II. You, me, and him.
—Así que fuiste tú quién lo convirtió.—Anunció, caminando dentro de la habitación y volviendo a cerrar la puerta, esta vez con él dentro. El castaño lo miró, sus orbes avellana analizándolo sin decir una palabra.
—¿Te importa?—Replicó sin alejarse del omega, que no se atrevió a decir una palabra o mover un solo músculo. El pelinegro, con actitud arrogante, se acercó lentamente hasta tomar por los hombros al rubio, alejándolo del beta sin ninguna palabra.
—Para nada.—Convino al cabo de un par de segundos, con una sonrisa con todo y colmillos, que denotaba todo menos amabilidad en su expresión. El alfa llevó su propia muñeca hacia su boca, haciendo las mismas dos heridas con sus colmillos y dejando que la sangre brotara de ellas, como pequeñas cascadas.—Es solo que... bebiendo una sangre de tan mala calidad, ¿cómo podría el pequeño volverse un vampiro fuerte?—Dijo con tono burlón, empujando sus heridas contra los labios herméticamente cerrados del rubio.
—Gabriel...—Casi susurró, moviéndose con lentitud depredadora, listo para actuar en cualquier momento. August amplió aún más su sonrisa, sus iris negros como la misma noche tornándose de un rojo sangre, quizá más rojos que la sangre que ahora manchaba los labios del omega, haciendo que el castaño se detuviera de inmediato.
—Así que tu nombre es Gabriel, ¿huh?—Repitió, su nombre deslizándose como miel por su boca al pronunciarlo, dejando una sensación aterciopelada asentándose en su lengua.—Bebe.—Instó con voz casi dulce, frotando aún más su muñeca cuando el rubio intentó resistirse. Frunció el ceño.—Bebe, o mataré a este inútil.—Amenazó con voz severa, observando como unas pequeñas lágrimas se formaban en los ojos azules del contrario mientras abría su boca y empezaba a beber.
Su lengua suave acarició las heridas para luego succionar casi con avidez, y una sensación desconocida se posó en el cuerpo del alfa, escalofríos recorrían su espina dorsal cada vez que sentía la succión de la boca del contrario a la vez que una sonrisa de satisfacción se escapó de sus labios al ver las lágrimas que él mismo había provocado en el omega.
—Está bebiendo demasiado.—Advirtió el beta con expresión gélida.—Él aún no...
Antes de que pudiera terminar de hablar, Gabriel se había separado de la muñeca de August, mareado por el embriagador sabor de la sangre del pelinegro, empezando a caminar con decisión hacia el beta.
—Daniel...—Suspiró, como esforzándose demasiado para avanzar ese par de pasos, mismos que no logró continuar, pues en un instante su visión se tornó oscura y cayó, precisamente en los brazos del alfa.
Daniel entrecerró los ojos, encontrándose con el par de orbes negros que lo miraban con aires de superioridad.
—Tú...—Farfulló.—Sabías que no estaba listo para beber tanta sangre.—Acusó, avanzando la misma cantidad de pasos hasta encararlo, dándose cuenta de que su diferencia de altura era apenas palpable. Y vaya que él se sentía orgulloso de su metro ochenta y cinco.
—¿Te importa?—Respondió, imitando su tono de voz, burlándose de él sin ninguna clase de vergüenza.—Eres solo un beta, ¿cómo podrías creer que él iba a desarrollarse bien si bebía de tu sangre sucia?—Le dijo con una mirada despectiva. Los puños de Daniel se apretaron tanto que casi se volvieron blancos a causa de la ira. —¿Por qué lo convertiste, en primer lugar? Parece que él no lo deseaba.—Observó, dirigiendo su mirada al omega que yacía en sus brazos.
—Te recuerdo que tu estúpida rebelión hizo que Nocturne se volviera un caos. Y en ese caos habían personas como él.—Explicó, haciendo que la expresión gélida del pelinegro vacilara imperceptiblemente.
El lo sabía perfectamente. Lo sabía más que nadie.
Había visto con sus propios ojos el caos que causó en su primer intento de derrocar al Conde Victor Devereaux en Nocturne. Había visto a miles de vampiros, a su clan, siendo cazados por otros, había visto la masacre total que terminó extendiéndose hasta las ciudades humanas aledañas; había vivido el exterminio.
Es más, él había sido el causante del exterminio.
Pero, ¿qué más pudo haber hecho en ese entonces? Su padre era un maldito tirano y estaba llevando no solo a su propio clan, sino también a Nocturne a la ruina. Sus ansias de poder eran incontrolables, cada vez se convertía en un verdadero monstruo, una atrocidad andante y un hombre arrogante que usaba el miedo para mantenerse en pie.
Si él no era quien daba el golpe final, si él no era capaz de convertirse en líder del clan, ¿quién más habría podido?
Todos habrían sido destruidos por su padre.
Así como lo fue su madre.
Y lo odiaba, odiaba con todas sus fuerzas saber que no tuvo otra opción que hacer todo lo que hizo para acabar con el Conde. No se arrepentía de haberlo asesinado. Se arrepentía de todo lo que puso en riesgo para hacerlo.
—¿No pensaste en si él realmente quería morir junto a los suyos?—Soltó sin pensarlo.—¿Por qué lo obligaste, entonces, a vivir como uno de los que destruimos su vida?—Volvió a cuestionar, quizá movido por la curiosidad, quizá movido por algo más.
El castaño dudó antes de negar con la cabeza y acercarse para enredar uno de los rizos rubios en sus manos blancas.
—Si lo supiera no estaría aquí.—Terminó por responder, desviando la mirada cuando sus ojos se encontraron, algo extraño naciendo tácitamente entre ambos, algo que no podían explicar.
Había dejado de llover hace mucho tiempo.
Ahora, el único sonido que eran capaces de escuchar era el de las conversaciones afuera.
—August Devereaux.—Dijo, por alguna razón mientras acomodaba al omega durmiente en la mullida cama de la recámara.
—Daniel Blackwood.—Respondió él en el mismo tono casi confidencial, procurando no despertar al rubio. Como si supiera lo que el alfa estaba apunto de preguntar, anunció:—Él es Gabriel Whitlock.—El pelinegro sonrió sin saber por qué, dándose la vuelta en silencio y abriendo la puerta frente a sí.
—Quédense aquí.—Pidió, pero sonó más bien como una orden, como algo que Daniel no podía refutar. Y así era, después de todo, pues August era el líder de todos los clanes vampíricos, y ellos, unos simples lacayos.
Asintió en silencio, tan confuso como intrigado por la personalidad de aquel alfa.
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