I

Espera lo inesperado o aprende a vivir con la frustración. 


Peter Benjamín Parker, casi por definición, es un chico con mala suerte. Y si intentara no decir esto, diría que era un chico con una caprichosa buena suerte. Por eso es que en ese momento, en la puerta de la empresa, cuando mira la hora de su reloj, sabe que ya es tarde para ir al puesto de comida que estaba en la plaza a unas cuadras de Oscorp. Eso quería decir que oficialmente el día había terminado y arrancaba la noche. Solo que, para él, "la noche" no significaba lo mismo que para todos. Para un vigilante nocturno, eso quería decir que ahora le tocaba ir a casa, dejar sus cosas, arreglar otras y volver a salir a cumplir con su segundo trabajo.

El cielo está completamente oscuro a su alrededor, pero el perpetuo tráfico neoyorquino no le permite creer eso. Las calles abarrotadas de personas que van y vienen le hacen sentir más calor del que realmente hace. Lo que sería algo bueno, si no fuera porque se esforzaba por intentar no pensar en que está en ese delicado día del mes. Y ya que Peter no tenía el aparato reproductor necesario para menstruar, por más que en su adolescencia Flash esparciera el rumor de que sí, no se refería a ese tipo de día. Más bien era el tipo de día que le hacía sudar las palmas de las manos y tener que avivar su imaginación a más no poder; día de pagar el alquiler.

Pero bueno, como él les da pelea a las malas, en un arrebato de optimismo, puede decir que la hora, para ser francos, realmente da lo mismo. La noche llegó mucho antes de que pudiera atravesar las puertas de su taller y esa era la norma si eras un insecto en la cadena alimenticia de una empresa emergente.

Después de años, estaba extremadamente acostumbrado a que:

1) Lo mangoneen jefes idiotas.
2) Le hagan trabajar muchas más horas de las acordadas.
3) Jamás le paguen lo suficiente.

A eso te abstenías en cualquier trabajo si eras un chico que no tenía una sola referencia comprobable de absolutamente nada; el módico precio de ser un fantasma, por así decirlo. Al menos en esta oportunidad no había un jefe idiota. La paga seguía siendo apretada, trabajaba muchísimas más horas de las que desearía, pero ya no había un jefe poco cualificado diciéndole qué hacer.

Y este por sí mismo ya era un sólido argumento para decir que era de suerte caprichosa, más que de completa mala suerte; pero Peter tiene hambre y de verdad quería comerse un perro caliente antes de tener que comprobar qué tan predispuesta estaba la suerte en lo referente a sus asuntos financieros. Tema en el que la suerte era mucho más que caprichosa. Era una real perra.

¿Había posibilidades de que el señor Ditkovich estuviera demasiado ocupado con sus amigos de póker? Más o menos las mismas de que el gato que vive en los alrededores del edificio deje de escarbar la basura: nulas. Pero, con optimismo, Peter está dispuesto a creer. La segunda opción es que su casero esté sentado en la sala de su departamento, con la puerta entreabierta, esperando que llegue y le pague. Cosa que, spoiler alert , Peter no hará.

Por un segundo (teniendo el terrible e inevitable encuentro a poco más de diez minutos si toma el camino directo) se ve a sí mismo saltando por el lateral de la fachada y empujándose por la ventana hasta su cama. La idea es tan tentadora que se aprieta soñador el agarre de la bufanda, que poco hace por bloquear el frío viento que le golpea el rostro. Suspira con nostalgia y menea la cabeza sabiendo que hacer eso ya no es una opción.

—Oh, cómo extraño los buenos tiempos... —susurra con pesadez, ralentizando el ritmo de su andar.

Si no podía suponer que el póker le hiciera olvidar el día de paga, al menos cabía esperar que el vodka que corría por la mesa le ayudara a la causa de: "La semana que viene le completo" aunque tampoco tenía fe en eso. Pero ¡hey! Peter era un chico que a las malas aprendió que los problemas venían de tres en tres y dado que ese día: 1) en el taller hizo explotar una máquina costosísima. 2) perdió el pase del subte. 3) su querido puesto de perros calientes ya había cerrado, podía esperar un buen desenlace para esa noche.

Sabía bien que cualquiera que no viviera su penoso día a día, pensaría que estaba exagerando. Era solo un pequeño retraso, no era cosa del otro mundo. Y le daría la razón, si no fuera que sus problemas con ese día existían porque, después de ser su casero por cinco años, el viejo ruso ya conocía a Peter con todas sus mañas y tretas. Con una habilidad (forzosamente desarrollada por sus circunstancias) se las ingenió por años para saltarse sus encuentros y poder pasar un sobre flaco por debajo de la puerta de Ditkovich, con la pequeña excusa del momento garabateada en él. Y pese a que el truco aceitado empezaba a perder eficacia, a veces los planetas se alineaban para él.

Mientras camina por la calle, decide que va a ayudar a los planetas y empieza a trazar un plan de acción para esa noche. Descarta las estrategias que ha usado en los últimos meses: entrar a las corridas por la puerta lateral de servicio cuando alguien sacara la basura; entrar por la ventana que da a la escalera de incendios de su apartamento; o esconderse tras la espalda de la señora Ramírez cuando volviera con la compra. El viejo ya lo conocía lo suficiente, y Peter casi muere de tristeza cuando fue atrapado tras la espalda de su vecina. Ese fue definitivamente un día oscuro para su autoestima. ¿De qué servía tener a raya a los cinco brazos armados de Wilson Fisk, si no era capaz de eludir a su casero?

Sabe que no le quedan muchas opciones, así que evalúa si podría intentar la vieja confiable de simplemente pararse allí y dejar que le gritara en la cara que jamás debió arrendarle el departamento. Pensaría lo gracioso que era el que se lo dijera miles de veces, pero siempre volviera a renovarle, y después de eso, se podría ir. Olvidaría el asunto en dos parpadeos y hasta el mes siguiente no tendría que volver a lidiar con eso.

Un gruñido se abre paso por su pecho. El fastidio de tener que seguir viviendo de esa manera tiene meses haciendo mella en él. Envía a la noche una pequeña súplica, una oración desesperada, presa del cansancio: Por favor, que Ditkovich esté tan ebrio que ni siquiera me vea. Casi en el acto, se siente culpable y abochornado. Para ser justos, él era un mal inquilino. Jamás conseguía a tiempo la paga, más de una vez al mes dejaba abierta la puerta principal del edificio para salir a las corridas al trabajo... Por no mencionar la colección de empleos poco respetables que tuvo; donde, a ojos de su casero, eran la muestra de su falta de criterio para buscar un puesto, jamás un esfuerzo desesperado por eludir la pobreza.

