XXV
Capítulo Extra: Tony Stark 616 - Intentar olvidar a Peter Parker es lo más difícil que harás. Pero descuida, seguro fallarás.
Había semanas en su vida donde amaría ser cualquier persona, menos la que era. Lejos quedaban los placeres que su apellido, su dinero o su fama podían brindarle. Semanas como esa, dónde lo único que le quedaba era aferrarse a un chico a punto de cumplir los 18 años, eran las que menos apreciaba.
Y no era culpa de Peter, que bendito él era lo único decente pasando cerca de él. Era culpa del maldito grupo de renegados que tenían en jaque su cuota anual de paciencia. Era también culpa del gobierno, que había decidido emprender una nueva cacería contra los que alguna vez llamó amigos y compañeros de trabajo. Era en la misma medida culpa suya, que cargaba un celular que quemaba en el bolsillo de su pantalón, y no terminaba de decidir si era o no la decisión más estúpida del mundo, avisarles de que iban tras ellos o no.
Rhodes le cortaría el pescuezo si lo hacía, porque eso quería decir que alguien se lo cortaría a él. Pero también sabía que lo miraría decepcionado si no lo hacía. No había forma de ganar. No había forma de conseguir hacer algo bien.
Peter hace un sonido frustrado junto a él y eso hace que su mente vuelva al presente. Olvida la peligrosa sed que quema en su garganta y recuerda en silencio que tomar hasta quedar completamente inconsciente no hará que al despertar todo estuviera tal cual hacía dos años atrás. Mejor es concentrarse en lo que tiene enfrente, mejor es volver al único lugar donde podía seguir divirtiéndose genuinamente. Mejor era volver a poner toda su atención en Peter Benjamín Parker.
Sentado en la banqueta alta del taller, aprieta los labios. Se vale de su mano para tapar lo que a toda costa quiere ser una sonrisa. Atenta contra su imagen y su prestigio, ser incapaz de aguantar estoico cuando Parker se pone a hacer morritos, ofendido porque no le hace caso a uno de sus berrinches.
Logra su cometido y el chico se voltea airado, con una expresión de profundo descontento en el rostro. Por mera amabilidad, sonríe inclinando la cabeza y dándole su espacio. Ya no era un niño, así que debía empezar a aceptar de mejor manera sus negativas.
En especial porque cada día eran menos. Ya no recordaba bien en qué momento dejó de negarse en redondo a sus comentarios y empezó a aceptar y decir que sí a todo lo que pedía. Quizá fue en algún punto entre los 15 y los 16. Quizá fue justo cuando empezó a arrastrarlo a su taller, luego de que se negó a ser parte del equipo.
Cómo fuera, su mirada cae en la espalda encorvada sobre uno de los mesones y otro tipo de sonrisa se desliza por sus labios. El chico tamborilea los dedos sobre el borde metálico, mueve nerviosamente el pie contra el suelo, pero indiscutiblemente, pese a mantener esos resquicios del niño inquieto que supo, había madurado. Y crecido, arguye una parte de su mente al verlo enderezarse y echar las manos tras su cuello.
Peter se despereza soltando un quejido bajo, haciendo que la prenda que tenía puesta se pegue del todo a su cuerpo. Suelta un sonido bajo y ronco, una mezcla de placer y dolor. Automáticamente la sonrisa se borra de sus labios y la sustituye una línea dura y preocupada. Quizá dejó de poner pegas a sus fastidiosos pedidos porque finalmente había aceptado que ese no era un chico normal. O cuerdo. Alguien cuerdo no intentaría capturar a todos los criminales de Nueva York en una sola noche. No terminaría cayendo del balcón de un edificio a diez metros porque lo empujaron mientras intentaba arruinar un acuerdo entre jefes de la mafia por sí solo, sin pedir refuerzos.
Un pensamiento vil cruza su mente. Un deseo que sabe es egoísta, pero no puede evitar pensar. También una certeza se enreda en el medio y todo desemboca en un suspiro contenido que debe tragarse. A veces pensar en Peter Parker era así: frustrante, contradictorio y amargo.
—¿Te has ido a hacer ver la espalda? —consulta en lo que es un mal intento de comentario casual.
Peter gira el rostro y lo ve por sobre el cuello alzando una ceja. Tony parpadea algo confundido cuando un pensamiento poco apropiado se atraviesa en su mente.
Con un bolígrafo entre los labios y el pelo (que usualmente controlaba con algún tipo de sustancia hacia atrás), revuelto cayendo sobre su frente, consigue un nuevo avistamiento de cuánto había pasado entre ese momento y el día que lo fue a buscar a Queens.
