💋Capítulo 35. No lo hagas
Carmilla acababa de llegar a Plague, el lugar donde vio a Dorian por primera vez hace un mes, y mismo sitio donde se percató de que para lograr sus objetivos, tendría que sacrificar muchas cosas, incluyendo el bienestar de su mejor amigo. Viktor resultó ser un factor inesperado en la ecuación, pero por fortuna, demostró más utilidad de la que ella esperaba.
En las afueras del club, los Purificadores se encargaban de manipular las mentes de los humanos presentes durante el ataque del Nosferatu. Alteraban sus recuerdos para hacerles creer que el edificio se derrumbó debido a la antigüedad y la falta de mantenimiento, una completa falacia.
Al entrar a Plague, los ojos de Carmilla se posaron de inmediato en una de las esquinas de la pista de baile, donde encontró a Viktor y Dorian arrodillados en el suelo, abrazándose. Viktor estaba desnudo y su cabello más desordenado que nunca. Al darse cuenta de la hora y de que Viktor debía haberse convertido en Nosferatu, se apresuró hacia ellos y se agachó junto a su mejor amigo.
—¡Viktor! —exclamó, escrutándolo de arriba abajo en busca de cualquier indicio de que algo estuviera mal—. ¿Estás bien? ¿Qué ocurrió?
Viktor se separó de Dorian y le dirigió una sonrisa serena y tranquila, algo tan inusual en él.
—Llegas tarde, como siempre —dijo—. Te perdiste toda la diversión.
—Si eso es a lo que llamas diversión —añadió Dorian con sarcasmo, mientras rodaba los ojos. A diferencia de Viktor, él estaba herido, con cortes en el hombro y en el brazo, pero no se quejaba. Estaba demasiado feliz, lo cual ella detestaba.
—¿Te convertiste en un Nosferatu? —continuó interrogando a su amigo.
—Sí y no.
—No estoy bromeando, Viktor.
—Me convertí, fue algo muy extraño, pero Dorian logró revertirlo —explicó—. No tengo idea de cómo lo hizo, ni siquiera sabía que era posible.
Carmilla se tensó al escucharlo. Su amigo había muerto y regresado, y ella ni siquiera estuvo allí para ayudarlo. De pronto, el peso de lo que llevaba dentro de su abrigo rojo le resultó más intenso.
—Lamento llegar tarde —se disculpó mientras rodeaba a Viktor con sus brazos. Seguía siendo él, en carne y hueso a pesar de haberse convertido en Nosferatu. Olía a él, se sentía como él. Al separarse, dirigió una mirada seria a Dorian—. Gracias por traerlo de vuelta.
Dorian solo asintió, incómodo por la frialdad en el semblante de Carmilla. Su relación nunca fue buena, y temía que después de esta noche, eso nunca cambiaría.
—¡Oigan, idiotas! —exclamó Elay, captando la atención de los tres. Roderick y Emma la acompañaban—. ¡Gracias por sacarnos de la bodega, Dorian! —añadió con sarcasmo—. ¡Claro que no me estaba asfixiando ahí!
—No fue tan terrible —demeritó Emma—. Siendo sincera, prefería estar ahí dentro que aquí afuera con el monstruo.
Dorian se puso de pie y se acercó a ellos, mostrando alivio en su rostro.
—Están bien —suspiró.
Elay lo examinó con la mirada, notando sus heridas.
—Pero tú no. —Su indignación se transformó en preocupación.
—No es nada, créeme.
—Tal vez eso no sea nada —intervino Roderick, alzando las cejas mientras miraba a Viktor—. Pero en definitiva eso sí. ¿Por qué estás desnudo?
—Me convertí en un Nosferatu y regresé a la vida —explicó con franqueza—. Creo que pedir ropa sería demasiado.
Emma se sonrojó y desvió la mirada, avergonzada. Elay solo hizo un gesto de desdén y se quitó la larga gabardina negra con cadenas que llevaba puesta, arrojándosela a Viktor.
—Cúbrete, vampiro —exigió—. Aunque no lo parezca, tenemos una reputación que mantener.
Roderick siguió observándolo.
—¿Acaso el vampirismo te da un buen cuerpo? —inquirió, curioso.
—Roderick, por Dios... —murmuró Dorian, aunque no pudo disimular por completo la risa en su rostro.