Solo por eso escuchó incontables veces durante los cuatro años que le tomó sacarse el doctorado en Ingeniería Mecánica, con especialización en alta tecnología aplicada, que era un tonto. Cuatro años. Jamás le dijo al señor Ditkovich que llegaba muy tarde para el aviso, mejor ahorrarse eso y no pasarse de listillo usando un poquito de sano y acogedor sarcasmo. En cambio, con una sonrisa de disculpa, inclinaba la cabeza y se escapaba ya terminada la reprimenda. Ditkovich tendía a olvidar que la suma en su mano era menor a la pactada cuando se afanaba en darle esos consejos encolerizados e inútiles que le gustaba dar. Nunca resultó un mal plan dejarlo despotricar contra Peter, su trabajo o su carrera; pero no estaba convencido de que esa noche quisiera eso.

No fue hasta después de meses de intentar e intentar que consiguió una entrevista personal con Norman Osborn para poder trazar una línea de proyectos futuros. Peter sintió con feroz orgullo la palma de su jefa apretarse en su hombro en señal de felicitación cuando le dijo que debía presentarse dentro de unos días con su portafolio de propuestas y algunos halagos bajo la manga.

Como nuevo Ingeniero Mecánico de planta, en cualquier momento (cuando la agenda ocupada lo permitiera) podría ser llamado a tener esta "planeación" (sinónimo nominal para "veremos que no vayas a tirar nuestros fondos a la basura con proyectos que nadie quiere") con el director adjunto de Oscorp. Y, pese a que a Peter no le interesaba tanto esto, pues estaba seguro de que su portafolio era muy bueno, lo que sí le interesaba era conocer personalmente a este Norman.

Lo más frustrante de todo era que Peter sí intentaba ser este chico responsable que cumplía y no se tenía que andar escabullendo por el viejo edificio como las ratas que huían despavoridas si subías las escaleras haciendo suficiente ruido. Diablos, ojalá las cosas hubieran sido un poquito más fáciles. Pero no importaba qué, así lo intentara con todas sus fuerzas, todo siempre parecía querer ir en contra de sus deseos.

Ese día, sin ir más lejos, tenía el ochenta por ciento del total que había acordado pagar. Creía que eso haría feliz al señor Ditkovich, pero no estaba muy seguro. Su casero y él tenían definiciones muy diferentes sobre lo que constituía una victoria.

Era un poco su culpa, lo admitía. El departamento podría no ser la gran cosa, pero después de cinco años en esa vida ya debería haber aprendido a encontrar el equilibrio. Ahora, en su defensa, ser pasante no dejaba mucho y el Daily Bugle no pagaba tanto como para crear algo así como "un colchón de ahorros". Pasarse de un trabajo al otro agotó por completo lo poco que había podido ahorrar y aún estaba recuperándose.

Esperaba que ahora que al fin había logrado escapar de esa tortura de las pasantías pudiera establecerse económicamente. Como científico de planta tenía que haber una diferencia.

El estruendo de unos vehículos lo hace alzar rápidamente la cabeza y tensar los hombros. Aprieta los ojos en dirección al ruido, pero vuelve enseguida a sus cavilaciones cuando nota que solo era un taxista pasando un semáforo en amarillo. A veces era un incordio ir por ahí andando sin más, pero se niega a llegar rápido a casa. La señora Ramírez ya debería haber llegado con sus bolsas y su humor cambiante, así que la idea será retrasar aquello cuanto se pudiera y deslizar el confiable sobre bajo la puerta. Esta vez, Peter añadiría una disculpa más sentida a la nota de disculpa.

Como ahora está determinado a hacer la ruta turística a casa, se desvía y se entrega a las masas con una sonrisa más o menos satisfecha. Tiene la idea de ir por unas donas o algo así. Es un día para correr riesgos. Casi de inmediato recuerda que en casa había sobras que, en un par de horas, pasarían de ser comida para humanos a ser para los ratones, y suspira. No es que le molestara compartir con roedores, pero si quería juntar lo que le faltaba en una semana, no podía darse muchos lujos.

Al menos en Oscorp había un comedor común que abastecía a Peter del 70% de los alimentos que necesitaba a diario. Ni siquiera le molestaba que todos lo vieran sin creerse las cantidades que engullía. Había aprendido que la vergüenza era para los débiles con un salario por encima del mínimo.

Cediendo a la vieja tentación de soñar despierto con lo que hará con su primer gran sueldo, gira con más deliberada lentitud en la esquina que lo llevará por un sendero que en pocos pasos lo aleja del ajetreo y la vivacidad de la ciudad. Las calles que empieza a dejar atrás van perdiendo luz y ganando decadencia. Así mismo, los ruidos furiosos de los autobuses y los taxis se alejan tanto que se siente como si se sumergiera en otro micromundo.

Escurriéndose entre las silenciosas y oscuras esquinas, Peter extiende en su interior la capacidad de atención y escucha aquellos ruidos que pasan desapercibidos para todos los que son extraños: llantos, gritos bajos y refunfuños molestos. Puertas azotándose, susurros entre callejones y todo tipo de insultos en todo tipo de idiomas.

Sonríe cuando el curioso sentimiento de pertenencia lo inunda al oír como la señora Quinn (que vive a unas cuantas manzanas de su departamento y todos y cada uno de los días a la misma hora pelea para que alguien ponga la mesa) grita a sus hijos. Otra sonrisa se le escapa cuando pasa por la puerta del pequeño y destartalado bar con una sola mesa fuera, que tiene a los mismos tres hombres hablando entre gritos y quejas sin sentido alguno sobre política. Los tres lo saludan al pasar, Peter les responde con un asentimiento, pero no comete el error de aminorar el paso cuando uno de ellos intenta engancharlo en la charla. Voltea una vez más y sabe que si agudiza al máximo el oído, incluso podría oír a las ratas que trapichean comida de los contenedores, ahora que entró en una zona donde los apartamentos residenciales se combinan peligrosamente con los callejones oscuros.

Hace un par de años aquellos ruidos extraños solo llenaban su pecho de dolor y tristeza; pero ahora así se oía el camino a casa y había cosas buenas en el medio. Siempre las había. O eso era lo que aprendió a decirse.

