V

Las guardias nocturnas siempre son aburridas, a menos que tengas a un Tony Stark en ellas. Entonces serán insoportables.


En el año 2012, los científicos del CERN (en Suiza), encargados del Gran Colisionador de Hadrones, estrellaron iones de plomo para tratar el conocido "plasma subatómico". El resultado fue un plasma de una asombrosa temperatura de 55 billones de grados centígrados. Algo así como unas 360 mil veces más caliente que el centro del sol. Pero, pese a todo, Peter podría jurar que ese calor era insignificante en contrapunto al que hacía en el auto.

Tanto calor comprimido en tan insignificantes metros cuadrados...

Peter estaba tendido en su asiento, con los ojos apretados. Sobre su cuerpo, otro se ciñe, manteniéndolo en su lugar, aunque no estaba completamente quieto.

Una boca experta y entrenada sube y baja por su cuello. Se aferra al costoso tapizado. Se retuerce sin saber qué hacer, sintiendo que es víctima de una especie de maléfico encantamiento. La boca viaja hacia el sur de su cuerpo, haciendo que sus caderas se alcen instintivamente, pero luego vuelve hacia el norte, arrancándole un gemido contenido.

Una risa profunda acaricia su oído. Peter ni siquiera puede maldecir; se contiene apretando las piernas para mitigar el dolor en sus partes más privadas.

Otra rafaga de calor lo azota. La lengua ardiente entra en contacto con la piel tras su oído. Sus manos vuelan. Son entes independientes y se cogen a los fuertes hombros. Sabe que está por escapar, ya lo hizo tres veces y en todas le da una pequeña porción de contacto antes de alejarse e ir por otra zona completamente aleatoria.

El cuerpo se aprieta más contra él y lo cubre por completo. Las rodillas puntiagudas se le clavan en las caderas. Se siente minúsculo bajo ese cuerpo bien proporcionado y duro. Su boca se abre y está a punto de pedir algo inapropiado cuando lo siente alejarse. Traba las palabras, intenta separar los dedos de la fina camisa blanca que se llena de arrugas bajo sus palmas transpiradas, pero no puede con ambas acciones. Se estremece y suelta el aire cuando la oportunidad pasa y la boca se traslada a sus clavículas. Siente como esta se hunde en el hueco entre ellas y empieza el juego una vez más.

Su pecho se alza y la espalda se le despega del asiento. Dos grandes manos se deslizan por ella siguiendo el camino hacia abajo, arqueándolo. La tela de la ropa se le pega al cuerpo y Peter siente un odio irracional por tenerla como barrera. Sus manos vuelven a cobrar vida, las acomoda sobre el cuello y lo empujan con nada de discreción hacia abajo. La risa aterciopelada vibra en su abdomen, la remera que trae puesta se alzó lo suficiente para que el calor de su aliento le golpeé de lleno cuando la zona de su cuello vuelve a ser liberada de toda atención.

—Pídemelo, encanto —susurra deslizando los labios por la fina línea de vellos claros que le baja desde el abdomen a la cintura de sus pantalones—. Pídeme que lo haga... —insiste con los ojos verdes brillando de deseo.

Peter ve como relame sus carnosos labios, ve como la camisa, con esos pocos botones abiertos, expone un pecho fuerte y poblado de ligeros y oscuros vellos. Se retuerce, la mirada ardiente se desliza por su cuerpo y las manos le sujetan la cintura de los pantalones, puntualizando sus palabras.

—Tick tock —lo apura mordiendo sensualmente sus labios, casi encima de la dolorosa erección que se aprieta contra sus jeans—. Dilo —canturrea hipnóticamente.

Abre la boca cuando escucha cómo libera los botones de sus pantalones y desliza con cuidado la ropa interior. Peter gime al sentir la bocanada de aire caliente que lo golpea. Esos ojos verdes se posan en los suyos y su erección alternativamente. Ni siquiera puede pensar, el ruido constante de su corazón galopando como lunático en su pecho omite cualquier sonido exterior.

—Vamos, encanto. No finjas que no quieres hacerlo. No tienes qué —musita compasivo, empujando más abajo sus pantalones, volviendo a inclinarse sobre él para acercar sus bocas hasta casi tocarlas y eso es lo peor. Lo absurdamente peor. Desea tanto que deje de jugar al que lo toca y no lo toca...—. Di: Chúpamela, Tony.

Y lo hace. Lo pide y las palabras se le escapan de la boca con fuerza suficiente para estallar todos los vidrios del carro.

Peter se endereza en la cama y mira la ventana soltando un quejido. No se atreve a ver bajo las sábanas. La ropa interior húmeda es más que suficiente para humillarlo. No hay por qué patear a un hombre en el suelo.

Era si no dolorosamente lógico que algo así pasara. Salió de Lux con básicamente un ataque de histeria. Llegar a casa y no poder parar de ver una y otra vez la secuencia no hizo nada por ayudarlo. Y, por lo visto, salir a cazar criminales tampoco. Con el clonador a perfecto resguardo, Peter volvió a salir por su ventana en dirección a los problemas con el cuerpo en llamas y la mente bloqueada.

Una rápida mirada a esa misma ventana le basta para saber que no es hora ni del alba. Eso significaba que no alcanzó, ni alcanzará las dos horas de sueño reparador. Mira sus almohadas circunspecto, evaluando qué tanto le interesa la opinión que tengan de él sus compañeros de trabajo si se presentaba demacrado por la falta de sueño. Las mira y el recuerdo de esa voz tentándolo basta para sentir terror.

Se arrastra al baño y finge que sus interiores pegajosos están así porque derramó jarabe y no porque se vino soñando que una maldita variante se la chupaba en un Audi S7 color plata, con interiores de cuero ecológico. No resulta fácil mantener el velo sobre sus ojos, pero se esfuerza por cumplir la meta. No hay una sola cosa productiva o beneficiosa que pudiera pasar si acepta la verdad. Para asegurarse de su cometido, se queda bajo el agua helada hasta que sus malditos testículos están azules. Tiritando, coge una toalla y no se molesta en mirar su cama cuando va al cuarto por ropa limpia. De momento todo el asunto le resulta ofensivo. Necesita pensar, pero no será allí donde lo haga.

Coge ropa deportiva, se enfunda el pelo medio mojado bajo un gorro grueso y mete las sábanas en la lavadora sin permitir que ni un resquicio del sueño vuelva a golpearlo.

Cuando sale por la puerta, camina hacia las escaleras conectando los auriculares al celular. Su mente es un caos de intranquilidad, dudas, anhelos y miedos, pero en pocos minutos consigue adiestrar sus pensamientos y fijarlos en mil pequeños detalles. Desliza un pie frente al otro prestando atención a esquivar las gritas que ya había memorizado en el asfalto; salta las baldosas flojas y que solían tener charcos a la espera de un descuidado al que atacar; cronometra su ritmo y los semáforos, para que al llegar a cada intersección no tenga que esperar un segundo para poder cruzar.

Llega a la intermediación con el puente de Brooklyn y sonríe mirando ambos costados. Los zombies de los transeúntes de esas horas o están muy dormidos o están demasiado ebrios y drogados como fiarse de sus propios ojos. Peter se escabulle y trepa un edificio antes de tomar carrera y dejarse caer. El cuerpo se le suspende en el aire, se arquea sintiendo el filo gélido del viento golpearlo. Estira una mano y conecta directamente con el familiar punto del puente. Se impulsa hacía arriba y cuando llega hasta la cima, la vista le da su recompensa.

Por un segundo el silencio es apabullante pero bienvenido.

Cuando tuvo que cambiar de lugar en el mundo porque simplemente ir a la escuela era demasiado doloroso, supo que ese sería su nuevo lugar. Y no había error alguno en su deducción. La vista pacífica de la ciudad a esas horas, parece ser el único aliciente que le puede dar a su mente. Porque ahora que el aire frío lo golpea y le sacude la ropa, tiene que sentarse y ponerla a trabajar.

Era hora de ser honesto, de dejar de intentar fingir que tenía el control de este asunto. Habían pasado nada más que 24 horas desde que supo que existía está variante y los errores que había cometido eran incontables. Peter ya no era de esos. Era frío, era pulcro, era perfeccionista. Era bueno en ser un súper héroe. Era de los mejores a la fecha, escapando de las autoridades al mismo tiempo que de las mafias. Se cargó tres veces el ascenso de Kingpin, se cargó la falsa campaña política de uno de sus socios. Destapó un par de containers con contrabando. Atrapó a cuánta variante se encontró en los últimos años y se aseguró de que nadie más pudiera arruinar la integridad de su ciudad ni de su realidad, era bueno en su trabajo.

Pero definitivamente no era bueno haciendo nada cerca de esa variante, que era un absoluto peligro. Que, para ser justos, eso era algo que tenía medianamente claro. Pero lo de la noche pasada... esa idea ahora cobraba un nuevo cariz.

Y no es que pensara eso porque fué desquiciado, mezquino y tramposo que lo empujara a aquel lugar, sin decirle una sola palabra de lo que debía esperar o que lo hubiera obligado a ver eso, sin darle al menos un ligero aviso... lo peligroso era que esa variante usó sus telarañas y él ni siquiera pudo evitarlo. Estaba demasiado distraído con la profundidad de su voz, con el calor que desprendía su cuerpo pegado a su espalda como para ser consciente de que cuando le cogió la muñeca, acaricio sin inmutarse sus muñequeras. Que cuando le alzo la mano y apoyó los labios en su boca, al mismo tiempo dejaba al descubierto de todos en ese maldito lugar sus muñequeras.

Y eso no fue, si acaso, lo peligroso. Lo peligroso fue que cuando estaba por ponerlo en su sitio, ver en sus ojos el dolor, la tristeza y la soledad que atormentaba a ese hombre lo dejó quieto.

Notó el momento exacto en el que los ojos de aquella variante se perdieron en el amplio multiverso. ¿Cómo podía simplemente matarlo, si su dolor se sentía tan cercano? Jamás nadie iba a entender a ese hombre como él. Nadie podía entender lo mucho que te desgarraba perder a tu mejor amigo. Ned al menos estaba vivo, estaba bien y sé había recibido con honores y ofertas de trabajo. Peter 4 estaba muerto, murió frente a esa variante, y Peter no tenía lo que hacía falta para dejar eso de lado. En especial, cuando desde hacía un par de días, lo único en lo que podía pensar cuando su mente se vaciaba de todo a su alrededor, era en su mentor.

La cantidad de años que pasó sin pensar un solo día en Tony era, ahora veía, una blasfemia a su nombre. No podía ni recordar cuando dejó de recordarlo en cada detalle o en cada momento en el taller. Pero eso había pasado y no fue hasta ese momento que lo notó. Ahora que lo único que pasaba por su mente era una variante de ese hombre, se daba cuenta lo mucho que se había acostumbrado a no recordar su voz, sus ojos o sus locuras.

