💋Capítulo 6. No lo descuides
Viktor y Carmilla estaban desaparecidos.
Carmilla no respondió a pesar de los intentos de Elay por contactarla. Incluso fueron al hotel donde la dejó hace unas horas, pero al preguntar por ella, la recepcionista afirmó que no había nadie registrado con ese nombre. Parecía como si ambos hubieran eliminado toda evidencia de su existencia y desaparecido de la noche a la mañana.
—¿Qué te dije? Espías rusos —insistió Roderick.
—Cállate o sugiere algo útil —advirtió Elay, dándole un codazo.
Dorian iba sentado en la parte trasera del coche. En sus dos trabajos le concedieron dos días libres porque, al parecer, en Core, una ciudad pequeña, los rumores se propagaban como fuego en gasolina. Algunos afirmaban que sufrió un grave traumatismo y necesitaba tiempo para «recuperarse». ¿Recuperarse de qué? Estaba en perfecto estado, tal y como el médico había confirmado.
Por lo tanto, su forzoso tiempo libre se desvaneció mientras emprendían una búsqueda exhaustiva para encontrar a Viktor o al menos a Carmilla. Roderick solicitó el día en su trabajo, Elay faltó a clases y juntos exploraron todos los lugares populares de Core, visitaron el hotel donde se suponía que se hospedaba la prima de Viktor e incluso pasaron por el callejón donde se había suscitado el supuesto ataque. Sin embargo, no encontraron ni un indicio de la existencia de ninguno de ellos, dejando a Dorian exhausto de buscar como un perro persiguiendo su propia cola.
—Vamos a Plague otra vez —pidió.
Elay se volvió hacia él.
—¿Crees que ya esté allí? Todavía falta una hora para que abran.
Negó con la cabeza.
—Esta vez sí quiero recoger mi coche.
—¿Y qué hay de la búsqueda? —preguntó Roderick, retornando para conducir hacia el club nocturno—. Además, no creo que sea buena idea que manejes de noche con una contusión.
—Ya les dije que no tengo una contusión.
Elay exhaló y se pasó una mano por el flequillo, alborotándolo.
—¿Entonces vas a rendirte?
—No se trata de eso, es solo que... No lo sé. —Se encogió de hombros—. Tal vez ustedes tenían razón y lo que sucedió no fue más que un sueño o alguna especie de alucinación. Es una tontería en la que no vale la pena seguir perdiendo el tiempo. A ambos ya los hice desperdiciar el día, y todo por algo inútil.
—No es inútil si tú necesitas resolverlo, Dorian —presionó ella—. Sé egoísta por una vez en tu vida, tonto.
—A decir verdad, ya estoy harto —admitió—. Quiero darme un baño, dormir y comer algo que no haya salido de una máquina expendedora. ¿Eso no es lo suficientemente egoísta?
—¡Pero estamos tan cerca! —exclamó Elay—. ¿Acaso soy la única a la que le parece sospechoso que estos dos hayan desaparecido de la noche a la mañana? Algo no me cuadra aquí.
Roderick se detuvo frente a Plague, el cual se veía muy deslucido sin sus luces encendidas y la música retumbando.
—Concuerdo con Elay —añadió su amigo—. La gente no se desvanece así. A menos que...
—No te atrevas a decirlo —zanjó Elay, señalándolo con un dedo.
Dorian exhaló, pasando una mano por su rostro. No estaba fatigado; de hecho, estaba seguro de que podría seguir buscando si fuera necesario. Sin embargo, estaba harto de perseguir el rastro invisible de un par de fantasmas. Por supuesto, su desaparición no era normal, al igual que tampoco lo fueron ese monstruo o el hecho de que sus colmillos sangraran.
Algo había ocurrido, tal vez uno de esos eventos sobrenaturales que algunas personas experimentan y luego relatan en programas de televisión baratos, mientras los espectadores se burlan de sus delirios. Empezaba a pensar que lo mejor que podía hacer era aceptar que él sería otro más en esa multitud, una experiencia inexplicable que se quedaría como una simple anécdota.
