autóctonos de Kanto no hacían y los aullidos de un solitario Lycanroc comenzaron a resonar. Así que todo el mundo comenzó a respetar a ese cazador que se pasaba día y noche en el bosque para mantener el pueblo a salvo. Comenzaron a ver lo beneficios de su presencia para el bienestar del ganado, así que si el cazador decía que ese día no debían entrar en el bosque todo el mundo le hacía caso, si el cazador decía que el Lycanroc continuaba en la zona por lo que debían tener cuidado, nadie dudaba. «El bosque está lleno de peligros por la noche, no debéis entrar» les había dicho, y los pocos ciudadanos de Ciudad Verde, asintieron ante sus palabras. Es más, los habitantes de Ciudad Verde le agradecían la caza que compartía, así que le regalaban dulces, pólvora y mantas, le daban cestas de dulce y lecheras cargadas de Leche Mu-Mu. De este modo en Ciudad Verde se hizo normal ver la tenue luz titilante de la casa del cazador que a veces se perdía en el bosque.

      En las noches que el cazador notaba como sus manos sudaban contra el ventanal y que su mandíbula comenzaba a doler, tomaba su lamparilla y se iba al lugar más recóndito de los sinuosos caminos del Bosque Verde. Cargaba la escopeta a su espalda, pero dejaba los balines de plomo fuera de su bandolera en la repisa de la ventana.

     Cuando estaba en un punto suficientemente alejado, dejaba la escopeta apoyada contra el troco de un árbol, se amordazaba del mejor modo posible y cerraba los ojos, deseando que el lycanroc feroz no hiciera ninguna maldad. Se dejaba una nota a su otro yo en la que le rogaba que «por favor, no hagas daño a nadie» y a veces, en esa nota grabado con sus garras, veía que se había respondido con un «lo siento». Entonces se retorcía de la angustia, notando que el vello rojo de su piel se erizaba y comenzaba a recubrirle un pelaje granate. Notaba la saliva gotear por la mordaza mezclada con la sangre de su dentadura alargándose en afilados colmillos y clavar sus uñas en el suelo arrancando al hierba alta mientras aullaba de dolor.

     Así eran varias noches para ese cazador llamado Silver, que, en realidad, también era el Lycanroc feroz.

     Días más tarde, a veces semanas, se despertaba en algún punto del bosque con la boca llena de la sangre y el pelaje de algún pokémon salvaje. Se hallaba a sí mismo con ropa rasgada, su pálida tez recubierta de barro, moratones y leves cortes. Así que cuando se ponía en pie sacudía el polvo de sus pantalones y, adolorido, caminaba de vuelta a donde dejó la bandolera con una muda de ropa. Mientras se cambiaba guardaba en la bolsa los pokémon salvajes cazados e iba de vuelta a su hogar para prepararlos y simular que les había dado con la escopeta. A veces mientras veía a la pobre criatura entre sus manos, soltaba un suspiro largo y cansando notando algún retazo de recuerdo de lo que había hecho o dicho el hombre lycanroc en la oscuridad del bosque. Revisaba, como de costumbre, la nota que se dejaba a sí mismo y sonreía al ver que la fiera no había escrito ningún «perdón».

     Así una y otra vez, confiándose de que su coartada era perfecta.

     Silver creía estar a salvo, hasta que una mañana vio adentrarse en el bosque a una joven con una caperuza roja, todo el mundo la llamaba por el mote de Caperucita Roja ya que siempre la portaba, pero era más conocida por todos en Ciudad Verde por su amabilidad y bondad. La chica de buen corazón—el más bueno que se vería nunca—caminaba a paso cantarín, alegre, con una cesta de mimbre cargada hasta arriba e iba luciendo una enorme sonrisa que Silver nunca vio que nadie pusiera en su rostro al adentrarse en ese páramo de terror que era el Bosque Verde. Silver notó que por su nuca comenzaba a caer una gota de sudor frío, especialmente cuando la vio volver a la noche, con su larga coleta rubia ondeando sobre su hombro y su cesta de mimbre ahora vacía. El hombre lycanroc miró los balines de plomo de su ventanal y esa noche trató de dormir convenciéndose de que sería algo de una vez.

     Pero no lo fue.

