IX

Cuando creas que ya conoces todas las caras de un Tony Sark, recuerda que estás equivocado. Siempre tienen algo nuevo con lo que enloquecerte.


Hacia 1905 Einstein lanzó una teoría al mundo: El tiempo es relativo. Dos observadores en movimiento relativo experimentan el tiempo en forma diferente: es perfectamente posible que dos acontecimientos tengan lugar de forma simultánea desde la perspectiva de un observador, pero ocurran en dos momentos distintos para otro. Como cabría suponer, el mundo entraría en crisis bajo esta hipótesis.

Un profesor de la Universidad de Granada lo resumió en: "la distancia y el tiempo no son absolutos, sino que dependen del observador" y Peter, como cualquiera que se precie de científico amante de la física, siempre estuvo de acuerdo con esta premisa. Pero no fue hasta encontrarse con su pie rebotando nerviosamente en su taller, estudiando el reloj, que no terminó de calar el concepto en su interior.

Esa variante dijo que iría a buscarlo y aparentemente él y ese hombre tenían una definición bien diferente de cuanto tiempo se requería para "solucionar" un problema. Peter no alcanzó a explicarle exactamente qué era de lo que quería hablarle. Para poder hacerlo hubiera sido necesario que lo escuche y le dé dos segundos de atención. Cosa que claramente no era capaz de conseguir, a menos que se tratara de él explicándole cómo la había cagado cinco años atrás.

Y eso no es que saliera tan bien, se dice con aprensión. Peter alcanzó a explicarle claramente lo que paso, pero por su reacción era claro que no le entendía. En el momento que se puso a insultar a Strange, intentó pobremente hacerlo entrar en razón. Rápido se dio cuenta de que eso no iba a pasar y hacía años que dejó de perder el tiempo en causas completamente perdidas. No iba a perder el tiempo forzándolo a entender que tenía su parte de culpabilidad y que, de haber hecho las cosas con un poco más de madurez, quizá su vida no se hubiera arruinado.

Con un suspiro martirizado vuelve a ver el reloj y cuando la pequeña manecilla se asienta en el número seis, jura por lo bajo. Lo esperó toda la noche. Toda. Dio vueltas a lo largo de su pequeño apartamento, acomodándolo, limpiándolo y volviéndolo a acomodar, pero nunca apareció. Revisó tantas veces su celular que tuvo que apagarlo en la madrugada, decretando que no conseguiría dormir si seguía viendo pasar las horas.

Estaba seguro de que el asunto con Happy ya tenía que estar resuelto. Lo peor que podía pasar es que se negara a mantenerse al margen de aquella situación (cosa que lograba sacarle arcadas, porque la sola idea de tener que verlo más veces le era muy dolorosa) pero eso no implicaría que pasara la noche en su casa. O la mañana, el almuerzo y hasta la merienda, ya puestos. Así exigiera una explicación detallada de todo, no podía tomar más de una hora, dos como mucho.

¿Por qué no aparecía? ¿Por qué no se tomaba el trabajo de mínimamente decirle algo? Era desesperante.

Las puertas tras él se abren, pero se mantiene tan quieto como si no hubiera notado el aire agitarse. Con los cascos a todo volumen se supone que no tendría que haberla notado, pero su instinto se pone alerta y gira sobre la silla a tiempo para ver a Ofelia con la punta de su pluma alzada en el aire, a la altura de su nuca. Su jefa, con una mueca de disgusto, se acomoda las gafas y Peter aprovecha para sacarse los cascos y dejarlos sobre el escritorio.

—Diría que es muy injusto, pero me alegro de que tu tía esté mejorando —se queja, pese a todo, sin sonar muy convencida—. Se nota que volviste a ser este despreciable empleado que no puedo asustar.

—Si me dijeras que me están esperando en recursos humanos, lograrías que me espante —ofrece con una sonrisa discreta, mientras le impide a sus ojos deslizarse tras Ofelia en busca del reloj.

Estaba muy decidido a no permitirle a ese hombre que jugara más con él. Peter no podía hacer mucho por él mismo y su orgullo por esos días, la forma escandalosa en la que su mente se había puesto a divagar cuando estuvo inconsciente lo carcomió desde que pudo dejar de pensar en todo lo demás.

Pero una ligereza extraña se apoderó de él cuando salió de la ducha y analizó todo lo que había pasado y dicho. Entendía lo suficiente de psicología para comprender por qué se sentía tan bien haber soltado todo eso, pero no esperó aquella calma. Así no hubiera reaccionado como esperaba, como sería lo normal para una persona responsable, esa variante de Tony Stark sabía su gran secreto y Peter se sentía infinitamente mejor con eso que con nada en mucho tiempo. Y eso que se sintió muy bien cuando, entre el revuelo que armó al recibirse, le dijeron que su nombre estaría en la boca de los científicos del mundo. Peter con ilusión y dolor se había preguntado si MJ o Ned lo habían escuchado. Sabía que no lo recordarían, nadie lo hacía; pero era alentador vivir en un universo dónde al menos sabían que existía este Peter Parker que parecía tener una teoría funcional para mantener abierto un agujero negro.

Pero aquello resultó incomparable. Peter se sentía mitad etéreo, mitad corpóreo. Se veía en el reflejo y por primera vez no le parecía ver un fantasma, pero se sentía tan ligero que se cuestionó seriamente no estar flotando mientras iba de un lado al otro, tirando la ropa sucia fuera de la vista. La sensación fue tan superadora que poco tiempo después, mientras intentaba averiguar qué hacer consigo mismo a la espera de un llamado a su puerta que no llegaba, empezó a pensar en todo lo demás. Mientras salteaba un poco de arroz con verduras, se acordó del golpe que le atizo a Tony y de todos y cada uno de los pensamientos radioactivos que tuvo al verlo recostado y con la boca entreabierta.

No. Peter no iba a ir por ahí. Se fija en Ofelia, que curioseaba su mesón y analizaba el chuche que Peter estaba creando para Collin. Aún tenía que esperar otras tres semanas a qué consiguieran sacar el prototipo del prototipo, pero Peter se era optimista dados los resultados preliminares.

—Entonces, ¿hoy irás al centro o volverás a verla? —cuestiona ella, dando un asentimiento conforme y Peter con un profundo bochorno recuerda su trabajo en el centro.

Ofelia le regala una sonrisa ladeada y estira la mano para agitarla un poco antes de ponerla sobre su hombro. Y Peter nota que esa era una muestra de afecto que jamás le permitió, y sabe que es algo debería cortar. A futuro ella podría creer, como Collin, que eran mucho más cercanos de lo que podía permitirle. Pero sus pies se niegan a ir para atrás y su mente no parece encontrar la forma cordial de pedirle que deje de preocuparse por él. No es tonto, sabe que parte del problema es que le gusta sentirlo. Le gusta sentir que alguien está ahí viéndolo, atento a los pequeños detalles que descuidaba sin querer.

—No te martirices. No puedes estar en dos lados al mismo tiempo.

Peter compone una mueca entre arrepentida y agotada. La culpa le golpea el cuerpo por todos lados. A esa altura, Peter había perdido al menos una semana y media de clases con sus chicos. El profundo trabajo de confianza, seguridad y respeto que había conseguido seguramente se había ido por la borda y la sola idea de llegar y ver en sus caras la sorpresa e incredulidad lo lastima.

Otra maldición silenciosa se alza en su mente para aquella variante y resuelto cuadra los hombros. Un ligero vistazo hacia atrás le diría que había hecho lo que juró no hacer: dejar que ese maldito desastre le trastocara la vida. Era hora de poner remedio a esa enfermedad. Por amor al buen Odín, Peter no era una doncella sumisa que espera a que su caballero vuelva del frente. No. Él era un adulto funcional, con asuntos que atender y si ese bastardo pensaba que iba a quedarse quieto a la espera de un llamado, bien podía joderse.

—Iré o de otro modo me conseguirán un reemplazo.

—Dudo que hayan muchos universitarios con doctorados desesperados por ir a un Centro Barrial a dar clases de apoyo —masculla Ofelia, mirando con ojos entornados las puertas dobles de su taller.

Peter, casi urgido por entender más de esa rara y secreta amistad que tenía su jefa y su compañero, se muerde la punta de la lengua y evita que el cotilleo se haga presente. No es asunto tuyo, se recuerda. Pero la mirada tan adusta de Ofelia le arranca las palabras que hace unos meses jamás se hubiera permitido.

—Tiene mucho trabajo —musita a modo de disculpa.

Se muerde la lengua para no ir más allá. Sabe bien que ni siquiera tendría que haber dicho algo, pero Collin estableció que eran amigos y Peter sentía que lo mínimo que podía hacer como agradecimiento a esa idea era defender su nombre cuando alguien insinuaba cosas de él a sus espaldas.

—¡Trabajo! —resopla molesta—. Eso no es trabajo —masculla y Peter se pregunta por primera vez qué tipo o hasta dónde llega su amistad, porque él detecta algo de celos entre toda esa indignación.

Va a tener que admitir que últimamente los días en el trabajo eran mucho más curiosos y divertidos. En especial desde que tuvo que sacar la carta de May. Antes no había pasado, la gente se alejaba como si cargara la peste. Decía muchísimo de Collin y Ofelia que ambos se mostraran más propensos a omitir el que Peter apenas dijera monosílabos en su presencia, y lo forzaban a participar (así fuera de forma pasiva) en sus charlas.

Collin, sin ir más lejos, ese día lo había perseguido desde las puertas de entrada con un grandioso e hirviente café, quejándose con pelos y señales de la última nueva de Ofelia: Era informante para un criminal. Peter por poco se vuelca el café encima, cosa que no pasó solo por sus reflejos. El pobre lo miró mortificado. Componiendo una mueca de disgusto al expresar de modo grandilocuente el trabajo de tiempo completo que era tener que cuidar de Ofelia.

Peter pensó que había logrado ocultarse bien, pero o no lo hizo o Collin había deducido que si Peter escuchó algo, escuchó todo y no había motivos para suponer que no. Era curioso y peligroso, sin dudas. Eso hacía que tuvieran una cercanía que Peter debía catalogar como problemática, pero las sonrisas sinceras y las muecas agobiadas que el pobre le lanzaban le impidieron abrir la boca. Mientras más se dejaba arrastrar por la "historia" menos recordaba que debía alejarse de él. Y cuando entró en su taller y aun así Collin no dejó de quejarse y de hablar, ver su espacio lleno por otra persona, simplemente estuvo bien.

