Capítulo 50

Vanesa

Marquito 1 y Marquito 2. 

Sigo en shock y sé que Marco también un poco. Es decir, no es sólo un bebé. Son dos. No me estoy quejando, vaya... uno de mis sueños es ser mamá, pero ¿gemelos?

Carolina, que tampoco sale de su asombro, me entrega un vaso con agua. Ella, Daniel, Glenda, el señor Maldonado, Marco y yo, estamos en la oficina principal de Grupo M. Salvador y Nicole se fueron. Y aunque no creo que se den por vencidos, de momento todos estamos enfocados en los gemelos.

Gemelos. ¿De verdad a alguien le sorprende que precisamente a mí me esté pasando esto? Hola, Soy Vanesa Salcedo y tengo la suerte del Coyote y el Pato Lucas juntos. 

Miro a Marco:

—Tenías que meterla y sacarla —digo en voz baja—. No meterla y hacer copy paste.

Marco me muestra una media sonrisa y se sienta en la silla que está frente a mi. En esa posición toma mi mano:

—Todo va a salir bien —dice—. Lo prometo.

Hace que todo parezca tan fácil. 

—No puedo sacar un recipiente de mi nevera sin botarlo todo y ustedes esperan que yo de a luz a gemelos. 

No puedo imaginar qué tan doloroso es. La sola idea me aterra. 

—Yo por eso únicamente tuve un hijo —dice Glenda, confirmando en un espejo que a pesar de haber llorado su maquillaje continúa intacto—. Pase horas esperando dilatar lo suficiente para que después Marco no saliera tan fácil.

—No estás ayudando, mamá —la regaña Marco.

—Perdón, cielo —se disculpa Glenda con él y conmigo—. Seguro a ti te resulta más fácil, Vane. Ya ves como ha avanzado la ciencia.

—En realidad dar a luz sigue siendo difícil —comenta Carolina.

—Tú tampoco estás ayudando —le reclamo, mientras siento que ya estoy pujando—. Dios, y regalamos todo —le recuerdo a Marco—: las cunas, los pañales... Todo.

—Estaremos bien  —dice él—. Y han enviado más. Todo está en la bodega.

—Si nos hacen los padrinos, podemos regalarles un par de cosas —dice Daniel.

—Cuenta con eso —suspira Marco.

—Ya es medio día —avisa Glenda, mirando su reloj—. ¿Qué les parece si comemos fuera?

Soy la primera en ponerme de pie. Ya decía que yo que no era normal tener más hambre que de costumbre. 

Siempre tienes más hambre que de costumbre, Vanesa, me recuerdo.

Es un poco extraño caminar junto a Marco y no detrás de él siguiéndole con alguna bandeja, su agenda o carpetas. Él ahora me trata como si fuéramos algo más que jefe y asistente. Apenas estoy asimilando que seré la mamá de sus hijos. 

—Supongo que no han pensado en nombres —dice Carolina, con todos  caminando hacia donde están los elevadores.

—Marquito 1 y 2 —digo.

—¿Es broma? —pregunta Daniel.

En realidad no... 

Glenda se distrae proponiendo más nombres que no me gustan nada. Marco se acerca a mi oído para decir:

—¿Por qué no me dijiste que sospechabas estar embarazada?  Te hubiera acompañado a hacerte el examen.

—No pensé que quisieras que esté embarazada —admito.

—¿Por qué?

—No somos pareja.

Iba agregar un "duh", pero supongo que debo verme más formal si seré mamá. 

Mi respuesta deja a Marco pensando. En qué, no sé. Porque tampoco he podido comentar con él lo que escribió en mi novela. Tenemos tanto qué hablar. 

—¿Ya asimilaste lo de ser papá? —le pregunto. 

—Me impactó la noticia —dice—, pero aunque no lo creas me da mucha alegría ser papá. 

—¿Aunque sea yo la mamá?

—Sobre todo porque eres tú la mamá.

Bajamos al vestíbulo y nos distribuimos en dos vehículos. Glenda propone ir por comida china. Mi respuesta es "Lo que sea". Mi propósito de hoy es devorarme una vaca entera. Pero que mamá y el resto de Green peace no sepan eso, por favor. 

Marco

A las tres de la tarde regreso a mi apartamento. Tuve toda la intención de traer a Vanesa conmigo pero su mamá llamó preguntando si ya todo estaba bien y tuve que llevarla a su casa. La iré a buscar más tarde para que hablemos.

El día anterior cuando supe que sería papá sentí miedo. Mi padre tuvo dos hijos y se equivocó muchas veces creyendo que hacia lo correcto. ¿Qué si me pasa lo mismo? ¿Qué si Marquito 1 y Marquito 2 crecen odiándome o algo peor? Me siento nervioso. Sin embargo, no pruebo ni una sola gota de alcohol. Me prometí cambiar para ser el tipo de hombre que Vanesa cree que soy, y ahora más que nunca lo asumo como reto. Si tendré hijos noo puedo ir por la vida siendo un irresponsable.

Quién diría que hoy pensaría así. Llamaría loco al que me lo hubiera dicho hace un año.