Peter ni siquiera recordó por un segundo que la cosa más estúpida que podías hacer era dejarlo a cargo de los planes. Siempre, siempre , iba a hacer cosas descabelladas, locas, egoístas y completamente innecesarias. Era su especialidad. Fue lo que le costó la vida.

Un error. Un error de esos elementales, de esos que no tenía que seguir cometiendo. Esa variante se le saldría completamente de las manos si no le ponía un freno a su actitud. Peter era responsable directo de lo que hacía, así cómo era responsable directo de ayudarlo a salir de allí.

Pero nada de eso se lograría si no volvía a coger con mano firme sus emociones. Si tan solo hubiera estado menos pendiente de lo enojado que estaba por lo que le dijo en el bar en el que lo citó, se hubiera dado cuenta en el acto que nada bueno saldría de ir tras él como un tonto ciego. Sus emociones lo llevaron a meterse en ese desastre.

El asunto era: ¿y si hubiera sido algo más? ¿Y si hubiera sido algo peligroso para otros? Porque en el peor de los casos, aquella idiotez le dejó un trauma de por vida. Pero pudo ser letal, pudo ser peligroso para su universo y hubiera sido demasiado tarde para hacer nada.

Wesley era la mano derecha de Kingpin. Peter lo conocía como conocía a todos en su organización. También sabía bien que Fisk sería más que capaz de drenar toda la sangre de la ciudad por su amigo. Una sola vez la pelea entre las mafias había escalado niveles espeluznantes y todo fue porque el dúo Wesley/Fisk se estaba protegiendo el uno al otro de los nuevos "jefes" de la ciudad. Meses le tomó desactivar los peores focos de luchas territoriales.

Un año después de su retorno estaba destruyendo media Nueva York al enterarse de que su amigo, que no había sido blipeado, estaba preso.

Ni siquiera podía pensar en las consecuencias para su mundo si a esa variante se le ocurría tocarle un pelo al bastardo. Casi tocaba agradecer que lo hubiera invitado a ver semejante espectáculo.

Lo que lo llevaba de lleno al segundo gran problema: el maldito lo ponía.

Su cuerpo se estremece. Se llena de culpa y se maldice un par de veces antes de respirar y enfocarse una vez más en el asunto. Se niega a fingir demencia y se habla con toda la calma que puede.

Le gusta. Está fuertísimo. Cada minuto que pasó en ese cuarto del terror, lo único en lo que pudo pensar era en que desearía arrastrarlo lejos de Wesley y hacerlo con él.

Gruñe. Podría intentar tener un poco de sexo casual, pero dudaba que eso ayudara. Tenía como seis años con ese hombre atragantado en el cuerpo. Lo había deseado siendo un crío que no tenía poder de imaginación como para imaginar lo que le dio como show principal. En retrospectiva, eso era bueno. Hubiera perdido los papeles completamente si algo así se le hubiera pasado por la mente alguna de las tantas veces que estuvieron solos en el taller, riendo uno con el otro.

Pero no era ese adolescente que hubiera escapado. Era un hombre hecho y derecho que lo único que hizo fue quedarse allí, petrificado, enloqueciendo con la imagen. Peleándose consigo mismo sobre si lo odiaba o lo deseaba. No teniendo en claro cuál ganaría. Solo sabía que el incendio en su cuerpo por poco desata un caos. Y tampoco es como si tuviera en claro que debía nada más que culparse por su paupérrimo trabajo en contrarrestar sus infantiles fantasías.

El lejano recuerdo que Peter es bueno fingiendo que no tiene lo acaricia, y el frio le roza el cuello como si fuera un arma que se clava en su piel. Solo que el canto de su filo ya no es el de una katana letal. La hoja tiene demasiadas esquirlas por haberla guardado mal durante muchos años. Se le confunden un poco las cosas, pero ahí está. Y ahí pareciera que fuera a quedarse, porque cada vez que lo ve, cada vez que lo tiene de frente, la hoja se mueve y una serie nueva de heridas le laceran la piel y le hacen sangrar de necesidad.

El sol empieza a asomar por el horizonte mucho antes de que él pueda responder a la más elemental de las preguntas: ¿Está en posición de seguir ayudando codo a codo a esa variante?

Podría intentar hacerlo, pero desde una distancia más prudencial. Desde una donde no viera su rostro constantemente, donde no tuviera que escuchar la familiaridad con la que no paraba de tratarlo. En el bar le intentó decir que no quería que siguiera tratándolo como si se conocieran, pero pasó el maldito lío con la camarera y ya después dejó que sus emociones se cargaran el asunto.

Abrazándose ambas piernas, Peter deja caer el mentón en sus rodillas. No puede seguir cometiendo esos errores, no puede dejar que otra vez una variante destroce su vida y la ponga patas para arriba. Se había dejado llevar por la añoranza y el deseo. Se juraba que no, pero a las pruebas había que remitirse. Peter, sin motivo alguno para confiar en él, se dejó arrastrar a ciegas a una situación para la que no estaba preparado. ¿Y por qué lo hizo? No había una explicación, solo fue porque Tony se lo dijo. Y ese fue otro error que no podía permitirse. Ese hombre no era su Tony. Era uno del millar que podía existir, pero no el suyo. El suyo ya no estaba, el suyo había muerto y Peter no podía hacer nada para que vuelva.

Así se le pareciera, así le despertara el mismo (bueno, quizá más adulto, carnal y visceral) deseo. No lo era. Porque era un cascarón vacío. Ese hombre no lo conocía, no lo veía como si supiera exactamente quien es. Era un desconocido que se veía como Tony Stark, pero que no lo era.

Su mentor jamás hubiera hecho eso frente a él. Estaba convencido de que su Tony hubiera diseñado cualquier otro tipo de plan para robar la información. Y, si no pudiera, por nada del mundo le hubiera pedido que forme parte de la misión y así darle el privilegio (bastante cuestionable) de dejar que vea lo que vio.

Ahora iba a tener que lidiar con las consecuencias de ello. Ahora iba a tener que tolerar sus bromas, sus insinuaciones y constantes desafíos.

Lo único que podía sacar en claro de todo aquello, era no permitir que se le acercara más. Y no era temor a que los sueños húmedos se volvieran una costumbre. Ojalá Peter no soñara a menudo con todo el sexo que siempre encontraba excusas para no tener. El asunto era que ese hombre estaba decidido a algo con él y no podía permitirse esa desprolijidad.

Las variantes estaban muy por encima en la gran lista de "No" que tenía en su mente. Ese hombre quería jugar, matar el tiempo o quién sabe qué, pero Peter no podía dejarlo colarse en su mente.

Así como tenía bien determinada la distancia que debía interponer entre el mundo y él, tenía que delinear con mucho cuidado la fina línea entre compañeros y aliados. Evidentemente, su concepto y el de esa variante eran muy diferentes. Mientras que él solo quería hacer que se vaya lo más rápido posible, sin perjudicar tanto su existencia, el maldito quería jugar y divertirse a su costa. Y si Peter no se anda con cuidado, si Peter no extiende una barrera fuerte y dura entre ellos, lo que sea que ese hombre tuviera en mente, podría potencialmente destruir su vida.

Porque un sueño no era nada. Un sueño no era nada más y nada menos que el recordatorio viviente de que Peter se negaba a tener intimidad con cualquier otro ser humano, luego de que su última cita terminara siendo una ladrona concienzuda, que por poco descubre su secreto.

El verdadero desastre sería que Peter le siguiera el juego y se pusiera a su altura. Sería dejar que entre pullas surjan las bromas y la camarería.

El sol empieza a alumbrar con fuerza y el calor se siente reconfortante, pero tiembla sin poder evitarlo. Por un segundo puede verse a sí mismo riéndose a la par con él; cayendo en su juego dialéctico, peleando y compartiendo días y noches con él. No era tan difícil imaginarse bajar un poco la guardia y disfrutar de conocer otra variante del hombre que le enseñó todo. Verla como una simple persona que le diera una de muchas excusas para volver a entrenar su oxidado costado sarcástico y juguetón. Dios, Peter extrañaba eso. Extrañaba pelear sin sentido con alguien. Solo por el arte de hacerlo. Pincharse uno al otro hasta ver quien era el primero en retroceder.

Y sabía, porque el doloroso recuerdo ahí estaba ardiendo, que una variante de Tony Stark no defraudaría. Porque él hizo eso muchas veces con su mentor. Cierto que jamás, ni remotamente, sus pullas eran con algo sexual, pero con la diferencia de edad, lo hacían constantemente. Con las diferencias generacionales, con las diferencias en la cultura popular o los simples choques sociales típicos de dos personas en las antípodas económicas.

Era lo suficientemente grandecito como para poder meterse con él en una guerra con demasiada e incómoda tensión sexual. Siempre y cuando entendiera que no podía dar el paso que deseaba dar. Y podría hacerlo. Podría dejar de intentar ser el tipo maduro y recio, relajarse y darse el lujo de conocer más de la variante del hombre que conoció. Aprender de él. Maldita sea, incluso podría intentar ser su amigo. Hablar con él sobre lo que se sentía cuando perdías todo y... y ahí estaba el real problema. Porque Peter se juró a sí mismo, por sobre todas las cosas, que jamás pasaría otra vez por el martirio de aferrarse a alguien que podría desaparecer. Y esa variante no podría, lo haría. Peter lo ayudaría y qué sería de él luego.

El recuerdo doloroso de como su mundo se fractura en el momento en que entiende que Tony iba a morir lo hace estremecerse. Recuerda el segundo dónde vio la herida en la cara de MJ o cuando entendió que su tía no lograría sobrevivir. Y el recuerdo es tan duro, tan triste y añorante, que no le cuesta tomar una decisión sobre lo que hará.

Para cuando el sol golpea de lleno el agua y el resplandor le daña un poco la vista, se obliga a moverse y ponerse en marcha. Soltando un suspiro agotado, se sacude la rigidez de sus músculos entumecidos y se sumerge en una ciudad que apenas lo nota, listo para enfrentar un nuevo día.

*****

La noche, como todo aquello que quieres evitar a toda costa, llega mucho más rápido de lo que puede prever. Sus ojos miran el auto y se obliga a avanzar, controlando el camino de sus pensamientos.

En el bolsillo de su pantalón, la lista que volvió a garabatear sobre cosas estúpidas que no hacer, reglas que establecer y planes que discutir pesa lo que una tonelada de ladrillos. Puede escuchar los chistes que caerán sobre él, puede ver la mirada siniestra que le echará y la tentación de volver sobre sus pasos es tan grande que avanzar supone un esfuerzo físico, comparable con hacer cien series de doscientas sentadillas.

La puerta está abierta, por lo que nada más jalar de la manija el fuerte calor proveniente del interior lo golpea. El sueño de la noche anterior vuelve a quemar su piel y hasta ahí llegaron sus esfuerzos por fingir que podía controlar lo que pasaba en sus pantalones.

Controla a pulso su cuerpo y se desliza en el asiento sin evitar dirigir sus ojos al hombre que alza una ceja divertida en su dirección. Lo mira intentando esconder su vacilación. Aún no terminada de decidir qué era mejor: fingir demencia o hacer claro su deseo, estableciendo con diligencia que no importaba qué, Peter no cedería a cualquier impulso que su cuerpo manifestará.

