Epílogos
Vanesa
Carolina se ve hermosa en su boda. Vestido blanco y largo y cabello recogido. Pero más importante, es que se ve feliz. No es para menos después de que amenacé a Daniel de muerte si se atrevía a hacerla sufrir.
Yo soy su dama de honor. Le ayudé a escoger la fecha, las invitaciones, su vestido, el pastel de cinco pisos.... el cual probé muuuchas veces para constatar que los invitados no corrieran riesgo por estar envenenado.
Veo venir a Carolina hacia el altar y recuerdo lo que pensé el día que la conocí cuando todavía éramos niñas "Es demasiado callada y reservada. ¡Nos complementaremos bien!".
Somos muy unidas. Siempre seremos muy unidas. Tanto que ya me perdonó estar en pláticas con mi editorial para publicar oficialmente Carolina entre líneas y Vanesa entre líos.
Pero no fue fácil convencer a Carolina y a Daniel de publicar la historia sobre cómo se conocieron. Sin embargo, les prometí ser discreta y cambiar sus nombres. En la novela Carolina se llama Paulina y Daniel es Ismael. El escritor misterioso tiene por nombre Alejandro Espinoso y la librería de tía Inés, en lugar de Café y letras, se llama Letras y Café.
Afortunadamente no me llevó mucho tiempo pensar en eso.
Por otro lado, a mi historia con Marco le di un toque más realista y saqué todo lo porno-erótico para no tener cargo de consciencia a la hora de que me lean mis hijos.
Recibo a Carolina en el altar y miro llorar a su mamá y a su hermana al entregarla a Daniel. Pero para no llorar yo también, miro hacia donde están los invitados. Mis ojos caen inmediatamente en Marco, que me lanza un beso y después miro a mis padres. Están sentados uno al lado del otro fingiendo no prestarse atención. Aún así, mamá no ha quitado la sonrisa de su rostro desde que le platiqué que papá dijo que no tiene nada que envidiarle a Angelina Jolie.
Carolina
Vanesa reaccionó a la experiencia de dar a luz a sus bebés como todos esperábamos:
—¡No lo vuelvo a hacer! ¡NO LO VUELVO A HACER!
Las contracciones eran cada vez más frecuentes.
—¿Qué no vuelves a hacer? —pregunté—. ¿Tener sexo?
—No seas, mensa. ¡Tener más bebés!
—Oh.
Vanesa se mueve de un lado al otro sobre la camilla.
—¡Me muero!
—Ay, Vane.
No sé qué más hacer que lloriquear con ella.
—¡¿Es que qué es esto?! ¡¿Un parto o un exorcismo?!
—Vane...
—¡Que me muero!
—Señora, esto no es un parto —le dice el paramédico, un poco molesto por el escándalo-. Esto son contracciones. Usted apenas ha dilatado.
—¿APENAS?
Vanesa abre mucho sus ojos.
Estábamos en plena presentación de la antología de cuentos para niños que incluye a El osito que saltó sobre un arcoiris, cuando Vanesa se empezó a sentir mal. Sin embargo, como estaba en la agenda, aceptó relatar el cuento al grupo de niños que la editorial invitó a la presentación.
Mala idea.
Cuando iba la mitad del cuento, un niño se puso de pie y gritó:
—¡Mira, mamá, esa señora se orinó!
Vanesa había roto fuente. Gritó y el resto de niños gritó con ella. Yo corrí a llamar a una ambulancia.
Estamos llegando a la clínica. Dentro ya nos espera el obstetra que ha seguido el proceso de los gemelos.
—¿Guardaste el pastelito que me estaba comiendo antes de la presentación? —pregunta Vanesa, intentando distraerse y no pensar tanto en el dolor.
Oh, Oh.
—Eh... no.
Tomo su mano para darle apoyo con el dolor.
—¡Pero si sólo comí las orillas para dejar lo mejor para el final!
—¡Entraste en trabajo de parto! —le recuerdo.
Qué iba a pensar yo en un pastel.
—¡Y qué! ¿Al menos se lo diste a guardar a mi mamá?
—Lo tiré, Vanesa.
Ella se contrae sobre la camilla:
—¡Nooo!
—¡La ambulancia estaba llegando y...!
