III
Pros y contras de seguir haciendo cosas estúpidas, como lo era el querer ayudar a una variante de Tony Sark.
Para ser honesto consigo mismo, si lo hacía, no sería lo peor que había hecho. Claro que Peter ya no hacía ese tipo de estupideces. Aunque, objetivamente, si se ponía a contar con meticulosidad, hacía tiempo que no hacía ese tipo de idioteces. También era cierto que, en comparativa, teniendo en consideración todo el tiempo que tenía en esa vida, no hacía tanto que hacía las cosas bien. Pero, siendo solo justos, ya no hacía esas cosas y se había vuelto realmente bueno en tomar buenas decisiones.
Claro que hacía tres noches le habían disparado, lo que podía ser computado como una "mala decisión". Bueno, igual le disparaban frecuentemente, entonces, subjetivamente era relativo enmarcar ese evento como un punto. A menos que ese el hecho de que le disparen cada noche es más una muestra de que jamás dejó de tomar decisiones de mierda.
—¡Peter!
Saltando por el susto, golpea su frente contra el borde del escritorio.
—¡Mierda!
—¡Peter, lo siento mucho!
Un rosario de insultos en varios idiomas se desliza por su boca mientras aprieta la herida en su frente. No puede sentir sangre, lo cual es bueno, pero el dolor viaja como una corriente eléctrica a lo largo de todo su cuerpo.
En el instante en que sus ojos húmedos se clavan en la mesa ve el golpe que su cabeza dejó marcado. Enderezándose de un salto, acomoda la cadera en la marca y mira a su jefa de laboratorio con una sonrisa amable y algo torpe.
¡Maldita sea! se grita en silencio, odiando su torpeza.
—¡Oh, Peter! ¿Necesitas hielo? ¿Ir a la enfermería? ¡Lo siento muchísimo! —la voz de Ofelia sube de tono con cada palabra, mientras intenta apartar las manos de Peter.
—No, gracias, Ofelia —murmura alejando las manos del golpe, para que vea que no fue gran cosa.
Descarta la idea de intentar enderezar la mesa y se esfuerza porque la mujer no le preste la más mínima atención. No era común que le pase algo así, pero bueno, tampoco era común que una Variante de Tony Stark se le apareciera así como así.
Tras las gafas cuadradas, los pequeños ojos azules relucen llenos de culpa. A decir verdad, se parece tanto una pequeña niña arrepentida que nadie juraría que es la Ingeniera física más renombrada de la época.
—¡He sido una tonta! Es que te veías tan concentrado... siempre es difícil atraparte con la guardia baja...
Peter no tiene más remedio que sonreír y asentir, sentándose en el borde del escritorio. La verdad es que, para ser una mujer de 36 años, Ofelia era una criatura en casi todo lo referente a la vida. Le encantaba gastar bromas al personal de esa área. Peter era un blanco difícil de mortificar; si no era por su oído desarrollado, solía ser su instinto arácnido el que le advertía la presencia de su jefa.
Claro que a la aguerrida de Ofelia esto no le molestaba, siempre le sonreía con diablura jurando que un día lo atraparía. Collin y Vivían —compañeros de Peter— eran el blanco usual y fácil, él la figurita difícil del álbum. Hasta ese día. Luego de meses en la compañía, era la primera vez que conseguía acercarse por su espalda sin que pudiera ni sentir el aire que agitaron las puertas selladas al abrirse.
Las mañanas en el taller tendían a ser sumamente aburridas y por eso su cabeza se iba en una misma charla que solo variaba ligeramente de forma cada vez que la tenía. En general, Peter sabía que estaba siendo estúpido, sabía que se prometió jamás volver a serlo, pero también sabía que había un Spider-Man que lo necesitaba. ¿Podía él rehusarse a ayudar?
En su mente, los rostros de Peter 2 y Peter 3 flotan. ¿Qué hubiera sido de él si no los hubiera encontrado en el momento que los encontró? ¿Quién sería? Un estremecimiento le recorre cada parte del cuerpo. La pregunta lo llevaba a un lugar oscuro y solitario. Un asesino. Peter sería un asesino de no ser por ellos y su ayuda. ¿Tenía siquiera derecho a abandonar a un hermano menor que lo necesitaba? En especial ahora que sabía que había un Peter 4 al que ya no podía salvar.
En el momento, casi no le regaló ningún pensamiento muy profundo a este Miles, pero a lo largo de la noche, la idea empezó a torturarlo. Recordaba su propia experiencia, recordaba lo asustado que estaba, lo presionado que se sentía. Sin Tony... Sin Tony no tiene idea que hubiera sido de él. Tenía ligeras palpitaciones de pensar en un niño, más pequeño que él, enfrentando el mundo de los superhéroes sin ningún tipo de guía o apoyo. No se podía ver a la cara sabiendo que era él el que le arrebató a su Tony.
—¡Peter! —Le grita su jefa con la voz ligeramente preocupada y casi en el acto se arrepiente de dejar que sus pensamientos fueran por libre— ¿Tienes una contusión? Creo que debería llevarte a la enfermería...
—No, no... de verdad, es... es que estaba pensando en unas cosas —se excusa, sin saber muy bien qué decirle.
Como nunca deseaba poder contar con alguien a quien contarle todo. Necesitaba tanto un par de oídos...
Había sido sorprendente lo fácil que resultó aprender a vivir con esa soledad pegada al cuello. La verdad es que nadie reparaba mucho en él, y mucho menos se le presentaban situaciones en las que hubiera que elegir con tanto cuidado sus pasos o sus palabras. Peter aprendió rápido a desechar lo que no funcionaba y a reparar lo que sí.
La Universidad había sido una especie de montaña rusa donde no había tiempo para nada que no fuera estudiar, trabajar, ser Spider-Man; estudiar, trabajar y ser Spider-Man y así cada día por tres años. El año que le siguió a su título lo pasó en el Centro barrial o buscando otros empleos, pero sobre todo fallando en todo lo que era ser un ente sociable.
Entrar en Oscorp fue otro desafío que involucró una pasantía larga y muy desgastante. Conseguir pasar de ser un simple becario entre cien a un ingeniero de planta era básicamente el logro del año para él.
¿Amigos? ¿Quién tenía tiempo para amigos? Su vida se volvió un trabajo de tiempo completo. Pero ahora, viendo las cosas como estaban, sintiendo esa cosa dentro suyo revolverse entre el deber y lo que quería, se daba cuenta de lo solo que estaba. Y ese pensamiento, lo único que hizo por él en las últimas horas fue recordarle lo lindo que era tener alguien con quien hablar, alguien le diera un consejo.
—¿Números? —pregunta Ofelia con una mirada fija en su frente, arrugando las cejas.
Peter parpadea sin entender qué la llevó a hacerse esa idea, pero como le servía, asiente. Con una sonrisa compasiva y solemne, su jefa se compadece de él. Seguramente para ella eso debía ser un asunto serio y Peter podía imaginarse perfectamente que lo fuera. Para una mujer que se olvidaba el noventa por ciento de los días de casi todo lo que no los involucra debían ser muy especiales.
—¿Necesitas ayuda en tu proyecto? Lo mío es la física, pero puedo intentarlo...
—¡No! No te preocupes, no era trabajo. —Señalando la computadora al extremo opuesto de la mesa sonríe—. Tengo mis prototipos en espera. Se supone que el señor Norman vendrá a revisarlos esta semana o así, cuando tengamos mi reunión.
Su jefa le lanza una mirada a su escritorio y Peter agradece tener el trasero sobre la abolladura. Ese era el tipo exacto de situaciones para las que no tendría explicación. Su mesón de trabajo era de los más resistentes en el taller. Peter continuamente trabaja con materiales pesados y duros.
—¡Estás muy adelantado! —murmura tomando la tablet bajo su brazo, para estudiarla por unos segundos.