Ya casi no le quedan rasgos de niño. Su quijada se había vuelto dura y definida. Sus pómulos ya no eran ligeramente redondeados. Ahora se podía apreciar que eran altos y firmes. Un pequeño sacudón hace que el suelo bajo su banqueta estremecerse. ¿Había pasado tanto tiempo? El espejo para él seguía mostrando la misma imagen, pero ciertamente ese frente a él ya no es un chico. Aún es joven, pero ya no se apreciaba a un niño incompetente con más entusiasmo que cerebro.
—¿Señor?
Tony se tiene que esforzar para apartar la vista. Una cosa rara y ansiosa se anida en su pecho. Intenta convencerse de que solo es la dolorosa noción de que si Peter se estaba volviendo un hombre, él estaba envejeciendo. Pero sabe que no es eso. O no es exactamente eso. Algo se remueve en la profundidad de su mente. Algo raro que le seca la garganta y ataca sus oídos con una especie de zumbido.
Culpa al estrés. Siempre es el estrés. Tenía una gran cantidad de tiempo tratando consigo mismo y ese tipo de mierdas solo pasaban cuando Tony quería depositar su energía en un tipo diferente de autodestrucción.
—¿Señor Stark? ¿Está bien? ¿Necesita algo?
Girándose para verlo, Peter se retira el bolígrafo de la boca y se acerca hasta donde sigue sentado. Le coge el brazo con preocupación, inclinándose ligeramente hacia él. Tony baja la mirada hasta su mano. Tiene los brazos descubiertos, las venas se le marcan sutilmente a lo largo de los antebrazos, hasta que se pierden bajo la remera, rodeando sus bíceps.
El cambio en estos lo vuelve a sacudir, desparramando dentro de él una nueva porción de angustia y sorpresa. Sus brazos también habían crecido en tamaño. Junto con el ancho de sus hombros y el volumen de su pecho. Necesita mucha fuerza de voluntad para dejar ir ese análisis. Está mal que se ponga a detallar aquellos cambios. Tanto como estaba mal que hubiera sido capaz de apreciarlos.
Está seguro como el demonio que Happy no tenía esos arranques. Pero no había llegado a donde llegó si no fuera bueno calmando sus momentos de idiotez, diciéndose algo fácil y obvio: nadie más que él lo notaría, porque a la fecha nadie en ese maldito mundo estaba tan pendiente de Peter Parker como él.
Con un pequeño carraspeo alza los ojos y sonríe cuando aprecia todo el rostro contraído por la preocupación seguir fijo en él.
—Que si has hecho que te vean la espalda —repite, aún incómodo.
La sorpresa le inunda el rostro en segundos. Luego cae la culpa. Arruga los labios y juguetea nervioso con el bolígrafo sobre el mesón. Alza la mano que lo había estado agarrando, la enreda en la parte posterior de su cuello y se jalonea nervioso del pelo, dando un paso hacia atrás, que los aleja sutilmente.
—Hum... No me duele...
—Peter. No puedes... —suspira incapaz de no odiarlo un poco a él y a su juventud.
—Si me duele, iré —promete con vergüenza.
Tony estrecha los ojos, pero enseguida los alza al cielo. Cualquier vestigio de nada desaparece tan rápido como llegó. Lo único que le queda dentro es la impotencia de saber que no puede emitir su real opinión. Ya intentó hace años intervenir y limitar sus andanzas. Eso casi le cuesta la vida, así que ya sabía que meter mano era peor que cualquier cosa.
Estaba el otro nuevo factor a tener en cuenta: no quería que se aleje o peleen. Años atrás le había dado más o menos lo mismo. Fue más frustrante y fastidioso que doloroso. Todos sus sentimientos giraron más en torno a que se odiara a sí mismo por ser incapaz de ser un virtuoso mentor que a la real pérdida que significaba para su vida que Parker se esfumara de ella.
Ahora no era su mentor. Había dejado eso. Eran amigos. Todo lo amigos que la diferencia de edad entre ellos lo permitiera. Que era curiosamente mucho, porque Peter era maduro en su inmadurez. Y Tony muy inmaduro en su madurez. Podía ser que actuaran como críos en algunas cosas, pero en las que realmente importaban no. Y Peter era un poco un alma vieja. Más de una vez al día sentía que estar con él era como estar viendo a Steve en persona. Con sus cien años y todo.
Pero era un chico de 17 y Tony sabía que si a los 15 años fue incontrolable, ahora, a punto de terminar el último año escolar y ya pensando en las cartas para las universidades, poco iba a conseguir. En especial porque técnicamente no estaba faltando a su palabra de mantenerse con los pies en la tierra. El asunto era que la tierra era un asco. Lentamente la podredumbre de las cloacas salía a la superficie y con los Vengadores separados y la mitad de ellos con un precio por sus cabezas, los delincuentes pensaban que podían andar a sus anchas.
—Veamos, qué es ese cambio que querías hacerle al traje.
La mirada café se ilumina. La expresión obstinada y terca es reemplazada por una más seria y determinada.
