XXIV
Capítulo Extra: Peter 717 - Pelear con tu prometida por Tony Stark, si eres Peter Parker, es lo único que siempre harás.
Entrar en tu casa al grito de: Hola, amor. Voy tarde. Adiós amor; no es nada aconsejable. Pero es aún menos aconsejable dejar esperando a Tony Stark. Iba a matarlo. Lo sabía. Lo supo aproximadamente hacía una hora cuando le fue imposible irse a tiempo de la escuela.
—¡Peter!
Volviendo sobre sus pasos, se detiene en la puerta que da a la pequeña cocina de su casa. La mirada de MJ no promete nada bueno. No se encoge, porque demostrar debilidad en ese punto era peor que mantenerse firme. En cambio, le regala una sonrisa apenada con la remera colgando sobre la cabeza y las manos en la cinturilla de su pantalón.
Para su desgracia personal, luego de tantos años viendo su cuerpo, ella ya no cae en la maravillosa distracción que supieron ser sus abdominales marcados. En su lugar, la mirada de MJ está fija en su rostro.
—Lo siento —murmura ejecutando la maniobra 5 de su repertorio: una mueca compungida, un poco de morritos y las cejas bien caídas hacia abajo—. Es que los padres de una de las niñas del kinder se olvidó de ir por ella y Betty se tenía que ir a casa. No podía dejarla sola. Era así —añade dejando caer la mano por debajo de su rodilla.
La expresión acerada de MJ no mejora en lo absoluto.
—Dijiste que pasarías por la tintorería —dice lentamente, separando con cuidado y peligro las palabras—. ¿Has ido a la tintorería?
No le queda otra que soltar una maldición. ¡Maldita tintorería! Sabía, sabía que algo se le pasaba por alto, pero era tal el miedo que tenía a lo que Tony iba a hacerle que simplemente se le apagó el cerebro.
—MJ, realmente lo sien-
—¿Por qué estás tan apurado? —lo corta, por seguro harta de la única excusa que tenía para darle por esos días— Tienes toda la semana corriendo. ¿Se puede saber cuál es la urgencia allí afuera? No hay nada en las noticias que justifique esto.
Y si bien en ese momento no, Peter, que en general se consideraba todo lo prometido ejemplar que se podía ser, se plantea decir una mentira. Sabe que no tiene justificación, tampoco tiene ganas de activar ese problema. Muchísimo menos en ese preciso momento.
—No es algo que llegara a las noticias. Al menos si puedo evitarlo.
La expresión se le vacía al oír su ambigüedad. La oye soltar ese tipo específico de mix entre gruñido y suspiro. Un sonido que tenía relacionado a un nombre y un apellido en particular. Se tensa un poco. Ella tiene algo así como un punto. Pero, otra vez, darle la razón no es una opción. No cuando Peter ya había decidido qué iba a hacer al respecto. Y él podía amarla como a nadie, podía tomar sus consejos y de verdad, de verdad, escucharla cuando le daba su opinión, pero en lo referente a aquel tema en particular, no vacila ni se arrepiente.
—¿Otra vez Tony? ¿De nuevo estás trabajando con él?
—Tiene los contactos —es la justificación que le da, le dio y le dará.
—Creía recordar que Spider-Man trabaja solo. Te oí decir eso más de una vez —señala cerrando el libro que tenía abierto en la encimera.
Intenta no pensar en que eso es una mala señal para el presente próximo y para el futuro inmediato. De esa cocina no se va a ir hasta dentro de un rato, por seguro metido en un problema y Tony le iba a rebanar el pescuezo una vez que llegara su empresa.
—Lo hago. No trabaja conmigo, trabaja para mí.
—¿Y tú pretendes que yo me trague ese cuento, o es que acaso tú mismo lo crees?
—MJ...
—Lo pones en peligro. Te pones a ti en peligro. Sabes bien que tienes que dejar de ir a buscarlo —le reclama como ya le reclamó al menos un millar de veces a lo largo de ese año—. Un día de estos el modulador te falla y qué harás entonces. ¿Confías en él? ¿Confías en que no diga nada a nadie? Está en la nómina del estado. Por amor a Dios Peter, es el mayor fabricante de armas del mundo. ¿En qué estás pensando?
Y Peter no tiene una respuesta para eso. No la tiene porque no hay algo en esas preguntas que pueda responderle sin darle la razón. Pero, entonces eso sería todo y él... él no puede hacerlo. No puede darle la espalda. No otra vez.
—Lo sé, MJ. Lo sé —asegura, pasando esas palabras como si fueran cuchillas por su garganta—. Sé que es así. Pero luego de lo de Obadiah, me señaló un par de traficantes que no tenía en la mira. Están intentando armar a los chicos del barrio. Están vendiendo mercancía de cuarta a niños que no son mayores de lo que éramos nosotros cuando entramos a la universidad. ¿Qué más puedo hacer? ¿Dejarlo así como está?
—No. Puedes solucionarlo como has solucionado todo por años. ¿Por qué ento sería distinto?
Y sabe que no puede decirle el porqué. Sabe que no puede decirle que no puede darle la espalda porque esos datos eran una muestra de agradecimiento. Era su forma de devolverle el favor por lo que había hecho y Peter no tenía la fuerza necesaria para darle por tercera vez vuelta el rostro. Mucho menos cuando, contra todo pronóstico, lejos de tratarlo como a un criminal cualquiera, Tony lo esperó en la terraza de su oficina con esos archivos que él mismo había recopilado.