Por mientras tanto, se limita a mirarlo con la boca bien cerrada. No tiene caso alguno esquivar esos ojos que se mueren por verlo de frente. Si se parece en algo a su variante, esquivarlo solo servirá para alimentar sus ganas de fastidiarlo.

—Buenas noches, encanto —dice la variante a modo de saludo y Peter asiente sin más, cerrando con cuidado la puerta.

El silencio dura exactamente dos segundos y no es él el que lo rompe. Estallando en carcajadas, el tipejo a su lado lo mira se enjuaga los ojos, como si encontrara hilarante el asunto.

Peter, que ya se lo esperaba, simplemente espera con paciencia a que se le pase. Se intenta relajar en su asiento, pero el tapizado suave y cálido se siente como un millar de agujas.

Puede ser, puede ser, que la valentía impulsada por el odio de tener semejante percance a esa edad, en las últimas horas, se hubiera diluido y lo único que le hubiera quedado en el cuerpo fuera el vago recuerdo de que era mucho más fuerte de lo que genuinamente era.

—Mírate nada más... —suspira Tony torciendo el cuerpo para quedar ligeramente recargado contra la puerta y así poder verlo de frente—. Muy medido —¿Lo felicita?, no le queda claro, pero el tinte estúpidamente jocoso así lo deja entrever—. ¿Cuántas horas estuviste practicando de camino aquí?

Peter le sonríe con pensar y encoge los hombros. La mejor estrategia que logró planear incluía ser honesto con todo lo que pasó y evitar darle pie a que los chistes se volvieran virulentos al solo alimentarlos con sus esfuerzos por negar todo.

Los abusivos tarde que temprano se cansan si no los dejas ser felices con tu miseria.

—Unas cuantas, apenas dormí —se sincera empujando los pies al borde del asiento, volviendo la vista a las puertas de cristal dobles—. ¿Esperamos a alguien? ¿Vamos a entrar? —le pregunta viendo al guardia de seguridad, que juega con la radio en la mesa haciéndola girar mientras reprime un bostezo—. ¿Un nuevo ligue o estás intentando cooptar al mismo de anoche?

Como previó, la expresión retorcidamente divertida muta a una más hosca y menos chispeante. Peter le sonríe con una amplia mueca y el fastidio empieza a bailar en los ojos verdes. Un peligroso sentimiento de satisfacción lo llena y se reprende. La variante lo mira cuidadosamente y él se mantiene impasible y a la espera, con una cuidada y practicada cara de póker. No era gracioso hacer chistes para fastidiar a alguien si no se iba a ofender y menos qué menos lo era si esa persona los hacía por ti.

—No, ya terminé mi trabajo con Wesley. Pero te lo puedo presentar si te apetece. Es extremadamente bueno en lo que hace.

—Oh, sí, lo noté —su voz sale bastante más estrangulada de lo normal, pero cuenta con que le ayude el hecho de que, esta variante, no lo conoce realmente—. Pero no me interesa en lo más mínimo probar.

Tony asiente como si lo encontrara lógico y Peter le concede que es tan buen actor que por unos momentos le cree. Pero, al abrir la boca, su esencia maliciosa sale libre.

—Ayer parecías bastante intrigado, encanto.

—Me sorprendieron tus métodos —admite, poco capaz de reconocer nada más; seguro de que es una pésima idea compartir hasta qué punto logró el cometido de desestabilizarlo—. Mi Tony tenía más estilo.

Eso le arranca una sonrisa y Peter corre la vista, incómodo a lo que eso le hace. Un relámpago de dolor viaja por su cuerpo, la añoranza es tan inoportuna... tenía dominado casi todo lo demás, expulsó sus recuerdos, borró de su día a día cualquier vestigio del pasado, pero verlo sonreír así... Pese a los rasgos jóvenes y al color de ojos, había algo dolorosamente familiar en su forma de reírse. Esa chispa innata de niño travieso y hombre despreocupado.

—Tu Tony cada vez suena más aburrido.

Peter siente que está ganando al oír el resoplido aburrido que le suelta. Solo cayó una vez en su trampa y eso es una victoria para él. Volviendo la vista a la variante, coge aire y lo deja salir con calma. Tiene practicado cómo empezará la charla. Ya se dijo cómo hacer sonar razonable que tenían que dividirse los pasos para llevar a cabo esa misión y únicamente reunirse cuando fuera necesario. Lo tenía todo fríamente estudiado en su mente, buscó las vueltas que iba a darle, buscó las excusas que querría ponerle para evitar la distancia y les encontró respuesta a esas también. Ahora solamente era cuestión de allanar el camino, mediante la paz, a esa conversación y rezar porque no se la hiciera tan difícil.

La calefacción lo sofoca un poco, así que se retira el gorro y se sacude el cabello para que deje de estar aplastado. La mirada divertida se fija en él y antes de que pueda cortar lo que sea que está por soltarle, le gana de mano.

—¿Quieres que te ayude con el resto? —ofrece inclinándose ligeramente en su dirección, señalando el saco y la bufanda de repuesto—. Hace mucho calor aquí, encanto . No quisiera que te enfermes cuando tenemos tanto trabajo por hacer.

Peter se queda prácticamente catatónico cuando siente como la tela se desliza suavemente por su cuello. Tony le sonríe con diablura y tiene que parpadear para liberar sus propios ojos de los verdes cuando estos se deslizan por su cuello y bajan por su pecho.

—Me imagino —murmura algo desconcertado, intentando a la carrera salir de aquel bache tan extraño—, ¿Quién verá cómo dejas que te follen si me enfermo?

La variante de su mentor le regala una sonrisa tan caliente que su maldito sueño vuelve a atormentarlo y Peter agarra el clavo caliente frente él para arrastrarse a sí mismo a la superficie.

En lo más lejos de ese pozo de perdición que son las fantasías que no parecía poder controlar, habitaba un pensamiento: ¿Cómo se sentirá la caricia de sus manos?

Peter no tenía ni que pensar en esas idioteces, pero a conciencia redirige a algo doloroso y completamente cruel sus pensamientos: ¿Con su Tony era así?

Peter recordaba que orbitaba obnubilado a su alrededor, pero los años hacen mella en sus recuerdos y así como casi había olvidado su voz, se da cuenta de que ya no podía recordar gran cantidad de esos minúsculos detalles. ¿Le pasaba eso mismo cuando Tony lo rondaba en el taller? Recordaba cómo le gustaba estar con él a solas y lo especial que se sentía, pero... pero no podía recordar si ese sofoco estaba ahí entre ellos. Si ese calor incómodo se alojaba en su abdomen... Tampoco podía recordar si sus manos eran suaves o ásperas. Peter diría que ásperas, por el trabajo manual de años como mecánico. Pero una punzada de tristeza lo recorre (y lo empuja a kilómetros de ese auto) cuando tiene que admitir que esa es más una deducción lógica que un recuerdo almacenado.

—Te sorprendería la cantidad de gente bien dispuesta que conozco.—dice la variante ante su completo silencio.

No resopla, pero ganas no le faltan. Faltaría más. Si de alguien podía creer eso, ese era ese hombre.

—Me subestimas si crees que el número me podría sorprender —le espeta con facilidad y se siente agridulce ver lo bajo que tuvo que empujarse mentalmente para volver a ser dueño de sí—. Entonces... ¿Vamos a entrar? Tengo el lector.

La forma abrupta con la que se lo saca de las manos cuando desliza fuera de su bolsillo, lo deja ligeramente desconcertado.

Todo rastro de diversión se borra de su rostro y Peter parpadea, cayendo casi sin querer en la cuenta de lo importante que era ese chisme para él. Puede ser que todo el día se la hubiera pasado meditando en cómo esquivar el asunto de que era un cerdo exhibicionista y no le regaló ni un solo pensamiento a que tenía en su poder el lector que le permitía acceso ilimitado a la torre Fisk.

Peter se retrae en el asiento y se siente ínfimo. La noche anterior, cuando le llegaron los mensajes de amenaza, estaba en plena crisis. Decir que los leyó por encima no era ni justo. Apenas entendió las palabras. Peter estaba cazando criminales, esforzándose por llegar a la célula de los hermanos Doyle que tenía consiguiendo esbirros entre todos sus vecinos. Ni siquiera había pensado en usar el lector. En ningún momento, y menos sin ese hombre. Después de todo, no era su plan.

Plan que se dio cuenta en su taller, no conocía. Algo que entró en la lista de temas a tratar. Lista que Peter seguía sin exponer como condición innegociable para ese acuerdo y que cada vez más idiota se le antojaba. Podría intentarlo y sería en vano. Esa variante era muchísimo más impredecible de lo que hubiera podido suponer. Cada minuto a su lado era la confirmación neta y dura de que ese hombre no era su Tony, ese hombre no se parecía en nada a su mentor y, por consiguiente, sus planes partían de la premisa equivocada de saber cómo y por dónde le iría la mente.

—Te dije que necesitas mejorar eso del trabajo en equipo —murmura incómodo de ver aquel atisbo de humanidad en ese cerdo pedante que tenía el rostro de su mentor—. Si me hubieras explicado el plan antes de entrar al bar, hubiera sabido que necesitabas que hagamos con ella —le explica consiguiendo que vuelva a verlo directo a la cara—. Iba a pasar la información a una tarjeta —señala sacando una de las de personal que robó de Oscorp—, pero no quería clonar el material sin saber qué esperas hacer. Supongo que entrar, pero si quieres infectar la tarjeta con un software que nos permita controlar de forma remota la seguridad, era mejor esperar.

La mirada verde se estrecha tanto que Peter se empieza a sentir incómodo. Como no puede evitarlo, temeroso de que pudiera decirle, continúa hablando atropelladamente mientras se desprende de su saco. El sudor se agolpa en su cuello y no es una sensación que le ayude.

—Hablaba en serio cuando te dije que iba a enviarte con Miles. Si cooperas y dejas de tratarme como una marioneta, podríamos dividirnos las tareas y ser más productivos. Hoy estuve todo el día en el taller, podría haberme encargado de ello mientras tú... tú haces... tus cosas por ahí.

Cree vislumbrar diversión y algo de sorpresa, pero no es nada de eso lo que sale de su boca cuando al fin le habla.

—Podrías venir y hacer mis cosas conmigo. No me molesta la compañía, encanto. Mientras más, mejor.

Peter le rueda los ojos y sin poder evitarlo suelta una carcajada. Lentamente, siente como todo su cuerpo se relaja. No va a decir que los chistes no son un incordio, pero puede admitir que una vez que los esperas, surten muchísimo menos efecto.

—Curiosamente, no suena tan atractivo como crees —se mofa.

—No viste lo suficiente.

—Vi más que suficiente —lo contradice, señalando el aparato—. ¿Ya me vas a explicar qué hacemos aquí? En verdad no me interesa ver cómo follas con gente. Si hay más de eso en el futuro próximo de tus planes, me gustaría ahorrarme el momento.

