XVIII
¿La peor parte de un Tony Stark? Tener que despedirte dos veces de él. No hay forma de que eso no termine de romper tu corazón.
El plan estaba en marcha. Peter había pasado la mayor parte de la mañana y el mediodía asegurándose de que cada uno de los pasos que había trazado mientras Tony huía de él siguieran su curso. Envió a Happy la dirección del edificio, aunque él ya la conocía. También le anexó los datos que había recopilado de Tony y sus vigilancias. Se aseguró de que su propia parte del plan estuviera a punto. Había hablado con Daredevil, había puesto sus propios sistemas de seguridad en la zona del edificio donde se iba a celebrar la reunión y, por si las dudas, había llevado unos cuantos kits de emergencia que había dejado escondidos por los alrededores.
Aun así, la media tarde llegó y, aunque podía haberse trasladado al centro y pasar allí las horas muertas hasta que fuera la hora, sus pies lo guiaron al único lugar donde quería estar. Intenta no pensar en por qué lo quiere. Intenta no pensar en lo que eso significará en el futuro. Ese puente lo cruzaría a la mañana siguiente, cuando le tocara despertar en un universo que, otra vez, sería huérfano de Tony Stark.
Como ya era un experto en esas cosas, abrir la puerta del edificio no le cuesta más que poner una tarjeta falsa de acceso. Es recién en el elevador que los nervios le estrujan el abdomen. A diferencia de la noche anterior, donde la furia por ver qué Tony estaba dispuesto a hacerlo a un lado y encargarse solo de sacarse de ese universo lo hicieron moverse por inercia, en ese momento es un cúmulo de contradicciones. Ya al final de la noche, cuando fue claro que Tony había aceptado su plan, se le había pasado el mal humor y solo le quedó en el cuerpo la sensación de fin.
La puerta del departamento se abre y no le sorprende ver a Tony ya listo. Traía unos jeans cómodos y una camiseta negra de combate que escondía bajo una chaqueta negra. Por la forma abultada bajo sus axilas, podía suponer que traía dos armas bien embutidas y se abstuvo de preguntar qué otros misterios se escondían bajo su atuendo.
Su mente se sentía demasiado confundida como para permitirse ir por esos carriles. Lo deseaba y lo odiaba. Le aliviaba que se fuera, pero en el fondo le dolía. Sabía conceptualmente que aquello no solo era lo mejor porque era lo correcto, era lo mejor porque Peter estaba peligrosamente cerca de dejar que se aferre a una parte de su corazón, que estaba claro ya no era completamente funcional.
—¿Confundí algo y se suponía que tenía que esperarte aquí? —le pregunta, sin intentar fingir que le apetecía su visita de última hora.
Se traga una mueca de molestia y en su lugar le ofrece una sonrisa conciliadora. Estaban a horas de perderse de la vida del otro para siempre y Peter no quería ponerse a pelear con él. Ya no veía el caso a seguir en pie de guerra. Fue honesto en el taller, no quería convertirse en su clon. Al fin había visto lo que el futuro le deparaba si seguía por el camino que iba. La separación emocional que esa variante le demostró no fue más que un espejo al futuro. ¿Qué tan lejos estaba de ese resultado? Él quería creer que, a muchas vidas, pero la duda se implantó en su mente y eso fue más que suficiente.
Jamás pensó en lo que todas esas variantes vivieron. Jamás pensó en lo que tuvieron que hacer para sobrevivir por años en ese mundo que les era ajeno. El mismo Tony se prostituyó por quién sabe cuánto tiempo hasta que logró hallar una mejor forma de conseguir dinero. ¿Y qué fue lo primero que le dijo luego de ni siquiera pensar en eso? ¿Qué fue lo primero que pensó? Que no podía permitir que ese hombre pusiera en riesgo su universo. Ni le importó lo que dejó atrás, no pensó en lo que había tenido que abandonar y si había un buen motivo para que lo odie. Solo estaba asustado por el riesgo que representaba y dispuesto a condenarlo a borrar su vida para mantener su estatus quo.
—No. Solo quería asegurarme que tuvieras todo empacado.
Lo ve palparse las axilas, la parte trasera del pantalón y los bolsillos delanteros. El mismo animal enjaulado que tenía días arañando la parte baja de su abdomen se contrae al seguir el camino de sus manos y recordar cómo era el tacto de ese cuerpo firme y dolorosamente bien esculpido bajo sus palmas. El sofoco le hace enrojecer. Alza abruptamente la vista y le gustaría decir que verle la cara es mejor, pero la sonrisa de diablo que le compone es diametralmente opuesta a mejor.
—Todo conmigo —corrobora, y Peter le rueda los ojos, porque la situación entre ellos había vuelto a ese punto donde no se trataban con algo que no fuera una tensa calma.
—¿Vas a dejarme aquí parado o puedo pasar? —pregunta al fin, cansado del silencio que crece y lo obliga a replantearse lo idiota que fue por ir.
Tony lo mira. Lo mira de verdad. De arriba abajo, sopesando lo evidente: No es una buena idea. Estaba claro que ninguno sabía cómo ser decentes en presencia del otro. Sus estados eran: odiarse a muerte o querer follar. Admitía que uno era malo y el otro problemático, así como admitía que no tenía en claro cuál era malo y cuál problemático.
—No creo que hag-
—No quiero que así sea la despedida —marca, entre incómodo y cansado—. Te irás y no es justo que lo hagas haciendo que me sienta miserable —argumenta.
El rostro se le tuerce como si le hubiera arrojado ácido a la cara, pero su mezquino acto de manipulación da en el blanco y se corre dejándole espacio para entrar. Está años luz de sentirse orgulloso de sí mismo, pero entonces Peter tenía años de no tener tantos sentimientos y emociones atravesándole el pecho. Había perdido completamente la costumbre de interactuar sanamente con otro ser humano y era por eso por lo que quería hacer aquello bien.
Y si en verdad quería empezar aquella nueva etapa de la manera correcta, debía hacer eso bien. Ese era el primer paso hacia el futuro y tenía que darlo bien.
Francamente no sabía qué esperar, pero el lugar luce tal cual la noche anterior y eso le desconcierta. Todo demasiado ordenado y limpio, como si esperara a alguien que estuviera por volver.
—¿Sin maletas? —pregunta, escéptico. Viendo como nada en la estancia daba señales de ser abandonada.
—No las necesito donde voy.
—Han pasado... ha pasado un tiempo, quizá... —sus palabras mueren al darse cuenta de que no puede marcar lo evidente.
—Pasase lo que pasase con mis cosas, Miles no las habría tirado —comenta con seguridad, y Peter no cree que fuera arrogancia.
Piensa en su Tony, piensa en que él hubiera hecho si este hubiera desaparecido de la noche a la mañana.
Una sonrisa nostálgica le cubre el rostro. No, él jamás hubiera tirado nada de Tony. Se hubiera aferrado a sus cosas hasta el fin de sus días. Así fuera estúpido y no tuviera sentido, jamás hubiera perdido la esperanza. Después de todo, no la perdió hace cinco años cuando empezó a ver variantes a la vuelta de cada esquina. ¿A quién engañaba diciendo que no anheló con cada parte de su ser ver a una de Tony entre el montón de villanos y Peters Parkers? Luego entendió qué no quería que pase, pero en aquel momento, lo había deseado.
Por no perder de cuenta el detalle nada menor de que, tras cinco años vuelto cenizas, su Tony no había tirado nada de sus cosas. Su casa seguía allí, igual de amueblada que cuando May desapareció. Tony no se olvidó de él. Tony no tiró sus cosas. Tony no lo olvidó.
La culpa vuelve a golpearlo, pero no le permite a ese sentimiento avergonzarlo. Se abraza a él y le hace frente.
Ya no te olvidaré, le jura a ese fantasma que cada día se volvía una figura más clara y corpórea.
—Correcto. ¿Qué pasará con este lugar?
—Supongo que el dueño vendrá a verlo cuando no pague el alquiler. Aunque eso no pasará hasta dentro de un año —comenta como si nada, alzando los hombros con desinterés.