Maduro y satisfecho, alza su anotador y empieza a hablar con la misma verborragia de siempre. Un doloroso recordatorio a otro momento de su vida le hace estremecer de pies a cabeza. Ahuyenta la imagen de Steve de su mente cuando esta quiere aparecer para reclamar el alma de Peter como una igual.
Tensa los músculos del rostro y se olvida de ese infeliz. Finge que escucha lo que Peter balbucea concentrado al máximo en su explicación. No piensa permitirse ese tipo de delirios. Peter era suyo. Peter le pertenecía a él, no al maldito infeliz de Steve que se había ido y le había arrancado todo lo que con tanto esfuerzo había construido.
—¿Qué tal? —consulta el chico al cabo de un rato.
Tony no tiene idea de qué dijo, pero es bueno para fingir que sí.
—Bien. Pero, vas a ir al médico.
Molesto, Parker vuelve a hacerle morritos y Tony se ordena entereza. Debía dejar de ser tan permisivo. Ese era un tema serio y el cretino tenía que aprender de una vez que su cuerpo era mil veces más importante que un traje. En especial cuando Tony podía hacer mil para él si es que así lo quería.
—Vas a ir. Al mío al menos. Ve mientras analizo esto.
—Pero de verdad no es...
—¡Parker! —gruñe con la paciencia estirada al máximo—. Sé que eres superfuerte. Pero necesitas controlar que todo esté en su lugar para sanar correctamente. De qué me servirá a mí darte un traje que haga... esto —dice señalando vagamente las hojas, incapaz de recordar qué era exactamente lo que quería que haga—, si van a terminar matándote heridas internas que no atiendes bien.
Cuando vuelve a inflar los cachetes, Tony salta de la silla y se endereza todo lo que puede frente a él. Cruza con tozudez los brazos y lo mira a los ojos.
Y pasa. Cómo siempre que se permite acercarse demasiado a su cuerpo, pasa.
Peter abre la boca y la cierra en el acto. Y hasta ahí le dan los reflejos para protegerse. Le tiembla el labio inferior, traga con fuerza. Las mejillas se le enrojecen suavemente y empieza a rehuir de su mirada. Tony sabe que esa es su señal para dar un paso atrás. Alejarse, dejarlo respirar y rezar porque sea la última vez. Pero algo le refrena los pies y estos se niegan a hacer nada de lo que deben.
Quizá es la preocupación por su bienestar. Quizá es el saber de que sería capaz de descuidarse entre un parpadeo y el siguiente si cree que así puede abarcar más de lo que realmente necesita abarcar.
Silencia cualquier protesta que su mente quiera emitir. No va a caer en la trampa de que había algo que debía empezar a atender dentro de él. Algo sobre cómo, sin importar las veces que eso pasara, seguía sintiéndose demasiado halagado y demasiado engreído como para abrir la puta boca y decirle al chico que deje de soñar despierto con algo que está a diez vidas de ser ni remotamente posible.
Pero siempre era capaz de alejarse. De tomar su hinchada dignidad y alejarse. No darle alas era en aquellos momentos de bajeza lo único adulto que podía ofrecerle. Por no decir lo más justo. Lo más sensato.
Pero ese día obviamente no iba a ir por lo sensato. Entre el hartazgo laboral, su vida que no era capaz de encauzar y la llamada que le había hecho Rhodes, estaba oficialmente fuera de eje.
Peter se atraganta una vez más cuando le alza una ceja y se inclina sobre él. De los dos, Tony era el que tenía las de perder si llevaban la cosa a una discusión física, pero o Peter lo ignoraba o tenía seguridad en que Tony conseguiría hacer que esa balanza se volteara a su favor solo con el uso de su astucia.
No ayudaba a que pudiera ser un adulto cuerdo el verse a sí mismo a través de los ojos de Parker. No era saludable que se dejara convencer de que era un jodido Dios
—¿Parker? —pregunta bajando el tono a uno más amenazador y rígido.
Lo vuelve a ver tragar. El rostro se le vuelve más rojo. Se humedece los labios. Esa cosa extraña que se removió en su interior se sacude perezosamente interesada. Dando un respingo, Tony se echa hacia atrás. Peter despierta del trance y suelta de golpe una respiración contenida.
—¿Tengo que ir ahora? —grazna parpadeando repetidas veces.
—Sí, vete.
Sin chistar, se escabulle fuera del taller. Tony suelta una misma bocanada de aire. Apoya ambas manos en el mesón. Los hombros se le sacuden cuando deja caer con firmeza la cabeza hacia abajo.
—¿Qué demonios? —farfulla con los ojos firmemente apretados.
—Señor... eh... ah... hum, necesito mi...
Peter se acerca hasta él y cuando se agacha a pocos centímetros de su cuerpo, Tony aprieta los dientes. Tiene que quitar la vista de su espalda cuando vuelve a huir.