Peter sonríe para sí y se regodea un poco. No es que estuviera trabajando en cosas muy difíciles. La verdad es que estaba más atento a futuros proyectos que los actuales.
El año que tuvo que elegir una especialidad escuchó por primera vez el nombre de Oscorp como una futura potencia dentro del campo de la ciencia. Un sentimiento de duda y temor lo invadió y supo enseguida qué camino elegiría para su carrera.
Norman Osborn y sus inventos habían aniquilado su forma de vida. Sin ser de su universo consiguió eliminar del mapa cada uno de sus sueños. La sola idea de pensar hasta dónde podría llegar el daño si en su propio universo se erguía, cerró la mísera duda que tenía sobre qué especialización en ingeniería iba a tomar. Se olvidó de la física o la biología. Ser ingeniero en mecánica le daría más oportunidades que podría aprovechar si, al final, Norman (como él) estaba destinado a cumplir con el mismo papel en varios universos.
—Bueno, parece que la junta y Norman estarán muy conformes con nuestro desempeño. Por no decir que con esto se olvidarán completamente del incidente de ayer... —Peter no puede evitar sonrojarse un poco—. Por supuesto que yo no dudé nunca de ti, tenías lo que hacía falta para este puesto desde que pisaste el hall de entrada. Jamás vi a un becario tan competente.
—Gracias. Es un honor que lo digas tú —murmura aún apenado de tener permitido tutear.
Y lo era. Ofelia era la joven maravilla de la física. Sus estudios eran conocidos por todos en el campo. Peter en verdad tuvo un micro infarto cuando la castaña lo miró y le dijo que estaba intrigada por su tesis. Ofelia era reconocida por el mismísimo Dr. Banner como una colega capaz y eficiente, completamente preparada para llevar la física moderna al siguiente nivel.
Ofelia agita la mano y la sacude como si Peter estuviera soltando chorradas. Cabe decir que no era falsa modestia, Ofelia era —aparte de una niña curiosa y revoltosa— una mujer dura para los halagos. Jamás encajaba bien uno y podría ser como dijo Freud: "Contra la agresión se puede responder, pero contra el halago se está indefenso", pero no lo era. Ofelia aborrecía los halagos porque siempre insistía en que sus descubrimientos aún eran muy pobres y vagos. Sus proyectos eran teorías que recién a largo plazo podrían ser demostradas y por más que ya arrojaban algunos resultados alentadores, hasta no ver con sus propios ojos los cambios de paradigma que estaba dispuesta a conseguir, no los creía.
Era simplemente brillante. Peter se imaginó por un segundo que ella y su mente pragmática no tendrían los problemas que él tenía para enfrentar aquella coyuntura. Ella vería el panorama completo. ¡Y era una Ingeniera en Física! Sin dudas sabría bien dónde buscar lo que Peter iba a tener que encontrar a ciegas.
—¡Ofelia! —grita casi sin poder creer que no se le hubiera ocurrido antes— ¡Tú sí puedes ayudarme!
Su jefa salta un poco por su exabrupto, pero enseguida recoge un mechón largo de su flequillo y lo enreda entre la patilla de sus anteojos y la parte trasera de su oído.
—Me gusta cómo suena eso, Peter. ¿Qué necesitas?
Antes de que fuera a abrir la boca, Peter la mira y duda un segundo. Diablos, no podía soltar algo así como así. Debía ser cuidadoso y muy poco específico. A falta de amigos honestos y sin pelos en la lengua, una de las mentes más brillantes del momento tenía que ser capaz de ayudarlo en aquel debate moral.
Y si todo terminaba en él tomando la decisión (que ciertamente solo por reparos morales aún fingía no haber tomado) ella también podría arrojar algo de luz sobre sus sospechas.
Peter intuía que, si la variante decía la verdad, el tipo de artefacto que él iba a tener que localizar era algo que entraba de lleno en el campo de su jefa. Ofelia sin dudas podría decirle qué estaba buscando, o al menos, algo que se le pareciera. Sí había un físico trabajando en portales multiversales, Ofelia tenía que saber cómo lo estaba haciendo.
—Verás es que... no está relacionado con la empresa.
El rostro predispuesto se derrumba un poco y la ve dejar la tablet con sumo cuidado en el bolsillo holgado de su bata.
—Bueno... eh... los de recursos humanos me dijeron que debía ser un poco más empática con ustedes... ¡Yo les dije que lo soy! Pero ellos insisten en que estaría bien que todos fuéramos más "cercanos". Esto es claramente por Vivían, que obviamente fue y se quejó porque la reprendí por llegar todos los días tarde.
Peter no pierde tiempo valioso en cortarla, Ofelia era indiscutiblemente una mente brillante, pero casi con la misma diligencia que trabajaba, se iba por las ramas.
Irritado, piensa en lo mucho que le gustaría ponerle la mano en la boca y decirle que simplemente escuche, pero con un poco de suerte aquel desvío conseguía distraerla. Y así, para el momento en que le soltara sus preguntas, ella podría estar algo perdida.
—Pero, es que ellos no querían entender que no estaba al día con sus proyectos y la junta directiva no iba a dejarme pasar esos retrasos solo porque yo les explicara que nuestra ingeniera espacial estaba con cólicos.
—Claro que no... —acepta muy solícito, apretando los dientes para evitar que se le escape nada de la boca.
Peter tenía mucho más que claro por qué su compañera no estaba trabajando al máximo de sus capacidades. La tenía correctamente vigilada desde que la vio entrando en las empresas de Kingpin, pero no era, por el momento, asunto de Peter Parker lo que él averigua con la máscara puesta.
—Así que... eh... no es que pueda ayudarte en nada que no sea ciencia, pero... digamos, puedo darte un... esto... eh... un... ¿Consejo? ¡Eso! Puedo darte un buen consejo si lo necesitas —asiente con fervor y, pese a su tono con poco convencimiento.
Conteniendo una sonrisa, Peter la mira con amabilidad, porque no podía no hacerlo. Los tentáculos de un sentimiento familiar le rodean, pero no puede negarse a mostrarse bendecido. Ofelia no tenía ningún motivo para ayudarlo. Desde que empezó con las pasantías Peter podía ser descrito como un gran trabajador, pero también una persona fría y distante. Hacía rato que no podía pasar por tímido. Era muy evidente que a posta se alejaba e intentaba por todos los medios no ser parte de los pequeños momentos de compañeros a los que querían arrastrarlo.
—¿Es sobre tu tía? —pregunta tan de repente, que Peter alcanza a sentir una braza caliente caer en su estómago.
Usar a May jamás representaba una molestia. Si ella estuviera viva, sería la primera en ofrecerse como víctima para sus excusas; pero esta vez se siente sencillamente mal hacer uso de su nombre. Puede que fuera lo que ella le enseñó, puede que aquello encaje a la perfección con eso de que "Un gran poder, conlleva una gran responsabilidad"; podía ser que ayudar a Miles fuera algo que ella alentaría sin siquiera pestañear, pero Peter siente que los fantasmas de su pasado respiran tras él observando con ojo críptico sus siguientes pasos. ¿Volverás a cometer los mismos errores que te trajeron aquí?, susurran en su mente. Espero que no, era toda la respuesta que les podía dar mientras el cuerpo se le tensa y se le congela.
—¡Oh, no! Mi tía está bien, dentro de lo que cabe. Claro.
—¿Seguro? ¿Necesitas unos días? Podría intentar arreglar tu agenda... con tus prototipos terminados, estoy segura de que uno o dos días no serían problema...
Peter sujeta la mano de su jefa cuando estaba por coger otra vez la tablet y se gana una mirada inquisitiva. Peter no tocaba a la gente en general. Soltando con cuidado su mano, aprieta los puños y clava con fuerza las uñas en sus palmas. El dolor es poco, pero basta para despejar sus conflictivas emociones.
