[✎] Closer | BrightStarShipping
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Pareja: BrightStarShipping - White & Moon.
Canción: Closer - The Tiny.
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Yvonne se sentó en el suelo de esa taberna, inundada por el polvo de la ceniza y el paso del tiempo, se cruzó de piernas y observó a Whi-Two. La chica de cabello castaño encendía de vuelta las velas del lugar, que se habían apagado debido a los fuertes soplidos del viento que se colaban entre la destartalada madera.
—¿Y bien?
La rubia apoyó las manos en el suelo y se reclinó hacia atrás, con una pícara y confiada sonrisa torciendo sus labios. Whi-Two, titubeante, se sentó a su lado y jugó con su cabello, nerviosa.
—¿Qué verdad tan horrible desentrañarás ahora, señorita cuentacuentos? Ya no hay gente que juzgue, ni corremos riesgo de que nos escuche el sultán. Me tienes intrigada.
—No son verdades horribles, solo la verdad o al menos, un lado de la verdad que la gente quiere olvidar—inspiró con fuerza antes de continuar hablando—. Pero incluso las verdades más horribles pueden esconder bellas historias, solo que tus cuentos no te lo quieren dejar ver.
—Por Alá, ya te lo dije, quiero conocer esa verdad.
Con una sonrisa dulce, Whi-Two relajó los hombros.
—Comencemos, pues, con un gran carruaje, vestidos elegantes y un baile del que hay que volver a medianoche...
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Tras alzarse con la victoria en la batalla, la guerra se dio por sentenciada y la corona llenó las arcas de monedas de oro y caudales de joyas del enemigo. Desde que los soldados volvieron a casa con sus familias, heridos, cansados y agotados, mientras los pueblos derruidos trataban de levantarse de los cimientos de la agridulce victoria, la alegría del reino se había ido apagando. Así que la corona decidió que debían celebrar un baile anual. Daba igual en que punto de reino te encontraras, los burgueses que más habían engrosado las arcas reales y los antiguos nobles que tan mal les miraban, estaban totalmente invitados a esa danza. El baile duraba el día entero, con mesas llenas de comida y música angelical que llegaba hasta los pueblos colindantes, y siempre, tras acabar la fiesta, el banquete se trasladaba hasta la calle de los pueblos donde la música aligeraba algo la tristeza de la guerra. Las grandes carrozas llenas de comida irían hacia los poblados más alejados en un intento de quitar los rostros engrisecidas por el luto y la pena de las malas cosechas.
Era imposible no escuchar del baile, importante para los de alto estamento y anhelado por las clases más bajas, todos buscando sacar un provecho que podría significar un gran cambio en sus vidas. Pero, sobre todo, siempre los ojos curiosos trataban de observar quién bailaría con el apuesto Príncipe Black.
Un año pasaría desde el primer baile, y entonces, con todavía las mellas de la guerra, la realeza decidió repetir, lo que causó revuelo en las calles e ilusión en todos los ciudadanos. Entre todo ese jolgorio de un país que se lamía sus propias heridas, White no tenía tiempo para preocuparse de bailes, comidas o vestidos pomposos. Cuando llegó la misiva de que su familia, en honor a su fallecido padre caído en la guerra liderando al batallón, había sido invitada a ese baile y a todos los venideros, White supo que se venía una gran jornada de estrés. Ella no podía asistir, ¡cómo iría al baile alguien que de ojos al público era una simple criada! Su señor padre, que en paz descanse, cometió el pecado del adulterio dejándole a la familia una hija bastarda y decidió crear la enrevesada historia de una misteriosa primogénita cuya concepción había sido un secreto para todos—inclusive para la propia ''madre'' pero todos sabían que eso era mejor no mencionarlo—. ¿Cómo admitirían ante los nobles quién era ella? ¿Cómo le pondría la carga a su madre de pagar con la vergüenza de la deshonra, cuando quién debía cargarla pereció en la guerra?
Su madrastra, dulce y comprensiva, aunque obsesionada con las apariencias, la adoptó en su seno y la cuidó como una hija incluso cuando su padre no estuvo más con ellas. Pero además, siendo la mayor de las hermana y con el papel más importante a actuar en esa obra de teatro que eran las mentiras que inició su padre, las responsabilidades se acumulaban; tenía que ir a comprar al mercado, coser los vestidos que sus hermanastras deshilachaban, remedar las dobleces para que pudieran seguir usando la misma ropa al no poder comprarse otra, limpiar la casa y tratar de mantener la economía del hogar lo mejor posible, entre muchas cosas más.