Él, que odiaba trabajar por demás cuando no le correspondía. Él, que tenía todos los teléfonos importantes a los que llamar para pasar esa información, se la había confiado al que siempre llamó un delincuente con buena prensa.
Ella no lo va a entender. No la culpa. Ella nunca entendió lo que ellos tenían. Sí lo había alcanzado a malinterpretar, pero jamás a entenderlo. Ni a estar cerca de hacerlo. No era tonto. No era ciego. Ninguno de los dos se soportaba realmente, pero siempre habían sido capaces de fingir dignamente frente a él. Ella más que él, para ser justos.
La cara de Tony siempre se oscurecía cuando MJ aparecía. Siempre parecía perder su chispa cuando los atrapaba cogidos de la mano o cuchicheando entre ellos. Una parte de él siempre lo odió por eso. No dejarle ser completamente feliz. Y estaba esa otra parte, que jamás fue buena enojándose por su posesividad, que jamás contradijo a MJ cuando al inicio de su relación le dijo en más de una ocasión que su relación con Tony era más de pareja que de hermanos. Y esa parte lo entiende y lo celebra. Le agradece que jamás permitiera que se sintiera insulso, común, corriente o menos. ¿Cómo eras una basura que no merecía nada, si los ojos verdes de Anthony Edward Stark te miraban como si fueras el mundo? Buena suerte con eso.
Ya, pero nada de eso era algo que pudiera decirle. Porque en el fondo, ella tenía mucha más razón que él. Tony le dijo hasta el cansancio que Spider-Man era un bueno para nada, que se creía mejor que todos ellos. Muchas veces lo escuchó hacer comentarios al pasar sobre que era un delincuente. Por no decir que, cada vez que se lo preguntó, le dijo que los héroes eran unos idiotas buenos para nada, que se creen mucho y no hacen nada.
Y luego estaba el detalle de que lo odiaba. Pequeño y molesto detalle.
—Mira, esta vez es distinto. Hay una estructura diseñada para que mi sistema sea un bucle infinito.
—¿Alguna vez dudaste de que fuera así?
—No. Pero no pensé que fuera una organización tan bien coordinada —masculla fastidiado—. Perdona, no es... Es inmenso. ¿Entiendes? Y él tiene los contactos, él sabe que hilos mover.
—Y no se te ha ocurrido pensar que eso es porque es parte del sistema que tanto desp-
—Sabes, tan bien como yo —la corta con frialdad—, que desde que está a cargo de la empresa, las cosas han cambiado.
MJ no quería dar el brazo a torcer, pero la evidencia era irrefutable. ¿Cuánto le tomó? ¿Cinco horas al mando? ¿Tres? Fue un escándalo. Toda la empresa cerró hasta nuevo aviso. Esos miles de empleados con vacaciones pagas hasta nuevo aviso. ¿Los soldados? Que cuiden sus armas, que administren sabiamente sus balas, porque el armador del mundo había cerrado la persiana hasta que pudiera ver exactamente qué se creaba bajo su nombre.
Peter miró atormentado, maravillado e incrédulo las noticias. Las filmaciones de las hileras de empleados saliendo de las fábricas sin entender mucho, Tony bajándose de su auto con un traje elegante y una sonrisa encantadora. Fue más o menos por esas horas que entendió lo que había hecho. Que entendió que era lo que jodió. Porque él la jodió. La jodió hacía como diez años cuando no quiso decirle a Tony lo que le había pasado. La jodió cuando le aterró perderlo, la jodió cuando dudó si podía o no confiarle su secreto.
—Bien, como digas —suspira MJ alzando los ojos hasta los suyos—. ¿Y qué vas a hacer? ¿Le contarás?
—No puedo hacerlo.
—¿Y no te dice algo el que no puedas? ¿No te da una pista del por qué esto es una mala idea?
Tiene la respuesta a eso, pero no es tan idiota como para decirlo en voz alta.
—¿Que he aprendido a tomar buenas decisiones?
La carcajada que suelta es brusca y poco halagadora, pero Peter no dice nada. Era más peligroso establecer que eso era sumamente ofensivo que solo dejarla descargarse.
—Te abandonó Peter. Se enojó contigo y te dio la espalda. ¿Por qué no lo dejas? Sabes que te odiará aún más si descubre que has estado mintiéndole por tantos años.
Pasea los ojos por la cocina. No es una maniobra para ganar tiempo, es una necesidad. No quiere verla. No quiere enfrentarse a sus palabras. Ella piensa que ese era un punto para ella y su cruzada porque Peter deje atrás a alguien que, luego de todo lo que habían pasado, había sido capaz de darle la espalda. Pero qué equivocada que estaba.
MJ siempre pensó que Tony era malo para él. Y que al final le hubiera dado la espalda, solo confirmaba que él era todo lo que ella dijo que sería. Pero Peter sabía la verdad. Él sabía que eso no era cierto. Peter fue el que dio el primer paso para destruir lo que tenían. Fue él el que dinamitó su amistad. Y no lo hizo una vez. Lo hizo dos veces. Una a sus espaldas y una en su cara.