—¿Fuiste estos días? —pregunta para cambiar el tema, poco convencido de que iniciar una intrincada charla sobre lo que hace, o no, Collin en su tiempo libre, sea apropiado para él.

La mirada avinagrada rápidamente se le pasa y vuelve el rostro para verlo con una sonrisa más relajada y agradable.

—Justo pasé anteayer. Les dije que tenías unos problemas familiares —murmura vacilante—. No les dije qué, obviamente. Pero se alegraron cuando les avisé que habías mencionado que se estaba recuperando y que lo peor había pasado.

Peter pensó que no era sano estirar el desastre de May, pues quien sabía cuando volvería a necesitarlo y una parte enojada por ser echada de la casa de esa maldita y testaruda variante, tampoco quería dejar que siguiera interfiriendo con su trabajo.

Ofelia empezó a ir al Centro la semana siguiente a que Peter le explicara que tenía esta obligación y que esperaba que no fuera muy difícil que le dejaran salir algunos días temprano (básicamente que no le hicieran hacer horas extra) para poder ir. A la semana Ofelia estaba allí, pero como no podía controlar un grupo de niños, casi tan dispersos como ella, hacía apoyo y compañía a las madres y las señoras que dirigían el lugar. No entendía bien qué hacía con ellas, pero no parecía que les molestara tenerla por ahí ayudando de forma algo desastrosa en la cocina y más eficientemente con los números.

—Puedes ir saliendo, si quieres —ofrece con una sonrisa cálida y amable—. No creo que le afecte esperar un día —musita fríamente, lanzándole una mirada arisca a las puertas dobles.

Intuía que parte de aquel resentimiento estaba relacionado con el que Collin la había llamado algo más que estúpida cuando le fue confiado su encuentro con Spider-Man. Él podría compartir el punto sobre que era sumamente cuestionable que ella creyera que era una cosa positiva ser informante de un bandido, pero dado que el bandido resultaba ser él y que ella en verdad estaba orgullosa de eso, se sintió igual de desleal que mantener silencio sobre las ocupaciones de Collin y por eso le dijo a su compañero que quizá era algo bueno que Spider-Man hubiera empezado a buscar informantes que no infringen la ley. Claro que por la mirada que le lanzó Collin, uno dudaría que eso describiera a Ofelia.

Peter aprieta los labios para contener una sonrisa y salta de su asiento. La perspectiva de una tarde revitalizante con los chicos abre una brecha de paz tan grande en su interior que su cuerpo se mueve por propia voluntad. Sí, basta de pensar en variantes y en compañeros de trabajo con los que empieza a desarrollar una lealtad que bien podría ser la piedra angular de su destrucción.

—¡Gracias!

Antes de que Ofelia se pudiera mover, antes de que Peter siquiera pensará en lo que hacía, coge con una mano el bolso que había dejado caer bajo su escritorio y le da un fugaz beso en la mejilla.

Reprimiendo el propio terror por sus actos, eludiendo la mirada atónita que se esconde bajo los lentes, Peter alza la mano y sale disparado a las puertas. Pasar la despresurización no es nada, y por más que Collin lo ve sorprendido e intenta detenerlo, agita más fuerte la mano y termina de huir. No se da el lujo de reflexionar sobre lo que hizo, ni en aceptar que estaba dejando que se acerquen a él. No se lo permite por el simple motivo de que es otra distracción, es otro cambio que se produjo gracias a esa variante y no va a darle más victorias de las que ya tiene.

Cuando el edificio medio destartalado de principios de siglo está a tiro de sus ojos, Peter se esfuerza por respirar hondo y sacudir los hombros para eliminar las preocupaciones de su vida rompiéndose a pedazos. El centro es su lugar seguro. Es ese sitio en el que no tiene que fingir y dónde puede solo relajarse y disfrutar de mezclar placer y negocios, sin sentirse culpable o nada que se le parezca. Está siempre atento a lo que allí puede escuchar, pero no se miente diciéndose que solo es eso. Al menos no todo el tiempo, solo en los días malos se hace el fuerte y el que no era para tanto. Sabe que estar allí es ser el sobrino de May Parker en todo su esplendor y eso está bien. Más que bien. Así ellos solo lo vean como un adulto más, que pronto que tarde los abandonará en el mejor de los casos, está bien estar ahí.

—¡Peter! —lo saluda sorprendido el viejo hombre de seguridad que registra las entradas y salidas—. Hombre, pensamos que habías desertado.

Se nota a leguas que está feliz de que no sea ese el caso y Peter parpadea sorprendido al notar algo de cálido afecto en su alegría. No es que allí fuera igual de grosero que en la empresa, pero tampoco era mucho mejor. Saludaba a todos, pero nunca más allá de un "buenos días" y un "buenas noches" al irse.

—Hola, Stan —responde cogiendo el bolígrafo que le extiende, para firmar el amplio cuaderno—. ¡Jamás! —afirma sintiendo una especie de protesta en su interior cuando la idea de no volver se cruza por su mente—. Solo tuve un asunto con mi tía. Está enferma y tenía que ir a verla.

El viejo asiente como si fuera normal. Peter se pregunta ligeramente si suponía que May era adicta y tuvo una sobredosis. Eso era muy común, en ese entorno, la verdad. Día sí y día también los niños dejaban de venir cuando alguno de sus progenitores era enviado a la fuerza a limpiarse.

—Bueno, has elegido un buen día para volver —cogiendo el libraco lo vuelve a girar para sí y sonríe misterioso cuando enarca una ceja sin entender.

Pese a que intenta que le explique qué quiere decir aquello, señala las escaleras sin despegar los labios, pero con una gran sonrisa. Intrigado a más no poder, Peter empieza a subir los tres largos pisos que lo separan de su sector. Entre medio, nota que los pisos inferiores estaban curiosamente vacíos. Donde debía estar la cooperadora no había nadie e incluso en la zona del bufete había un aire desértico que empezaba a asustarlo.

Stan no se habría reído si algo malo pasara, pero Peter empieza a saltar con muy poco cuidado, apurándose cuanto puede para llegar. Falta un piso cuando lo escucha. El coro de risas de los niños viaja diáfano a sus oídos y pese a que algo los acalla, no logra determinar qué. El eco de las viejas paredes lo impulsa y cuando empuja las puertas desvencijadas, sin querer, empuja a un grupo de mujeres aglomeradas allí.

—Eh... ¿Hola? —murmura viendo cómo todas las mujeres del centro amuchadas se voltean a verlo.

—¡Peter! —gritan a coro y tan fuerte que la impresión lo hace retroceder de un salto.

Al mismo tiempo vuelven a reírse y antes de que consiga obtener algo parecido a una explicación, unas cuantas manos lo arrastran dentro de la amplia estancia que habían acondicionado para que hiciera las veces de salón de clases y sala de juegos para los más pequeños.

Peter solía sentarse encogido en las pequeñas sillas, con las rodillas golpeando la pequeña mesa, pero los chicos se reían tanto de él que para cuando empezaba a pedir los cuadernos se los daban sin tanta ceremonia. Claro que ahora su lugar lo ocupa otro ser humano, que con un estúpido y dolorosamente tierno sombrero de barco de papel, dirige a los chicos, incluidos los más grandes, en lo que parece una competencia.

Pensaba que ya nada iba a lograr sorprenderlo, pero debía dejar de pensar eso o terminaría sufriendo un infarto a edad prematura. Si es que sus poderes arácnidos no lo volvían inmune a esos. Todos están apiñados al fondo, los más grandes se afanan por armar quién sabe qué, mientras los más chicos hacen porras y espían al equipo contrario. Tony Stark, seamos claros: Anthony Edward Stark, está parado en medio, esgrimiendo una larga regla que Peter usa en el pizarrón del fondo en las clases de matemáticas y geometría. Parece un maldito general, gritando órdenes absurdas como: "No veo suficiente boicot en esa mesa, Adams. Aún tienen pegamento que usar" "¡Recuerden: Enemigo debilitado, enemigo vencido!" "Ese color no combina, Guzmán". Y eso no era lo peor. Peter alcanza a ver qué empuja niños con la regla, pero lejos de molestar a alguno, estos estallan en carcajadas. Necesita ver dos veces para notar que en verdad no los golpeaba solo les hacía cosquillas.

Imposible. Eso se dice. Pero la irrealidad no debería resultarle tan sorprendente, había conocido a gente de otro universo, había viajado al espacio, murió peleando contra un alienígena y lo regresaron de la muerte. Se supone que era un chico curtido en cosas imposibles, pero ver a Tony Stark como un profesor parecía ser más que todo eso junto.

Las mujeres a su alrededor sueltan diversas risas y murmullos complacidos y juraría que las más jóvenes se preguntan de dónde había salido este misterioso hombre que vestía ridículamente atractivo con una simple remera blanca y unos jeans azules. Peter ve tras su hombro como todas miran embelesadas la escena y una cosa extraña y molesta se revuelve en su estómago. Conoce el sentimiento, pero es tan distante el eco del recuerdo que le toma un poco recordar que así se sentía estar celoso.

Thomas suelta un grito de júbilo, que lo fuerza a volver a prestar atención a la surrealista escena y dejar de pensar estupideces. Corriendo desaforado se abre paso entre los demás niños hasta dónde una pila de bancos, montados unos arriba de otros, aguardaban. Tony lo coge del borde de la remera cuando parecía que iba a subir solo la empinada superficie y pese a que el chico se retuerce un poco, termina por rodearle los hombros con una de sus manos.

Sebastian, de los chicos más grandes del centro y el menos cooperativo, corre tras Thomas y cuando Tony lo deposita en lo alto de aquella improvisada torre, le pasa un artefacto que parecía un paracaídas o algo así. Tony suelta un grito de alto y los niños de la mesa contigua a la de Thomas y Sebastian se quedan petrificados con diversos grados de frustración y preocupación en sus rostros.

—Última prueba de aterrizaje —grazna de forma fuerte y autoritaria, como si hablara con tropas y no un grupo de niños.