Consternado, se lleva las manos a la cara. Aprieta con firmeza y hunde los dedos en sus ojos. Le quema en la retina el trasero de Parker.
—Cariño, agenda una cita urgente con mi psiquiatra.
—Enseguida, señor.
Se obliga a calmarse. A centrarse. Suelta sus ojos, sacude los hombros y respira hondo. Siente como se le expande la caja torácica. Escucha en sus oídos el bombeo acelerado de su corazón cuando sus pulmones se comprimen contra sus costillas. Suelta el aire y repite dos veces. La cabeza le da un par de vueltas, pero cuando abre los ojos puede centrar la atención en las anotaciones de Peter.
En el fondo de su mente aquella cosa sin nombre se vuelve a esconder. Tiene en claro que va a necesitar medicación para controlar esa estupidez.
Peter podía ser atento, bueno, leal, divertido, dulce, inocente y (aparentemente desde ahora) sexy, pero tenía malditos 17 años y no tenía interés que tan jodido estaba, que tan solo se sintiera, no iba a caer en sus propias mierdas. Sabe que es culpa de la costumbre. Sabe que eso viene de esa parte de él que le empujaba a tomar hasta caer rendido y a follar con lo que sea que pasara cerca.
Definitivamente no sería su primer menor de edad. Había hecho suficientes estupideces en su vida como para que aquella fuera la peor. Pero, maldita sea, ya no era esa persona. Ya no era ese tipo despreciable que solo pensaba con la parte más egoísta de su sistema.
No diría que era mejor, pero al menos ya no era un asqueroso egoísta. Peter era joven, era inteligente y si su única falla era que había confundido esto con aquello, por Dios que él iba a mantener las cosas en perfecto equilibrio.
Se mantiene ocupado hasta que la puerta se abre y Parker entra con la mochila colgada en el hombro. Se detiene en su puesto, lanza la mochila al piso entre sus piernas y le sonríe con una orden y un sobre grande en cada mano.
—Alta médica y las placas que lo confirman —anuncia con una sonrisa socarrona.
Rodándole los ojos, hace un bollo con uno de los papeles que tiene cerca y se lo lanza al rostro.
—Sonríe ahora. Cuando descuente de tu paga el coste médico me reiré yo.
Soltando un gemido se acerca a él para empezar a llorar lo injusto que era. Con una sonrisa honesta, que viaja desde el centro de su pecho a sus labios, Tony le llama la atención y le ordena que se siente a su lado para poder trabajar en esas modificaciones.
Como ya es usual, las horas pasan sin que las note y con Peter haciendo acotaciones interesantes en el proceso. Luego de un rato encorvado, el chico alza la cabeza y se vuelve a estirar. Tony aprieta la mano sobre el lápiz inteligente y aleja los pensamientos intrusivos que quieren volver a joderle la paz. Era muy consciente que parte del problema actual era un problema que tenía meses eludiendo.
Con cada día que pasaba, veía más de Steve en él. Su determinación, su entrega, su necesidad de ayudar y hacer las cosas bien. La forma poco saludable en la que relegaba sus propias necesidades, el desinterés personal que tenía por él mismo y cómo olvidaba que la causa jamás debía estar por encima de él.
No habría una persona que protegiera al mundo si esa persona se dejaba consumir por el mundo. Y eso, que ya de por sí era malo, era doblemente peor porque era una característica a la que, al parecer, era altamente débil.
Y a los cuerpos de buen ver. A eso también era sumamente vulnerable. Y Peter estaba creciendo para convertirse en su talón de Aquiles. Claro que esa parte era la más fácil de trabajar. Hacía años había relegado al fondo de su lista el rendirse a tales necesidades. Pero la tara que tenía clavada por su heroísmo parecía una más difícil de erradicar.
—Bien, creo que hasta aquí por hoy —anuncia apoyando resuelto el lápiz en la mesa.
Le jodía tener que cortar el momento, pero que así fuera. Peter había conseguido hacer que los momentos en el taller fueran algo que no solían ser: cálidos. Le fastidia saber que tiene que renunciar a eso para sostener la paz, pero lo acepta.
No le da miedo admitirlo: lo quiere. Y lo quiere de verdad. Lo quiere como se da el lujo de querer a poca gente. Lo quiere por sobre sus propias fallas y necesidades. Y si una parte de su jodida mente quería coger esos sentimientos y encasillarlos en la categoría menos conveniente, Tony tomaría cartas en el asunto.
—Pero aún no terminamos.
Le lanza una mirada hastiada, porque vaya forma de atentar contra su propia integridad. Eso debía ser cosa de sus instintos más suicidas. Mira que pararte a joder a un depredador que anda con hambre.
—Es hora de ir a tu casa, Parker. Ya es tarde.
—No son ni las seis.
—Niño... —suspira entre dientes, empezando a sentir el viejo malestar tironear de su ojo, queriendo cerrarlo nerviosamente.
