XXI
Si alguna vez te enfrentas a la terrible situación de tener que ir a salvarle el culo a un Peter Parker, recuerda que no te necesitará para nada.
Estaba a punto de abrirse un maldito jardín de infantes. Eso estaba por hacer. Últimamente su vida estaba a merced de un puñado de críos y ninguno parecía tener edad legal para beber alcohol.
Miles, junto a él, intenta razonar con una chica que los mira como si ambos fueran dos insectos que no se apartan así les tirara repelente.
No le afecta a la moral, pero le toca los huevos la corta edad que todos parecían tener en ese último tiempo. Por no mencionar que no se le escapa la ironía de que de esa partida de críos dependiera la seguridad de millones.
La chica menea la cabeza y suspira, como si aquello fuera lo más molesto que le tocaba hacer en años, antes de dejar quieta la maldita goma de mascar entre los molares traseros de su boca.
—No parece que lo entendieras, o no estarías, estarían —se corrige lanzando una mirada superficial en su dirección—, aquí hablando de esto.
Tony se muerde el interior de la mejilla para no decir nada que perjudique su causa. Sabe que la exasperación y la poca empatía a la súplica de Miles venía como el resultado de algo que su pupilo le explicó la primera noche que volvió: América, dos meses después de que Tony se volviera una bola de luz y explotara, apareció sin querer en la vida de Miles. Cuando el chico se dio cuenta de cuál era su superpoder, corroboró con ella lo que siempre creyó: Tony había sido arrastrado a otro universo. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuál? Preguntas que América no pudo responder, pero al menos supo darles un ¿Qué?
Desde entonces, Miles estuvo un año entero suplicando, hasta que ella se hartó y le explicó los peligros reales del viaje entre universos. Miles nunca dejó de intentarlo, juró. Siempre que la vio le suplicó que lo llevará a buscar a Tony, pero América jamás cedió.
Aquella noche Tony estuvo demasiado exhausto como para poder escucharlo o prestarle la debida atención. Ni siquiera se sintió medianamente molesto con esa desconocida por darle la espalda sin más a él o al pobre Miles que se arrastró por un favor. Recordaba el miedo de Peter a volver a jugar con la realidad de su tierra, recordaba el miedo que le daba que algo pudiera pasar y su universo se rompiera, así que entendía que ella simplemente se negara y aceptó la confianza implícita de todo su entorno de que Tony se las arreglaría para volver.
Ahora, su vena diplomática estaba peligrosamente cerca de reventar. Peter estaba tan al alcance de su mano que le ardía todo el cuerpo de necesidad.
Se permitió ceder al deseo de volver, a la necesidad de tomarlo y no volver a soltarlo. Joder, Tony aceptó el terror que le producía pensar en tener que usar el dial que traía consigo en el interior de su chaqueta. Se calma, piensa en las dos armas que carga en la parte trasera de sus pantalones, piensa en el cuchillo que ató a su tobillo y en el segundo dial que guardaba atado a su antebrazo. Si ese maldito animal estaba tras Peter, Tony no iba a permitir que ganara.
Pero para eso, necesitaba estar ya en ese universo.
—América, de verdad tienes que hacerme caso. Esta vez...
—Miles, mira, me caes bien. Me alegro por tu amigo, pero, no voy a...
—Soy su mentor, no su amigo —la corrige con fastidio.
Ella le lanza una mirada que dice bastante de lo poco que le interesa la distinción y Tony está por abrir la boca, cuando Miles le da un codazo.
—América —la llama componiendo una expresión amable—. Esto es importante. Ese hombre fue el que mató a nuestro Spider-Man.
Ella vuelve los ojos a Miles y al menos puede decir que la ve hacer una mueca triste.
—Lo sé y lo siento. Pero te digo que no puedo ponerme a abrir portales hasta encontrar el universo que quieres. No es cómo que tenga incorporado un detector. No funciona de esa manera. ¿Te haces una sola idea de lo que pides? Ya te expliqué las consecuencias de crear incursiones.
Tony aprieta los dientes, pero Miles vuelve a la carga, impidiendo que pueda empezar con el plan B: usar la fuerza.
—El caso es... no necesito que hagas eso. Sé el universo al que fue.
América lo mira renuente, con un ligero tinte de duda en el ceño fruncido de su frente.
Tony finge que confía en el plan (que no lo hace, únicamente es un loco desesperado dispuesto a aferrarse a lo que sea) y se limita a mirar con arrogancia cuando ella traslada los ojos curiosos a su rostro.
—Mira, ni siquiera sabes si eso es...
—Es verdad —la corta con una pequeña sonrisa victoriosa—. No sé. Pero, ¿y si supiera otra cosa? Y si supiera algo que hiciera que cambies de opinión.
La mirada de la chica se estrecha. La noche hace buen trabajo en cubrir parte de sus rasgos, pero no lo suficiente para que Tony no note en su mirada el interés.
—Supongamos que estoy dispuesta a hacerlo. ¿Qué sabes?
—Sé y tengo pruebas para decirlo —aclara, mostrándole su celular—. El señor Stark —dice cabeceando en su dirección—, estuvo en el mismo universo del que viniste la última vez —le explica—. Estando allí, encontró algo sumamente preocupante.
La chica estudia el celular y a Tony alternativamente. Su expresión cambia significativamente cuando Miles le muestra una proyección 3D de la misma máquina que lo llevó de vuelta a casa.
—Hace cinco años crearon esta máquina, la han usado al menos 4 veces por año desde entonces. Eso son un mínimo de 20 portales, pero va subiendo. El último trimestre la usaron ya 2 veces más. Lo que quiere decir que para fines del año que viene, van a estar creando al menos 8 portales al año.
—No puede ser el mismo universo —dice ella con la voz baja, concentrada en la imagen de la ramificación multiversal que habían creado en los laboratorios Fisk, donde marcaban con colores los universos descubiertos—. Stephen lo hubiera notado y detenido.
Tony se muerde la punta de la lengua para no decir nada sobre lo que ese bueno para nada podría o no haber notado. No creía que insultar a su amigo fuera de ayuda alguna.
—No si el Spider-Man de ese universo estuviera encargándose de eso —dice en su lugar, intentando sonar vagamente amigable.
—Ni porque se estuviera encargando —retruca molesta de todos modos—. Él puede sentir si algo entra en su universo.
—Entonces tiene averiado su detector, porque eso es lo que está pasando.
América y él se miden en silencio. Miles le da otro golpe, pero Tony no va a ceder. Está seguro que es el mismo maldito universo. Muy seguro. No había forma de que aquello fuera una maldita coincidencia.
—América —interviene Miles, lanzando una mirada de soslayo en su dirección—. ¿Y si algo está mal con Stephen? —pregunta con un tono demasiado preocupado para su gusto.
La actuación seguía dándosele de pena, pero la chica muerde su labio inferior, visiblemente preocupada.
—O si de alguna manera el hecho de qué no sean portales como tal bloquea su poder —difiere Tony, considerando que quizá eso pudiera inclinar la balanza.
—¿No son portales?
—No. Así no funciona. No entiendo qué hace pero es más como detectar y arrastrar. Yo no atravesé por ningún portal, solo me materialicé en un lugar y luego en otro.