—Dejémoslo estar. —Abrió la puerta del coche—. Dudo mucho que vayamos a encontrar respuestas y, para ser honesto, en este momento no tengo intención de convertirme en un cazador de misterios.
—¡Dorian! —llamó Elay, desabrochándose el cinturón de seguridad.
Dorian bajó del coche y, tras cerrar la puerta con fuerza, retrocedió hacia el estacionamiento de Plague.
—¡Gracias por la ayuda! —exclamó a mitad de la calle—. ¡Disfruten su noche!
—¡Idiota, no des un paso más! —advirtió.
—Déjalo ir —dijo Roderick, siempre con un tono tranquilo—. Nos buscará si nos necesita.
Dicho esto, Dorian se alejó sin mirar atrás. Anhelaba escapar de las teorías disparatadas y la presión de sus amigos para poder ordenar sus pensamientos. Además, aunque había decidido dejar atrás su búsqueda, todavía necesitaba un buen baño y una larga noche de sueño para olvidarse de todo eso de manera definitiva.
Tras asegurarse de que su coche estaba en buenas condiciones, ya que el robo de piezas era común en esos barrios, se subió y, con el rugido del motor de su clásico coche modificado, abandonó Plague y se dirigió hacia la casa de su padre en un vecindario apartado pero sereno de Core.
Se alegró al ver que la camioneta de su papá no estaba en el garaje y se estacionó frente a la casa. Bajó del vehículo y se acercó a la puerta, buscando la copia de la llave que tenía consigo. Al abrir, exclamó:
—¡Soy Dorian!
En definitiva su padre no estaba en casa; de lo contrario, le habría respondido. Con eso en mente, se movió con más libertad por el lugar. Era una casa espaciosa, con cuatro habitaciones destinadas a una familia de cuatro. El problema era que solo eran dos y medio: su padre, su hermana y él, aunque rara vez estaba con ellos. Nunca hubo una madre, ya que los abandonó cuando Emma tenía menos de un año.
—¡¿Dorian?! —preguntó Emma desde la cocina.
Dorian se dirigió hacia allá y, al entrar, vio a su hermana de pie sobre una silla, intentando alcanzar un plato en uno de los gabinetes más altos. Su padre siempre había sido el encargado de cocinar, por lo que la organización de los utensilios no tendía a ser un problema.
—¿Necesitas ayuda? —ofreció.
Emma llevaba el cabello desordenado y portaba una vieja camisa holgada con el logo de Def Leppard, el primer concierto al que la llevaron cuando apenas tenía diez años.
—Pensé que nunca te ofrecerías. —Bajó de la silla.
Dorian se estiró y agarró un platón, dejándolo sobre la barra de la cocina.
—¿Papá trabajará hasta tarde? —preguntó.
Emma asintió y movió la silla a una esquina para que no estorbara.
—Sí, me dijo que cenara por mi cuenta. —Exhaló—. Pero la cocina y yo no somos confidentes.
Dorian soltó una carcajada y se quitó la chaqueta.
—¿Qué te apetece cenar? —preguntó, revisando las alacenas—. Tenemos pasta, un poco más de pasta, y si te sientes aventurera, aún más pasta.
Emma sonrió y señaló el refrigerador con la cabeza.
—¿Qué tal una pizza congelada?
—O podría ser pizza. —La sacó del congelador—. ¿Para esto era el platón?
—Pensé que sería más sencillo.
—Quizás si midieras un par de centímetros más.
—Imposible.
Dorian metió la pizza en el horno de microondas y mientras se cocinaba, se volvió hacia su hermana, quien ya se había sentado en la barra de la cocina y trazaba círculos en la superficie con su dedo índice.
—¿Y cómo...?
—¿Sigues enfadado conmigo? —interrumpió ella, mirándolo a los ojos—. Ya sabes, por lo que pasó anoche en el club.
Dorian negó con la cabeza.
—No, claro que no —aseguró—. De hecho, quería hablar contigo. Intenté llamarte, pero nunca contestaste.
—No me di cuenta, lo siento.
Ambos se sumieron en un incómodo silencio hasta que Dorian lo rompió al estirar una mano hacia ella y revolverle el cabello.
—Perdóname, no debí haberte tratado así —se disculpó—. Estaba cansado, estresado y...
