El precio de jugar con las bestias

ADVERTENCIA DEL AUTOR: No se metan con el juego de la copa. Sea algo real, o pura sugestión, es muy peligroso. 

***

De mis archivos personales.

Fecha aproximada: marzo de 2009


Mi nombre es Patricio y escribo esto para dejar un registro de lo que pasó. No me importa que piensen que estoy loco. Sé que fue real, que esas cosas se encuentran ahí afuera, en algún lugar. Quizás más adelante, alguien que se cruce con mis escritos pueda investigarlas y descubrir la verdad. A los demás solo puedo advertirles que nunca se metan con fuerzas que no son de este mundo.

Manu es mi hermanastro y siempre tuvimos una relación complicada, pero es entendible. Nos conocimos a los cinco años, poco después de que mis viejos se divorciaran. Era el único hijo de la nueva novia de mi papá. Vivía con ellos, y siempre que iba a visitarlos nos pegábamos o nos hacíamos alguna maldad. Supongo que porque estábamos en medio de un gran quilombo familiar. Cuando crecimos, Manu y yo empezamos a llevarnos mejor; nos ayudábamos a levantar minitas en los cumpleaños y compartíamos los amigos del club. Así se formó nuestro grupo, que se reunía en su casa. Éramos Laura, Claudio, Andrea, Agustina, Manu y yo. Estábamos siempre juntos, nos encantaba ir al Barrio Chino y a los eventos de anime, también a los picnics en el Planetario.

No sé quién empezó con lo del juego de la copa, creo que Agustina. A esa altura teníamos dieciséis años. Recuerdo que mi viejo venía de una racha tremenda: se había accidentado con el auto y casi se había muerto; no tenía trabajo desde hacía dos años y todo lo que había intentado después de que lo despidieran le había salido mal. Apenas lograba sacar algo de guita con un maxiquiosco. Encima, se había enfermado de diabetes. Mis gastos estaban cubiertos prácticamente por mi vieja, y eso lo deprimía. Yo no dejaba de ir a verlo, y aunque en su casa tenían lo justo, siempre recibían a la barra, como nos decían.

Rafaela, la novia de mi viejo, era muy miedosa, por eso esperábamos hasta que se fueran a dormir para empezar. Entonces, Agustina y Laura escribían las letras sobre un papel y las recortaban, mientras Andrea, Manu, Claudio y yo preparábamos el ambiente. Bajábamos la música, prendíamos las velas y traíamos la copa de cristal. Ya estábamos acostumbrados a hablar con fantasmas y solíamos pedirles una prueba de su existencia: que movieran un cuadro, que hicieran que el gato se sentara en una silla determinada o que jugaran con la llama de una de las velas.

También sabíamos controlarlos: si la copa se movía muy rápido o si el fantasma no se quería ir, todos quitábamos el dedo y nos íbamos a hacer otra cosa. Dejábamos de darle nuestra energía por un rato, a veces rezábamos también, y cuando volvíamos a sentarnos frente a la copa era más fácil que se fuera. Nunca tomábamos alcohol ni nada raro las noches del juego de la copa, para estar plenamente conscientes de lo que sucedía y poder hacer un buen uso de nuestras capacidades.

Esa noche, mi viejo y Rafaela no estaban en la casa, y aunque nos prohibieron hacer reunión con la barra, nos juntamos igual. Nadie dijo que íbamos a estar solos: no queríamos tener problemas con los mayores. Hubo algunas señales: el gato no aparecía; los celulares no funcionaban bien, tampoco la radio, que sonaba con una fritura insoportable. No nos importó, los seis queríamos jugar. Andrea ya había recortado las letras un rato antes y la copa nos esperaba en el centro de la mesa.

Afuera hacía mucho frío. Solíamos jugar en el comedor, que era grande y tenía unos ventanales que daban al patio. Del otro lado había un limonero y canteros llenos de plantas que Rafaela cuidaba con amor. Los vidrios estaban empañados y habíamos escrito nuestros nombres en ellos. Nos sentamos alrededor de la mesa, conteniendo algunas risas, y pusimos los dedos en la copa.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó Andrea.

La copa se desplazó a una velocidad impresionante. "Sí", escribió, señalando los papeles con las letras.

—¡Wow! —exclamó Laura.

—Chicos, cortémosla, nunca se movió así —dijo Claudio.

—Esperen —pidió Manu—. Quiero saber quién es.