Tony le ofreció el mundo. Le ofreció poder, libertad y posibilidades infinitas. Pero Peter, olvidándose de en quién se había convertido su mejor amigo, lejos de entender lo que le estaba ofreciendo, se sintió asqueado.
Industrias Stark era una empresa sucia, corrompida por todos los vicios que tenían años envenenando las calles de su vecindario. Ni por un segundo se planteó escuchar a Tony. Solo se sintió asqueado de que pensara que él podría hacerlo, que él gustoso dejaba que ahora ese fuera su legado. Vio aquello como una ofensa a lo que habían compartido, una ofensa al que se había convertido. ¿Cómo podía pedirle que se pusiera a dirigir esa blasfemia? ¿Cómo podía pedirle que manipule ese dinero conseguido a costa de la vida de tantos inocentes? ¿Cómo es que él quería eso para sí? ¿Cómo podía soñar con esa empresa y lo que harían con ella a futuro, cuando él más que nadie sabía que su padre era un cerdo despiadado que había solventado más guerras que la iglesia?
No pudo entenderlo. No pudo tolerarlo. Se plantó con firmeza y le dijo lo que pensaba. Le dejó en claro que era un error seguir adelante con la empresa. Le dijo que no podía creer que siquiera pensara que iba a poner las iniciales de su nombre en la cumbre de ese rascacielos. Ni siquiera intentó tener un poco de tacto. Ni siquiera se percató de que Tony estaba ahí, mirándolo sin entender, sin comprender por qué se sentía tan ofendido. No lo vio ofreciéndole de rodillas su vida para que la compartieran. No se paró ni un segundo a pensar en lo que para él significaba que Peter esté a su lado, lo que ese gesto quería decir.
No pensó en nada y cuando vio su rostro, cuando vio lo dolido que estaba, supo que era tarde. Supo que fue muy lejos cuando la expresión amable con la que siempre lo miraba se tornó en una seria. Ya lo había visto componer esa mueca impersonal. Ya sabía qué cosas en su interior se activaban y cómo podía juzgarlo por jamás volver a cogerle el teléfono, si Peter tenía años mintiéndole.
—Yo le di la espalda primero.
—No quisiste ser parte de su cochina empresa, Peter —gruñe molesta—. No hiciste nada que no hubiera hecho cualquiera con dos dedos de frente y una moral mínimamente limpia.
—MJ, no quiero pelear contigo —suspira dejando de esconderse de sus ojos verdes—. Cuando esto termine, lo dejaré en paz. ¿Bien? Solo necesito desactivar este... este desastre. Cuando lo logre, me iré y lo dejaré en paz.
—No. No lo harás. No quieres hacerlo. Quieres seguir teniéndolo cerca. Así él no quiera ni cogerle el teléfono a May, no quieres perderlo.
Y a pesar de que esa no era la primera vez que discutían por eso, es la primera vez que siente que realmente se está enojando.
—Mira, estoy tarde. Ya debería estar en el centro. Cuando vuelva pued-
—No te quiere, Peter. No más que a su ego. No te pongas en peligro por alguien que no puede hacer de ti una prioridad.
—¡Te elegí a ti, bien! —grita sobresaltándola—. Cuando tuve que elegir, te elegí a ti sobre él. Ambos estaban en la universidad. Ambos estaban allí esa noche. Y no fui con él. Fui directo a ti.
Y ahí está la verdad. Años. Había pasado años sin tener que poner en palabras lo que hizo. Se siente sucio y despreciable y no puede creer que ella lo haya empujado al punto en que ya no pudo esconderse más en su silencio.
Retrocediendo un paso, MJ lo mira impresionada. Jamás en su vida le había levantado la voz. Jamás en su vida se había sentido tan furioso con ella. Tan dolido. Tan insignificante.
—¿Me lo estás echando en cara?
—No —gruñe impotente, ya que eso era lo peor de todo eso.
Lo que menos orgulloso lo hacía sentir era exactamente esa certeza. Se suponía que tenía que arrepentirse, que tenía que desear tener una forma de retroceder en el tiempo y poder decirle a MJ que vaya por Tony. Forzarlos a ambos a guardar su secreto. Pero no lo hacía. No lo hizo. No se arrepentía de no haber confiado en Tony.
Así en ese momento ella estuviera enojada y estuviera siendo mezquina, Peter sabía que solo lo hacía porque lo amaba. Porque le aterraba que Peter tuviera que enfrentarse una vez más al desprecio de Tony y que eso terminara por dilapidar parte fundamental del que era.
Sabía, así mismo, que estaba algo celosa, pero eso no era esencialmente lo que la empujaba. Ella lo amaba y respetaba su vida como Spider-Man. Pero también era ella quien lo cuidaba de sí mismo, de sus deseos por poner a todo el mundo a salvo, así eso implicara un sacrificio personal.
Ella jamás le dejó escapar de ellos, de su relación y las complicaciones que traía su doble vida. MJ lo cuidaba de todo, y muchas veces del que más lo tenía que cuidar era de sí mismo. Pero, no podía dejar que lo cuide de eso. No podía permitirle hacer que abriera los ojos y le hiciera reconocer que era un idiota en lo referente a Tony y su negativa a dejarlo.
