III. Living?


Pareció haber pasado una eternidad desde que pudo sentir algo de silencio llenando el gran salón.

Caminó a paso lento, dirigiéndose nuevamente a esa recámara con una sensación extraña posándose en su pecho. Sus músculos se sentían adormecidos, como si ansiaran nuevamente el sentir el ligero cuerpo del omega descansando entre sus brazos.

Al encontrarse frente a la puerta, vaciló, dándose cuenta de qué no sabía qué era lo que estaba haciendo, y eso lo extrañaba de sobremanera. August nunca hacía cosas sin tener un plan, nunca dejaba las cosas al azar ni esperaba a que se resolvieran mientras las hacía. 

Sin embargo, eso era precisamente lo que estaba haciendo: siguiendo a sus instintos.

Abrió la puerta con una delicadeza absoluta, como si temiera asustar a las personas dentro, y lo primero que se encontró fue ese par de ojos azules como el cielo, brillantes y penetrantes, como si pudieran desnudar su alma en tan solo unos instantes. El omega tenía en su expresión una mezcla de confusión y miedo. No podía distinguir en dónde comenzaba uno y terminaba el otro.

Daniel se acercó a él, enderezándose a toda su altura, sus ojos avellana buscaban los negros del contrario, y, al encontrarse, permanecieron allí, envueltos en el silencio del ambiente.

—August.—Saludó con voz más grave de la habitual, tragando saliva cuando vió uno de los colmillos blancos del mencionando asomándose por la comisura de sus labios. El beta mantuvo su expresión seria, pero no podía apartar la mirada de los labios del pelinegro.

—Tengo una propuesta que hacerles.—Empezó, sin prestar atención a nada más que al rubio sentado frente a él. Gabriel se acercó un par de pasos hasta quedar oculto casi completamente detrás de Daniel, haciendo evidente que era demasiado pequeño para ser un vampiro. Es más, ni siquiera llegaba a la altura de 1.70 un humano promedio. 

—No lo toques.—Advirtió el castaño al notar que August extendía su mano pálida hacia los rizos rubios del omega. Él hizo ademán de detenerse, pero finalmente siguió su camino, enredando uno de los mechones alborotados entre sus dedos. La textura de los rizos lo hipnotizó, con una sensación suave quedándose en sus manos, pero se obligó a alejar la mano nuevamente y mirar al beta, que emitió un gruñido por lo bajo.

August sonrió.

—No hay necesidad de ser tan posesivo.—Sonrío.—Después de todo eres un simple beta, no puedes marcarlo.—Le recordó con una sonrisa arrogante, a lo que el de ojos avellana respondió apretando los puños.

—No necesitas recordármelo.—Masculló, su mirada deteniéndose en la del omega de ojos azules, brillando con un destello de miedo. Su corazón se estremeció, porque sabía perfectamente la situación en la que había encontrado a Gabriel unos 15 años atrás.

Era extraño rememorar aquellos días, cuando las tensiones de la primera rebelión aún eran palpables en Nocturne. El pueblo humano que inspeccionaba había quedado reducido a cenizas, y el penetrante olor a sangre fue lo que lo llevó a buscar algo de lo que alimentarse en medio de la crisis.

Y allí, en una cabaña medio destruida, aferrado a dos cuerpos fétidos, estaba él, con sus rizos rubios enmarañados, tiritando en el frío de la madrugada y esforzándose por respirar.

Daniel estuvo a punto de tomarlo entre sus brazos y alimentarse con la sangre que fluía por sus venas para luego dejarlo morir junto a quienes suponía, eran sus padres.

Sin embargo, cuando vió esa expresión dolorida, sus ojos forzosamente cerrados como si tratara de huir de su propia realidad, pero que aún trataba de volver a ella. Como si se esforzara por seguir vivo, sintió una arrolladora lástima hacia la figura delgada, y todo lo que pudo hacer fue morder su muñeca hasta sentir la sangre dulce del contrario brotando. Se obligó a apartarse para hacer lo mismo con su propia muñeca, y abriendo la boca de labios rosas algo resecos, dejó que su sangre entrara en él.