Peter necesitó años para sentir que Brooklyn era su hogar y que aquella era su gente. Era un barrio inmigrante con dudosa reputación, lo sabía. Pero una vez que lo conocías, llegabas a amarlo. Con trabajo y un poco de esfuerzo adaptarse fue sencillo.

Una puerta chirría cerca y Peter alza la cabeza del suelo, deteniéndose. Un pequeño niño sale trotando por las escaleras para bloquearle el paso. Se queda muy quieto viéndolo, pensando con fastidio en que las diez de la noche ya se marcaron en el reloj de su muñeca y no debería estar ahí. El pequeño lo imita, altamente inmune a cualquier posible horario para dormir. Se siente una ligera tensión entre ellos cuando este se endereza sacando pecho con orgullo y le agita el mentón de forma prepotente.

Peter, que no le afecta en lo más mínimo aquella muestra de arrogancia, se limita a arrugar un poco el entrecejo al ver que no trae bufanda o abrigo aceptable para esas horas y ese diciembre que no estaba dispuesto a darles el más mínimo respiro. Su abrigo viejo y gastado, como estaba, había perdido casi todo el pigmento, pero al menos seguía abrigando.

—Thomas —murmura con calma, viendo fijamente al chico.

—¡Hoy saque una B-! —grita a modo de saludo, sin poder contener más la emoción, haciendo que Peter salte en su sitio.

Con una sonrisa radiante, el pequeño agita una hoja algo arrugada que expone la gran letra al frente, como si fuera un manchón corrido de sangre. No le cuesta nada suponer que la gran B- de Thomas funcionó como apoya vasos hasta hace poco. Aún podían verse las pequeñas gotas, escurrir por la hoja. El padre de Thomas en verdad amaba provocar el genio de Peter, sin dudas.

—¡Eso es! —lo felicita alzando la mano para chocarle los cinco y sonríe con mucha más calidez cuando el ruido retumba por la silenciosa calle—. Y si la próxima vez me haces más caso a mí que a la televisión, podemos conseguir una A.

—Mamá dice que no hay que ser avaricioso. —La madre de Thomas también empuja la paciencia de Peter en muchas oportunidades.

—Pero sí perseverante —concilia él, rodeando con su bufanda el pequeño cuello.

El niño le rueda los ojos y se queja un poco, pero Peter nota la cálida sonrisa que le regala cuando acaricia el material y hunde la nariz en él. Le alegra que ya no pregunte qué significa esa palabra.

Un retorcijón en su abdomen hace que su sonrisa se sienta un poco tirante al notar que el chico, otra vez, trae una zapatilla de cada color. Pero el niño no lo nota o le da lo mismo, así que se recuerda que debe respirar y dejarlo estar. Dado que Thomas es un niño, no nota lo que él sí. Así que aún no debía preocuparse porque viera que sus padres eran una basura integral que no solo no ayudaban en nada, sino que, además, boicoteaban el trabajo que Peter hacía por él.

Atándose al presente, se limita a escuchar el parloteo del niño. Le sonríe cuando le cuenta cómo fue el examen y cómo es que se preparó mentalmente para hacerlo. Peter sabe que antes hubiera pensado que la situación del pobre era algo que necesitaba arreglo, pero ya no perdía el tiempo martirizándose con esas cosas. Ya había asumido que con lo poco que podía hacer, hacía bastante más de lo que cualquiera hacía por él. Thomas no tenía problemas para dormirse tarde, pero seguramente se había mantenido pegado en la ventana de su departamento, esperando que el perro del vecino le avisara a toda la cuadra que alguien estaba pasando. Ese era el premio que obtenía de sus esfuerzos, la meta eran esas B- que venían a lo lejos.

Aparte, la verdad era que Peter no hacía muchos esfuerzos en su trabajo como profesor. Esa no era su meta final en el centro en el que ejercía como profesor. Sí se tomaba esa parte del asunto en serio, era porque el centro de apoyo familiar en Brooklyn le permitía ser eso que May siempre esperó: alguien que ayuda a los demás usando todas las virtudes que tiene. Lo que más le interesaba del centro era que le permitía tener un ojo puesto sobre las cosas que se perdía en el día a día cuando estaba ejerciendo de Peter Parker.

Los niños eran una fuente inagotable de información para Spider-Man. ¡Y sin saberlo! Ayudaba y lo ayudaban. Había tanta reciprocidad en esa relación que muchas veces le daban ganas de darse palmaditas en el hombro por haber cogido el pequeño papelito con el número del centro, donde pedían apoyo escolar para niños, con o sin experiencia. Un universitario de Cornell fue mucho más de lo que la coordinadora esperaba pescar. Cosa que a Peter le quedó claro cuando no pudo terminar de explicar su currículum a la agradable señora que lo atendió y empezó a sacudir su mano en un apretón firme (y algo desesperado) para cerrar el trato.

—¿Vas a venir mañana a las clases de apoyo? —consulta de golpe Thomas y Peter lo mira de hito en hito, estudiando su fingida pose desinteresada.

Antes de responder con una mentira, aprieta un poco los labios y agita pensativo la cabeza. ¿Al día, cuántas mentiras escuchaba Thomas? Estaba seguro de que muchas. Y más seguro estaba de que no se merecía las de él. Menos una promesa que Peter no tenía idea de si iba a poder cumplir o no. Casi nunca faltaba, pero no había quien pudiera decir lo contrario.

Menos cuando tenía una semana con algo persiguiéndolo. Peter hacía el esfuerzo por no notar esa presión en la parte posterior de la nuca, esa cosa que le eriza la piel de golpe y lo hace vigilar por sobre su hombro, pero ahí estaba. Aún no se acercaba lo suficiente, aún no sabía si era amigo o enemigo. Si era alguien asustado o interesado, pero ahí estaba y no se atrevía a soltar algo que no sabía si podía o no cumplir. Porque, por, sobre todo, podía sentir esa cuenta regresiva pendiendo sobre él. Sería mañana o pasado como mucho. Quizá esa misma noche, si quien lo perseguía ya conocía sus pasos.