—¿Por qué? Siempre la cortamos cuando va rápido —le reproché.

—No sé, quiero saber.

—Bueno, preguntale.

—¿Quién sos?

La copa empezó a moverse un poco más lento, describiendo el símbolo del infinito en el medio de la mesa. Después fue hacia las letras y Laura empezó a leer:

—"La manada".

—¿La manada? —Me reí—. ¿Qué significa eso?

La copa siguió moviéndose.

—"Somos... la... manada. Vinimos... a buscar... a... Emanuel".

Nos miramos.

—Chicos, dejen de joder, no es gracioso —dijo Manu.

—¿Quién está moviendo la copa? —pregunté.

—¡Yo no la estoy moviendo! —dijo Agus.

—Yo tampoco —aseguró Andrea.

—¿Sos vos, Claudio?

—¿Qué? ¡Ni en pedo!

—¡Shh! ¡Se está moviendo de nuevo! —nos advirtió Laura—. "Queremos a... Emanuel. Queremos a Emanuel".

—¡Bueno, basta! —dijo Manu, y todos sacamos el dedo de la copa. Nos quedamos en silencio un rato.

—Ya fue, despejémonos. Pongamos algo de música. —Propuse y me levanté.

De pronto, nos rodearon las sombras. Se había cortado la luz. Solo nos iluminaba el brillo de la luna llena que entraba por los ventanales.

—La puta madre... chicos, mi celular se apagó... y no se prende.

—El mío tampoco —dijo Andrea.

Nos bastó ver la expresión en nuestras caras para saberlo: todos los celulares habían dejado de funcionar. En ese instante, escuchamos unos pasos en el techo y gritamos. Fui corriendo hasta el living y levanté el tubo del teléfono para llamar a mi viejo o a la policía. Se escuchaba una extraña fritura. Probé cortando varias veces. Nada.

—El teléfono tampoco funciona.

—¡No puede ser! —gritó Andrea, que entró al living seguida por los demás.

—A ver... —Manu probó hasta cansarse, sin éxito.

—Vayámonos de acá. Vamos a mi casa —sugerí.

—¿A esta hora? ¡Ni en pedo! —gritó Claudio. Volvimos a escuchar los pasos, arriba de nosotros—. Si salimos, los chorros que están en el techo nos van a atrapar y van a querer entrar.

—¿Chorros? ¿Vos decís que son ladrones?

—¿Qué van a ser si no?

—Chicos... —Agustina, desde el pasillo, señalaba hacia el comedor.

Desde donde estábamos podíamos escucharla deslizándose por la madera, pero igual nos asomamos para verla: la copa, sin que nadie la estuviera tocando, se movía sobre la mesa. Tragando saliva, me acerqué y empecé a leer.

—"Queremos... a... Emanuel".

Escuchamos de nuevo los pasos en el techo, antes de verlos aterrizar como una ola de sombras en el patio. No puedo explicar exactamente lo que eran, pero los recuerdo con una claridad aterradora, iluminados por la luz de la luna. Todos tenían forma humanoide y unos ojos rojos, inmensos y brillantes. Después, había otras diferencias: vi pieles cubiertas de cabello, escamas o plumas. Eran unos seres híbridos, mezcla de humanos, animales... y algo más. Uno tenía rostro y garras de tigre, había otro con cabeza de lobo. También noté a uno con alas inmensas en su espalda, que parecía una polilla gigante.

Algo se apoderó de Laura, que salió corriendo del comedor hacia la puerta de entrada de la casa. La seguimos, gritando para que se detuviera. Cuando la abrió, los vimos más allá de las rejas, frente a la casa: un hombre pájaro y una cosa que sólo podría describir como un hombre cangrejo. Volvimos al comedor, llamados por el rozar constante de la copa contra la mesa, dibujando el símbolo del infinito. Manu gritó y corrió para lanzarse sobre ella, pero rebotó en el aire y voló hasta golpear contra la pared.

—¡Manu! ¿Estás bien?

Asustado, me acerqué rápido hasta él con Andrea y Agustina. Mientras, la copa empezó a marcar unas letras. Laura fue a leer:

—"Emanuel... tu padre hizo un... pacto. Trajimos desgracia... a su enemigo. Ahora... Venimos... a buscar... lo que nos... fue prome... tido".

Laura se desmayó. Gritamos, y corrí a ver cómo estaba.

—¿Mi viejo hizo un pacto? ¿De qué hablan esas cosas? —exclamó Manu.