—Jamás te pregunté por qué no era tuyo.
—Lo iba a ser, pero al final era mejor solo arrendar. Si tenía que esconderme, era más fácil hacerlo sin propiedades a mi nombre.
El silencio se vuelve a extender entre los dos y Peter suspira mirando el balcón.
—Bueno, será una lástima que se desperdicie esa vista por todo un año —musita, sin tener ni maldita idea de qué más decir.
No espera que responda, solo mira una vez más el hermoso atardecer caer sobre la punta de los edificios. Fue un error venir, fue un error pensar que sería provechoso. Quizá quería despedirse, hacerlo bien por última vez, pero las cosas se habían salido de control hacía muchas noches como para que fuera una opción.
Tony le da un golpecito en el hombro y Peter corre la vista para verlo. Parado casi a sus espaldas, le tiende un manojo de llaves.
—No tiene por qué —ofrece—. Esta pagado por un año más, puedes quedarte aquí y... seguir pagando a ese bueno para nada de tu arrendador para no perder tu piso.
La idea en sí sabe que no es mala, sabe que es medianamente generosa, porque tampoco es que le estuviera costando nada; pero era un buen gesto de paz. También lo sería aceptarlo. Pero la idea tan pronto viene, se va. Los recuerdos le partirían al medio. No quiere ni pensar en estar allí, lidiando con el fantasma de un hombre y su variante. No señor, antes volvía a Queens, donde al menos sus fantasmas no le recordarían una y otra vez todo lo que había pasado en esos meses. Al menos en el barrio de su infancia habría algunos buenos recuerdos, algunos momentos de dolor, pero sobre todo recuerdos dulces y llenos de amistad y compañerismo.
—No creo que me pueda permitir las expensas de este lugar.
Sin pelear con él, recoge la mano y lanza las llaves al sofá despreocupadamente.
Peter con las habilidades sociales por el suelo, se retuerce las manos y cuando está por finalizar aquella tortura, Tony suspira pesadamente y lo ve con una sonrisa de lado.
—Somos un caso perdido, ¿eh, Parker? ¿Quieres un café? Aún falta para que llegue Hoggan y, como dijiste, es una pena desperdiciar la vista.
Envuelto en gratitud, Peter acepta y se deja guiar a la mesa que está en el exterior.
El café sabe igual de exquisito que la última vez y Peter se sorprende al pensar que eso había sido tan solo dos días atrás. Se reprende un poco por sentirse tan genuinamente sorprendido. ¿Cuándo iba a aprender que la vida al lado de un Tony Stark era nada más y nada menos que eso?
—¿Ansioso por volver? —pregunta, porque en verdad, así los sentimientos que eso le genere le son completamente incoherentes, le interesa saberlo.
—Completamente. Necesito verlo. Verlos —añade mirando al horizonte—. May... ella debería tener ya setenta años.
El corazón de Peter se retuerce de solo pensarlo, de solo imaginar en una May Parker tan grande. El dolor no es como en antaño; no le abre el pecho y lo deja supurando pus. Una sonrisa se desliza por sus labios y piensa con una mezcla de cariño y curiosidad en esa mujer que debió pasar cosas espantosas. No creía que Tony tuviera razón y el destino de su May fuera mejor, pero, ciertamente, enterrar a un Ben y a un Peter, era demasiado infortunio para una mujer como la que fue su tía.
—Setenta años —dice Peter, mirando hipnotizado la forma en que el cabello rojizo de Tony brilla más intensamente al crepúsculo—. No son nada para una May Parker —sentencia, pensando en el tipo de mujer que era su propia tía.
—Sin dudas. Mujeres duras y tercas —confirma Tony, ladeando el rostro para verlo con una sonrisa cómplice y juguetona.
A Peter se le corta momentáneamente la respiración. El color de sus ojos es, a falta de sinapsis para hallar una palabra más poética, hermoso bajo el tenue rojizo que viene desde el horizonte. Tanto, que Peter ni siquiera puede sentir vergüenza cuando Tony le alza una ceja divertida de verlo babear.
—Es realmente injusto para los mortales que seas así de atractivo —expresa estupefacto y ofendido por ese hecho.
Tony suelta una carcajada honesta, franca y llena de vida. Un lejano recuerdo de Tony riendo de esa forma en su taller lo atropella, pero el recuerdo le trae una cuota de calidez que lo sorprende.
—Oh vamos, deja de atacarme, Stark —lo reprende cuando todo su rostro se vuelve la cosa más hermosa que alguna vez haya visto.
Es decir, Peter lo vio desnudo, lo vio jadeando, lo vio venirse, lo vio con la mueca contraída por la lujuria y el placer; ¿cómo demonios era posible que se viera mil veces más atractivo allí, solo riendo?
—Vive con eso, encanto —se burla con arrogancia, alzando ligeramente el mentón para profundizar la caricia del cálido sol sobre su rostro—. Tú tampoco estás nada mal. A ver si le sacas provecho a ese cuerpo. Incluso un aburrido y estirado como tu merece un poco de diversión de vez en cuando.
Peter le hace un mohín cuando al fin separa sus largas pestañas para verlo.
—Intentaré hacerlo —promete, y espera que su tono denote la honestidad con la que habla.
La mirada verde se fija en él, en su rostro y sonríe ligeramente antes de asentir. Enseguida su expresión se cierra un poco. Baja el mentón y todo en su pose grita culpabilidad. Peter se tensa, porque la verdad allí bajo el sol, con el café y esa hermosa vista, no quería pelear.
—Espero no haber dejado un desastre que arreglar en tu vida.
Peter separa los labios, pero se traga la mentira que estaba por soltar. Sí, ninguno de los dos creería una mierda en sus palabras si decía lo contrario.
—No creo que exista la posibilidad de que un Tony Stark pase por mi vida sin dejar una estela de caos y destrucción por detrás.
Tony hace una nueva mueca de contrariedad, pero Peter no quiere martirizar más de la cuenta al pobre, así que se apresura a hablar.
—Pero, rara vez esa estela no hace de mí una mejor y más fuerte persona —comenta deslizando la mano por la mesa, intentando tocar la suya—. Si no hubieras roto mi preciosa crisálida de acero, quizá hubiera podido vivir sin volver a sentir nada real hasta que muriera. Y... no creo que eso fuera lo que todas esas personas deseaban para mí antes de sacrificarse.
Tony no corre la mano cuando Peter al fin se llena de valor y la pone sobre la suya.
—En verdad siento haberte lastimado, Peter —musita con delicadeza, girando la palma para que sus dedos puedan entrelazarse.
Siente el espasmo eléctrico, al que ya se había acostumbrado a subir por su brazo hasta impactar de lleno con todo su sistema nervioso. El calor de su piel es suficiente para acunar a su corazón. No le cuesta nada imaginar cómo ese calor podría soldar las grietas que ahora bordean todos los pedazos.
—Está bien Tony, creo... creo que prefiero sentir dolor que no sentir nada.
—Si yo fuera él, estaría orgulloso del hombre en el que te has convertido. Y créeme, no existe una sola posibilidad de que una May del multiverso no lo esté. Demonios, cuando se lo cuente a la mía, ella lo estará.
Peter se ríe de solo pensarlo y aprieta la mano, conmovido cuando la idea de que una May supiera de su existencia lo llena.
—¿Vas a hablarle de mí?
—Oh claro que lo haré. Y ella va a golpearme con su bastón cuando sepa lo que te hice —añade, haciendo la mímica de esa May atizándole unos cuantos golpes.
Peter se ríe cuando tuerce con miedo el gesto.
—Y bien te lo mereces —rezonga remilgadamente—. Aún no puedo creer que me hayas hecho ver como el asqueroso de Wesley te hacía eso.
Tony vuelve a soltar una carcajada y Peter siente que se le comprime el corazón cuando aprovecha el momento para dejar ir su mano y acomodarla suavemente sobre el regazo. Peter ríe para disimular el espasmo de tristeza que lo sacude al ver su palma sola en la mesa.