—Lo siento —se disculpa con seriedad, consciente de su mal disimulada incomodidad.
—Descuida, ahora estoy bastante intrigada. Ni siquiera yo rechazo unos días cuando me los ofrecen —la mirada se le va un segundo al piso y frunce el ceño antes de volver a verlo—. Hace mucho que no me los ofrecen, ahora que lo pienso. Pero no es ese el punto. El punto es que tú "no los necesitas".
La mirada astuta que le lanza le recuerda a Peter que, por muy menudita que sea, era una mujer fuerte y comprometida. Quizá de rápido la vieras y creyeras que estaba en su primer año de Universidad, pero era claro que ibas listo si pensabas en competir contra ella en lo que fuera.
—De verdad, no necesito unos días. —Pero claro que la idea sí lo seduce. Tomarse una semana para resolver aquello sería la definición de ideal, pero ese sería un error del Peter de antes. Este que era tenía responsabilidades que no podía darse el lujo de relegar. Su trabajo en Oscorp no perseguía el fin del desarrollo profesional, era una cuestión de seguridad— Verás es que... —sin poder mirarla, Peter clava los ojos en las amplias y transparentes puertas presurizadas, que hace las veces de pared entre su sector y el de Collin.
No es que Peter fuera fanático del ruido que hacían o del protocolo que implicaba tener que limpiar el aire cada que quería salir o entrar, pero teniendo en mente que su sangre tenía un porcentaje de residuos radioactivos.... Era la prueba viviente de lo importante que era mantener cuánta medida se pudiera contra el riesgo bacteriológico.
—¿Quieres que llame a Collin?
Peter saca la vista de las puertas y ve como todo el rostro de Ofelia se había contraído sin saber qué hacer por él. Podía leerse completamente lo frustrada que estaba. Por suerte, en lugar de enojarse con él por lo poco asertivo que estaba resultando, se molestaba con ella misma por no poder entenderlo.
Entendiendo su error, Peter menea la cabeza con firmeza y deja de ver las puertas.
—Supongamos que tú cometiste un error en el pasado y te juras no volver a cometerlo...
—¿Un error como dejar caer café en tu teclado o un error como alterar los resultados de un experimento?
Peter ve como ladea con genuina curiosidad su cabeza y sus ojos se abren impactados. Es decir, claro que él estaba un poco desconectado de su alrededor, pero ¿algo así? ¿Se le había pasado algo así?
—¡¿Alteras los resultados de tus experimentos?!
—No.
En su mente como diez mil preguntas se agolpan al ver como un sonrojo culposo tiñe las pálidas mejillas, pero se obliga a no detenerse en ello. Resistiendo la tentación de obtener una respuesta honesta, sonríe y sacude la cabeza.
—Es un poco más problemático que dejar caer café en el teclado, pero sin dudas no es tan extremo como falsificar pruebas.
—Oh, eso es bueno. Es casi imposible salirse de lo segundo.
Otra vez tiene que morder sus labios. Peter está completamente convencido que ella hizo algo así en algún punto de su carrera y la tentación de sonsacarle cómo o cuándo es tan grande que las palabras tienen sabor en su boca. Anota mentalmente que, así como empezó a investigar a Vivian, iba a hacer lo mismo con su jefa. Honestamente no lo había hecho. Sabía la vida y obra de Norman Osborn, pero de Ofelia no tenía idea de nada que no fuera conocido en el mundillo académico.
—Bueno, el caso es que... pasa algo y te ves obligada a elegir entre cometer el mismo error o sostener tu promesa de no volver a hacerlo... ¿Tú qué harías? Digo es importante actuar, claro, pero... pero podría tener consecuencias.
Ofelia rumia su respuesta. La científica se aproxima a él y se recarga a su lado, apoyándose en el amplio mesón de acero. Ella acaricia el puente de sus anteojos, Peter ve como las venas en torno a sus ojos se vuelven más azules, como si la sangre limpia corriera para irrigar su cerebro mientras analiza la situación desde varios ángulos.
—Creo que... siempre depende, ¿no? Pero creo que lo haría. Se que todo el tiempo dicen que el ser humano es el único ser en la tierra capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, pero siempre he pensado que eso es estúpido. ¡Y la mayoría de las veces se usa mal esa expresión! —añade volviéndose para verlo con firmeza—. Se suele usar para referenciar dos situaciones que se parecen y la verdad es que apunta a otra cosa. Esa frase literalmente dice que harás lo mismo dos veces, frente al mismo problema, con el mismo contexto y la misma información. Que, desde el principio elemental, es sumamente imposible. ¿Qué dos contextos son iguales? ¿Dónde queda el tiempo en esta teoría? La singularidad impide que existan dos momentos iguales.
—Mira, en la naturaleza, ninguna piedra es igual a otra. Hay pequeñas aristas que las diferencian, o los mismos minerales que las componen hacen que el proverbio sea falaz —menea la cabeza, tiene un poco de lógica, pero sigue estando lejos de que eso por sí mismo le dé lo que estaba buscando—. Los átomos de un mismo elemento son iguales entre sí. ¿Correcto? —Con un ligero cabeceo, Peter le da la razón—. Pero a la vez son diferentes a los de otros elementos.
—O sea que... si no me estoy enfrentando a la misma situación... —pues, que él sintiera era básicamente la misma situación, pero tenían cierta razón. Podría parecerse, pero no era lo mismo— ¿No pasa nada si no mantengo mi palabra?
—Técnicamente no estarías faltando a tu promesa. ¿Es literalmente la misma piedra? ¿O es una piedra que solo se parece mucho a la anterior? —murmura pensativa—. Puede que esta vez los átomos se parezcan a simple vista, pero si los analizas mejor, notarías que la carga de protones en el núcleo es diferente.
—Entonces... ¿no crees que sería un error?
—¡Oh, puede totalmente serlo! —Se ríe sonoramente encogiendo los hombros—. Pero nunca he visto a un solo científico que se precie derribar una teoría sin siquiera ponerla a prueba. —Volteando ligeramente el rostro para verlo, sonríe con malicia— ¿Quieres ser ese científico? ¿Quieres decir que una teoría es falsa, sin tomarte el trabajo de primero rebatirla con hechos?
—No, no quisiera serlo.
—Pues, tienes tu respuesta. A veces la gente teme a equivocarse, a repetir un error, pero... Peter, no aprendes si no te equivocas —murmura con un asentimiento seco que le da a creer que sus pensamientos están en un punto muy lejano en el espacio-tiempo—. No sacas nada solo diciendo que no o que sí a algo, realmente aprendes luego de probar las fallas en tus teorías. ¿Cómo puedes estar categóricamente seguro de algo que no has intentado rebatir y fallado? Y si en el pasado te equivocaste... no tengo motivos para creer que no aprendiste de ello.
Sintiendo en su pecho un nudo, estudia los ojos azules. Si Peter tuviera que decir que ve, diría que en ellos solo se trasluce una confianza ciega. Ofelia podría ser (algunas o muchas veces) demasiado temeraria o despistada, pero en su mayoría era una mujer que no se iba con segundas. Si ella te decía que confiaba en ti, si te daba un proyecto o te ponía una fecha límite, lo hacía desde la completa certeza de que eras capaz. Jamás en el tiempo que llevaba en la empresa la vio ser injusta o autoritaria.
Asintiendo con más confianza en sí mismo, sintiendo la violenta necesidad de demostrar ser digno de lo que su jefa deposita en él y sus capacidades para reconocer sus viejos errores y poder evitarlos, Peter sonríe.
—Gracias yo... necesitaba escuchar eso. Supongo.
Deshaciéndose en una gran sonrisa, su jefa le da un golpecito en el brazo y se endereza.
—Me alegro. Y ya sabes, siempre puedes recargarte en nosotros. Somos un grupo desorganizado, pero estable. No tienes que vivir alejándote de todos solo por ser el nuevo. En verdad... eres parte de Oscorp y no funcionamos alejando a los empleados. Siempre que necesites ayuda, estaremos para ti.