La cara de Thomas es un poema. Ansioso, feliz, asustado, animado... Peter parpadea con la mirada algo ida y enfoca los ojos en el sujeto que no parecía ni saber que había entrado alguien más en la sala. Tony trae una mueca de completa maldad en el rostro. Recién en ese momento se percata que la comisura de su boca está intacta. Y es solo por eso que se queda mucho más tiempo del que debería mirándolo. No porque encuentre imposible retirar los ojos de sus labios. Debería tener al menos una marca. Algún rastro de algo. El golpe que le dió fue uno bueno. Bien atestado si se quiere. Y aparte estaba el golpe que lógicamente le dió Happy. ¿Usaría maquillaje? Peter había recurrido al corrector en más de una oportunidad.

Un exceso de calor en el bajo vientre de solo imaginarlo con el pelo húmedo por la ducha, sin remera frente al espejo esparciendo producto con los labios separados en una suave O lo hace correr los ojos a otro sector de su rostro. Sus ojos fijos en los chicos con una media sonrisa cínica y engreída no era mejor. Tampoco lo fue deslizar la vista por su cuerpo, para notar que estaba medio inclinado en dirección a Thomas, atento a cualquier accidente o falla de estabilidad.

—¡Pasadle el tesoro! —ladra; y por más que parecía que se lo decía a nadie en particular, Milagros (una de las niñas mayores), se materializa desde el fondo con una cesta en la mano.

Peter tuerce los ojos intentando entender qué eran estás pequeñas cosas pintarrajeadas de los colores más extraños y descubre impresionado que son pequeños huevos.

Thomas se inclina hacia delante y la chica acomoda en la base del artefacto uno de los "tesoros". Todos contienen el aire. Incluso las mujeres que lo rodean lo hacen. De la mesa contigua una ola de murmullos de desaprobación se alzan y a Tony no parece molestarle, porque lejos de llamar al orden cuando empiezan a soltar abucheos más fuertes, menea la regla en su dirección como si dirigiera una orquesta.

—¡Muy bien perdedores! —grita cuando, en lugar de ofenderse, el equipo de Thomas empieza a a reír a carcajadas—. ¡Basta! —refunfuña socarronamente—. ¡Última prueba! 3, 2, 1... ¡Ya!

Entonces, en la sala, nadie se mueve y Peter siente como hasta él contiene el aire. Thomas se endereza lentamente y estira los brazos. Todos, menos Peter, miran como despega lentamente sus dedos. Peter más bien escucha el momento donde lo deja caer, porque él (está seguro) es el único que tiene los ojos clavados en Tony, que mira con un brillo diferente al chico. Un estruendo de gritos y aplausos orgullosos se alza y Sebastian choca los cinco con lo que parece ser todo su equipo.

Que Peter recuerde, el chico de aproximadamente doce años, jamás se vio tan satisfecho y orgulloso como en ese momento que alza un triunfal brazo en el aire. Tony suelta una carcajada ligeramente cruel antes de aplacar la algarabía de todos con un pobre: Aceptable. Coge a Thomas y lo vuelve a poner en el piso, pero lo hace de una forma poco afectuosa, que le arranca una risotada de idolatría. Se vuelve a la mesa donde las labores se reanudan y se ríe ligeramente mientras todos vuelven a ponerse en marcha.

—Vamos, vamos —grita por sobre el barullo de burlas y ánimos que ahora sueltan todos los que no están con las manos en el artefacto—. ¡Cinco minutos! —avisa estirando el cuello para ver mejor—. Recuerden, niños: Saber cuando retirarse de una pelea también es ganar —pero lo dice con tal nivel de petulancia que nadie que se precie un poco bajaría los brazos.

Recién entonces nota que es Ashley la que trabaja laboriosamente en su paracaídas. Y por la manera en la que arruga la boca al oírlo, se da cuenta de que esa pulla únicamente sirve para motivarla más. Otros la asisten, pasándole casi quirúrgicamente lo que va necesitando y su corazón se estruja un poco cuando Emma, de las más pequeñas en el grupo con apenas cuatro años, se estira para limpiar su frente con un pedazo de papel arrugado. Para su sorpresa, Ashley, que tiene fama de arisca y poco comunicativa, se gira y le permite a la niña que la limpie.

Tony empieza a hacer ruidos de reloj por sobre el barullo y Peter se encuentra una vez más envuelto en su magia, sintiendo una terrible ansiedad. Vuelve la vista a todos los ocupantes de la sala y se da cuenta de que no es el único. Todos allí se aprietan las manos y miran con avidez la mesa donde Ash suelta un gruñido molesto cuando lo que intenta pegar no seca con la rapidez que necesita.

El susodicho empieza a animar a los competidores para que suelten abucheos y antes de que pueda parpadear tres veces lo ve empezar a soltar exclamaciones de burla con todos los demás niños. Thomas, colgado de su pierna, grita con ganas y todo su rostro coloreado se desarma en risas cuando Tony lo sujeta y se lo pone a los hombros para volverse uno más de los competidores.

Peter, que siempre supo que su Tony era un ser carismático por naturaleza, se queda algo embobado viendo cómo esta versión de él es incluso más hipnótica. Sus ojos no pueden despegarse de él, se siente atraído por su sonrisa malvada y su mirada encandilante y competitiva. Se le revuelven las tripas, porque eso es mejor que decir que se estrujan como si su estómago intentará reubicarse dentro de su cuerpo.

En medio de la trifulca que se libra entre los que alientan y los que gritan abucheos, Ashley se para con una exclamación de triunfo. Emma es la encargada de subir a la pequeña torre, Tony baja a Thomas y alza a la niña volviendo a traer silencio y tensión sobre todos. El huevo llega a salvo al suelo y Peter creía que ahí acabaría todo, pero entonces otra vez todos los chicos se descontrolan y se agolpan unos contra otros en torno a las ventanas.

Sin poder entender lo que ven sus ojos, Tony se estira por sobre los niños y abre las ventanas de par a par, asomando la cabeza. Peter niega y se dice a sí mismo que lo que ve no es real, pero Tony se voltea y por primera vez encuentra su mirada. Un sentimiento para el que no está listo lo asalta al ver cómo su expresión socarrona se llena de entusiasmo al notar que está ahí. Su estómago hace algo muy raro cuando le sonríe ladino y lo señala con la punta del dedo; aparentemente el lugar que había encontrado el pobre no era el correcto, pues ahora lo siente en la boca.

—¡Ha llegado el juez! —grita con rotundidad y todos los chicos se giran para verlo.

El grito de júbilo le eriza la piel y las madres y tutoras del centro aplauden empujándolo ligeramente al centro de la estancia, donde aparentemente es convocado.

—Profesor Parker —lo saluda Tony con una inclinación elegante, cuál maestro de ceremonias—. Estas bestias incultas me han desafiado —explica enderezándose con el pecho inflado e incredulidad en la voz—. Mis habilidades como ingeniero fueron puestas a prueba y este grupo de ignorantes cree que pueden ganarme —una ola de abucheos se alza tras él—. Como no podía ser de otra forma, me vi en la obligación de demostrarles lo infundadas que son sus creencias —esta vez algunos de los más grandes sonríen rodando los ojos, mientras que los más chicos (que claramente no entienden sus palabras) son los únicos que solo abuchean—. Pero, toda competición necesita un juez imparcial y estás pequeñas bestias abandonadas por el creador parecen opinar que usted podría ser el juez.

Peter, más allá de lo asombrado, menea la cabeza sin entender qué demonios hace ese hombre allí, cómo se enteró de su existencia (para empezar) y por qué demonios estaba montando ese caos. También se pregunta porque le resulta dolorosamente enternecedor verlo rodeado de niños.

—Aparentemente, como me informaron algunos, —su mirada se desliza a Thomas y Ben, que se sonrojan ligeramente— usted es el mejor en su clase. —Peter, entre agradecido y abrumado, les sonríe a los dos niños con un guiño cómplice—. Entonces, se llegó a la conclusión de que usted debería ser el árbitro cualificado para decretar un ganador. O, mejor dicho, el segundo y tercer puesto, dado que ya sabemos quién ganará.

Los abucheos vuelven a sonar como un estruendo y las risas de todas las mujeres de la sala agitan ligeramente el aire tras él. La sonrisa que le lanza le hace temblar las rodillas y Peter entiende lo que intentó advertirle. Definitivamente si eso era lo que tenía que esperar ahora que eran "amigos" claro que iba a ser mil veces peor. Porque no encuentra en su interior ni una sola gota del enojo que lo había tenido masticando odio todo el día en la oficina.

—Si fuera tan amable, necesitamos que se aposte en la calle, bajo esta ventana, y nos diga, según sus amplios conocimientos en física, quién es el ganador del desafío.

Ashley y Sebastian se miran con fervor y ambos estudian a Tony con engreimiento. Está claro que ellos dan por descontado que Tony perderá y Peter no entiende eso hasta que la variante de su mentor se estira y recoge de uno de los estantes su propio artefacto. Es una construcción simple y elegante. Una versión minimalista. La de los chicos, en cambio, son construcciones más rústicas, llenas de todo tipo de cosas como algodones, papeles y palillos de madera.

—¿Y bien? —pregunta Tony alzando una ceja—. ¡Muévete!

Ante su desconcierto, Ben, Thomas y María, los pequeños tres mosqueteros que Peter siempre tiene en primera fila para las clases, se apresuran a cogerle los brazos.

—¡Vamos! —gritan empujándolo hacia la puerta, abriéndole paso entre las mujeres que se desternillan de risa y lo siguen como si fueran su comitiva.

El frío invernal les golpea a todos el rostro y Stan se encuentra parado donde Peter supone deberá ponerse, pues el hombre acababa de marcar en la acera una enorme cruz con cinta roja.

Es evidente que todo el mundo fue partícipe del evento, pues antes de que pueda alzar una ceja, el viejo se encoge de hombros y señala hacia arriba. Los niños pegados a las ventanas se asoman y los que son muy bajos para ver están montados sobre los brazos de los más grandes, a los que Peter puede verles unas sonrisas medidas y reservadas.

