Capítulo Dos
A la mañana siguiente, mamá y yo nos despertamos a la misma hora y nos sorprende encontrarnos con papá en la cocina, con un delantal blanco con las letras Kiss the cook puesto. Va de un lado a otro y yo me percato, por el cartón vacío que hay en el pasillo, de que ha cogido una de las cajas de la mudanza que contenía todas las sartenes y cacerolas y las ha metido en los cajones de la cocina nueva. La mesa está puesta y hay tres platos blancos puestos. Él se da la vuelta con un plato de gofres caseros, algo quemados, unos sonríe enseñando los dientes.
—Buenos días, chicas— deja el plato de gofres en la mesa y nos invita a sentarnos con la mano. A mí me rugen las tripas mientras me dejo caer en la silla y tomo los cubiertos para hacerme con uno de los primeros gofres, los que están recién hechos.
—¿Qué estamos celebrando?— pregunto. Mi padre tiene fama de cocinar solo en los acontecimientos especiales porque no se le da muy bien. Mientras mamá cocina, él es el que limpia la casa y ordena todo. Ellos me miran mientras papá le masajea los hombros a mamá y ella toma una de sus manos con cariño. Después, se sientan para desayunar también.
—Que empezamos de cero— me responde papá. Yo no digo nada mientras corto un pedazo de gofre, lo baño en sirope de chocolate y me lo llevo a la boca con hambre. Ellos hacen lo mismo, echando mermelada de melocotón y miel por encima de su gofre. Un recuerdo del día anterior me pasa por la mente.
¿te gustan las fiestas?
Dejo de masticar unos segundos para pensar en que no respondí a esa pregunta. Julia tuvo que marcharse a los pocos segundos y yo tuve que volver a casa con mis padres para ayudarles a mover algunos muebles y reemplazar otros por los nuestros en cuanto el camión de la mudanza se dignó a aparecer.
Lo cierto es que nunca he ido a una fiesta de adolescentes. Ni siquiera a las actividades que mi antiguo instituto organizaba, tales como bailes, partidos o actividades lúdicas. Todas ellas rechazada porque nunca me llamaron la atención. No obstante, tengo casi veinte años y, como bien ha dicho papá, estamos empezando de cero. Además, es la única chica con la que he hablando y, de momento y lo más probable, la única amiga que tenga.
—Eh...— empiezo a decir, mamá y papá me miran con atención, jugando con un trocito de gofre clavado en mi tenedor. Yo no alzo la mirada del plato de cerámica blanca —ayer estuve hablando con una chica.
—Lo sabemos— dice mamá, sonriente.
—Te vimos fuera— aclara papá.
—Sí, bueno— muevo la cabeza de un lado a otro y los miro —me invitó a una fiesta este fin de semana.,
La mirada amable y atenta de mis padres se endurece. Ambos fruncen el ceño a la vez y comparten una mirada no muy alegre. Después, vuelven a mirarme.
—La respuesta es no— habla mamá. Suelto el mango del tenedor, provocando un ruido metálico al chocar con el plato.
—Pero, papá dijo que...
—Es por tu bien, Bibian— me interrumpe él. Al no usar mi apodo, me doy cuenta de que no pueden hablar más en serio.
—Es que...
—¿Has visto los carteles de niños desaparecidos?— vuelve a interrumpirme. Esta vez es mamá, que alza la voz más de lo que parece querer —¡Están por todo el pueblo! ¿Y si eres tú la siguiente niña desaparecida? ¿Y si somos nosotros los siguientes en colgar esos carteles por todo el lugar?
Trago saliva, incapaz de imaginarme eso.
—Tengo diecinueve años, tengo derecho a asistir si es lo que quiero— me defiendo, casi susurrando —. Ya supero la mayoría de edad...
—Bibian, la respuesta es no— papá da por finalizada la discusión —. Terminate el desayuno, hay muchas cajas que tienes que abrir y un montón de cosas en las que tienes que ayudarnos.
No me atrevo a discutir nada más, así que me fuerzo a mí misma a terminarme el gofre sin coger más sirope de chocolate. Después, recojo mi plato y subo las escaleras hasta mi habitación, donde tengo la maleta a medio deshacer y un montón de cajas apiladas en los rincones que esperan ser abiertas. Mientras comienzo a meter la ropa en el armario y a colgar chaquetas y sudaderas que no me voy a poner en esta épica del año, papá y mamá vuelven a mover muebles de acá para allá y a abrir cajas para comenzar a llenar el salón.
Suelto un profundo suspiro mientras me doy la vuelta para ocuparme de las cajas y me doy cuenta de que no he abierto la ventana para ventilar la habitación después de dormir. No he abierto la ventana en ningún momento, por mucho calor que hiciera,me rehusaba completamente a dormir con la ventana abierta, pues había algo que no me gustaba en el bosque, algo que prefería ignorar. Por lo que, como alternativa, dejé la puerta de mi habitación abierta.
Abro la primera caja y coloco mi lámpara en la mesita de noche de al lado de mi cama, mis libros en la estantería que hay al lado del escritorio, algunas figuras de personajes de cómics envueltos en papel de burbujas para evitar que se dañaran y cuadros con ilustraciones de artistas que me gustan.
Cuando dejo mis peluches en la parte de arriba de la estantería, después de haber vaciado todas las cajas de la mudanza, ya es tarde y son casi las ocho de la noche, aunque sigue siendo de día debido al verano. Delante de mi ventana, veo a Julia haciéndome señas con los brazos, preguntándome si voy a ir con ella a la fiesta de la que me habló.
Me acerco al cristal y, tras asegurarme de que puede verme, niego con la cabeza y ella recibe el mensaje. Se despide de mí con la mano y aparecen un par de chicos que la acompañan fuera del jardín trasero de mi casa hasta que los pierdo. En cuanto mis ojos vuelven a encontrarse con el bosque de pinos de enfrente, me alejo del cristal. Un escalofrío me recorre la espina dorsal al mismo tiempo que el miedo me trepa desde lo más profundo de mi pecho... y siento que algo me está viendo desde allí.
¿Cómo es posible estando a, por lo menos, dos o tres kilómetros de distancia?
Tengo la misma sensación de cuando la fiebre empieza a atacar mi sistema y, con los dedos temblorosos y el cuerpo medio adormecido, me obligo a mí misma a alzar los brazos para bajar la persiana y evitar seguir teniendo contacto visual con ese entorno tan macabro y siniestro. Después, me dejo caer en la cama con los ojos cerrados y un brazo sobre la frente, quedándome dormida al instante.
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