Carmilla los ignoró y dirigió su atención hacia Viktor, quien se estaba poniendo la prenda de ropa con movimientos lentos y aletargados, incluso parecía más pálido de lo habitual.
—Luces exhausto —señaló.
—Pasé casi un día sin sangre, peleé contra un monstruo, una Anomalía maníaca, me convertí en Nosferatu y regresé a la vida —relató de manera resumida—. Creo que es un milagro que no haya caído desmayado.
Carmilla le dedicó una media sonrisa y volvió a abrazarlo, sintiendo otra punzada de culpa.
«Yo te haré infeliz», pensó.
—Me alegra que estés bien, vivo —dijo en voz alta y, al separarse, le dio un suave beso en la mejilla—. No sé qué habría hecho sin ti.
—Arreglártelas —respondió como si fuera obvio—. Eres Carmilla Di Rosaria, no te quedas de brazos cruzados viendo la vida pasar.
Desvió la mirada avergonzada.
—Quizás no —musitó mientras se incorporaba y vio a Rhapsody a unos metros de distancia, conversando con un Verdugo, el molesto de Lugosi, quien sujetaba a una iracunda Tara—. Voy a hablar con Rhapsody —anunció, señalando a Viktor antes de agregar: —No te muevas de ahí.
—No te preocupes. —Viktor dirigió una mirada casi adoradora hacia Dorian—. No tengo intenciones de ir a ningún otro sitio.
Carmilla suspiró y, dándoles la espalda, se dirigió hacia Rhapsody con las manos en los bolsillos, consciente del objeto que guardaba en uno de ellos.
—Llévala al Limbo —ordenó Rhapsody a Lugosi—. Me parece que será un castigo adecuado para ella.
—Será un placer, jefa —replicó el vampiro.
Carmilla estaba consciente de que el Limbo era la peor prisión dentro de la Sociedad Ulterior: un lugar situado entre la realidad y los efectos del manto de Ignorancia. En ese vasto espacio blanco e infinito, los presos deambulaban hasta perder toda sensación y pensamiento. No había noción del tiempo ni de necesidades fisiológicas; solo quedaba la mente del prisionero, enfrentándose a su propia existencia.
—Carmilla —la llamó Rhapsody, apareciendo frente a ella—. Me preguntaba dónde estabas. Viktor rara vez se mete en problemas sin su fiel aliada.
Carmilla dejó escapar una risa forzada.
—Acabo de llegar —respondió, echando un vistazo a Tara; llevaba una mordaza en la boca, y al notar a Carmilla, su forcejeo se intensificó—. Viktor me ha puesto al tanto de lo ocurrido. En resumidas cuentas.
—Fue bastante llamativo, atrajo demasiada atención y había muchos humanos aquí. Alterar tantas mentes nos llevará toda la noche. —Dirigió una mirada interesada a Carmilla—. ¿Te gustaría ayudar? Por los viejos tiempos.
Carmilla negó con la cabeza. Hacía muchos años, cuando Viktor aún asistía a la academia de Verdugos, ella formó parte de los Purificadores. Sin embargo, fue una experiencia breve, durando solo un año antes de encontrar otro trabajo que llamaba más su atención y suplía mejor sus necesidades.
—Para ser sincera, solo venía a hacerle una pregunta —admitió.
Rhapsody entrecerró sus ojos áureos, intrigada.
—Te escucho.
Carmilla se aproximó para asegurar cierta privacidad y susurró:
—¿Sabía que esto era posible? —indagó—. ¿Revertir a un Nosferatu?
Rhapsody negó con la cabeza.
—Incluso con tantos años de vida, créeme que nunca había presenciado algo así.
La joven vampira frunció el ceño.
—¿Cómo es posible que le haya salvado la vida?
—No deberías subestimar tanto el poder de las emociones, Carmilla —respondió con un toque enigmático, luego volvió su atención hacia Lugosi reteniendo a Tara—. Si me disculpas, tengo que encerrarla.
Carmilla se quedó inmóvil, reflexionando sobre las palabras de Rhapsody. Su propia lógica le sugería que la reversión de Nosferatu a vampiro de Viktor estaba vinculada de alguna manera a las habilidades anómalas de Dorian, quizás a su hipnótica voz de Banshee al ordenarle que regresara. Sin embargo, antes de poder profundizar en ello, Tara pasó siendo arrastrada por Lugosi, logrando escupir la mordaza y gritar:
—¡No me quitarás lo que me pertenece, Carmilla! —advirtió—. ¡No lo harás!