Sebastian, Ashley y Tony sacan el torso por la ventana del centro y balancean en el aire sus paracaídas. Peter siente como Thomas se agita viendo el de su equipo y Ben le da un golpe a María señalando el de Tony que oscila peligrosamente cuando una bocanada de viento le golpea.

—Verás que pierde —dice muy resuelto y arrogante.

Pero María, la cual está como todas las madres, mirando a Tony embelesada, niega con determinación. Peter podría decir que son todas una pandilla de exageradas, pero el mismo viento que hace mover peligrosamente los paracaídas le arranca a Tony del pelo el gran sombrero de barco y es turno de Peter de quedarse petrificado cuando el aire le agita el pelo descontrolandolo. La remera se aprieta duramente a sus bíceps y, pese a la distancia, alcanza a ver qué el cuello ligeramente volcado muestra una porción de pecho duro y vellos oscuros.

—El señor Real lo hará mejor —murmura la niña con altivez y Peter da un respingo tan violento que baja los ojos al suelo sintiendo el calor subir por su cuello.

Parándose en su marca siente un ligero frío acariciar su rostro y más que el viento diría que fue una cachetada rotunda a la realidad. Con algo de estupor, vuelve a ver el rostro de Tony. Por un segundo... por un solo segundo se había olvidado de que nadie más que él sabía la verdad sobre este hombre.

Carraspea con fuerza y alza las manos. El alboroto, pese a la distancia, llega a sus oídos. Todos los chicos empiezan a alentar a sus competidores. No necesita ver para saber qué pasará. Tony va a ganar porque la física era así de simple. Le gustaría poder hacer algo para sabotearlo, pero no hay forma de que con tantos ojos pueda emplear alguna de sus telarañas. Espera que la decepción no haga nada en los chicos. Ni siquiera recuerda que una sola vez hubieran estado tan emocionados y no le cabían dudas que la semana siguiente esperarían algo así.

Sin poder evitarlo, mientras grita con fuerza que se preparen para dejarlos caer, su mente trabaja en otros tipos de competencias que podría traer para ellos. No sé miente creyendo que logrará hacerlo de la misma manera, pero jamás se pierde por intentarlo.

—En sus marcas... —grita con la mirada fija en Tony, que sonríe con arrogancia en su dirección—. Listos... ¡Ya!

Cómo bien predijo, el de Tony es el que menos tarda en caer. Primero aterriza en de Sebastian, luego el de Ashley y por último, con la misma elegancia que fue diseñado, el de Tony. Peter manda a los tres chicos que lo acompañan por los paracaídas y pese a que el de Sebastian se rompió, la estructura del paracaídas está intacta. El de Ashley está simplemente rajado, pero el paracaídas severamente dañado. El de Tony, como cabría suponer, está intacto y el huevo sale limpiamente del pequeño depósito.

María agita el huevo con una efusividad tan exagerada que, antes de que pueda frenarla, ya se le resbaló de la mano y fue directo al piso. La pequeña se queda rígida frente a él y alza sus hermosos ojos cafés con una expresión de completa culpa. Tres pisos arriba, Tony mira impactado su premio destrozado en el suelo y el pandemónium vuelve a desatarse. Las mujeres que estaban junto a él estallan en carcajadas y la psicóloga del Centro corre a alzar a María que repentinamente se pone a llorar.

Peter siente que es desmedido, pues Tony ya ha ganado, pero mientras unas se apresuran a subir con Ben y Thomas, que gritan sujetando con máximo cuidado sus preciados tesoros, una de las chicas de la cocina le da un par de golpes en el hombro, riendo de su confusión.

—El huevo tenía que llegar intacto al tercer piso —explica Ria—. Ahí terminaba la prueba. Hicieron un altar para el huevo ganador. Supongo que el señor Real acaba de perder.

Peter no puede (ni quiere) evitar soltar una sonora carcajada. Lanza una última mirada a las ventanas dónde Tony discute con supuesta diplomacia con una turba enardecida de niños que, a las claras, se escucha como lo llaman perdedor.

—Podrías decirme de dónde lo sacaste —se queja la chica, mientras Stan vuelve a acomodarse en su asiento con una sonrisa francamente divertida en sus labios—. Vino aquí diciendo que te estaba buscando. Creo que le tomo dos minutos asaltar la cocina en busca de limones.

—¿Limones?

La chica suelta una risita ahogada y menea la cabeza.

—Tiene todo el día haciéndoles desafíos.

Aun sin poder conseguir entender nada de aquella locura, mira a su compañera con lo que seguro es una estúpida expresión de estupor.

—Thomas lo empezó —explica beligerante—. Pensó que venía a reemplazarte. Deberías ver cómo se enojó.

—¿Thomas?

—Ben le siguió y estoy segura de que si no fuera tan malditamente apuesto, María lo hubiera intentado.

Peter le obsequia una sonrisa compasiva a la niña que unos cuerpos más arriba sigue llorando desconsolada en brazos de la pobre psicóloga.

—¿Y cómo eso terminó en esto?

—Pues les dijo que si él conseguía ganarles en algunos desafíos, de lo que sea que tú les hubieras enseñado, iban a tener que reconocer que era mejor ingeniero que tú.

—¿Y usó limones?

—El primer desafío fue de química. Si no entendí mal —por la mueca contrariada que le hace, Peter se encoge de hombros sin poder ver la relación—. Era algo de escribir... yo me uní cuando bajaron a robar servilletas, huevos y algodón.

—¿Tinta invisible? —musita sorprendido.

—¡Eso! —asiente con fervor—. Algo de eso. Los más grandes se vieron forzados a participar cuando fue evidente que los más chicos no iban a pasar la prueba de física.

Mientras suben los tramos de escalera que les falta, Peter puede empezar a hacerse una idea general de lo que pasó y agradece que rápido los aborden un grupo de madres completamente enamoradas de Tony y pidiéndole con pelos y señales que lo convenza para que se quede y dé clases de apoyo. Si es que lo que sea que hizo ese día cuanta como clase. Ria arruga los labios y pese a que lo intenta como tres veces más, no puede volver a preguntarle por Tony. Honestamente no le entran ganas de tener esa charla, menos cuando los ojos le brillan con una clara y obvia insinuación. Supondría un problema que ella se encaprichara con él y empezara a hacer preguntas, se dijo. No eran celos, era precaución. Sin dudas. Sin ninguna duda.

Cuando vuelve a cruzar las puertas, de nuevo, la sorpresa lo deja tieso. Tony discute con Sebastian y Ashley y no le sorprende nada encontrarlo enzarzado en una conversación completamente infantil con dos niños. Lo que lo deja absolutamente pasmado es que trae a upa a María y mientras reniega con sus competidores acaricia rítmicamente la espalda de la pequeña. No pareciera que la convenciera de calmarse, pero no podía negarse que lo intentaba.

—¡Ahí estás, Parker! —grita muy serio y enojado—. Explícale a estos imberbes que yo he ganado.

Peter se distrae un segundo de más en sus ojos, en la forma en la que brillan como dos pozos de jade. Pasa saliva y voltea a ver a los chicos que junto a él esperan su veredicto con los brazos cruzados y los ceños fruncidos.

—Primer puesto: Ashley. Segundo puesto: Sebastian. Perdedor... Noel.

Sin embargo, el griterío que se alza se escucha como a miles de kilómetros para él. Debía estar sumamente acostumbrado a que lo llamaran de esa forma, porque Peter no alcanza a ver un ligero respingo en su rostro. Quizá fuera porque el nombre aún está fresco en su boca, pero Peter se queda muy quieto viéndolo y viéndolo de verdad; dimensionando cada diferencia que tiene con la variante que él conoció, distinguiendo mucho más que las diferencias físicas, casi entendiendo por primera vez que es realmente un hombre completamente diferente, pese a sus parecidos.

Nunca había pensado mucho en eso de las variantes, le servía que no había conocido ninguna "conocida" aparte de las propias y no resultaba difícil diferenciarse de Peter 2 y 3 y humanizarlos en el proceso. Más cuando ni siquiera tenían un parecido tan evidente. Ahora, mientras ese hombre abraza a la pequeña niña y pelea dignamente contra dos preadolescentes, entiende con una precisión abrumadora que jamás fue el mismo sujeto que él conoció y que reducirlo a ser una variante fue sumamente cruel e injusto.

Podría tener su rostro, su nombre y algunas de sus costumbres, pero... pero era claro que no eran la misma persona y que no importaban esos parecidos, sus diferencias los volvían dos sujetos distintos.

El enojo durmiente en su pecho se afloja, le deja respirar con más holgura. Se abstiene de jadear sorprendido. Desde que se confesó se sentía libre, pero ahora... ahora era distinto. No es que no tuviera motivos para estar enojado pero de pronto, una gran porción de odio parece solo esfumarse en su interior.

La vena en su cuello palpita. El lugar se empieza a sentir sofocante, pero antes de que pueda darse el lujo de tener un ataque de pánico, unos empujones y gritos de alegría lo rodean y sin poder evitarlo se ve arrastrado por sus alumnos al festejo. Ashley monta en el pequeño cojín el huevo de la victoria y Peter la abraza ligeramente cuando ella le sonríe con timidez.

Olvidando a Tony por unos segundos, dado que no quiere ni puede analizar el desastre que empezaba a gestarse en su interior, se concentra en todos esos niños que saltan completamente excitados y lo miran con orgullo.

Él siempre supo lo importante que era lo que hacía, pero hasta la fecha no se había percatado de cuán importante era para él hacerlo bien. Se sentía tan orgulloso como el que más. Pese a que Tony claramente ganó, sus chicos estuvieron a la altura y más si se tiene en cuenta que el maldito tramposo debía tener un doctorado o algo.

Sin tener que preguntarlo, se imaginaba que había estudiado algo de Ingeniería o Física. Sabía que se conoció con su variante en la Universidad, pero no tenía idea de qué y menos si se logró recibir. No había motivos para creer que no, pero, alzando con cuidado la vista por unos segundos, se encuentra de lleno con el verde refulgente y una sonrisa de lado que le seca la garganta. Entonces otra vez las palpitaciones en su cabeza lo fuerzan a abrazar más a sus chicos.