—Siempre estás estresado —acotó—. Tal vez, por tu bien, deberías reconsiderar volver a casa conmigo y con papá. Seguro vivirías más tranquilo.
Dorian le sonrió con ternura y volvió a revolver su cabello.
—No es tan sencillo.
El microondas sonó y Dorian sacó la pizza con cuidado, sirviéndola en el platón.
—Tómalo con calma, está hirviendo —advirtió.
—Extraño tenerte por aquí, Dorian —confesó su hermana en voz baja, tratando de partir una rebanada de pizza aunque se quemaba los dedos cada vez que la tocaba—. Se ha sentido muy solitario desde que te fuiste.
—No podía quedarme para siempre en esta casa. —Le partió un pedazo a su hermana y otro para sí mismo—. Madurar y toda esa mierda, ¿sabes?
Emma suspiró, pero asintió.
—Lo sé.
Dorian se apoyó en la barra y tomó su rebanada de pizza, soplando para enfriarla.
—Mejor cuéntame qué has estado haciendo tú.
Ella rodó los ojos.
—Como si hubiera mucho que contar.
Platicaron mientras cenaban, evitando los temas serios tanto como podían, conversando y bromeando sobre cualquier tontería que se les ocurría. Ambos estaban cansados y solo querían distraerse. Sin embargo, la diversión llegó a su fin cuando escucharon el coche de su padre llegar a casa y luego la puerta abrirse.
—¿Emma? ¿Tu hermano está...? —Se detuvo en el umbral de la cocina, sorprendido al ver a su hijo allí tras varios meses sin poner pie en el lugar—. Dorian, hola.
—Hola, papá —saludó de regreso y agarró su chaqueta de la silla donde la dejó colgada—. Ya me iba.
Su papá amplió los ojos y se apresuró a dar un paso hacia delante.
—No, digo, sabes que puedes quedarte, ¿verdad? No hay problema si estás demasiado cansado para conducir o...
—Estoy bien —aseguró y forzó una sonrisa en su rostro—. Gracias.
Su padre lucía cansado. Tenía el cabello negro como sus dos hijos y sus ojos eran de color café, aunque estaban ocultos tras unas gafas cuadradas y marcados por notables ojeras, iguales a las de Dorian. Además, las arrugas por el paso del tiempo que no venía en vano.
—Adiós, Em —se despidió y a su papá solo le dirigió un incómodo movimiento con la mano.
No es que odiara a su padre ni nada parecido, pero existían asuntos pendientes, malentendidos y desacuerdos del pasado que esperaba resolver una vez tuviera suficiente dinero para irse de Core sin dejar ningún cabo suelto.
«Algún día», se decía a sí mismo.
Subió a su coche y lo primero que hizo antes de partir fue encender la radio y buscar música. Ansiaba una buena tonada que aliviara la pesadez del momento, así que, recordando la camiseta de su hermana, sintonizó a Def Leppard y se alejó, dejando atrás todo.
Se dirigió hacia una carretera de terracería semiabandonada en Core, una que en otro tiempo fue la ruta principal para salir de la ciudad, pero que quedó en desuso cuando se construyó una más conveniente y cómoda. Por lo general era utilizada para carreras callejeras, pero esa noche estaba desierta, solo para él.
Subió el volumen de la música y entonó Hysteria a todo pulmón mientras aceleraba con libertad, sabiendo que nada ni nadie podría detenerlo. Dejó atrás el incidente de la noche anterior, el rostro de Viktor y los líos familiares. En ese instante, solo existían él, la música y la oscura carretera.
Hasta que alguien se cruzó en su camino.
Dorian soltó un grito ahogado y, aunque pisó el freno con todas sus fuerzas, sabía que no podría detenerse a tiempo. En un acto instintivo, realizó una brusca maniobra que hizo que el coche derrapara, con las dos llantas del lado derecho cayendo en una profunda zanja. Retiró sus manos temblorosas del volante y dejó escapar un suspiro trémulo, apenas empezando a recuperarse del susto.
—Mierda... —musitó, apartando el cabello de su rostro y cerrando los ojos, hasta que percibió el sonido de golpes en su ventana.