Y era por eso por lo que tenía una semana usando las rutas más insospechadas para ir a casa. Si querían perseguirlo, lo mínimo que esperaba era un poco de esfuerzo por el que fuera. Sabía bien que Kingpin estaba listo para asesinarlo. Peter tenía meses jodiendo todos y cada uno de sus intentos por traer un embarque considerable de drogas. Pero también como Peter Parker tenía sus problemas. Ser el único adulto dispuesto a hacer algo por cualquiera de esos chicos traía sobre él algunos... inconvenientes. En especial cuando los padres de estos estaban poco familiarizados con el dulce arte de cuidar niños. Peter había tenido sus encuentros acalorados con algunos de ellos. Más de uno de esos mismos chicos le habían robado. Pero, y desde el fondo de su corazón, esperaba que fuera esto último, a veces, algunas pequeñas veces, eran esos mismos chicos los que lo perseguían por las calles intentando determinar si era realmente alguien limpio. No sería la primera vez que uno de los más grandes lo atrapaba lo suficientemente lejos del centro para pedirle ayudar.

Estaba listo para cualquier eventualidad, pero eso significaba no poder comprometerse a que al día siguiente tendría tiempo para ir al centro.

—Quizá —responde rascando pensativo la piel de su cuello.

Ahora mismo no se le ocurría un motivo para faltar, pero realmente su vida funcionaba más o menos con la psicología inversa. Mientras más quisiera algo, menos iba a conseguirlo. Como aquellos perros calientes con los que soñó toda la tarde. Y, en ese momento, viendo la esperanza inundar los grandes ojos del chico, en verdad quería ir.

Una voz en el fondo de su mente le lanza una advertencia, así que Peter hace una mueca silenciosa y menea la cabeza con un asentimiento seco. Sabe bien que no tiene que permitir que Thomas se meta bajo su piel. Tiene que poner distancia porque en esos cinco años, Peter vio a más de uno de sus chicos del centro terminar entre sus telarañas, esperando a que la policía los lleve a dar una vuelta por los calabozos. Sí, este era un niño, pero por mucho que él se esforzara, no tenía forma de asegurar que en unos años no se dejaría tentar por lo que las mafias le ofrecerían.

—Mi nuevo empleo es un poco estricto con el horario —explica con seriedad, tomando al niño como un igual.

La sonrisa de Thomas decae un poco, pero se recupera enseguida cuando Peter estira la suya y lo anima con la promesa implícita de que volvería. Algo que sin dudas pasaría tarde o temprano. Al final, esa era otra gran verdad. El chico responde en el acto, se ve en su rostro que confía en él y Peter se felicita en silencio. Ese era el verdadero logro con Thomas, no esa B-. Esa era la forma correcta de asegurarle un futuro lejos de las calles.

—Hoy los padres de William no fueron al comedor —anuncia como si nada, logrando reafirmar la creencia de Peter de que su trabajo en el centro era tan absolutamente útil, como necesario—. Ellos también están trabajando. Mamá dice que su trabajo es importante. ¿El tuyo lo es?

—Pues... Depende. Si le preguntas a mi jefe, dirá que sí. Ahora, no sé si tu madre diría lo mismo —musita invitándolo cuidadosamente a que siga hablando.

—Mamá dice que trabajar para los señores Doyle es valioso. ¿Ellos son tus jefes?

Antes de que pueda despegar los labios, Peter frunce el ceño y gira de golpe la cabeza. Su mirada se pierde en la negra calle y, mientras más agudiza el sentido de la vista, más fuerte siente la caricia áspera del viento en su rostro. Olfatea con cuidado y no nota nada fuera de lo normal, pero cada bello en su cuerpo se eriza y grita que lo hay. Su acosador anda por ahí, lo sabe. Lo siente en cada célula del cuerpo. Maldice entre dientes, pero resiste la pulsión de voltearse e ir a buscarlo. Sabe que ya se acercará lo suficiente. Ya se equivocará y, cuando eso pase, estará listo.

El pequeño tras él se estira para ver lo que sea que llamó su atención y Peter voltea para verlo con una sonrisa radiante y despreocupada. Enseguida ve como se le olvida lo que hay tras ellos y eso le quita cierto peso de los hombros. Lo último que necesita es que el niño salga al encuentro de lo que sea que lo estaba persiguiendo. Los sicarios de Kingpin no tenían la fama que tenían por tener piedad o consideración. Si para acabarte tenían que matar a un niño, poco les importaba.

—No, Thomas, no lo son. No conseguí el mismo trabajo que los padres de Will. Malas recomendaciones. —O un currículum muy limpio, piensa.

Un regusto amargo baña su boca mientras habla. Era malo para Will y su hermano que esos bastardos ahora fueran los dueños de sus padres. Para trabajar para los hermanos Doyle uno necesitaba un prontuario que te respalde. Él como Spider-Man ahora que su nombre volvía a estar entre los más buscados podría, pero como Peter Parker era tan aburrido que daba pena. Había estado convencido de que los padres de Will no iban a volver a meterse en problemas, ya servicios sociales habían intentado quitarles la custodia de los niños, pero las nuevas políticas para los desplazados del Blip empezaban a estar en vigencia y muchos como ellos pronto pagarían las consecuencias.

—¿Cómo cuando papá no consiguió entrar en la fábrica? —murmura Thomas, mientras agita su pequeña cabeza en un gran y entendedor asentimiento.

Peter se traga una carcajada y procura no ofender al pequeño que lo mira completamente serio. Thomas siempre te miraba con mucho interés. Era absurdamente inteligente cuando te tomabas el tiempo para dejarlo abrirse contigo.

Peter vuelve a ver el callejón, sintiendo como los músculos de su espalda se agarrotan al sentir más y más cerca aquella intrigante presencia. Puede sentir el peso de unos ojos en él. Puede sentir el deseo apremiante de correr y alejarse, pero no puede saber qué mierda es lo que está pasando. Sus instintos se habían vuelto finos al punto de lo espeluznante, pero hasta ellos tenían sus limitaciones.

Entonces la cosa comete un error. Se acerca un paso de más y Peter inspira bruscamente al sentir la familiar corriente eléctrica deslizarse por su espalda.

Thomas compone una pequeña expresión de susto y Peter enseguida ensancha la sonrisa en su rostro.

—No, T, justo fue lo contrario —lo calma agachándose para quedar a su altura—. Pero eso no interesa ahora. ¿Me harías un favor? —murmura poniendo una mano en su hombro, tapando el cuerpo del niño de lo que acechaba entre las sobras.

Thomas asiente dispuesto, sin dudas. Eso le arranca una sonrisa mientras que con la otra mano toca la hoja blanca que sigue alzando con orgullo.

—Ve a poner ese examen en el refrigerador antes de que se rompa. La semana que viene vamos a presumirlo con Ben y María.

—¡Tienes razón! —los inmensos ojos en el pequeño rostro se vuelven estratosféricos y sonríen con una malicia propia de la edad.