—Y las variantes siguen en ese universo —añade Miles—. Encarceladas, pero están ahí y así no fuera el universo de tu amigo, igual es un universo que está en peligro inminente de crear una, sino múltiples, incursiones.
La chica menea el rostro, pero antes de que pueda dar un pasó al frente y ponerse a zamarrearla para que haga lo que ellos quieren, ella aprieta los ojos y le devuelve el celular a Miles.
—Bien. Irémos. Pero si no es el universo de Stephen, nos vamos luego de verificarlo.
—No, necesitamos que nos des tiempo para buscar a..
—No. Está es mi mejor oferta. Vamos al universo 616, revisamos el lugar donde se supone que está la máquina y si ahí no hay nada, volvemos y se acabó. No voy a ponerme a buscar infinitamente por este universo. Pero —añade al ver a Miles empezar una protesta—, si no es, cuando volvamos, puedo prometerte que los ayudaré, desde aquí, a encontrar la manera de determinar qué universo es el que dicen y volver a llevarlos allí para acabar con la máquina, devolver a cada variante a su universo y buscar a ese Cazador. Oferta final.
Tony siente como late la vena en su cuello cuando su mirada cae sobre la mano extendida en dirección a Miles. No es ni por aproximación un trato que le guste. Está seguro de que es el mismo universo, pero no es tan arrogante para creer que sus instintos son infalibles.
Aparte, nada garantizaba que ese idiota de Strenge no fuera un inepto en más de un universo. Fue lo suficientemente estúpido en el de Peter como para suponer que es estúpido en el universo que fuera.
Podría tomarle años llegar a Peter. Tony tenía su pendrive y la ropa que tenía puesta en el universo de Peter como para intentar, una vez creada y calibrada la máquina, determinar el universo correcto. Pero eso igual era demasiado tiempo, demasiado tiempo que le estaría dando de gracia a Kraven. Así hiciera el esfuerzo humano y sobre humano, así se concentraran y abocaran los tres, tardaría como poco un año y medio en llegar al fondo de todo y su propio Peter sobrevivió apenas un mes luego de que inició la cacería. Y eso únicamente porque el maldito idiota estaba jugando. Cuando Peter escapó por tercera vez de él la cosa se calentó y el Cazador perdió las ganas de jugar. No había forma de que Peter pudiera resistir vivo un año y medio si la cacería había empezado.
—Hecho —acepta Miles, impidiendo que Tony pueda intentar arreglar un mejor acuerdo—. Verás que es el mismo universo, el señor S jamás se equivoca.
La chica rueda los ojos y se gira atando su pelo en una coleta. Tony estudia la parte trasera de su chaqueta cuando ella estira las manos hacia adelante.
—Ve al edificio Baxter —dice antes de que pueda abrir el portal—. En ese universo es de Fisk.
—¿No hay 4 fantásticos ahí? —pregunta sorprendido Miles.
—No. Aún no han asomado la cabeza. De hecho, no a ni nacido el idiota de Richards.
—Suerte para ellos —silva Miles y Tony le da la razón.
Su universo dejó de ser un lugar tranquilo una vez que Richards y su familia volvieron del espacio con superpoderes.
Le constaba que Spider-Man, Peter, respetaba a los cuatro fantásticos, pero hasta él admitía que su amiguito Johnny Storm era un az para meter al universo en muchos más problemas de los que necesitaban.
—Bien. Pero cuando yo diga que vamos, vamos —aclara América con firmeza.
—Sí —dice Tony, tomando con cuidado el arma que traía en la espalda en una mano y el dial en la otra.
—Sí, claro —responde Miles, poniéndose su máscara.
Ambos se ven por un segundo y no necesitan decirse que ninguno pensaba abandonar ese maldito universo sin haber acabado con Kraven y salvado a Peter.
América suelta un ruidito conforme y en un parpadeo una estrella brillante aparece frente a ellos. Tony ve el cielo nocturno y el edificio Fisk en medio del portal, como si estuviera parado tras una ventana gigantesca, pero sin un vidrio que le impidiera cruzar.
Están a lo que parece ser dos cuadras, por lo que el lugar se ve tan imponente como lo recordaba. Sus piernas tiemblan cuando puede reconocer a la perfección todos los comercios circundantes de la zona. Él había estado allí, había comido allí, paseado por allí.
Ese era su universo.
—Es aquí —susurra viendo la fachada tan familiar del edificio que pasó días y noches vigilando más que cualquier otro lugar en el mundo.
Ninguno llega a decir nada más cuando escuchan el rugido de un montón de sirenas llenar el aire. Sus pulmones se contraen cuando ve el ajetreo de agentes que corren en dirección al edificio desde la calle, y otro montón que no para de apurar peatones que corren en todas direcciones.
—¿Qué mierda...? —murmura Miles y América es la que responde.
—¿Ese es...?
Tony los empuja y pasa primero que todos. Atraviesa el portal cuando ve la silueta de Spider-Man pasar como un rayo, en dirección al techo del edificio y escucha la risa sádica de un hombre que corre desde el lateral, con un rifle cargado en el hombro, que no deja de disparar.
La silueta de Peter se estrella sin gracia alguna contra el edificio. Le toma largos segundos sacudir la cabeza y empezar a andar hacia arriba. Kraven coge impulso en medio de la corrida y Tony ve como el salto sobrehumano que da lo hace aterrizar a pocos metros de la escalera de incendios que sobresale del lateral donde Peter se esfuerza por subir. Se le hunde el estómago al verlo tambalearse.
Miles grita algo, América grita otra cosa, pero él está corriendo hacia el puñetero edificio, esquivando a todo el mundo que insistía en interponerse entre él y su objetivo.
Un oficial armado alza una pistola en su dirección, pero Tony no necesita ni desviar la vista para disparar. Lo escucha gritar y agacharse, renunciando a seguirlo en el acto. Perfecto, piensa volviendo a martillar su arma, cediendo completamente el control de sus instintos a su mente enloquecida.
No va a permitir que le arrebaten a otro Peter Parker. Y si tiene que morir por ese propósito, bien, está más que dispuesto.
*****
Saborear tu propia sangre nunca era indicio de algo bueno, pero al menos podía decir que lo hacía por una imprudencia propia y no porque el Cazador lo hubiera podido atrapar.
Aunque no faltaba mucho para eso. Peter era más que consciente de lo cerca que estaba de perder la paupérrima ventaja que traía consigo desde hacía unas cuantas cuadras. Su velocidad y agilidad lentamente se veían comprometidas, pese a sus mejores esfuerzos, y el jeep que calle abajo recorría con temeridad las calles no tenía sus inconvenientes.
Peter alza la vista e intenta encajar una telaraña en la punta del edificio más alejado. Sabe sin tener que ponerse a medir que le erra por unos cuantos metros al objetivo. Maldice, pero estira su cuerpo hacia arriba, intentando que al menos la distancia entre ellos vuelva a ir a su favor. Un rafagazo de balas pasa cerca de su oído, como única respuesta. Gime alejándose del calor y empuja hacia abajo los brazos. Su cuerpo se alza. Siente un impacto atravesarle la pierna. Un gruñido dolorido mezclado con sangre le sale por la boca. No pierde tiempo en mirarse la pierna, busca un nuevo edificio, intentando alejarse, pero otro enjambre de balas le impiden correrse del camino. Esa vez la telaraña se adhiere en un edificio completamente diferente al que intentó darle.