Siendo esa la conversación más larga jamás sostenida por ellos (que no fuera laboral), Peter le devuelve la sonrisa con algo de melancolía. En su cuerpo resuenan los ecos de los tiempos en los que trabajaba en equipo. Se sentía tan lejano aquello... pertenecía a esa vida que era parte de su pasado, pero, así como jamás se le olvidó cómo andar en bicicleta, no se le olvidaba lo cálido y reconfortante que era tener alguien en quien confiar sus dudas.
—Bien, si con esto terminamos, tengo que ir al taller de Vivían. Aún su pase de seguridad no emitió su ingreso y no sé si sigue fingiendo que no necesita pasarlo al entrar a su taller o si de verdad sus "cólicos" volvieron.
Por un segundo se siente con la tentación de plantar la duda en la mente de Ofelia. De darle alguna pequeña, pero encubierta, pista. Lo descarta una vez más, porque no había forma de que una vez que ella descubriera lo que Peter, no dedujera que él ya lo sabía.
—Uhm... ¿Ofelia? Hay algo más que me gustaría preguntarte...
Girando sobre sus talones para verlo, le regala una sonrisa.
—Tú... ¿De verdad te interesó mi tesis?
La expresión de desconcierto en los suaves rasgos de la física se esfuma de golpe y en un parpadeo es la mente brillante del mundo científico quien lo ve.
—Jamás doy un cumplido al aire —musita con calma y firmeza—. Tus ideas eran lo suficientemente revolucionarias y fiables para que la teoría pudiera pasar a una fase de desarrollo. —Asiente, con la espalda bien recta y un tono tremendamente profesional—. ¿Quieres intentar ver si en Oscorp te darían el visto bueno para iniciar un proyecto relacionado con ello?
Peter no quería para nada que alguien hiciera aquello. Su tesis se basó en lo único que tenía por aquel momento en su mente y lleva un buen tiempo odiándose al respecto. Sin embargo, no niega ni afirma nada. Le convenía que ella creyera que hablaban de lo mismo si pretendía manipularla para sonsacarle lo que él necesitaba.
Un extraño sentimiento de culpa le hace tensar los hombros, pero lo corre nada más aparece. En silencio intenta convencerse de que, en el fondo, usarla no es lo peor del mundo, pues el fin es noble y la protege. Si el universo se destruye, ella perecerá con él. El retorcijón en sus entrañas le deja saber que era un asqueroso mentiroso, pero cuadrando los hombros, impide que su mueca delate nada del debate moral que lo asalta.
Ya estaba acostumbrado a que, a veces, había que hacer lo que había que hacer, así hubiera habido un tiempo en que eso sería lo último que se le ocurriría. Y, en definitiva, mentirle para sonsacarle algo de información, no era lo peor que hacía por esos días.
—Estoy segura de que vamos a necesitar inversores externos, pero si quisieras... si tan solo me dices que estás dispuesto... nada en el mundo me gustaría más que ser parte del proyecto.
Ahora es cuando la boca se le abre por culpa del impacto. Lo decía en serio. Tan en serio que Peter podía ver el brillo ambicioso en sus ojos.
—Poniendo mi nombre en la colaboración nos lloverán patrocinadores. Oscorp es una empresa pequeña, estos laboratorios no están mal, pero necesitaremos algo de mayor escala...
Peter la escucha divagar y hacer planes. Tiene la tableta en la mano, menea el dedo con firmeza por la superficie, empezando a crear un proyecto del que ni en sueños quiere ser parte. Es el momento de preguntar, ahora que está inmersa en esa vorágine, pero la garganta se le cierra y la pregunta que tenía que hacer de improvisto no sale.
Su mente se queda unos segundos en blanco, escuchando el ruido que su voz hace mientras sube y baja entre pensamientos soltados al azar y comentarios que se supone son para él. Está tan centrada, tan apasionada, que entonces entiende exactamente qué fue lo que terminó de cerrar el trato para que él fuera el seleccionado de su camada para el puesto. No se siente mal, no se quita mérito. Al final del día, si fue su tesis lo que firmó el trato, seguía siendo su desempeño académico lo que le hizo ganar y estaba bien con eso.
Quizá le desconcierta lo mucho que subestimó la importancia que tenía para ella su tesis. Cosa que ahora que la ve, ahora que la tiene de cerca y que al final le dio el pie, es claro que es mucho más que plato o curioso interés profesional. Había un fuego en sus ojos que se extendía a sus palabras mientras creaba planes de trabajo e ideas de inversores.
Cuando Peter teorizó sobre una máquina capaz de crear materia con energía gravitatoria negativa, su tutor de tesis lo miró sin dar crédito. Tenía un tiempo con eso en mente, los quarks podrían replicar cualquier átomo si se los organiza de la forma correcta. Aún no habían hallado la combinación que les permitiese crear anti-masa, pero... pero... ¿Y si pudieran? ¿Y si una máquina con inteligencia suficiente pudiera hacerlo? Los agujeros de gusano ya no serían un simple mito.
Ya sabía que los universos paralelos existían, no necesitaba confirmar la teoría de las cuerdas, ella se manifestó para él.
¿Y si pudiera crear una forma de volver a ver a Peter 2 y Peter 3? No haría mal a ninguno de ellos tener una forma de buscar ayuda. Su proyecto no prometía tanto, pero era un paso en esa dirección. Un paso, así lo pensó. Lamentablemente, fue un salto exorbitante. Su director de tesis llamó al decano nada más ver que las teorías de Peter tenían un posible sustento; el decano automáticamente llamó unos cuantos conocidos y ellos a otros y así hasta que la tesis de Peter se volvió rápidamente en un debate y un tema de estudio para toda la comunidad científica. Para cuando se recibió, pudo citar al menos cinco proyectos teóricos que respaldan sus cálculos. Lo que fue una locura. La mayoría de sus compañeros no tenían ni algo parecido a una cita que respaldará sus proyectos. El número común para una teoría eran dos citas máximo.
El desastre que se armó alrededor de aquel asunto lo obligó a recluirse y mantenerse lejos del campo científico por un tortuoso año. Peter no quería que le prestaran más atención. Metiéndose de incógnito al sistema de Cornell se aseguró de modificar ligeramente las hojas de su tesis. No pensaba permitir que el mundo diera con la llave para evitar el estrangulamiento de las puertas de los agujeros de gusano.
No fue difícil, ya había ingresado a sus servidores cuando decidió que seguir en el MIT era inviable. Pasarse de una universidad a otra no fue problema, un par de clics y estaba dentro, como si siempre hubiera pertenecido a esa universidad. Los vestigios de culpa que pudo sentir se diluyeron cuando consiguió un examen de ingreso y lo resolvió entero con puntuación de sobra para confirmar que sin hackeo hubiera podido entrar.
—... podríamos comunicarnos con el MIT, hay un ingeniero que se egresó hace unos años... Needs, Leeds o algo así, brillante. Pero tendremos que llamar a legales y asegurarnos que tienes un buen respaldo para impedir que te roben cualquier mínimo hallazgo... ¿Tienes uno? Yo conozco algunos, pero no sé... todos esos carroñeros querrán robarte el mérito si no pones cuidado... debería llamar a Norman...
Peter siente el cachetazo de la realidad, golpearlo. Con un estremecimiento endereza ligeramente el rostro y corta aquella arrolladora cantidad de delirios. El nombre de Ned es el catalizador final para entender por qué es que no hacía eso. El dolor que tiene años viviendo en su pecho se retuerce y le arranca un quejido silencioso que sofoca en la base de su garganta. La tentación es inmensa, de repente la necesidad de decirle que sí lo ciega, pero junto con el recuerdo de Ned, viene el recuerdo de la anteúltima vez que lo vio y entonces todo vuelve a su lugar.
