XIX

¿La peor parte de un Peter Parker? Tener que despedirte dos veces de él. No hay forma de que eso no termine de romper tu corazón. 


Las cosas iban bien, lo que, de por sí, era más de lo que secretamente se había atrevido a imaginar. Habían pasado cinco días desde su regreso y ya había vuelto a poner todo en orden.

El miedo era así de eficiente.

Es decir: él soñaba, de manera puramente irracional, que todo estuviera casi tal cual lo dejó. Pero solo se atrevió a imaginar lo que finalmente vio con sus propios ojos.

Con sobrada astucia se las habían ingeniado para fingir que Tony había perdido la chaveta y se había vuelto, como muchos, un psicótico con agorafobia. Malditos bastardos. Malditos, pero inteligentes, bastardos. No iba a ser él el primer millonario al que se le iba la olla luego de llegar a la cúspide del poder.

Sus empresas siguieron funcionando, sus negocios siguieron creciendo y gracias a sus únicos dos hombres de confianza, todo había andado sobre ruedas, sin desviarse ni un poco del camino que él trazó hace tantos años.

Le picó un poco, no va a mentir al respecto. ¿Qué tan importante eres si todo continúa tal cual lo dejaste sin tú estar ahí? Calmó a su ego diciéndole que era tan malditamente bueno en lo que hacía, que había conseguido un equipo así de eficiente, pero picó. Picó más de lo que a priori pensó que haría, porque hasta un obtuso como él podía reconocer el trasfondo subyacente que existía en que el mundo continuara tal cual estaba sin ti en él.

Rhodes y Jarvis habían logrado hacer parecer como que era él el que tomaba las decisiones y los mandaba a ellos a distribuirlas dónde fuera necesario. Pensó, quizá una o dos veces, en que, si bien no tenía un Happy Hoggan, tener un Rhodes y un Jarvis resultó igual de productivo. En especial teniendo en cuenta que estaba prácticamente convencido de que Rhodes lo odiaba y de qué en el momento en que él desapareciera de la ecuación, se encargaría de llevar sus negocios de otra manera. Siempre contó con que Jarvis lucharía por mantener la vara moral que Tony seguía como buen terco que era, pero saber que Rhodes no había pisado el palillo y había decidido hacer que sus líneas armadas fueran más comerciales fue una grata sorpresa.

—Tony...

Alzando la cabeza de la estufa, sonríe con amabilidad a la mujer que le acaricia el brazo.

—May —la saluda, inclinándose para que lo pueda besar en la frente.

—¿Desayuno? —le pregunta, con una sonrisita ladina, que a su edad y con las arrugas en su rostro, era absolutamente adorable.

Su corazón se estruja como cada mañana cuando la ve andar por la casa recién despierta, con una bata gastada y las pantuflas que MJ le compró la última navidad que él estuvo allí.

—La comida más importante del día —confirma, señalando el islón que tenía a unos metros, para que ella se siente.

—No me hagas esos gestos, niñito —lo reprende, alzando el dedo acusador en su dirección—. Más bien ve tú a sentarte, no quiero que arruines mi... —pero se va callando a medida que sus ojos revisan el mesón junto al fuego.

El desayuno estaba casi completo. Tony había puesto una alarma en su celular para asegurarse que ese día él podría despertar antes que esa testaruda y madrugadora mujer.

—He sobrevivido cinco años haciendo mis propios desayunos, ¿sabes? —se queja, solo por pelear.

No había forma humana de expresarle verbalmente lo inmensamente feliz y agradecido que estaba de tenerla allí. Estaba seguro de que hubiera caído en la demencia de no tener a esa mujer para distraerlo cada vez que su mente quería recrearse en el recuerdo de los gritos de Happy, los mensajes de Riri y el silencio de Parker.

Claro que el motivo por el cual eso era posible ya había sido solucionado. No porque Tony quisiera que se fuera, sino porque no iba a permitir que un puñetero banco sacara a la pobre May de su apartamento sin más.

La plata que habían intentado usar no había conseguido obligarlos a dejar en paz el viejo edificio, pero, la visita del nuevo ermitaño de moda consiguió hacerlos replantearse un par de cosas. Vio en sus ojos la duda, hasta que Tony les sonrió cruzando casualmente sus piernas y dijo palabras mágicas para todos los presentes: "Mí tía vive en ese edificio". Eso fue todo, entendieron el peligro sobrevolando sus cabezas. Tony tenía reales motivos para arruinar sus existencias y mágicamente, esa misma mañana, le llegó la orden de que el complejo que querían construir en esa zona de Queens había sido pasado a una zona en Brooklyn.

—Has cambiado tanto —susurra la mujer, acariciando con la punta de los dedos los dos juegos de platos con lonchas de tocino, huevos revueltos y tostadas—. Aún recuerdo la primera vez que te puse a pelar patatas. Ni siquiera entendías qué hacer con el pelador.

Tony hace una mueca contrariada al recuerdo.

—Diste un arma blanca a un niño de 13 años, tenía derecho a verme impactado. Había pedido una por años —añade, divertido.

May sonríe recargándose para ver como Tony coge la espátula y voltea el hotcake que estaba preparando para cuando Miles llegara. Lo deposita en la torre que ya había acumulado en un plato extra y corre del fuego la sartén.

—Lo has hecho bien —le dice regalándole una sonrisa llena de afecto—. Debió ser horrible, pero has sabido salir adelante —musita orgullosa, torciendo el rostro, recorriendo sus ojos, su rostro y su pecho—. Me alegro de que hayas podido volver a casa, Tony.

La palabra se estrella en su cara como un bofetón. La incomodidad que deviene a ese impacto logra sortearla componiendo una sonrisa tensa.

Casa.

Quizá estuviera en el edificio indicado, en el universo correcto, con las personas que conocían su historia y su vida, pero ¿en casa? Quizá si hubiera viajado a una versión de su universo en la que Peter aún vivía, en la que estaban en la universidad podría decir eso, pero ahora se da cuenta algo que muy probablemente debió notar en cuanto rearmó su vida apenas un mes después de aterrizar en otro universo: no estaba intentando volver a casa. No había algo así para él en un mundo que solo existía en su corazón por la promesa que le hizo a un muerto.

Y, haber vuelto y ver a todos casi en las mismas condiciones que estaban cuando los dejó, solo fue un duro refuerzo de lo que en silencio muchas veces desde su adolescencia creyó: allí no era necesario. Quizá para Peter, su Peter, lo fue. Y quizá, Dios, quizá, para otro Peter, en otro universo, así no fuera su versión original, también pudo llegar a serlo.

—Yo también me alegro de haber vuelto. Te extrañaba —añade, intentando desterrar esos peligrosos pensamientos. Necesitaba enfocarse o caería en la locura—. Te extrañé mucho —especifica, dejando que la dura costumbre de cerrar la boca antes de hablar le prohibiera expresar aquello.

