V. Secrets.


—¿Por qué me has evitado tanto, pequeño?—Preguntó el alfa sin dejar de sonreír. Gabriel lo miró en silencio, no queriendo encontrar la respuesta a esa interrogante tampoco.

¿Por qué, eh? 

Sinceramente, el omega sentía que la pregunta era innecesaria, como si fuera algo tan sencillo de explicar que ni siquiera merecía la pena intentarlo. Pero, cuando abrió la boca para hablar, se dió cuenta de que en realidad no lo era, de que ni siquiera él mismo podía entender. Desvió la mirada, sintiendo algo trepando suavemente en partes de su cuerpo que no quería mencionar.

El aroma a lavanda de sus feromonas rápidamente se extendió en el aire al mismo tiempo que su cuerpo comenzaba a calentarse y un rubor creció en sus mejillas ridículamente pálidas. El alfa retrocedió, claramente afectado por la embriagante fragancia, como luchando por controlarse y no acercarse más. El brillo carmesí en sus ojos destelló aún más en la oscura noche, y las sombras lo apretaron tan fuerte que un par de lágrimas se escaparon de sus orbes azules, obligándolo a emitir un gemido bajo.

—Gabriel...—Jadeó el alfa, acercándose y tomando el mentón del omega, obligándolo a mirarlo, el azul y el rojo enfrentándose en una batalla interminable, y, quizá guiado por sus instintos más primarios, el omega cerró desesperadamente la distancia entre ambos, labios fríos chocando contra los contrarios, aunque con un ligero toque de calor remanente del contacto al separarse.

—No lo sé...—Suspiró, tan cerca que era imposible no escuchar le gemido casi imperceptible que escapó de sus labios cuando las sombras que lo envolvían se retiraron suavemente, liberándolo de su control. El pelinegro se descolocó por un momento antes de entender que era el rubio quien trataba de responder a la pregunta que le había hecho hace algún par de minutos.

Sonrió antes de sellar nuevamente sus labios, esta vez en un beso más profundo que el primero, dejando que su lengua explorara la boca del menor mientras lo atraía hacia él con un fuerte tirón para acercar sus cuerpos, sin dejar un solo espacio entre ambos y haciendo que así el menor sintiera el bulto que sobresalía de sus pantalones.

El omega simplemente se dejó llevar, con la mente nublada, pudiendo pensar únicamente en los colmillos salvajes que ahora mordían su carne, en el cabello negro antes perfectamente peinado que ahora se veía más largo, desordenado y brillante, en esa esencia suave y amaderada de la leña que desprendía August, en sus manos envolviéndolo de maneras que nunca se creyó capaz de experimentar. 

Y se arrepintió de no haber intentado abrir esa puerta antes en el momento en que una mano traviesa se coló por la camisa holgada de Daniel que usaba como pijama, tanteando dulcemente sus pezones erectos antes de pellizcar con fuerza uno de ellos, causándole un gemido alto y claro al rubio, que terminó por golpear suavemente al pelinegro en la cabeza antes de que sus rodillas fallaran y no pudiera mantenerse de pie, pero August lo sostuvo con fuerza, levantándolo con solo uno de sus brazos y dirigiéndolo hacia su escritorio, donde terminó lanzando todo lo que se encontraba allí en el suelo y posicionando al omega sobre él.

 —Me vuelves loco, carajo.—Gruñó, llevando sus manos hacia su descubierta entrepierna y notando de inmediato la humedad que se escurría por sus muslos. Gabriel cerró sus ojos fuertemente cuando un dedo empezó a introducirse lentamente por su cavidad, ahogando varios gemidos y simplemente moviéndose suavemente mientras el sonido del chapoteo llenaba sus oídos. Cada vez que el alfa introducía un nuevo dedo, su interior se estremecía, llevando escalofríos a todo su cuerpo. Justo cuando los sacó nuevamente, se sintió tan vacío que casi podía llorar.

En un momento de claridad, el pelinegro se detuvo, con el deseo escapándose de sus ojos.

—Estás en celo.—Dijo con un jadeo, tratando de apelar a su consciencia y apartarse, pero las piernas del omega se envolvieron en sus caderas, atrayéndolo hacia sí, de tal forma que sus cuerpos estaban a apenas unos milímetros de distancia.

—No me importa.—Gimió, alineando la longitud de August en su cavidad, permitiendo que este entrara lentamente dentro de sí, obligando a que el rubio cerrara sus ojos, conteniendo la respiración. Dejó que los sonidos pegajosos lo envolvieran mientras sus sentidos se nublaban, unos cuantos gemidos escapando ansiosamente de su boca entreabierta, a veces invadida por un par de labios curiosos que no se cansaban de explorar como si fuera la primera vez.

Sus manos se aferraron desesperadamente a los hombros del alfa, abriendo sus ojos nublados con lágrimas y permitiendo que su viste se enfocara en el suelo lleno de los papeles que August había tirado momentos antes, fijando su mirada en uno de ellos, que resaltaba entre la multitud.

Bajo la tenue luz de la madrugada, logró leer un par de palabras que resaltaban: "Plan de unificación".  

Eso no era lo extraño. Lo extraño era que había un nombre que sobresalía entre el mar de palabras:

Gabriel Whitlock.

Su nombre.

Una multitud se pensamientos se arremolinaron en su cabeza, las pequeñas lágrimas que escapaban de sus ojos ahora convirtiéndose en un torrente por razones diferentes mientras se movió desesperadamente hasta caer al suelo y separarse del alfa. Se abrazó a si mismo en un intento de consolarse a sí mismo ante la mirada confusa del pelinegro, casi sin poder respirar debido al pánico arrollador que le aplastaba las entrañas.