Las ilusiones mueren en el mismo instante en que recuerda el miedo de casi perderlo, en el miedo de ver a MJ caer al vacío y saber que no podría salvarla, en el dolor del recuerdo de May muriendo en sus brazos.
—Eh... ¿Ofelia? —murmura, poniendo esfuerzo en mantener el tono de su voz ligero y distendido.
—¿Sí? —su jefa alza el rostro algo desorientado, como si hubiera olvidado por completo que Peter estaba allí.
Con una sonrisa compasiva, Peter la mira y pese a las mil diferencias, siente que puede ver a Ned frente a él. Esa emoción, ese deseo por entender y descubrir... la fidelidad. Dios, si tuviera que apostar, diría que ella lo acompañaría en esa locura sin mirar atrás una sola vez.
«...no tengo motivos para creer que no aprendiste de ello» Las palabras rebotan en su mente, golpean en la parte posterior de su pecho y debe contener el impulso de alejarse de ella cuando lo invade de repente un pequeño espasmo de terror de solo pensar en volver a cometer los mismos errores del pasado.
Él sabía bien qué podría pasar si abrían una puerta a otros universos. Lo tenía tan claro que aun después de cinco años las pesadillas lo torturaban. Ella haría lo que sea por ir en post del descubrimiento. ¿Consecuencias? Quien pensaba en ellas cuando cambiaba el mundo; pero Peter tenía que hacerlo. Él era responsable de hacerlo.
—Creo que lo mejor sería que simplemente hable con un abogado primero, ¿No?
Su voz en ningún momento pierde la ligereza, pero el filo tajante de su idea es más claro que cualquiera vuelta que pudiera darle con sus palabras. Su lenguaje corporal es igual de firme: hombros arriba y espalda recta. No la miraba con hostilidad ni nada que se pareciera, pero no necesitabas un doctorado para entender que Peter había cerrado la puerta a esa charla.
Ella baja la tableta, reparando que fue muy lejos, y él realmente no había alcanzado a preguntar nada más allá de la opinión sobre su tesis.
—Perdona yo... tienes razón. ¿Tienes un abogado?
Con una mueca, menea la cabeza. Dudaba muchísimo que Matt Murdock tuviera una mínima idea sobre patentes o física avanzada.
—¿Sabes qué? Conseguiré uno y hablaré por ahí con gente de confianza. Si decides que quieres probar suerte con Norman y la junta, solo... llámame.
Peter la deja salir con la pregunta en la punta de los labios, alzando la cabeza al cielo raso del taller, intenta no imaginar nada de lo que podría haber deparado su futuro si la hubiera dejado seguir. Intenta no pensar en Ned, intenta no imaginarlo en su taller y se recuerda algo que tenía años de no pensar: está mejor donde está. No necesita esta mierda en su vida.
Baja del mesón y con un simple movimiento de la mano empuja desde abajo para emparejarlo. Se queda silencio por unos minutos hasta que asiente y se dirige al fondo del taller donde su laptop descansa. Ni porque quisiera puede retrasar lo inevitable. Desde la noche anterior sabía bien que iba a hacer. Desde que escuchó de Miles lo sabe, pero aun así intentó convencerse de que eso no era real, de que eso no pasaría.
No le toma mucho encontrar lo que está buscando. Y es tan malditamente fácil, que se queda petrificado frente a la pantalla, intentando no dejar que la idea de saber que tuvo a una variante de su mentor tan cerca, tan alcance de la mano cale en su interior. No cuesta tanto como debería. Quizá se debía a las diferencias físicas, quizá se debía a que no lo trataba con nada parecido a la familiaridad, quizá se debía a que Peter estaba un poco más alejado de sus emociones de lo que en verdad creía.
Necesita más tiempo para redactar el mensaje y apretar el botón de enviar, que hallar en lo profundo del internet el número de celular de Isaac Noel Real. La pantalla no mentía, ese era él, con esos ojos inquietantemente verdes, con ese cabello rojizo, con esa juventud. Es el mismo que vio la noche anterior, con la misma sonrisa ligeramente torcida y las pecas repartidas por el puente de su nariz y sus pómulos. No alcanza a entender cómo es que nadie ve la cara de Tony Stark en él.
Es decir, es diferente, pero Peter tenía tan calada esa sonrisa arrogante que no puede creer que los del registro no reparan en el parecido.
Rueda los ojos y masculla un insulto para sí. Claro que ese hombre no hizo las cosas como Peter. Claro que no se presentó con una denuncia falsa de extravío y pidió un nuevo juego de documentos. Apostaba lo que sea que esa personalidad de la que Peter pudo rastrear hasta exámenes de la secundaria, era una de las estafas más finas en el arte de inventar personalidades.
Le da vueltas al nombre, porque si bien no tenía sentido alguno que se pusiera algo parecido a su nombre real, Peter empezaba a dudar si era tal cual Tony Stark... Entonces, mientras su mano vacila en el botón de enviar, un arranque de fastidio lo llena. Mirando la pantalla entiende el puñetero chiste en el nombre, entiende que está tratando con un maldito cínico y una parte de su cuerpo se estremece, mientras que otra tiembla. Respira con calma y empuja tras la puerta el dolor que quiere ramificarse por su cuerpo cuando lo siente terriblemente familiar.
Pulsa el botón y elimina de la pantalla los datos de esa variante. Inspira y exhala repitiendo esa palabra, grabándola en lo profundo de su mente. Bloquea con una mano imaginaria la puerta cuando esta tiembla. No deja que nada llegue a él, porque está seguro de que no será agradable. La noche anterior se había desmayado del dolor. No podía permitirse ese tipo de irresponsabilidades.
Por bendito Dios, ese hombre quiso lo suficiente a su variante como para no hacerle ningún daño mientras se encontraba indefenso, pero las cosas no habían cambiado. Peter podía creer que no lo apuñalaría por la espalda (de manera literal al menos), pero estaba más que listo para sacarse de ese universo y eso podía ser incluso más peligroso que el que intentara herirlo físicamente.
Relee el mensaje que le envía y sonríe algo satisfecho cuando, en menos de un minuto, las tildes pasan del gris al azul y ve la leyenda de escribiendo.
Peter:
Necesitamos encontrarnos. Antes de hacer nada, hay un par de cosas que tenemos que acotar.
Tony:
Interesante giro de los acontecimientos. Eso fue muy rápido, Señor Parker. Puede que me haya excitado un poco su eficacia.
Un ligero estremecimiento le hace removerse incómodo. La familiar sensación de sentirse como un animal doméstico felicitado por su dueño luego de hacer una gracia especialmente difícil es un sentimiento que, aparentemente, no se olvida. Se le hincha de orgullo el pecho, porque si encontrarlo a él fue difícil, encontrar a una variante cuyo nombre ni siquiera sabes, también hace mérito.
Finge que no hay un placer añadido porque esa variante a la que acaba de sorprender es una de Tony Stark. Y finge con mayor diligencia que no siente como una parte retorcida de su mente se estremece presa de un agridulce placer al pensar, con poco criterio y poder de separación, en el que fue su mentor.
Sí, mejor no creer que había al fondo eso pasando, de lo contrario, Peter iba a tener que tomar medidas y ya suficiente había en su plato.
Tony:
¿Necesito llevar algo?
Tony:
¿O no llevar algo?
Con un ligero calor subiendo por su cuello, aprieta el equipo en su mano.
Intenta no pensar en esa cosa que había convivido en su interior desde los 16 años. Intenta no pensar en lo incómodo que se solía sentir cuando la mirada chocolate se posaba en él, o las infantiles fantasías que lo carcomían cuando estaba en su cama en medio de la noche.