—¡Era como los que prepara el de Cake Boss!
—¡Lo siento!
—¡Nooo! ¡Por qué! —lloriquea.
—Señora, tranquila... tranquila. Ya vamos a llegar —intenta tranquilizarla otro paramédico.
—Esta vez no es por los bebés —digo.
—¡ERA PASTEL FRÍO! ¡TENÍA NUTELLA!
—Sigo intentando llamar a Marco pero no contesta -digo, intentando cambiar de tema.
—¡Dile que lo odio con toda mi alma! -grita Vanesa, sintiendo en ese momento otra contracción-. ¡Lo odio con toda mi alma!
—Dices eso porque estás adolorida —digo—. Lo volverás a amar cuando lo veas.
—Ya veremos si piensas igual cuando te toque —solloza, frotando mi vientre.
Suspiro.
—A mi todavía me faltan siete meses y medio -musito, mirando con miedo las caras de dolor de Vanesa—. Y no me das ánimos diciendo eso.
—Querrás matar a Daniel. Ya verás.
Elijo seguir intentando llamar a Marco.
—¡Mi pastelito! —sigue Vanesa.
Al llegar a la clínica los paramédicos bajan rápido la camilla donde está. Yo corro junto a ella mientras sigo intentando llamar a Marco.
—Está en una reunión importante —exclama Vanesa—. Grupo M está firmando un convenio con Doble R. El señor Maldonado estuvo detrás de esa empresa por años y Marco logró el acuerdo.
—¿En serio? Marco lo está haciendo bien.
—Quería faltar para ir a la presentación del Osito y la hormiga, pero lo obligué a ir a cambio de contarle el cuento en Topples. No quería que se perdiera eso.
Los paramédicos miran a Vanesa anonadados. Y después miran sus bubis, que están enormes por el embarazo.
—¡Ustedes qué ven! -los regaña ella y sigue quejándose por el dolor.
El doctor Baltodano se apresura a hacerle un chequeo y le advierte que si no dilata lo suficiente, hará una cesárea.
—¿Y cuánto más debo esperar para saber si será cesárea? —pregunta Vanesa, conteniendo las lágrimas.
—Un par de horas —dice el doctor.
—¿UN PAR DE HORAS? —grita Vanesa—. ¡Pero si ya me siento como si estuvieran abriendo mi vagina con un abrelatas!
El doctor lo está pensando.
Mientras Vanesa discute con su obstetra, yo finalmente consigo ponerme en contacto con Marco.
Marco
Entro corriendo a la clínica. Busco a Carolina y ella me explica que a Vanesa le harán una cesárea. Después me indica en qué quirófano la tienen.
Busco al doctor Baltodano para que me explique cómo marcha todo.
—¿Quiere entrar? —me pregunta.
—¿Al quirófano?
—No es tan complicado como suena —me anima—. Vamos. Será rápido.
Me siento nervioso pero el doctor jura que todo está en orden.
Cuando entro al quirófano mis ojos buscan los de Vanesa. Se ve feliz de que por fin llegue.
—Lamento la tardanza. Es que...
—Lo importante es que ya estás aquí —dice. Está sudando.
Limpio su frente con mi pañuelo y beso su mano.
Nunca imaginé vivir un momento como este. Me siento afortunado por poder ver nacer a mis hijos; que, como aseguró el doctor, nacieron rápido.
Los miro y le digo a Vanesa que tenía razón. Son dos hermosos varones.
—¿Entonces si te dijo la verdad tu corazón? —pregunto.
—Nah —dice ella—. Creo que esta vez si tuve suerte.
—¿Quiere cortar el cordón umbilical? —me pregunta el doctor y asiento.
Y de esa manera inicio oficialmente una nueva etapa de mi vida.
...
Cuando Vanesa está instalada en su habitación dos enfermeras traen a los bebés ya limpios. Papá recibe a uno. Carolina y Daniel a otro. Mamá a está al teléfono.
—Sí, Tuti, son igualitos a Marco. Eleazar dice que son demasiado pequeños para saber a quién se parecen, pero yo recuerdo perfectamente cómo se veía Marco.
Le sonrió a mamá y después me acerco a Vanesa para sentarme junto a ella.