Ahora no solo tendría que arreglar otros tres nuevos vestidos, tendría que acicalar el cabello de sus hermanastras Bel y Platinum, para que estuvieran los más presentables posibles ya que su señora madre pensaba que lo único que les quitaría ese infortunio era el matrimonio con el propio príncipe. Tendría que repasar con ellas los modales y las normas de cortesía, las reverencias y como una mujer debía comportarse en público. Tenía confianza, pues Bel era dulce y encantadora, Platinum elegante y delicada, ambas, a ojos de White, más bellas que cualquier otra mujer del reino. Así que, la mayor de las hermanas tenía fe en que podrían conseguir lo que se proponían, el problema era que ninguna de las dos estaba verdaderamente interesada. Eso hacía que a las labores de White se añadiera el extenuante trabajo de fingir que esa no era la realidad y de llenarles a los vecinos la cabeza de historias, escenas que nunca pasaron y sueños sin sentido, mientras convencía a su familia para ir al baile sin apenarse de dejarla a ella atrás y poder llenar sus estómagos de comida y saciar la sed de sus órganos. Así pues, preparaba el terreno para que las labores sociales de sus hermanas, quienes no eran hijas de una simple criada de clase baja, les abrieran puertas, asimismo ella continuaría con los trueques en el mercado y la venta de fruta, bizcochos y galletas. Así, al menos, se mantenían.
—Podrías venir como sirvienta—sugirió Platinum mientras White trenzaba su cabello—. Así al menos estaríamos juntas, podríamos comer dulces, beber mucho té y divertirnos.
—¡Sí, claro! Y la casa se limpia sola, la fruta la recogen las hadas y a las criadas les permiten bailar en las fiestas junto a los nobles.
—Pero tú no eres una criada—musitó Bel haciendo un mohín.
—Además, he de estar para cuando lleguen las carrozas con comida—continuó hablando White— y conseguir guardar alimentos.
A veces White deseaba poder tener un segundo de descanso, nada más y nada menos, y sus hermanas, deseaban lo mismo. Sin embargo, con un suspiro, le entregó un sombrero a Bel y a Platinum unos anillos, y tras eso, les dio unas suaves palmadas en la espalda.
—Ahora corred a misa, que si llegan tarde Madre se sentirá descompuesta.
Cuando las dos jóvenes se fueron corriendo, White se dejó caer, agotada, sobre la mecedora y tomó una fuerte bocanada de aire. Se estiró, crujió su espalda y hundió el rostro entre sus manos tratando de ignorar el estrés. Cada vez la situación económica estaba más ajustada a sus necesidades básicas y no podían estar esperando a que cada año viniera un baile para salvarse de lo que sería la bancarrota, el hambre y la enfermedad. Mas, tampoco podían permitirse que el nombre de la familia cayera en deshonra. Eso hacía que White soltara un gruñido agotado, tratando de pensar cual sería la mejor salida de ese entresijo para poder ser feliz junto a su familia, o que, como mínimo, sus dos hermanas pequeñas tuvieran un futuro feliz.
White trataba de soñar con ese futuro, pero le parecía cada vez más lejano.
Entonces, entre la ranura de sus dedos, un destello le hizo entrecerrar los ojos y alzar la vista, aturdida. Talló sus ojos y parpadeó, perpleja, viendo que ante ella se había materializado una jovencita de cabello azabache. White la miró detenidamente, dando por hecho que había perdido la cordura por completo, que las noches de pensar y las tardes de trabajo sin pausa habían fundido su cerebro. Patidifusa, analizó el pálido rostro de la joven, sus afilados ojos grises y su lacio cabello negro recogido en dos trenzas como si tratara de entender si era un santo o una noble conocida.
White alargó la mano hacia la falda de ese vestido violeta, que rozaba la punta de sus pies y titubeó, nerviosa, al notar la fina tela cosquilleando contra la yema de sus dedos. Sentía como si su cordura se estuviera yendo y su cabeza estuviera envenenada por los delirios de una droga, porque ante su vista, solo se hallaba el rostro pálido de una joven altamente hermosa.
—Sí, hola, soy real.
Eso fue lo primer que salió de sus finos labios, con un suave tono calmado y una voz serena que le hacía verse más irreal si cabe.