Separó los párpados de golpe y se sobresaltó al ver el pálido rostro de Viktor al otro lado del cristal, suplicándole que bajara el vidrio. Su instinto de supervivencia le advertía que no lo hiciera, pues aquel individuo podría ser un asesino potencial, pero su lado irracional e imprudente lo llevó a bajarlo casi de inmediato.
—¡¿Qué diablos te sucede?! —bramó—. ¡Pude haberte matado!
—Imposible. Te lo dije anoche, soy un vampiro.
Dorian se aferró al volante y apoyó la frente en este.
—Tienes que estar bromeando —masculló—. A menos que seas otra alucinación.
—¿Otra? —Alzó una ceja.
—No tengo pruebas de que lo que ocurrió ayer haya sido real. —Giró la cabeza y lo miró a los ojos—. Quizás finalmente estoy perdiendo la razón.
—No, Dorian, escúchame; el monstruo, yo salvándote la vida, besándote, todo fue real. Te lo juro. —Esbozó una sonrisa ladina—. Por cierto, tienes unos labios suaves.
Dorian ignoró ese último comentario y golpeó el volante.
—¡No puede ser real! —gritó—. Estoy perdiendo la maldita razón y tú...
Viktor interrumpió su desvarío besándolo en los labios. Los ojos de Dorian se abrieron de par en par e intentó apartarse, pero el vampiro aferró su nuca y unió sus frentes antes de soltarlo.
—¿Acaso eso no te pareció real?
Lo miró a los ojos con creciente pánico y solo cuando comenzó a calmarse un poco, Viktor lo dejó ir. Dorian volvió a recargarse en el asiento y pasó ambas manos por su cabello azabache.
—No estoy loco —murmuró y luego se carcajeó casi con demencia—. ¡No estoy loco!
—Al menos no más de la cuenta.
Dorian volvió a verlo con seriedad.
—Tienes que explicarme qué demonios fue lo que sucedió ayer, qué era esa cosa y por qué tú... —Frunció el ceño—. ¿Por qué diablos me besaste?
—Volví a besarte —corrigió—. Es un poco decepcionante que no recuerdes el primero.
—Explícate ya.
Viktor suspiró y rodeó el coche para subirse al asiento del pasajero, recibiendo una mirada de extrañeza por parte de Dorian.
—Esto nos llevará un rato —afirmó, pero justo cuando estaba a punto de explicar desde el principio, escuchó un agudo lloriqueo no muy lejos de ellos, seguido de un olor a sangre.
Dorian también lo notó y frunció el ceño de nuevo.
—¿Tú también escuchas eso? —interrogó—. Es lo mismo de anoche...
Viktor se apresuró a inclinarse hacia Dorian para cubrirle los oídos, y aunque este último intentó apartarse, el vampiro lo obligó a girar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—No lo escuches o volverás a perder el control sobre tu cuerpo —advirtió.
—Sucedió lo mismo antes de que apareciera esa criatura.
—Lo sé. Los llamamos Nosferatu y emiten ese ruido para atraer humanos.
Dorian se tensó.
—¿Para qué querrían atraerlos? —preguntó, pero por su tono, ya debía deducir la respuesta.
—Para devorarlos.
Viktor apartó sus manos de las orejas de Dorian y subió el volumen de la música antes de salir del coche.
—¡Intenta sacar el carro de la zanja y vete de aquí! —ordenó.
—¡¿Y qué hay de ti?!
Viktor volvió la mirada hacia la carretera y, de entre la oscuridad, emergió el alto, pálido y delgado cuerpo del Nosferatu. Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero este parecía más grande que el de la noche anterior. Sus ojos derramaban lágrimas de sangre y sus garras llevaban restos de algo que deseaba en vano que no fuera carne humana.
—¡Me encargaré del monstruo! —replicó, y azotó la puerta del automóvil.
Dorian observó a la criatura a lo lejos, recordando con mayor detalle el ataque de la noche anterior. Maldijo y pisó el acelerador intentando liberar el coche, pero la zanja era tan profunda que no había forma de sacar las llantas. Cambió la palanca de velocidades hacia la marcha atrás y volvió a presionar el acelerador, como si eso pudiera ayudar de alguna manera. Sabía que la única forma de salir de este aprieto era levantando el automóvil.