Camino por mi apartamento sintiéndolo chico. Debería ir pensando en comprar una casa. Lo que me recuerda mi plática pendiente con Vanesa. ¿Me dará una oportunidad? ¿Y si no deja a Armando? No la vi entusiasmada por contarle lo de los gemelos. ¿Cómo lo tomará él cuando lo sepa? ¿Qué si no le importa y quiere quedarse con Vanesa a pesar de todo? No, eso no...
Vanesa y los bebés son mi familia.

Escuchar el timbre de mi puerta me sorprende. Y cuando abro me sorprende aún más ver a papá.

—¿Puedo pasar? —pregunta.

No recuerdo que me haya visitado antes. Todavía se le ve confuso por lo que pasó hoy. Me hago a un lado para que pase.

—Lamento incomodarte —se disculpa.

—Está bien. No estaba ocupado —digo y le dejo seguirme hacia la sala de estar—. ¿Y a qué debo el honor?

—Necesito que hablemos.

—En la comida estuviste callado.

Mientras mamá organizaba en voz alta los baby shower, bautizos y graduaciones de mis hijos, papá se mantuvo en silencio. 

—Estuve... pensado.

Supongo que Grupo M lo tiene preocupado. Él confiaba en Salvador como un buen capitán para el barco.

—Hablé con Daniel —digo, para que papá ya no se preocupe —. No cree que los Govea insistan. Más si se les paga lo que...

—No vengo a hablar de Grupo M, Marco —me interrumpe. 

—¿Entonces?

Nos sentamos y lo veo tomarse un poco de tiempo para pensar. ¿En qué? Un padre pensativo es un padre más difícil de descifrar que uno molesto.

—Lo lamento —dice.

—No fue tu culpa. Confiaste en tu hijo. Él confió en Nicole. 

—No es Grupo M lo que me tiene preocupado, Marco —insiste—. Tú realmente estás haciendo un buen trabajo.

Me remuevo en mi asiento y pongo a papá mi mejor cara de "¿En en serio?". Lleva meses diciéndome que nunca hago lo suficiente.

—Yo sé que no he sido un buen...

—¿Jefe? —pregunto, interrumpiendo—. No. Tus zapatos me quedaron grandes. Todo mundo lo sabe.

—Un buen padre —se corrige—. Procurando ser un buen jefe, uno exigente, olvidé que eres más que mi empleado. 

¿Quién es este hombre y qué hizo con mi padre?

—Dijiste que debemos apartar lo personal de lo laboral —recuerdo—. Y que en Grupo M no eres mi papá.

—Es que ése es el problema. Fuera de Grupo M tampoco lo he sido.

¿Eleazar Maldonado reconociendo un error? Algo que me sorprende más que ser padre de gemelos.

—No te preocupes por eso —intento disculparlo—. No tengo cinco años. Debo madurar y ser más formal. Tú lo dijiste: Me falta...

—Deja de justificarme, Marco —insiste él—. Creo que ya es tarde para corregir lo que hice mal con Salva. Pero al menos déjame aclarar mi situación contigo. ¿Sabes cuánto tiempo me llevó levantar la empresa? —pregunta y niego con la cabeza—: Diez años de errores y aciertos, y pretendí que tú lo supieras todo desde el inicio. Pero lo cierto es que... lo hiciste mejor de lo que esperé. Y estoy seguro de que te seguirás superando.

—Eres un buen maestro.

—Que te exige demasiado.

—Y por eso soy cada vez mejor. Ahora soy mejor.

Nunca había visto a mi padre llorar. Y tampoco lo está haciendo en este momento, pero si procura no perder su temple. 

—¿No tienes resentimientos?  —pregunta. Se ve dudoso. 

—Antes los tenía —admito—. Pero ahora que también seré papá... siento miedo.

—Lo harás bien —Me tranquiliza—. Eres un buen jefe y también serás un buen papá.

—¿Tú crees?

—Y cuentas con Vanesa.

—A quien me advertiste que no debía seducir.

Porque si no me atreví a intentar algo con Vanesa, fue por la amenaza inicial de papá.

—Y a quien olvidé advertírselo fue a ella. 

Me río. —¿Y... qué opinas de nosotros?

Él se muestra dudoso una vez más.

—¿Puedo opinar?

—Claro.  

—No sé si te contó que en su primer día conmigo equivocó mi almuerzo con el del jefe de inventarios. 

—No.

Llama mi atención escuchar a papá hablar de Vanesa.

—Tú sabes que soy estricto. Pensé en pedirle a Recursos Humanos que la despidieran pero me dio una buena razón para no hacerlo.

—¿Qué razón? —pregunto, curioso.  

—Cuando le hice ver su equivocación me dijo "Mire el lado positivo, el otro no traía postre."

Vuelvo a reír.

—No pude despedirla —agrega papá—. Y llamó mi atención que a partir de esa equivocación se esforzara cada vez más y más. Hasta llegar a ser una estupenda asistente.

—Es buena —digo.

—E imagino que será mejor siendo una esposa.      

Esposa. Papá no sabe que eso no está resuelto.

—Y tú serás un buen abuelo —digo.

Papá no es un hombre emotivo, por lo que sólo nos damos la mano. Pero con eso basta para darme cuenta de que hemos mejorado.

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