¿Qué sí sabía? ¿Qué cosa se molestó en aprender? Nada. Todo lo que tenía eran sus miserias y sus errores. Y tampoco es que lo tuviera con exactitud, tenía, con suerte, la superficie de su mierda. Pero Peter en verdad no se molestó en aprender cosas básicas. Ni siquiera se molestó en preguntarse cómo sobrevivió los primeros meses. La primera semana. Si sabía lo que le dijo, pero... pero no debió ser así de fácil.

—Bueno, supongo que entonces yo pago la cena —murmura Tony derrotado, cuando todos los chicos empiezan a jalar de Peter para pasearlo por la sala y que vea los muchos mensajes invisibles que habían escrito y colgado.

Algunos papeles estaban chamuscados por demás, pero en casi todos se podían leer mensajes divertidos y curiosos. Peter miró la gran pila de limones partidos en el tacho y se figuró que se habían divertido de lo lindo haciendo aquello. Le daba pena pensar que jamás se le había ocurrido hacer algo así, pero le alegraba saber que ahora tenía una idea muy clara de cómo conseguir que inclusive los más grandes se sumaran a las clases sin tener que mendigar.

Su mirada se dispara a la de Tony y este inclina la cabeza elocuentemente hacia la salida, soltando a la nena que ya no lloraba, pero que tenía muy rojos los ojos y la nariz. Peter se desprende de los niños que aún lo rodean y camina patosamente hasta el hombre que hace lo que puede por librarse de la atención de las mujeres. Le toma un par de esfuerzos no estudiar embobado sus movimientos mientras se cuelga una chaqueta que le queda pintada.

Cuando Tony lo coge por la cintura con la mano y le susurra un: Salgamos de aquí en el oído Peter espabila de golpe y trae orden a la sala.

Le toma un poco conseguir calmar a los chicos del centro y asegurarles que solo van a ir a comprar unas pizzas para la cena. Es evidente que las cocineras ese día habían estado haciendo otro tipo de cosas. Conseguir que Ria y compañía no fueran tras ellos no fue la misión más fácil, en especial cuando, haciendo ojitos, se ofreció directamente a acompañarlos. Tony lo salva del apuro, obviamente Peter no nació con lo que hace falta para ser grosero o descortés con una mujer. La cara de Ría se apaga un poco cuando Tony le dice, con algo que Peter diría poca sutileza, que deseaba estar unos minutos a solas con él.

Meredith, la psicóloga del centro, los miró alternativamente y sonríe antes de arrastrar con ella a Ría y al resto de las madres que se ofrecieron diestramente a acomodar el bufete para que pudieran comer todos allí. Tony se rehúsa en redondo a escuchar de que le dieran plata las señoras de cooperadora y en dos parpadeos lo tenía en la vereda, caminando a la pizzería que estaba bajando la calle.

Intenta recordar y aferrarse al enojo, el fastidio y la frustración que sentía al salir de Oscorp. No está muy convencido de lograrlo. Lo único que en ese momento siente es sorpresa, agradecimiento y muchísima, muchísima intriga del hombre que en verdad era. Hasta hacía 24hs él hubiera apostado que era un ser horrible, egoísta y cruel. ¿Ahora? No tenía idea.

¿Cuántas caras tiene? ¿Que tan real era eso de que iban a ser amigos? Y por sobre todo, ¿por qué la idea le estruja las entrañas y le hace sentir un escozor molesto en la piel?

*****

La noche completamente cerrada le arranca un estremecimiento cuando congela sus brazos apenas cubiertos por la fina chaqueta. No había tenido en cuenta que podría tardar tanto y ahora maldecía su mala costumbre de nunca cargar más abrigo del apropiado. El plan era simple, ir a por Parker y arreglar las cosas de una buena vez. El chico salió de su apartamento queriéndole decir algo urgente y lo único que Tony se imaginaba como urgente entre ellos era todo el cuento de Fisk.

No era tonto, podía ver por su rostro que aquello era realmente importante, pero qué relativa era la importancia. Para uno siempre lo que el otro tiene que decir es menos urgente que lo que uno mismo necesita decir. En su caso: hacer.

Tony pasó años haciendo cosas, casi todas (ahora sabía) equivocadas. Tuvo tanto tiempo macerando el odio en su interior que le causa eccema en partes incómodas pensar en retrospectiva. No se olvidaba ni por un segundo que tenía que volver a casa, que tenía que hacerlo rápido y que urgía dejar de jugar al gato y al ratón en un universo que no solo no le pertenecía, sino que ni siquiera lo necesitaba. Pero había cosas que tenían que hacerse y necesitaban hacerse con urgencia. Arreglos para los que no podía quedarse sentado esperando que sucedieran tal cual debían si de improvisto se iba. Porque ahora todo era distinto. Ahora con toda la información al alcance de su mano, había muchas cosas que tenía que arreglar y remendar. Y una vez más, no era solo por él. Era por su mejor amigo y por una variante de sí mismo, que murió creyendo que todo estaba en orden, pero un estúpido se aseguró de joder sus asuntos.

Pero eso ya estaba en marcha y con todo encaminado (pues para el concepto de resuelto aún quedaba) era hora de buscar al chico y ver qué era aquello tan importante que necesitaba decirle. Le tomó un par de horas recordar eso, si era honesto. Luego que Happy se fue y se puso a hacer sus arreglos, recordó que Parker quería algo con él y por un momento pensó en mensajearlo en la madrugada, pero suponía que su número había sido bloqueado y no intentó con una llamada que seguramente sería enviada al buzón.

Bueno, tal vez también fuera cierto que necesitaba una excusa para verlo y se convenció de que iban a tirarle el teléfono. Pero no había quien lo culpe. ¿Qué le garantizaba que luego de que Peter le dijera lo que tenía que decirle, no le diera vuelta la cara y desapareciera? Se lo tenía ganado. Suponía que no lo haría, pero no había un solo gramo de certeza en su cuerpo y no era de los que saltaban a ciegas sobre ningún tipo de superficie que no fuera una cama y con la promesa de sexo sucio y duro.

Si Tony se dejaba guiar por su intuición, algo que rara vez fallaba, Peter tenía una pista muy sólida sobre la máquina que los había unido en primer lugar. O confirmaría su existencia o la desmentiría y puede que la urgencia en su voz abriera dudas, pero algo en su mirada le dijo que no podía ser esa la noticia que le traía. No es que luciera feliz o esperanzado, pero había un algo de optimismo y cierta incredulidad en sus ojos que delataba un poco el punto a abordar.

Tony juraría que había pocas cosas en el mundo que pudieran ser más irreales que una maldita máquina multiversal. O eso hubiera dicho si no hubiera puesto un pie en el territorio inexplorado de Peter Parker profesor en un centro barrial.

La noche que lo persiguió por las calles de Brooklyn y lo pilló hablando con el pequeño granuja de Thomas, entendió a grandes rasgos que, como su homónimo, era docente. Cosa no tan extraña, a decir verdad. Ya había aceptado que ambos ejemplares de hombre araña tenían más similitudes que diferencias; pero Tony ya estaba lejos de la vida de su mejor amigo cuando empezó a ejercer y no iba a ponerse a decir mentiras, le intrigaba tanto entender qué podían ver en la docencia, que simplemente se sentó en su computador, localizó el lugar y los días que se brindaban apoyo escolar.

Cuando llegó jamás pensó que iba a ser arrastrado dentro, menos que menos esperó que un grupo intimidante de señoras (con diversos rostros de ser matones) le hicieran un millar de preguntas sobre Peter y qué estaba pasando con su tía, supuestamente enferma y moribunda. Tony hizo cuanto pudo para no decir nada que pudiera arruinar lo que a todas luces era una tapadera, pero el mismo niño que pilló hablando con Peter lo atrapó en medio del cuestionario y malentendió lo que para Tony era un intento desesperado por no decir alguna idiotez.

Intentó decir que conocía a Peter de sus días en la universidad, encontraba refrescante decir algo de verdad entre tanta mentira por fin, pero el niño lo escuchó y todo simplemente... caos. Los renacuajos del demonio montaron un parón y poco pudo hacer por controlar su genio cuando el pequeño matón le alzó el mentón a lo Parker. Que Dios lo libre si un día era capaz de resistirse a esa maldita expresión de superioridad y entereza. Tony simplemente tuvo que demostrarle algo a esa pequeña copia de Peter Parker.

Por otro lado, era sumamente evidente que nadie lo quería allí. No hubo uno solo de esos bastardos que no lo mirara con recelo y poco interés. Thomas y Ben lideraban la comitiva de: No queremos otro profesor que no sea Peter Parker, y Tony hasta hubiera entendido todo aquello si no fuera porque le dieron donde más dolía, dejando caer con un descaro propio de la edad que: Igualmente, no podría ser mejor que Peter. Qué atrevida era la ignorancia. Él realmente tenía un nombre que cuidar. Así esos pequeños atrevidos no tuvieran idea de cuál era este. Tony era mejor que la versión que se quisiera de Peter Parker y así se dio a la labor de demostrarlo.

Podría haberlo dejado en nada más que unas pocas preguntas y juegos tontos sin importancia, pero cuando se dio cuenta de cómo esos niños extrañaban a su profesor y de la forma que se afanaban por demostrar que Peter era la joya de los maestros, se empezó a sentir miserable. Era evidente que él era la maldita tía moribunda. Su aparición en la vida de Parker era el porqué no estaba yendo a las clases y se sintió realmente mal al darse cuenta qué tanto le había jodido la vida.

Qué cambio tan drástico significaba para él tener toda la jodida información. Ojalá hubiera tenido todo eso en cuenta cuando... Aprieta los labios y menea la cabeza. No tiene caso seguir por esos malditos caminos. Lo único que lamentaba como nada era haberlo besado. Maldito sea el jodido demonio, porque ahora quería hacerlo otra vez y otra y otra hasta que se le cansara la puñetera boca. Quería volver a escucharlo gemir lleno de necesidad, enloquecido por su toque. Vamos, era jodidamente caliente y sexy. Por no decir que era una oscura y deliciosa fantasía que traía consigo desde su universo. No con Peter, Jesús, pero la idea de tenerlo con el traje y besarlo... maldición, se le ponía dura. Pero no podía, ni siquiera podía pensar en acercarse e intentarlo.