Parpadea sintiendo la desesperación respirándole en el cuello. Se ordena calma, aún tiene sus poderes. Aún hay tiempo. Ni siquiera escucha la voz que se pregunta silenciosamente cuánto.
—Riri, los refuerzos me vendrían de puta madre —gruñe intentando recordar si el dolor en su costado fue un golpe bien acertado o una bala.
Empezar a perder registro de las heridas en tu cuerpo era otro síntoma de que no ibas bien en la pelea. Le cuesta más que nunca acallar las voces sibilantes en su cabeza, pero no quiere ni pensar en lo poco bien que está yendo la noche para él. Entregarse a esa desesperante idea de que todo aquello iba así y aún no lo habían terminado de acarrear a su destino final podía ser la diferencia entre vivir o morir.
—¡Te juro que no sé por qué no llega! —se lamenta frustrada—. ¡Se metió en un edificio hace cinco minutos y no volvió a salir! Algo debe estar reteniéndolo.
—Mala noche para descordinarnos —dice al borde de la histeria.
Está seguro de que el mensaje que le mandó era sumamente explícito: Necesito refuerzos, me están atacando. Lamentablemente, parecía ser que Daredevil tenía otro concepto de urgencia.
—¿No tenemos nadie más a quien llamar?
Peter vuelve a errar el disparo. Se lamenta en silencio y se esfuerza para que el siguiente vaya mejor.
—¡Tener solo un contacto de emergencia suena a una mala idea! —se queja ella y Peter estalla en carcajadas nerviosas.
—¡No es cómo que los superhéroes tengamos un chat, ¿sabes?!
—¿No crees que es momento de reconciderar eso?
No llega a responder. Un nuevo rafagazo de disparos le fuerza avanzar recto luego de un par de manzanas.
Con un suspiro estira hacia adelante el brazo; enfoca todo lo que puede la vista y retiene aire en los pulmones. Con paciencia aleja todo el dolor físico de su mente. Una sonrisa explota en su boca cuando el disparo llega limpio a su objetivo.
—¿Al menos pudiste ver qué trae con la torre? ¿Por qué me quiere allí?
El silencio de Riri le hace jurar por lo bajo. Estaba casi seguro de que muchos policías de la ciudad lo ayudarían a él en un enfrentamiento injusto. Peter había hecho mucho en estos últimos años por ellos. A más de uno le salvó la vida. Pero ¿y si liberaban la zona? No habría nadie que pudiera interponerse, nadie podría inclinar la balanza a su favor.
Todos sus instintos arácnidos se alteran. Sabe sin necesidad de ellos que hacer lo que el cazador quería era la peor de todas sus decisiones.
Agacha la mirada y se topa con el demente que lo venía persiguiendo por cuadras, parado sobre la parte trasera del jeep. Kraven sonríe profundamente cuando le ve posarse en el lateral de un edificio y agita el arma a modo de saludo.
Los autos que lentamente disminuían se corren de su camino al ver la mortífera arma balanceándose en su mano. Apuntaba hacia arriba, pero nadie quería tener algo que ver con un lunático armado encaramado a un auto. Menos con uno vestido así. El tapado de león ondea tras él de la manera más ominosa posible.
El terror le retuerce las entrañas. Inspira hondo, se concentra una vez más y aprieta los dedos en el edificio. El ladrillo se vence ligeramente bajo su fuerte agarre. La arenilla que se desliza entre sus yemas le hace bajar las pulsaciones, pero la duda está ahí, creciendo en su mente. Jugando con ella.
Ya se había arrancado del cuerpo un dardo y estaba seguro que ahora al menos dos balas circulaban su interior. No le hace ningún favor a su tranquilidad que todas sus heridas parecieran superficiales. Ninguno, ya que todos los impactos habían dado con repulsiva precisión. El dardo en su nuca, un disparo en su pierna izquierda y brazo derecho. Buenos disparos. En medio del bíceps y gemelos. Otros apenas rozaduras, pero que hacían difícil que pudiera balancearse como quería: muñecas, codos y rodillas. El traje tenía cortes, agujeros y algunos jirones balanceándose al aire. O eso es lo que Peter quería creer, la contrapuesta era pensar que le estaba costando balancearse porque en la punta del maldito dardo estaba el veneno que Tony le había contado que usaron para quitarle los poderes al otro Peter.
—Riri, llama a la doctora. —dice sabiendo que era jugarse el cuello creyendo que Kraven tenía forma de saber que Peter conocía su modus operandi y había decidido hacerle creer que ese dardo estaba envenenado—. Y creo que voy a necesitar que encontremos a alguien que sepa de venenos —agrega con un mascullo estrangulado, cuando un nuevo disparo de su telaraña falla por unos cuantos centímetros de dónde apuntó.
—Ya me pongo con eso —susurra urgida, olvidando todo rastro de diversión—. Pero no cortes, no quiero tener que luchar por encontrarte al mismo tiempo que tengo que volver a pelear por arrastrar tu cuerpo por el suelo.
—Faltaría más —resopla sintiendo pesada la lengua—. Apúrate.
El edificio Fisk aparece frente a sus ojos y aprieta los párpados un segundo antes de volver a bajar la vista. Atraviesa por el cielo el vallado policial. Ve a los uniformados alzar la vista. Pese a la distancia ninguno parecía genuinamente sorprendido de verlo. El jeep derrapa en una esquina y Kraven se baja sin prestarle atención a los policías que pitan furiosos por tener que esquivarlo.
Se aferra al edificio y empieza a subir por él todo lo rápido que puede una vez que escucha disparos. Lamentablemente no es mucho. Le falta fuerza en los músculos, pero su agarre es igual de firme. Evalúa rápidamente la situación y nota con desesperación que las heridas de su cuerpo no paraban de sangrar. Sacando los disparos, todas las demás al menos deberían haber dejado de sangrar.
Desliza la lengua dentro de su boca, la herida interna de la mejilla sigue tan abierta como cuando se mordió unas cuantas cuadras atrás. No hace caso del vuelco que le da el estómago e intenta no poner todo en perspectiva. Aclara cómo puede la mente y se prepara para lo que viene. Acepta que huir no será una opción para él. Va a tener que enfrentar aquello.
Un estruendo bajo él suena y le cuesta enfocar la vista cuando busca el origen. Distingue una figura sujeta al inicio de la escalera de incendios que se agacha para dar un salto. En ella alcanza a ver claramente una ballesta que descansa cómoda sobre el hombro del bastardo, apuntando directamente en su dirección. Una voz urgida lo insta a moverse, pero la fuerza se le empieza a escapar del cuerpo y el agarre de sus manos se siente resbaloso y poco seguro.
—Riri...
—¡Voy, voy! —responde con la voz trémula—. Mierda, Peter. Voy a ir para allá.
La cabeza le da suficientes vueltas para que alzar el cuello en busca de la maldita terraza del edificio le haga sentir náuseas.
—Ni siquiera lo pienses —masculla apretando los dientes—. Voy a salir de aquí, solo asegúrate de hacer que Daredevil destruya hasta los cimientos este edificio.
Avanza a trompicones recordando que, si lo quisiera muerto, ya lo estaría. Aprieta los dientes y traga una mezcla metálica de saliva y sangre. El odio le estalla en las venas y arremete con más firmeza en su subida. Él no era una maldita presa. No era ninguna maldita presa.