—Te encantó lo que viste —se ríe altivo—. Ese día seguro tuviste sueños profundamente reveladores sobre tu sexualidad.
Peter le alza el dedo medio y nota la forma en la que los ojos verdes se entretienen en su mano. Ambos sabían que Peter había notado el distanciamiento que su sutil movimiento significaba.
—Tuve pesadillas —lo corrige haciendo como que no podía contener las arcadas—. No quería, ni necesitaba, ver algo así. Espero que May te dé un buen golpe por eso.
—Lo hará, lo hará —promete, volviendo a dejar que el ruido de las calles los rodee.
—¿Cómo están tus golpes? —pregunta por lo bajo, mirando la mesa sin poder permitir que se fuera sin saber su estado.
Tony le hace un gesto desdeñoso y se palmea el pecho con aire de suficiencia.
—Casi nuevos.
—No puede ser —se queja alzando la vista al firme pecho, que envuelto en esa tela áspera y apretada a su cuerpo deja poco a la imaginación de Peter.
—Super curación o como sea que quieras llamarlo. Nuestra medicina es muchísimo más eficiente que la de ustedes.
—Qué envidia —refunfuña haciendo un mohín—. Ya quisiera recuperarme así de rápido.
—Sí no, quién quiere esa cosa insulsa de super fuerza, trepar muros y el instinto arácnido cuando se puede tardar menos de 72 horas en recobrarse de unos golpecitos —dice con una mueca de horror en el rostro, que solo se ve aún más cómica cuando se sacude los hombros como si le diera repelús la idea.
Peter le alza otra vez el dedo medio, pero no puede evitar reír un poco.
Esa vez cuando el silencio se extiende sobre ellos no es tenso ni doloroso. De hecho, puede sentir un ligero regusto a cotidianidad en el momento. También puede ser que se pierda un poco el tiempo pensando en lo glorioso que hubiera sido si todo aquel maldito mes juntos hubiera sido así, pero se da cuenta casi al acto que, de serlo, de haberse permitido ser amigo de él, no podría tolerar su partida.
Se quedan allí sentados, mirando la inmensa hermosura de la ciudad a sus pies. Peter escruta los edificios, imaginando la tranquila vida de los habitantes de aquella ciudad siempre ajetreada, y envidia sanamente sus problemas mundanos.
Ese sentimiento que siempre lo cubre cuando ve a su gente lo colma, lo llena y le arranca un suspiro. No había un mejor lugar en el mundo para ver la puesta del sol.
—Sigo creyendo que no lo merecen, ¿sabes? —dice Tony al cabo de unos minutos, siguiendo el camino de sus ojos—. Eso no ha cambiado.
—Imagino que no —sonríe Peter, escuchando el simbiótico sonido que ejerce el tráfico cargado y perpetuamente frenético de la ciudad en su corazón—. Pero mira lo hermosa que es...
—Es hermosa, ¿eh? —pregunta Tony, y Peter agradece que en su voz no hubiera cinismo.
—Lo es. Es hermosa. Caótica, demente, rota y llena de miles de males en un sin fin de callejones oscuros. Pero en su conjunto, desde esta altura, puedes mantener la perspectiva y ver que es hermosa —corrobora complacido—. Y cómo te atrevas a decir que no extrañarás esta vista, me veré en la obligación de defender el honor de mi hermosa ciudad, Stark.
—Nunca lo diría —se ríe suavemente, haciendo que cada célula de su cuerpo responda con un ronroneo de placer al sentir el cariño y la nostalgia que brota de su mirada cuando vuelve a posar los ojos en los edificios y el agua que a la distancia brilla anaranjada—. De hecho, así se veía mi Nueva York cuando yo era adolescente.
—¿Así mismo? —pregunta Peter sorprendido, volteando a verlo.
Nunca habían hablado de eso. Ni de casi nada de la vida de Tony en su universo, a decir verdad. Peter estaba demasiado ensimismado en él, en su mierda y lo que sentía como para ese tipo de preguntas. Tampoco es que el otro cooperará cuando salía el tema. Ahora entendía porqué, entendía el dolor que eso acarrea a su pecho. Un dolor con el que Peter iba a tener que aprender a convivir.
—Sí. Todo en este universo se ve tal cual lo amé alguna vez —le comenta, bajando un par de octavas la voz hasta convertirla en un murmullo ronco.
Y Peter sabe de lo que está hablando. Sabe que no está hablando de Nueva York. No está hablando de la ciudad, de los edificios ni de las calles. Ni mucho menos de la gente.
Lo sabe por la forma en la que sus ojos se clavan en él; en sus ojos, en sus mejillas y en su boca. Lo sabe porque la forma en la que lo mira hace que un calor dulce y electrizante recorra todo su cuerpo.
Tony estaba hablando de su Peter. También está hablando de él. Está hablando de ambos y se da cuenta que no importa si es sobre el otro o sobre él; si es sobre una variante o la otra. No importa, porque la forma en la que lo hace sentir es lo único que interesa para él y entre ellos.
Así era para él. Qué más daba. Qué más daba si era demasiado parecido o no lo era. Estaba allí, estaba allí cuando su Tony no. Y estaba bien. Simplemente estaba bien que fuera así y no fuera el que quería. Era el mismo, pero era diferente. Y ya no estaba tan seguro de que diferente fuera mal, como pensó en las primeras horas de su encuentro.
Claro que a su vez era un error. Era un error en el compendio del multiverso que estuviera allí para verlo con sus ojos verdes y su cabello rojizo.
Un tipo diferente de error. Un error que se iría.
Otro error que se iría.
Y antes de que pueda pensar en una respuesta, antes de que pueda hacer algo con el sentimiento y la necesidad que repentinamente lo llenan por levantarse y besarlo, de olvidarse de todo y mandar a la mierda lo que está bien y lo que está mal, el ruido de la puerta tras ellos suena y ambos se sobresaltan cuando la figura de Happy se entrevé por la entrada principal de la casa.
*****
Tony podría besar a Hoggan. Realmente podría. Todo era culpa del jodido sol. Del hermoso sol que bañaba con su aterciopelado color el pelo de Peter, los ojos de Peter, la boca de Peter.
A todo él, jodida mierda.
Y también era culpa del maldito; que se veía tan maduro, tan entero y resignado por su partida. Joder. Tony era fuerte, pero no era así de fuerte. Se vio a sí mismo al menos mil veces levantarse para poder besarlo.
B-E-S-A-R-L-O.
¿Acaso se había vuelto loco? Ni siquiera pensó una vez en meterle mano bajo la remera, bajarle los pantalones y asegurarse de dejar ese maldito universo habiendo probado lo que se sentía venirse dentro de él, mientras le dejaba bien marcada la forma de sus dientes en la parte posterior del cuello. No, él no pensó en nada de eso. Solo quería alzar su rostro y besarlo una última vez.
Se veía arrodillado entre sus piernas, pero no para hacerle cosas pecaminosas con la boca. Mierda, Tony solo podía pensar en alzarle el rostro para que los pocos rayos de luz que quedaban no dejaran de bañarlo y besarlo.
Una voz que tenía semanas eludiendo gruñe en el fondo de su mente y Tony no es ni tan listo como para acallarla ni tan idiota como para no hacer oídos sordos. Al final de aquella mierda, en casa, la escucharía y se permitiría aceptar lo que tan impotentemente le grita. Ahora, en ese momento, en ese universo, con los ojos más hermosos del jodido mundo viéndolo de frente, Tony solo finge que no sabe que es lo que le pasa, que no tiene puta idea de por qué es incapaz de soportar los celos que lo envuelven, por qué no es ni mínimamente capaz de controlar de una jodida vez todas las emociones a flor de piel que el maldito le despierta. No. En ese momento, Tony es el mejor en lo suyo y solo mira a Hoggan y le alza impaciente el mentón cuando el hombre los mira entornando los ojos.
—Bueno, ¿estamos listos? —les pregunta con un tono que claramente denuncia que no les creería si decían que sí.