Maldición, ni siquiera se había dado cuenta cuánto la había extrañado hasta que la empezó a ver cada mañana al despertar, preparando el desayuno para dos, como tantas veces hizo cuando Peter y él volvían a Queens en vacaciones y las fiestas.

—Te extrañaba antes de desaparecer, a decir verdad —añade, bajando la vista, incapaz de mirar los ojos azules de la mujer.

Ve los huesudos dedos acariciar su brazo y darle un sentido apretón. Le daba vergüenza admitir que había sido un desgraciado con ella. Le daba vergüenza reconocer que estuvo años evitándola por el dolor que le traía su sola presencia.

—A veces nos cuesta encontrar el camino, pero siempre conseguimos volver —comenta, alzándole el mentón con un suave toque—. Y tú siempre fuiste un chico inteligente. Tarde que temprano ibas a conseguir volver para poder poner todas las cosas en orden y seguir con tu vida.

Tony esta por decirle que sí, pero ella aparta la mano y le da resuelta unas ligeras palmadas en el brazo, finalizando la discusión. Estrechando la mirada, la ve evaluar el desayuno. Se sacude la sensación de que algo se le escapa cuando la ve tomar uno de los platos y olfatearlo con un asentimiento satisfecho. Intenta analizar en silencio sus palabras, pero por más que no hallaba nada raro, la forma en la que lo dijo, como lo miró, le daba la sensación de que había algo que se estaba perdiendo.

En cuanto hubieron tomado asiento, May volvió a atacar con su tema favorito y Tony se las arregló para pasar las palabras ácidas por su garganta herida. Le habló un poco más de Peter, de su trabajo, de sus estudios y de sus citas.

Tony, con bastante incomodidad, inventó muchas anécdotas de Peter y sus hábitos diarios. Era sorprendente lo poco que sabía de su jodida vida, pero se las arreglaba para entretenerla lo suficiente con las cosas que sí sabía.

No tenía corazón para pedirle que dejara de una vez de atormentarlo con esa montaña de recuerdos que solo le hacían daño. En especial porque ella siempre estaba meneando la cabeza y rezongando en voz alta, indignada con este Peter que se alimentaba a base de comida de puestos callejeros y no tenía un régimen más saludable de citas.

Quería pensar que era célibe y que el mal nacido (vivo como por Dios debía estar) estaba siendo muy malo en cumplir su promesa de sacarle provecho a su cuerpo. Cuando se dio cuenta de que esa idea ahuyentaba a los fantasmas que se ponían a rondar cuando pensaba en Peter con otros seres humanos de la misma manera que estuvo en su cama, se aferró a ella.

Claro que ella también sonría conforme con volver a escuchar en bucle la tarde que Tony pasó en el centro barrial y lo mucho que había aprendido del trabajo comunitario y social que hacía Peter ahí.

No tuvo valentía para contarle que se las ingenió para tenerlo desnudo en su cama. No señor. Era loco, pero no suicida. Para una mujer de 70 años, pensar en un Peter de apenas 23 era como hablarle de un nieto lejano, y Tony no quería ver qué le hacía ese bastón más grande y pesado que ahora usaba a sus pelotas. Para nada.

No necesitó decirle que la había jodido con él. Ella sola lo dedujo en su primer desayuno juntos, donde se encargó de arrancarle cómo estaba, cómo había sobrevivido, cómo pudo volver.

Cuando el nombre salió por sus labios, May lo miró y lo supo. ¿Lo remediaste? Fue lo único que preguntó luego de que el silencio por la culpa y el miedo a que le hubiera pasado algo mientras él desaparecía lo callaron. Hice todo lo que pude por asegurarme de que su vida fuera como siempre debió ser. May lo miró y soltó un largo suspiro, meneando la cabeza con amabilidad. Tony, nunca se trató del dinero. ¿Arreglaste las cosas? Con ese Peter, como con el mío, ¿lo arreglaste?

Pensó en el maldito beso, pensó en el dolor que había fracturado la voz de Peter y pensó en la tristeza que inundó sus ojos cuando se vieron por última vez. También pensó en la terraza, pensó en la forma en la que se abrazaron, pensó en la forma en la que se derrumbó contra su cuerpo y lo parecido que había sido a la primera vez que lo tuvo frente a frente. La misma confianza, la misma seguridad, la misma fe en que no haría nada por herirlo. Sí, lo hice, aseguró, pese a que no era digno de que Peter lo dejara partir con esa confianza en él.

—¿Y dices que es ingeniero en una empresa? —vuelve a preguntar como quien no quiere la cosa, como si Tony no le hubiera brindado ya esa información.

—Sí, aparentemente este si decidió sacarle provecho a ese título —corrobora, intentando no pensar en el susodicho y las cosas que le había hecho en su maldito mesón de trabajo.

Tiene que cerrar las piernas cuando el recuerdo de Peter retorciéndose de placer mientras embiste contra su boca incrustado a fuego en su mente lo ataca.

—Es ingeniero jefe, pero su taller es una ratonera. Ni ventanas tiene —añade, creyendo que ese pequeño detalle aún no lo había mencionado—. No tiene ni ventanas —repite más bajo, recordando lo molesto que se había sentido al ver el maldito lugar de trabajo— Es así —continúa con fastidio, separando apenas el pulgar del índice, para dejar en claro su punto—. Y todo es viejo. Y su jefe es Osborn. Osborn. ¿Lo crees? Al menos creo que es más listo que el que tenemos aquí, pero igualmente, Osborn... Jamás logró nada destacable, espero que si lo tiene en la nómina eso cambie.

—Oh, pobre Peter... —murmura May, cruzando sobre el plato que apenas había tocado sus cubiertos—. Pero seguro que irá a mejor. Si es igual de inteligente que mi Peter, este solo es el comienzo. Y es tan joven...

—May, tienes que comer un poco más —apuntala, mirándola sobre la montura de las gafas—. MJ dijo que necesitas comer bien, porque esos medicamentos...

Chistando, menea la mano frente a su rostro y se acomoda mejor en su silla.

—Nada de medicamentos en el desayuno —lo reprende, pero Tony aprieta los labios y mira impotente el plato.

No había esperado que las cosas fueran perfectas, pero saber que May moría, era solo un peldaño por debajo de su peor pesadilla. La testaruda mujer se negaba al trasplante y de esa manera lo único que les quedaba por ver era como su cuerpo se degenera y se auto destruye a sí mismo.

No pudo culparla ni intentar convencerla. La mujer enterró a su marido y a su sobrino, y había tenido el nada placentero placer de sobrevivir al último de los Parker durante cinco años. Era entendible que estuviera lista para que la vida siguiera su curso natural, el que habría seguido si la medicina moderna no hubiera avanzado como lo hizo.

En el universo de Peter, el otro Peter, quizá hubiera muerto ya. No le dijo eso, no le dio ese disgusto. Tenía el equivalente al cáncer de páncreas y por más que sabían que no iba a ser lindo, en el momento en que ella lo pidiera, todo se habría terminado. Era una mujer muy dura para apurar el final, pero no lo retrasaría. Cuando su cuerpo simplemente fuera una carga pesada, cuando el dolor no pudiera ser acallado, ella podría poner remedio al dolor que la acompañaba cada día desde que Ben murió.