No era idiota, estaba convencido de que si empujaba los botones adecuados lograría volver a tenerlo a su merced; pero el punto era que Peter no se merecía que también le hiciera eso. Ya la había jodido, ya le había descompaginado la vida. Y pese a que Tony no era un mártir de mierda y se echaba la culpa, cierto era que un error en un momento de debilidad no hacía del crío responsable de lo que los adultos a su alrededor debieron cuidarlo. En especial cuando él fue parte de eso. Jamás se paró a pensar con claridad las cosas. Estaba asustado, pero más estaba muerto de odio.

Cuando su mejor amigo murió, Tony tuvo que aceptar a las apuradas que era Spider-Man y que le había mentido por años. Ahora podía entender que trasladó el odio que eso le generó a su variante y por eso jama se molestó en entenderlo. Fue fácil. Fue orgánico. Mejor odiar a un Spider-Man que no conocía de nada que seguir odiando a su mejor amigo. Lo que no era más que otro adulto que decidió joderle la puta vida sin pensar realmente en él.

Pero ahora que lo veía, ahora que podía hacer esa separación veía tanto de Miles en él... Verlo le recordaba el rostro hinchado por las lágrimas llenas de odio y dolor que le hicieron decir idioteces que no tenían sentido o remedio. Miles solo era un chico que intentaba hacer que las cosas volvieran a ser un lugar seguro. Quería vengar al hombre que le había tendido una mano en un momento de terror absoluto cuando entendió que los cambios en su cuerpo nada tenían que ver con la jodida pubertad; quería encontrar equilibrio. Este Peter únicamente quería volver a sentir que tenía una vida, que las personas que amaba la tenían. Tony tenía sueños violentos donde conseguía el cuerpo de ese hechicero de pacotilla y le partía cada hueso antes de que pudiera hacer un hechizo tan poco certero frente a un crío asustado. ¿Qué clase de adulto se ponía a jugar con magia frente a un chico de 17 años que claramente estaba desbordado? Y Peter echándose la culpa... bueno, él no era ejemplo, pero estaba seguro de que podría decir una o dos cosas al respecto. No fue por mucho, pero cuidó del culo de Miles con suficiente esmero para sentir que tenía experiencia en el tema.

Ahora mira de reojo al chico que junto a él camina lentamente, con la vista fija en la calle. Ni siquiera puede decir qué está pensando. La mitad de las cosas que suponía de él ahora eran una nebulosa que necesitaba aclarar, pero no tenía idea de cómo demonios hacerlo.

Peter se había hecho su amigo. Maldición, Tony realmente le gruñó por días, pero el maldito y enano Peter Parker no se apartaba de su lado. Le hablaba a todas horas cuando estaban solos en el dormitorio y de alguna forma estaba respondiéndole, siguiéndole la corriente y explicándole cuando no entendía algo. Luego, sin saber, estaba comprando pizza y comiéndola en el suelo, rodeados de cuadernos y dos computadoras que él adquirió para ambos, dado que la que tenía Parker era una abominación vieja y lenta; que más estorbaba cuando querían estudiar y hacer proyectos que otra cosa.

Peter fue el que se encargó de ser su amigo cuando fue un cabrón demasiado arrogante para aceptar un no por respuesta. Qué demonios sabía él de hacer amigos. Ni siquiera podía decir que tuviera experiencia en ello luego de que perdió a Peter. Tony únicamente sabía conseguir admiradores y chicos para follar que no volver a ver. Era el maldito de Peter Parker el que se las arreglaba para hacer amigos, para meterse en el corazón y la mente de otras personas. Tony solo podía arreglárselas para que el ser humano que tenía enfrente se desnude. Era verdad que en la Universidad muchas veces Peter le dijo que envidiaba esa habilidad, pero Tony sabía que estaba siendo cortés. Ambos sabían bien que la habilidad de Peter era la que contaba fuera del cuarto donde dormían y vivían.

—Sabes, si fueras heterosexual, estoy seguro de que podrías señalar a cualquiera de ellas y follártela.

Tony, sin necesidad de pisar una pequeña piedra, se tropieza con sus propios pies y las fuertes manos de Parker lo sujetan por la chaqueta, evitando que le dé un par de besos al suelo.

Con una mirada a medio camino de la incredulidad y el insulto, Tony lo mira apretando los dientes. Eso no sonó exactamente halagador. Había una pizca mezquina de pena y envidia. Ya había escuchado cosas por el estilo. Muchas veces. Jodía que el tipo listo, apuesto y millonario tuviera este pequeño inconveniente de que le gustaran las pollas.

—Ya —masculla sacudiéndose las manos, intentando con toda la fuerza de su corazón no decir nada muy estúpido. Porque algo estúpido iba a decir, eso era un hecho—. Un desperdicio. Lo sé.

—No dije eso —se queja volviendo rápidamente la cabeza en su dirección y Tony entrecierra los ojos sin entender qué era lo que se suponía que intentaba decir con ese tonito.

—¿Seguro?

—Quiero decir... no sé qué decir sobre lo que hiciste —suspira al fin señalando la entrada de un lugar que Tony ni siquiera podía decir fuera un negocio que vendiera nada—. Supongo que tendría que decir algún halago, pero aún estoy tan enojado contigo que no quiero hacerte ningún cumplido.

Tony lo ve empujar la puerta y entrar al negocio. Clavando en su espalda la mirada, tarda unos segundos en reaccionar. Alguien tenía que decirle a ese chico que no debía ser tan honesto. En verdad era un peligro para el mundo que fuera por ahí diciendo las estupideces que decía. Hubiera sido más listo no decirle que no podía evitar estar agradecido, pero que estaba enojado. ¿No se daba cuenta de que lo único que Tony tenía que hacer era volver sobre sus pasos y jugar un rato más con esos chicos hasta que Parker simplemente se olvidara de que era una mierda?

Antes de reprenderse y ponerse en movimiento se siente ligeramente mareado. ¿Cómo sobrevivía en el mundo si era así cómo se protegía de las basuras como él? Ya había pensado en eso, pero ahora no se le ocurría como no preocuparse mucho al respecto. Porque ahora se preocupaba por él. Y no es como si no estuviera diciéndose mentiras, hasta él sabía que mientras lo culpaba por su vida de mierda ya se preocupaba, pero antes rechazaba por principios dejar que eso fuera un asunto suyo. Pero eso ya no estaba en el medio, interrumpiendo los caminos naturales que encontraba su mente para hacer de un asunto suyo cualquier asunto referente a la seguridad de un Peter Parker.

—Diez, sí —dice Peter en el mostrador, rebuscando su billetera.

Tony le coge de inmediato el brazo y Parker se voltea rápido para verlo, saltando hacia un lado. La mano le cae entre ellos y Tony la mira unos instantes antes de mover los ojos al chico en el mostrador que hacía un esfuerzo humano por mantener los párpados despegados.

—Tome —masculla pasándole una tarjeta, que Peter ve con cierta reticencia—. Perdedor paga.

—Creí que ibas a amañar tu paracaídas —dice con un tono bastante acusador.

—¿Por qué haría eso? ¿Cómo se esforzarían por patear mi trasero si ya me ganaron?

Peter entrecierra los ojos y lo ve firmar el comprobante antes de preguntar con paciencia al chico cuanto iba a demorar su pedido.

—Veinte minutos, media hora —dice sin siquiera consultar y Tony, que en su vida jamás esperó nada por diez minutos, siente la mano de Peter taparle los labios.

—Gracias, estaremos en el parque de aquí a una cuadra.

—Lo que sea, viejo —dice el dependiente y Tony siente como la presión sobre su boca se intensifica cuando está a punto de cancelar la orden e ir a buscar a otro lado la comida.

El frío vuelve a sacudirle el cabello. Peter lo suelta lanzándole una mirada severa.

—No tienes que ser grosero.

—Pensé que esa era la forma en la que teníamos que comunicarnos con él —se defiende ofendido—. Me imagino que los buenos modales son un lenguaje completamente inentendible para él.

Peter se ríe ligeramente y vuelve a caminar girando en la esquina. Desde donde estaban ya se veía lo que llamó "parque". Claro que Tony diría que era un terreno abandonado por Dios y adoptado por los yonquis. Había una especie de fuente en medio del terreno pelado y descolorido por la nieve. Por todos los lados, estaba rodeado por una serie de bancas de hierro, con apariencia carcelaria. En muchas había grupos de chicos tirados de diversas y poco cómodas maneras y un olor arrebatador a mariguana lo lleva a una época muy diferente de su vida.

Dirige la mirada al chico que camina por entre los bancos sin tener un ápice de reparo y se le escapa una carcajada demasiado elevada. Una seguidilla de ojos se clavan en ellos, pero son solo los ojos cafés entrecerrados en su dirección los que le borran la sonrisa.

—¿Qué es tan gracioso?

—La última vez que olí tanta hierva a mi alrededor casualmente, había alguien igualito a ti parado a mi lado.

Peter frunce el ceño y cuando halla una banca que aparentemente pasa la prueba para ser ocupada por sus traseros, asiente.

—¿Se drogaba contigo? —musita con cuidado y Tony ve el esfuerzo que hace por sonar distendido y relajado, como si fuera algo cool.

Esta vez deja caer la espalda en la banca y menea la cabeza clavando la vista en el cielo. No hay árboles suficientemente grandes para que sus frondosas ramas le impidan ver el cielo débilmente iluminado por estrellas.

—Deja de fingir que eso no te insultaría.

—No lo haría —dice demasiado rápido—. Digo, no somos la misma persona. No tiene por qué hacer lo que yo creo que es...

—Aja, sí. Claro —lo corta sin creerle media palabra—. No lo hacía. —específica bajando el mentón para ver con sus propios ojos el alivio moverle los hombros al suspirar—. Jamás. Ni una vez. Lo odiaba, pero no había forma de evitarlo en las fiestas de fraternidad.

—¿No era muy fiestero? —y por el modo gracioso en que arruga la nariz parece apenado por los dos.

Ya se imaginaba que este, como el suyo, no fuera un sujeto de fiestas descontroladas.

—No era muy nada —enfatiza con un gruñido abatido—. Solo se quedaba leyendo historietas y jugando videos. Creo que si no lo hubiera forzado a ir a la que hicieron antes de graduarnos, ni siquiera hubiera asistido a una —musita recordando la cantidad de pegas que Peter intentó darle ese día—. Pero era la última y ya había aceptado que no fuera a la primera. La última estaba completamente fuera de discusión.