Masajea su rostro y aprieta el puente de su nariz.
—Haz algo en la calle entonces. ¿No salías con tus amigos? —pregunta molesto y algo desesperado.
La mirada café se desenfoca y voltea a ver el reloj en su muñeca. Hace una mueca cuando lo escucha soltar un lamento y una maldición. Sí, eso era. Mucho mejor. Vete. Vete y no vuelvas hasta mañana, piensa con un poco de alivio. Un día. Necesitaba solo un día para ajustarse los tornillos o medicarse. Una o la otra y podría volver a su eje.
—¡Demonios! —gruñe Peter empezando a palpar todos sus bolsillos— ¡Se supone que ya debería estar en el centro!
No alcanza a abrir la boca. El maldito crío se tira sobre él y apenas le da tiempo a correrse un milímetro cuando se agacha a su lado para coger la mochila que había abandonado.
Sus cuerpos se enredan. Tony huele el perfume a coco de su shampoo, siente su cuerpo sobre el de él y lo próximo que sabe es que tiene que sostenerlo porque la maldita correa de la harapienta mochila se ha atorado con la silla y Peter está por irse de trasero al suelo.
Le coge la cintura y el tiempo se suspende cuando sus rostros quedan a pocos centímetros. No alcanza a arrepentirse de sus decisiones. Esa maldita cosa que se había vuelto a agazapar en su interior alza la cabeza al ver cómo la suave boca se abre para soltar un pequeño jadeo.
Y ahí está. Está más visible que nunca. Los ojos cafés se clavan en su boca. Le tiembla el pulso. Le tiemblan las piernas. Lo siente suave contra él, dispuesto y a la orden. Un centímetro. Apenas a una inclinación de cabeza de que todo se vaya al infierno.
Y por primera vez Tony saca cuentas. Las saca porque el regalo es demasiado grande como para fingir que es mejor que eso. Simplemente puede verlo. Puede verse a sí mismo haciéndolo: bajando el rostro y entregándose a un maldito instante de idiotez.
La mano en su brazo se aprieta y lo aferra sin querer soltarse. Y Tony no puede entender como en un segundo, en solo un segundo, una persona puede cambiar tanto. Porque ese chico no es el que él recogió en Queens. No. Él no sacó a rastras de su apartamento a ese que lo mira con deseo y desliza la lengua por su labio inferior antes de morderlo suavemente. No. No es el mismo chico que vivía parloteando hasta los codos y se había abierto campo dentro de su vida.
Ahora es su pulso el que se acelera. Le cuesta encontrar las respuestas correctas al por qué eso era malo. Por qué era idiota.
Peter es un buen chico. Es uno que, si no lo hace ya, lo podría llegar a amar. Podría sacar de su interior la pus que vivía arruinando y coludiendo sus buenos recuerdos. Y si bien no es lo suficientemente idiota para pensar que ese era el momento más indicado, ¿por qué en un futuro no podría serlo?
¿Por qué?
¿Por qué?
¿Por qué?
No sabe. No tiene idea. Solo sabe que es bueno. Que lo quiere. Que vive atento a lo que pueda necesitar. Que no desea dejarlo. Que no le miente. Que no está esperando el momento para traicionarlo.
Eventualmente será más grande. Eventualmente alguien vendrá y lo reclamará. Eventualmente alguien se creerá con el derecho a tenerlo y solo Dios sabe qué tipo de bastardo será ese. Porque duda mucho que alguien entienda lo que eso significa.
¿Quién lo cuidará de su propia idiotez? ¿Quién velará porque no deje que su vida como Spider-Man lo ocupe todo? ¿Quién estará ahí cuando las cosas se compliquen y necesite que lo cuiden? ¿Quién sabrá dónde llevarlo si una situación se sale de control?
¿Quién lo amará más que a sí mismo? ¿Quién será capaz de verlo tal cual es? Hermoso, abnegado, optimista, estúpido, e imprudente.
Entonces se ve a sí mismo y entonces se le ocurre que él podría hacer todo eso. Ya lo hacía. Ya era ese idiota. Ya había reconfigurado su vida para ese cometido. Ya había dejado su armadura. Ya había destrozado cada una de las barreras entre los dos. Ya se había acostumbrado a tenerlo allí.
Ya había aprendido como le gustaba el café. Que prefería las pizzas sobre las hamburguesas. Que era un gran detractor de los energizantes. Que era un acérrimo fan de los Mets. Que vivía mordiendo los bolígrafos. Que le gustaba más perder el tiempo con sus amigos que salir de fiesta. Que le gustaban los autos. Le gustaba pisarlos. Que era fanático de las cosas más nerdas jamás creadas. Que las palomitas solo le gustan si están calientes y las prefiere con mucha mantequilla. Que era un glotón sin remedio y se chupaba los dedos cuando estaban cubiertos de azúcar.