—En fin... tengo que hacer lo que tengo que hacer—carraspeó, malhumorada—. ¡Hola, soy su hada madrina! Moon, para servirla.—En su rostro apareció una enorme pero falsa sonrisa y su tono subió algunas octavas, lo que hizo que White se hundiera en la mecedora aterrorizada—. Bueno, hada madrina, ángel de la guarda, hada cuidadora... como gustes en realidad—continuó diciendo ahora con la sonrisa desaparecida y solo una leve expresión de molestia—. Ahora se supone que tendría que agitar la varita y decir unas cuantas palabras mágicas ridículas pero, podemos ahorrarnos eso y pasar a lo importarte, ¿no?
Por la seriedad de su voz de vuelta y su expresión cansada, White supo que no iba a tener el placer de ver ese espectáculo. La supuesta hada madrina, dio un par de palmadas y el taburete en el que anteriormente Platinum había estado sentada flotó a su vera y se sentó con elegancia. Iba directa a lo que necesitaba, como una noble de armas tomar.
—Así que, bien, pasemos a lo importante. Su deseo.
—Espere, espere, espere. ¿Usted es real?
—Pensé que ya habíamos quedado claro ese punto. Sí, soy real, soy su hada madrina Moon, estoy aquí para hacerla feliz y ayudarla, esa es mi labor y trabajo.
—¿Puede hacer de vuelta una demostración?
—¿De qué? ¿De magia?—White asintió—. Claro, lo que necesites.
Con el mecer de su mano comenzaron a moverse las sillas de un lado a otro y, cual directora agitando su batuta, la escoba comenzó a seguir sus movimiento levantando el polvo del lugar. White, maravillada se giró hacia Moon, quien con una sonrisa orgullosa dio otras palmadas y la escoba calló al suelo.
—Mas, debes tener en cuenta que no obro milagros—se apresuró a añadir, al ver el brillo soñador en los ojos de White—, no puedo hacer que sus deudas desaparezcan y que su nevera se llene de comida. Puedo hacer que creéis estar comiendo manjares, pero a la hora de la verdad sería solo fruta.
—Entonces... ¿en qué me puede ayudar eso?
—Mira, no se supone que le debería decir lo que acabo de hacer, pero prefiero que todo quede claro para que luego no haya comparaciones con los taimados genios. ¿Me entiendes?
White negó con la cabeza, se llevó la mano a la frente y volvió a tomar asiento notando que todo le daba vueltas. Segundos atrás la mayor de sus preocupaciones era la economía del hogar, cuidar a sus hermanas y tener algo que llevarse a la boca cada día. Y ahora seguían siéndolo, sin embargo, de repente, la realidad tomaba un giro inverosímil y una joven de serio rostro le hablaba sobre cosas incompresibles para ella.
No obstante, para sorpresa de esa joven que decía llamarse Moon, en vez de tener una hora de crisis existencial y negación—a lo que se había acostumbrado con clientes anteriores—, White volvió a ponerse en pie. No fue un gesto lleno de seguridad y firmeza, tampoco parecía envalentonada y segura de sí misma, es más, todo lo contario, era como si estuviera temiendo hacer un trato con el diablo. Pero, a pesar de todo, se había puesto en pie y la había mirado fijamente, haciendo acopio de esas características y haciendo que fuera más honorable si cabe.
—Ayúdeme, pues, sin necesidad de hechizos mágicos que usted cataloga como ridículos. Ayúdeme a poder asistir al baile de fin de mes y ser la mujer que enamorará al príncipe Black.
—¿El amor de un hombre es lo que deseas?—inquirió con una media sonrisa.
—Lo que deseo, señorita Moon, es salvar a mi familia. Ese sería mi sueño hecho realidad.
La sonrisa se terminó por completar en los labios de Moon.
—Está bien, soñadora, eso haré si ese es su deseo. Yo, como su hada madrina, le serviré hasta que pueda cumplir su sueño.
Y Moon hizo una reverencia y desapareció, dejando a White totalmente perdida.
Cuando cayó la noche, fue incapaz de conciliar el sueño, cuestionándose todavía si esa chica de rasgos delicados era real. Tras pasar una noche en vela, White ya estaba convencida de que se había quedado dormida en la mecedora y que Moon no era real. ¿Cómo iba a aceptar esa realidad de manera tan sencilla sin alarmarse? Sin saber si era un suceso de los cual advertían en las sagradas escrituras—las que leyó en la noche una y otra vez en busca de un demonio de cabello trenzado—o si era afortunada y los dioses le habían sonreído con algún milagro.