Juntando aire, se corre las gafas y está listo para soltar algún sermón, pero la puerta se abre a lo lejos, y luego de una caminata rápida, MJ entra por la cocina.

Aún le sorprendía verla, ver lo diferente que estaba. Su pelo negro y rizado se amoldaba mucho mejor al tono de su piel. También lo hacía la ropa elegante que ahora usaba. Aparentemente, la nueva vida de MJ no solo había incluido una nueva pareja, sino que un cambio radical de imagen.

Tony se imaginó, porque así lo sintió él, que el dolor por seguir viviendo la vida como si Peter fuera a volver era demasiado duro.

No, no podías quedarte en casa y ver como pasaban las horas y no volvía de la escuela. No, no podías ir a comprarte el tinte si no ibas a ver sus asquerosos ojos morirse de deseo cuando el pelo rojo recién teñido caía de una coleta alta y lacia. MJ había abandonado la vida bohemia y se había metido a trabajar en la NASA, donde poco a poco se hacía un nombre.

—May, te dije que teníamos que ir al médico —se queja, poniendo los brazos en jarras, tamborileando el pie sobre el mármol del suelo—. Tony, te mandé a tu correo la agenda de turnos...

—Lo siento, explotó una vez que entre de nuevo en este universo y... —un ruido de algo cayendo lejos hizo que todos volvieran la vista y el novio de MJ entra por detrás de ella, con los pedazos de un jarrón entre las manos.

El rostro de MJ se suaviza al verlo y Tony se ríe un poco cuando la ve pelear contra una sonrisa.

—La adoro, pero tiene un gusto peculiar por los hombres —dice May por lo bajo, frunciendo los labios.

Tony piensa que más que peculiar, tenía uno muy marcado. Jonah Jameson era castaño como Peter, con el mismo color de ojos, casi la misma contextura muscular y la misma personalidad patosa pero adorable de Golden Retriever.

La única diferencia con su antiguo esposo era que John era más alto que ella y menos apuesto que Peter. Porque Peter era más atractivo que cualquier prospecto que pudiera volver a conseguir MJ, sin ofender.

—Lo siento —se disculpa el hombre encogiéndose de hombros, inseguro a cuál de todos mirar por el perdón.

—Ah, no te preocupes querido, hay demasiados en esta casa. Parece un museo. Es un horror encargarse de la limpieza —dice May, como si ese fuera un problema que ella debía solucionar, enderezándose con cierta dificultad—. John, ven hijo, acompaña a esta vieja que tiene que subir las escaleras. Enseguida bajo, querida.

Jameson, que Tony aún no podía creer que pareciera más que dispuesto a desvivirse por la tía de la anterior pareja de su flamante futura esposa, se acerca a May y le tiende el brazo con una sonrisa galante.

—Un placer. Ah, eh... señor Stark, buenos días.

—Más que buenos ahora que te veo por aquí vestido así, Jonah —responde dándole un nada sutil repaso a su cuerpo enfundado en el traje típico de los pijos de la NASA, guiñándole un ojo cuando el escrutinio lo vuelve a llevar a su rostro.

El hombre no se inmuta. No mucho, al menos. Se pone ligeramente colorado, pero como era ya su cuarto encuentro forzoso, empezaba a captar que Tony jamás iba a perder una oportunidad para ligar con él. Le interesa poco y nada molestarlo, pero estaba seguro de que su amigo agradecería que lo hiciera. Quizá no de manera verbal, pero mientras lo amonesta, seguro que el hijo de puta lo miraría con satisfacción.

Jonah solo se ríe, meneando la cabeza, lanzándole un beso a su prometida mientras May se gira y le da un golpe duro con el bastón en el brazo.

—¡May!

—Compórtate, Stark. Pensé que habías aprendido modales.

—No soy un perro —se queja, sobándose el brazo—. Mierda, esa cosa duele —gime a MJ cuando quedan solos y ella se deja caer en la silla que ocupó May—. ¿No se supone que está perdiendo la fuerza en los huesos?

—Deberías dejar de molestarla. Odia que actúes como una gata en celo —responde sin prestar atención, seleccionando qué del plato iba terminar.

—Allá hay más si quieres —dice refunfuñando—. A ti no te molesta y es tu prometido.

—Vamos, ¿de qué me voy a preocupar? No pudiste sacarme a Peter y a ese sí que tuviste tiempo para quitármelo —se ríe engreída, tomando de un bocado una de las lonchas de tocino—. Menos me voy a preocupar por John.

Tony le rueda los ojos.

—Jamás tuve una sola chance de hacerlo. En cambio, tu nuevo prometido...

MJ es quien ahora rueda los ojos y niega, estirando la mano para ver la taza.

—Eres una vaga —le espeta Tony, enderezándose y arrebatándole la taza de la mano al verla hacer un puchero—. Son menos de dos zancadas —la reprende sirviendo un buen chorro de café de la máquina.

—Nunca pensé tener vida para ver al grandísimo Tony Stark sirviéndome un café.

—Diría que saques foto, pero cobro por eso —espeta volteándose para dejarle la taza y poder volver a su asiento.

—Sí que has vuelto humilde y hacendoso de tus vacaciones multiversales. Miles me dijo que el otro día te vio barriendo el taller. Barriendo. Apostaba a que no sabías cuál era el lado que se usaba en el piso.

—Mocoso traidor...

MJ se ríe y toma un poco del café. Tony se regodea al verla gemir de placer. Sí bueno, había aprendido a dominar la puta cafeína con el correr de los años. Y lo más curioso era que gracias a la escasez de marcas en el universo de Peter, había conseguido hallar una que valía la pena. Fue un alivio encontrar en la tienda online la misma marca y ver qué era igual de sabroso.

En su universo había casi dos góndolas enteras solo para cafés. Esa fue una de las miles de pequeñas y casuales diferencias que habían conseguido mantenerlo impresionado los primeros tiempos. Tony los pedía para llevar. Mucho más fácil y menos problemático, pero en el universo de Peter esas opciones estaban descartadas. No tenía fondos para ello y cuando los tuvo, ya era demasiado autosuficiente como para recordar que solía tercerizar ese tipo de trabajos.

—Demonios, está muy bien —se queja—. ¿Trabajaste de esto?

—Por Dios, con quién hablas —resopla molesto por la insinuación.

—Es verdad, seguro te prostituiste.

Tony la mira desconcertado y MJ baja la taza con una expresión culpable en el rostro.

—Dime que no —pide con la voz pesada y baja.

—No sé si me preocupa más que me conozcas lo suficiente para saber que eso fue lo primero que vino a mí mente. O me molesta que no creyeras que lo primero que hice fue meterme a trabajar en el mercado negro —murmura, mirando al vacío.