Se ríe con cinismo de la situación y se abriga en el reconfortante pensamiento de que no era culpa suya. Había alguien a quien culpar por el subidón hormonal que lo asaltaba y ese no era él. ¿Qué fue en ese momento? Un adolescente con mucha energía y una libido dispuesta a encontrar un hogar. Nada más, nada menos. El responsable fue otro, un hombre maduro, atractivo y carismático, que le sonreía de lado y le guiñaba los ojos. Uno que compartía momentos íntimos con él, que lo hacía participe de su vida y le dejaba saber que lo apreciaba y lo valoraba. Que se tomaba sus licencias y le acariciaba los hombros, la cintura o la espalda baja.
Es decir, qué remedio había ¿no? ¿Cómo iba a ser culpa suya que cayera rendidamente enamorado? ¿Cómo se iba a fustigar a sí mismo, cuando el tipo era básicamente el sueño caliente de todo el mundo?
Peter creía que era heterosexual, a lo largo de los años nada contradijo esa teoría, pero evidentemente había un bache en esa idea. Uno que tenía nombre y apellido y, por desgracia, parecía carecer de un universo en específico.
Esa variante, así fuera diferente, era, para mayor consternación, aún más atractiva. Qué favor les había hecho la genética al no proveerlo de esos ojos verdes o de pintar su cabello de un tono más castaño. Peter, caso contrario, definitivamente no hubiera podido decir tres palabras de corrido sin caer en un sin fin de tartamudeos y bochornos irremediables.
Definitivamente su tipo eran las mujeres y para desgracia de todos, Antonhy Edward Stark, incluidas sus variantes.
Pero ese no es el punto. Así quisiera que lo fuera, porque qué fácil sería todo si el mayor problema a enfrentar en ese momento fuera el tener que lidiar con algo así de trivial.
Su mirada se pierde en el teléfono, particularmente en la leyenda de "escribiendo".
Tony:
Tick-tock, Parker.
Tony:
Mi tiempo cuesta un dinero que puedo jurar, no posees, encanto.
Con un gruñido de fastidio rueda los ojos. Duda mucho que esa sea una suposición. Si sabía quién era, dónde trabajaba y fue capaz de perseguirlo por una semana entera sin delatarse, era más que evidente que era capaz de saber el estado crítico de sus cuentas.
Tony:
Puedo hacer todo esto sin ti. No lo olvides.
El nuevo mensaje lo sobresalta. Apretando los puños, Peter desea con todas sus fuerzas que aquello fuera una opción. No dudaba de que era capaz de hacerlo por sus propios medios. De hecho, estaba ligeramente convencido de que eso sería lo mejor. Él desde la distancia analizando con cuidado lo que iba pasando, atento a sus movimientos y los de Kingpin, pero no puede dejarlo. Ya no solo por el peligro que eso conllevaba, no podía porque, quiérase o no, Peter no iba a poder. Era exactamente el tipo de cosas que no podía dejar. El peligro era real, pero más real era la urgencia que tenía por sacarlo de su universo. Él no podría ser quien debía ser, tenía cerca a un Tony Stark.
Coge aire con fuerza y tensa los hombros. Se recuerda con firmeza que ya no era ningún niño. Ya no era un chiquillo impresionable o un tímido de tres a cuatro. Era un hombre hecho y derecho. Piensa a la carrera sus opciones. Necesita hablar, crear una estrategia y, sobre todo, marcar límites. Y eso era lo más fundamental.
Descarta en el momento hablar en su apartamento. La idea no termina de conjurarse que Peter la apuñala y la descarta. No necesita saber cómo se vería ese hombre en su pequeño espacio. Tampoco le apetece dejarse caer por el apartamento de él. Eso le daría todo el poder en la conversación y eso atenta con sus planes. Piensa en el bar al que siempre se negaba a ir cuando Collin lo invitaba. Era cerca y, según palabras de su compañero, ni muy caro ni muy exigente con las fachas de sus clientes.
No es perfecto ni ideal, pero es por lejos su mejor opción. Si conseguía una mesa lejos o alguna esquina poco iluminada, no debería tener problemas para esconderlo de ojos ajenos.
Peter gruñe al leer las últimas palabras que le envía.
Tony:
Vamos, encanto. Empiezo a creer que estás pensando en un lugar que te avergüenza decir.
Peter, furioso con él, con la situación y consigo mismo, aprieta con firmeza las letras y apaga el equipo. Si se le iba a ocurrir algún chistecito nuevo, no iba a escucharlo.
*****
Si alguien hace unos años le hubiera dicho que estaría sentado en la parte trasera de un bar, esperando a que Tony entrará, viendo como una cerveza transpirada gotea hasta formar un pequeño anillo en la mesa, se hubiera reído. Y se hubiera reído como creía jamás haberse podido reír.
Cómo sabe que no sirve de nada regodearse en lo que pudo o no ser, mira su maldito vaso —sin tocar— con aprensión, intentando entender qué lo llevó a pedirse una pinta.
Peter no tomaba alcohol y no por cuestiones éticas, era que simplemente no le sabía tan bien. Era una de esas pequeñas costumbres sociales a las que se adaptó por pasar desapercibido.
El ruido de la gente se agolpa en su mente con fuerza y solidez. Sus pensamientos algo caóticos se sienten bastante ahogados y por eso solo su pie no da pequeños y rítmicos golpecitos en el suelo.
Repite mentalmente las cosas que tiene que decirle. Las pautas que trazo detalladamente entre garabatos y rayones en una hoja. Prueba las oraciones en su mente y no se deja convencer por la voz que se ríe de él en el fondo de su mente.
Peter sabía lidiar con abusones. Podía darle las gracias al idiota de Flash por eso. Es verdad que jamás nadie intento ligar con él como medio de intimidación, pero vamos, era un adulto. No podía ser tan difícil resistir a los principios básicos que su cuerpo quería poner en práctica. Tenía un buen tiempo de la última vez que se dejó llevar por las necesidades de su cuerpo. Y si cuando tenía 17 años fue más que capaz de controlar sus hormonas, ¿cómo no podría hacerlo ahora?
Vamos, podía ser un hombre atractivo, pero Peter era un superhéroe que tenía a toda la mafia de Kingpin rezando porque en las noches encontrará mejores ocupaciones que dedicarse a joderles el negocio.
—Te saldrán arrugas si sigues frunciendo de esa forma el ceño —murmura una voz melodiosa por sobre su cabeza.
Peter se sobresalta al sentir una suave caricia en la frente y ve como Tony variante se sienta, cargando una sonrisa demuele piernas en el rostro. Por mero reflejo se detiene viéndolo y parpadea confundido cuando esta versión joven y salida de una portada de revista de Tony Stark se sienta frente a él con elegancia y desprendiendo un aura de millonario tan fuerte que muchos ojos en el bar voltean a ver.
Se le seca la boca, se le acelera el pulso y se le atasca el aire en la garganta. Dios lo ayude. Odín lo perdone. Requiere todo de sí no babear, no abrir la boca y quedarse mirándolo como un animal. Era escandalosamente atractivo. Tanto que se siente entre ofendido, enojado y celoso. Sin posibilidad alguna de determinar cuál más y cuál menos.
Su mente se queda en blanco viendo como acomoda unos anteojos finos y un celular de dos veces el tamaño del suyo en la mesa. El aparato no se parece en nada a lo que sea que hay en su universo. Peter puede no tener fondos para un celular tan avanzado, pero mantenerse al día con los inventos tecnológicos de la época era parte de su ser.
—O si es mero estreñimiento, puedes tomar algo y dejar de sufrir.
Despertando de su trance, le lanza una mirada fría y resentida. Muerde la parte interna de sus mejillas cuando está por decirle que por qué mejor no se ponía un estúpido cartel fluorescente en la jodida frente si lo que quería era llamar la atención y sonríe con forzada calma.
—Apenas estoy llegando y ya tienes esa cara...
—No tengo otra.
—Que yo sepa tienes...