Y nada de todo eso le molestaba. Nada de eso era un problema. Se dejó convencer de ver los partidos en el taller. Se sentaba con él a ver sus películas en la sala de su casa. Le dejaba encargarse de la música a la hora de trabajar. Le gustaba llevarlo a casa cuando no iba justo de tiempo y había aceptado que maneje más de una vez. Le ayudó con sus estudios y las responsabilidades de Spider-Man. Le cocinaba. Le dejaba ayudarle en la cocina. Sostenían charlas absurdas, pero entretenidas, mientras guardaban las cosas y mierda, Tony hasta estaba por regalarle un apartamento y ayudarlo a hacer la mudanza una vez que fuera admitido en la universidad que eligiera.
¿Por qué no podía dejar que las cosas fueran por el carril que Peter quería? ¿Por qué tenía que ser el que se mantuviera cuerdo cuando, para empezar, de los dos, el que tenía buen ojo con la gente era Peter?
—¿Se-señor?
Tony inspira con calma. Saborea el aliento contra su boca. Aparta los ojos. Se endereza y lo ayuda a hacer lo mismo.
—Creo que es mejor que te vayas —musita carraspeando suavemente.
El rostro se le derrumba. Da un respingo y asiente fervientemente, pero no está mejor. Solo intenta fingir que lo está. Estrecha la mirada cuando lo ve moverse con torpeza. Se engancha la mochila en el hombro e intenta hacer un chiste, pero la voz le sale demasiado aguda e histérica como para que cuele la broma.
—Ten —dice extendiéndole el pase biométrico que le permitirá salir de allí.
—Claro, gra-gracias —masculla, pero la mano le tiembla y la tarjeta termina aterrizando en el suelo.
Tony toma la delantera y la recoge. Esta vez no lo deja volver a cometer una imprudencia. Con facilidad se la tiende y sus manos se encuentran, ambas torpes y nerviosas.
La electricidad le recorre el brazo y le revienta en cada parte del cuerpo. Inspira con fuerza, pero el sonido se ve aplacado por el jadeo poco sutil que Parker deja salir. Ve sus manos y se ríe. Ni siquiera puede evitarlo. La mueca del pobre es una cosa completamente adorable. Si le tuviera que poner un nombre a la emoción que le baña el semblante diría que era humillación. Pero también desazón.
Va a escapar. Tony lo sabe en el segundo que ve la forma asqueada con la que mira el pase. Quién sabe cuándo volverá. Por seguro no mañana. No lo que queda de semana y podía no hacerlo en lo que quedaba del mes. Peter era una criatura curiosa y rara. Era prisionero de sus impulsos, pero sabía bien que también era un loco temerario y determinado. Si se le metía en la cabeza la idea equivocada, bien podía salir ese día de su casa y no volver nunca más.
Entonces un nuevo arranque de ese sentimiento que lo atormentaba en cada esquina lo llena. Habla antes de que pueda alejarse. Habla antes de que pueda irse y arrancarle el alma. Porque Tony no estaba para perderlo. No estaba para dejarlo irse y bajar al infierno. No iba a aceptar que su silencio le valga que lo ignore o le rehúya.
Porque en ese instante se da cuenta de que está realmente dentro de él. Marcado en su piel, en su corazón y en su vida. Es adicto. Es adicto a tenerlo ahí, a oírlo, a sentirlo junto a él.
—Acuérdate de que mañana tienes que venir a ver esa mejora. ¿Sí?
La sorpresa reemplaza cualquier emoción y entonces ambos saben que él sabe y que, pese a todo, no lo echó. La sonrisa que le lanza antes de terminar de desaparecer lo hace sentarse y agarrarse el rostro.
—¿Qué hice? —musita aterrado.
*****
Cinco años después.
—¿Vas a hacerlo? —Tony se estremece al oírla.
—No hay nada que pueda hacer —sentencia queriéndose convencer de ello.
Le tomó demasiado tiempo aceptarlo. Le tomó demasiado tiempo acostumbrarse al dolor. No iba a caer en el juego de la tentación.
—Sonaba a qué tenían un plan —arguye Pepper, ladeando el rostro.
—Por favor. Jamás se les ha caído una sola idea buena. Eso era lo mío.
Ella le sonríe, pero no hay un ápice de humor en su expresión.
—¿Morgan? —le pregunta para zanjar el tema.
—En su cuarto. Iré a leer un poco. Si necesitas ayuda llama.
—Claro. Gracias.