Tony se está por levantar, pero le pesan las piernas. Eso era todo. Hasta ahí llega su aventura, su martirio. Era el fin, pero no podía alzar su trasero de la silla para pasar la página. Peter no comparte su mal. De hecho, se endereza primero y sonríe con cordialidad al hombre que lo ve sin reconocerlo.
Una parte de él tiembla en secreto. Si ese chico lo hubiera visto así cuando se encontraron, habría perdido la cabeza. Una vez más se siente humano y humilde. Una vez más lo ve y se siente del tamaño de un insecto. Él jamás podría tolerar no ser recordado. Se aferró a esa variante de su mejor amigo exactamente por eso. Jodió la vida de ese pobre chico porque estaba harto de ser un fantasma.
—¿Tú lo estás? Tienes que dar la actuación de tu vida, espero que hayas practicado frente al espejo esta mañana —lo reprende, intentando estirar algo que es demasiado peligroso.
El hombre lo ve burlón, pero menea la cabeza.
—Bueno, creo que por mi parte me conviene ir saliendo —se disculpa Peter, cortando la batalla de miradas que se empezaba a gestar entre Hoggan y él—. No es lejos, pero debo encontrarme con Spider-Man antes de salir para Hell 's Kitchen.
—¿Necesitas un aventón? Tengo mi auto abajo.
—No, gracias. Espero conseguir que me lleven balanceándome por la ciudad —comenta alzando los dedos para cruzarlos, con una sonrisa llena de esperanza.
Happy lo mira como si la sola idea le diera náuseas, Tony lo mira sintiendo una vez más que la puta vida de superhéroe no vale un gramo del dolor que ese chico estaba aguantando con una sonrisa amigable en el rostro.
—Tony... —dice volteándose para verlo únicamente a él y maldita sea si no se le atasca el aire en los pulmones cuando ve sus ojos cafés relampaguear de dolor—. Fue un placer conocerte —murmura, extendiendo su mano.
La toma, pero la usa como palanca y nota con la facilidad que el cabrón lo alza. Duda que Hoggan se haya percatado de que Tony no hizo ni un gramo de fuerza con sus piernas, con pura fuerza Parker sacó de la silla su trasero.
Da un paso adelante y antes de que el cabroncete pueda escapar, lo aprieta en un duro abrazo. Todo el cuerpo se le tensa y Tony está seguro de que lo va a apartar de un manotazo, pero en vez de hacer eso alza las manos y las cierra con firmeza en torno a su cintura. Ajusta las plantas de sus pies al suelo y soporta el peso de ambos cuando Parker se desmorona ligeramente en el abrazo. Cuando lo siente temblar lo aprieta más y le da un suave beso en la coronilla de su cabeza.
—No mueras por ellos, Parker. Porque me enteraré y vendré a buscar tu muerto trasero para patearlo —susurra con vehemencia, deseando con todo lo profundo y putrefacto de su corazón que sus palabras germinen y lo hagan dejar aquella bazofia de superhéroes y villanos—. No merece la pena, jamás lo hará. Ninguno de nosotros lo vale, Peter. Ni uno solo de nosotros.
—Cuida de Miles —le susurra a su vez, estirándose sobre la punta de sus pies, para hundir mejor el rostro en su cuello—. Y dale un beso a tu May de mi parte.
Y Tony quiere decirle mil cosas más, pero la urgencia hace que sea imposible ordenar las palabras que revolotean inconexas por su mente. Solo puede sentir la adrenalina disparándose, el miedo, las dudas, el dolor y la tristeza. Aferra con más fuerza el cuerpo de Peter, recuerda la noche que se vieron por primera vez, recuerda la debilidad que vio en su rostro al derrumbarse y se intenta convencer de que eso no volverá a pasar. Tiene que no volver a pasar, porque está seguro de que no habrá quien lo atrape. Y con un poco de suerte lo que le hizo vivir en ese infernal mes, sería suficiente para asegurar eso.
Con un ligero carraspeo, el malnacido de Hoggan consigue que Peter lo suelte y retroceda. Le regala una sonrisa confiada, pero Tony no compra lo que le vende y estira la mano para tocar su mejilla.
—No hagas nada estúpido, tigre —le advierte por última vez, porque él sí sabía cómo se la gastaban los idiotas como Peter—. Tengo más ojos de los que crees vigilando tu trasero. Y créeme, tienen órdenes de asegurarse de que sobrevivas a tu propia ineptitud.
Eso le arranca una sonrisa ladina, y Tony casi está seguro de que es momento de huir de allí antes de tomar una decisión muy idiota y aún más egoísta.
Lo suelta lento, intentando no dejar que su aversión al afecto y al contacto humano jodan lo que podría ser considerado una despedida digna y honesta.
—Te lo advierto, encanto —reitera, porque a él no iba a salirle con sonrisitas para que se olvidara de lo importante—, no quieres poner a prueba lo mucho que tengo estudiados a los de tu tipo.
—Bien, bien. Te doy mi palabra de que no haré nada estúpido —jura alzando la mano, y no sabe por qué, pero sabe que la puñetera mano que está tras su espalda tiene los dedos cruzados.
Chasqueando la lengua, Tony sacude una vez más la cabeza y se endereza, volviendo a darle un repaso rápido a sus armas.
—¿Sin maletas? —pregunta Hoggan, cuando todos entran a la sala y ve que Tony toma las llaves que había votado en el sillón, listo para salir.
—Tengo lo que necesito esperando en casa.
—Bien, iré por el auto. Te veo en la puerta —comenta, sacudiendo la cabeza a modo de saludo cuando Peter alza la mano y se despide con un gesto ligeramente infantil.
Tony está por subirse al ascensor, pero Hoggan no lo deja, alegando una idiotez del peso y le toca ver pasmado como le guiña un ojo justo antes de que las puertas se cierren.
—Está acostumbrado a hacer eso —le explica Peter, tocando con infinita paciencia el botón del elevador—. Cree que follamos, entonces piensa que tiene que dejarte unos segundos para que seas un buen ser humano y me des unos besitos de despedida —añade ladino, dejando caer el hombro sobre el suave mármol de la pared.
—¿Y quieres los besitos? —lo pincha, incapaz de no hacerlo.
Peter le rueda los ojos, apretando los labios para no reírse y niega.
—¿Ni por los buenos tiempos, encanto? Extrañarás esto cuando me vaya.
La sonrisa no muere en sus labios, pues la sostiene con una maestría propia de quien tiene una vida tras una máscara, pero el destello divertido en sus ojos simplemente se apaga.
—Haré mi mejor esfuerzo para superar la pérdida —comenta con falsa tristeza mientras ven en silencio como los números del elevador bajan y vuelvan a subir.
Algo ofuscado con su repudiable resistencia a sucumbir a los más deplorables deseos del ser humano, Tony cuadra los hombros y deja de verlo.
La determinación se le acaba cuando, encerrados dentro de aquella caja de acero, Tony puede saborear la tensión entre ambos.
Lo ve pasar saliva, ve como sus ojos lo atraviesan por el espejo y es su turno de maldecir por lo bajo antes de sujetarlo e impedir que se baje a las corridas, como el hijo de su puta madre pensaba hacer cuando al fin llegaron a la planta baja.
Si esa era la última vez que se verían, Tony no iba a perder el tiempo diciéndose que aquello era una estupidez. No. No después de todo lo que había pasado en ese maldito universo. Si fue allí solo por un maldito error, él se aseguraría de llevarse lo único bueno que había encontrado a lo largo de los años.
El chico alcanza a quejarse, pero Tony le atrapa la boca y empuja la lengua dentro de ella antes de que pueda morderlo o hacerle quién sabe qué barbaridad.
Enseguida, dolorosa y deliciosamente enseguida, deja de resistirse. Tony aprieta la cintura contra él y se deleita complacido en su beso. Le golpea la espalda y la cabeza contra el fondo del ascensor, pero no le importa. Peter alza la pierna que Tony empuja con la rodilla y eso basta para montarlo sobre su cintura. Sus lenguas se enredan una con la otra y siente la punzada de sus uñas clavarse en la base de su cuello. Se pierde en la sección de sus cuerpos pegados, se pierde en la fuerza con la que vibran los músculos firmes y duros de Peter cuando se contrae contra él. Cuando Tony empuja sus caderas lento y profundo, frotando sus miembros, Peter profundiza el beso. Jadean, se aferran más uno al otro. Las puertas del ascensor se cierran, le da lo mismo. Se consumen el uno al otro, vertiendo tanta frustración en sus movimientos como pueden.