—Ni siquiera sé quién eres —mintió, manteniendo las falsas apariencias. Sin embargo, cuando nadie la veía, la miró con repudio y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios rojos. Por supuesto que la conocía y sabía perfectamente de qué estaba hablando. Le dijo adiós con la mano y se dio la media vuelta, alejándose.
—Ya es suficiente, podrás gritar todo lo que quieras en el Limbo. —Dados los quejidos persistentes de Tara, Lugosi volvió a colocar la mordaza en su boca.
Carmilla se acercó a donde estaban Viktor y el resto del grupo. El vampiro rodeaba a Dorian con un brazo, apoyándose en él. Ahora que habían confesado su amor, no podían separarse. Carmilla no comprendía esa necesidad, ni quería hacerlo.
El padre de Dorian también estaba presente, abrazando a su hija y preguntándoles una y otra vez si estaban bien, exigiendo explicaciones.
—Un Nosferatu no es cosa menor —insistió con preocupación, mirando a su hijo—. Pudiste haber muerto, Dorian.
—Estamos bien, papá —respondió, intercambiando una mirada de complicidad con Viktor—. Todo estará bien ahora.
Estaban a punto de besarse cuando Carmilla decidió intervenir, carraspeando de manera poco discreta.
—Estoy de acuerdo con tu padre, Dorian —interrumpió, captando toda la atención—. Un ataque como ese no es poca cosa. Será mejor que nos vayamos. Aún quedan muchas mentes por alterar y dudo que Viktor quiera pasearse desnudo por aquí.
—Ya no estoy desnudo, pero sí, tienes razón —concedió Viktor, seguido de una sonrisa casi macabra—. Estoy más que muerto.
Dorian lo miró con desaprobación y el vampiro levantó una ceja.
—¿Es muy pronto para esos chistes? —inquirió.
—Demasiado.
—Los llevaré a mi casa —dijo el padre de Dorian, sacando la llave de su coche—. Estarán a salvo allí mientras esto se resuelve.
—No hace falta que nos lleves, papá —protestó Dorian—. Puedo conducir yo.
—Ni lo pienses.
Carmilla vio la situación como la oportunidad ideal y se adelantó a ellos.
—Yo puedo llevarlos, señor Welsh —se ofreció con cordialidad—. Por supuesto, si me permite entrar en su hogar.
El padre de Dorian, al notar que esta idea incomodaba menos a su hijo, suspiró y le entregó la llave de su camioneta.
—Gracias...
—Carmilla Di Rosaria, señor —se presentó, adoptando su faceta más amable, aquella que conquistaba a todos—. Un placer.
—Roland Welsh —dijo él, aunque Carmilla ya sabía quién era—. Gracias por ofrecerte, Carmilla. Y sí, puedes entrar con libertad a la casa.
«Perfecto», pensó, aunque por fuera solo respondió con una afable sonrisa y un ligero movimiento de cabeza.
—No es nada, señor Welsh.
—Nosotros nos quedaremos para ayudar en lo que podamos —avisó Elay.
—Y para hablar con el cazatalentos —añadió Roderick—. Espero que no borren sus recuerdos sobre nuestro concierto.
Dorian suspiró.
—Esperemos que no, Rod.
—Perfecto. —Carmilla les dedicó una sonrisa exagerada y jugueteó con la llave del coche entre sus dedos—. ¿Quién está listo para ir a casa?
Viktor bufó.
—No me cabe duda de que fuiste una madre antes de convertirte en vampira.
—Solo soy responsable —refutó, y se encaminó hacia la salida sin esperarlos.
Estaba segura de que vendrían, y pronto los tendría justo donde los necesitaba.
(...)
Al llegar a la casa de Roland Welsh, Viktor se dirigió a asearse y cambiarse de ropa, dejando a Carmilla sola con Dorian en la cocina.
—¿Estás seguro de que no necesitas que te revisen eso? —Señaló su hombro herido.
Dorian negó con la cabeza mientras se servía un vaso de agua. A pesar de lucir igual de cansado que Viktor, se resistía a admitirlo. Nunca comprendió esa actitud de los mortales.
—Estoy bien. Ya no sangra —aseguró—. Lo único que necesito es un baño y una larga siesta.