Agotada y con los ojos irritados del cansancio, White no dejó sus responsabilidades de lado y fue constante con su rutina. Era jueves, día importante, en el que el mercado abría sus puertas y ella no tenía que ir casa por casa ofreciendo manjares. Así que, justo cuando el sol salía, White madrugó para cargarse con las enormes cestas de fruta que encorvaban su espalda y hacían crujir sus huesos sin preocuparse más de sueños y deseos. Caminaba hacia el mercado, donde su modesto puesto de madera hinchada y astillada le esperaba, cuando notó que la carga se aligeraba y que, a su derecha, resonaban los pasos de un pequeña figura. Allí, a la luz del Sol, estaba Moon, con una de las cestas entre sus manos y una expresión seria torciendo sus labios.
White la miró de arriba abajo, admirando el vestido fino que lucía, no tan pomposo como el anterior pero si elegante y recatado. Tras carraspear avergonzada por su falta de modales y tan inquisitivo mirar, le agradeció dulcemente y sin preguntarle por qué, las dos jóvenes caminaron hacia el mercado. Colocaron la fruta en el pequeño puesto que White con sus ahorros se había agenciado, pero antes de continuar, Moon la tomó de su brazo sin decir nada y la alejó de los otros mercaderes que poco a poco llegaban al lugar. Miró hacia un lado y hacia otro, y White la imitó haciendo que los mechones ondulados de su castaño cabello se balancearan. Cuando hubieron asegurado su entorno, Moon se puso de puntillas para acercar los labios a su oído y susurrar:
—¿Cómo quieres que se vea?
—¿El puesto?
Moon asintió.
—Sí, ¿cómo quieres que se vea? Tranquila, soñadora—dijo con calma ese mote que le había otorgado—, esto forma parte de lo que debemos hacer para cumplir tu deseo.
White pareció confusa durante unos instantes y tuvo que sacudir la cabeza, para alejar el pánico de que toda la mentira que había construido de manera minuciosa en la noche se acababa de derrumbar. Se llevó la mano al mentón y trató de imaginar un puesto atrayente a los ojos del público, así que comenzó a pedir con timidez que quería que la madera no se viera tan astillada, poco a poco al ver la mejoría le rogó añadir una capa de pintura, luego un mantel, telas y algún que otro detalle. Enseguida, la joven soñadora, se hundió entre descripciones y detalles que Moon, con un delicado mecer de manos, volvía realidad como en sus sueños.
Al ver el puesto finalizado, los ojos de White se acristalaron y abrazó a Moon con alegría. Estaban cerca, tal vez demasiado, pero Moon, sin reaccionar, se dejó abrazar mientras la otra solo agradecía, agradecía y agradecía.
—Es mi trabajo y, recuerde, mis hechizos dejan de mantenerse a medianoche.
Fue lo único que musitó, limitándose a volver al puesto en el que la chica llena de sueños empezaba a vender fruta de inmediato. El hada sacudió sus manos, como si se quisiera quitar el polvo, y deshizo la ilusión en la que había sumido a los mercaderes para que no la pudieran acusar de brujería. Dándose por satisfecha en el momento, simplemente se quedó sentada en un taburete, mirando como White canturreaba limpiando las manzanas y alargaba sus brazos a los clientes para convencerles—con su labia y carisma—que compraran más de lo que necesitaban y vieran rebajas donde no las había. Con el paso de las horas, las monedas de bronce comenzaron a caer en el saco en la cintura de White y con el nuevo aspecto de su puesto, incluso algunas familias de nobles se animaron a comprarle cantidades ingentes de comida que hicieron que, al ver la moneda de oro relucir en sus manos, White elevara el pulgar mirando a Moon con la más enormes de la sonrisas.
A veces el puesto no estaba muy concurrido y las dos jóvenes podían sentarse a respirar calma durante unos segundos. Entonces White se giraba hacía Moon, le ofrecía trozos de manzana pelada mientras charlaba de las minucias del día y trataba de preguntarle por sus gustos. Así pasaron la tarde, entre charlas amenas y clases que White le daba a Moon para conseguir entender qué palabras eran las correctas para lo que el cliente necesitaba. Cuando menos quiso darse cuenta, el hada madrina que debía ser una mera observadora, estaba con su protegida vendiendo pasteles recién horneados, bizcochos y manzanas.
Cuando el Sol comenzaba a ponerse, agotada, White se dio por satisfecha y comenzó a poner las piezas de dulces y frutas de vuelta en la cesta. Moon le ayudó a recoger el puesto mientras White le explicaba cómo debía colocar las cosas y que tendrían que esperar al próximo jueves para la apertura del mercado. White hablaba, hablaba y hablaba, y Moon solo se quedaba cerca, escuchando. Entonces, a mitad de camino, cuando ya comenzaban a alejarse hacia la vieja mansión donde vivían. White se detuvo y giró sobre sus talones, haciendo ondear sus faldones sobre sus tobillos.