—Es una locura, no puede ser.

—Pato... todo lo que le estuvo pasando a tu viejo... Los accidentes, la mala suerte... ¿Creés que sea por esto? —me pregunta.

—Ni en pedo.

—Escuchame: mi viejo nunca pudo aceptar que lo hubieran dejado, siempre odió a tu familia. Estos monstruos dicen que él hizo un pacto para traer la desgracia a su enemigo. ¿No te das cuenta? Mi viejo echó una maldición sobre tu papá. Y yo soy el precio que pagó por eso.

En ese momento, Agustina, como llevada por algún magnetismo oscuro, dejó a Manu y fue hacia la mesa a leer:

—"Caerán... uno a uno... hasta que salgas" —terminó de decir, y se desmayó.

—¡Agus! —gritó Manu, que se levantó del piso y fue hasta ella. La miró unos instantes, después giró hacia la puerta. Los ojos de los monstruos parpadearon.

—¿Estás loco? —Lo agarré del brazo—. ¿Vas a salir con esas cosas ahí afuera?

—No hay otra opción —dijo y miró hacia la copa, que no dejaba de moverse formando el símbolo del infinito. Claudio y Andrea se desmayaron y Manu tiró de su brazo para liberarse de mí.

—¡No vas a salir!

—¡Dejame! —gritó y me empujó. Empecé a caer y fue como si el tiempo se ralentizara: lo vi abrir la puerta, salir hacia el patio y cerrarla de un portazo. Los monstruos híbridos parecieron derretirse y unirse en una sombra que lo envolvió. Cuando me levanté del piso, el patio estaba vacío. Fue lo último que vi antes de que todo se volviera negro.

Mi viejo y Rafaela nos despertaron. Cuando les hablábamos de Manu, no entendían nada. Para ellos nunca había existido. Nuestros padres nos llevaron a distintos psicólogos y psiquiatras y la barra quedó desarmada. Nos acusaron de drogadictos. La que terminó empastillada fue Agustina, pero por su psiquiatra: fue la única forma de olvidarse de Manu. Laura nunca quiso volver a hablar del tema. Yo voy al psiquiatra dos veces por semana y aprendí a decir que mis recuerdos de Manu y que todo lo que viví aquella noche fueron algún truco de mi mente trastornada. Tampoco le cuento que veo sombras de gente animal en los rincones. Nunca volví a saber nada sobre Claudio y Andrea.

A veces pienso en ir a visitar al padre de Manu, y encararlo. Sé que es real, lo busqué en Facebook. Él también tiene a Manu borrado de su existencia, al menos por lo que veo en su muro, pero estoy seguro de que sabe la verdad. No puedo creer que haya sido capaz de entregar a su propio hijo a esas criaturas para echar una maldición sobre mi viejo. Algún día, voy a cobrar venganza por lo que nos hizo.

También me la paso buscando en Internet leyendas y testimonios paranormales sobre encuentros con cambiaformas, animales sombra y el hombre polilla. El único que me entiende es el gato. Nunca le había prestado mucha atención, era de Rafaela y ella lo cuidaba. Ahora, el animal viene por las noches a mi cama, se acuesta sobre mí y ronronea. No sé si fue un sueño o un verdadero delirio, pero una vez, mientras estaba medio dormido, lo escuché a hablar con la voz de Manu, aunque degastada y más grave:

—Solo puedo enviarte este mensaje —me dijo—. Ahora soy uno de ellos. Me pidieron que te advirtiera que dejaras de investigarlos. Tampoco me busques. En el futuro vas a volver a verme, pero no será un encuentro agradable.

Actualización:

Febrero de 2025

Pasaron muchos años desde aquella noche. Me llevó un tiempo largo que el psiquiatra me diera el alta, pero lo conseguí. Enseguida, me mudé bien lejos y me convertí en parapsicólogo. Tuve mis experiencias y acumulé grandes conocimientos sobre distintos temas. Aunque indagué en profundidad sobre el fenómeno que viví en mi adolescencia, solo obtuve algunas respuestas. Esos seres no son ni animales ni humanos, son algo que siempre estuvo acechándonos. Nos manipulan a través de las emociones más bajas, y toman nuestra forma para burlarse de nosotros. Hace poco, una fuente muy confiable me aseguró que tienen un plan siniestro para la Tierra.

***

Gracias a NataliaAlejandra por la hermosa tapa. Quedó genial! :)




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