Sin mediar más palabras, el niño agita y la hoja flamea como una pequeña bandera blanca mientras sube las escaleras del pórtico de dos en dos. Peter le sonríe con ironía. En su vida no había espacio para tregua o banderas blancas.

Volteando con lentitud se guarda la sonrisa franca con la que lo había despedido. Espera con paciencia a oír el clic de la puerta y sacude los hombros distendiendo los músculos en lo que el correteo de los pies se pierde entre el eco de las desvencijadas escaleras. Cuenta un par de segundos más, espera hasta asegurarse de que el niño cierre la puerta de su casa para empezar a desandar sus pasos.

Embute las manos en los bolsillos del tapado y saca lo que trae en ellos de forma rutinaria. El celular lo desliza en el bolsillo trasero de sus pantalones y cierra el pequeño zip para asegurarse que ahí se quede. Espera a dejar atrás la parpadeante luz de la farola y se aplasta contra la pared.

La máscara se aferra a su piel nada más ponérsela y con un ligero parpadeó doble la visión nocturna de su traje se activa. Ya no posee una IA que lo ayude, pero con el tiempo justo uno se acostumbra a todo. Sin retirar los ojos del hueco oscuro a unos pocos pasos, retira la ropa de su cuerpo y la va guardando en el bolso con la misma parsimonia que se despidió de Thomas.

Antes, más bien inmediatamente luego del hechizo de Strange, solía ser demasiado torpe y asustadizo. ¿Y si pasaba algo? ¿Y si lo descubrían? Se había forzado a dejarlo guardado y salir de civil, pero la necesidad llamó a la puerta y decidió seguir el ejemplo de Peter 2: cargarlo puesto y dispuesto para cualquier eventualidad bajo su ropa normal.

Los zapatos no entran en el bolso, pero basta pegarlos con una telaraña para poder abandonar sus pertenencias sin preocuparse. Una ligera flexión de sus rodillas después está a unos metros del suelo, replegado en el edificio de toscos ladrillos rojos, sujeto con una mano y la planta de sus pies. Agarrando bien el bolso y los zapatos, los pega a la pared y se gira volviendo a saltar entre las sombras al edificio a unos metros.

La punzada en su cuello trina con esa ligera vibración específica y bufa escondiendo los dientes. Problemas y de los grandes, avisa esa voz en su mente que siempre atina en esos casos. Variante gruñe desde su interior.

¿Casualidad? Ni de coña. Si fuera el mismo crío de quince años que fue mordido, pensaría que sí. Pero el hombre que era sabía que no era cosa de la "mala suerte".

¿Pisar mierda de perro al salir de casa? Mala suerte. ¿Te caga una paloma en la cabeza mientras tomas el almuerzo en el parque? Muy mala suerte. ¿El que está delante de ti en el puesto de tacos se lleva el último postre tres leches? Muy, muy mala suerte. ¿Una persona de otro universo aparece a diez cuadras de tu casa? Nada de mala suerte, esa variante sabe quién eres y dónde encontrarte; te está buscando y te halló.

Evalúa sus opciones y sabe que son casi las mismas que tiene desde que se dio cuenta de que el hechizo de Stephen falló: Intentar encontrarle una vida en ese universo o pelear, reducirlo, llamar a la policía y ver cómo en un mes el Daily anunciaría el nuevo caso sobre un criminal que asegura ser una víctima de Spider-Man.

Hace mucho tiempo descartó llamar a Strange. Sabía que sea como fuera, no iba a volver a propiciar un desastre multiversal. ¿Una persona terminó en ese maldito universo por su idiotez? Pedía perdón, se hacía personalmente responsable y lidiaba con la culpa. Hasta la fecha, pese a que intentó dialogar con cada una de esas personas, jamás consiguió una que estuviera dispuesta a adaptarse a vivir en su universo. No de forma no hostil, al menos. Incluso cuando era claro que algunos ya habían tenido que hacerlo, estas se negaban.

Hubo personas que Peter encontró al menos tres años después de que el hechizo fuera revertido, no tenía sentido que no quisieran dejarse ayudar, pero estaba claro que el problema era él. Cuando él entraba en la ecuación, un odio irracional los llenaba y todo se iba rápido al traste.

Con una orden mental, se espabila y traga cuidadosamente. No es momento de perderse en el pasado. Eso ya estaba así y ahora solo tenía que actuar. Cuadra los hombros y vuelve a inclinarse sobre sus piernas. Era hora de ver qué era lo que aquel encuentro tenía para ofrecer. ¿Resistencia? ¿Rendición?

El mundo gira un segundo a su alrededor cuando cae con una voltereta. Con calma y paciencia se endereza. Coge aire con la nariz de forma lenta y atenta. Intenta recolectar cualquier información que el viento pudiera darle. Nada.

Algunos olían como animales. Esos eran a los que había que ponerle cuidado. En general eran los menos dispuestos a charlar con amabilidad. Que, seamos específicos: la "amabilidad" era un término sumamente relativo en esta ecuación. En lugar de apuntar a su cabeza, apuntaban a sus extremidades y le daban tiempo a soltar unas pocas palabras. Fin de la amabilidad.

El primer encuentro supuso para Peter un dolor desgarrador, porque sabía más allá de toda duda que esa vez no habría forma de devolver a esa persona a su universo. Ya no tenía cómo ayudarlos, las opciones que una vez tuvo ahora eran inexistentes. No podía golpear las puertas del Sanctum Sanctorum y pedirle ayuda a Strange. ¿Qué diablos le diría? "Hola, tú no te acuerdas de mí, hiciste un hechizo que me borró de los recuerdos de todo el mundo para evitar que nuestro universo se desgarrara por culpa de otro hechizo que (para empezar) eché a perder. Y eso no es todo, ¿Este tío que tengo aquí detrás? Es de otro universo y necesito que lo devuelvas al suyo" ridículo y él sabía bien qué Strange lo atacaría antes de que terminara de explicarse.

Esos cinco años Peter se los pasó esquivando con verdadera destreza a cualquiera que tuviera mínima conexión con su antigua vida. El mundo recordaba a Spider-Man, pero todos los superhéroes se portaban extraños cerca de él. Desconfiaban, por decir algo y ponerle nombre al recelo abierto con el que lo trataban. Peter sabía que en alguna parte de sus mentes les gritaba que había algo raro con él y lo había, sin dudar. La única vez que se topó con Sam casi se le olvida que felicitarlo por su nuevo cargo como Capitán América estaba descartado. El hombre lo estudió con tal grado de desconfianza que Peter recordó tarde que no habían tenido mucho diálogo jamás y que él era, en aspectos prácticos, un delincuente más.