La voz de su mentor se materializa en su mente alocada y aprieta los ojos dejando que el tono suave y bajo lo ahogue: "Si no eres nada sin el traje, no te lo mereces".
Una sonrisa cálida se posa en sus labios. El recuerdo del pequeño papel que Tony escribió de puño y letra para él es lo siguiente que viene a su mente: "Confío en tí". Sus dedos se aferran al cristal y siente como cruje bajo sus enguantadas yemas.
Una pequeña parte de él se pregunta si cualquiera de esos dos recuerdos hubieran podido volver a él con tal claridad y tal nitidez de no ser por la intervención de otro Stark. Cree que no. No hubiera podido recordar correctamente el tono de su voz. Jamás hubiera podido recordar la sutileza en las variaciones que tenía su voz cuando una emoción intensa la atravesaba. Aprieta los ojos y tuerce el cuello dejando que años de recuerdos borrados lo llenen. Todas las miradas confiadas, las sonrisas conformes y las palmadas de felicitaciones lo llenan. Siente como su confianza se va por los aires.
—No te defraudaré, Tony. No voy a morir aquí —jura volviendo la vista nublada hacia el cielo, poniendo cada gota de fuerza en mover el trasero.
La voz de Riri rompe el silencio, declarando que está más que claro que no lo hará. Con una sonrisa se pone en marcha.
******
Tony corre como alma que lleva el diablo hasta llegar a la torre Fisk. Evalúa la maldita escalera y la descarta. Él no tiene ni la fuerza ni la paciencia para lanzarse a una estúpida carrera a ciegas.
Las puertas de acceso del personal están blindadas, pero no es como que él no tenga sus recursos. Del bolsillo trasero saca la estúpida tarjeta de Wesley y la apoya directamente sobre la placa de acceso. El acero cruje mientras se mueve. Cuenta los segundos, maldice para sí, pero se ordena enfriar su mente. Se recuerda las mil veces que hizo aquello con Peter y se obliga a imaginar que es la misma situación. Se olvida de Kraven, se olvida del miedo y las ganas ahogantes de tener a Peter tras él y poder vaciar a gusto y placer el cargador en la cara de ese maldito animal.
Dando un respingo, mira las armas y evalúa los cargadores. Escupe un rosario de maldiciones, pero decide que no va a perder tiempo en preguntarse cómo fue tan idiota de no traer más de repuesto. Iba a tener que conseguir unas prestadas. Modula un último improperio mientras guarda las pistolas y ajusta su ropa. Desliza el vial en su brazo y lo acomoda para dejarlo lo más al cubierto que pudiera. Romperlo sobre él sería la siguiente cosa más estúpida del mundo.
La puerta termina de aparecer frente a él y se abre en cuanto la empuja. El silencio que reina en el pequeño hall no le hace confiarse. Estudia con cuidado el pasillo hasta el ascensor y se queda todo lo quieto que puede evaluando el entorno. Busca las cámaras y ve a las dos moverse cuando da un paso hacia adelante. Agudiza el oído, acaricia la pistola en su cintura y fija la vista en el contador del ascensor volviéndose a quedar quieto. Está en el piso décimo sexto. Eso debían ser diez por debajo del tejado. La carrera va a ser larga de cojones.
Da otro paso tentativo. Nada pasa. La cámara queda estática y Tony sonríe enseñándole el dedo medio. Se acerca corriendo al elevador y toca el botón. El silencio hace que escuche la estructura interna del mismo moverse. Se agazapa junto a la puerta y cuenta mentalmente los segundos. Cuando las hojas se abren, una ráfaga de disparos resuena lacerando sus oídos. Dos hombres salen a trote por la puerta. Tony ni siquiera espera para actuar, da una patada que barre al que estaba más cerca de él y coje la punta del arma del segundo. La alza al cielo, escucha como el cristal del techo estalla en miles de pedazos. No deja que la lluvia de vidrio lo distraiga. De un mismo movimiento empuja hacia sí al matón de tres al cuarto que lo mira rabioso y le da un golpe limpio bajo la nariz. Aprieta la mano y lo escucha aullar cuando el filo de su mano hace que el tabique se le parta.
El del suelo se recupera de la caída. El arma había volado de su mano, pero se endereza y le intenta acertar un golpe en el estómago que Tony esquiva con facilidad. Con el arma del segundo matón lo apunta y cuando está por volarle la maldita tapa de los sesos, gruñe frustrado y dispara en su brazo. El cabrón con la nariz clavada hasta el cerebro estira los brazos para cogerlo, pero Tony lo patea en el rostro, justo sobre la nariz. El que está en el suelo se toma el brazo, intentando enderezarse, pero no está para jugar con ellos. Jala por segunda vez el gatillo, esta vez apuntando a su rodilla.
Aplasta la boca del arma en su frente y se olvida del que resuella en el suelo cogiendo su rostro. Ese no buscará más problemas.
Los ojos negros del primero lo miran fijo, desafiantes.
—¿Cuántos son?
—Te matará. Está en camino.
—Qué suerte, me muero por verlo.
Le da un culatazo en la sien y lo ve tumbarse al fin.
Uno menos.
—Tú, ¿cuántos hay arriba?
—Púdrete.
—Respuesta incorrecta, socio.
Tony le dispara en el hombro y se mete en el elevador, apretando el botón del último piso.
—Gracias por el arma —le dice al que lo mira con los ojos inyectados de sangre.
Dos menos.
Aprieta el dial en su brazo y el que carga dentro de su chaqueta. Cierra los ojos y se concentra en limpiar todo sentimiento o emoción de la mente. Peter tenía la política de no matar. Tony tenía la política de hazlo por las buenas y no me des la oportunidad de hacerlo a las malas. Acaricia el dial en su bolsillo. Los dos diales estaban bien. Peter no iba a perder antes de que él pudiese llegar. Este Peter era diferente. Este Peter sabía qué esperar. Este Peter tenía que, por cojones, sobrevivir el tiempo suficiente para que pudiera darle el antídoto.
Las puertas se abren. El primer disparo pasa cerca, pero Tony ni siquiera tiene que esforzarse en apuntar, todos lo estaban esperando.
—Siempre odié los comité de bienvenida —suspira cogiendo el arma de su espalda, disparando a todo lo que se mueve, en todas las direcciones posibles.
*****
Cuando Peter llega al tejado, resiste el impulso de desplomarse. Le cuesta horrores concentrarse en nada que no sea la melodiosa y siniestra nana que tararea el lunático que lo persigue.
Junta aire con fuerza. Le da la sensación que agarra poco, pero no había una sola herida en su cuerpo que pudiera justificar aquello, así que se obliga a relegar eso al fondo. Empezaba a ser difícil fiarse de su mente.
Parpadea rápido un par de veces, se endereza como puede y busca lo que sea para usar como escudo o arma. No creía tener suficiente fuerza para levantar algo muy pesado, pero cualquier cosa es mejor que ir a mano limpia. El sujeto al menos debía sacarle una cabeza y media y como dos espaldas de ancho.
Ve la puerta que da al interior del edificio y junto a ella descansa un grueso tubo de acero. Se imagina que alguien lo usaría como tope, para asegurarse que la puerta no se termine cerrando por error.