Y bastante había aguantado. Hacía dos años había terminado la universidad y soportó con estoicismo que él volviera a buscarlo apenas un tiempo después. Aceptó la mentira que le dijo que cuando le contó que había encontrado material sucio del socio de Tony. Le dijo que hacía lo correcto cuando le explicó que iba a asegurarse de que nada pudiera pasarle por tener un vínculo con un hombre despreciable, pero de eso ya había pasado un año entero y ahora tenía otro más buscándolo cada que podía.
—No —reitera respirando con algo de calma, obligándose a no pegar con ella su frustración y su malestar—. Solo quiero que entiendas que no hay nada de lo que crees que hay aquí. Siempre fuiste tú. Siempre. Siempre estuviste primero. Desde que te conocí así fue y por Dios, MJ, hasta que me muera será así. Pero eso no quiere decir que no lo quiera. Que no me duela cuando dices esas cosas. No es un desconocido, no es un cualquiera de por ahí. Maldición, he tenido paciencia. Intenté entenderlos, pero él jamás se atrevió a decir nada malo de ti frente a mí. Y espero, encarecidamente lo espero, que esta sea la última vez que discutimos por él. Cuando termine esto, se acabó. Sé muy bien que no quiere verme —sentencia consiguiendo ya no sentir dolor físico de solo pensarlo—. Y sabes bien que por eso es que no le digo quién soy. ¿Puedes, por amor a Dios, entenderlo? Esto tiene fecha de caducidad.
La forma en la que lo mira le dice que esa efectivamente será la última vez que pelee con él al respecto. Pero también le dice que sabe bien que es un patético mentiroso. Que está haciendo una promesa que jamás será capaz de cumplir.
—Haz cómo quieras. Solo ten cuidado. No solo por ti, por ambos. ¿Bien?
—Lo tendré. Como siempre.
—Mañana iré yo a la tintorería. Vete, no te retengo más.
La sonrisa que le lanza no alcanza sus ojos, pero era hora de dejar eso así. Al final de cuentas, jamás habría algo más que una mentirosa tregua entre esos dos.
—Te veo más tarde. Te amo —añade acercándose a ella para besarla.
No lo rechaza. Alza el rostro y posa su boca contra la de él. A diferencia de otras veces, Peter no siente que el universo se apaga. No hay poesía en el momento, solo cotidianidad y frío. La rodea con sus brazos y pese a que la siente apretarlo, ambos saben que solo quiere que se vaya para que pueda odiarlo en silencio.
—No quise gritarte. Lo siento. Sé que solo te preocupas por mí.
—Alguien tiene que hacerlo.
Sonríe besándole la frente.
—Lo sé. Gracias.
Cuando se separan, sabe que si bien no esa noche, la siguiente ya todo estará mejor. Anota mentalmente ponerle un límite a las reuniones con Tony. Ella tenía razón así le doliera. No podía dejar que eso interfiriera con su vida o con su felicidad. Y así no pudiera ser completa, él había elegido ese camino. Él había decidido que ella era su felicidad y de verdad no se arrepentía. De verdad la amaba de una forma que no podía explicar o encasillar.
La noche es cálida y amable. La empresa está en silencio y a oscuras. Cómo siempre, cómo cada una de las noches que se dejó caer por allí, Tony está sentado en su oficina, moviendo de aquí allí unos papeles mientras anota cosas en su computadora personal.
Aprieta los ojos. Las cadenas que los unen le aprietan el pecho formando un inmenso grillete. Siente que se hunde en la culpa y la tristeza. MJ sabía bien lo que decía cuando lo acusaba de no querer hacerlo.
No quiere, porque a pesar de salir de Queens con el corazón herido, estar allí, solo verlo, lo hacía sentir mejor. Tony siempre hizo eso por él. Siempre verse a través de sus ojos era más amable que hacerlo frente al espejo. Y él luchó contra eso, pero no importaba qué, sus ojos eran un reflejo mejor y menos hostil.
Era una mentira. Una mentira como la que le dijo a MJ. Porque Peter no era ni el 30% de lo que ellos querían ver en él. Si lo fuera, jamás hubiera permitido que su alma se fracture en dos. Y si eso no hubiera estado en su poder impedirlo, al menos jamás se hubiera permitido ser tan egoísta como para obligar a ambos a ser parte de él. O dejaba a uno o dejaba al otro. Pero no pudo hacerlo. Y ahora los engañaba a los dos. Ahora les mentía a ambos. De diferentes maneras, pero empujando por la misma enfermiza necesidad de ambos.
—Llega cuando quieras, dulzura. No es como que sea el puto hombre más importante del momento y tenga algo así como miles de personas impacientes para que les dé una cita —se queja girando con la silla donde estaba parado.
Las amplias ventanas del balcón están abiertas como siempre y Peter siente el despreciable atisbo del monstruo que es despertar en su interior. En silencio activa el modulador de voz y sonríe a la figura que lo mira con las piernas cruzadas y los brazos descansando en los apoyabrazos.
Se sofoca un poco, el terror de que esa noche al fin reconozca su voz lo hace vacilar. Sabe qué pasará luego. Sabe qué hará en cuanto se entere y Peter no puede, no es capaz de imaginarse una vida donde ya no escuche su maldita pedante palabrería. No podía ni pensar en existir en un mundo donde MJ no estuviera, pero ese mundo sería igual de triste y desolador si fuera Tony el que no estuviera.
—¿Lo eres? Hoy no vi tu rostro en ninguna portada...