Peter tiene exactamente tres micro infartos cuando lo ve estirarse y acercarse. Están en un espacio reducido y debe apartarlo, pero en ese momento solo puede recordar el puñetero sueño que todo el día lo atormentó. Se suponía que se corrió dormido, por eso no intentó masturbarse para liberar a su cuerpo de la tensión, ahora parecía que fue estúpido no hacerlo. Cuando abre la guantera y guarda el lector, Peter se siente un idiota y corre atormentado la vista. Por favor, ¡¿En qué piensas?! Se regaña con fastidio.

—No puedes infectar el sistema de seguridad —le explica, deteniéndose justo casi sobre él. Peter traga—. El sistema está diseñado para saltar ante cualquier alteración. Necesitas una clave de encriptación alfanumérica de diez dígitos para habilitar el empalme.

Parpadeando y manteniendo el aire dentro de sus pulmones, pues si respiraba su pecho se alzaría y con esa variante absurdamente recargada con la mano en la tapa de la guantera y el torso inclinado en su dirección, eso implicaría demasiada cercanía.

—Por eso es importante no perderlo. Wesley es el único que tiene un punto débil. Pero también es el único al que Fisk no le metería un tiro entre ceja y ceja si su tarjeta emite una alerta de uso fuera de horario. Sabrán que algo pasó la primera vez que la usemos, pero no va a inhabilitar el pase de Wesley. Hay al menos diez personas que van a morir antes.

—¡¿Qué dices?!

Peter lo empuja con ambas manos y la variante no hace nada cuándo el golpe lo sienta en su lugar sin escalas.

—¿Entiendes por qué no te digo mis planes?

Conteniéndose para no hacer algo de lo que sin dudas se arrepentiría, Peter vuelve a ver por la ventana y respira con fuerza. No dejes que juegue contigo, no dejes que tenga el poder, no dejes que te confunda , se ordena. Inspira por la boca y no permite que el costoso y sensual perfume que utiliza le atonte las neuronas. Juega con él. Eso hace. ¿Lo prueba? No está seguro. Apuesta sus fichas a que hizo lo mismo que en Lux . Le da un golpe certero que evita que diez millones de preguntas y conjeturas tomen cuerpo en su mente. Es astuto. Eso podía decir que lo compartía con su igual en ese universo. Tony era un as para distraer y manipular a su interlocutor. Peter alguna vez lo vio usar sus tácticas, pero nunca tan descaradas ni tan atrevidas.

—No van a matar a nadie y no se darán cuenta de que empleamos la tarjeta —dice de forma categórica—. No esperarías si tuvieras dudas. Mejor dicho, no hubieras hecho lo de anoche si no supieras que es un plan sin fallos. Sabes lo del código, o sea que tienes en claro cómo fue diseñado.

La variante se queda unos segundos callado, pero nota en su mirada que algo cambia cuando lo ve. Peter sabía, pues con el tiempo perfeccionó la técnica, que mucha gente cuando lo veía a la cara tendía a subestimarlo. Por más tiempo del debido se permitió creer que había fundamentos en esa creencia, le tomó mucho y humillante tiempo aceptar no era ese chiquillo idiota que todos veían.

Quizá lo fue en algún momento, pero con el tiempo había cogido experiencia y los años que llevaba trabajando consigo mismo le habían enseñado que era más que capaz de hacer pensamientos lógicos y deductivos por sus propios medios, si solo despejaba su cabeza y analizaba una situación.

Era un gran científico, era un eximio ingeniero, no era estúpido.

Claro que le hubiera gustado darse cuenta de eso muchos años antes, pero no tenía caso lamentarse por el tiempo perdido; los errores que cometió los cometió y ahora lo único sensato por hacer era asegurarse de pausar en el momento adecuado y pensar.

Como en ese momento, donde la mirada verde se detiene fija en él, como si reevaluara lentamente a quién veía. Una sensación de empoderamiento lo arrolla. Involuntariamente saca pecho y alza una ceja. La variante contrae casi sin querer los labios, como si darse cuenta de que no era un idiota con el que trataba no fuera de su completo agrado. Y no va a mentir, eso , eso se siente realmente bien.

—Puede que solo fuera un truco para hacerte entrar en ese cuarto, encanto —ofrece, claramente sin mucha convicción—. ¿No lo pensaste? Escapaste antes de que pudiera ponerse interesante.

—¿Crees que soy demasiado estúpido para darme cuenta de que me manipulas? —pregunta ladeando el rostro, convencido de que da en el centro de la diana al ver su mirada relampaguear—. O simplemente crees que soy muy estúpido para no darme cuenta de que no quieres compartir conmigo toda la información.

Una sonrisa aburrida se acomoda en el rostro frente a él y asiente. Peter no ve en sus ojos algo que denote culpa o vergüenza, pero se imagina que tan mal encaminado no va. Poco a poco empieza a entenderlo. El silencio habla cuando él no quiere hacerlo.

—Tú lo creaste. Diseñaste el sistema de seguridad —sentencia, decidiendo que esa es la única forma que tiene de poseer tal información.

Ese no era el tipo de cosas que obtienes bajo tortura, o esos métodos extraños que él aparentemente utilizaba.

—Diseñe una parte, mezclaron mi trabajo con el de otros diseñadores de programas.

—Maldición...

Peter se aprieta el puente de la nariz. Cada segundo aquello era simplemente peor. Enderezando los hombros, se fuerza a relajarse. Necesitaba poner distancia, mucha distancia emocional. No creyó que fuera posible, o mínimamente concebible, pero este Tony era un maldito desastre. Si él en su momento fue un condenado irresponsable que no meditaba la consecuencia de sus actos, este Tony no se le quedaba atrás. Literalmente podía ver frente a él los problemas triplicarse con cada respiración.

—Ok, yo... —clavando en él sus ojos, Peter procura hablar lentamente y con firmeza—. Necesito que me digas a qué nos enfrentamos. Qué pretendes estando aquí revisando al personal. Y, lo más importante, necesito que me des una lista detallada de los problemas que sabes vendrán.

—Eres aburridamente listo, encanto.

—Gracias, eso es un cumplido.

—No fue mi intención.

—Es mi derecho constitucional tomármelo como quiera —se burla con sorna—. Ve a los problemas.

Sin mirarlo casi, la variante suspira y se encoge de hombros.

—Cuando creé el programa no supe qué compañía lo pedía. Lo diseñé hace cuatro años. De los primeros encargos grandes. Aunque tu arrogante mente no lo vea, encanto, este maldito país es un desastre en el tema de seguridad.

—¿El tuyo no? —la pregunta sale disparada sola, ni siquiera la puede controlar.

Tony se gira y lo mira brotando seguridad.

—No desde que decidí que, si mi gobierno quería escucharme en secreto, el mundo lo escucharía a él.

Con un parpadeo lento, Peter acomoda eso en su mente.

—Eso es... es ridículo. Me dices que puedes...

—Tranquilo, encanto. Pronto entenderás que puedo hacer lo que sea.

Hay un claro tinte sexual en esa insinuación, pero Peter no pica y decide ir a lo siguiente. Entender el patrón vuelve increíblemente fácil entender por dónde van los tiros.

—Si obviamente puedes... digo, cómo puede ser que estemos aquí y no allí.

—Como ya dije, encanto, combinaron mi programa con el de cuatro técnicos más.

—Imagino que no sabemos quiénes. —Volviendo a pasar de su tonito juguetón, se centra solo en la parte importante de lo que dice.

—Error, encanto. Sabemos, el asunto es que dos de ellos murieron sin dejar registros de sus trabajos.

Peter maldice y mira el salpicadero del auto sabiendo perfectamente qué pasó. Esos dos programadores diseñaron el inicio y el fin del laberinto. Nadie iba a poder acceder a esa información.

Mira sin esperanza al hombre en la entrada. Las puertas de cristal son amplias y de apariencia débil. Se imagina que le tomaría una buena cantidad de golpes destruirlas.

—¿Qué buscamos aquí?

Siente los ojos clavarse en su espalda, pero no se mueve. Tiene claro que no sacará ninguna verdad por verlo. Es un maldito criptograma andando.

—Una ventana.

Eso no le dice nada, pero no presiona. Empieza a entender que sacarle información es más bien un trabajo de negociadores y él no está cualificado. Ya no tiene la paciencia para serlo, en tal caso.

—¿Puedes clonar la tarjeta por tus medios? Puedo llevármela y hacerlo por mi cuenta. No pienso usarla.

Un silencio mortal los rodea y Peter sucumbe a voltear el rostro. La variante ni siquiera lo mira, tiene los ojos fijos en las puertas, con un nivel de concentración inexplicable.

—Yo me encargo. Ahora puedes irte si quieres.

Tomado completamente por sorpresa, Peter salta ligeramente en su lugar. Por un segundo, jura que escucha mal, pero la mirada que le lanza la variante es demasiado seria como para ignorarla.

—No pienso dejarte aquí para que hagas una idiotez —le explica, pasmado con él por creer que eso haría y con él mismo por estar tan seguro de que no lo hará, pese a que eso mismo fue lo que había ido a plantearle.

Por un segundo su boca se seca, no debería necesitar estar allí, cada minuto juntos es un problema elemental que añade a la ecuación, que, ya de por sí, contiene bastantes incógnitas. Pero no puede irse, no puede darle espacio y no solo porque es claramente un peligro, no quiere hacerlo por el básico motivo de que irse se siente como algo que está mal.

Un punzante dolor en la parte trasera de su cabeza arranca a migrar por todo su cráneo y Peter reconoce la alerta de sus instintos advirtiéndole cuan peligroso e idiota era el recorrido de sus pensamientos. Ojalá su punzada saltara cuando estaba por tomar decisiones estúpidas, pero esta se mantenía en un silencio opresivo. Peter no tenía que ir en contra de sus propios planes, eso era en lo que llevaba años trabajando: trazar un plan y llevarlo a cabo sin desvíos, sin improvisar; ese fue el problema que lo puso en esa mierda en un primer lugar. Pero cualquier vestigio de sensatez parece haber abandonado su cuerpo, pues, así como esa mañana se dijo con rotundidad que debía mantenerse lejos, en ese momento sabe que no puede hacerlo.

—Sé que tienes un plan, sé que no quieres contármelo —murmura atropelladamente, casi viendo desde fuera de su cuerpo como las palabras salen por sí solas, presas de una convicción que desconoce de dónde nace—. No sé por qué, pero fingiré que eso no importa, porque no creo que de momento puedas joderla. Pero, no me iré. Te dije que iba a ayudarte.

Tiene que trabar la mandíbula cuando le rueda los ojos de tal forma que los deja blancos. El golpe de un recuerdo de antaño lo sacude y le da vuelta la cara, tan pronto como está en ese auto, está en el taller de Tony, hablando sobre que arreglos hacerle a su traje.

Sacude la cabeza, intenta traer orden al caos que empieza a levantarse en su mente, pero todo simplemente estalla en su interior cuando la variante del hombre que lleva años intentando olvidar abre la boca.