Le cuesta un mundo acercarse sin caer sobre sus rodillas, pero cuando siente el frío material en su palma el cuerpo le vibra. Una correntada de adrenalina lo sacude. Repite su mantra. Se recuerda quién es. Qué es.
—¿Qué piensas hacer con eso, arañita? —modula una voz a su espalda y Peter se voltea todo lo rápido que puede.
La maniobra, por desgracia, se desluce cuando trastabilla intentando afirmar el agarre de los pies al suelo. Valiéndose del tubo como bastón se mantiene erguido, alzando tanto como puede el mentón. Ahuyenta de su mente la voz que grita ¡Es gigante! y se ríe suavemente.
—Aparentemente, usarlo de bastón —responde, arrastrando la pierna herida que no había dejado ni un poco de sangrar.
Su mente elige ese momento para recordar como Tony contaba que la sangre de Peter lo había empapado. Está seguro como los mil demonios que ese maldito veneno tenía algo para asegurarse eso. O, no había tenido en cuenta su diferencia genética a la hora de usarlo en él.
Los ojos árticos del Cazador se fijan divertidos en él.
—Pensé que quizá intentarías defenderte con él.
—Oh, no. Dudo que pueda alzarlo sobre mi cabeza. Buen suero. Rápido —añade saboreando con dificultad las palabras.
El cazador estrecha suavemente los ojos en su dirección. La bestial ballesta descansa de manera aburrida en su hombro. Peter nota sin asombro que no se molesta en apuntarle. Si se ve tan mal cómo se siente, seguro daba una imagen de lo más deprimente.
—Y esa no es la fórmula final —se regodea—. Cuando la termine, acabaré con todos los de tu especie.
—¿Superhéroes?
—Arañas.
Ni siquiera importa si no entiende eso, el Cazador está enfrente suyo en dos parpadeos. Piensa con desasosiego que también posee superpoderes, pero, otra vez, no es que le dé tiempo a analizar mucho como eso empeoraba todo. Tampoco era como si su mente estuviera para una maratón de microanálisis. Estaba más bien abocada a correr su cuerpo del puño cerrado que vuela en su dirección. Cosa que falla. El puño le impacta contra el estómago, arrebatándole todo el aire en los pulmones. Con los ojos llenos de lágrimas se dobla sobre sí mismo. Por la garganta le sube una mezcla de bilis y sangre, que tiene que tragar antes de escupirla y esparcírsela por todo el rostro.
—¿No tienes más chistecitos para mí? —susurra Kraven cogiéndole de la máscara para alzarle la cabeza.
—Apenas estoy empezando —musita apretando los ojos cuando le arranca de un tirón violento la máscara y un puñado de pelos al pasar—. Deja que recupere el aire —jadea reprimiendo un grito—. Será tu turno de jadear para poder respirar.
La sonrisa se le ensancha viéndolo. Agradece no haberlo subestimado. Era un completo lunático.
Los ojos dorados brillan cuando ve su rostro cubierto de golpes y sangre. Peter puede que haya usado la cabeza para aterrizar una que otra vez en algún edificio.
—Espero que tú me des más pelea —canturrea alzando la ballesta.
La punta de la flecha se le clava en la base del cuello. Peter enseña los dientes con odio. Le jode un poco que el bastardo no se muestre ni mínimamente intimidado. La flecha (con el tamaño para entrar en un maldito arpón de pesca) se desliza por su cuello, bajando hasta descansar en su corazón.
—La última vez fue tan fácil... —suspira inclinando ligeramente la cabeza, sonriendo profundamente cuando Peter junta saliva y sangre y le escupe el rostro.
—Te arrepentirás de decir eso —jura con la piel del cuerpo ardiendo—. Y también te arrepentirás de estar tan cerca de mí —añade, empujando el pie hacia arriba.
Kraven suelta una carcajada cruel cuando esquiva sin el menor de los esfuerzos su golpe. Peter lo maldice y le lanza una telaraña. Es muy consciente de que da en el blanco únicamente porque estaba demasiado cerca como para errarle. Tira, pero no logra moverlo en lo absoluto. La risa del Cazador le quema en las entrañas, pero no se desanima así este empiece a girar a su alrededor, inclinándose una y otra vez hacia él, como si fuera a atacar. Sabe que lo burla y no solo por la risotada que lanza y los ruiditos que hace. Lo sabe porque Peter no logra registrar correctamente la mitad de sus movimientos. Apenas puede sostenerse en pie y girar un poco la cabeza.
Se lanza sobre él, intentando blandir el tubo en su mano. Falla tan miserablemente que ni siquiera puede escapar del puño que vuela directamente a su rostro. El hueso de su pómulo cruje y el dolor es embriagador. Su vista se nubla, ni el tubo en su mano logra sostenerlo erguido. Trastabilla, aún pelea contra la gravedad que tira de él cuando Kraven le da una patada en el pecho, que lo arrastra un metro hacia atrás y lo tumba en el suelo. Lanza un grito frustrado, pero no tiene reflejo alguno en el cuerpo para evitar la caída. Su cuerpo cae peso muerto hacia atrás y golpea con tal fuerza la parte posterior de su cabeza que la siente rebotar por dentro.
Parpadea intentando ver, pero todo el mundo se vuelve negro. Estira como puede las manos, pero a sus costados no hay tubo alguno que pudiera ayudarlo a erguirse. Maldice entre dientes. Aprieta los ojos, le ordena a su cerebro que se calme. Respira todo lo hondo que puede. Baja a fuerza de voluntad la rapidez de sus latidos. Intenta pensar con rapidez. Aprieta los dientes cuando se da cuenta de que ese término se volvió particularmente lento. Pequeños puntos empiezan a aparecer en la periferia de sus ojos. El manto estrellado del cielo es lo primero que ve. Lo segundo el tapado de león. Se encoge, pero el golpe llega desde su costado. La fuerza lo hace girar y todos sus honestos intentos por mantener dentro de su estómago las botanas que comió con sus compañeros se va por el caño y vomita un charco de sangre.
Eso basta para que el cazador entienda que no habrá un espectáculo, no habrá pelea. Peter no tiene poder alguno en su cuerpo, no le queda fuerza, no le queda nada con lo que enfrentarlo. Ni dignidad. Está tendido con la frente pegada en el parqué del tejado rodeado de su propia sangre, jadeando mientras con temblorosas manos intenta enderezarse. El brazo herido se le escapa y apenas tiene tiempo de correr el rostro y no restregarse la mejilla contra su propio desperdicio.
—¡Vamos, haz que sea al menos un poquito interesante! —lo reprende jovial, aplastando el pie sobre la herida de su pierna.
Se le escapa un gruñido al oírlo reírse. Voltea apenas el rostro para verlo parado con los brazos cruzados y el ceño fruncido en una mueca divertida.
Y puede ser que no le quede fuerza, pero le queda voluntad. Aprieta tanto la mandíbula que vuelve a sentir como la herida en su mejilla inunda con un regusto metálico sus papilas gustativas. Solo eso hace que gire y se arrastre un par de centímetros. Con la vista borrosa, estira la mano intentando encontrar el bendito tubo que se zafó de su agarre.