En aquel primer encuentro con la realidad de que habían fracasado en su misión por restaurar a todas aquellas personas a sus mundos, peleó contra este tipo extraño que traía unas fachas... Peter hubiera jurado que parecía un maldito Búho. La pelea se extendió por más tiempo del que hubiera preferido y los golpes que recibió le recordaron cada una de las malas decisiones que había tomado hasta la fecha.

Cuando la policía se lo llevó al fin, los gritos de aquel hombre le perforaron los tímpanos. No paraba de gritar que no pertenecía a ese universo, no paraba de decir que Spider-Man era el responsable y que ya se las iba a pagar. No lo dudaba, en lo absoluto. Aún esperaba.

Era casi una trágica suerte que todos los que habían aparecido en su camino, desde el momento en que pisaron su universo, empezarán a delinquir. Sería difícil conseguir explicarle a la policía que esa persona era un delincuente en otro universo y era peligroso dejarlo por ahí suelto. Que todo se volvieran delincuentes era un buen recordatorio de que eran muchas más las personas que no cambiaban que las que sí, pero él aún lo intentaba.

Mas no esa noche, esa noche había algo extraño en el aire. Un mal presagio. Y Peter le dio la razón nada más sentir la caricia molesta de la punzada trinar por su cabeza como si alguien hubiera golpeado un gong en su oído.

Había pasado más de un año desde el último encuentro y Peter estaba convencido de que el trabajo se terminó, pero era ahora de aceptar que su pasado jamás dejaría de morderle el trasero.

Peter piensa rápidamente en Thomas, en los niños del centro, en el señor Ditkovich y en sus compañeros de trabajo... Con nadie tenía una gran relación. Si desaparecía, estaba convencido de que nadie soltaría algo más que: "Lástima, era un buen chico/compañero..." Bueno, no veía al señor Ditkovich diciendo que era un buen inquilino; pero, indistinto a lo que los demás pudieran decir, Peter al fin había conseguido una vida. Al fin logró hacer funcionar los pedazos destrozados que tenía, al fin podía dormir sin sentir el dolor crecer y ramificarse por su pecho...

Sacude la cabeza y se aclara la garganta. Bueno, si había que pelear, que así fuera. No podía permitir que su identidad fuera descubierta otra vez. No iba a volver a pasar por eso. Jamás.

—¡1, 2, 3 para la persona de otro Universo que está escondida en el fondo del callejón! —grita golpeando suavemente con la mano el suelo. Espera unos segundos, pero como no ve reacción vuelve a intentarlo—. Vamos, vamos. Sal. Te toca contar a ti para que yo me pueda esconder. No debes ser un mal perdedor.

Su voz rebota entre las paredes, dejando un sabor desagradable en su boca. Cuando solo queda el eco difuso resonando, jamás augura cosas buenas.

—Pues, si no quieres jugar... —suspira aburrido de la misma interpretación una y otra vez.

La amenaza se suspende en el aire. Espera ansioso, pero esto tampoco obra diferencia.

—Que sepas que no tenemos por qué hacerlo de esta manera —añade antes de cuadrar los hombros, colocándose en posición defensiva—. Podríamos... ya sabes, charlar, conocernos, ver si tenemos algo en común, en que cosas diferimos, decidir si vale la pena matarnos por ello... —ofrece meneando la cabeza de un lado al otro, buscando cualquier cambio en la noche—. No hay necesidad de comenzar esta relación con el pie izquierdo. Soy bastante receptivo, ¿sabes? Me amoldo bien, me gusta la pluralidad de opiniones y respeto que quieras matarme, pero no mentiré aquí, agradecería que no pase. Así que, quizá, quieras hablar un poquito sobre qué te enoja tanto de mí antes de intentar algo realmente estúpido.

La sangre en sus venas bombea con fuerza y tiene que cortar sus palabras cuando empieza a divagar. Escucha el palpitar violento de su corazón martillar en el fondo de sus tímpanos y se tiene que contener para no avanzar a ciegas. El impulso está ahí. Pero Peter ya no es un niño que hace estupideces y tampoco se lanza a ciegas al peligro. Se mantiene erguido y con los puños a la altura del pecho. Contiene el aire en sus pulmones y mantiene la vista fija donde el tirón de sus sentidos le dice que no se acerque. Vibra en su posición y acaricia los lanzadores en sus muñecas. Está absolutamente listo para disparar si es necesario.

Ante la falta de respuesta, pero viendo que nadie salta como loco a atacar, procede al siguiente paso en el protocolo de bienvenida que tenía montado.

—Es un embrollo tremendo, todo esto, lo sé. Pero lamento informarte que no podrás volver a tu universo. —no hay respuesta y eso tampoco es necesariamente malo. Bueno, al menos está pudiendo hablar, lo que ya de por sí solía ser extraño—. Sea lo que sea que dejaste atrás, es algo que no podrás recuperar. Ahora, puedo ayudarte. —un ligero movimiento lo fuerza a tensar los hombros. Su acompañante estaba empezando a caminar—. O darte una explicación si no necesitas ayuda —vacila sin querer sonar arrogante—. O, podemos hacerlo a la mala y te doy la fiesta de bienvenida sin globos ni perros calientes.

Una sombra se materializa doblando la esquina y se mueve en su dirección. Peter vuelve a empujar la calma por su cuerpo. No está siendo atacado. No necesita actuar en respuesta. Piensa, lee y actúa, se ordena con un pequeño mantra.

La figura tiene aproximadamente su altura, apenas unos centímetros más alta, y se acerca a paso lento pero firme. Otro eco de la punzada le atiza las entrañas. Hay algo que tiene que ver. Siente la urgencia abrirse paso por su pecho hasta casi materializarse en forma de orden. Pero por más que fija la vista, no nota nada sustancial en la forma de aquella variante.

Se inclina hacia adelante, está listo para atacar, está seguro de que esa persona lo hará. Es algo en el andar flojo y desinhibido... pero su cuerpo se pone rígido entre un parpadeo y el otro, manteniéndolo quieto por más que ya le ordenó lo contrario. ¿Era cosa de una magia extraña? Sus piernas casi duelen por la tensión absurda de cada uno de sus músculos que se esfuerzan por mantenerlo quieto, mientras su cerebro grita que aleje a esa persona. Era peligroso para él, para el niño con el que había estado hablando antes de que se acercara de más. Peter ya sabía eso, pero la sensación de asfixia le aprieta los pulmones y solo se puede quedar quieto, esperando un ataque fantasma de la figura que va a su encuentro.