Los ojos verdes brillan peligrosos. La añoranza lo destroza por dentro. Tenía dos años en aquel peligroso baile y aún lograba sorprenderlo lo mucho que lo extrañaba. ¿Cuánto pasó realmente? ¿Dos meses? Era tan débil que daba vergüenza ajena pensarlo.
—Cuando quieras te doy una foto firmada, así no tienes que pasar otra vez ese tipo de decepciones.
Se ríe porque sabe que eso es exactamente lo que le tendrá listo cuando vuelva a verlo. Le causa poca gracia pensar que deberá esconder la foto o MJ lo asesinará. Quizá podría dejarla en lo de su tía. Ella no lo juzgaría.
May sabía su secreto y jamás lo juzgó por sus elecciones. Su tía entendía, más no compartió nunca, que no quisiera decirle nada a Tony. Ella solo le dio unos golpecitos en la rodilla y le dijo que a veces ser adulto duele tanto como ser un niño, pero que la diferencia radica en aceptar el error propio y enmendarlo y no quedarse esperando que alguien lo haga por él.
—¿Tienes lo que me prometiste? —pregunta sin dejar que siga desviándose del tema.
Rodándole los ojos, gira en su silla y rebusca en el último cajón de su escritorio.
—La duda ofende, dulzura.
Se acerca y toma la carpeta que le tiende. Sus dedos se detienen en la prolija caligrafía y se siente transportado a la universidad.
—¿Quieres presumir de tu caligrafía?
—Bien podría. Mi tía me hizo practicar por horas —se queja con orgullo.
Le toma todo de él no abrir la boca y corregirlo. Ella los torturó a ambos hasta que consiguió hacer que sus apuntes dejaran de ser garabatos apretados para pasar a hojas prolijas y legibles.
—No puedo ni imaginarlo.
—Tenía un buen bastón. Pero eso lo dejamos para otro día.
Lo siguiente que sabe es que la carpeta en su mano ha desaparecido y vuelve a estar en poder de Tony.
—Esta vez tienes que llevarme.
—No.
—Pase horas escribiendo eso a mano. No hay un solo registro cibernético de toda esa información. Voy a ir.
—No. No lo harás.
—Soy más duro de lo que parezco.
Y Peter quiere decirle que lo es. Que él sabe que lo es, que se convirtió en un hombre mucho mejor que él. Que así siempre todo hubiera estado en su contra y que a pesar de que nadie, ni él mismo, confió en él, se convirtió en un hombre bueno y brillante. Pero se guarda eso dentro y solo niega arrebatándole la carpeta.
Ya no era ese chico de 15 años asustado con su transformación, ya no era ese adolescente confundido con sus emociones o ese joven de 20 torturado por sus decisiones. Ahora entendía que una parte de él no quería ponerlo en peligro, pero otra entendía que Tony en sí mismo era un peligro.
Tony lo tenía aprendido desde niño el negocio, tenía una escala moral que era ambigua y flexible. Y si bien era bueno, era propenso a estudiar el panorama con mucha más soltura que él.
Era verdad que en la actualidad, el maldito hacía que cada día se trague sus palabras. Pero aún no podía confiar en que Tony siempre tomaría la mejor decisión, la más abnegada.
Una parte de él estaba segura de que lo haría. Esa parte que siempre lo amó por encima de lo que todos dijeran, sabía que lo lograría, pero aún no era el momento. Aún no estaba listo para soltarlo en medio de ese mundo y confiar en que saldría impoluto.
Lo conocía de sobra para saber que su rechazo había enderezado mucho más que cualquier sueño o proyección la empresa. Peter lo insultó diciéndole que Stark Industries era una fábrica de muertos, negocios sucios y tratados despiadados. Por eso lo primero que el maldito hizo fue limpiarla. Lo segundo que hizo fue enderezarla. Y lo tercero que estaba haciendo era labrarle una nueva y sólida imagen de empresa respetable y transparente. Pero, eso todo estaba pasando porque, antes que nada, era un bastardo terco y obstinado. Aún no creía en su proyecto, aún no abrazaba la idea desde el fondo de su corazón. Pero lo haría. Porque Tony no creía que lo tuviera, pero tenía un corazón enorme y llegaría el día que lo que alimentara su causa no sería su rechazo, sería el amor por hacerlo bien. Por el cuidado de los débiles y los desprotegidos. Estaba seguro, así MJ lo llamará idiota optimista.
—Eso está por verse. Por el momento, voy solo —resuelve con seriedad.
—¿Hasta cuándo? No voy a seguir haciendo todo el trabajo aburrido para que tú te lleves la diversión.
Y ese era un buen momento como cualquier otro para dejarle en claro que el tiempo de esa unión era finito, pero las palabras se le atascan en la garganta. No es capaz de decirlas y lo único que hace es decir una mentira.
Porque otra vez su prometida tenía razón y una vez que Peter lo viera comprometido con la causa, una vez que ese amor por la humanidad y protegerla lo inundara, ¿cómo demonios lo dejaría solo?
—Solo voy a hacer vigilancia, Stark. Cuando vaya a moverme en serio, te avisaré.
La mirada satisfecha que le lanza le hace pensar en MJ. Piensa en ella porque el costo de esa sonrisa es fallarle a su prometida. Es fallarle a la persona que tenía una vida tolerando su mierda.