La escucha maldecir y disculparse. Pero menea la mano desinteresando de sus disculpas. No le llevaba el apunte. Para él era lo mismo. No creía que tuviera de qué ponerse rojo o sentirse sucio. Usar su cuerpo para sus beneficios personales era igual que usar su cerebro. Solo que uno, por algún motivo que no entendía bien, era vergonzoso y el otro traía laureles.

—Deja de mortificarte, Watson Jones, cobré lo suficientemente alto para mantener la dignidad intacta.

MJ se ríe, pero lo hace con un punto histérico. Menea la cabeza y la tuerce, mirándolo con disimulo. Espera, pero ella repite lo mismo que los últimos días y solo se queda en silencio viéndolo.

—Pregunta, MJ, te dará un derrame pensarlo tanto —le suelta, recargando los codos sobre la mesa, impidiendo que pueda fingir que no tenía algo atragantado desde que se vieron por primera vez desde su vuelta.

—May... ella dijo que... lo viste.

Tony junta aire. Había esperado eso, claro. Sería lo primero que hubiera preguntado en su lugar. Decía mucho del autocontrol de MJ no haber soltado eso en la primera oportunidad que tuvo.

—Lo hice, sí. Él me ayudó a volver.

Lógicamente siempre supo lo mucho que ella amaba a Peter. Siempre. El único motivo por el cual no puso el grito en el cielo cuando fue claro lo de ellos fue porque podía ver en la mirada de la chica lo que sentía. Era molesto, pero lo aceptaba porque Peter no merecía menos que esa mirada.

Ahora, algo viejo y que de verdad no notabas era que faltaba brillo en sus ojos, y Tony siente un sacudón horrible de celos. Su estómago se contrae e intenta recordar que ella está hablando de su Peter. Ella está pensando en su Peter. No en el de él. No en ese chico que se retorcía de placer cada vez que se le acercaba lo suficiente y se ponía colorado a la mínima que lo provocaba.

—¿Y era...?

—Exactamente igual. Un calco. Pero con veintitrés años.

—¿Veintitrés?

—Sí, apenas dejó la pubertad. Fue desesperante de ver. Y malo para mí orgullo. Había olvidado lo joven que se veía a esa edad.

MJ se ríe ligeramente, dándole la razón sin estar escuchándolo en verdad. La ve morder su labio y juguetear con la taza. Tony suelta un suspiro y le arrebata la taza, haciendo que ella alce la mirada.

—Allí también estuvo contigo. Solo que... fue distinto. Te encontré en su anuario escolar. O sea que se conocieron en la secundaria. Empezaron a salir en su último año —le explica, intentando cuadrar las fechas de blip, el año que su variante trajo a todo el mundo de regreso y las del año escolar de Peter.

Parker había sido muy hábil al contarle su historia. Mencionó dos amigos, pero en su taller, cuando le confesó toda la verdad, Tony supo de inmediato que MJ fue la chica con la que intentó salir. Nunca cometió el error de darle nombre, pero él sí que la reconoció en su anuario y supo que así como ellos estaban destinados, Mary Jane Watson Jones también lo estaba.

—Estuvo conmigo —repite, enfatizando el tiempo que escogió para referirse a su relación.

—Cosas de Spider-Man —dice, sintiendo que le debía una explicación—. Tuvo que permitir que lo olvidarás.

—¿Olvidarlo?

—Es complicado y largo, pero resultaste herida en una de sus cosas de Spider-Man y cuando fue el momento de volver a buscarte para que pudieran estar juntos, entendió que lo mejor que podía hacer por ti era mantenerte lejos del peligro.

—¿Me dejó?

—Técnicamente —enfatiza, intentando suavizar el asunto—. Solo técnicamente, lo hizo.

—Vaya. Eso quiere decir que siempre voy a perderlo, ¿no?

Tony no tiene mucho que decir a eso. No tenía en claro si Peter iba a poder sostener por siempre esa situación. Y así le desgarrara por dentro pensar en Peter claudicando y volviendo a buscar a MJ, tenía sentido si luego de suficiente tiempo solo, decidía dejar de ser un puñetero mártir, y entendía que se merecía el amor y la preocupación de unos pocos.

—¿Y tú? ¿Qué... qué relación tenían?

—Pues, eso fue aún más curioso. Mi variante era... hum... su mentor —murmura, sin ánimos de decirle a ella lo que terminó deviniendo esa relación—. Algo como lo que Peter intentó con Miles.

—¿También tenías poderes arácnidos?

—No... mi variante se convirtió en un superhéroe, pero sin poderes. A menos que cuente su inteligencia como superpoder.

MJ lo mira por unos segundos en silencio antes de estallar a reír. Rueda los ojos y se tira hacia atrás, dejando caer la espalda sobre la silla.

—Ya. Ríete. Solo mueres de envidia.

—No. No. Lo siento. Es que... Dios, solo alguien como tú sería capaz de volverse un superhéroe sólo valiéndose de su inteligencia. Es decir, no se me ocurre a alguien más arrogante que tú para lograr eso.

—Si bien, fue una pésima idea. Al final acabó muerto.

La risa de MJ se corta abruptamente y lo mira impresionada.

—Demonios. ¿Y Peter...?

—No pudo salvarlo. Como yo no pude salvar a... bueno, ya entiendes lo jodido que quedó.

—Pero, si no estoy con él y tú no estás con él... ¿May es todo lo que tiene?

Tony mira hacia la entrada de la cocina, viendo que la mujer no esté por entrar. Había omitido eso porque no quería que ella pudiera preocuparse por algo que ya no tenía solución alguna.

—Murió también —musita, odiándose una vez más por el maldito comentario que hizo de ella en el auto con Peter—. Eso que lo hizo alejarse de ti la mató primero. Por eso te dejó atrás. Porque con May muerta, no podía arriesgarse a perderte de la misma manera.

Sus ojos verdes se clavan en él y Tony percibe algo que hacía mucho no veía en ellos: desprecio.

—¿Y está solo?

—Es un chico duro, MJ. Cómo el nuestro —dice, incómodo con la acusación en su mirada.

Él no había hecho nada para que eso fuera así. Mierda, así fuera de la peor manera posible, hasta intentó dar vuelta a esa situación.

Luego de un largo silencio, MJ hace algo que no espera y niega vehemente.

—No —taja repentinamente seria—. No es cómo el nuestro. Peter jamás aceptaría abandonarnos, Tony. No me alejó cuando me corrieron de la universidad. No te dejó a ti cuando decidiste correrlo de su vida. No dejó a Miles cuando lo encontró en ese colegio de Brooklyn. Nuestro Peter no deja a la gente atrás. Sabe que la soledad no es una opción, sabe que esa solo es la salida fácil.

—Bueno, la vida fue bastante injusta con él cuando era solo un niño, Watson, tenía derecho a encerrarse en sí mismo y no permitir que vuelvan a herirlo —le escupe molesto con su respuesta.

Qué fácil era para ella decir algo así. Qué fácil lo era cuando no tenía ni la más mínima idea de todo lo que Peter había pasado, de todo lo que le habían quitado.