Piensa en todo lo que pudo haber hecho con él, en todo lo que hizo y en lo que no hará.
Enloquece.
Le da vueltas la cabeza. No le alcanzan las manos para tocarlo. Se recrea en el sonido maravilloso que sale de su boca cuando le muerde el labio inferior y tira juguetonamente. Se pierde en la manera que su pierna le acaricia la curva baja de la espalda y lo espolea para que lo embista con más fuerza.
Oh, Tony se va a venir allí mismo si no frena, pero le importa muy poco como para dejarlo ir. Quiere grabarse en él. Quiere grabarlo en su piel. Sabe que nada jamás lo sacará de la mente. Era muy tarde para eso, pero quería grabarlo en su cuerpo. Quiere que, sin importar cuán lejos estuvieran separados por sus distintas realidades, el maldito no pudiera borrar de su piel la sensación de su boca, sus dientes, su lengua y sus manos.
Todos deseos malditamente peligrosos. Todos deseos que empujan a su cuerpo por más, por todo.
—Necesito irme —gruñe el chico contra sus labios cuando le deja respirar en lo que buscaba la piel de su cuello—. Lo siento Tony. Lo siento. Necesito irme —repite con los ojos apretados y los labios contraídos en una mueca dolorida.
Tony deja caer la cabeza en su hombro.
Tiene que hacer un esfuerzo extrahumano para abrir los dedos que había soldado a sus mejillas y retroceder. La mirada café está tan afectada como la suya, pero más clara que nunca en ese tiempo.
Tony lo siente en su cabeza, en su espíritu y en su alma. Siente que lo ve. Realmente lo ve. Lo ve como solo una vez lo vieron. Con sus sombras y sus luces. Con sus demonios y sus errores. Y no hay desprecio. Le tiembla el pulso cuando le sonríe. Le duele el pecho cuando aprieta los labios y sonríe sin esforzarse por llenar el silencio con unas palabras que por siempre lo martirizará no oír.
—Adiós, señor Parker —musita, abriendo las puertas del ascensor que se habían cerrado tras su exabrupto, aceptando que sería otro acto de completa crueldad pedirle que las diga.
—Adiós, señor Stark —musita, retrocediendo con calma al pasillo que da al hall.
El vulgar pitido de una bocina en la entrada del edificio lo espabila y mira impotente la puerta por donde Parker se había perdido antes de que el auto de Hoggan se estacionara. Mira de malos modos al maldito cuando este le abre la puerta con la misma falta total de modales.
—Ya. Deja de sufrir —le espeta acelerando el motor para unirse al tráfico nocturno—. Tendrás tiempo para eso el resto de tu vida en tu solitario y triste universo.
—No es ni solitario ni triste —miente, acomodándose con toda la elegancia que las armas en su cuerpo le permiten.
—Ajá. Seguro por eso te ves muerto de ganas de volver —comenta, sin prestarle atención.
Tony guarda silencio mirando al cielo. Espera, como idiota, ver una silueta perderse entre los edificios, pero lo único que ve son unas nubes gordas y oscuras oscurecer aún más la noche que empieza a cubrir el horizonte.
Le hormiguea la boca, las manos y Dios quiera que ese dolor que siente en el pecho sea el resultado de ponerse a hacer cochinadas cuando aún tiene medio cuerpo bañado por una lluvia de hematomas, y no por otra cosa.
*****
—¿Seguro que quieres hacerlo? —pregunta por millonésima vez Hoggan.
Tony lo mira con desprecio y no repite lo que ya juró mil veces.
Empezaba a pensar que iba a perder la cabeza. Estaban encerrados en ese jodido auto hacía como media hora, revisando que el guardia estuviera exactamente donde lo querían, haciendo exactamente lo que esperaban. Y todo iba tal cual se suponía. Pero no podía dejar de sentir que estaba mal. Que algo estaba mal y por eso no puede evitar pensar en su mejor amigo. Si así se sentía su maldito sentido arácnido, Tony definitivamente no lo quería.
—Mira, podemos solo irnos —ofrece Happy, en un intento de tono cordial—. No es como que no fueras a tener otra oportunidad. Si eres lo suficientemente discreto, puedes entrar, ver cómo van las cosas ahí y probar otro día. O podemos coludir a algún empleado de ahí dentro y hacer que nos metan... No tienes que arriesgarlo todo en una noche.
Quería aceptar aquello, pero Tony era del tipo idiota. Estaba seguro de que no estaba pasando nada malo en Hell 's Kitchen y que lo único que tenía era que fue tan estúpido y arrogante como para creer que era capaz de controlar hasta qué punto se involucraba con alguien. Eso era lo que tenía y lo sentía ahora, cuando estaba más allá de poder retractarse y volver.
La culpa le aguijonea y maldice para sus adentros, apretando con firmeza los ojos. Se pasa una de las manos por la frente y la hunde en su cuello. Miles viene a su mente, y el mismo sentimiento de nostalgia y tristeza que lo empuja a querer volver sobre sus pasos lo empuja a correr dentro de las instalaciones de Fisk.
No importa qué, Tony tenía que volver. Y no era solo obligación moral, era deseo. Intentó no pensar mucho en eso, porque el miedo a que al final se le escapara entre los dedos hacía que su corazón se retorciera dolorido. Pero estaba tan cerca de volver, de volver a ver a ese estúpido imprudente que se siente mareado. Mareado con el miedo de que le haya pasado algo malo, mareado con el terror de que no esté ahí cuando volviera. Ese miedo sordo que llenó su mente por tantos meses cuando recién apareció en ese universo había vuelto para arrullarlo las pocas horas que había conseguido dormir después de ponerse en marcha y ahora era imposible callarlo.
—Ve. Lo haremos hoy —dice con firmeza, y a Hoggan solo lo ve rodando los ojos.
—Como quieras.
Cuando queda solo en el auto, Tony se revuelve y saca su celular del bolsillo. Rebusca entre los contactos y toca el de Riri antes de asfixiarse.
—Tengo una vida, ¿sabes?
—Ya no, querida. Te deje una fortuna por tus servicios.
—Grosero.
—Riri...
—Oh, deja de quejarte. El caso es que estás de suerte, justamente me encuentro muy aburrida, qué puedo hacer por ti.
Tony coge aire cuando Hoggan atraviesa las puertas del edificio y se acerca al mostrador de seguridad.
—¿Recuerdas el celular que rastreamos anoche?
—Hum... sí. Necesitas que vuelva a localizarlo
—Eso y más. Necesito que lo rastrees y que una vez que tengas su ubicación, lo vigiles por medio de las cámaras de seguridad de la zona. Si ves algo sospechoso, llama a la policía.
—¿Qué sería sospechoso? —comenta divertida, mientras el suave ritmo de sus dedos por el teclado empieza a sonar de fondo.
—Que le disparen a alguien es raro.
—Qué alta está su vara para raro, señor Real.
—Es un mundo raro... —suspira, sintiendo como ese pequeño nudo en su pecho se afloja al escuchar como Riri suelta un ligero: lo tengo—. Asegúrate que no le pase nada. Por favor —añade, bajando tanto la voz como puede.
Riri se queda en silencio por unos segundos y Tony está por cortar cuando ella responde secamente.
—Lo haré. No dejaré que nada le pase.
Tony no quiere cortar la comunicación antes de que ella le diga qué es lo que está haciendo Peter, pero Happy alza la mano y la agita con los pulgares arriba. El guardia desplomado sobre su escritorio le indica la falta de tiempo.
—Me tengo que ir —suspira vacilante—. Vigílalo de cerca. Es capaz de hacer cualquier idiotez.