Sin poder hacer mucho, y con un cuerpo que no coopera y un instinto arácnido casi desactivado, Peter se concentra en ver. Los años le dieron la confianza que le faltaba para aceptar sus instintos. Ok, había algo que no estaba viendo y debía ver.

La figura (ahora puede determinar qué masculina) trae una cazadora holgada, pero se nota que se le entalla bien en los hombros. No era corpulento, pero claramente no era menudo. Los jeans son bastante ajustados, pero casuales. Ambas prendas lo desconciertan. En general, cada personaje que se encontraba se esforzaba por lucir muy fuera de lo común. Era como si salieran de una gran fiesta de disfraces y si bien aquella figura no parecía salida de una pasarela de alta costura, sin dudas no parecía estar listo para Halloween. Elegiría unos pantalones más holgados, si le preguntaban, pero la chaqueta molaba.

De repente, rodando los ojos para sí, contiene una maldición. En verdad debía trabajar más en concentrarse rápido en los detalles vitales. La ropa (molara o no) no era buena señal; aquella era ropa para camuflarse. Peter se vestía tan absolutamente promedio que era hasta divertido jugar a encontrar su armario en las personas que iban andando como locas por las calles de Nueva York.

La figura, con la cabeza escondida bajo una capucha gruesa, se detiene a una distancia prudencial y Peter alza una ceja atenta. ¿Una negociación? Espera que no. No tiene nada jugoso que ofrecer y eso no era una buena noticia, jamás le creían. Siempre suponían que Peter podría darles muchas cosas. ¿Habría un Peter Parker rico por allí? ¿No sería eso hermoso? Era reconfortante pensar que había un Peter Parker que no luchaba por escapar de un señor Ditkovich dispuesto a cobrar el total y no aceptar migajas.

—Quítate la máscara, sé perfectamente quién eres —le espeta de sopetón la figura y Peter suelta el aire de sus pulmones.

Jadea y entonces entiende por qué sus instintos arácnidos desactivaron su modo ataque y lo dejaron petrificado en su lugar. El corazón se le dispara, una capa de sudor frío empieza a bañar su cuerpo, pero no es nada que se parezca al terror. Y debería, porque el tono con el que le habla es hostil.

Pero también es suave, cálido y firme, con ese deje autoritario de quien sabe, es amo y señor del suelo a sus pies y eso solo es peor para su sistema.

—Y más te vale que eso de: "Sea lo que sea que dejaste atrás, es algo que no podrás recuperar" sea solo una mierda muy trillada y aburrida que sueltas por soltar. Si no, tendremos unos cuantos problemas y me sé tus trucos, Parker —advierte con un filo hostil muy mal disimulado en una burla.

Pasando de la mofa, Peter siente que el mundo se abre y las grietas trepan por su cuerpo hasta alcanzar su pecho y romperlo.

Con todos sus músculos temblando, retrocede hasta golpearse la espalda con una de las paredes del callejón. Resiste la tentación de apretarse los oídos, porque así sienta que está por volverse loco, la profunda necesidad que de repente se abre en su interior al oírlo es más fuerte.

—Y ¿Fiesta de bienvenida sin globos? ¿Perros calientes? ¿Es esa una referencia sexual que deba entender? No suelo tener muchos requisitos, pero el condón... No es por nada, pero preferiría dejar eso en claro antes de que intentes ya sabes, la fiesta.

Parpadea y la boca se le abre. Niega y la respiración agitada casi empaña los visores del traje. Retirándose la capucha que lleva puesta, la figura frente a él lo mira divertida mientras se acerca a su encuentro.

Sus piernas ceden, la cabeza sigue moviéndosele de un lado al otro y tiene que forzarse a respirar. Pero está sumergido en un viaje a la catatonia y parece que es un ticket sin retorno.

Termina con el trasero apoyado en el suelo, viendo cómo el hombre se cierne completamente sobre él, sonriéndole con arrogancia y satisfacción.

Puede leer en su mirada una cruel felicidad golpearlo al notar el impacto que le causa su encuentro y Peter le diría que jamás en su asquerosa vida fue sorprendido de esa manera, pero las palabras se las robaron y lo único que puede hacer es mirar aquella ensoñación sin poder darse el lujo de creer que era real.

Mil cosas pasan por su mente. Miles. Cientos de recuerdos que ni siquiera puede terminar de digerir lo atacan. Un pasado que no recuerda con claridad se manifiesta frente a él y ese futuro que jura no le importa haber perdido, decide que bien puede subirse a la fiesta, porque entre los recuerdos algunas imágenes fantasmas de algo que no fue y jamás sería se entrecruzan profundizando el mareo que lo embarga.

—¿Te comió la lengua el gato? —se burla con cinismo, ladeando de forma familiar sus labios—. ¿No más fiestas de bienvenida? Entonces más te vale que me expliques en orden y, sin darme alguna de esas excusas tan idiotas que sueles soltar, con muchas más palabras de las normales por minuto... ¿Qué demonios hago en este maldito Universo? —pregunta con dureza, volviendo a hacer que Peter se estremezca y, de nuevo erradamente, no es el tono frío y claramente fastidiado el que le arranca esa reacción, es lo familiar que se siente.

¿Cuántas veces lo vio furioso? Muchas. Peter se había ganado antaño ese tipo de trato. Y podría ser que tuviera que pensar en qué esta vez había una diferencia en el tono, que era mucho más crudo y cruel, pero no puede notarlo. Solo puede notar el dolor que dentro suyo se sacude, como si despertara lentamente cada una de sus extremidades y se preparara para atacarlo sin más

—¿Por qué demonios no me devolviste aún a mi universo? —insiste— Y, sobre todo, ¿Cómo mierda es que luces más joven?

Peter siente la boca pastosa. Un nudo horrible le bloquea completamente la garganta y no sabe decir si las lágrimas en sus ojos son producto de aquella alucinación o de que ya no respira. El pecho roto le sube y baja sin parar, la montaña de recuerdos que cae sobre él lo arrastra hacia ese pasado que cada noche finge no tener sin darle la más mínima opción de retroceder.

—Sé que eres tú —le espeta con dureza, arrancándole la máscara de un movimiento limpio y fácil, que Peter no puede bloquear.