MJ asiente, pero Tony sabe que está lejos de darle la razón. Como siempre pasaba con ellos, MJ se endereza y se alisa la ropa, lanzándole una mirada a la puerta de la cocina.

—En fin, suena a que no era un calco de Peter. Suena a que se parece mucho más a ti que a él.

Y Tony está por rebatir eso, pero se calla al darse cuenta de que, de hecho, podía ser verdad.

¿No fue exactamente eso lo que lo alejó de Peter? ¿No fue el miedo a que alguien pudiera volver a herirlo? Tony no quiso mantener cerca suyo a la única persona que tenía todo para poder destruirlo con un doble rechazo. Alejó a la única persona que genuinamente amaba y con ella al resto del mundo.

Se queda en silencio cuando ella le dice que le avise al par que ya tendrían que estar por bajar que los esperaría en el auto.

—Ah, eh... ¿Y lo dejaste así?

—Así cómo —pregunta impaciente, intentando no gruñirle.

—Así solo, Stark. ¿Te fuiste y lo dejaste solo?

—No es Peter —responde, sintiendo un horrible retorcijón en el estómago—. No es mi mejor amigo. No le debía la lealtad que le debía al enclenque de trece años que entró al MIT hace veinte años.

—No, pero lo dejaste solo de todos modos.

—Bueno, creerlo o no, tenía responsabilidades que atender aquí. Miles, May, tú... —enumera al ver qué ella alza una ceja sin entender—. Se lo prometí a Peter. Vigilarlos a todos ustedes.

Con un gruñido, MJ alza las manos al aire y niega repetidas veces. Da un respingo cuando al bajar la vista, sus ojos desprenden un desprecio jamás visto. Es decir, no eran amigos y apenas se soportaban, pero ambos habían conseguido domesticar sus respectivos genios. Y ella era la mejor de los dos.

—¿Quién te dijo que éramos tu responsabilidad, Stark? —sisea—. Dices que dejaste solo a Peter porque... ¿por una estúpida promesa que seguramente hiciste sin siquiera entender qué demonios te pidió?

—No tienes idea de lo que hablas —le espeta contrariado por su arranque.

—¡Claro que lo sé! —estalla dándole un golpe al piso con el pie—. Maldita sea, lo sé mejor que tú. No te necesitamos. No te pidió que nos vigiles porque tuviera miedo de que nos pase algo.

—Puede ser que tú no. Pero ¿ella? —se queja no muy seguro de por qué estaba siendo atacado.

Sería esa la primera vez en su jodida vida que hacía las cosas como correspondía. ¿A cuento de qué ella lo acusaba?

Pero ante de que pueda pensar en cómo demonios hacer esa puñetera pregunta, MJ ríe y frunce los labios en una mueca aireada.

—A veces no sé si eres ciego, idiota o si en verdad solo es que tus padres realmente te jodieron. ¿No sabes lo que ella y él necesitaban? ¿En verdad no lo sabes? May, Peter, ambos solo necesitan una cosa. Una patética cosa —remarca con desdén.

Tony la mira incapaz de entender qué demonios la había molestado tanto. Casi está seguro que la maldita solo estaba siendo así de cruel y mezquina porque se había enterado de que la habían votado en otro universo, pero incluso si eso era así, era mucho.

—¿Y qué será eso? —espeta intentando por todos los medios mantenerse en la senda del señor.

Peter era capaz de volver de la tierra de los muertos a degollarlo si se le ocurría ponerse a decirle groserías a su viuda. Recuerda con dolor la forma en la que el otro Peter se derrumbó derrotado e ido entre sus brazos en el taller. No podía dejar que su mente y su boca se las ingeniaran para salirse de su riguroso control. Cómo su filtro humano se viniera abajo, Peter por más de un motivo lo mataría en el infierno.

—Que seas feliz —escupe con rabia—. Dime Stark, ¿eres feliz? ¿Eres feliz con esta vida? Porque mi Peter, esté dónde esté, jamás podrá descansar en paz hasta que lo seas. Y mi esposo se merece que dejes de atormentarlo. Así que considera muy bien que haces de aquí en adelante. Vive con eso en mente. Por lo que más quieras, sé feliz y no te atrevas a fracasar. Porque él nunca podrá estar en paz mientras seas miserable. Y él no se merece eso.

—Deja de decir idioteces —farfulla apretando los dientes—. Él solo quería que velara por ustedes. Por May, al menos. Así que deja de tocarme los huevos con mi puñetera vida.

Cogida al marco de la puerta, menea la cabeza y suelta un suspiro hastiado.

—Sí, yo le prometí lo mismo.

—¿Cuidar de May?

—Cuidar de ti, Stark.

—¿Cuándo?

MJ parece sorprendida por su vehemencia, pero ese maldito recuerdo había vuelto a él en sus sueños al menos cuatro veces desde que lo tuvo en el universo de Peter, y Tony estaba harto de él. Harto de no saber si había ahí algo que se le pasaba por alto, de no entender si se suponía que en esa petición había algo que estaba incumpliendo y por eso el fantasma de su mejor amigo se manifestaba en forma de ese jodido recuerdo una y otra y otra puta vez.

Lo que ella acaba de soltarle encaja con esa teoría, pero no está seguro de querer dejarse convencer. Hacerlo es peligrosamente familiar a lo que era pensar en May o Miles desde el 616. Y hasta peor, porque él ya sabía que pensar en esas cosas solo era dar vueltas en círculos. Y era dar vueltas sobre círculos recubiertos de ácido.

—¿De qué te sorprendes Tony? En la universidad me lo pidió. Luego de que muriera Ben.

—Me dijo que no necesitaba que nadie me cuidara.

MJ rueda los ojos y se ríe con amargura.

—¿Cuándo lo detuvo? ¿Cuándo detuvo a Peter Benjamín Parker que no lo necesites para estar ahí? Por eso quería que cuides de May. De mí. Porque de esa manera se aseguraría de que no te volvieras una asquerosa paria. Había muchísimas más posibilidades de que pudieras ser un adulto funcional y feliz si seguías teniendo una maldita familia de la que cuidar. Por eso te llevó a Miles. Por años solo intentó cuidarte, poner personas que amaras en tu camino y confiar en que conseguirás dejarlas entrar.

Se queda pensando en eso el tiempo suficiente para que ella chasquee la lengua y le haga volver sus ojos a los de ella.

—Por eso no entiendo que hubieras podido... que pudieras... Hubiera apostado que de nosotros dos, si uno lo volvía a ver... serías tú el que no podrías dejarlo dos veces atrás. Eres más fuerte que yo, no hubiera podido irme.

—Tienes edad para ser su tía. Créeme, te hubieras ido —le reprocha, comiendo otra buena porción de aquella tarta de celos mezquinos y crueles con la que aparentemente se iba a dar un festín.

MJ se ríe alzando una ceja y tuerce el cuello apretando los labios con una fina sonrisa.

—No pudiste resistirte, ¿no es así? No dos veces. Ese milagro sí que no iba a repetirse.