Y siente la culpa, claro. Pero también siente que necesita hacer eso. Necesita tenerlo cerca. Necesita saber que Tony es parte de su vida. Y lo necesita hasta los huesos. Luchó contra esa necesidad. Luchó por días, por semanas y años, pero el peso de lo que sentía por él era mayor a sus fuerzas. Y no importaba que Tony lo odiara. No importaba que si un día la verdad le explotaba en la cara lo odiaría aún más. No había vida para él si tenía que decidirse por uno de los dos.
Peter los necesitaba a ambos. Sabía que era la necesidad propia de un niño caprichoso buscando amor, pero era lo que era. Así eso le costara esquivar su reflejo en el espejo, así eso lo hiciera ser una mierda y un mentiroso.
Los necesitaba porque él no era nada sin ellos. No estaba completo y para hacer eso, para hacer eso cada noche, tenía que hacerlo con toda la fuerza su corazón. Y sin los dos en él no había un corazón que entregar a la causa.
—Bien, Spider-Man. Si no te molesta, voy tarde para ir a mostrarle a un pijo de Hollywood cuáles son mis movimientos de verdad.
Peter rueda los ojos, pero enseguida se le agita el pulso. En un segundo Tony se inclina sobre él y lo acorrala contra la maldita barandilla de la terraza.
—A menos que quieras que te los muestre a ti.
Intenta respirar pero no puede. Maldice para sus adentros. Le da un suave empujón, pero el bastardo lejos de mostrarse ofendido sonríe lascivamente, estudiando a detalle su cuerpo. Se aguanta las ganas de darle un bofetón. Se insulta en silencio por sentirse malditamente agradecido.
Es decir, sabía bien que no era nivel promedio, pero comparado con las conquistas de su mejor amigo... Era peor que escoria. Ahora, eso no quitaba que el deseo hambriento en sus ojos cada que lo pillaba estudiándole el trasero fuera un nuevo problema para su consciencia. Como lo era que eso le inflara el ego.
La verdad fundamental de todo era que Peter, para su disgusto personal y martirio diario, jamás pudo terminar de arrancar ese pedazo incorregible de deseo que tenía en su interior. Esa voz que susurraba en sus sueños cada año que estuvieron juntos en la universidad jamás se calló del todo. Jamás terminó de apagarse y esos mismos momentos de debilidad, dónde las dudas lo asaltaban y lo hacían preguntarse un silencioso y sí estaban allí. Allí mismo, entre ellos. En ese pequeño espacio que Tony dejaba entre sus cuerpos.
Y allí estaban consumiéndolo, torturándolo, recordándole lo ruin y traidor que era. Lo débil y estúpido que era. Lo imbécil y egoísta que era. Porque lo odiaba y le encantaba. Lo aborrecía y lo esperaba.
—Algún día dirás que sí, dulzura. Y ese día, verás como no te arrepientes de haberte entregado a los mundanos placeres de tu cuerpo.
—Dudo muchísimo que algo así pase alguna vez —le espeta prohibiéndole a la estúpida duda que quiere atascarse en su mente asentarse.
Puede ser que Tony no tuviera idea a quién le decía esas cosas, pero él sí lo sabía. Ese hombre no era uno cualquiera, era su mejor amigo, su hermano. Era una parte intrínseca de quién era. No era un maldito prospecto de revolcón. Y si Tony perdía el juicio, él no lo haría. Él se mantendría cuerdo por los dos.
Porque siempre hizo eso. Siempre cuidó que esa pequeña y estúpida voz no se alzara, porque Tony no se merecía que alguien como él, incapaz de amarlo y quererlo solo a él, se diera el lujo de tenerlo. Porque Tony había vivido toda su infancia padeciendo el amor de unos padres que jamás lo valoraron y lo amaron con la plenitud de su corazón. Y Peter tenía el suyo demasiado fragmentado como para permitirse hacerle ese daño.
Peter no lo había elegido y Tony no se merecía que él se permitiera la debilidad de tener ese pedazo que quería, sin reclamar todo lo demás.
—Veremos, dulzura. Ya lo veremos. Ahora, porque no haces algo lindo por mí y me dejas ver ese derrière desaparecer de mi vista. Quizá necesite un poquito de ayuda visual para ir con el idiota que me espera abajo.
—¿Tienes a tu cita aquí mismo? —pregunta sepultando al fondo de su mente ese incómodo interludio.
—¿Celoso? —sonríe con diablura.
—¡Tony, no puedes ser así de bastardo!
El aludido lo mira alzando una ceja sin entender. Peter se espanta de sí mismo, de su boca y su maldita estupidez. Aprieta los dientes y sacude la cabeza.
—Me voy. Buenas noches.
Se deja caer al vacío antes de que pueda siquiera pensar en lo que dijo, o en el cómo se lo dijo. Se vale de sus telarañas para terminar de huir de allí. Se aferra al trabajo que tiene por delante y deja a su espalda al imbécil que a mala hora fue a llamar amigo.
No piensa volver pronto. Pondrá distancia entre ellos hasta que pueda confiar en que no reaccionará, de ninguna maldita manera, a las cosas que le diga. A ninguna de ellas, piensa con una buena dosis de culpa, al sentir un doloroso arranque de celos.
*****
Diez años después.
Había pensado en eso alguna que otra vez. Cuánto dolor sientes cuando es el final. La respuesta: sorprendentemente poco. Al menos en el plano físico, porque en el plano emocional... maldita sea, cómo dolía.