¿Cuántas veces no había oído esas palabras antes?

¿Cuántas muertes causadas por él mismo no había presenciado ante sus ojos después de que se las dijeran?

No, no, no, no, no, no.

No podía ser.

¿Por qué siempre tenía que ser igual?

Daniel se lo había prometido.

Daniel le dijo que todo estaría bien, que nunca más iba a tener que vivir en un infierno como ese. Que nunca más iban a usar sus habilidades para manipular gente. 

Pero era mentira. El infierno nunca había terminado.

Solo lo habían movido de lugar, ¿o no?

¿En qué se diferenciaba ese "plan de unificación" a todas las veces que ese hombre le había dicho que lo hacía por el bien de los clanes? ¿No había usado esa excusa una y otra vez antes de pasar a las amenazas? ¿No eran las imágenes de sus padres muertos que lo aterraban, que lo obligaban, diciéndole esas mismas palabras?

—Gabriel, yo...—Intentó hablar el pelinegro con expresión descolocada, tratando de recuperar la compostura y lográndolo rápidamente. Pero el rubio no se lo permitió. Los brazos que trataban de envolver a su cuerpo se dirigieron a su cabeza, que negaba una y otra vez, mientras, ahogado por el llanto, gritaba desesperadamente.

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!—Repetía a duras penas entre lágrimas, tratando de recordarse a sí mismo que ese no era el clan Nightshade, que el alfa frente a él no era el Conde Velmont, que todo lo que Daniel le había dicho era cierto.

Porque quería creerle.

Porque necesitaba creerle.

Entre tanto, el sonido de la puerta siendo golpeada salvajemente se hizo presente, la voz grave de Daniel llevándose momentáneamente el pánico.

—¡¿Gabriel?! ¡¿Estás bien?!—Inquirió, golpeando la puerta con más fuerza. El alfa se apresuró a quitar el cerrojo, no queriendo que la puerta fuera destruida por la fuerza del beta. Apenas se separó un par de centímetros, el castaño se abalanzó sobre él, su rostro furioso quedando a escasos milímetros del suyo mientras gritaba:—¡¿Qué le hiciste?!

El alfa negó con la cabeza, genuinamente confundido ante la actitud del menor. El beta, sin soltarlo, empezó a inspeccionar el escenario que se mostraba frente a él: en el suelo había miles de papeles esparcidos, y, sobre ellos, la figura desaliñada del omega destacaba aún más, con unos cuantos mechones de rizos rubios enmarañados pegados a su frente llena de sudor, su camisa blanca ahora algo translúcida en ciertas zonas que se pegaban al cuerpo delgado de Gabriel, mejillas tan sonrojadas que casi parecían las de un humano y una expresión angustiantemente hermosa adornando sus facciones llenas de lágrimas.

Tragó saliva ante la visión, olvidando por completo que aún no había soltado al alfa, pudiendo observar en él un estado muy parecido al de Gabriel aún más de cerca, y un calor se expandió por su cuerpo, no pudiendo diferenciar si era ira... o si era algo más.

—¿Qué fue lo que le hiciste?—Masculló con los dientes apretados y la voz un tono más grave, sus ojos avellana chocando contra los orbes del color de la obsidiana, que lo miraban intensamente, como si pudieran  devorar su alma.

¿Estaba molesto? Naturalmente. 

Sabía que Gabriel había estado actuando extraño desde que habían llegado a la mansión Devereaux, y tenía una ligera sospecha de lo que podría estar pasando, pero nunca sospechó que terminaría así. Y secretamente, lo enfurecía. 

Le enfurecía saber que August lo había tomado primero, estaba claro en su expresión. Le enfurecía el hecho de que, una vez más, terminaría siendo solo un beta inútil, incapaz de competir contra alguien como el pelinegro.

Sin embargo, eso no era todo lo que sentía, y tenía demasiado orgullo como para querer admitir que, cuando esos ojos de depredador lo miraban se desarmaba por completo, que había estado pensando en esa boca con un par de colmillos asomándose y en las sensaciones que la misma le podría causar si lo intentara desde aquella vez en la que lo vió morder al omega.

Que, por alguna razón, no podía dejar de pensar en él por más que lo intentase y, lo más extraño de todo: que, aunque se sintiera frustrado por no haber tomado primero a Gabriel... que fuera August quien lo tomara e imaginárselo, simplemente lo llevaba al borde de la locura.

Entreabrió la boca al encontrarse tan cerca del pelinegro, este último quedándose tan quieto como si estuviera esperando que Daniel hiciera el próximo movimiento, uno que quizá había estado esperando por mucho sin darse cuenta. Pero el beta, quizá con algún trazo de orgullo y autocontrol, se separó de él, agachándose de inmediato para tomar al omega entre sus brazos y cargar a la pequeña bolita en la que se había convertido Gabriel, ignorando olímpicamente absolutamente todo lo demás, incluyéndose a sí mismo y cierta... parte de su cuerpo.

—Te dije que todo estaría bien.—Le susurró cálidamente al oído, volteándose apenas hasta encontrarse con la mirada oscura de August.

—Yo... realmente no sé lo que pasó.—Explicó, moviéndose para recoger los papeles en el suelo, la luz de un nuevo amanecer asomándose lentamente en la ventana.—Él entró en celo y yo solo...—Antes de que pudiera terminar, sintió como una mano veloz le arranchaba un par de hojas que reposaban en sus palmas, y miró al beta con confusión mientras él hojeaba en silencio.

—¿Plan de unificación?—Inquirió, con los dientes apretados. August se congeló en su lugar.—Esto fue... —Masculló, mirando con entendimiento hacia el omega.—¿Qué es esto?—Preguntó, ahora centrándose completamente en el alfa en frente suyo.




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