Siente que su inflexible voz lo teletransporta a sus quince años. Peter puede verlo dirigirse a él al mismo paso firme y furioso que en la bahía.

Entonces, se da cuenta de algo más espeluznante ahora que su rostro está expuesto: lo reconoce. Había guardado la esperanza de que lo encontrara porque dio con él a través de Spider-Man, no por Peter Parker, pero los ojos no transmiten sorpresa al verlo de frente, más bien lo golpean a con la dicha de dar en el clavo. Casi escupen satisfacción por haberlo atrapado. Y eso es realmente todo. Peter agacha el rostro y pelea contra el tornado de emociones que por tantos años mantuvo firmemente controlado y a raya.

Su mente se pierde cuando aquella vieja puerta (que nunca dejó de doler) se abre de golpe y todo recuerdo del ayer que cuidadosamente olvidaba a fuerza de soltar, lo captura entre sus garras.

—Eres una cosita muy difícil de encontrar, en mi universo al menos tenías Facebook y te encantaba fanfarronear por las calles con tu presuntuoso orgullo arácnido.

—¿Sa-sabes quién soy? —musita y siente un dolor físico al decirlo.

Es la pregunta más idiota del mundo dado el contexto, pero lo significa todo. Y lo significa de una forma que es hasta vergonzosa de explicar. Las manos le tiemblan y vamos a fingir que los hombros no hacen lo mismo, pero solo porque su orgullo se magulla ante aquella debilidad tan explícita que muestra su voz al fracturarse.

Peter piensa a las corridas en cada persona que lo vio por esos últimos cinco años. Reflexiona con dolor en cómo todos lo vieron a los ojos sin verlo, pasando de él. Recuerda el dolor que cada una de sus miradas vacías significó, pero esa mirada lo ve llena de sentimientos. Y quizá si no estuviera tan concentrado en ser algo más sólido que un rostro sin historia o pasado, se daría cuenta de que había algo malo en la manera en la que esos ojos lo miraban. Demasiadas emociones encontradas y no todas buenas. Pero él únicamente repara que no hay sorpresa.

Sabe quién es.

—Por supuesto que sí —bufa rodando los ojos—. Peter Parker. Peter Benjamín Parker —aclara con desdén—. Spider-Man. Ahora alza ese trasero que te cargas, llevo cinco malditos años buscándote y estoy hastiado de mantenerme escondido. —Abandonando el tono ligeramente juguetón, se encoge más en su dirección con la vista fija en sus ojos—. Necesito ir a mi universo, Parker. Y sin tener que preguntarle a nadie, sé que esta mierda en la que estoy atascado es culpa tuya.

Ojalá pudiera hablar... Tiene tantas cosas que decirle, tantas...

—En ningún maldito universo vas a dejar de joderme, ¿eh? Ya te lo he dicho, este comportamiento cuasi obsesivo, hetero-hetero no parece. Cuando te esfuerzas tanto por fastidiar a otro, hay cierta tensión no resuelta y mira, cuando quieras, ¿sabes? Pero ahora mismo me apetece más volver a mi maldita realidad que pegarme un buen revolcón contigo. Lo siento, hijo de puta, pero se te fue el tren araña.

Sin poder frenar sus movimientos, sintiendo que su cuerpo reacciona a voluntad, se endereza tan de golpe que arrastra con él a Tony. El millonario apenas puede moverse para no llevarse un golpe en la cabeza, pero sus manos firmes lo retienen evitando que pueda dar ese paso que los separará.

Un terror profundo lo recorre. Si se alejan mucho puede desaparecer y Peter está tan perdido en esa cosa llamada viaje por sus terrores más profundos, recordando el día que Tony murió, que no es muy consciente de lo que realmente está haciendo. Ese no era su mentor, ese no era el hombre que lo trajo a la vida otra vez. No es el que le dio su traje o le enseñó cómo ser un superhéroe. Era una variante y no tenía suficientes motivos para creer que una buena. Pero la noche profunda los envuelve y abrazándolo en medio de la oscuridad, su mente no es capaz de unir correctamente los conceptos.

Únicamente es capaz de recordar lo solo que estaba y cuánto tiempo llevaba en ese estado.

—¡¿Qué estás...?!

Peter lo rodea fuertemente con los brazos y sin pensarlo hunde el rostro en su pecho. Llorando desconsolado al oler su fragancia exquisita y fuerte a hombre, se aferra contra él peleando por no volver a resbalarse al piso.

Un sollozo herido sale entre sus labios, los brazos de Tony cuelgan inertes a su lado, pero Peter llora con tal vehemencia que al cabo de unos instantes el mismísimo Tony Stark lo rodea y lo aprieta contra su cuerpo. Peter lo siente maravillosamente cálido y se parece tanto... tanto...

El dolor vuelve a sacudir su cuerpo y lo único que puede hacer es gemir su nombre.

—¡To-Tony!

Lo recuerda. Lo recuerda... Ojalá pudiera explicarle lo que eso significa para él.

Otro sollozo lo recorre y sus piernas tiemblan tanto que está por caer, pero las fuertes manos en su cintura lo atrapan y le dan apoyo. Otra descarga de recuerdos dolorosos lo recorre al sentir el apoyo afectivo que esa pequeña acción representa.

Quisiera poder decirle tantas cosas; pedir perdón o darle las gracias, pero nada que no sean ruidos inconexos salen de su boca. Como si le clavaran un puñal en el estómago, recuerda su solitario departamento y como cada día se sentía más y más vacío. Recuerda la Sede de los Vengadores, piensa en sus miles de charlas y bromas.

Se juró a sí mismo que todo estaba bien, que su pasado era un tesoro que añoraba, pero no necesitaba. Mentiras. Asquerosas mentiras.

—Maldición... ¿En qué te metiste, Parker? —musita con un suspiro cansado y, sobre todo, compasivo; con ambas manos enredadas en su cuerpo. Una en su cintura, otra hundida en su cabello, acurrucándolo firmemente contra él—. ¿Qué jodida mierda hiciste esta vez?

Un sollozo más largo y fuerte lo atraviesa y las firmes manos lo alejan un poco de su cuerpo. Peter alcanza a ver los ojos preocupados por un segundo antes de que su visión se esfume y se vuelva completamente negra.

Pésimo momento para desmayarte, se reprende y reflexiona con pesar que al menos iba a lograr eludir al señor D, y esa noche no pagaría la renta. Al menos uno de sus planes ese día funcionó.

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