—Mira —lo corta de improviso y se gana una mirada calculadora cuando Tony cierra la boca y solo sonríe expectante—, esto es lo primero que quiero que tratemos —dice alzando la mano, atrayendo la atención de una de las camareras que dan vuelta por el atestado lugar.
Una chica rubia y bajita lo ve a lo lejos y Peter solo señala su mesa y alza un dedo. La chica le sonríe con calidez y alza el pulgar entendiendo a la perfección lo que necesita. En menos de dos segundos pierde del todo su atención y Peter aprovecha para ver las caras de los que los rodean. Nadie los mira, o bueno no a él. Todos los que pilla mirando lo miran al maldito frente a él. Y todas lo miran de una manera en particular. Se abstiene de mostrar los dientes. Se dice que es aceptable que todos luzcan deseosos por dejarse hacer lo que sea por ese hombre y no que lo miren con esa expresión taciturna de quién se pregunta si no conoce de algo al que están viendo.
Finge no notar la cosa pesada que se incrusta entre sus intestinos. Es mera envidia, no celos. Y si fueran celos, nada más era porque a él nadie se quedaba viéndolo como si fueran a aceptar que los escupa con tal de tenerlo dos minutos en su cama. Nada más. Definitivamente no es ese sentimiento viejo de posesión que solía enturbiar su mente cuando tenía en él la atención de su mentor.
—Muy caballeroso de tu parte —se burla con un tono sedoso y claramente falso— Pero, mi paladar puede que sea un poquito más exigente que... esto.
—Qué pena, no tengo para más —informa volviéndose para verlo, sin un ápice de vergüenza—. Y no es tan mala —añade estirando la mano para tomar un trago largo.
No es que Peter tenga entrenado el gusto, pero no es la peor que ha tomado.
—Sí, bueno, creo que no voy a fiarme de tu exquisito buen gusto.
La variante desliza con cuidado los ojos por su cuerpo y Peter se tensa bajo el escrutinio intentando no permitirse avergonzarse de su apariencia. Siempre supo bien que no poseía en su armario un conjunto lo suficientemente elegante como para ir a sitios muy refinados. Por algún lado estaba perdido el pantalón oscuro y entallado que iba bien para entrevistas y estaba seguro de que la camisa blanca que combinaba andaba por alguna parte del basurero cuando se echó a perder una noche ajetreada de trabajo como el buen hombre araña.
—Tú mismo —dice a secas, intentando sonar indiferente.
Antes de que pueda abrir la boca y de una vez meterse en materia, se materializa junto a ellos la misma camarera bajita y Peter no rueda los ojos por respeto, pero la forma en la que se queda técnicamente paralizada cuando Tony alza la cabeza para verla, bien lo amerita. Por un segundo su corazón se frena, en su mente se crea la certeza de que ella lo reconoce, pero basta ver el sonrojo profundo que tiñe sus mejillas para saber que su impacto no tenía nada que ver con ver a un héroe muerto.
—Gracias —dice Peter y necesita decirlo dos veces para conseguir que vuelva a mirarlo.
No se siente exactamente bien que su sonrojo muera casi en el acto y menos bien se siente que no se moleste en sostener más de un segundo su mirada, antes de volverse a ver a Tony variante, esta vez de una forma mucho más intensa y molesta.
—No queremos nada más —añade empezando a tener un verdadero problema con aquella situación, que francamente se le antoja algo inapropiada. Es decir, era demasiado explícita en su interés.
Decir que la chica tartamudea una disculpa y se va es mentir. Tony elige ese momento para apoyar el codo en la mesa y empujar la cerveza sin mirar, dado que solo tenía ojos para la camarera, y apoyar el mentón en su mano.
—¿Tienen algo tras la barra que no adulteren? —Pregunta—. ¿Vino que no halla en una góndola de supermercado? ¿Un whisky que tengan órdenes de solo servir a determinados clientes?
—No estoy segura... —Peter sabe que está más que muy segura de que sí puede, pero prefiere estirar el tiempo para poder seguir dándose el gusto de verlo de cerca un poco más— Pero podría ver que puedo conseguir por usted...
Estúpido y ridículo, eso es aquello. Se siente tan fuera de lugar allí que ni siquiera le interesa hacerse oír una vez más. Aquello no es con él y no va a intentar que lo sea. Si esa pobre incauta se queda prácticamente babeando, no es cosa suya. No es su dignidad la que está en peligro.
—Eso estaría bien para mí —sonríe ladeando el rostro, deslizando un billete (de numeración escandalosa) por la mesa—. Y mi novio aquí va a querer que lo traiga otra moza, no lleva muy bien que nuestras camareras baben sobre mí cuando nos sirven.
Peter, que en verdad estaba tomando para no decir cosas como que él no pensaba pagar esa cuenta, o que era una falta de respeto que lo estuvieran omitiendo de esa forma o que era muy poco homosexual ponerse a hacerle ojitos a una mujer, escupe completamente el trago que viaja por su garganta.
Con la garganta ardiendo mira a Tony y este solo le sonríe angelical cuando la chica escapa a la velocidad de la luz. No necesita ni ver a la barra para saber que la camarera y los tres chicos de la barra, ahora los miran mal y que probablemente alguien iba a escupir el trago de Tony.
—¡¿Qué demonios te pasa?!
—¿Ella puede mirarme como si fuera un pedazo de carne y yo no puedo hacer que se arrepienta de ello?
Peter se encuentra momentáneamente en shock. No es que pudiera rebatir con muchos argumentos ese planteamiento.
—Esa no era la forma.
—Si ella quiere mi número o ver si me apetece revolcarme con ella por ahí, debería preguntar primero —ladra Tony variante, con el mentón duro en su dirección—. Si ella creyó que tenía el derecho a hacerlo, yo me di el derecho a decirle lo que pienso de su actitud. Pero preferiría que nos centremos en lo que nos importa y no en los límites de tolerancia que tengo hacia el acoso sexual en los bares.
Peter, que repentinamente se siente pequeño, corre los ojos de él y los vuelve a la mesa toda perdida. Con parsimonia coge un puñado de servilletas y limpia la superficie junto con sus manos, también manchadas.
—Bien, tienes razón —murmura soltando un suspiro, porque si hubiera sido a la inversa probablemente le hubiera parecido que el camarero se estaba excediendo—. Pero no soy tu novio y si te molesta que babeen por ti, deberías abstenerte de ponerle ojitos.
—¿Culpando a la víctima, encanto? No la vi venir.
Peter hace un bollo con la servilleta y se abstiene de decir nada.
E N C A N T O.
Había algo en la forma en la que lo decía, en la forma en la que moldeaba las vocales y las consonantes, como hacía que esas siete letras juntas sonaran a algo muy sucio y explícito. Estaba francamente cerca de saltar y darle un golpe en el rostro. Ya se lo había dicho otras veces y Peter hacía esfuerzos por entender lo que esa palabra le hacía en el bajo vientre. No era exactamente asco, ni tampoco placer. Era como una sensación vibrante que se esparcía (de forma poco agradable) por su piel.
Se ordena calma, se recuerda que ese era el motivo por el cual lo citó (a mala hora) en ese lugar.
—Para empezar, mi nombre es Peter-
—Tony, mucho gusto.
Lanzándole una mirada lacerante a la mano que extiende en su dirección, sonríe lentamente.
—Pensé que era Issac. Issac Noel Real.
Con una sonrisa coqueta se recarga en el respaldo de su silla.
—Un buen nombre como cualquiera —ofrece encogiéndose de hombros.
—Issac Noel Real —reitera separando bien las letras y diciéndolo con deliberada lentitud—. Suena mucho a: Is not real —murmura con los dientes apretados—. Hilarante.
Un espasmo le recorre la espalda cuando la variante suelta una carcajada. Peter no recuerda jamás haber visto a Tony reírse de esa forma, con esa soltura y esa frescura. Se reía, obvio, pero la sombra de algo melancólico siempre estaba en la superficie de sus ojos. Estos, pese a tener otro color, eran tan brillantes y joviales...