—¡Mierda! —Golpeó el tablero y sintió una nueva oleada de temor cuando vio que la criatura fijaba su atención en Viktor y se acercaba con lentitud, acechándolo.
Dorian gruñó y se apeó.
—¡¿Qué haces?! ¡Te dije que salieras de aquí! —gritó Viktor al verlo.
—¡Me hiciste atorar el coche cuando te cruzaste en mi camino, grandísimo genio!
El Nosferatu oyó sus reclamos y emitió un estridente rugido. Viktor se giró hacia Dorian con urgencia escrita en todas sus facciones.
—¿Tienes algo de madera?
—¿Madera? —repitió, extrañado.
—¿Hierro Solar?
—¡¿Qué diablos es eso?!
Viktor exhaló, resignado.
—Bueno, valía la pena preguntar. —Arremangó las mangas de su impecable camisa blanca—. Habrá que apañárselas.
Dorian observó asombrado cómo Viktor se lanzaba hacia el monstruo con una velocidad inhumana. La confirmación estaba ahí, sin duda alguna, Viktor no era un simple mortal.
El Nosferatu, casi igual de veloz, vio a Viktor acercarse y emitió otro rugido antes de intentar cortarlo con sus garras. Sin embargo, el vampiro logró esquivar el ataque con facilidad y continuó rodeando a la criatura, provocándola.
Dorian volvió su atención al coche. Necesitaba encontrar una forma de levantarlo lo suficiente para sacarlo de la zanja, pero el problema era que el vehículo pesaba toneladas.
«A menos que tuviera una especie de palanca», pensó, y una idea cruzó su mente.
Abrió el maletero en busca del gato hidráulico. El automóvil era muy antiguo, y ni siquiera lo había adquirido él. Sería un milagro si aún conservaba las herramientas originales.
Mientras tanto, Viktor continuó distrayendo al Nosferatu, pero la criatura comenzaba a perder la paciencia y sus ataques se volvieron más violentos. Finalmente, golpeó al vampiro con fuerza en el estómago, enviándolo volando hacia el coche hasta colisionar contra una de las puertas y caer al suelo de costado. Viktor soltó un gruñido de agonía al sentir cómo sus huesos rotos se enderezaban con lentitud y se soldaban de nuevo. La regeneración resultaba incluso más dolorosa que el propio impacto.
Dorian presenció a Viktor tumbado en el pavimento, retorciéndose de dolor, y luego al Nosferatu que gruñía y fijaba sus ojos en él. El monstruo se abalanzó a cuatro patas como un animal salvaje, dispuesto a atacarlo. Dorian escapó, consciente de que sería en vano, pero prefería morir intentándolo que resignarse.
El Nosferatu lo alcanzó más rápido de lo que esperaba, pero justo cuando estaba a punto de lastimarlo con sus garras, un destello escarlata se interpuso y cortó el largo brazo del monstruo. Un chorro de sangre brotó de la herida y la criatura soltó un estridente alarido que obligó a Dorian a taparse los oídos.
Al levantar la mirada, Dorian vio a su salvadora: una mujer de vibrante cabellera roja, luciendo un largo abrigo negro con un símbolo indistinguible en la oscuridad.
La mujer no le dedicó ni siquiera una mirada, concentrada en el enemigo frente a ella. Extendió su mano derecha, de la cual goteaba sangre, y creó una guadaña. La desconocida desapareció de la vista de Dorian como si fuera un destello de luz y, al siguiente segundo, reapareció sobre el Nosferatu y le cortó la cabeza con su arma.
Esta vez, el Nosferatu no emitió ni siquiera un grito, cayó muerto al instante y se desvaneció en una nube de cenizas blancas.
Dorian se tornó boquiabierto, solo reaccionando cuando vio que Viktor intentaba levantarse del suelo. Corrió hacia él, se arrodilló a su lado y, con la voz temblorosa, preguntó:
—¿Estás bien?
Viktor asintió y, al ver a la mujer de cabello rojo, un gran alivio se reflejó en sus ojos color guinda.