—Hum... de momento solo veo a dos tíos, están hablando... Oh ¡No me jodas, Real! ¿Vigilamos a Spider-Man o Daredevil? —jadea impactada— ¿Cuál de ellos será mi jefe? Dime que Daredevil —suplica con un gimoteo.
—¿Eh, ¿qué? ¿Daredevil? ¿Spider-Man? —musita, congelándose con la mano sobre el picaporte.
—Sí, sí hombre. Están los dos hablando en un callejón. ¿Eso no debería ser así? ¿Eso es lo raro que debo reportar?
Pero Tony no tiene tiempo para elaborar una mentira convincente. Happy había empezado a golpear con puños las puertas de cristal y lo miraba con una expresión de fastidio en el rostro que le dejaba en claro no iba a aguantarlo mucho más. No podía decirle, ni mucho menos, que sí vigilaban a uno de los dos hombres más buscados por la policía de Nueva York. Maldice, piensa rápido una forma de salir de aquel brete. Quiere ir a buscar al idiota de Parker y darle una tunda por decir mentiras. Esperó que las hubiera, pero no sé imaginó que su: "Iré allá y haré de campana. Si sale de esa reunión, lo sigo a ver dónde va. Si se dirige al edificio Fisk, les aviso y abortamos la misión" devendría en una vigilancia compartida con el otro forajido más buscado de la ley.
—No... Eso es justo lo que debes ver —comenta con dientes apretados—. Tu próximo jefe está vigilándolos a ellos —miente, sabiendo de sobra que hacía rato el umbral de no preguntas por parte de Riri había sido cruzado. Ella al menos ya tenía que sospechar muchas cosas, pero era muestra de su profesionalismo que no lo acosara con sus teorías—. Tú solo asegúrate que no le disparen a nadie... te mandaré otro contacto, tenlo en rápido por si pasa algo. Lo llamas a él y luego a una ambulancia si es necesario. No metas a la policía. Asegúrate de que la enfermería tenga hoy mismo una médica ahí dentro esperando.
—Tengo un par de contactos, pero no sé si para hoy...
—Riri, la quiero hoy ahí. Así qué saca los fondos que sean necesarios para eso. ¿Bien?
Escucha su vacilación, pero lo que sea que escucha en su tono debe darle pistas suficientes para decirle que ponerse a pelear con él por eso no es opción.
—Bien. Ya buscaré a una discreta y muerta de hambre.
—Rebusca entre las víctimas de Fisk. Estoy seguro de que cualquiera que lo odie aceptará encantado el puesto.
—Hecho.
Tony corta antes de que decida que quiere empezar con las preguntas. Empuja lejos el cargo de conciencia que le genera saber que posiblemente había desvelado la identidad de Peter. Si el cabrón no hubiera hecho algo estúpido, no estarían en esa. Tony tuvo el detalle de advertirle que tenía gente vigilando su trasero.
Transfiere el contacto de Happy a Riri y baja del auto. Hoggan lo mira impasible, ya completamente caracterizado como el guardia. El cuerpo inerte del hombre descansa hecho un desastre tras el mostrador.
—Tómate tu tiempo —le espeta, meneando la macana en su dirección.
—Te luce. Puede ser una buena salida laboral para ti en el futuro.
—Púdrete. Y haz el favor de cerrar la puerta al irte. No quiero volver a ver uno como tú por aquí, siempre están dándome trabajos desagradables.
Regalándole una sonrisa, coge la tarjeta del guardia y la aprieta contra el ascensor. La puerta se abre y Tony entra girando el rostro para ver a Hoggan con una media sonrisa triste en el rostro.
—Sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero...
—Oh no, no me gusta a dónde nos lleva esto...—suspira, con un tinte irritado muy poco creíble en su voz—. Como dije, siempre me dejan trabajos horribles...
—Vigila al chico por mí —termina de pedir, haciendo caso omiso a sus quejas, así sepa que Peter lo odiara por ello.
—¿Por qué haría eso? —tercia mirándolo de lado—. Es decir, no te debo nada y aquí estoy ayudando en este plan tan cuestionable...
Sabe de sobra que intenta que admita algo, pero Tony no es idiota, sabe que en el segundo que le ponga nombre a lo que siente, no habrá vuelta a tras y no puede darse ese lujo.
Cuadra los hombros, alza el mentón y lo mira con toda la honestidad que le cabe en el cuerpo.
—Es cosa de otro universo, pero créeme, incluso mi variante te lo pediría si lo hubiera conocido —sentencia, y está seguro por la forma en la que Hoggan estrecha los ojos a esa lógica, que alguna parte de su sistema está de acuerdo con eso, así no logre entender de dónde venga.
Y es que Tony está seguro, seguro como que él se hace amputar un brazo por Miles y su seguridad, que esa orden la dio y a más de una persona. No interesa qué tan improvisada o repentina fuera su muerte. Esa orden debió ser dada o sobreentendida.
—Es un pobre muerto de hambre, huérfano de toda familia, que se encarga de ayudar a un descerebrado como Spider-Man. Necesita que lo vigilen periódicamente.
Lo ve menear la cabeza, como si lo sopesara, pero está seguro de que, esa cosa dentro suya que es incapaz de olvidar del todo a Peter, lo hará aceptar.
—Bien. Lo que sea. Nunca está de más tener buenos contactos y desde lo de May que no tengo ninguno capaz de llegar a él.
—Quid pro quo —asiente conforme, soltando las puertas para que pudieran cerrarse.
—Lo dudo, pero buena suerte.
Tony lo saluda con un guiño antes de que las puertas se cierren y otra vez en su interior una serie de sentimientos desagradables y completamente opuestos se desatan. Aprieta los ojos y toca el piso al que debe ir. El ascensor baja y su mente se desdobla en ese momento, lo que viene a continuación y lo que está pasando a kilómetros de allí.
*****
—¿Lo tienes? —pregunta Peter, ajustando la máscara en su rostro.
—Lo tengo, pero no creo que sea la mejor manera.
Peter aprieta los labios, sabiendo de sobra que en cualquier otro momento habría estado totalmente de acuerdo con él, pero no cede terreno.
—No importa si es uno, dos o todos. Solo necesitamos un buen golpe para que empiecen a respetar nuestra presencia.
El hombre a su lado menea la cabeza, claramente no muy convencido. Pero en el fondo sabe que tiene razón. Sabe que no pueden seguir permitiendo que esas personas se junten a plena vista, como si ellos no existieran. La gente en las calles debía saber que ahí estaban, y que estaban para cosas mucho más grandes que defenderlos de algunos atracadores menores.
Peter no olvida los moratones en la cara de Lucian. No, él debía demostrarles a niños como él que estaban allí para defenderlos de todos los villanos y que eso les diera fuerzas para resistirse a la tentación o al miedo de terminar entre sus filas.
—Deberíamos pedir refuerzos —comenta Daredevil, y es su turno de negar.
—Demasiado peligroso —argumenta—. ¿Tienes alguien al que le recomendarías meterse en ese edificio?
Peter sabía que había algunos buenos policías en el sistema, pero ni así se dejaría convencer de meter a un civil ahí dentro. Ese ramillete de delincuentes eran de la peor calaña, si tocaba matar a decenas de civiles lo harían sin pestañear. Y no había forma de que los exponga a posibles represarías si es que alguno de esos pobres desgraciados salía con vida de allí. La cabeza de Daredevil tenía el mismo precio que la de él, ellos ya eran dos condenados.
—Bueno, conozco a un par de personas que no les molestaría...
—¿Y las puedes llamar ya? —pregunta, escéptico.
—No ya, ya, pero si me dieras una semana para organizar todo...
—Yo voy a entrar esta noche —taja seriamente, sin importarle que suene como un terco—. No voy a seguir tolerando que hagan esto bajo mis narices. Si quieren juntarse para seguir dividiéndose mi ciudad como si fueran simples piezas coleccionables, al menos los haré mirar sobre sus hombros.
Da dos pasos en dirección a la calle, Daredevil lo frena y le mira al rostro. Con los ojos tapados como los tenía, Peter era incapaz de decir que ve en él, pero la forma en la que cuadra los hombros y los echa hacia atrás trae una descarga de alivio a su sistema.