—No sabes de lo que... —gruñe inmediatamente a la defensiva.

—Oh lo sé —lo corta—. Yo lo sé. Peter... Peter también lo sentía. Solo que nunca entendí por qué ninguno jamás dio el paso.

—Estás tocando el borde de mí paciencia MJ —gruñe peligrosamente harto de fingir ser razonable—. No te atrevas a hablar de algo que no entiendes.

—Por eso estuve años negándome a salir con él —espeta bruscamente—. Era obvio lo que sentían. Era obvio. Pero nunca quiso aceptarlo o verlo. Fue incluso más obvio cuando decidió ir detrás tuyo pese a que le demostraste lo rencoroso y horrible que eras.

—¿Celosa, tesoro? —pregunta enderezándose—. Tenías años con eso atravesado, ¿no es así?

—Jamás mereciste que te amara tanto —suelta con desprecio y Tony la mira con soberbia.

—Pensé que eras mucho más frontal. Mira que tardar tanto tiempo en echarme en cara su muerte...

—No hago eso. Murió porque él jamás eligió el camino fácil. Murió por lo que era correcto —dice, mirándolo con altura, como si Tony jamás pudiera entender esas palabras o lo que significaban—. Lo que digo es que jamás mereciste que te ame. No tienes idea de lo mucho que sufrió cuando dejaste de hablarle. Por eso fue tras de ti con su traje, porque prefirió arriesgar su secreto que perderte.

—Qué tiene que ver eso con que haya vuelto a este puñetero universo a cumplir con la promesa que le hice —sisea, rodeando lentamente la mesa, acercándose a ella con los puños apretados por el esfuerzo de no moverse más de la cuenta.

—Que no puedo creer que abandonaras a otro como él. No puedo creer que, por segunda vez, abandonarás a un Peter Parker que estaba solo y te necesitaba.

—Mira Watson, creo que lo mejor que puedes hacer es irte antes de que pierda la poca caballerosidad que me queda en el cuerpo y...

—¡Anthony Edward Stark! — May lo corta, escandalizada, entrando del brazo de Jonah que en silencio le frunce el ceño a su prometida.

Es claro que el hombre sabe lo suficiente de ella como para saber que fue ella quien inició la pelea.

—Déjalo, May. Yo me lo estaba buscando —responde MJ, dando un respingo—. Lo siento, ¿estás lista?

La mujer los mira uno al otro por unos segundos antes de suspirar y asentir.

La bandera de la paz que habían erguido entre ellos al fin había caído. Jamás volvieron a hablar luego de que la expulsaran de la Universidad. Lentamente con el correr de los encuentros casuales que tenían habían empezado a desarrollar una ligera animadversión el uno por el otro, y Tony finalmente entendía de dónde venía la rispidez que siempre los hacía gravitar lejos uno del otro.

Siempre habían odiado que Peter los tuviera a los dos en su corazón. Tony había pasado muchos años fingiendo que no la odiaba por robarle algo, parte del corazón de Peter, y era evidente que MJ lo odiaba porque su mera existencia hacía que Peter fuera incapaz de pertenecer completamente a ella. Ambos lidiaban mal con ser solo una parte de su todo.

Acalla la voz que intenta enredarse en sus palabras. Tony había sentido ese chispazo en su interior calentar su cuerpo la noche de la graduación, pero había sofocado la pequeña llama, sabiendo de sobra que jamás permitiría que algo así se interpusiera entre Peter y él.

Fue poco menos que un segundo, una mirada, casi como lo describió Peter en su universo. Un instante intangible de tiempo en el que un "¿y sí...?" surgió, pero aplacó con fuerza esa idea respondiendo con una sola verdad: no necesitaba un maldito y sí. Peter y él eran mucho más que lo que ese asqueroso "y sí" pudiera ofrecerle a futuro.

—Vamos entonces —dice MJ, al ver que nadie iba a decir nada más—, Jonah tiene que ir temprano a una junta. ¿Mañana nos entregan el departamento de May? Me llegó la notificación. —No se molesta en verlo a los ojos, solo mira el espacio vacío tras él.

—Sí —responde, arrancándose las gafas para poder apretarse el puente de la nariz—. Se supone que Miles viene en un rato para ayudar con la mudanza de sus cosas. Aunque insisto que vivas aquí si no vas a querer vivir con MJ.

—Oh, no, no, no. Yo tengo y quiero mí casa. Puede venir el que quiera a molestar allí. Ambos son grandes y tienen sus cosas que atender —resuelve la mujer, sacudiendo la mano en su dirección.

Deja la discusión como esta. Ya había intentado convencerla, pero nadie le torcía el brazo a esa mujer. Se acerca y le da un abrazo, que May extiende sorprendiéndolo. Lo aprieta contra ella y Tony finge que no nota como MJ carraspea y se lleva a su prometido por el pasillo al exterior.

—¿Estás bien? —le pregunta cuando están solos y la mujer lo suelta.

—Sí te merecías su amor, Tony —dice suavemente, arrancándole un peso de los hombros—. Me preocupé tanto cuando ingresó en la universidad... cambiaste para bien su vida. Ella solo... lo extraña, así esté con Jonah.

—Lo sé, todos lo hacemos —acepta con un regusto amargo en la boca.

No era eso lo que le dolía de esa charla. Le quemaba hasta los huesos la otra parte. La parte que implicaba que había vuelto a abandonar a alguien que lo necesitaba.

—Y respecto al otro... Eres un chico listo, Tony. Sigo creyendo que encontrarás la forma de arreglar eso también.

May le sonríe y le guiña un ojo, y al fin es capaz de ver lo que se le había pasado por alto. La muy astuta... ¿Fue su forma de hablar de Peter? ¿Fue algo en su rostro? ¿Su voz? No tenía caso preguntarse qué hizo que ella se diera cuenta de que, desde que volvió, en lo único que podía pensar era en que se había equivocado. Estaba en el maldito universo equivocado.

Tony le sonríe, porque no sabe qué más hacer.

Es decir, estaba en otro maldito universo, no tenía forma de arreglarlo, así se pasará más horas de las que debería dándole vueltas al pendrive que tenía todo el tiempo en su bolsillo.

—Encontrarás el camino a casa —le dice, acariciando su rostro—. Tengo fe en ti.

Tony la ve irse a pasó firme, aunque ligeramente tambaleante. Mira el suelo y desliza la mano a su bolsillo. Cogiendo el pendrive lo mira y lo acaricia.

—Ni con toda la tecnología que tengo, puedo hacerlo —susurra, apretando el pequeño artefacto en su mano—. Aún estoy lejos de poder replicarlo —dice, con un asqueroso sentimiento de impotencia y terror en su pecho.

Porque lo pensó. Eso le hizo darse cuenta de que no habría forma humana de que él no se asegurará que estaba vivo y que la estupidez que fuera que hizo para ayudarlo no le costó la vida.