—¿Y cómo haremos? ¿Aparecerá y desaparecerá como ayer u hoy en la mañana?
—No, pero tenía que hacer preparativos—explicó, siendo escueta en palabras como siempre.
—Era para saber cuándo esperarla, si poner un cuarto plato en el desayuno o si deberíamos contar con usted con las cenas—explicó con una sonrisa—. Es una invitada en mi hogar ahora, no tema en pedirlo.
—No se preocupe de esas minucias, soñadora. Soy yo la que debe cumplir su deseo, no usted los míos, pero si le tranquiliza tener el conocimiento, a partir de ahora me quedaré cerca, hasta que tu sueño se haga realidad.
Reiteró eso último, como todas las veces que White le había preguntado «por qué» a lo largo de la tarde y eso hizo que la más alta de las muchachas sonriera levemente.
—¿Cerca?—insistió la joven de bellos orbes azules.
Moon asintió pero ahora con una sonrisa rompiendo la monotonía de su serio rostro.
—Cerca.
Y con un asentir sonriente de White, volvieron a casa, sus dedos se rozaron al entregarse las cestas y fue ese el instante en que White supo que sí, que Moon era totalmente real.
El peso de ese sentimiento en su pecho hizo que White se preocupara por la estadía del hada madrina en su hogar, quiso prepararle una alcoba y presentarle a la familia, deseosa de que sus hermanas conocieran a otra muchacha con la que podrían entablar amistad. Pero Moon negó con la cabeza y White tuvo que conformarse con saber que, aunque no la viera, Moon le aseguró que estaría cerca.
No obstante, de nuevo las preocupaciones le azotaron, mientras removía el guiso y calentaba los caldos para la cena. White pensó en lo que había deseado exactamente y se arrepintió por completo. En veintitrés días estaría supuestamente en el salón del trono de Black y en veintitrés días se suponía que el futuro rey acabaría enamorado de ella. No era una realidad tan mala, era un sueño que muchas chicas—y bastantes otros chicos—del reino deseaban como las que más, pero White comenzó a rumiar la realidad en la que el príncipe se estaría sumiendo.
No era justo para su majestad Black tener una larga vida junto a una reina que nunca le había amado. No creía justo acercarse por interés y solo por beneficio propio. Siguió removiendo el guiso con el rostro ensombrecido. Quería conocerle y hablar con él, conocer que era lo que él también quería y usar trucos de magia e ilusiones para ello hacia que a White se le quedaba un mal sabor de boca. O tal vez era, porque al igual que a sus hermanas, también le faltaba interés en ser reina.
Cenó en silencio, platicando con sus hermanas y cuando volvió a su cuarto encontró a Moon sentada. Estaba ojeando en silencio los libros de su estante y siendo alumbrada por la tenue luz de los candelabros y la Luna.
—¿Estuviste aquí mucho rato?
—Ahora le dejo intimidad para que pueda preparase, simplemente me quedé aquí por si me necesitaba para algo.
—Tranquila Moon, puedes descansar.
Con un suspiro pesado, White se dejó caer en la cama y Moon le deseó un buen descanso para luego desaparecer.
Aunque White pudo volver a su rutina usual, el pensar en los sentimientos del propio Black y lo poco honorable de sus intenciones, era algo que le atosigaba. Pudo distraerse en los primeros días, cuando volvía a madrugar y Moon aparecía de la nada para aligerar el peso de sus cestas. Hasta el próximo jueves las dos jóvenes estuvieron yendo puerta por puerta ofreciendo los alimentos, los cuales White compraba a los agricultores de la zona. Más de una vez, con una risa, cuando un marqués o padre de familia molesto, le cerraba la puerta en las narices con un sonoro golpe, tuvo que agarrar la muñeca de Moon e impedir que la joven soltara un maleficio.
Caminaron de arriba abajo, recorriendo los caminos de piedra, visitando la iglesia y hablando con los monjes. White convencía a Moon para que usaran la magia lo menos posible, así que las dos jóvenes sudaban del esfuerzo, el calor y sus faldones se llenaban de polvo. Pero ahora era divertido, ya que White no estaba tan sola como las otras veces. Ahora eran dos criadas que cargaban cestas de manzanas y reían por la calle con las viejas historias que White le contaba y los hechizos mal hechos que Moon confesaba que habían pasado.