     Silver notaba los nervios cosquilleando su piel cuando esa noche notó el dolor en su mandíbula y en la punta de sus dedos. Yellow Caballero era su nombre y él sabía que susodicha había ido por la tarde al bosque. Suponía que en la mañana debía volver, así que solo le quedaba juntar sus manos como siempre hacía ante la repisa de su ventana y rogarle a Arceus, pero en seguida las punzadas de dolor interrumpirían sus ruegos. Se tambaleó como de costumbre, con su escopeta sin cargar y su bandolera llena de ropa y vendajes hasta llegar al lugar más perdido del bosque.

      Por la mañana, cuando rasgaba su propia piel del dolor notando que el pelaje de Lycanroc ya había recubierto todo su cuerpo, escuchó los lentos pasos de alguien caminar en la lejanía. Se incorporó con ese nuevo cuerpo cuadrúpedo y olfateó el aire, un dulce aroma llegó a su nariz mezclado con el hedor metálico de la sangre que resbalaba por su lomo. Mientras caminaba tras los árboles cojeando, observó con sus afilados y rojos ojos a esa joven caminar. Iba con su usual caperuza roja sobre su larga cabellera rubia, haciendo que las hebras de oro cayeran sobre su pecho. Yellow se detuvo apretando la cesta de mimbre en contra de su regazo y por primera vez Silver pudo posar su vista en ese verde e intenso mirar. Se quedó helado en el sitio cuando sus ojos se posaron en los de ella sin ser visto y notó un escalofrío recorrer por toda su encorvada espina dorsal; notaba la pasión del bosque provenir de esos orbes, notaba la magia que envolvía cada mota de polvo del lugar. Yellow se bajó la caperuza, revolviendo su cabello y dejando la cesta de mimbre en el suelo. Silver solo pudo contener la respiración mientras escuchaba las pequeñas ramas estallar bajo el peso de la chica.

      —¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

     Silver notó como sus fauces se hacían agua al llegar el aroma de la comida a su hocico, soltó un gruñido y cerró los ojos con fuerza antes de darse media vuelta y correr lejos de ese camino. Sin embargo, mientras se alejaba con su estómago rugiendo y su piel sangrante, Silver escuchó unos pasos sobre la hierba que iban tras él. Se detuvo para ver los enormes ojos verdes de Yellow mirándole, en su mirada parecía tintinear el miedo junto a la curiosidad. Vio como ella alargaba la mano hacia él y Silver quiso retroceder, pero en vez de salir corriendo como debería se detuvo y miró a esa muchacha que dejaba la cesta a un lado. Una leve sonrisa apareció en los labios de ella justo cuando Silver, guiado por su instinto, se acercó un poco más.

     —Tranquilo, no vengo a hacerte daño.

     Cuando se quiso dar cuenta el pelaje del hombre-lycanroc ya había entrado en contacto con esa mano que parecía desprender calidez. Yellow hundió la mano en su pelaje y revolvió sus orejas con cariño.

     —Estás herido, ¿qué te pasó?

     Silver no se molestó en dar una respuesta de la cual lo único que entendería serían un extraño aullido. Pero Yellow continuó sonriendo y se sentó de rodillas en el suelo mientras abría su casi vacía cesta de mimbre y sacaba telas, alcohol y algodón.

     —Quédate quieto, no dolerá.

     Yellow cerró los ojos y de sus manos salió un chisporroteo y Silver sintió que la magia recorría su cuerpo. Las chispas danzaron por su piel en baile que acariciaba sus heridas y las cerraba lentamente, haciendo que la pasión del bosque que vio en los ojos de la joven se escapara para envolverle a él con calidez. Notaba las manos de Yellow apretar un poco con más fuerza contra su frente hasta que la sensación del Bosque Verde acunándole desapareció y Silver solo pudo elevar la mirada hacia esa chica que continuaba sonriendo con amabilidad, confundido. «Es como yo» pensó Silver al verla con una sonrisa agotada en los labios. «Es como yo» se repitió mientras ella humedecía las vendas y el algodón para sanar los rasguños que se habían abierto en su propia piel.

      «No estoy solo» gimoteó el malvado lycanroc feroz.