—Eres tan patético como el otro —escupe rabioso al ver como Peter, en una maniobra más propia de un gusano que de una araña, se arrastra sin un ápice de amor propio—. Espero que en algún universo haya alguno de ustedes que sea capaz de brindar pelea.
No se molesta en buscar en su mente desorientada una respuesta ocurrente. Está bastante seguro de que siquiera es capaz de recordar lo que significa esa palabra. Solo piensa en el tubo. En ese maldito tubo y volver a cogerlo.
—Deja de arrastrarte —le espeta airadamente, dándole un contundente golpe en el costado de su cuerpo.
Peter suelta una carcajada para encubrir el arranque de dolor que lo recorre. Siente el hueso crujir mientras rueda hasta quedar tendido volviendo a mirar fijamente el cielo.
—¡Levántate! —grita dándole otra fuerte patada en el costado del cuerpo.
Otra de sus costillas se rompe y Peter se arquea contra su voluntad.
—¡Pelea! —exige escupiendo sobre su cara.
Esquiva el rostro que pende sobre su cabeza. Indignado, Kraven empieza a pisar su abdomen, clavando el taco de sus botas en sus intestinos. Gime entre golpes, intenta a coger aire, pero no le queda más que mirar las estrellas esperando que se canse o lo mate.
Piensa con aspereza en la vida que llevo hasta ese punto, piensa en la fuerza que juntó por años, en todo lo que perdió, en todo lo que hizo por seguir adelante.
Sobre todo piensa en cómo todo ese dolor lo llevó a ese punto, donde cada parte y fragmento de su cuerpo dolía. No creía que no hubiera parte que no estuviera rota o dañada.
Kraven suelta un gruñido y le da una última patada que lo hace rodar en el piso. Respirar es la descripción gráfica de la agonía. No necesitaba que la doctora le hiciera una resonancia para saber que cada vez que inhalaba, llenaba de sangre sus pulmones. Estaba convencido de que la sala de enfermería que Tony le dejó, no podría curar los horrores que se multiplicaban bajo cada nuevo golpe. No ahora que estaba peligrosamente cerca de tener un cuerpo mundano y mortal.
—¡HAZ ALGO! —lo insta ferozmente cerniéndose sobre él.
Peter es una marioneta. Kraven lo toma del pecho, aprieta con una de sus grandes manos la araña en su torso y lo jala hacia arriba, forzándolo a enderezarse unos palmos del suelo.
Sostiene con firmeza el mentón, porque no piensa bajarlo. Apenas puede distinguir sus facciones, pero siente como su respiración pesada le agita el pelo. La sangre escurre por su cuello, metiéndose bajo su traje. Está seguro que en nada va a terminar por desmayarse.
La oscuridad susurra su nombre. Lo llama con el canto de una sirena. El fin de aquel maldito viaje que inició con la picadura de una araña. El fin de una pesadilla que nunca hizo otra que dejar cicatriz tras cicatriz en su vida.
—¡MUÉVETE BASTARDO! ¡MUÉVETE! —grita juntando sus frentes, apretando la ballesta contra su cuello.
La siente temblar cuando acomoda la mano para apoyar el dedo en el gatillo. La frágil piel de su cuello se abre y aprieta los ojos y los dientes al sentir el escozor.
La eternidad se hace presente cuando vuelve a caer en la oscuridad tras sus párpados. Peter ve a todas las personas que alguna vez amó. Ve sus rostros con sonrisas en ellos. Ve todo lo que la vida le arrebató. Siente el calor de sus cuerpos, siente el olor bajo su nariz. Escucha como desde la oscuridad lo llaman anhelantes, cansadas de tanta espera.
Un escalofrío le recorre la columna. Sí... Lo sentía, pero aún no era el momento. Hizo una promesa. Tenía una lección que demostrarle al hombre que lo recogió en Queens y le enseñó lo que era luchar hasta las últimas consecuencias.
—No debiste pedir eso —susurra con un hilo de voz, despegando con dolor los ojos.
La mirada dorada se tiñe por un segundo de desconcierto, pero no necesita más. Peter jamás necesitó más que un segundo para recordar qué costo tiene ser un héroe, lo que esa palabra significa.
Cogiendo fuerza de cada golpe que le dio la vida, de cada derrota, de cada pérdida, Peter alza con los vestigios de su rapidez la pierna y le asesta un golpe donde, sin importar los superpoderes que tengas, duele como los mil demonios. Kraven lo suelta cuando se encoge, agarrándose las pelotas.
Peter es quien suelta una risita, pero no vacila, no duda ni una sola vez. Recuerda sus años de entrenamiento, recuerda cada vez que lo derribaron y se volvió a levantar. Se endereza. La pierna le quema, pero aprieta los dientes y mueve su cuerpo con la poca agilidad que le queda. Barre el suelo a sus pies. El cazador cae, aún demasiado ensimismado en su dolor y la sorpresa como para percatarse de que Peter tenía mucha más experiencia que cualquiera en perder.
La ballesta rebota en el suelo, pero sigue en su mano. Peter contaba con eso. Cuando el Cazador da un rugido de felicidad por su reacción, Peter se asegura de borrar esa asquerosa sonrisa de su rostro, alzando el bendito tubo que no hubiera podido coger si esa bestia no lo hubiera pateado hasta ponerlo al alcance de su mano.
—Erraste —le gruñe burlón Kraven, cuando ve el tubo estrellarse con violencia sobre la madera hasta enterrarse en ella, a pocos centímetros de su brazo.
Entonces Peter ve a su mentor parado a unos metros de él, riéndose porque Peter no había conseguido lanzar una de sus telarañas en la Mark que tenía media hora persiguiéndolo por el centro de prácticas en la sede de los Vengadores. Pero el caso era que Peter jamás le apuntó a la maldita armadura. La Mark se desploma en el suelo de un pestañeo al siguiente y entonces la mirada de Tony vuela en dirección a donde su telaraña sí había impactado. El tablero de mando se había apagado luego de que hiciera saltar el botón que daba fin a la prueba. Tony lo mira. Lo recorre de arriba abajo antes de estallar a reír a carcajadas, aplaudiendo entre felicitaciones.
—Tu lo hiciste al creer que lo único que tenemos son nuestros poderes —se burla escupiendo una buena cantidad de sangre sobre el pecho del cazador—. Somos mucho más que un traje y poderes, idiota.
En el mismo momento que el Cazador gira la mano para dispararle con su ballesta, el costado de esta choca contra el tubo. Peter usa todo el peso muerto de su cuerpo para evitar que el tubo pueda moverse un solo ápice.
Y todo pasa en cuestión de segundos. Kraven jala del gatillo antes de terminar de apuntar. Su mirada se ilumina por un segundo antes de darse cuenta de lo que Peter había hecho. De lo que Peter había conseguido.
La puerta del tejado se abre al mismo tiempo que el sonido de una flecha clavándose en el torso de Kraven rasga el aire.
Peter alza la vista, la figura ensangrentada y brillante de Tony lo mira con los ojos enloquecidos. Alza la mano por impulso cuando ve algo volando en su dirección y apenas es capaz de escuchar y procesar lo que este le grita. Kraven se intenta enderezar pese a tener la mitad del cuerpo destrozada.
Un disparo lo vuelve a tirar al suelo. Gotas de algo tibio y pegajoso saltan contra su rostro. Ve como sangre empieza a manar copiosamente de una nueva herida en el cuello del hombre en el suelo.