—Contrólate, mocoso. No tengo planes de moverme de aquí —se queja con un resoplido familiar y destructor.

Y podría decir que es culpa de la falta de sueño, que era el estrés o el mismo cansancio de un día laboral que no fue especialmente fácil; incluso podía decir que aquello solo dolió más porque en ese momento libraba una batalla campal contra lo que él quería y lo que sentía que era correcto, pero lo que realmente pasa es que Peter lleva tanto tiempo forzándose a olvidar, que el machetazo que se estrella contra su pecho al reconocer la voz (con ese tinte tan condescendiente y el tono juguetón) es demasiado.

El aire en sus pulmones se congela y un millar de cristales helados se deslizan por sus venas. El tiempo se retuerce, vuelve sobre sí mismo y se dobla. Peter siente otra vez como esa oleada de dolor que lleva años sofocando se subleva en su interior y lo engulle para escupirlo en un lugar muy diferente al que está.

La mirada whisky y divertida lo mira fijo, reconoce el cariño, reconoce el afecto y sus propios rasgos se deforman a una mueca dolorida. Abre la boca, pero las palabras no salen tal como quisiera. El dolor le aplasta la voz y el odio con el que lleva años lidiando brota sin más.

—No me llames así —susurra con lentitud, mirándolo fijo, casi odiándolo por recordarle el crudo dolor que había tenido que pasar por tantos años—. Jamás vuelvas a llamarse así. ¿Entiendes? No tienes derecho. Tú no puedes usarlo.

La variante abre los ojos, impresionado, pero se recompone rápido. Peter sabe que es estúpido lo que hizo, que es incluso desconsiderado, pero está furioso con todo aquello. Está furioso con el hechizo que no salió como debería, está furioso con tener que lidiar con todo aquello y ser incapaz de hacerlo como debería, está furioso porque siente como la vida que se forjó otra vez corre peligro. Más furioso está por no poder olvidar, por no poder dejar de sentir ese dolor desgarrador que devora a cada segundo la mentira de existencia que llevaba.

Una vez leyó en un ensayó de oratoria que el mayor problema al que muchos se enfrentan es que quieren describir emociones que no entienden, con palabras que no saben. Peter siempre creyó que eso era idiota. Hasta ese momento. Él no tenía idea de lo que era ser aliado de alguien. Él no tenía de esos. Llevaba tanto tiempo encerrado en su propia soledad que se le había olvidado lo imposible que era mantener la distancia emocional. Ni siquiera estaba seguro de saber cómo mierda hacer eso.

Antes de que la variante pueda decir nada, Peter abre la puerta y se va de allí. No llega a dar cinco pasos que se sumerge en la noche y desaparece. El aire frío le corta el rostro y cierra los ojos recordando que dejó toda su ropa en el auto. Descarta volver. En ese momento simplemente tiene que alejarse. Huir, mejor dicho. Escapar de unos recuerdos para los que no está listo, de una aventura para la que no está listo y de un hombre al que quisiera no haber conocido.

*****

La gente dice que de los errores se aprende y ese día en el taller, mientras se escapaba de Collin y sus propuestas para salir, Peter hizo todo lo que pudo por hacer caso a esa premisa. Con una buena dosis de golpes en las calles más peligrosas de Nueva York, su mente encontró al fin paz y mientras cenaba de un cuenco una sopa instantánea, repasó sus errores, estudió los de la variante. Con la mente más afilada, se dijo que debía volver a empezar.

Las cosas no eran fáciles, él lo sabía. El punto no era si eso le fastidiaba o no, el punto era cómo se las iba a arreglar para no dejar que eso lo frene. Porque encontraba curiosamente irritante dejarse en evidencia escondiéndose esa noche.

En el pasado tendía a bloquearse, a buscar en otras personas una idea qué seguir, pero Peter se tenía a sí mismo y la única cosa medianamente decente que se le ocurrió pensar es que había empezado esa pelea con las emociones absolutamente desbocadas. Ni un solo segundo de los pocos días que tenía aquella desastrosa escena, Peter lo pasó sin sentir un rencor latente en el cuerpo. Ver a la variante de Tony le despertaba un resentimiento poco productivo que la noche anterior simplemente explotó.

Mala cosa. Necesitaba reconfigurar el plan, hacer el duelo de que todo era una jodida mierda, levantarse y volverlo a intentar.

Horas de análisis más honesto y concienzudo le hicieron sentir que tenía algo como un nuevo plan de acción. Se deshizo de la lista y aceptó que no era un aparato robótico. Podría no tener una relación muy cercana con nadie, pero él apreciaba a la gente en general y sin siquiera esforzarse. Era parte de él. Pretender que esa variante no existía no era opción. Tampoco era estar lejos de él.

Luego de analizar cada maldito paso de la noche anterior, Peter se dio cuenta de que eso de "No sabía para quién era" no podía ser real. Un hombre que demostraba ser un paranoico como el que conoció, jamás haría tratos con alguien sin tener una idea clara de quién era.

Dedujo de esto que era un maldito temerario o que solo podía ser un condenado idiota que pensó que podría dominar a alguien como Fisk. Dos opciones tan peligrosas como imprudentes. Peter tenía que estar sobre aquel plan, así sea para ir tapando los agujeros que fueran surgiendo. No era la forma en la que quería trabajar, cierto, pero dado que esa parecía ser la forma en la que la variante iba a hacerlo, tocaba adaptarse.

Tenía fe en sus habilidades, confiaba en su instinto. Si algo salía mal, siempre habría tiempo de arreglarlo. O al menos más o menos así era como funcionaban las cosas ahora.

El auto está en la misma posición. No le extraña, pero le sorprende ligeramente que la puerta vuelva a estar abierta. La variante le lanza una mirada austera y vuelve a concentrarse en el celular, que brilla en la mano. Peter vacila en la puerta, pero dado que nadie lo echa, decide arriesgarse y se sienta.

El silencio le hace aplastar las manos incómodas en su regazo, pero como no se le ocurre cómo romper el tenso aire, solo mira la punta algo raída de sus tenis. La variante, que parece bien con ignorarlo, se acomoda mejor en el asiento y le echa una mirada rápida a las puertas que estudia a medias. Peter sigue sus ojos y ve al mismo guardia de la noche anterior, volviendo a jugar con la radio en la mesa. Gira el rostro, con una idea medianamente clara de cómo abordar el tema a tratar, pero por desgracia sus ojos se abren impactados al entender el funcionamiento del equipo que le brilla en la mano.

Parecida a unos anteojos de realidad virtual, la pantalla es un vidrio transparente de pocas pulgadas de grosor, pero con un ancho similar al de una mano abierta en su totalidad. Está leyendo algo con gráficos y al menos tres pantallas se intercalan una con la otra sin que tenga que mover un dedo. Sus ojos se deslizan por la mismo y esta parece que intuitivamente sabe cuándo pasar al siguiente ítem.

—Mierda, ¿cómo es que haces eso? —murmura, estudiando el marco fino y plateado que rodea al celular.

—Mi universo está adelantado al menos veinte años en tecnología —explica bajando el equipo, metiéndolo en el bolsillo interno de su chaqueta—. Por suerte para mí lo traía en el bolsillo. Fue un desafío conseguir que sea compatible con los satélites que tienen aquí, pero no imposible.

Las mil posibilidades que se abren ante esas palabras le dejan en silencio. El hombre junto a él cruza los brazos sobre su pecho y entrecierra los ojos al verlo como abre y cierra la boca, estupefacto.

—Oh, pero mira esa cara... Eres la misma rata de laboratorio... —suelta una carcajada medida, que sorprendentemente no suena nada cruel, pero Peter se sonroja sin poder evitarlo.

Las implementaciones que podría darle a conocimientos con un adelanto de veinte años...

—Deja de soñar, encanto. No te diré lo que quieres saber —lo ataja leyendo antes que Peter el camino que empieza a tomar su mente—. Cuando termine todo aquí y consiga irme, puede que te deje algunas pistas sobre lo que necesitas saber para ser el próximo Tony Stark, pero de momento, la exclusividad del conocimiento se paga en oro.

Peter sacude la cabeza, no le interesa mejorar la tecnología en cualquier aspecto. Ya había aprendido que no estaba, ni quería, ser el próximo Tony Stark. Lo que quería. Lo realmente sería idiota e inútil, pero tremendamente increíble no tenía que ver ni un poco con ser como su mentor...

—Podrías solo decirme algo, tengo un proyecto que llevo años pensando... hice mi tesis de ello. —Sus pensamientos sigue corriendo por un carril un poco descontrolado. Es una idea que podría tomar años, pero sería viable...—. Escucha es sobre una maqu-

Sin dejarlo terminar de hablar, la variante se inclina sobre él y Peter se pega asustado a la puerta. Su figura se vuelve un borrón rápido y antes de poder unir dos pensamientos coherentes está sobre él, inclinándose en dirección...

—Tranquilo, encanto —se burla con voz coqueta y baja—. Solo iba a darte esto.

Sacando una bolsa grande de detrás del asiento, se la pone en el regazo y se vuelve a sentar en su lugar. Peter pasa saliva y maldice en su mente. Siente el calor que sube por su cuello y puede ver por la malvada sonrisa en la boca de la variante que sabe exactamente qué creyó Peter que iba a hacer.

—No me pareció que estuvieras interesado en que vaya a dejarla a tu departamento. —Y la forma lasciva con la que empuja las palabras por la boca, hace que Peter sienta algo violentamente incómodo de pensar en llegar y encontrarlo en su cama—. Admito que la tentación fue inmensa, pero curiosamente la idea de hacer sociales con un par de ratas hasta esperar que aparecieras me detuvo. Por no decir que lucías como si fueras a darme un puñetazo. —Girando el rostro para ver las puertas de vidrio a unos metros le sonríe con maldad—. Y ya me quedó claro: tú harás más que solo astillarme los huesos.

Peter muerde su labio y hace una mueca de disculpa.

—Lo siento. No fui muy profesional. —Sin atreverse a mirarlo, fija la vista en su regazo—. Es solo... te pareces tanto y yo... Lo extraño. —La cruel realidad le hace sentir un niño indefenso, pero esa era la verdad.

Esa tarde, mientras en el taller estudiaba qué técnicas podría usar para conseguir manipularlo y no permitir que todo volviera a irse a la mierda, recordó que había visto rastros humanitarios en ese hombre. Cuando hablaba de Peter 4, era serio. Cuando hablaba de Miles, también lo era. Básicamente, cada vez que hablaba de los sentimientos, tendía a no ser un maldito desagradable.

Y no había nada que sintiera más desde que lo vio en ese callejón, que extrañar a Tony. Peter ni siquiera era consciente de cuánto lo extrañaba y ahí radicaba su furia poco contenida. Dios, le dolía hasta los huesos, ahora que era tan consciente de ello.