Debería haberle dicho lo que estaba pasando en la Torre Fisk. Debería. Pero Peter no iba a poner en riesgo a Tony. Ya se encargaría él mismo de destruir aquel maldito lugar y asegurarse de que nadie más pudiera jugar con el multiverso. Empezaba a hacerse una idea muy clara de dónde habían salido las variantes que aparecieron años más tarde de su infructífero hechizo y la furia lo cegó por horas.
Su corazón sangró por años pensando que aquello era su culpa y ahora estaba casi cien por ciento seguro de que él no era quien debía pedir disculpas. Pero sería él quien le pusiera fin a aquello y lo haría sin ayuda de nadie. Sabía que el hombre a su lado era de confianza, pero Peter no podía revelarle ese secreto a nadie. Era el tipo de mierda que te comes solo y arreglas solo. Sabía de sobra que él no caería en la tentación de usarla. Ya sabía bien qué tipo de heridas te deja, no podía arriesgarse a que otro, así fuera un aliado, cayera en la tentación.
—Bien, lo haremos —suspira al fin—. Pero me seguirás en todo y si digo que nos vamos, nos vamos.
Peter le sonríe y finge que así será. Kingpin no se irá hasta que todo haya terminado en la Torre Fisk.
El auricular en su oído se calla cuando escucha a Happy despedirse de Tony.
Agradece que la máscara tape su rostro, porque escuchar la petición final de Tony había roto otros pedazos apenas útiles de su corazón. Estaba mal escucharlos, pero no había otra opción. Por no decir que el haberle plantado un micrófono a Tony mientras este no tenía idea en su último abrazo le daba una oportunidad de oro para ser una mosca en sus planes.
*****
Tras golpear a dos guardias y dormir a tres científicos, Tony llega a la puerta que estaba buscando. No ve señales de trabajadores nocturnos, pero eso no significa que no los haya. Con cuidado toma el arma de su cintura y apoya la tarjeta de seguridad de Weasley, que traía colgando dentro de la remera. Las puertas se descomprimen sin un solo titubeo y le corta la respiración. El inmenso espacio es ocupado por una larga y ancha pasarela que lleva de lleno al centro del colisionador. Una apertura da paso a un pequeño cubículo, no más grande que un ascensor transparente de dos por dos.
Todo el lugar estaba desprovisto de humanidad, era una sala completamente limpia y estéril. No costaría mucho aparecerte allí y no poder discernir dónde demonios es que estabas. ¿Hospital o laboratorio? ¿Presente o pasado? ¿Tu universo o cualquier otro?
Por un segundo imagina lo que hubiera significado para él aparecerse en ese lugar y tiembla. Si aparecer en medio de una calle fue, como poco enloquecedor, está seguro de que allí hubiera terminado muerto. Se habría liado a golpes con quien fuera con tal de entender qué demonios había pasado.
El lugar está vacío, tal como el plan de Peter había previsto. Hizo una maldita guardia con él; cómo había logrado memorizar qué científicos salían, entraban y trabajaban allí en doce horas era más de lo que Tony podía entender, pero estaba claro que el bastardo era bueno con los rostros y los planes.
Las puertas se cierran y deja en su bolsillo el pase, esperando no tener que volver a usarlo. Su celular vibra y por más que sabe que no debe, baja la vista y lo coge, leyendo con cuidado lo que Riri tenía para informarle.
Riri:
Se están moviendo hacia un edificio. Creo que van a entrar. No hay disparos. Todo bien.
—Todo bien —murmura sin creer esa afirmación, guardando el arma y el celular.
Con determinación se acerca a uno de los amplios escritorios. Había al menos cinco juegos de pantallas y teclados interconectados. Tony no necesitaba ser un genio para saber que para echar a andar la máquina no necesitaba más que una de ellas en funcionamiento. Tampoco necesitaba haberse aprendido de memoria el manual de usuario. Solo necesitaba lógica. Todas ellas recopilarían un sin fin de datos nuevos sobre lo que estaban viendo. En su búsqueda se había saltado los índices sobre información recopilada. No tenía tiempo para ponerse a averiguar qué demonios habían estado haciendo. Le dejó esos archivos a Peter y se concentró en cómo sacarse de aquel universo.
Pasa de largo, dirigiéndose directamente al fondo de la sala. Intenta no reparar en el escalofrío que le acarició la espina dorsal, ni hacerle caso a los pelitos de su nuca cuando estos se erizaran todos de golpe. No, mejor no darte cuenta del pánico y del terror que te envuelven. Ajusta su respiración cuando siente como el corazón se le desboca al frenar frente al colisionador. Enfócate, se ordena en silencio. Limpiándose en los pantalones las palmas de las manos.
Pasa saliva centrándose en no permitir pensamientos intrusivos en lo que activaba el panel de coordenadas de la máquina. Eso es, paso a paso, se felicita. Todo aquello era muy, muy normal. No había nada riesgoso en eso. Nada.
Pasea por el menú principal, selecciona la única cosa que parece ser el equivalente científico a: volver a casa y toma la tarjeta de acceso de Wesley cuando le pide un permiso. Respira con calma, sin inmutarse mientras la máquina da el veredicto sobre si la mierda de tarjeta que diseñó era o no útil. Ve como la pantalla se vuelve blanca a la espera de que introduzca el universo conocido, o le dé un rango de búsqueda y suelta de golpe todo el aire.
Siente unas repentinas ganas de llamar a Parker y regodearse en su éxito. La tarjeta había sido más que aprobada. El cálido sentimiento que lo invade se desintegra de golpe cuando piensa en dónde está el chico y resiste el impulso de tomar el celular y constatar con Riri la situación en el edificio de Hell's Kitchen.
Tony vacila cuando está por introducir su universo. Siente los dedos técnicamente agarrotados. Intenta enfocar su puñetera respiración, cierra los ojos y se da fuerzas en silencio, peleando encarnizadamente con esa parte de sí que le grita que se vaya de allí y no intente volver a un hogar que quizá ya no tuviera nada para él.
—Mal momento para dudar, Stark —se reprende, despegando con determinación los párpados.
Estira una vez más las manos y vuelve a poner los dedos sobre el panel. Con las tripas retorcidas y cada músculo en su cuerpo tenso, empieza a ingresar los números; pero una repentina vibración de su celular lo hace saltar hacia atrás. Coge por impulso el arma en su costado derecho y se mira a sí mismo como un idiota cuando el terror pasa tan de golpe como empezó. Con el corazón a punto de explotar en su pecho, Tony maldice y toma el puñetero móvil.
—¿Qué quieres? —gruñe a Hoggan, cuando este lo saluda alegremente.
—Qué tipo más grosero. Comprobación final, ¿te acuerdas? —le espeta molesto por su trato.
—¿No se suponía que tenía que llamarte yo a ti? —le gruñe al celular, cogiéndolo con el hombro para poder ponerse manos a la obra.
No quiere admitir que se siente más capaz y centrado ahora que está hablando con alguien. Así que en lugar de agradecer la interrupción y quedarse en la línea para no sentirse solo en ese momento, hace lo que corresponde y empieza a lanzar pullas al hombre que seguramente sabe que está aterrado y que le viene bien un poco de compañía.
—Puede ser que estuviera un poco aburrido aquí.
—Llama a Parker —comenta, terminado de teclear los dígitos que distinguen su universo de entre tantos otros.
El silencio prolongado de Happy le acaricia como garras afiladas la piel del pecho.
—¿Qué pasa? —pregunta con la voz rasposa.
—No creo que sea nada importante...
—¿Pero?
—Me tira al buzón. Se supone que no me tiene que tirar al buzón.
Tony mira el panel frente a él brillando con dos opciones y por más que se esfuerza por hallarle sentido a lo que lee, su vista se nubla al oír la preocupación velada en la voz de Happy.
—¿Desde hace cuánto no te atiende? —pregunta, sacando el pendrive que tiene en el bolsillo delantero del pantalón, insertándolo en la terminal.