      —Tienes que tener cuidado, ¿vale?—la chica se ajustó la caperuza y tomó de nuevo la cesta de mimbre—. ¿Tienes hambre?

      Ella no esperó a su respuesta, pues ya estaba sacando los platos de barro de su cesta.

     —Esto es comida que sobró, así que no te preocupes. Aunque... —pondría las sobras de pescado ante Silver mientras sacaba dos trozos de tarta—hay una tarta de meloc y otra de aranja y no es bueno para ti comer mucho dulce, así que, ¿cuál prefieres?

     —Meloc—respondió de manera instintiva.

     —Vale, meloc para ti. ¿Entonces te gustan las bayas meloc?

     El lycanroc feroz parpadeó, perplejo.

     —¿Me entiendes?

    Yellow pareció algo divertida ante su confusión, así que se limitó a llevarse el índice a los labios y chistar con suavidad.

     —Sí, pero este será un secreto entre nosotros dos, ¿vale?

     Con la misma y bondadosa sonrisa afable que parecía tener siempre en sus labios, Yellow se limitó a ver a Silver comer, quien devoró con ansia las sobras que le habían otorgado. Cuando hubo finalizado, se puso en pie con cautela teniendo cuidado con la brusquedad de sus movimientos. El cazador se dio cuenta de que a pesar de todo ella seguía siendo cuidadosa ante un pokémon salvaje y eso le hizo suspirar aliviado. Yellow se colocó de vuelta la caperuza y guardó los platos antes de servir en un pequeño cuenco algo de agua y colocarlo lentamente ante el lycanroc.

      —Tienes que tener cuidado, hay un cazador que te está pisando los talones. Te prometo venir y traerte comida pero tú me tienes que prometer que te portarás bien.

      Silver asintió lo que hizo que la chica suspirara aliviada, bajó la vista al cuenco para satisfacer su sed y cuando la alzó de nuevo, buscando a Yellow, la chica ya había desaparecido llevándose consigo toda la sensación mágica que trasmitía el Bosque Verde.

      A la tarde siguiente, Silver se sorprendió a sí mismo deambulando por el bosque, no por la zona más alejada y oscura, sino por los lindares del camino por el que sabía que los habitantes pasaban. El feroz lycanroc caminaba de manera lenta, cada vez sintiendo más que su parte bestia superaba al raciocinio de lo que fue el humano, pero por primera vez tanto humano como pokémon parecían coincidir en algo; ambos estaban curiosos por caperucita roja. Cuando pudieron verla Silver se dio cuenta de algo, de manera instintiva estaba caminado hacia ella y eso le hizo detenerse.

      —¡Oh! Buen chico.

      Yellow se acercó a él con una sonrisa, sacó un nuevo plato de comida y lo dejó en el suelo, mientras acariciaba su pelaje con esas manos que, desde que lo curó, quedaron envueltas en vendajes.

      —No puedo entretenerme, nos vemos mejor a la vuelta. Tengo que ir a cuidar a mi tío.

      —Te puedo acompañar en el camino, así, para agradecerte que me ayudaras puedo ahuyentar a los pokémon salvaje que te puedan atacar.

     Yellow asintió, con una sonrisa.

     —Será divertido.

     Así fue como caperucita roja y el lycanroc feroz caminaron juntos por el bosque. Y el lycanroc volvió a mirar a la chica sintiendo que su estómago rugía de hambre con solo verla.

      Esa fue la sensación que invadió a Silver cuando abrió los ojos en medio del bosque, por primera vez su cuerpo no estaba lleno de heridas, su cabello estaba revuelto y su piel manchada de barro. Para su tranquilidad personal, no había ese carmesí desastre que le costaba días recuperarse, tampoco encontró plumas de otros pokémon en su boca y no había perdido peso ni se hallaba sediento. No recordaba muy bien lo que había hecho pero cuando sobó su frente, adolorido, apareció una imagen en su cabeza; la sonrisa tierna de Yellow mientras acariciaba su pelaje y eso revolvía en su interior un deseo que Silver solo podía interpretar como hambruna.