Y no solamente era tener con quién hablar, con quien relajarse o dejar de esconderse. Peter deseaba tanto que fuera el adulto, que volviera a quitar de sus hombros la carga pesada y tortuosa de tener que ser el responsable de todo... Se sintió tan bien, tan pleno que lo sostuviera entre sus brazos mientras su mundo destrozado se apagaba... Dios, Peter se sentía algo humillado por esa sensación, pero era simplemente agotador ser siempre un adulto.

—Ya pasaron como seis años y... ni siquiera recuerdo si me gustaba o me molestaba que me dijera así —reconoce, mordiendo su labio inferior—. Creo que sí, pero... pero no estoy seguro. Es de ese tipo de cosas que más te esfuerzas por recordar, pero son las primeras que olvidas.

El silencio es tangible. Como en su sueño, donde la lujuria había quemado cuál dióxido de carbono el oxígeno, en ese momento parecía que habían roto una ampolla de nitrógeno. El frío se extendió y Peter, que no sabía que esperar, se preparó para alguna burla cruel; para algún comentario hiriente o desubicado. Dios, casi podía escuchar: "Puedo llamarte mocoso en la cama y ver cómo sale".

Se reiría, Peter estaba listo para reírse y asegurarse de no tomarlo en serio. Todo el día se martirizó; derramar su debilidad en el tapizado de ese auto abriría una puerta peligrosa. Pero no tenía mejores opciones.

Lamentablemente, no se preparó para sentir como le acariciaba el mentón y le hacía levantar la vista para que pudiera sostener su mirada. Peter se vuelve a sentir pequeño e inseguro. La mirada verde se ve tan seria y dura... tan llena de pena y compasión. Odiaba la lástima, pero de alguna forma ver como esta se cristaliza en aquellos ojos verdes con toques de miel, no le enfurece. Siente pena por él mismo. La siente de una manera que no habla de debilidad o incompetencia, habla de algo roto y relegado. ¿Y por qué mentir? Así se sentía.

¿Cuánto tiempo pasó forzándose a mirar hacia adelante? ¿Cuánto le tomó dejar de esforzarse por no recordar, que empezó a olvidar? En esos días, de manera inconsciente intentó recordar detalles de su vida, de las personas que tuvo en ella y con horror se dio cuenta de que no había nada más que vagos momentos y un puñado nombres grabados a fuego.

Ahora, viendo la pena, la lastima y hasta un poco de compresión en los ojos verdes, Peter se sintió triste y feliz, por tener alguien que lo viera realmente. Que entendiera el dolor que traía vivir con el saber que borraste de tu vida el paso de los que amaste.

—La verdad es que puedes arruinar este plan si sabes todo . —Peter siente como su boca se seca ligeramente. La mirada verde directamente lo atraviesa mientras habla lento y pausado—. Tienes razón en que intento desesperadamente que no pienses mucho en todo; tienes razones para creer que pienso que eres estúpido, pero lo que realmente está pasando aquí es que soy un jodido criminal y no tengo ninguna intención de dejar que me metas preso.

Peter, declarando que estaba en shock, solo se limita a mirar, procurando no sentir las mil cosquillas que lo inundan cuando la mano que lo sostiene se desliza por su rostro hasta acunarlo. Y si no bastaba el hambre de contacto afectivo que tenía para destrozar sus neuronas, sí lo hacía el rostro de ese hombre que se suaviza al punto de volverse el calco de ese Tony Stark que él veía en la televisión y admiraba.

—No quise lastimarte, Peter —musita con el mismo tono firme y monocorde con el que admitió no querer destruir su universo—. No volveré a decirte así, pero, no preguntes tanto o me veré en la obligación de hacerlo. ¿Entiendes? —Peter en su obligatorio año sabático hizo un par de cursos de comunicación no verbal y el contacto firme, la mirada clara y las palabras simples gritaban que nada en aquel discurso era al azar o mentira—. Me doy cuenta de que la versión de mí que conociste en este universo te cuidaba, pero yo cuido únicamente de mí. Soy mi prioridad y si tengo que dañarte para salir de aquí, lo haré. —La piel de sus brazos se eriza, mucha más verdad que realmente necesita no olvidar—. Mientras entiendas que, si no me empujas, no te aplastaré, prometo no hacer nada para que vuelvas a sentirte así. ¿Trato?

No sonaba como que tuviera opciones. Peter no iba a dejar que hiciera lo que quisiera. Podría decírselo, podría decirle que antes de que pudiera destruir su universo, era más que capaz de dejarlo inocente y arrojarlo a una prisión. Le dolería toda la vida, sería miserable lo que le quedara de existencia, más no se arrepentiría; pero no lo hace.

La mirada verde está tan clavada en él que se hace una idea de lo que ve en sus ojos. Suena a una ofrenda de paz luego de la desgraciada noche pasada y la anterior a esa. Peter podría coger el ramo de olivos que le tendía o volver a empezar una batalla donde difícilmente podría hacerle entender que no importaba cuan débil y pequeño lo viera, estaba demasiado roto para que eso lo pudiera detener.

Él no tenía nada, pero en su mundo aún vivían MJ y Ned. Sus amigos aún estaban ahí. Así ninguno lo recordará, Peter jamás se olvidaba de ellos. Así MJ hubiera seguido con su vida y tuviera otra pareja, así Ned fuera el mejor amigo de otro chico, nada de eso hacía que él se olvidara de que ese universo era todo lo que los unía.

Y por eso extrañaba a Tony, a su Tony. Él siempre intentó cuidarlo de ese tipo de decisiones, de ese tipo de momentos. Cargaba en sus hombros el peso titánico que para él era saber que, si llegaba a verse en la obligación, eliminaría el riesgo que implicaba aquella variante para su universo. Y así doliera cada vez que Peter hacía que metieran a una variante a prisión y nunca olvidaba que esas eran vidas que él destruyó, jamás dejó de hacerlo.

—Sé que eres un criminal. Siempre se vuelven criminales. Todos. Sin excepción. Si quisiera meterte preso, eso ya hubiera pasado.

Estirando la mano, le sujeta la muñeca y hace que la separe de su cuerpo. Peter se estremece cuando el frío vuelve a acariciar su piel, pero lo acepta. Arde donde lo tenía cogido. Sonríe con displicencia y se deja caer cómodamente en el asiento.

—Entonces... si yo dejara caer un pendrive con mi tesis...

—Olvídate —resopla acomodándose cómodamente en su propio asiento, cortando completamente el ambiente tenso y serio.

Agradece que no quisiera darle más vueltas al asunto. De momento, Peter siente que quemó varios puentes y así prefiere dejarlo.

—Un criminal con principios.

—Un criminal que cuida el negocio, encanto —lo corrige con un aire misterioso.

Peter resopla y vuelve a ver al guardia.

—¿A qué hora sueles venir?

—A las seis de la tarde hacen el cambio de guardia.

Peter silva sin poder evitarlo. Aquello era un nivel de compromiso admirable.

—¿No te aburres?

—Cómo podría. Pica su nariz cada veinte o veinticinco minutos. Es excitante ver si podrá o no resistir esos cinco minutos.

Peter suelta una carcajada y menea la cabeza.

—Ve, te mandaré mensaje si necesito un reemplazo —se burla la variante sacudiendo la cabeza.

Peter quisiera poder decirle que no, quisiera poder quedarse y hacer guardia con él; pero se supone que ya no comete los mismos errores. Sale del auto volviendo a cubrir su rostro con la máscara y suspira estudiando sobre su hombro, para corroborar que estaban solos.

—Pórtate bien —le advierte con una sonrisa tirante, parado junto a la ventana abierta del auto.

—¿Si me porto mal, vendrás a ponerme en mi lugar? —pregunta juguetonamente, estirándose sobre el asiento que había estado ocupado.

Peter le rueda los ojos y agradece la máscara. En verdad necesita dejar de sonrojarse como idiota. Y ojalá el maldito dejara de vestirse como si estuviera a punto de hacer una campaña para Vogue.

—Vendré a darte una paliza —aclara, alzando el dedo para amenazarlo.

—Cuidado, encanto, puede que eso me interese.

Peter le muestra el dedo medio e intenta desaparecer, pero antes de que alcance a dar un paso, la variante vuelve a llamarlo.

—¿Vas a decirme cómo es que me trajiste a este jodido universo, o seguiremos fingiendo que ese no es tema?

El cuerpo entero se le petrifica y por más que habló en un tono juguetón, puede ver la tensión en su mirada. Una punzada violenta le aguijonea el abdomen y Peter le sonríe con aire aburrido meneando el rostro.

—No podrás escapar por siempre de eso, ¿sabes? —le dice pese a que Peter se aleja lentamente, con el corazón palpitándole en la boca del estómago—. ¡Algún día te lo sacaré! —amenaza, y Peter sin importarle nada si alguien podía o no verlo, salta dejándolo atrás, lo más lejos que puede.

Desaparece con la bolsa colgando de su mano. El bolso del trabajo le golpea rítmicamente las piernas mientras se aleja entre saltos y no deja que pase mucho tiempo antes de que se obligue a borrar esa última parte de la charla de su cabeza. No va a decirle la verdad, no puede, se siente demasiado avergonzado y culpable para decirlo en voz alta. Por no mencionar que no tiene relevancia alguna. No es de utilidad al plan y está seguro de que no importa que le haga, no cederá.

Se encamina a casa y se dice que no tiene de qué preocuparse, o al menos, no tiene nada de lo que preocuparse inmediatamente, por primera vez en esos escasos días vuelve asentir esa especie de confianza en el plan.

Cuando llega a su apartamento se deja caer en la cama y decide que puede darse el lujo de esperar un rato más para salir. Tiene un hambre atroz y, pese a que cocinarse no suena exactamente entretenido, menos le suena un perro caliente sin más.

Dispone la cocina, el suave aroma a comida cacera lentamente ocupa cada parte del pequeño piso y Peter no puede seguir ignorando la bolsa. Su chaqueta, la bufanda y su gorro están doblados pulcramente. Pero, obviamente, eso no es todo. Bajo de estas tres prendas hay dos sacos largos, finos y elegantes. Peter se imagina la micro fortuna que costaron y piensa en la forma que ese dinero se consiguió.

Sus dedos viajan por la tela, se imagina a ese Tony yendo a comprarlas, eligiéndolas para él y la culpa por no haber respondido a su última pregunta lo carcome por unos instantes. Intenta decirse que no tiene que dejarse engatusar, pues esa variante ya le dejó en claro que está dispuesto a acabarlo si eso es lo que debe hacer, pero no puede dejar de reflexionar el detalle que eso significaba.

Una sonrisa triste tira de sus comisuras, el original era bastante parecido. Compartían esta curiosa y ostentosa forma de pedir perdón. Se siente ligeramente incómodo por las molestias que se tomó, en especial teniendo en cuenta que no los une una relación que valga lo que él tuvo con el original. Ambos se mentían, ambos se ocultaban sus planes. No se tenían ni una pizca de confianza y se miraban tanto como aliados que como enemigos. Era raro que hiciera eso por él, más raro era que lo encontrara mínimamente enternecedor.