—Nacieron sanos —dice.
—Sí, eso es lo importante.
Daniel, que tiene a uno de los bebés en sus brazos, se acerca a nosotros y dice:
—Los estamos acaparando y creo que ustedes no han cargado a ninguno.
Miro a Vanesa pidiéndole permiso para cargar al bebé, pues apenas me acostumbro a no verlos sólo a través de ultrasonidos. Ella asiente y recibo al bebé de los brazos de Daniel.
—Ese es Marquito 1 —dice Vanesa.
Es tan pequeñito. Acaricio su cabeza y beso con cuidado su frente.
—No pensarán dejarles de nombre Marquito 1 y 2, ¿o si? —pregunta mamá al colgar su llamada.
Miro a Vanesa y ella me mira a mi.
—Tú decides —dice.
Miro de un bebé al otro.
—Marquito 2 que se llame Marco —digo. Después observo a Marquito 1 y, sintiendo un nudo en la garganta, exclamo—: Tú... Tú te llamarás Salvador.
Le pregunto a Vanesa si le parece bien y ella asiente. Mis padres se lo agradecen y mamá se acerca para ayudarme a cargar al pequeño Salva.
—¿Ves que si tienes una segunda oportunidad? —le pregunta al bebé con sus ojos llenos de lágrimas.
Daniel
Es la tercera Navidad que paso junto a Carolina. Bajo de nuestra camioneta y al instante escucho a Susi llamarme:
—Papi, cabito.
Que significa "Papi, caballito". Abro su puerta, me pongo de espaldas y la dejó subirse sobre mis hombros.
—¡Arre! —grito y Susi ríe.
—Creo que tendrás que incluir caballos en tu siguiente novela —dice Carolina, sacando los obsequios que trajimos para todos. La mitad son cosas de My Little Pony para Susi.
—Lo que sea para complacer a Susi —digo yo.
Entramos a la casa de Eleazar y Glenda. Dentro ya están mis padres, Mónica, Tini, Mariana, mi tía Gertrudis con su esposo número ocho, mi abuelo... Están todos.
Vanesa y Marco están acomodando algunos adornos que seguramente Salva y Marquito quitaron del árbol, quienes, por cierto, ahora están intentando sacar a escondidas dos obsequios.
—Ni crean que no tengo ojos en la espalda —dice Vanesa y ambos salen corriendo a esconderse detrás de Glenda.
Escucho risas.
—¿Llamaste a Richi? —me pregunta Mónica.
—Se atrasó pero ya viene —digo.
Miro en redondo a todos y bajo de mis hombros a Susi para que vaya a jugar con sus primos. Y pienso en cuánto cambiaron nuestras vidas en algunos años. Por mi parte, de estar solo en mi apartamento, hoy pasaré Navidad en una reunión en la que hay al menos treinta personas. Entre ellas, mi hija y mi esposa.
—¿Listos para la obra? —pregunta mi abuelo.
Marco, Carolina y Vanesa hacen un gesto afirmativo y los cuatro nos escondemos detrás de una pared para disfrazarnos.
Una vez más montaremos Cuento de Navidad.
Marco será el fantasma de la Navidad pasada, Vanesa el de la presente y Carolina, a petición mía, será el de las Navidades futuras.
El resto de la familia está sentada en sillas acomodadas frente al improvisado escenario. Los niños, que están en la primera fila, son los que esperan más ansiosos el inicio de la obra.
—¿Listos? —pregunta Marco mientras termina de acomodar su peluca.
Los demás asentimos.
—Erase una vez, concretamente en los días mejores del año, la víspera de Navidad, el día de Nochebuena, en que el viejo Scrooge estaba muy atareado... —empieza a leer Mónica.
Intento contener mi risa en lo que Tini termina de echar talco para bebé sobre mi cabello para encanecerlo. Escucho a Carolina reír pero no importa. Yo río con ella. Me sé tan bien el papel de Ebenezer que ahora me lo dan cada año... y me encanta. De verdad me encanta porque me identifico mucho con él.
Y antes de empezar una vez más mi actuación más memorable, viene a mi mente una frase del mismo cuento de Charles Dickens:
"Nunca sucedió nada bueno en este planeta que no empezara por hacer reír a algunos."
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