Pero entonces se dio cuenta que aún estaba lejos de eso, de lograr replicar ese maldito invento. Podría intentarlo, pero igual tomaría años. Por no mencionar que no tenía más que el pendrive de ese universo y no estaba seguro de que eso sólo bastará para que él lector biométrico encontrará el universo correcto.

Derrotado, se convenció de que no había nada que pudiera hacer para volver a verlo. Y, como se convenció hace años de que por un buen motivo terminó en otro universo, se convenció de que había otro buen motivo para no volver. Así que ahora lo único que tenía eran otro puñado de recuerdos, un pendrive que cargaba como un lunático a cualquier parte y el deseo de que, así como los moretones en su lecho habían desaparecido, ese dolor que lo acompañaba a diario también desapareciera.

*****

Iba a morir de aburrimiento. Así de sencillo. No lo había matado nada de lo que había vivido hasta ese momento. Iba a matarlo Rhodes con su perorata sobre negocios.

Cuando hacía dos días Jarvis vino a verlo y le dijo que Rhodes insistía en tener ya mismo una reunión, aceptó porque no había un solo motivo (válido) para retrasar lo inevitable. Ya se había adaptado al clima, al aire y a la comida. No tenía más mareos ni náuseas inexplicables, y ninguna de sus articulaciones dolía como mil demonios.

Oficialmente volvía a ser un tranquilo habitante del buen Universo 717 y debía empezar a comportarse como tal.

Pero había pasado algo para lo que no se preparó: su antigua vida no le interesaba en lo absoluto. Intentó que le interesara algo de lo que veía, pero ni siquiera los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos llamaron a su vieja curiosidad. Veía todo lo que le presentaban desde una distancia que le era ajena e impropia al hombre revolucionario y de vanguardia que siempre supo ser.

Se intentó consolar con excusas pobres, como decirse que las cosas parecían haber avanzado tanto que ya no las entendía, pero estaba más que seguro de que, si se sentaba y lo intentaba, en pocas horas volvería a estar al día. Pero, de nuevo, el mayor problema era que no le interesaba.

En ese momento, como hacía dos días, mientras Rhodes le explicaba los problemas que estaban teniendo en el Medio Oriente para que un fabricante de armas industriales dejara de fingir que no estaba copiando uno de sus productos menos vendidos, diciendo que solo era una coincidencia el particular parecido en su diseño, tenía que reprimir un bostezo.

Su mirada va y viene hacia los amplios ventanales, perdiéndose en la gloriosa vista de una Nueva York muy diferente a la que había sido su compañera los últimos cinco años.

Los edificios eran mucho más altos, más iluminados y abarrotados de publicidades, como si cada esquina fuera el Times Square. Apenas podía divisarse el agua a unos kilómetros y eso que el penthouse de Tony, hacía muchos años atrás, había tenido una vista arrebatadora.

Un golpe de nostalgia le hace soltar un suspiro pesado, y esa es la gota que colma el vaso de Rhodes, que jamás apreció en lo más mínimo la sana costumbre de Tony de ignorarlo.

—No tiene caso si no va a estar escuchando —gruñe su jefe de seguridad, soltando frustrado la tablet que tenía en la mano.

—Rhodes...

Tony sonríe con gratitud a Jarvis cuando su voz aplasta el nuevo berrinche que venía por parte del moreno. Su viejo asistente le lanza una mirada de disculpa, pues él sí que, a diferencia del General, entendía que Tony tuviera problemas para volver al ruedo.

No lo habían hablado en profundidad, pero Jarvis había prometido que podía contener las ansias del hombre a cargo de la facción armada de su empresa por quitar de sus hombros el peso de tener que ser el que toma todas las decisiones.

Tony subestimó la decisión imprudente que había tomado, claro. Pero Jarvis no sabía ser mezquino, así que no se quejó ni una sola vez en esos días de reuniones casi maratónicas en su oficina, donde lo abrumaron con números y más números.

—Déjalo —dice, impidiendo que el pobre Inglés tuviera que volver a someterse a una sesión de insultos por parte del General—, seguro será más entretenido que ese informe que escribió quién sabe cuál becario.

—Puede su majestad bajar y hacer usted mismo sus informes si lo prefiere —gruñe, cruzando los brazos sobre su pecho—. Nada me gustaría más que volver a mí puñetera oficina y dejar de ver tu cara. Tengo mejores cosas que hacer con mí tiempo.

—Ah, pero sin dudas no más atractivas —canturrea, con una sonrisa ladina.

—Eso porque no has visto a mí nuevo asistente.

—Rhodes, como jefe de Capital Humano de Industrias Stark, te recuerdo que las relaciones íntimas con personal inferior a tu cargo, como lo sería el caso del señor Keener, están completamente prohibidas por el código...

—Bah, cállate —le espeta Rhodes, mirándolo molesto porque, una vez más, y como siempre, Jarvis tomará partido por él y lo defenderá—. Te he visto coquetear con Maximoff en la cafetería.

—Yo no estaba...

—¿Sigues colado por la de los cafés? —pregunta más atraído por el chisme que por el trabajo.

—No —responde Jarvis, moviéndose incómodamente en su asiento.

—Claro que lo está —interviene Rhodes con una sonrisa socarrona, esquivando la penetrante mirada azul que se clava en su rostro—. Por eso cada seis meses la asciende. Está a dos meses de ser la nueva jefa del buffet. Con eso se asegura de ponerla a tiro —explica el moreno alzando sugerentemente las cejas.

—Es muy buena en su trabajo, sus ascensos nada tienen que ver con...

—Deja de decir sandeces —lo corta Rhodes, empujando al medio del amplio escritorio su tablet—. Ya sabemos que sí. E incluso don "no me interesa una mierda que hicieron con mis empresas" lo sabe.

Tony sonríe porque hay mucha verdad en ese argumento.

La chica de los cafés apenas había entrado a trabajar en su empresa cuando él había sido sacado a la fuerza de su universo. Pero desde el momento en que la chica y Jarvis cruzaron miradas, fue más que evidente que el pobre Inglés había caído rendido a sus pies. Tony en ese momento pensó algo exasperado que como ahora Jarvis lo arrastrara a tomar cafés horribles a la cafetería iba a matarlo. De hecho, llegó a desear secretamente que la chica volcara alguno en algún lado o sobre alguien y pudieran correrla antes de que él tuviera que verse envuelto en algo que no le interesaba. Pero ahora ese factor humano le atraía especialmente.

Resonó en alguna parte de su cabeza que su nueva forma de ver el mundo lo hacía interesarse más por las relaciones amorosas de ese par, que hacía tantos años eran sus segundos al mando, que por la maldita empresa, que había sido el aire que respiraba día, tarde y noche, y a veces hasta el protagonista de sus sueños.