Llegó el jueves y luego el viernes, y Moon comenzó a ayudarle a limpiar la casa, a hornear pasteles de manzana y White le enseñó a coser las dobleces de los vestidos sin necesidad de trucos e ilusiones. Aunque luego, en la noche, se alejaban al patio de la casa, e iluminadas por las claras estrellas Moon le preguntaba a White qué quería ver. Entonces los arboles danzaban, la música sonaba y las flores del lugar parecían cantar una melodía que solo ellas dos podía disfrutar. Se colocaban cerca, la una de la otra, e iniciaban un baile incomparable a cualquiera que pudiera haber.
Moon amaba lucirse y mostrar que era buena en su trabajo y ver los ojos brillantes de White, ensoñando con cosas que solo con la magia podía alcanzar era la más viva muestra de que lo estaba haciendo bien. O tal vez, a ella le basta así, estando cerca.
Entonces un jueves Moon le aseguró que era un día importante y la piel de White se erizó. Hizo que su modesto vestido se tornara hermoso, recogió su cabello en una alta coleta y le hizo complicados trenzados, emocionada. Como de costumbre le preguntaba cómo quería verse, pero por primera vez White no fue capaz de decir nada. Juntas fueron al puesto como todos los jueves, más esta vez White iba con el corazón lapidado por las inseguridades de si verdaderamente ella quería reinar. Quedaban nueve días para el baile y ella seguía sin tener claro lo que deseaba de verdad.
—Muy bien, ¿ves esta tarta de manzana?—White asintió—. Pues, por nada en el mundo, no la vendas hasta que venga el atardecer, regálala.
Eso hizo y una mujer apurada llegó al puesto. Cuando se la ofreció como regalo, le acabó dando de propina dos monedas de oro y le agradeció con todo su ser. Al día siguiente White despertó con una misiva, que Moon esperaba que le hiciera despertar con una sonrisa pero solo logró ensombrecer su rostro más.
—¿Y bien?—preguntó Moon, expectante, deseando ver esos ojos brillar de sueños.
—Era la dama de llaves de palacio—explicó White, con tono alicaído—. Amaron tanto mi pastel y agradecen mi cortesía, por lo cual estoy invitada al gran baile.
El usual imperturbable rostro de Moon mostró confusión al ver que la contraria no celebrara ni mostraba ni un ápice de alegría.
—¿Algo te perturba?
White dejó la carta sobre su regazo y suspiró.
—Moon, ¿tú crees que esto es justo?
—¿Qué tiene eso que ver?
—Quiero decir, ¿crees que es justo para el príncipe Black? ¿O para mí? Tal vez hay una princesa destinada para él que sea su media naranja, tal vez por mi egoísmo le arrebate el sueño a otra persona—musitó.
—Pero es tu sueño y puede ser que entre todas esas elucubraciones la verdad sea que tu estás destinada a estar con él.
White no dijo nada. No estaba tan segura, había dudado desde el primer día si de verdad era eso lo que merecía la pena soñar.
—Soñadora, eres una buena persona, linda, encantadora y carismática, y ya sabes que yo no soy de las que halagan o dicen palabras solo por contentar a los otros—Moon posó la mano en su hombro, con una de esas sonrisas tan suyas—. El príncipe Black será el hombre más afortunado del reino solo de poder compartir velada contigo, mientras este sea tu sueño, tu deseo, mientras esto te proporcione felicidad... yo creo que está bien.
White asintió y miró a Moon, sintiendo que su corazón se estremecía con sus palabras. ¿Cómo le decía que ni siquiera sabía si eso era cierto? ¿Qué todo su esfuerzo estaba siendo para nada?
—¿Puedes, mientras tanto, quedarte cerca?—le rogó en un débil todo de voz.
Moon se sentó a su lado en los pies de la cama y posó la mano en su espalda como gesto que pretendía darle seguridad. Con un pesado suspiro White inclinó la cabeza hacia su hombro, buscando descansar.
—Estoy cerca.
El susurro de Moon le hizo sonreír y la tenue luz de las velas se apagaron.
Quedaba una semana y a Moon no le quedaba mucho que hacer en el lugar, pero White aseguraba que era lo contrario. Le decía que necesitaba tener un mejor vestido, entonces juntas diseñaron uno. Cuando finalizó le pidió que le ensañara mejores modales y normas de cortesía, le pidió que practicaran el bailar, White pedía, pedía y pedía, incluso le pidió consejos para enamorar a Black.
—Ya te lo dije, simplemente sé tú misma, eso basta para enamorar a cualquiera.