—¿Pe-Peter?
No tiene tiempo para eso. No tiene tiempo para explicarle, para pedirle perdón. Pese a que no siente dolor alguno, sabe las heridas que tiene. Fue muy consciente de ellas, de lo peligrosas y letales que eran.
La lluvia le cae sobre el rostro. Gotea a través del cabello de Tony que se balancea sobre él. Ojalá hubiera tenido más tiempo. Ojalá pudiera decirle todas las cosas que quiere. Ojalá pudiera explicarle que no se merece, nunca se mereció sus dudas y sus miedos. Ojalá pudiera decirle algo que borrara de sus ojos la sorpresa, el dolor y el miedo, pero no tiene tiempo para nada de eso. Y un poco se merece morir viendo ese dolor en sus hermosos ojos verdes. Se merece que entre sus últimos recuerdos se grabe el dolor y la traición que le causó. Se lo merece porque Tony jamás se mereció que una basura como él le hiciera eso.
Una parte de él siempre creyó en Tony y mierda, ojalá esa parte hubiera ganado la pulseada hacía diecisiete años, porque Anthony Edward Stark lo único que hizo con su vida fue escupirle en la cara y destrozar cada uno de los estúpidos miedos y prejuicios que pudo tener. Tony se convirtió en un hombre tan hecho y derecho que sabía de sobra que, así no lo mereciera, en cuanto separara los labios, el hijo de su puta madre iba a olvidarse de lo que le hizo e iba a hacer su voluntad.
Sin importar el dolor, el daño y la deslealtad, Tony iba a hacerlo y gracias a los Dioses por ello, porque necesitaba asegurarse de que todo iba a estar bien ahora que ya no sobreviviría.
—To-Tony. Cuídalas —gruñe intentando encontrar la forma de seguir empujando aire en los pulmones que se llenan de sangre y le hacen imposible respirar—. Lo pr-prometiste. Cuí-dalas por mí —jadea alzando la mano para clavarla en el cuello que se tambalea mucho más de la cuenta frente a su campo de visión—. Y a Miles. Cu-cuida de e-él —añade pese a que sabe que no es necesario. Ahora estaría a salvo.
—Peter, no. No sé te ocurra...
No cierra los ojos por más que quiera huir de su terror. Teme hacerlo y ya no poder abrirlos. Se obliga a verlo, se obliga a no poder escapar de esa pesadilla. Se obliga sintiendo que el corazón se le parte cuando lo ve tartamudear en búsqueda de alguna palabra que decirle.
—Lo si-siento T-Tony —jadea intentando alzarse, intentando que su cuerpo coopere con sus deseos—. Sie-siento ha-haber-haberte...
—¡Deja de hablar maldita sea! —gruñe contra su rostro, alzándolo para que respire—. Guarda aire. Ya viene la ayuda.
—MJ, di-dile que...
—¡No te atrevas! ¡¿Me oyes?! ¡No te atrevas a morirte! —lo regaña y Peter tendría que enfocar fuerzas en terminar de hablar, no en sentirse feliz porque no está enojado, no porque no lo ve con odio.
Pero tales funciones ya no las domina. Ahora es una cosa que se apaga y perdió la llave de control.
La paz lo inunda. Lo colma de una manera que sabe nadie entenderá jamás. Ni él. Ni siquiera él puede explicar por qué eso duele y le da placer. Pero sabe que no puede dejarse arrastrar. El tiempo se agota. La cacería había terminado y, como siempre, la presa había perdido. El frío le acaricia el rostro, pero no le molesta y ese era todo el indicador que tenía para saber que ya no había marcha atrás.
—Di-dile que ju-juró reha-acer su vida. Dile Tony —le suplica así sea mezquino y ella no aprecie en lo absoluto que él sea su emisario—. Di-Dile que ella... que e-ella me prom-metió que no se es-estancaría e-en este mo-momento.
La mirada verde se llena de agua, no sabe si es la lluvia, si son lágrimas o qué. Le cuesta enfocar, así que no puede determinarlo. Espera por Dios que sea la lluvia. No quiere que llore. No merece la pena. No duele. No duele nada.
—May —jadea saboreando la sangre en su boca—. No de-dejes... no dejes qu-que sea co-como cuando mu-murió Ben. Por favor Tony, MJ no la dej-dejará... pero e-ella no es tú. Sabes que no puede... que no es...
Una pelota de sangre sube por su garganta. No consigue girarse, se mancha a sí mismo con lo que escupe. Aferra más fuerte el pelo de Tony. Lo siente inclinarse sobre él e insultar. Lo siente temblar contra su cuerpo tendido, escucha claramente que solloza algo, pero no puede entender qué es.
—To-Tony, po-por favor. Cui-cuida de e-ella.
—Ya, ya. Lo tengo. Deja esto —le suplica paseando las manos por sus heridas, intentando en vano hacer que alguna deje de sangrar—. Vamos amigo, no puedes... no me hagas... esto.
Peter sonríe con pesar. Qué más quisiera él. Qué más quisiera, pero está tan cansado.
—Di-dile a Miles que... que sé qu-que será mejor. Sé que lo hará bien.