A lo lejos, escuchó un par de sonidos especialmente conocidos, como si las sombras susurraran a su alrededor, aclamando a sus líderes. Supo de inmediato que se trataba del clan Devereaux, pero entendió que no estaban solo ellos allí. A pesar de que no había ruido más que el de las sombras que manejaba el Conde Victor, entendió que en el desolado pueblo también se encontraban los principales enemigos de los Devereaux: el clan Nightshade.

En aquel entonces, su nombre estaba empezando a hacerse conocido, pues Victor Devereaux, en su insaciable sed de poder, había tratado de someter a Andrew Velmont, el líder del clan Nightshade, sin saber que se había metido con las personas equivocadas. Velmont contraatacó, dando paso a que todos los clanes sometidos formaran una rebelión, con el hijo del Conde al mando.

Daniel, al ser un simple beta sin poderes vampíricos, no era capaz de mostrarse ante la élite de Nocturne, por lo que todo lo que podía hacer era huir. Pero, en aquellas circunstancias, llevarse a un humano recién convertido solo lo retrasaría, ya que era como tratar con un bebé recién nacido, y, si por algún infortunio alguno de los dos clanes lo encontraba en su camino de regreso, no lo dejarían vivir para contarlo.

Reticente, dejó al rubio de vuelta donde lo encontró, murmurando un débil "lo siento" antes de desaparecer con los primeros destellos de un amanecer temprano.

Sabía que, de alguna manera, él encontraría el camino para encontrar al rubio de vuelta.

(...)

Curiosamente, quien lo había encontrado fue Gabriel, tan solo un par de semanas atrás, con una apariencia deplorable y exhudando miedo por sus poros. El omega se  había aferrado a él y había bebido de su sangre como si fuera lo único que necesitaba en el mundo, explicándole que había huido de una mazmorra abandonada del destruido clan Nightshade.

Le dijo, en pocas palabras, que durante todos esos años antes de perder contra los Devereaux, los Velmont habían explotado de los poderes vampíricos recién despertados en él mientras lo amenazaban con matarlo para así evitar que se fuera. No fue hasta que un vampiro renegado terminó sacándolo de ahí, que se dió cuenta de que no tenía otro lugar a donde ir, y que, con el vago recuerdo de su existencia, terminó encontrando a Daniel tantos años después.

Solo que, esta vez, el castaño no lo dejó a su suerte.

—¿Qué es lo que quieres?—Inquirió a la defensiva, saliendo de su ensoñación. El pelinegro soltó una risa que envió escalofríos a su espina dorsal, y no pudo especificar por qué.

—No planeo hacerles daño.—Aseguró, haciendo que Gabriel se acercara más a August, quizá impulsado por la confianza que transmitían sus palabras, quizá porque había ingerido su sangre, o quizá porque era un omega y se sentía naturalmente atraído a un alfa dominante como August. 

Casi sintió envidia de lo alto que era, y de su galantería, de su mandíbula cuadrada, su piel pálida, su cabello negro perfectamente peinado y de sus ojos. Esos ojos tan malditamente negros que los miraban como si él fuera un cazador, y ellos, una simple presa. 

Y digo casi, porque lo que más sentía era un calor asentándose en su cuerpo, un calor desconocido pero a la vez familiar, mismo que lo hizo apartar la mirada y retroceder un par de pasos.

August tomó la ventaja que Daniel le ofreció, tirando suavemente del omega hasta posicionarlo justo frente a su cuerpo, lo suficientemente cerca para que su aroma como el sol lo inundara y nublara su visión por un par de segundos.

—Quédense a vivir en la mansión Devereaux.—Pidió, su voz grave resultando sobrecogedora en sus oídos.—Te ayudaré a estabilizar la condición de Gabriel.—Ofreció.—Sé que es algo inusual, pero siento que perderé la cordura si no lo tengo cerca.—Confesó, sus iris negros volviéndose lentamente rojos mientras reforzaba su agarre sobre el omega, que desvió la mirada mientras un rubor trepaba por sus mejillas llenándolas de color, claramente afectado por las feromonas del alfa que ahora llenaban la habitación.

Los ojos de Daniel se encontraron con los de Gabriel, buscando una confirmación silenciosa que obtuvo casi de inmediato con el tímido asentimiento del omega. Y se rindió ante el.

—Bien.—Aceptó con una exhalación.



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