      Estuvo un rato de arriba abajo tratando de aclarar su mente, con los ojos cerrados con fuerza viendo pequeños trozos del lycanroc esperando con cariño al borde del camino y las dedos finos de Yellow revolviendo su pelaje mientras le hablaba con ese tono que parecía usarse con los niños pequeños. Una vez se animó a abrir los ojos revisó cada milímetro de su piel, no había sangre, ni nada que le diera a entender que había dañado a esa chica. Así que, cuando ya se había mordido las uñas hasta dejar al rojo vivo sus yemas, se puso en pie aterrorizado y corrió hacia donde creía haber dejado sus pertenencias. Cuando pudo encontrar su bandolera entre los arbustos, Silver sacó todo su contenido hasta encontrar los arrugados trozos de papel donde se dejaba notas sí mismo. Entonces se encontró el respectivo trozo de papel y lo desenroscó. «Por favor, no hagas daño a nadie» ponía como de costumbre, en un desesperado ruego de que sobre sus hombros no quedara el peso de más cuerpos y litros de sangre. Sin embargo, ante sus ojos solo quedó un «lo siento», un único y escueto «lo siento» rasgado en el papel, que hizo que Silver comenzara a hiperventilar.

      «Lo siento». ¿Qué había hecho? ¿Qué narices había hecho? Buscó entre la maleza su muda de ropa y se vistió, recogió su cabello en un moño y comenzó a correr. Musitó esas disculpas una y otra vez, notando el ardor en sus ojos. Se odiaría a sí mismo si había dañado a esa joven de buen corazón, el mejor que existirá jamás. Así que, notando que el suyo latía aceleradamente por el combustible del terror, pasó de largo los senderos y la puerta de su hogar. «Por favor, Arceus» rogó como siempre rogaba «por favor, no dejes que dañe a nadie más, suficiente daño le hice a Gold ya» continuó implorando mientras seguía recto por el camino que le hizo adentrarse en Ciudad Verde. Jadeante, con el sudor recorriendo su cuerpo trató de orientarse en la ciudad, pero se sintió totalmente sobrecogido por esta, llevaba tantos años aislándose que, aunque conocía a sus habitantes, se encontraba totalmente perdido en sus calles.

     Notaba que sus manos picaban y que su respiración, junto a la fatiga, se entrecortaba. No obstante, con un vergonzoso a la par que obstinado titubeo, se acercó a un puesto que se hallaba al borde del cruce.

     —¿Necesita algo, cazador?

     La amable voz de la tendera llamada Daisy hizo que Silver tomara una fuerte bocanada de aire en pos de recuperar parte de su sosiego.

     —Sí, necesito hablar Yellow Caballero, ¿sabe dónde la puedo encontrar?

     Que la tendera se detuviera a pensar hizo que el más puro terror invadiera su cuerpo, pero luego señaló una calle hacia la derecha.

     —Dos casas más a la derecha del puesto de flores. Allí la podrá encontrar.

     Soltó un agradecimiento entre dientes y a paso acelerado siguió las indicaciones que Daisy le había otorgado. Cuando llegó a la casa que en teoría debía ser la de la joven Caballero, Silver aporreó la puerta con sus nudillos lleno de impaciencia y al ver que se demoraba abrió la puerta sin deje de arrepentimiento alguno.

     Durante unos segundos se quedó petrificado sin saber que explicar, pues la joven ya se estaba dirigiendo hacia la puerta de su hogar. Así que allí estaba ella, a pocos metros de la puerta, con los ojos muy abiertos y los labios desplegados en una expresión escandalizada. En seguida la chica se apresuró a correr al perchero y tomar un abrigo largo, como si quisiera verse más elegante. Tras ese gesto, Yellow se le acercó con las mejillas ruborizadas, parecía avergonzarle que Silver la hubiera encontrado en camisón y con su larga cabellera rubia cayendo revuelto por sus hombros. No obstante, a Silver las apariencias no podían importarle menos en ese instante, así que dio un par de zancadas y la asió de los hombros, haciendo que Yellow evadiera su intensa mirada con una expresión bastante intimidada.

     —B-buenos días, señor cazador—musitó—. ¿Le... le p-puedo ayudar en algo?