Moon era directa y sin pelos en la lengua, pero cuando decía cosas como esas con esa simpleza White sentía que todo en ella se estremecía. Así que solo podía, de manera irracional, seguir pidiendo pequeños favores para que Moon siguiera a su lado, un poquito más. White sabía que Moon era algo orgullosa y que trataría de cumplir sus mandados con la mejor eficacia posible, tal vez tanta que no se percataba que lo que de verdad quería White era simplemente hablar. A White le gustaba su compañía, el no vender las cosas sola y tener una ayuda tan eficaz. Le gustaban sus medias sonrisas tan suyas y que, aunque malhumorada, tuviera muchos gestos llenos de amabilidad.
Así que cuanto más se acercaba el día, lo único que se le ocurrió a White pedir era que Moon le acompañara hasta la puerta para poder sentirse tranquila, aunque sabía que debía dejar de alargar lo inevitable. Asimismo, Moon sabía que era innecesario y que debía negarse, pero ninguna de las dos hizo lo que sabían que debían.
De ese modo, juntas soñaron, construyeron carrozas hermosas y remedaron bien los vestidos de Platinum y Bel. Y al final llegó el día, el fatídico día, y White seguía siendo apisonada por la inseguridad. Los cascos de los Rapidash resonaron por el camino, mientras Platinum y Bel admiraban el paisaje, Moon oprimió levemente su agarre en el hombro de White y le aseguró que todo estaría bien.
—Tu sueño se hará realidad.
White no dijo nada, bajó de la carroza y miró las altas piedras impolutas del palacio. Ese debería ser su hogar. White extendió los brazos y la otra joven la miró extrañada. Era algo reacia al contacto físico, pero acabó aceptando el abrazo y las dos jóvenes se fundieron en ese gesto del cual ninguna de las dos se quería separar.
Moon era más baja así que su rostro quedó enterrado en su hombro y White la rodeó con sus brazos en un gesto rebosante de cariño y gentileza. Estaban cerca, estaban muy cerca, lo suficientemente cerca como para que White no se pudiera engañar, lo suficientemente cerca como para saber que podía perder su corazón. Entonces la joven de cabellos de hebras de chocolate, desplegó los labios, titubeante.
—Puedo no ir.
—¿Cómo?—preguntó aturdida la contraria, tratando de alzar la vista y mirar a la otra a los ojos.
—Puedo no ir—repitió con firmeza White aunque su voz tembló un poco—, entonces deberías quedarte conmigo un año más, ¿no? Hasta que haya otro baile.
Todavía siendo acunada entre sus brazos, Moon bajó la mirada, por primera vez con la pena tintineando entre sus ojos y un pesado suspiro se escapó de sus labios.
—Soñadora, no sacrifiques tu sueño por una locura del momento. Sé que eres lo suficientemente responsable y buena como para entenderlo. Y recuerde, a las doce de la noche, mi magia desaparece.
—No es una locura del momento, Moon, en serio...
Moon sintió un nudo de la garganta, pero mientras la otra le rogaba, posó las manos en su hombro y con delicadeza se comenzó a separar.
—Te necesito cerca.
Moon sonrió con pena, deseando quedarse, deseando asegurarle que se quedaría cerca. Pero ella era un hada madrina y las hadas madrinas no piden deseos. Así que, esa dura chica, fue incapaz de mirar a los dulces ojos de la contraria para darse media vuelta y, tal y como hacía siempre; desaparecer.
La soledad la golpeó con dureza en el momento y con lágrimas en los ojos White subió lentamente los escalones que hacían resonar sus tacones de cristal. La calidez de la música y la melodía en el interior del baile no fue un consuelo para la muchacha. Si bien era cierto que era una imagen de ensueño, con la dulzura de los violonchelos acunándola y el aroma de todos los manjares, era incomparable a los pequeños bailes que, antes de medianoche, hacía junto a Moon en el pequeño y triste patio de su hogar.
White trató de sacudir la cabeza y bailó entre los violonchelos, las flautas y los manjares, tomó té, habló con la gente con una sonrisa en los labios y miró con tristeza al príncipe Black. Pasaron las horas donde su complicado recogido recibía elogios, los zapatos de cristal y el alargado vestido eran el centro de la atenciones, siendo la mujer más hermosa del baile pero también la más solitaria. Cuando vio a Bianca, más hermosa que nunca hablando con una joven de cabellos rubios y ojos verdes, y a Platinum junto a dos apuestos comerciantes de cabello negro y rubio, eso le hizo sentirse más sola que nunca.