Con un gruñido se reprende en silencio. Con un fuerte jalón empuja a los infiernos de su mente ese pensamiento. Eso no sea lo importante. Lo que sí importa es que era un idiota. Lo que hizo, indiscutiblemente era el punto, no su maldita forma de sonreír y, sobre todo, como no se reía Tony y lo que eso significaba.
—¿Vamos a perder mucho más tiempo aquí? Porque puedo ir y hacer mis cosas tranquilamente. Y ambos sabemos qué es lo que eso significa —añade al ver que cierra la boca y tuerce los ojos para verlo—. Lo dijiste ayer, no tengo un solo pelo de sutil en mi cuerpo.
El aire se tensa junto con sus hombros cuando su amenaza se sienta con ellos a la mesa.
—Encanto, puede que logres hacer que esto sea entretenido.
—Peter.
—Deberías seguir con el siguiente punto en esta lista mental que seguramente anotaste de forma tonta y descuidada en tu pequeño taller. —Peter se esfuerza por no dejarle saber que efectivamente eso es lo que hizo, al mismo tiempo que lucha contra el revoltijo mental que esa observación ejerce sobre él—. Te diré como yo quiera, porque ese es mi derecho constitucional, así que veamos que sigue en la agenda.
—Dudo muchísimo que hayas leído nuestra constitución.
—Podría repetirla de memoria para ti, pero se me ocurre que podría demostrarte que otro libro, mucho más interesante, me sé de memoria.
Aferrándose al mucho tiempo que lleva practicado intentando instruir mentes jóvenes y dispersas, Peter solo se ríe y se recarga en el respaldo de su propia silla.
—Casualmente ese también me lo sé, así que no gracias. No es necesario. Y para que te enteres, no sé cómo era en tu universo, pero yo soy hetero.
Tony se ríe y puede ver la punta de sus dientes brillantes. Un vaso aterriza en su mesa de forma descuidada y ambos alzan los ojos. La camarera que lo deja se va tan rápido como llega y por un breve instante los dos se quedan en silencio viendo el color turbio que tiene la bebida.
—Yo no la tomaría, si fuera tú. Podría tener desde saliva hasta rodenticida.
Tony se ríe y estira la mano cogiéndolo.
—Deberías probarlo por mí, se supone que hacer cosas heroicas es lo tuyo.
—Lo mío es devolverte a tu universo, no tragarme el veneno para ratas que te echan al vaso por idiota.
—Y sigues culpando a la víctima. Encanto, eres un curioso espécimen de héroe.
—Puedes culparte, eso me lo enseñaste tú.
La mirada verde se queda viéndolo un segundo. Peter repara tarde que eso no era correcto. No fue él. Se tensa, pero la variante le da un trago al vaso y arruga el gesto con desdén.
—Tan malo como cabría de esperarse. Bien, ahora que nos saltamos los preliminares... ¿me dirás a qué me trajiste a este... variopinto lugar?
Tomando una bocanada de aire, Peter asiente. Necesita concentrarse un poco, esa charla para nada está funcionando como esperó o se suponía que tendría que ir.
—Voy a ayudarte.
—No es por desanimarte, pero eso me quedó bastante claro ayer por la noche.
—Deja de interrumpirme. —murmura sintiendo como un ligero golpeteo en su cráneo empieza—. Pero, no voy a dejar que destruyas mi mundo. Vamos a estudiar con cuidado esto y eso puede significar que no sea inmediato.
Es la variante la que esta vez asiente con cuidado, evaluando sus palabras.
—No quiero perjudicar tu realidad —acepta—. No tengo problemas con esperar, pero entiende que el riesgo nunca será 0. Y por nada del mundo me quedaré más de un año a partir de hoy. O menos, si la máquina, como sospecho, es funcional.
—Lo sé. Soy consciente de ello —dolorosamente consciente. El mayor problema de hacer eso era que todo podía ir estrepitosamente mal—. Pero, entiendo que tienes que volver y... será mi prioridad hacer que eso pase. Te doy mi palabra, volverás con Miles.
Algo en el rostro frente suyo se mueve. Es como el fantasma de un dolor, pero desaparece demasiado rápido y no tiene lo que hace falta para preguntar. La idea de abrir esa puerta está descartada, no podía darse el lujo, no podía permitirse entenderlo, conocerlo y... y arriesgarse a qué, una vez se salten la incomodidad y la desconfianza, conectar. Tenía demasiados años siendo él solo como para ir a cometer ese error con una de las pocas variantes con verdadero poder de volver a destrozar su vida.
—Bien, lo agradezco. ¿Algo más? —pregunta ojeando el reloj en su muñeca.
Experimenta un ligero momento de impacto, pues pensó que iba a tener que luchar por cada ítem. Daba por perdido lo del nombre y si no hubiera visto que era capaz de controlarse y ser mínimamente racional, creería que era imposible.
Con un movimiento de la mano lo insta a continuar y la falta del apelativo fastidioso hace que se sienta un poco intimidado. Maldiciéndose está por separar los labios cuando algo en sus propios pensamientos lo hace dudar. Achica la mirada y ve como la variante solo lo mira expectante.
Ese día no lo llamó ni una vez por su nombre. Ni una sola vez. Otra parte de su mente se fija en que Peter, desde que volvió en sí en el apartamento de la variante, no volvió a pensar en él de otra forma.
Distancia emocional, piensa parpadeando con la vista en sus manos que jugaban con el borde del vaso.
Por un breve y brillante segundo Peter cree que lo harán, que podrán hacer equipo y apoyarse mutuamente. La noche anterior ambos cometieron errores propios, ambos se dejaron llevar por el rostro que tenían enfrente, ambos vieron más de lo que tenían que ver, llevados por nostalgia.
—Haremos esto a mi manera —dice con firmeza y convicción.
La variante le entrecierra los ojos y mira a su alrededor antes de inclinarse y hablar con la voz más baja que el bullicio le permite. Su cuello hormiguea, repentinamente se siente ansioso y se da cuenta de que sus pensamientos pudieran no estar mal, pero sí ser optimistas.
—Espero que esto sea una negociación porque, encanto, en este momento a unas cuantas calles de aquí, mi plan va a tomar forma y... créeme, tú manera no tiene cabida en este mundo.
Peter ni siquiera se da cuenta de que se acerca, o de cuánto lo hace. En su cuerpo se revuelve un mar de ideas y de sentimientos. Lleva años peleando solo, lleva años luchando y defendiendo su mundo. Peleó contra todo lo imaginable, perdió lo inentendible y renunció a todo. Nadie iba a decirle que no pertenecía a ese mundo por el cual Peter, tal como se le enseñó, entregó todo lo que amaba por él.
—Esta es mi realidad, variante. Si uno de nosotros dos no tiene lugar en este mundo, ese eres tú.
La risa jocosa le revuelve el cabello. Están tan cerca que, pese a la iluminación relativamente baja, puede ver pequeños destellos dorados en los ojos verdes que relampaguean de frente.
—Muy bien, encanto —susurra deslizando la lengua con lentitud por sus labios—. Entonces, párate y sígueme. La función está por comenzar. Cuando terminemos lo que hay que hacer, volveremos a hablar y veremos qué tan listo crees que puedes estar para jugar en las grandes ligas.
Y Peter lo sigue dejando un puñado de billetes en la mesa. No deja la suma correcta, o no una que cubra el trago de Tony, pero se imagina que le dieron agua del váter, así que no le interesa mucho. Jamás volvería a ese lugar.
Pero, sin lugar a duda, a Peter debería haberle interesado preguntar en qué consistía el plan. Porque, solo en la cabeza de un idiota cabe confiar en cualquier variante de Anthony Edward Stark.
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