     Notar la calidez de Yellow con esa magia que solo su verde mirar podía tener, hizo que a Silver se le escapara un suspiro aliviado. Estaba viva, parecía sana y eso hizo que la culpa que le había tenido preocupado se volviera más liviana. «¿Por qué te preocupas tanto, ni siquiera la conoces?» aun así Silver, con severidad posó las manos en su cadera, soltando a Yellow, y suspiró.

      —Buenos días, señorita Caballero. La vi desde mi cabaña adentrarse en el bosque y quería hablar con usted sobre eso.

     —Ah, es que mi tío cayó enfermo—explicó tímidamente—, pero también tengo mi negocio aquí y no puedo desatenderlo, así que he de viajar con asiduidad de Pueblo Paleta a Ciudad Verde.

     —Aun así, te diría que tuvieras cuidado. El bosque está lleno de bestias salvajes y no puede caminar por él así como así, por ese motivo le recomendaría ir armada—esa idea pareció horrorizarla, pero Silver continuó hablando—, yo puedo prestarle escopetas, mas, mi recomendación personal es que intente evitar el Bosque Verde lo máximo posible.

     —Pero el bosque es un lugar hermoso y...

     —Da igual su belleza, cuanto más tiempo pase en él más se arriesga a que el lycanroc feroz la devore.

      Silver esperó ver otra expresión de terror en su rostro, sin embargo esta vez las delicadas facciones de Yellow permanecieron imperturbables, incluso seria.

     —No creo que tenga razón pues nunca he tenido percances.

     —Hasta que los tengas, señorita Caballero. Una bestia lo único que podrá hacerte es daño, incluso cuando crees que existe amistad hacia esta, por eso le doy este consejo hasta que la pueda cazar—interrumpió él con rotundidad.

     Se dio la vuelta de inmediato, como si no quisiera darle tiempo a la chica a negarse y, aunque no le dio tiempo a responder, pudo ver como fruncía su entrecejo. Cuando él trató de irse, sin más, Yellow hizo el amago de detenerle soltando unos tartamudeos indignada, pero Silver no los pudo—o quiso—escuchar.

     A decir verdad Silver solo quería asegurarse de que estaba viva, pero esperaba que su advertencia fuera fructífera. Con esas cavilaciones dio un par de vueltas más por la ciudad, no solo para recordar los caminos y que la civilización despegara un poco la soledad que recubría su alma, sino para que revisar que el resto de ciudadanos estuvieran sanos y salvo. El joven cazador no podía parar de darle vueltas a esa disculpa que su otro yo había escrito, ¿por qué una bestia escribiría un «lo siento» si no había hecho nada? Estuvo pensando hasta que llegó la noche, cuando el reposaba sobre el alfeizar de la ventana junto a los balines de plomo, mas, por mucho que quiso reflexionar sobre ello, no encontró ninguna respuesta.

     Entonces, me medio de la oscuridad de la noche, pudo ver el titilar de la suave llama de una vela iluminando una caperuza roja y una larga cabellera rubia. Silver, al reconocer a Yellow, solo pudo rodar los ojos debido a su tozudez. Sabía que esa noche estaría a salvo, así que pudo dormir tranquilo, pero tenía ganas de volver a casa de la chica y gritarle que entrara en razón.

     Para su sorpresa, a la tercera noche de haber visitado a Yellow y verla adentrarse en el bosque, una mañana, mientras escudriñaba el Bosque Verde de entre los cristales quebrados de su cabaña, vio como la joven caperucita roja caminaba hacia su hogar dando grandes zancadas. Silver esperó con paciencia a que resonara el golpe de los nudillos contra su puerta y se puso en pie para esperar a la chica. En efecto, en seguida el aporrear contra la madera se coló en su hogar y Silver, apoyado en el marco de la puerta, recibió a Yellow con su usual seriedad.

     —¿Qué hiciste?

     Silver alzó las cejas, al escuchar esa pregunta recriminatoria salir de los labios de la chica.

     —¿Qué hice?

     —El lycanroc desapareció.

     —No hice nada—replicó el pelirrojo, aturdido—, debe estar en algún lugar perdido del bosque.

     —No, no está, sé que no está.

      Pronunció esas palabras, posando la mano en su pecho y cargando cada vocablo con una preocupación que hizo a Silver estremecerse.

     —Te aseguro que ha desaparecido, no hay ningún rastro de él en el bosque. Por favor, dígame que no lo ha cazado.