Cuando la ve darle un suave golpe a la puerta y desaparecer, se permite bajar los hombros y cerrar los ojos. Intentó por todos los medios no permitir que la charla se replicara una y otra vez en su mente mientras almorzaban. Lo intentó. En verdad lo intentó. Pero ahí estaba. Ahí estaba esa maldita frase. La maldita frase de Scott clavándose en su interior, ramificando en su cerebro, germinando en su pecho. Perdí a alguien muy importante para mí. Una puñalada habría dolido menos. ¿A él le quería hablar de eso? ¿A él? ¿A él que casi perdió la vida? ¿A él que perdió parte importante de quién era en ese jodido planeta olvidado por Dios? Qué injusto era. Qué ilusos que eran. Mira que venir a querer correrlo con eso... No, si ellos creían que él necesitaba ese recordatorio era porque jamás iban a entenderlo.
Por eso Pepper lo miró durante todo el almuerzo en silencio, respondiendo apenas a sus intentos chapuceros por fingir que su mediodía no había tenido interrupciones. Ella sí que sabía que había perdido. Ella sabía lo que esa propuesta, lo que ese descabellado plan significaba.
No lo sabía al cien. Por supuesto. Tony jamás se atrevió a ponerle palabras a lo que había pensado, a lo que había sentido. Todo el mundo sabía una parte, todo el mundo entendía qué perdió, pero ni ella ni nadie sabía la culpa que cargó. Cómo pasó años castigándose por ese momento de debilidad.
No, ninguno de ellos. Nadie jamás supo lo que él sabía, que ese fue su castigo, su karma, su responsabilidad. Él se atrevió a manchar algo, a corromperlo y eso mismo le fue arrebatado.
—No pienses en eso —se ordena—. No puedes. No puedes hacerlo. Se acabó. Thanos ganó. Pe-Peter murió.
Se fuerza a pensar en Morgan. Sí, ahí es donde deben estar sus asuntos. Piensa en su hija. Piensa en Pepper. Piensa en Happy. Piensa en Rhodes. Se aferra a eso. No deja que ninguno de los tres que aparecieron por su puerta se cuele en medio.
Hizo todo lo que pudo. Él en verdad luchó y estuvo dispuesto a morir por ganar. Estuvo dispuesto a dar su vida por ello y aun así, aun pese a que estuvo listo para sacrificarse, perdieron y era su responsabilidad vivir día a día con ello. Está viviendo su segunda oportunidad. Y... y todos los demás... y él...
Con un gruñido exasperado se gira y va donde dejó los platos sucios. Decide ponerse de inmediato a hacer cosas o va a volver a aquel lugar del que casi no consiguen sacarlo.
Enseguida nota que la tarea no resulta nada, pero absolutamente nada, útil para evitar que los recuerdos lo asalten. Con parsimonia intenta bloquearlos a medida que aparecen. Fija la vista en sus platos celestes. Se fuerza a no ver los blancos impolutos que tenía hacía años en la sede de los Vengadores. Pero así eran los recuerdos. Así de molestos y fastidiosos. Lo primero que escucha es su risa. Lo siguiente es su voz. Con un gruñido coge la manguera del agua, pero entonces siente el golpe de uno de sus hombros contra el suyo y eso hace que el plato en su mano se resbale y el agua salga volando en todas direcciones.
A fuerza de la costumbre, piensa en el insulto que no puede verbalizar si no quiere que Morgan aprenda una nueva, curiosa y mala palabra. Corta el agua de mala gana y mira sus manos. Otro recuerdo lo asalta. Inspira, coge el trapo, seca el plato y lo guarda antes de arrojarlo al piso como bien desea.
Mantente en movimiento se ordena. Deja de verlo, casi se suplica cuando ve su rostro con una media sonrisa de disculpa y una férrea determinación en los ojos. El pobre consuelo al que llegó es que, al menos, no murió solo. No murió sin que nadie lo vea, dejándole un "y sí" con el que jamás hubiera podido vivir.
Porque de no haberlo visto, de no haberlo apreciado, definitivamente Tony no hubiera podido aceptar que hubiera desaparecido. Jamás hubiera podido aceptar que se había vuelto cenizas.
Coge el trapo y empieza a limpiar el agua que había salpicado la cocina. Lo desliza a lo largo de la mesada. Alza la vista y ve que el agua llegó a los estantes. Pasa el trapo por la madera y ahí se detiene su mirada. En su sonrisa, en la vivacidad de sus ojos, en lo incómodo que luce pese a todo. Repara en cómo están uno al lado del otro, en cómo ese día fue bueno, uno feliz. Y el dolor vuelve, el dolor lo golpea.
Toma la foto. La mira y todo aquello que había intentado olvidar, vuelve. Vuelve y Tony no puede solo callarlo. No puede solo volver a meterlo bajo llave y fingir que lo ha superado. Porque no podía superarlo. No puede no pensar en que tuvo que huir de la base, que tuvo que escapar de su hogar cuando los recuerdos fueron simplemente mucho. No puede no pensar en que ya no le permitía a nadie que lo trate de señor porque esa palabra hacía cosas horribles en su corazón. No puede no pensar en que en Queens guardaba todo tal cual lo dejaron, porque jamás pudo botarlo.