Dejando todo en la misma bolsa, la tira dentro de su armario. No quiere empeorar el panorama devolviéndosela, pero también sabía que no podía usarlas.

Sus manos viajan por la mesa acomodando todo y no es hasta que suena su celular que se da cuenta de que estuvo todo el rato con la vista fija en el armario.

Tony:
Sé lo que hiciste con mi regalo, encanto.

*****

La tercera noche de vigilancia, Peter se da cuenta de que no tiene una sola excusa para aparecer por la torre Fisk. Mira con ansiedad el reloj, e intenta no pensar mucho en qué estará haciendo Tony, pero falla miserablemente. Como era un cobarde, no se animó a responder, pero durante toda la noche la presencia de las chaquetas en su armario, cobraron vida. Fuera de toda maldita broma, Peter podía escuchar cómo un zumbido parecido al de un corazón palpitando frenético que viajaba por su cuarto hasta acurrucarse con él en la cama. Y ojalá fuera algo terrífico, pero en el fondo de su mente no era así como se sentía.

Cada vez que veía a esa variante, el tiempo parecía deslizarse más rápido por el reloj. Aún podía contar con una sola mano la cantidad de veces que se vieron, pero había una especie de vorágine que impedía medir el tiempo con calma y lo mismo pasaba con las horas lejos suyo. La media noche llega más pronto que tarde y por más que sepa que debería ir a dormir, que ya es hora de volver a casa y meterse bajo las cobijas, si es que pretende llegar (para variar) a horario al trabajo, sus telarañas lo columpian al mismo maldito punto que las noches anteriores.

Peter se maldice y rueda para sí los ojos. Ojalá pudiera decir, sin sentir que no era franco, que el único motivo por el cual iba a revisarlo era para asegurarse de que no hiciera nada estúpido. La amenaza pendiente entre ellos está ahí, pero no puede evitar acercarse como maldita polilla a la llama.

El auto está en el mismo lugar que siempre y la puerta igual de abierta. Cuando se desliza en el asiento del copiloto, la variante le sonríe con petulancia.

—Eres tan predecible que dueles, encanto.

—Cierra el pico —gruñe enrojeciendo al recordar el mensaje del día anterior—. ¿Hubo algún cambio?

Tony asiente socarronamente y se limita a señalar las puertas con un movimiento lánguido de la mano.

—Nuestro amigo tiene compañía.

Peter se voltea en el asiento y ve que, en vez de un guardia, hay dos. Sintiéndose ligeramente ansioso, estudia mejor la escena. Ambos se ven tensos, como si esperaran algo.

—¿Siempre hay dos a esta hora?

—No. Algo cambió. ¿Notas cómo miran para dentro?

Peter asiente. Reconoce a un empleado listo para ver al jefe y antes de que ninguno pueda decir nada más, dos figuras pasan por frente a los guardias. Uno mide como dos metros o más. Peter solo lo vio dos veces en persona y en ambas sentía que su tamaño crecía. Atrapar a Wilson Fisk por las calles no era imposible, pero sí muy difícil. Fingía ser un empresario respetable, pese a que todos sabían que estaba absolutamente coludido por las mafias y el tráfico ilegal de cualquier cosa que pudiera existir. Pero sus movimientos en la noche... era como mínimo anormal que estuviera allí. Si no eran eventos elegantes o cocteles políticos, se mantenía a buen recaudo en su piso de Hell's Kitchen.

La segunda figura hace que Peter se sofoque. James Wesley está repasando una agenda mientras pasa frente a los guardias con la vista fija en su jefe.

—Mira lo que tenemos aquí. Se suponía que estaban de viaje...

—¿Cómo sabes eso? —pregunta Peter sorprendido.

—Contactos bien ubicados, encanto.

Peter no puede evitar pensar en el maldito antro al que lo arrastró. Hace una mueca e intenta desesperadamente alejar eso de su cerebro, pero las imágenes se aferran a sus pobres neuronas y sentir como el pecho amplio se acerca por su espalda no le colabora. No retira los ojos de los dos individuos a unos cuantos metros, pero es dolorosamente consciente del calor que se eleva en su interior.

Maldice para sí y se obliga a no revolverse. La respiración rítmica y calma de Tony le acaricia la piel. Mantenerse inmutable cuesta demasiado en ese punto y no sabe si gritar o llorar, pues la sensación se siente completamente antinatural, pero imposible de evitar. Desde el fondo de su mente, los recuerdos, los sonidos y los condenados olores le envuelven y para cuando el maldito habla, y así solo sea para burlarse de él, solo puede agradecerlo.

—Presta atención a lo que ves, encanto —susurra con una retorcida diversión en la voz—. Si no tendremos que repasar la clase. Y no soy un profesor muy paciente; soy mucho más de la corriente dura e inflexible.

Peter, humillado (¿Cómo podría estar sino?) lo aleja de su cuerpo dando un manotazo hacia atrás. No necesita ver para atinarle, está tan cerca de su cuerpo que solo por transferencia de calor puede delinearlo. El traje le protege el cuerpo completamente, la tela no será de la calidad que confeccionaba Tony para él, pero Peter se curró lo suficientemente bien su traje para que fuera térmico. Era quizá la primera vez que ponía a prueba que tanto absorbía el calor corporal ajeno. Respuesta: Incómodamente mucho.

—Ni tan bien posicionados —murmura determinado a no seguirle el juego y a omitir las respuestas irracionales del suyo propio—. Se abrió una licitación para el ejército. Si su departamento científico está ampliándose, tendría que estar peleando por ello. Oscorp presentó su proyecto y es una compañía con apenas siete años en el mercado. Fisk Entertainment... bueno, no revisé, pero debe tener más.

—Treinta años. Quince con área científica. Luego de que tu Tony decidiera separar sus compañías, se volvió codicioso.

Girando incrédulo su cuerpo, Peter clava los ojos con sorpresa en él.

—Tony jamás se alinearía con ese hombre.

La variante lo mira detenidamente y a Peter no le interesa que vea cuánto le molesta la insinuación. Se esforzaba por no abrirse, se torturaba mentalmente todo el tiempo que tenía despierto para asegurarse de que al llegar a ese lugar por las noches su vida entera estuviera tras esa muralla de protección que creaba, pero en ese momento menos no podía importarle. La memoria de Tony exigía una férrea defensa.

Pero algo le molesta más que su osadía y es lo tranquilo que luce. Es el hecho de que se haya sentado como si nada en su asiento y hubiera cruzado las piernas con soberbia.

—Encanto, encanto, encanto... —canturrea con crueldad—. El amor nos ciega, ¿No te lo explicó nadie?

—Deja de jugar conmigo —lo corta más enojado a cada momento—. Mira, en tu mundo puede que hubieras hecho negocios con él. No pasa nada, quizá allí no es un maldito demente. Pero en este, es un condenado asesino. Es escoria de lo peor. Tony jamás se hubiera aliado a él. Nunca.

La mirada pedante se congela, los ojos verdes en cuestión de segundos se sienten árticos.

—Mira, encanto, te lo dejaré pasar porque según mis cuentas, cuando andabas cagándote en los pantalones y le cogías el truco a dejar los pañales, tu Tony , andaba firmando el contrato vinculante. Y recién cuando estabas aprendiendo la diferencia entre sumar y restar, lo disolvió. —Descruzando con infinita elegancia las piernas, se inclina cerca de él.

Peter podía volver a huir y aplastarse contra la puerta, pero era a Tony al que defendía. Escapar de eso no era opción. Alzándole el mentón le sonríe con la misma soberbia.

—Yo, a diferencia de lo que tu estirpe arácnida quiera creer, no hice, ni haría, negocios con ese idiota. Pero tu Tony parece ser que andaba más preocupado por otras cosas por esa época.

Peter iba a volver a arremeter, pero la variante le alza la mano y lo corre para poder ver mejor por la ventana. Peter se gira con cuidado, está tan encima de su asiento que, si gira rápido o descuidadamente, terminará descubriendo a qué huele su aliento.

Kingpin sale a paso firme y abre la puerta a Wesley, el sujeto entra y al cabo de unos segundos (luego de asegurarse de cerrar bien la puerta del pasajero), Kingpin vuelve sobre sus pasos. Peter contiene cada músculo de su cuerpo cuando ve cómo el sujeto abre las pesadas puertas de vidrio y sujeta del cuello a uno de los guardias.

—Curioso, muy curioso —murmura la variante, y Peter siente náuseas y aberración de que sea capaz de usar ese tono tan displicente, cuando el guardia de seguridad está siendo golpeado tan brutalmente—. ¡Ni siquiera lo pienses! —le gruñe cogiéndole el brazo por encima del codo, cuando se disponía a bajar y frenar aquella demencia—. Ni siquiera lo pienses —reitera con lentitud y los ojos desprendiendo llamas—. Como atravieses esa puerta, tocará agradecer que no tengamos una May a la que destrozarle el corazón. ¿Entiendes?

Peter da tal respingo que termina golpeando su cabeza con la ventana. La variante lo empuja y lo hace aplastarse contra el asiento. Ve como se vuelve a concentrar en el edificio. En su mente las palabras se repiten y por más que lo odie por usar de esa forma a su tía, una pregunta que hasta ahora no se había hecho lo atormenta.

—¿Está viva? —susurra tan bajo que no sabe si lo escuchará.

—Por desgracia —responde con una crueldad que lo deja helado—. Nunca en toda mi vida hice algo más desagradable que tener que ir a decirle que estabas muerto. Te enterró junto a Ben —explica antes de que pueda preguntar por él—. Le quisimos impedir ir, pero nadie va a decir nunca que May Parker no es vieja dura de roer.

Un jadeo bajo sale por su garganta y puede sentir sobre él los ojos verdes. Por un segundo se imagina a May viva, teniendo que lidiar con su muerte. Luego de lo Ben, luego de todo lo que pasó y cómo sufrió... Un estremecimiento lo recorre. Recuerda el llanto y la forma en la que lo abrazó cuando pensó que había pasado algo el año que fue al concurso de matemáticas, recuerda el miedo que le dio pensar en lo que iba a ser de ella cuando Tony volviera y le dijera que murió en el espacio...

—Me imagino que no fue agradable tener que enterrarla, pero si mueres hoy... créeme, es mucho más humanitario no tener que hacerle eso a ella. Yo... es una gran mujer, no se merece lo que tiene en mi universo. Agradece más bien, porque aquí no vivió para ver como esta idiotez de ser un héroe la fuerza a enterrarte. —El silencio se extiende por unos segundos y la voz de Tony sale baja y llena de algo que Peter no sabe si decir es dolor o sorna—. Supongo que por eso no me lo quisiste decir —Agachando la mirada, los ojos verdes vuelven a clavarse en él—. Jamás hubiera apoyado esta idiotez, nunca hubiera estado de acuerdo que pongas tu vida en peligro; que lo hagas por gente que nunca valorará tu vida como corresponde.

Peter pasa saliva y siente los ojos deslizarse por su rostro hasta su cuello. Antes de que todo se vuelva más incómodo (cosa que Peter ni siquiera cree posible) la variante vuelve la cabeza.