Peter se queda unos segundos en silencio. Cruza y descruza los pies, jugando con la hierba fría y la punta de sus zapatillas, trazando círculos en la nieve.

—Suena que... te preocupabas por él.

El suelo es tan firme como el mismo concreto, pero de repente se cinte frágil como el cristal. Ahí empezaba la cosa. Ese era un buen momento para salir con alguna idiotez o dejar atrás el papel de bastardo hijo de puta. Le aterra un poco hacer lo que tiene que hacer. No fue bien en el pasado ser honesto y exponer una parte muy vulnerable de su corazón, pero Peter le enseñó a ser mejor que sus miedos. Y no podía pretender que ese chico confiara en él si no se dejaba de jueguitos y por una vez era realmente honesto, sin esperar algo a cambio.

—Bueno, él se preocupaba por mí —dice con lentitud y algo de esfuerzo. Se recuerda que no tiene que tener miedo de él. Ya sabía que no era un enemigo. Podía dejar de intentar mantenerlo dónde debía. Al final del día, para ayudarlo a salir de la mierda iba a tener que arremangarse los pantalones—. Era al menos justo que le correspondiera el favor, así él no entendiera lo importante del asunto.

Esta vez Peter sonríe con tristeza y asiente.

El silencio entre ellos se extiende y Tony sabe que debería decir algo. Es claro que está pensando en su propia y solitaria experiencia en la Universidad, pero no se le ocurre que hubiera algo que pudiera decirle. No que lo reconforte o cambien el hecho de que su Peter y él tuvieron una experiencia que él jamás pudo tener.

—Fisk tiene la máquina. Lleva al menos cuatro años andando. No sé si más —musita al fin, bajando tanto la voz que Tony tiene que esforzarse por entender.

—¿Cómo... cómo te enteraste?

Lo ve menear la cabeza y apretar los labios. Puede volver a preguntar mil veces y no recibirá más. El perfil de su rostro está lo suficientemente rígido para saber que antes de que suelte prenda cae el mundo.

—¿No confías en lo que haré con esa información o solo no quieres compartir tus fuentes? —pregunta intentando no sentirse ofendido, pues él propició eso.

La mirada café se dispara para verlo fijo y Tony siente como si le estuvieran revolviendo los pensamientos. Parpadea y corre ligeramente la vista. No le agrada que pueda hacer eso. Su Peter tenía la misma maldita habilidad y él apreciaba la privacidad de su mente.

—¿Tengo motivos para creer que no harás algo idiota con esa información? —pregunta a su vez y Tony se ríe con pesadez.

—Pues no —admite metiendo la mano en el bolsillo delantero de la chaqueta.

Saca el bendito paquete de cigarrillos que tenía profundamente guardado y el chico suelta un curioso jadeo de sorpresa al ver que se lleva uno a la boca y lo enciende con total libertad.

—Aja, no fumaba en este universo —aventura al ver como lo mira entre impactado y arrepentido por hacer notar su impresión.

—No.

—No, de: lo dejó o no, de: nunca lo agarró.

Peter aprieta los labios y sonríe con tristeza. La familiaridad le hace apretar los suyos. Ahí está y esa vez es tan claro que la frustración que lo satura, así desaparezca en un parpadeo, la puede reconocer.

—No de: No lo conocí lo suficiente para darte esa respuesta.

Responde por impulso y sin ninguna maldita prueba. Era peligroso como nada lo que estaba por decir, pero no había forma de que no fuera verdad.

—Esto no hubiera dicho nada de él —musita volviendo a verlo a los ojos—. Conociste lo único que era capaz de decir algo de su persona, eso significa que seguramente eras de los pocos que podían decir que lo conoció en verdad.

—No tienes manera de saber eso.

—Pues mis fuentes dicen que tengo mucha más razón de la que podrías suponer.

—¿Y tus fuentes son Happy? —se burla con cinismo—. Él no sabe quién fui para Tony. Ni siquiera sé qué recuerdos debe tener de mí.

Tony da una calada larga y suelta el aire con calma antes de volver a hablar. Está tanteando ese terreno. Cree que le dijo honestamente la verdad, pero había algo que sin dudas había omitido. Y lo hizo a conciencia. Tony lo notaba porque estuvo en su lugar. Fue él por muchos años.

—No tuviste miedo al verme. No tuviste miedo de abrazarme. No tuviste miedo de llorar frente a mí —dice con calma y confianza, atrapando los ojos cafés con intensidad—. No necesito haberlo conocido para decirte que si pudiste hacer todo eso sin una pizca de terror, es que conociste lo único que valía la pena de él.

—Tampoco es que fuera un ogro...

—Harías algo de eso aquí, ¿ahora?

Peter suelta una risa algo cruel y niega con convicción.

—Tu respuesta —dice encogiendo los hombros.

—Tú no eres mi mentor.

—Pero soy Anthony Edward Stark, Peter —musita con un sentimiento liberador de decirlo con todas y cada una de las malditas letras—. Y esto es lo que somos cuando no somos amigos.

Esta vez es el chico el que se lo queda viendo de una forma larga y meditabunda. No sabe que tiene que decir al respecto, pero le vale lo que sea que piense. Eso eran. Maldición, hasta Hoggan lo sintió. Estaba seguro de que su variante era una perra fría y despiadada con cualquiera que catalogara como: no amigo. Los cientos de miles de parecidos que había entre el que tenía al lado y su mejor amigo eran más que suficientes para convencerlo de que en algún punto del recorrido, él y su variante tenían que ser más parecidos que diferentes. Y si el referente que tenía de la relación que tenían ese Peter y su Tony era la relación que tenía él con su Peter... Bueno, Tony estaba seguro como el demonio de que si Parker se atrevió a mostrarse roto y desconsolado frente a él, era porque sabía lo único que valía la pena de ese Tony Stark: lo amaba y lo protegería así le costara la vida. Igual que él hubiera hecho por su Peter si alguien le hubiera dado una mísera oportunidad.

—No sé si eso es tan así.

—Oh, es muy así. —musita dándole una larga calada al cigarrillo—. Te diría que lo corrobores con alguien, pero dudo que te interese hacerlo. Así que deberás fiarte de mí.

—Con la de motivos que me diste para que crea en ti... —se mofa con un suspiro soñador.

Tony se ríe y vuelve a darle una pitada a su cigarrillo antes de dejar caer la ceniza entre sus pies.

—Lo que nos lleva a la máquina de Fisk.

—¿Seguirás haciendo vigilancia?

—Resulta que ya no es necesario.

—Ya conseguiste lo que necesitabas...

—Pues, gracias a tu información, solo tengo que esperar un par de días para que todo eso se solucione por sus propios medios.

Le lanza una mirada interrogante, pero no formula ninguna pregunta. No sabe si es porque no tiene en claro que le vaya a decir la verdad, o por si no le interesa. Pero Tony está decidido a demostrarle que él también puede ser un ser civilizado, cuando se lo propone.

—Conseguí que le dieran la licitación que estaba buscando —le explica entre calada y calada—. Busqué a los científicos más cualificados en el área que va a necesitar y me aseguré de darles un dispositivo que sé inmiscuirá en su sistema de seguridad una vez que lo instalen en alguna computadora que les asignen.

La mirada poco convencida que le lanza es lo suficientemente insultante para que Tony le dé un golpe con el codo, antes de darle una última pitada a su cigarrillo y lo lance al suelo.

—Ten fe en mí. Sé de estas cosas.

El chico no se molesta en responder, solo resopla y Tony decide que eso es lo único que le dirá a modo de respuesta. En vez de hablar, Peter estira el pie y aplasta la colilla con el ceño fruncido. Tony se ríe rodándole los ojos.

—Cuidado eso inicie un incendio forestal.

—Un perro podría pisarlo y quemarse si no lo apagas correctamente —se queja remilgadamente—. Y esa cosa tardará entre uno a diez años en degradarse.

—Por supuesto que solo tú te preocuparías por lo que le haría eso a un perro —se burla con sorna echándole una mirada a todos los vagos que están por allí tirados—. Diría que dicho animal imaginario corre más riesgo en ser la cena de alguno de estos que de quemarse con la pobre colilla.

—Pero tardará años en degradarse —retruca con morritos.

—Correcto, también ambientalista —dice enumerando otra grosera virtud al cúmulo de las que ya tiene—. Y dime, ¿cómo es que no terminaste en médicos sin fronteras?

—Me da vértigo la sangre —le dice el muy listillo con una sonrisa ladeada y engreída.

—O sea que aquí también sostienes la política de no matar.

La pregunta lo pilla por completo desprevenido y su boca se vuelve una pequeña o. Parpadea frunciendo el ceño y asiente, no muy convencido.

—Nunca lo vi como una política, solo... nunca alcanzó a pasar —se explica encogiendo los hombros con algo de tensión.

—Suertudo.

Eso parece intrigarlo, pero aprieta los labios sin hacer esa pregunta que de alguna manera se siente íntima e importante ahora que la noche oculta la mitad de sus rasgos. Y Tony no planeó decirlo de esa forma tan amarga y triste, pero lo que pasa, pasa y no tenía sentido ocultarlo. No se arrepentía de lo que hizo, solo que le hubiera gustado no tener que llegar a ese extremo. Así como más le hubiera gustado no decirlo frente al chico al que quiere convencer de que no es un monstruo.

—Una vez —dice antes de que las dudas se formen en su mente y solo Dios sepa qué imagen se haría de él—. Miles... digamos que no tomó el mejor camino cuando se enteró de que Kingpin mandó a matar a Peter —susurra con un pequeño estremecimiento—. Fue... era un niño, ¿sabes? Solamente estaba tan enojado... buscó pelea donde no debía y bueno, era mi responsabilidad. Le arrancaron la máscara antes de que pudiera llegar y... no digo que apunté a posta, pero sin dudas no apunté más abajo pese a lo que sabía que podía pasar con la trayectoria de la bala según mi distancia.

El chico se tensa a su lado, mira con fervor el suelo, pero sus pies tiesos sobre la nieve le dicen que está haciendo esfuerzos extra humanos por no moverse. No sabe si agradecer o no el intento por no decir nada de lo que le viene a la mente. Es molesto y desconcertante sentirse agradecido por el intento y enojado por su compasión.