¿Cómo podría? ¿Cómo podría no pensar en eso si aún vivía en su interior, en las cosas más mundanas y comunes? Cómo podía cuando día sí y día no lo recordaba en las ocurrencias de su hija. Igual de inteligente, igual de inocente y con la sonrisa más maravillosa del mundo.
Cómo podría si aún había noches que soñaba con él. Que soñaba con lo que pasó en su taller, que soñaba que no lo soltaba y lo atrapaba en un beso.
Maldición.
Maldición.
Maldición.
No vayas por ahí, intenta convencerse, pero oh mierda, está ahí. Está ahí en ese momento en ese segundo. Está ahí y está en todos lados. Está en su taller junto a él rellenando la carta de ingreso al MIT. Está en la preparatoria viéndolo graduarse. Está en Queens celebrando el ingreso a la universidad. Está ahí ayudándolo con la mudanza. Está viéndolo estudiar para un examen difícil. Está en el taller ayudando y burlándose a partes iguales de su proyecto de tesis. Está viéndolo ponerse de novio con una chica extraña pero buena. Está ahí viéndolo crecer, viéndolo convertirse en el héroe que siempre supo que sería. Está ahí ayudándole, apoyándolo. Nunca jamás le gustaron esas cosas y no lo hicieron hasta que lo hizo con él.
Está ahí, pero no está. No dio el paso. Jamás lo pensó. No sé dio el lujo. No lo hizo. Jamás, ni por un segundo. No, esta vez no lo hizo. Solo lo sostuvo y lo dejó ir, sintiendo en su pecho la felicidad por verlo irse con sus amigos, por tener esa vida que siempre, siempre mereció.
Y entonces si piensa que podría hacerlo. Casi como hace cinco años se vio haciendo esas cosas, ahora se ve bajando al garaje, encontrando la forma de hacerlo verdad y esa vez podría hacerlo bien. Podría decir su nombre y que suene diferente. No lo susurraría de una manera que sabía estaba mal. Le tomaría un poco, pero se podría acostumbrar. Claro que podría. Porque ahí estaría. Estaría ahí haciendo todo lo que un instante del demonio le hizo perder.
Y nunca, jamás de los jamases habría un beso, el roce de sus dedos contra su piel; pero mierda, Tony claro que podría acostumbrarse a eso. Definitivamente. Y quizá deba acostumbrarse a que en algunos momentos, mientras la vida lo lleva a conocer a esa persona destinada para él, podría tener que pasar el momento con un whisky y estaría bien igual. Maldita sea, estaría bien cualquier cosa con tal de verlo ser feliz.
Y qué más daba si tenía que conformarse con la periferia de su vida. Qué más daba si tenía que acostumbrarse a admirar de lejos. Podría acostumbrarse a eso y a mil cosas más. Tomaría tiempo, a veces sería más difícil que fácil, pero estaría vivo.
De que le servía su maldita memoria. De qué le servía haber memorizado cada parte de su rostro, cada parte de su vida, si no estaba ahí, si era polvo en otro planeta. A eso no se pudo acostumbrar. A eso no se podía resignar.
Con un dolor profundo agarra el portarretrato y lo limpia. Estudia su rostro sonriente y sabe que no hay forma de que no lo intente. No hay forma de que no se arriesgue. Simplemente no hay forma. No podría verse jamás al espejo si no lo hace, si no lo intenta.
Solo es ir al taller y... y ver qué pasa. Nada más. Ningún compromiso. Solo ponerse a jugar con la cuántica y ver qué tan viable era aquella locura. Solo descubrir si el destino tenía algún plan oculto que se le había pasado por alto.
Y lo hay. Lo hay y en la mirada cansada de Pepper también hay cosas. Hay entendimiento, hay un profundo amor y un profundo respeto por su dolor. Hay conocimiento, hay sabiduría y hay una disculpa por lo que hacer eso puede provocar.
Tony coge el auto y se encamina a la sede de los vengadores. Aprieta los ojos cuando los recuerdos lo consumen. Siente en el fondo de su mente que es un farsante de primera, porque cuando Steve lo mira incapaz de creerle que lo fuera a hacer, Tony esconde tan bien sus motivos que nadie duda. Todos lo dan por el héroe de esa historia. Pero solo hay un pensamiento en su mente cuando está por chasquear los dedos y no es su esposa, no es su hija. Es que está vivo, logró traerlo y solo morir conseguirá que así se mantenga.
No lo busca con la mirada, no le teme a lo que se viene, no le teme a lo que deja atrás. Pepper cuidará de Morgan. Happy cuidará de ellas. Peter está vivo y el destino se encargará de él. El destino terminará el trabajo que Tony no pudo.
El destino quiso que pueda traerlo de regreso y Tony chasquea los dedos sabiendo que no hay una sola posibilidad de que no hubiera un porqué para eso.
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