—¡Póncelo! —grita Tony mientras corre hacia ellos, con el arma apuntando en todo momento al cazador.
Peter toma el tubo que tiene en la mano y empuja la larga aguja en el cuello del cazador que en el suelo se revuelve desesperado. El líquido verde se vacía. Kraven suelta un aullido, se gira e intenta coger algo de su pantalón. Peter intenta evitar que se pueda mover, pero le da un golpe con la mano que lo derriba. El filo de un cuchillo de caza le hace espabilar. Gira el rostro, Tony se da cuenta de lo que está por pasar. Intenta modificar a la carrera su dirección con la esperanza de esquivar el cuchillo, pero sabe que no interesa qué haga, está demasiado cerca, le dará pase lo que pase.
La rabia estalla en su interior. Un rugido furioso se abre paso por su garganta.
El cuerpo se le mueve solo, no hay una gota de dolor en él, solo odio, solo hartazgo, solo ira. Por instinto alza una de sus manos y lanza una telaraña cuando escucha el metal cortar el aire. El cuerpo de Tony se derrumba cuando jala de él a través de su telaraña. Con un gruñido furioso, Peter se gira una última vez y coge el arpón. Se para usándolo como bastón. Vuelve a volcar todo su peso muerto en él y lo gira, retorciéndolo más profundamente en la carne. Kraven se retuerce soltando un alarido cuando un chorro de sangre brota bruscamente por la herida.
—Esto es por Peter —gruñe alzando la pierna, dejándola caer con todo lo que le queda en el cuerpo sobre la boca entreabierta de Kraven.
Esta vez es el rostro del cazador el que rebota duramente contra la dura madera. La mirada se le apaga en cuanto Peter mueve sin querer el arpón y otro montón de sangre le escurre por la herida.
Suelta el metal grueso en sus manos. La voz de Tony vuelve a escucharse por encima del pitido de sus oídos. Se derrumba sobre sus rodillas, el dolor vuelve a él con la misma rapidez que se evaporó. Abre la boca, pero no le queda fuerza suficiente para hacer un solo sonido.
La mirada desorbitada de Tony, de aquella maldita variante, se clava en él. Verde y hermosa como la última vez que la vio. Se arrodilla junto a su cuerpo, lo coge entre sus brazos y empieza a susurrar un mundo de cosas que no es capaz de entender.
—Ho-hospital —musita con su último aire, pero Tony no le hace caso.
Se deja tender en el suelo, porque no había nada que pudiera hacer para evitar aquello. Su cabeza rueda sin fuerza, lo oye maldecir mientras se arranca la chaqueta y rebusca algo dentro de ella.
Es vagamente consciente de que lo toma, pero está fuera de sí antes de que pueda sentir nada más. La oscuridad lo absorbe y se alegra tanto de que sea en sus brazos, que no es capaz de sentir pena por Tony, que por segunda vez va a tener que soportar enterrar a otro Peter Parker.
*****
No se le escapa en lo absoluto lo irónico que era para él estar cargando a un medio muerto Peter Parker por un edificio. Debía ser cosa de ese universo. En el suyo jamás le tocó arrastrar a su amigo en ningún momento. Ni siquiera la noche que se emborrachó tuvo que ayudarlo a andar por el campus. Le cuesta horrores no dejarlo caer cuando se mete en el ascensor. Se aferra a que lo mejor que podía pasarle era que estuviera inconsciente. No creía que aprobara el reguero de sangre que Tony dejó para llegar hasta él.
Su conciencia luego tomaría eso y haría de él un desparpajo. En ese momento lo único que podía hacer era temblar por culpa del shock y coger con más firmeza el cuerpo de Peter.
Recordaba bien la amenaza que hicieron los matones de Fisk antes de decidir que lo único inteligente que podían hacer para evitar que Tony los matara uno a uno era irse de allí. Lo último que le apetecía era que se apareciera el mismísimo Wilson y él tuviera que dejarlo ir sin poder desquitarse por tener que salir corriendo al maldito hospital con Peter.
Cada pocos segundos constata que su corazón siguiera andando. No le hacía nada feliz lo lento que iba y lo mucho que le costaba respirar, pero esas eran cosas que ya arreglarían.
Recarga el peso de Peter entre su cuerpo y la esquina del ascensor, marca el número que se sabía de memoria. Reza en silencio porque el celular no se hubiera averiado de tanto entrarlo y sacarlo de malditos universos. Casi en el acto una voz histérica al otro lado de la línea lo recibe con un batiburrillo de gritos.
—Riri, cierra la boca —gruñe cuando llega al primer piso, y vuelve a tomar el cuerpo de Peter para sacarlo de allí—. Necesito que...
Sonríe cuando ve el auto plantado fuera del edificio, al otro lado de la puerta de cristal. La chica está aporreando una tableta que tiene puenteada a la plaqueta de acceso que se había vuelto a bloquear cuando él la cerró.
—Nunca me alegré tanto de ver tu rostro —dice abriendo desde el interior.
Ella ni siquiera repara en él, suelta en el suelo la tablet y salta para coger el costado de Peter.
—Maldita sea, Stark. No me pagaste lo suficiente por este trabajo —gruñe ella apartando el pelo ensangrentado de Peter de su rostro—. Dime que está vivo... —suplica con la mirada angustiada, deslizándose por el cuerpo hecho añicos.
—Claro que sí. Peter jamás dejaría que un animal como ese lo mate —dice con una sonrisa feroz y orgullosa—. No sobrevivió a todo lo que pasó para que eso pase.
La chica suelta un agradecimiento y abre la puerta trasera del auto. Tony se monta con él atrás, asegurándose de acomodarlo lo mejor que puede. Está seguro de que debe tener roto más de un hueso y por el gorgoteo que oye en cada una de sus inspiraciones, al menos dos perforaciones de pulmones.
Riri aprieta el acelerador nada más cerrar su puerta y salen disparados por la calle que se veía extrañamente vacía. Las luces de los patrulleros se pierden por su izquierda, persiguiendo algo que los aleja de la zona.
—¿Fuiste tú?
—Tenía que asegurarme que me dejaran pasar sin ponerse a molestar.
—Y me llamaste Stark.
—¿Yo? No sé de qué hablas. Tu nombre es Isac Noel Real. Lo sé, porque yo misma lo monté —dice la chica guiñándole un ojo por el espejo retrovisor.
—Manejas muy bien —musita viendo como esquiva con maestría los autos.
—No eres el único que tiene sus secretitos.
Tony siempre dio por sentado eso, pero aun así debía admitir curiosidad. Y si no fuera que la cosa estaba tan mal para Peter, indiscutiblemente se aseguraría de tener una que otra respuesta. Pero, como si quisiera dejar en claro su punto, el chico moribundo suelta un chorro de sangre por la boca y él maldice por lo bajo. Tomando el celular, busca el contacto y no se molesta en dudar cuando marca, sí, bueno ya habría tiempo de pedir perdón.
Riri lo mira por el retrovisor una vez corta la llamada. Sus ojos lucen alterados, pero sobre todo firmes.
—¿Vamos a casa o...?
—¿Tienes a la doctora en la enfermería?
—Y a un experto en venenos que viene en camino desde Cambridge. El pastal que el tío nos costará no tiene sentido, pero es el mejor en su campo.