—Deberías dejarlo, encanto. No he descubierto nada de este mundo que me haga creer va a valer la pena tu vida. Te llaman delincuente, cómo si pudieras siquiera compararte con nosotros.

—No sabes nada de mí —musita algo ido en la montaña de dolorosos errores que tiene en el pasado—. No sabes qué he hecho.

Y aquello era algo que él mismo le había cuestionado, ¿Cómo me trajiste a este universo? Pues responder a eso le daría una idea aproximada de lo idiota y lo deliberadamente irresponsable que era.

—Puede ser, encanto. —Se ríe mirándolo de soslayo—. Pero hasta la fecha, no conozco un solo Peter Parker que no valga lo que un millón de aquellos a quienes defiende.

Y Peter, a eso, no sabe ni qué responder.

El dolor de cabeza que lo persigue desde que despertó en el departamento de esa variante vuelve con fuerza. Aprieta los ojos y decide que por mucho que necesite concentrarse en aquello que logró sacarle un "Curioso, muy curioso", lo supera. Confía en que lo que sea que hubiera descubierto se lo diga y si no, siempre pueden molerse a golpes. Dios, en ese momento, hasta le apetecía. Un momento era un maldito cabrón, al siguiente un buen sujeto y al final un encanto . Peter intuía que bajo la fachada dura, fría y despectiva debía haber alguien completamente indescifrable, pero no esperaba eso. Casi quería que volviera a meterse en su estúpido cascaron que dejar que vuelva a soltarle algo así.

¿Qué iba a ser de Peter, si ahora, de la nada, empezaba a ser humano cerca de él? Porque una cosa era que lo desesperara, otra muy distinta era que Peter no supiera ver lo bien que les hacía, a ambos, que fuera frío, distante y odioso. ¿Cómo iba Peter a sentirse agradecido el día que se fuera, si se volvían amigos? ¿Cómo iba a destruir el puente que lo guiará a otros universos, si seguía juntando personas en otros universos que deseaba volver a ver?

El sonido fuerte del auto alejándose en la noche le hace abrir los ojos y la figura suspendida a pocos centímetros de su cara se los hace rodar. Estira las manos y lo empuja para quitárselo de encima.

—¿Aún no? —Se ríe maliciosamente—. No falta tanto, encanto. Esta vez te tomó un poco más alejarme.

Peter lo mira con pesadez y niega.

—¿Qué es lo que te pareció curioso?

La variante le hace un mohín.

—Le abrió la puerta.

Peter ni siquiera se molesta en intentar entender esa lógica.

—Bueno, hasta un desalmado como él puede tener modales.

Tony rueda los ojos cuando capta el sarcasmo en su voz y se ríe con soltura.

—Disculpa, pero estoy un poco perdido aquí... ¿Insinúas que yo no podría abrirte la puerta o que quieres que tengamos la relación íntima que ese gesto demuestra que tienen?

Esa vez es su turno de reír. Suelta una carcajada fuerte y desdeñosa.

—Crees que tienen una relación solo porque le abre la puerta. ¿Se te ocurrió pensar que únicamente es caballeroso?

—¿Y tú eres asiduamente caballeroso con otros hombres o te reservas? Porque no me oirás quejarme si algún día quieres ponerte caballeroso conmigo, encanto. Incluso puede que deje que te pongas un poco sucio si lo pides adecuadamente.

Mirándolo mal, Peter menea la cabeza. Es increíble que le suelte esas cosas. ¿Ya no recordaba el motivo que nada más hace tres noches invalidaba aquel argumento? Hasta Peter, que no era el mejor en esa área, sabía que si Wesley tuviera algo con Kingpin no se lanzaría por un tío como esa variante. Qué bueno, en otro contexto, Peter diría que era lógico, porque por donde se lo mire, esa variante era cien mil veces más atractivo que Fisk; pero tú no engañabas descaradamente al sujeto que podía matarte con un nada más que un golpe.

—No se trata de lo que yo haga o no —puntualiza, sabiendo que, como se descuide, aquella charla terminará siendo sobre cosas que Peter hace o no y no sobre Wesley—. Se trata de que no tiene sentido lo que dices. Y, en tal caso —lo corta al ver que está por pelear—, ¿De qué sería de utilidad ese dato?

Viéndolo mal, Tony entrecierra los ojos.

—No sé, dime tú, encanto, ¿De qué nos serviría conocer el punto débil de un cabrón como ese?

—¿Y te has puesto a pensar que ese cabrón quizá quiera partirte el cuello por meterse con su pareja? O eso no es relevante en este análisis.

Sonriendo con coquetería, bate las pestañas en su dirección. Puede que sea más joven que el Tony que él conoció, pero no lo es tanto como para que ese gesto no se vea patético en su rostro.

—¿Te preocupas por mí o sólo estás celoso?

—Me preocupó por Miles, se supone que estoy intentando ayudarlo a él. No veo qué cosa voy a enviarle si consigues que Fisk te mate.

El semblante divertido y la chulería de la que había estado haciendo gala se esfuman y únicamente una mirada fría queda para estudiar en su rostro.

—Cuidado, encanto. No quieres arruinar el buen ambiente.

Peter se muerde la punta de la lengua y solamente agita la cabeza. ¿Fue un golpe bajo? Quizá. Pero estaba cansado de ser el único que tenía que encajarlos. El problema era que ese era un maldito malcriado y que no podía ir por ahí enseñándole límites sin esperar que se ofendiera. Era un constante tire y afloje y no siempre conseguía ser el que marcaba el ritmo. Lo cierto era que a veces ni tener superfuerza ayudaba.

—¿Crees que llamarán a una ambulancia? —pregunta, cambiando el tema.

—Opino que llamaron a la morgue —murmura señalando con el mentón un auto negro que pasó junto a ellos, rodeando la manzana.

El auto pasa lento, sin luces o patentes. Peter no duda que podría estar muerto, pero algo le dice que aún hay posibilidades, aún puede estar vivo y ellos allí. La gran mano vuelve a cerrarse sobre su brazo y maldice para sí.

—No puedes hacer nada por él.

—No quieres que lo intente.

—No quiero que te maten, Parker. —Peter se voltea atraído por su nombre y se topa con ese verde tan raro fijo en el ajetreo que empieza a producirse tras las puertas de cristal—. No hasta que haya logrado volver a mi universo.

Peter aprieta los labios al oírlo decir esa mezquindad y en lugar de ser inteligente y cerrar la boca, en lugar de simplemente dejar de pensar con sus malditas emociones: revueltas y agotadas, solo lo mira con desprecio.

A la fecha, no recuerda a nadie que lo desesperara tanto y le hiciera sentir tal fastidio. Era un tipo cruel, arrogante y completamente egoísta. Peter no diría que no tenía sus fallas, pero al menos intentaba no ser una completa basura. Se las ingenió desde hacía dos noches para no ser grosero, para no forzarlo a pagar por sus errores y desgraciadamente no le era tan fácil. Peter inclusive le perdonaba que sus asedios contantes lo tuvieran teniendo sueños que mejor no recordar. Era un trabajo de tiempo completo no ser una maldita basura con él, pero ese hombre no ponía nada de sí por el bien del plan, no ponía nada de sí por no ser completamente repelente y Peter estaba cansado de poner la otra mejilla en cada jodido momento.

—Me imagino que eso es algo a lo que te has acostumbrado —musita con frialdad—. Dejar Spider-Mans muertos en otros universos.

Puede que se arrepienta, pero al ver como la sorpresa inunda cada uno de los rasgos frente a él, sabe que no será en ese momento. Peter puede decir sin temor al error que ese comentario, tan cruel como el suyo, es exactamente el tipo del comentario que Peter 4 no haría. Tony, por primera vez, lo ve y se siente el desconcierto cuando lo estudia.

Claro que pasa de eso al enojo; puede distinguir como sus hombros se tensan y sus nudillos se vuelven blancos. Es un poco caótico, sus ojos irradian emociones dispares e inentendibles. Siente que está enojado, pero también siente que está divirtiéndose. Peter juega en un terreno peligroso si ese es el caso. Por nada del mundo él quiere que sigan hablando de sus muertos y qué hablar de empezar a bromear al respecto.

—Después de todo, sí tienes garras, tigre —murmura con una frialdad que le hace revolverse incómodo en su asiento—. ¿Por qué no sales de mi auto antes de que me olvide que eres un maldito mocoso? —la forma cruel y ponzoñosa con la que usa la palabra es una verdadera bofetada—. Pero, encanto, voy a dejarte una tarea. Mañana quiero que me traigas una lista de las empresas de tu Tony Stark y quiero que marques con un resaltado todas las que tuvo o tiene, que estén vinculadas a mafiosos o gente... cuestionable. —Sin atreverse a decir nada, sabiendo de sobra que él buscó lo que encontró, se queda viéndolo con la mano lista para abrir la puerta y escapar de allí—. Ningún Tony Stark puede jamás ser trigo limpio, creo que es hora de que saques del podio al hombre que endiosaste. —Peter no se achica cuando Tony se le acerca, no se corre cuando invade del todo su espacio personal y habla muy cerca de su rostro. Por nada del mundo baja la mirada—. Es demasiada roja la sangre que corría por sus venas para que te olvides de cuan humano era.

Sus miradas tensas se sostienen una a la otra. Peter intenta que el corazón zumbándole en los oídos no le fuerce hacia abajo el rostro, pero no puede sentirse más avergonzado de lo que dijo, del por qué lo dijo. Que fuera una jodida mierda no le daba derecho a decir lo que dijo, y menos que menos a burlarse de un tema tan serio. Pero no hace nada, se queda allí quieto, incapaz de simplemente pedir perdón.

—Y, de pasada, mañana quiero saber exactamente cómo y por qué estoy en este maldito universo.

Sin dejar que agregue nada más, Peter se baja y procura no moverse con rapidez. Sortea las cuadras a paso lento y medido, sintiendo la urgencia apurar sus pensamientos.

No tiene una lista, pero sin dudas conseguirla no tomará nada. Estaba demasiado seguro de que Tony no hacía las cosas mal, no en la actualidad, pero ese maldito sonaba confiado. Peter tenía que ir por esa maldita lista y encontrar la trampa antes de que pudiera dejar que lo convenza de lo contrario.

Cuando era un crío de quince años, jamás se planteó la posibilidad; pero el hombre que era en ese entonces sabía una verdad universal: No existen los millonarios limpios. Stark Industries podría no ser una mina de lavado de dinero, pero... pero con lo grande que era la compañía, nadie podía tener control absoluto de las asociaciones que aún conservaba y si alguien estaba queriendo joder a Pepper, a Morgan o el legado de Tony, él mismo iba a acabarlos.

Y con respecto a la última parte de su amenaza, Peter no piensa hacer nada. No va a decirle nada, no le debe eso. Peter iba a seguir intentando sacarlo de su universo y retornarlo al suyo, pero esa noche le quedó muy en claro que a ese hombre no le debía nada. 

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