—¡Rhapsody! —exclamó.
La mujer desvaneció la guadaña y se volvió hacia ellos. Poseía un rostro bellísimo, incluso más que el de Carmilla, y sus ojos eran como dos lagunas de oro. Dorian quedó anonadado.
Con un movimiento imperceptible, apareció frente a Dorian y Viktor, extendiendo una mano hacia este último.
—¿Acaso planeabas matarlo con fuerza bruta? —indagó, su voz era modulada, suave como seda.
—Debía intentarlo. —Aceptó su mano y se puso de pie con un quejido de dolor—. Una pésima idea.
Dorian también se levantó, incapaz de apartar la mirada de aquella impresionante mujer. Ella notó su mirada y le dirigió su atención.
—¿Dorian Welsh? —preguntó.
Asintió con lentitud, incapaz de formar palabras.
—Lamento informarte que te has convertido en objetivo de Nosferatus. Dos ataques en menos de veinticuatro horas y en locaciones tan alejadas la una de la otra no es normal —explicó—. En cualquier otra situación usaría Ignorancia para modificar tus memorias, pero me temo que volverán a atacarte y será inútil.
Dorian tragó saliva.
—¿De verdad son vampiros? —indagó, con temor palpable.
—Nosotros sí —contestó ella con tranquilidad—. El monstruo que te atacó no. Ese era un Nosferatu, es decir, un vampiro convertido en bestia.
Dorian no podía creerlo, pero ¿cómo no hacerlo con tales pruebas? Todo lo que sucedió anoche fue real. Por un lado se sentía aliviado de no haber perdido la cordura, pero por el otro estaba aterrado.
—¿Y qué se supone que haga? —preguntó—. Dijo que esas cosas seguirán atacándome, ¿por qué?
—Eso queremos averiguar —respondió y sacó un teléfono del bolsillo interno de su abrigo—. Mientras tanto, tú no tendrás que hacer nada. Te asignaremos un vampiro que cuidará de ti hasta que resolvamos el asunto.
Dorian tenía muchas preguntas y quería seguir haciéndolas, pero Rhapsody le dio la espalda y marcó un número. Viktor, al comprender que llamaría a los Verdugos, se acercó a ella y la tomó del brazo, impidiendo que acercara el dispositivo a su oído.
—Asígneme como su protector —pidió en voz baja—. Por favor.
—¿Y por qué haría tal cosa?
—Porque me quedan veinticinco días para enamorarlo —confesó—. Necesito que él confíe en mí y esta es una excusa perfecta para estar a su lado. No tengo tiempo que perder.
Rhapsody sacudió la cabeza.
—Ya no eres un Verdugo y los asuntos de tu vida amorosa no me conciernen.
—Solo seré un vigilante, tal vez no un protector calificado, pero puedo estar con él —insistió—. En cuanto perciba una mínima señal de un Nosferatu, lo pondré a salvo y llamaré a un Verdugo.
Rhapsody lo miró con escepticismo. Como líder de los Verdugos, tenía la responsabilidad de cazar a los Nosferatu y, de manera indirecta, proteger a los humanos de ellos. Ceder a un capricho de un vampiro joven como Viktor iba en contra de sus principios, pero no ayudarlo y permitir que se convirtiera en un Nosferatu debido a la falta de tiempo también iba en contra de sus principios con sus protegidos.
—De acuerdo —cedió con seriedad—, pero te advierto, Viktor, si vuelves a actuar por tu cuenta contra un Nosferatu, la próxima vez no tendrás la suerte de salir impune.
Viktor asintió y sonrió, confiado.
—Trato hecho.
Rhapsody se acercó a Dorian y señaló a Viktor.
—Viktor Zalatoris será tu protector.
Dorian se cruzó de brazos y frunció el ceño, mirándolo con animosidad.
—¿Y eso qué significa?
Viktor se acercó a él y rodeó sus hombros con un brazo.
—Significa que tú y yo pasaremos un largo rato juntos.
El calvario de Dorian está por empezar y lo voy a disfrutar mucho 😌🫶
¡Muchísimas gracias por leer! 💋
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