     —No lo he cazado, se lo juro.

     Eso hizo que los hombros de Yellow se destensaran y que la ira que intimidó a Silver en un inicio desapareciera por completo. «¿Por qué le preocupa tanto el lycanroc si lo acaba de conocer?» se cuestionó sintiendo un nudo en su garganta que le impidió preguntarlo, pero Yellow vio su expresión aturdida y bajó un poco la caperuza, buscando esconder su rostro de la vergüenza.

     —Muchas gracias. Sé que será raro de mi parte, sobre todo teniendo en cuenta lo que me ha advertido, pero no haga daño a ese pokémon, se lo ruego.

     Al decir eso los dedos de Yellow dejaron de aferrarse al extremo de su caperuza y miró a Silver fijamente.

     —Me haré responsable de él si es necesario, pero solo le pido que no lo cace. No es una mala criatura, tan solo es un lycanroc herido y hambriento, no es nocivo, me atrevería a decir que incluso es un pokémon pacífico—dijo con vehemencia.

     —Es una bestia que puede hacer daño.

     —Pero yo sé que no quiere dañar a nadie. Está solo, solo eso—respondió bajando la vista a sus pies con algo de pena—, sé que no es malvado, lleva tiempo sin atacar a nada ni a nadie pues lo único que necesita, como tú o yo, es alimentarse. Sé que es una petición extraña pero... no lo cace, se lo ruego. No es un monstruo, es solo un pokémon.

     Silver soltó un largo gruñido y se llevó las manos al puente de la nariz. «No es un monstruo», esas palabras habían crispado su piel y enredado sus cuerdas vocales, así que cuando se quiso dar cuenta unas tristes lágrimas caían por sus mejillas. No se consideraba una persona emocional, de hecho, odiaba mostrar ese lado de su persona ante Yellow, pero le había invadido una sensación contradictoria que embotaba su cerebro y obstruía al raciocinio. Nunca unas palabras le hicieron tan feliz sin embargo, también le corroía la más pura envidia haciendo que la desdicha apabullara todo su ser. Incluso el lycanroc había conseguido tener la compañía y cariño de alguien antes que él, pero, a su vez, Silver sintió por primera vez en mucho tiempo, que no era un monstruo.

     Estaba cansado de todo, muy casando.

     Yellow le observaba, preocupada, escuchaba de sus labios unas palabras inquietas pero Silver no podía responder a ellas en el momento, avergonzado trató de despedirla pero ella parecía clavada en el sitio posando la mano en su espalda en un intento de consuelo. A pesar de que Silver no podía responder a sus preguntas, Yellow se quedó a su lado consolándolo.

     —No está solo, ¿sí? Si necesita algo estoy aquí.

      Por algún motivo, esas palabras hicieron a Silver llorar más, haciéndolo enrojecer más de la vergüenza.

      «No estoy solo» gimoteó el valiente cazador.

      Y los siguientes días confirmó que, esa chica a la que todos llamaban caperucita roja era la joven más dulce y bondadosa que jamás podría conocer. Era obstinada y seguiría yendo al bosque, preocupada por el bienestar de todas las criaturas del lugar, pero, ahora, a ese camino, le añadía una pequeña parada más; el hogar del cazador. Las noches que veía a Silver, como de costumbre, ante su ventanal, se acercaba con una sonrisa para dejarle una tarta de meloc y, algunas veces, se detenían a charlar y cuando Silver no estaba, ella la dejaba de todos modos en su hogar con una tierna nota deseándole un buen día. Silver se sorprendió a sí mismo esperándola y decepcionándose cuando no venía, e incluso emocionándose sin motivo alguno cuando ella venía cuando no lo esperaba. Era su única amiga en el momento y no podía evitar recordar lo que le hizo a Gold, así que con el recuerdo de un amigo fallecido Silver notaba un nuevo miedo en lo que él creyó que era una coartada perfecta. Sin embargo, a pesar de todo, estar con la compañía de Yellow le hacía feliz. ¿Por qué era tan egoísta? Se regañaba a sí mismo, pero volvía a contradecirse alargando un poco más los instantes en los que la joven caperucita roja paliaba su soledad.