Se le cierran los ojos. La mano le rebota contra el suelo. Intenta alzarla una vez más. Quiere estar aferrado a él, pero ya no puede con esa simple acción. Se le aprieta el corazón, no sabe si es algo físico o solo mental. Tony deja de intentar salvarlo con sus manos y la coge por él. Sonríe agradecido cuando vuelve a sentir en la yema desnuda de sus dedos la caricia de su piel.
—Hermano, te lo suplico. Aguanta. No puedes... Pete yo no puedo... ¡Maldita sea Pete, no puedes hacerme esto! No es como estar peleados. Tienes que estar en tu maldita y perfecta vida para que te pueda seguir odiando.
La desesperación le ahoga la voz y eso sí duele. Duele como los mil demonios, pero es tan feliz por escuchar su dolor... Qué maravilloso era saber que eso significa que lo quiere pese a todo. Pese a sus mentiras. Pese a sus engaños.
Hermano. Cuánto hacía que no lo escuchaba decir eso. Cuánto hacía que no sentía la corriente eléctrica que esa palabra le hacía en el corazón. Ya no dolía. Hacía años dejó de doler. Pasó demasiada agua bajo ese puente. Pasó demasiado desde la última vez que las dudas sobre lo que eran dejaron de atormentarlo. Pasó tanto que Peter iba a morir sabiendo que ser su mejor amigo fue la mejor de todas sus decisiones. Porque la vida le regaló con creces tiempo y oportunidades para arrepentirse, pero el que jamás lo hiciera le permitió tener por veinte años de su vida al mejor hombre del mundo a su lado.
—Te me-merecías más, Tony. Te mer-mereces todo —dice sintiendo que eso no es ni el uno porciento de todo lo que quiere transmitirle—. N-No lo olvides, To-Tony. No dej-dejes que se te ol-olvide buscar t-tu pro-propia fel-feli-cidad.
No le responde, se limita a correr la vista. No sabe si es que no le cree, no siente que lo merezca o quizá alguien viene. No sabe y da igual, no le queda tiempo para la ayuda. No es capaz de sentir ninguna de sus extremidades. Intenta acomodarse, pero le es imposible. La luz de una farola le perfora la vista. La expresión de Tony se ensombrece cuando vuelve a quedar suspendida frente a él. No hay ayuda.
Si le quedaran esperanza, en ese momento la hubiera perdido. Pero ya sabía él que no había más. Una vez Miles atacó a Wesley todo había estado perdido. En ese instante supo que iba a morir, solo fue cuestión de tiempo.
—Pete... lo siento. ¿Me escuchas? Lo siento. Lo siento jamás... no debí... Lo siento, en verdad lo siento. ¿Sí? Jamás dejé de extrañarte. Jamás. Ni un solo día de mi vida me arrepentí de conocerte, soy quien soy gracias a ti. Gracias a quien me enseñaste a ser. ¿Lo sabes, no?
Le pesa la lengua en la boca. Hay tanto que quiere decirle. Hay mucho más que quiere encargarle, pero no es capaz de articular las palabras. Le cuesta pensar en hacerlo. Todas ellas bailan en la superficie de sus pensamientos. El mundo se apaga, se aleja de su conciencia.
—Te amo, amigo —dice con lo que espera fuera una sonrisa y no una horrenda mueca.
La frente de Tony se pega a la suya con los ojos apretados. Lo siente temblar y llorar por él, así no sea capaz de verlo con claridad. Los brazos lo rodean, lo suben a su regazo. Las manos ya no intentan tapar los agujeros de su cuerpo, solo lo sostienen contra él, contra su pecho. Pensó tantas veces en todos esos años cómo sería volver a sentirlo tan cerca, tan pegado a su cuerpo que sin querer el recuerdo de ellos en su habitación en la facultad lo engulle.
Está ahí, está con él. Lo siente, lo huele y lo escucha. Están solos y el silencio. Están uno junto al otro. Tony lo sostiene, lo abraza mientras ven una película. Está ahí pese a que todos querían que estuviera con ellos en una de las tantas fiestas que siempre estaban montando. Tenía más opciones que los chicos más grandes y más cool, pero Peter está enfermo, se siente mal y Tony está ahí con él, cambiándole los paños fríos de su frente sin inmutarse. Viendo por millonésima vez la misma película.
—Yo también te amo, hermano. Gracias. Gracias por todo. Incluso por el golpe.
Ya no es capaz de abrir los ojos. No recuerda de qué golpe habla. ¿Le pegó? ¿Recién? No puede decirle que lo siente. Algo lo aprieta, lo agarra tan fuerte que se alcanza a lamentar un poco. Eso debe arrancar una buena cantidad de sangre de su interior.
—Descansa Pete. Todos estarán bien. ¿Sí? Cuidaré del fuerte, ¿de acuerdo? Tal como lo prometí.
No puede sentirlo, así que está seguro que es un último juego de su mente. No más que el eco de un recuerdo, pero juraría que entrelaza sus meñiques.
El silencio llega junto con la oscuridad final y eso está bien porque no está solo. Lo siente por Tony, siente mucho que tenga que ver eso, que tenga que presenciarlo. Siente que vaya a ser quien le cuente a May lo que pasó, que vaya a ser su responsabilidad cuidar de Miles. Pero no siente en lo absoluto que esté mal que esté ahí. Después de todo, siempre fue demasiado egoísta como para no ser feliz por tener a Tony Stark a su lado.
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