Miró el reloj y comprobó que quedaban unos pocos minutos para las doce entonces, mirando de vuelta a sus hermanas, comprendió que era lo que las personas solitarias buscaban en realidad. Así que agarró el borde de su falda y comenzó a correr a la salida del palacio, apurada, con chiribitas en los ojos que mostraban que la joven quería soñar. Los zapatos de tacón se quedaron en las escaleras, quebrándose en un leve tintinear. White salió a los extensos jardines, corrió hacia el camino por el que las carrozas venían y comenzó a chillar el nombre de Moon, aclamando su compañía de vuelta.
Tenía que encontrarla antes de que toda magia desapareciera. Así que la llamó, la llamó y la llamó, sin parar. Poco a poco los cristales rotos del escalón comienzan a desaparecer, su vestido perdió el volumen, encaje y su cabello comenzó a caer sobre sus hombros seguido de doce tristes y duras campanadas.
—¡¿Pero qué haces, White?!
Era la primera vez que gritaba su nombre y la primera vez que la veía tan nerviosa, mirándola mientras resonaba el último tañer de las campanas. White se acercó a ella, sonriente, secándose de manera inútil las lágrimas que tan deseosas estaban de caer para expresar su felicidad.
—¡Moon!—la llamó con tanto anhelo que el cuerpo de la contraria se estremeció—. Me dijiste una cosa el primer día, y era algo que te quería recordar... Dijiste que tu labor como hada madrina era hacerme feliz.
Moon asintió, confusa, y apartó su mirada cuando White le tomó sendas manos con las lágrimas recorriendo sus mejillas.
—Entonces quédate conmigo—rogó.
—Yo...—negó con la cabeza, nerviosa y la miró a los ojos por primera vez en la noche—. No puedo hacer eso, soñador. Además, ¡solo pasamos treinta día juntas!
—Treinta días contigo y pretendes que me case con un hombre al que no conozco ni de un día—exclamó, exasperada—. Para mi treinta días bastan para saber que aquí hay algo a lo que me puedo aferrar, algo que puede tener futuro y volverse hermoso si pasamos otros treinta y otros treinta más. La cuestión Moon es que, tal vez crees no puedes, pero, ¿quieres?—le preguntó, oprimiendo el agarre de sus manos—. ¿Cuál es tu deseo, Moon? ¿Cuál es tu sueño?
Moon bajó la vista al suelo.
—No lo sé, pero sé cuál es el tuyo, sin importar los días que hayas pasado con su majestad, ni los que hayas pasado conmigo.
—¡Pues te equivocas! Yo no sé qué quiero en realidad—confesó soltando sus manos—. Pero tengo claro muchas cosas, no quiero ser reina, ni tener caudales de dinero, el negocio fue bien contigo a tu lado, lo suficiente como para mantenerme, mis hermanas pueden ayudarme y no me importa una vida modesta. ¡No quería esas joyas, ni esos vestidos, ni todos esos consejos de modales! Solo quería alargar el tiempo a tu lado.
White soltó una leve risa nerviosa al confesar esas palabras y Moon abrió mucho los ojos haciendo que sus mejillas se tiñeran de rojo.
—¿Por qué no intentarlo?—continuó preguntando White—. ¿Por qué no darle una oportunidad a este sueño? Conocer a un noble podré cualquier día, venir a bailes podré conseguirlo, yo sé que puedo, pero tú y yo, solo tenemos esta oportunidad ahora.
Moon suspiró.
—Soy... una terrible hada madrina y tu una mercader demasiado talentosa—musitó Moon sobando el puente de su nariz—. No es lo lógico, White pero...
—Pero, ¿no me dijiste que estábamos aquí para soñar?—añadió con timada rapidez, haciendo que Moon sonriera—. Tan solo quédate cerca, solo si tú deseas igual. Ese es mi deseo.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios y esta vez fue Moon quién abrazó a White. Se quedaron cerca, la una de la otra, lo suficientemente cerca como para saber que lo que sentían no tenía vuelta atrás.
—Deseo concedido.
FIN
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¡Hey! Tras mil años volví a actualizar, me disculpo por ello, encima wattpad me quito todos los guiones largos y me quise pegar un tiro. Yendo al grano, creo que es más que obvio que esto es un AU de cuentos, en este caso la cenicienta e intenté hacer algo más fluff o por lo menos no tan dramático como lo usual. El fluff me cuesta un poco y a eso se le añade que Moon y White son personajes que me cuestan y quedan OoC. Así que espero, que, a pesar de todo, haya sido disfrutable 💕
Antes de irme, aprovecho, para hacer autospam, ya que wattpad no notificó, pero subí un relato de One-Shots de PokéSpe llamado Historias llenas de polvo. Como sea, ¡muchísimas gracias por leer!
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