—No podía perder dos de ellos en tan poco tiempo —dice con un hilo de voz, retrocediendo en el tiempo y entre universos para verse a sí mismo, parado en aquel callejón donde el cuerpo de Miles estaba tendido e inerte, sangrando copiosamente por rostro—. Ni siquiera lo dudé. Solo... disparé. Quizá si hubiera tenido un supertraje no hubiera sido necesario, pero... solo tenía mi arma y...

—Odio —dice el chico con la voz aún más baja que la de él.

Tony iba a decir terror, pero sus recuerdos de esa noche y ese evento son algo turbios. Solo recordaba correr como loco con el auto intentando llegar donde el GPS que le implantó en el traje decía que estaba. Lo único que podía hacer era escuchar los gritos de la policía por el radio intervenido diciéndose unos a otros que un tipo con traje de Spider-Man se la había agarrado con la pandilla de Kingpin.

Exclusivamente podía pensar en que no podía estar pasando otra vez. Solo podía suponer en qué le haría Peter si se enteraba que tan solo un mes después que le dejó el chico a cargo lo había soltado para que vaya por las calles sin tener un ojo más firme sobre sus actos, pero se imaginaba que sería bastante doloroso. Tony ni siquiera se había dado cuenta de que Miles los estaba intentando cazar y ajustar cuentas. Era un condenado niño, se suponía que no iba a hacer algo así de estúpido, menos cuando la tierra de la tumba de Peter aún era suave.

—Supongo que sí sentía odio —dice al fin, sabiendo qué buena parte de eso podría ser verdad—. Pero también tenía miedo de que podía pasar si no lo hacía.

—Peter no lo hubiera aprobado —susurra al fin, aun sin mirarlo.

—Pues no debió dejar que lo maten, en primer lugar —dice con frialdad—. De esa forma yo no habría tenido que matar al idiota que intentaba aplastarle el cráneo a un niño —Peter levanta la cabeza para verlo y vuelve a sentir que lo mira de esa manera que le hace sentir incómodo y vulnerable—. Pero nos estamos yendo de tema —dice tajante, deseando no haber abierto esa puerta.

Quería que las cosas fueran bien entre ellos. Cuando se fuera tenía que hacerlo en buenos términos o todo sería en vano. Pero una cosa era eso y otra era dejarlo sentir misericordia por él. No era el único que no le interesaba que lo compadecieran.

—Lo siento —se apresura a decir, quizá leyendo que Tony no iba a volver a decir palabra de eso—. Me estabas diciendo del plan...

—Sí, eso —asiente con algo de gratitud—. Una vez que logre enlazarme, supongo que será cosa de nada conseguir la información necesaria para entender cómo la hacen funcionar.

—Y saber cuál es tu universo —dice el chico atento a la charla, aparentemente dispuesto a olvidar aquello—. No lo había pensado... —de repente su rostro se crispa completamente consternado y gime apretando los ojos, haciendo dos puños con las manos—. ¡Demonios!, ¿cómo sabremos cuál es tu universo?

—Recién te enteras, ¿eh?

—¿Lo has pensa-? Claro que lo has pensado. Lo siento, es que... ni siquiera lo había tenido en cuenta.

Tony se ríe y asiente con un suspiro.

—He hecho un par de cálculos, pero hasta que no entienda cómo es que funciona esa máquina, no puedo ni empezar a suponer cómo haré eso.

—¿Qué cuentas has hecho?

—Teniendo en cuenta la cantidad de parecidos que hay con mi Universo, tiene que haber una limitada cantidad de universos que sean el mío —le explica arrugando el rostro, poco convencido, pero deseando que eso sea cierto—. Me has dicho que has visto a dos variantes tuyas, pero que no se parecen en lo más mínimo a ti o mi Peter. Supongo que será a prueba y error, pero... debería haber una forma de decretar cuál es el mío. No dejan de ser matemáticas.

—¿Cómo has hecho la cuenta? Las posibilidades deber ser... infinitas.

—No si lo reduces a la mínima expresión.

—¿Un sistema binario?

—Para empezar —asiente.

Tony vuelve a evaluar el cielo estrellado y añora por millonésima vez su universo. El edificio en el que vive es el rascacielos más alto de todo Estados Unidos. Se aseguró de ello porque había algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar y desde que estaba allí, se había visto completamente privado de ello.

—Creo que ese idiota ya debería tener nuestro pedido —dice al fin, con una mueca molesta, al no poder contemplar con comodidad el infinito cielo.

—Hum, supongo que sí. No le digas idiota —se queja y Tony se ríe rodándole los ojos.

—Lo que digas, Parker.

El chico lo sigue cuando se levanta y espera hasta que abandonan la plazoleta para volver a hablar.

—Ya no me... ya no me dices encanto —musita con precaución y Tony lo mira de lado sin entender bien si eso le molesta o no.

Una parte de él desea volver al punto banal donde solo están metiéndose el uno con el otro, pero otra parte de él le dice que proceda con cuidado o terminará por arruinar una vez más las cosas. La codicia no era su peor defecto, pero sin dudas era uno de sus rasgos más distintivos. Y la maldita cosa con haberlo probado era que, ya probada la sangre, ahora solo quería más. Era un trabajo de tiempo completo el no hacer nada estúpido, como lo sería perder la perspectiva y ponerse a seducirlo.

—¿Lo prefieres? —pregunta burlonamente y Peter se ríe negando.

—No sé qué se supone que debo entender de eso.

—¿Qué estoy siendo un buen chico?

—Diría que eres incapaz —murmura estrechando especulativamente los ojos en su dirección.

La tensión ligera en sus hombros se dispersa al ver que se ríe pese a todo.

—Correcto, encanto. Pero puedo ser medianamente civilizado si así lo prefiero.

—Dije que no lo prefiero —se queja, pero a Tony no le suena real.

Una cosa que con el tiempo pudo apreciar es que a su Peter, le gustaba que le coquetee. En retrospectiva, se había llegado a dar cuenta que así jamás le hubiera dado alas, no se mostraba todo lo molesto o asqueado que debería. No estaba seguro sobre lo que pensar de eso. Lo más que pudo aproximarse a una explicación era que así como él, su mejor amigo tenía partes grises y esa era la suya. Por ego, o por quién sabe qué, le gustaba saber que Tony en verdad quería tirárselo. Y si bien dudaba muchísimo que su variante alguna vez haya hecho algo mínimamente parecido con el que a todas luces solo era su pupilo, él bien podía darle algo así de inocuo. Siempre y cuando respetara los límites, siempre y cuando se asegurara de, como su mejor amigo, jamás abandonar el terreno lúdico, podía hacerlo.

—Bueno, encanto. Nadie nunca tiene realmente lo que quiere.

Doblan una vez más la esquina y Peter se detiene antes de que entren al dudoso establecimiento cogiéndole el brazo.

—Lo que... lo que hiciste hoy con los chicos... fue asombroso. Gracias por... por ser bueno con ellos. Fue realmente lindo verlos a todos así de juntos y felices. Son... es importante para mí el centro, así que gracias por cubrirme.

Tony se inclina con una ligera reverencia y lo escucha reírse y llamarlo estúpido antes de reanudar la marcha y entrar a la pizzería.

Obviamente, no le deja llevar las pizzas. Por más que marca que no es muy real que alguien escuálido las cargue cuando otro ser humano con sus brazos va al lado, no lo deja. Se va quejando a su lado, pero en vez de responder, el bastardo le lanza una mirada aireada y Tony se ríe cuando coge todas las cajas con una sola mano y las alza por encima de su cabeza. Lo mira sin entender, pero antes de que pueda decir nada, Peter se estira con un rapidísimo movimiento para sujetarle la mano y hacerle una dolorosa llave que le tuerce todo el brazo y lo hace tropezar cuando le aplasta la pobre muñeca contra la espalda.

—Sabes, tigre —se queja con un gemido dolorido—, un día de estos, voy a tener que darte tu merecido.

Peter le suelta la mano y lo empuja ligeramente para sacarlo de su camino. Se ríe dejándolo atrás con dos zancadas rápidas y orgullosas, al tiempo que le endereza la espalda y acomoda entre sus manos las cajas.

—¡Eso era una amenaza! —se queja yendo tras él.

—Y me muero por verte intentarlo —se burla girando la cabeza por encima de su hombro, regalándole un guiño juguetón antes de perderse tras las puertas del centro, donde el viejo de la puerta gruñe feliz por el olor de la comida.

Tony se demora unos instantes en la puerta y sonríe pateando ligeramente el suelo. Bueno, no parece que ese día lo hubiera hecho mal. Sube las escaleras de dos en dos, pero antes de que pase el segundo tramo los niños le gritan y entra al gran comedor donde las mesas fueron puestas en filas que les permitirían estar todos juntos.

Peter reparte las cajas por las mesas y ve como acaricia la cabeza de algunos niños mientras responde a al menos cinco diferentes preguntas sin marearse. Como se quedó congelado en la puerta viéndolo se sobresalta un poco cuando una mujer bajita y rubia le hace señas para que pase.

—Vamos, ahí parado no conseguirás nada. Tienes que acercarte si quieres algo de la mesa —dice con voz melodiosa y Tony estrecha la mirada cuando ella mira con elocuencia a Peter.

—Y sin dudas tengo hambre.

—Puedo verlo —dice la chica y Peter les sonríe a ambos cuando se acercan y se hacen lugar.

—¿Meredith? —pregunta Parker solícito y la chica asiente estirando la mano—. Creo que el señor Noel quiere una porción —dice alto—, y al repartidor —añade con un susurro divertido viéndolo de reojo.

Peter se inclina porque no la escucha, pero Tony coge una porción dándole un poco caballeroso golpe con el codo, antes de que ella pueda decir nada. Con una sonrisa estudia el resto de la noche a Peter y le sorprende ver que el maldito se sonroja más de una vez cuando sus ojos se encuentran.

El camino peligroso por el cual no debe andar se vuelve a poner frente a él y resulta casi imposible impedirle a sus pies que se deslicen por el hielo quebradizo cuando Parker muerde sus labios corriendo la vista. 

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