     Pero la nota con el «lo siento» escrito, hacía que pegar ojo se volviera más complicado y comprendió que, incluso su otro yo—ese que creyó monstruoso y cruento—, tenía miedo de que esa joven tan dulce y amable, fuera devorada por el lycanroc feroz. Trataba de dormir cuando escuchó los lentos pasos de Yellow por su hogar, seguido del tintinear del plato y el aroma de una tarta de meloc dejada en su cocina, y tras eso la joven se fue a adentrarse en el bosque. No obstante, la Luna lucía alta en el cielo y el dolor en su mandíbula volvió a hacer presencia.

     —No, por favor no.

      Caperucita roja fue la única amiga de verdad que tuvieron tanto el cazador como el lobo feroz y ninguno de los dos la quería dañar.

      —No, por favor—sollozaron tanto el lycanroc como el cazador—. Por favor, Arceus, no. No quiero dañar a nadie.

      Y sus palabras se fueron transformando en lastimeros aullidos en el salón de su hogar, de nuevo clavaba las garras en su piel pero esta vez con una pena cargando su alma. Tambaleándose, agarró su bandolera con mudas de ropa, munición y papeles que eran un ruego ese dios que Silver tenía que nunca le había escuchado.

     Entonces, poquito a poco, Silver se fue poniendo en pie, fue sorteando los árboles del Bosque Verde apoyando su mano ensangrentada en el tronco de los árboles. Un paso, tras otro, pasos cargados del dolor que invadía su cuerpo seguido de hambre que poseía al lycanroc feroz, un hambre inusual y dirigida hacia una sola persona. Y el lycanroc se repudió a sí mismo como llevabas años haciendo, al igual que el cazador. Caminó, odiándose, el uno al otro y entre ellos, mientras daba un traspié para llegar a Pueblo Paleta, pero se detuvo un instante en el cual Silver volvió a implorarle a Arceus que le dejara vivir con normalidad.

      —Hola.

     La voz de Yellow resonó en sus orejas de lycanroc y con su mirada de plata afilada que comenzaba a enrojecerse, Silver vio la sonrisa tan tierna y amable que ella le dedicaba. Parecía sorprendida por su presencia, sin embargo, a pesar de su estado actual, de la deformidad de sus huesos y el camino que su cuerpo estaba tomando, Yellow no parecía aterrorizada ante él. Tan solo dejó la cesta de mimbre en la cómoda de la entrada y sacó una tarta de meloc.

     ¿Por qué tuvo que ser él el lycanroc feroz? Se preguntó, invadido por la sonrisa amable de ella. 

     —¿Estás bien? Por favor, siéntate y déjame curarte.

      Silver negó con la cabeza, porque él sabía muy bien a lo que había ido. Devoró la tarta de meloc y comprobó que el hambre no se saciaba y que su paladar comenzaba a salivar, y eso le hizo llorar más que cualquier desgracia que le hubiera podido pasar, más que el dolor de sus huesos y su piel siendo rasgada. Dolía más que la soledad a la que se había obligado a vivir en esos años y que le había matado lentamente.

      —Venía a disculparme—musitó con un hilo frágil de voz—, por haberte hecho preocupar y haberte molestado tanto.

     —No molestas, y si me preocupo es porque eres mi amigo y te quiero cuidar.

     —En serio... ¿me has catalogado como tal?

     —Eres buena persona, ¿no? Y me quisiste cuidar—Yellow, posó las manos en su regazo con una sonrisa—, así que eso te hace mi amigo y los amigos se apoyan entre ellos. Así que ven que te cure, esto que vas a ver tendrá que quedar como un secreto entre nosotros. Aunque esto es algo que ya hemos hablado, ¿no?

      Una tierna sonrisa apareció en su rostro, aunque Silver sabía que le miraba con una intensa pena y desdicha. Yellow caminó hacia él, como lo hizo cuando era un lycanroc y posó las manos en su mandíbula con mucho mimo para luego cerrar los ojos. La magia salió de vuelta de sus dedos, y las chispas del acunar del Bosque Verde volvieron a reptar por su piel, haciendo que en las manos de Yellow se abrieran pequeñas heridas. Pero ella no se detuvo aunque Silver se lo dijo, abrió los ojos, segura de sí misma, posando ese verde mirar en la plata enrojecida que se quebraba en un llanto por parte de él. Poco a poco sus dientes se volvían más afilados y el pelaje de lycanroc comenzaba a cubrir su piel, las garras hacía que sus manos dolieran y su corazón se aceleraba haciendo que no pudiera respirar, pero la magia de Yellow estaba ahí para él, protegiéndole.