La pantalla brilla una vez más, intentando advertirle que había un problema de interferencia, pero Tony corre por el laboratorio y arranca un teclado de una de las olvidadas computadoras. Lo conecta antes de que salte una alarma de seguridad y hackea el sistema antes de que pueda darle problemas.
—Hoggan —gruñe, terminando de ordenarle a la máquina que copie el respaldo de las últimas 48 horas.
El respaldo de Tony, aquel que le dejó a Peter en su taller, no decía nada de dos entradas a su universo. O eso creía, mierda, ahora no podía recordar para nada que mencionara dos universos con el mismo nombre. En el esquema multiversal solo había una rama con su número, no dos. Y estaba seguro de que esa pequeña rama no tenía una subdivisión por ningún lado.
Ahora la máquina le pregunta concretamente a qué versión de su Universo quería ir y Tony no tenía ni puta idea de qué significaba eso. La sub-denominación no le sonaba nada bien y no le gustaba nada que cuando empezó a ver las especificaciones de las dos versiones de su universo, la primera, esa que detectó la pulsera biométrica que Peter hizo en su taller, marcara la fecha y la hora exacta de cuando él se apareció allí.
—Happy... —susurra, teniendo que aferrarse a la terminal para no irse al suelo.
No podía ser... no podía ser que... ¿Cómo? ¿Cómo mierda?
—Desde que intenté avisarle que estaba en mi posición. Creo que hará algo estúpido, Tony. Y se aseguró que ni tú ni yo estuviéramos disponibles para evitarlo.
Un sentimiento completamente nuevo tira de él. Y tira con violencia en dirección a la puerta. Es el fin. Necesita ir a por Peter, necesita ir a explicarle lo que estaba pasando allí, lo que había pasado. Necesita pedirle aún más disculpas, necesita darle una explicación que lo libre de todo dolor, pero no puede hacer nada. Sus músculos se atascan cuando una alarma empieza a sonar con fuerza sobre su cabeza.
—Mierda. Tony, vete de aquí ya mismo.
—No, se acabó, saldré y volveré cont-
—Tony, esta puede ser tu última oportunidad —taja con la voz ahogada, mientras se escucha que empieza a moverse por el hall, trabando quizá las puertas del elevador—. Sal de aquí, me aseguraré de que el chico esté bien, pero vete ahora. Porque si nos matan por tu culpa, Dios, te buscaré y te acabaré.
—No entiendes, tengo que decirle a Peter que...
—¡Tony maldita sea vuelve a tu puñetero universo! —lo corta ahogadamente—. No perteneces aquí. Necesitas volver a tu hogar. Yo cuidaré del chico. No voy a dejar que nada le pase. Vete de una puta vez. No arruines tú también este estúpido plan.
La brutalidad de sus palabras le abofetean el rostro. Tiene razón. Tiene toda la razón. No puede seguir haciendo eso. No puede arriesgarse a quedarse allí varado y menos puede hacerlo si lo que le espera es tener que enfrentar el rostro de Peter cuando le confiese que cometió un terrible, terrible error.
—Bien. Pero, hazme un favor. Dile a Peter que no fue su culpa. —dice, antes de tocar la segunda versión de su universo, porque pasara lo que pasara, Tony tenía que averiguar qué demonios habían hecho por segunda vez en su casa.
Toma el pendrive, y se mete sin dudar en la máquina.
—Ya estoy listo —le dice a Happy al teléfono, pero este no llega a responder cuando el ruido de un disparo suena limpio por la línea.
Tony se inclina con un jadeo cuando lo oye maldecir porque le arruinaron el traje. Se mantiene con determinación en su lugar cuando las puertas se cierran, atrapándolo. Aprieta los ojos, el pendrive y el gafete de mierda que traía consigo. Maldice y ruega a la entidad a cargo que todos estén bien.
Una voz mecánica sale por una especie de altavoz sobre su cabeza. Inicia un conteo hacia atrás desde el diez. El calor se dispara de un segundo a otro. Los paneles internos de aquella lata de atún moderna se activan y deja de poder ver a través de lo que él pensó era cristal. Todo el maldito lugar empieza a brillar.
El teléfono emite un pitido y Tony se lo saca del oído para ver la pantalla, casi estupefacto de tener señal.
Riri:
Ya se escuchan los disparos. Marqué al número que me disté, pero no me contestan. Si no logro divisar el sujeto en las inmediaciones, llamaré a la policía, Real. Parece cuatro de julio ahí adentro.
—Maldito Peter Parker —gruñe Tony, apretando con toda la furia que le recorre las venas el celular—. Happy, el cabrón le tendió una emboscada a Kingpin.
—¿Parker? —jadea soltando una nueva ráfaga de tiros—. Dia-los, veía bas-nte in-gnific-te a de- ve-ad
Tony maldice al casi no poder entender y se da cuenta de que no le queda tiempo.
—No, Spider-Man, pero Peter está ahí —gruñe impotente, empezando a sentir gotas gruesas de sudor por su espalda—. Happy, tienes que ir a buscarlo. ¿Happy? ¡¿Happy?!
Cuando vuelve a bajar el celular, ve que la llamada se ha cortado y que la barra de la señal marcaba una gran x en su lugar. Tiene tiempo para soltar una última maldición. La grita, y la furia y la impotencia le desgarran la garganta cuando todo a su alrededor explota en una bola de luz.
Cae de rodillas al piso, con la respiración completamente agitada. El dolor en cada parte de su cuerpo le hace soltar un gemido. Se intenta aferrar el rostro, siente que le arde toda la piel.
Genial. Simplemente genial. Ahora está a merced de quién sabe lo que estaba pasando fuera, con toda la piel chamuscada.
Intenta pararse, reorganizar sus pensamientos en una lista: ir a por Peter y estrangularlo por mentirle y volver a planear como mierda irse. Es un poco robusta, pero ha tenido peores.
Un grito le hace abrir los ojos, pese a que el dolor es insoportable. Una figura familiar viene a su encuentro, pero está demasiado oscuro, o antes estuvo demasiado brillante y hasta que no la tiene técnicamente encima no puede distinguirla.
—¿May? —susurra, viendo a la mujer que frente a él retrocede con una mano en el pecho y otra en la boca— ¿May, que...? —pregunta, con la mente totalmente en blanco, parándose como puede para sujetar a la frágil mujer que lo mira con ojos desorbitados y llorosos.
Algo en el taller cae a lo lejos. El estallido de vidrio solo enaltece la acrobacia aérea que termina en una mortal hacia atrás.
—¿Por qué dejas que May esté sola en el taller, Morales? —le gruñe por inercia al gran chico embutido en mallas negras y rojas, frente a él—. ¿No aprendiste nada de lo que pasó la última vez que estuve aquí?
—¡Oh, Anthony! —grita May, como si su reto hubiera sido todo lo que necesitaba para convencerlo de que era real.
Tony le sonríe cuando ella se lanza a abrazarlo. Agacha la cabeza para que pueda tocarle el rostro. Apoya las manos sobre las de ella y aprieta sus arrugados dedos.
—Hey, tía —la saluda con amor, sintiendo que algo dentro de él despierta—. No habrás creído que ibas a liberarte de mí, ¿verdad?
La pobre menea la cabeza y le da un golpe tosco en el brazo, riendo y llorando a partes iguales. Miles despierta cuando el sonido de su quejido termina de consumirse en el aire. Antes de que pueda amenazarlo con arrancarle alguna extremidad, el maldito suelta un grito y corre hacia él. Intenta correr a May, pero Miles la atrapa en el abrazo sin vacilar o pensar en la espalda de la pobre.
Empieza a soltar quejidos indignados, pero May se ríe, Miles grita lleno de júbilo y Tony, que en el fondo se empieza a desmoronar, menea la cabeza, resignado. De inmediato los aprieta más contra su cuerpo intentando acallar la voz en su cabeza, pero esta sigue gritando. Se concentra en la voz de Miles, en sus cancioncillas divertidas de celebración. No puede pensar en lo que esa voz dice. Se convence de que mientras él está allí con May y Miles, no puede ser que, en otro universo, esté muriendo otro Peter Parker.
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