Muerde el interior de su mejilla cuando Jarvis dice que están ahí para hablar de negocios, no sobre calumnias sin fundamentos. La forma en la que su mirada lo busca por confirmación hablaba de los años que tenía Tony cortando cualquier indicio de charla personal en la mesa de trabajo. Sabía que buena parte del odio que le tenía Rhodes era por ese mismo motivo. El General era más del estilo amiguero para trabajar. Le constaba que él y Jarvis eran amigos personales y salían a beber cada que cerraban un trato importante o la empresa jodía de manera particular al gobierno. También le constaba que iban a ver partidos de fútbol americano y que tenían una afición común sobre el cine de autor que Tony jamás pudo ni terminar de empezar a entender. Pero él jamás era parte de esos momentos, así el General se hubiera pasado el primer año de trabajo en la empresa invitándolo, insistiendo en que fuera parte de la misma empresa que dirigía.

El asunto era sencillo de entender a su parecer: no le interesaba ser amigo de ellos y, por segundo, no tenía tiempo para eso. Spider-Man y sus malditos enredos lo tenían demasiado ocupado. ¿Qué momento de su día iba a dedicar a ir a beber, cuando el maldito arácnido lo llamaba para que buscara información sobre un traficante de armas o un político coludido con la red de narcotráfico local? Ninguno, esa era la respuesta. Pero como lógicamente él no podía poner eso como excusa, James Rhodes tomó como ofensa personal su desinterés y como soberbia su falta de tiempo.

Lógicamente Jarvis fue mucho más comprensivo. Jarvis conoció a Peter luego de haberlo visto una vez en la empresa, cuando Tony fue a verla con Peter, más o menos casi un mes antes de egresar de la universidad. Cuando Tony le dijo en privado que pensaba traer a Peter para ser su segundo a bordo, el hombre no lo vio con malos ojos ni lo acusó de estar intentando sacarle el puesto. Le dijo que simplemente no veía la hora de poder ver el nuevo rumbo que ellos le darían a una empresa que lentamente empezaba a estancarse.

Fue incluso más caballero al no preguntar por qué Tony había vuelto solo un mes después, sin ningún segundo a bordo para codirigir la empresa. Siempre estuvo agradecido por eso. Así que intenta poner de su parte y escuchar a Rhodes cuando lo invita a hablar con un gesto de su mano. Pero no termina de decir dos oraciones cuando Miles irrumpe en la oficina.

Los tres se sobresaltan cuando escuchan que su alocada carrera termina estrellándolo contra el marco de la puerta, y Tony cierra la boca al ver la mirada lunática que trae.

Un escalofrío le recorre a lo largo de la columna. La frente le brilla llena de sudor y le tiemblan los hombros por la agitación de su pecho al subir y bajar en respiraciones rápidas y descontroladas.

Sabe que jamás pasa nada bueno cuando al pequeño diablo se le olvida que, de hecho, tiene poderes que le ahorran el tener que hacer una carrera imperativa.

—Váyanse —dice con firmeza, enderezándose.

Rhodes está por rebatir, hasta empieza a quejarse en voz alta, pero Jarvis se endereza con toda su elegancia Inglesa, y lo mira a él antes de mirar de nuevo a Miles.

—Vamos. Esto puede esperar —sentencia, al ver su ceño fruncido y la tirantez en Miles cuando repara que hay más personas con él allí dentro.

No es que Jarvis sepa qué o quién es Miles, pero sabe lo que significa para él.

Hoy por hoy, si Tony tuviera que decir que tenía un amigo aparte de Peter, diría que Jarvis lo era. Lentamente se había vuelto una fuente segura de consejos y sugerencias. No tenía miedo en ir contra sus recomendaciones, pero pocas veces lo hacía. Además, estaba seguro de que Rhodes lo respetaba como jefe porque Jarvis lo hacía. El inglés era demasiado serio y estricto como para estar al lado del que todos tildaban de irresponsable y egocéntrico. Pero nunca agradeció nada de lo que hizo por él tanto como lo hizo en ese momento, en el que se estiró, tomó la tablet que Rhodes había descartado y cogió el brazo del General para forzarlo a ponerse de pie y emprender el camino de la retirada.

—Da lo mismo —se queja Rhodes, dándole un golpe a su silla—. Hemos sostenido la empresa por cinco años sin él. No lo necesitamos ahora.

Esquiva a Miles sin dirigirle algo más que una mirada displicente. Jarvis, en cambio, se gira lentamente para ver al chico, estrechando ligeramente la mirada.

—Señor Morales —murmura, inclinándose ligeramente—. Los dejo. Señor, si necesita algo, no dude en contactar conmigo. Me encargaré de solucionar los asuntos pendientes y me aseguraré de que... liberen su agenda por los próximos días. Creo que fue apresurado intentar ponerlo al corriente tan cerca de su regreso —añade, dándole una excusa a la que aferrarse cuando lo llamara para decirle que iba a pasar los próximos días fuera.

Era algo que ambos hacían, que siempre hacían. Una tradición entre ellos. Una que inició cuando Peter empezó a buscarlo con la máscara y sus telarañas. Jarvis siempre fue el más servicial de los empleados, ofreciéndole salidas cuando sabía que las necesitaba. Sin preguntas, sin planteos. Cuidando de sus intereses y velando porque sus actividades extracurriculares jamás llevarán a la ruina su gran obra.

—Gracias y... Jarvis, gracias por encargarte de él —agrega con un cabeceo en dirección a donde Rhodes había desaparecido.

Su compañero le dedica una sonrisa que dice "no es problema", antes de inclinar ligeramente el torso a modo de saludo.

—Sabe que es un placer y un honor estar a su servicio. Industrias Stark es algo demasiado grande y, disculpe el atrevimiento, demasiado mío como para dejarlo solo.

—Digamos que tuyo como en un... ¿Doce por ciento?

El hombre sonríe alisando la parte delantera de su traje borgoña, que hacía todo por resaltar su figura esbelta y elegante y vuelve a inclinarse. Cuando su mirada azul se vuelve a posar en él, Tony se da cuenta que los años fueron buenos y generosos con el hombre. Ligeras canas salpicaban su corto cabello rubio, volviendo el color aún más claro y apetecible. Pese a que era una visión de las que a Tony le gustaba poner a gemir a sus pies, jamás había sentido ni un ápice de atracción por ese hombre. No iba a ser ese el día que eso cambiara, pero en su lugar si sintió algo parecido al tirón de una emoción algo adormecida en su interior, que había vuelto a la vida a fuerza de tener que volver a relacionarse con otros para salir adelante: amistad.

—¿Solo doce por ciento? —pregunta, capciosamente.

—Podríamos hablarlo más adelante.

Jarvis menea la cabeza, y se termina de despedir, apoyando una mano en el hombro de Miles, que se había recompuesto lo suficiente como para ofrecerle una sonrisa cuasi decente.

—¿Qué pasó?

El chico menea la cabeza y alza la mano, mostrando un pendrive igual al que Tony lleva en su bolsillo.

—Tony, creo que tienes que volver. Y tienes que hacerlo lo más rápido que puedas. Descubrí qué es lo que falta en nuestro universo.

Dejándose caer en su silla, Tony lo mira mientras menea la cabeza. No puede ni empezar a enumerar lo que esa afirmación provoca en su interior.

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