Tony sonríe apretando contra su cuerpo la herida abierta en la parte trasera de la cabeza de Peter.
—Cuando llegue mándalo a casa con una suma igualmente buena para que cierre la boca y finja que nunca lo sacaste de la cama en plena noche. Ya no lo necesitamos. Ve a casa a buscar a la doctora. Pídele que busque un equipo. Ya le daremos la dirección. Luego directo a Hell's Kitchen.
La chica lo mira largamente por sobre el hombro, antes de pisar el acelerador y asentir.
—Confío en tí, Real.
Tony sonríe al oírla, no tiene caso seguir con esa mentira. No era necesario. Qué diferencia hacía en ese momento la verdad sobre la mentira. Por no decir que una semana en su universo le hizo valorar mucho el poder que tenía su nombre y la influencia que ejercía en terceros.
Así mismo, entendió que importante era para él que la gente que quería supiera quién era. Al final, cuando volviera a su universo, no quería hacerlo sabiendo que le dejó creer a Riri que no había terminado de confiar en ella.
—Stark está bien. Pero apúrate, no importa qué tan superfuerte sea, su cuerpo no es indestructible.
La chica le hace caso antes de asentir y pisar el auto. Maneja realmente bien. Tony le estudia la nuca mientras ve el borrón de la ciudad engullirlos entre sus luces.
—¿Cuándo? —pregunta por qué necesita entender si era idea de ella o fue Peter el que le dijo.
No le molestaba ninguna opción. Ni siquiera sentiría algo parecido a la traición. Al final, ella estaba allí, estaba aterrada por Peter y eso era todo lo que podía pedir. Si para eso tuvieron una linda sesión de confesiones personales, que así fuera. Si su nombre o su historia sirvieron para cimentar la relación entre ellos, eso le daba dos momentos victoriosos: unirlos físicamente y emocionalmente. Doble triunfo.
—Desde el principio, aunque ahí solo pensé que estabas fingiendo tu muerte.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión? —se ríe.
—Que te prostituyeras. No había forma de que el de nuestro universo lo necesitara.
—¿Cómo es que...? —su mirada se dispara hacia el rostro golpeado de Peter.
—No fue él. Jamás diría algo así.
—¿Y cómo te...?
—Vigilancia. Nunca acepto trabajos sin hacer un poco de sana averiguación de antecedentes. No tenías ni un solo registro digno. Todos los papeles que tenías eran basura. Así que... bueno. Sé cosas. Sé lo que hiciste. Sé cómo saliste adelante. No sabía de dónde saliste, pero sabía que saliste adelante. Sobreviviste a las calles.
—¿Y entonces? —se ríe porque no tiene idea de qué decir.
Su voz había sonado orgullosa, como si sacara pecho por él y su valentía. No fue un paseo por el parque, pero no fue lo peor que le tocó vivir en ese universo.
—Entonces pensé que eras un gemelo malvado.
Esa vez Tony suelta una carcajada. Desliza la mano por su rostro golpeado y lleno de sangre.
—Y cuando dejaste de pensarlo.
—Cuando te pusiste en modo Robin Hood por él.
—¿Muy poco de gemelo malvado?
—Muy.
Asiente y decide que no piensa perder el tiempo hablando de eso. Le hacía gracia saber que estaba listo para soportar que Peter le hubiera contado todas sus minucias y ahora que sabía que no lo hizo sentía un orgullo feroz y un deseo atroz de despertarlo para poder besarlo hasta que se le fundan las neuronas. Así de bipolar lo ponía el condenado.
—¿Cómo ha estado?
Riri insulta cuando un auto le pita por cruzar en rojo, pero no disminuye ni la velocidad ni el dominio que tiene sobre el volante.
—Bien. Un poco solitario. Pero está bien. ¿No debería estarlo?
—Solitario no —suspira sin saber muy bien si le molesta que Peter esté apenas un pequeño paso por delante de dónde lo dejó, o si lo hacía feliz saber que aún no había perdido lo que sea que habían tenido.
Qué consuelo patético iba a ser ese para él.
—Hoy había salido con sus compañeros de trabajo —musita por lo bajo Riri, con un odio oscuro y espeso enredándose en su voz.
—Es el chico con peor suerte de la historia —gime Tony acariciando con cuidado en medio de su torso—. Apúrate, nos aseguraremos de que pueda sobrevivir para tener otro gran día de mala suerte
—Enseguida, jefe —dice pasando como una profesional los cambios, sin apenas bajar la velocidad.
Tony ve la ciudad con una mezcla de añoranza y tristeza. No tiene idea dónde demonios estaban Miles o América. Una incorregible parte de él desea que hubieran vuelto a su universo, pero eso es optimista incluso para él.
Vacila pensando en que podría mandarle un mensaje a Miles, al menos para decirle dónde se dirigía, pero está tan seguro de que en cuanto lo necesiten encontraran la manera de hacérselo saber que no se molesta. El tiempo robado nunca era mucho, así que prefiere enfocar todos sus sentidos en el chico que se balancea al compás del auto sobre su cuerpo.
—¿Te vas a quedar? —susurra Riri cuando el auto entra en una zona oscura que los esconde en las sombras.
Y Tony siente en el fondo de su pecho que la respuesta le provoca más dolor que otra cosa. Porque lo que quiere y lo que está dispuesto a reconocer ahora eran una sola cosa. Y esa cosa estaba tendida con la mitad del cuerpo rota, golpeada y agujereada sobre su regazo, manchando de sangre toda su ropa.
—Este no es mi universo, Riri.
—Ya, pero no tenemos otro como tú —se queja remilgadamente—. Se averió el nuestro. Nos vendría bien un repuesto.
Con una media sonrisa aprieta el cuerpo de Peter y lo gira un poco. Intenta no pensar en la noche que murió su Peter. Intenta no pensar en la promesa que le hizo e intenta no pensar en lo que le dijo la condenada de MJ. Tony no pertenecía allí y no importaba cuánto deseara que mágicamente se lo olvidarán, poner en riesgo la vida de este Peter y su universo era un acto de egoísmo que no se sentía capaz de cometer.
Peter se lo dijo, se lo gritó, para ser más precisos. El precio que pagó por sostener ese universo fue desolador. Y vivió por cinco años teniendo que verse al espejo sin permitirse olvidar eso. ¿Cómo se arriesgaría él a hacerlo? Y de nuevo estaba la promesa que le hizo a su mejor amigo. Eso tampoco podía dejarlo de lado. Así, esa noche Peter le hubiera hecho prometer cuidar de todos y asegurarse de buscar su propia felicidad, no iba a poder hacer ambas porque una era incompatible con la otra. Y ya había sido egoísta una vez con cada uno, no podía volver a hacerlo. Así le doliera, ambos se merecían que hubiera alguien listo a sacrificarse por ellos.
—No pertenezco aquí. Tengo... tengo que volver a... allí.
No puede decir casa ni hogar. No hay de esos en su universo. Eso solo está ahí, solo está en el ceño fruncido, lleno de sangre que se arruga y se relaja cuando Tony lo delinea con la punta de su dedo y lleva la caricia hasta la mitad de su cuero cabelludo. Sí, ese era su hogar y no había maldita forma de que pudiera quedarse en él.
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