      —Oh, que ojos más grandes tientes.

     Yellow posó las manos en sus mejillas y sonrió como siempre, tan afable y bondadosa.

     —Son para verte mejor—respondió con sorna Silver, haciendo a Yellow reír.

     Ella retiró las lágrimas que caían por las mejillas de Silver, sin entender la pena que estaba azotando al chico.

     —Que orejas más grandes tienes...

     —Son para escucharte mejor.

     —Que boca más grande tienes.

     —Son para despedirme mejor.

      Yellow suspiró, retiró las manos y revolvió su pelaje, con pena, demostrando que ese juego ya no se le hacía divertido.

     —¿A dónde vas? ¿Por eso viniste? ¿Por eso estás tan triste? Silver, te quiero ayudar—admitió, con voz quebrada—, pero no sé cómo.

     Con los ojos llenos de las lágrimas que se quiso privar durante toda su vida, la tomó de las manos y suspiró haciendo que Yellow ladeara la cabeza, confundida. Silver no quería un romance, ¡válgale Arceus! Ni siquiera estaba seguro de lo que acababa de sentir, ¿le atraía Yellow o simplemente tener compañía? ¿La consideraba una amiga o una hermana? Necesitaba más tiempo para descubrirlo, necesitaba más mañanas en las que esperaba a la chica o paseos por el bosque siendo un lycanroc, necesitaba muchas cosas que sabía que el flujo de ese triste cuento no le iba a permitir tener. Mas, fuera cual fuera la respuesta, Silver tenía clara una cosa, lo único que quería era poder ser feliz, así que le seguiría rogando a Arceus, como siempre hacía, ruegos que nunca serían escuchados.

      —Me iré a buscar... el País de las Maravillas—explicó con un sollozo, notando que las lágrimas volvían a mezclarse con las briznas de pelaje grata—. Por eso vine, Yellow, a decirte adiós porque no sé cuándo volveré, ni quiero que sigas dejando tartas que no podré comerme. Pero quería agradecerte, por todo lo que has hecho en tan poco tiempo, por hacer sentir tanto a mi yo lycanroc como a mí yo humano, que no éramos monstruos. Gracias por haberme cuidado, caperucita roja.

     Dijo eso último con una sonrisa, gesto poco usual en su rostro, y que Yellow respondió de inmediato. Silver se puso en pie para alejarse con un delicado gesto de mano y mientras se perdía de nuevo en el Bosque Verde, tanto bestia como humano, que era de las primeras veces en años que coincidían en algo, volvieron a coincidir, ambos cansados, terriblemente cansados. Tanto bestia como humano, siendo por primera vez un solo anhelo, se sentaron en el bosque, entendiendo a la perfección ese «lo siento», entendiendo esas lagrimas que llevaba tantos años conteniendo pero que ahora no paraban de salir. Así que se disculpó consigo mismo, se disculpó con Yellow y se disculpó con la bestia mientras seguía implorándole a Arceus. De este modo, envuelto en lagrimas, sangre y rememorando el cosquillear del acunar del bosque viniendo de las manos de Yellow, fue como el cazador al fin le pudo dar caza al lycanroc feroz.

      Y un solitario disparo resonó.

FIN


 Hello! Ya queda menos para acabar esta tanda de cinco relatos. Sé que es un tanto desastroso y poco cuidadoso de mi parte haber cambiado la estructura, sin embargo, tras hacer los cinco primeros relatos relacionados entre sí aunque independientes, consideré que sería mejor que todos fueran así, de cinco en cinco. Aunque los cuentos tampoco están muy relacionados entre sí. 

Sea como sea, les dejo aquí un fanart que hice inspirado en este relato. Espero que hayan podido disfrutar los cuarto relatos del Tales!AU que llevo por ahora <3 muchas gracias por leer.

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