—Apuesto a que sí —respondió por cortesía mientras paseaba por la cocina. En el refrigerador, una foto de la familia estaba pegada con un imán: un padre, dos hijos y un enorme secreto.
—¿Quieres algo? —ofreció Dorian.
—No hay nada aquí que no me sepa a mierda —contestó, volteando a verlo con una sonrisa pícara—. Excepto tú, claro.
Dorian encontró la situación algo divertida y soltó una suave carcajada. Carmilla, apoyada en la barra de la cocina, lo observaba con curiosidad.
—Eres demasiado bueno, ¿sabes?
—¿Demasiado bueno? —Frunció el ceño—. Ese es uno de los cumplidos más extraños que me han hecho.
—¿No te consideras alguien bueno?
—Creo que soy como cualquier otra persona con la mente en el lugar correcto —respondió, encogiendo los hombros—. Supongo que eso me convierte en alguien «bueno».
Carmilla estaba a punto de replicar, pero su intento fue cortado por una exclamación de Viktor al irrumpir en la cocina:
—¡El armario de Dorian Welsh es lo más monótono que he visto en mucho tiempo! —se burló.
Dorian se giró justo cuando Viktor se abotonaba lo que él consideraba una de sus camisas más formales. A Viktor le quedaba un poco ceñida, pero era negra, un refrescante cambio frente al blanco que siempre solía vestir.
—El color te sienta bien —comentó Dorian.
Carmilla observaba cómo danzaban el uno alrededor del otro, intercambiando sonrisas, conteniendo apenas la tentación de acercarse más, de besarse y llevar su deseo mutuo a un nivel más profundo. Estaban enamorados, eran almas gemelas, como había mencionado Rhapsody, pero Carmilla aún se resistía al amor. Ya había amado antes, y para ella, eso era suficiente.
—Viktor —llamó, interrumpiendo a la pareja—. ¿Tienes hambre?
Viktor asintió y se sentó en uno de los bancos de la cocina.
—Desafortunadamente, olvidé traer mi sangre de emergencia —bromeó.
Con un gesto despreocupado, Carmilla extrajo una pequeña botella de vidrio del bolsillo exterior de su abrigo, asegurándose de no mostrar el contenido oculto en el bolsillo interior.
—Te daré de la mía —dijo, tomando un vaso de vidrio de un gabinete y luego colocándolo delante de su amigo. Vertió en él la sangre, que aún conservaba su tibieza—. No es mucha, así que bebe con moderación o desearás más.
Viktor envolvió el vaso con sus manos, revolviendo el contenido con giros pausados de su muñeca.
—¿Has olvidado acaso que soy un vampiro también? —preguntó—. No he perdido la memoria sobre cómo manejar nuestras particulares necesidades.
Con una sonrisa sutil, Carmilla se situó detrás de Viktor, posando sus delgados dedos sobre sus hombros.
—Entonces, adelante, pruébala —lo animó.
Viktor comenzó con un sorbo pequeño y comedido, pero pronto su naturaleza vampírica tomó el control, impulsándolo a vaciar el vaso de un solo trago. Carmilla lo observó con una preocupación apenas velada antes de voltear a ver a Dorian, quien se encontraba distraído lavando algunos trastes sucios.
—Ya es suficiente —dijo ella entonces, volviéndose hacia su amigo y arrebatando el vaso de sus manos para dejarlo de nuevo sobre la barra—. ¿Te sientes satisfecho?
Viktor se limpió la boca con el dorso de la mano y soltó un suspiro.
—Por el momento —respondió, arrastrando un poco la voz.
Carmilla lo miró con tristeza y, después de tomar una profunda respiración para calmarse, envolvió a Viktor con sus brazos, reposando la cabeza sobre su hombro.
—Me alegra que estés aquí —confesó, con un nudo en la garganta—. Y lamento tanto arrebatarte el final feliz que te mereces.
Viktor frunció un poco el ceño, confundido, pero incapaz de reaccionar por comó se le caían los párpados y su cabeza se tornaba demasiado pesada para sostenerla. Carmilla lo liberó, dejando que se desplomara inconsciente sobre la barra de la cocina.
El impacto captó la atención de Dorian, quien se giró hacia ellos de inmediato. Al ver a Viktor en ese estado, su preocupación se manifestó al instante.
—¿Viktor? —llamó, moviéndose para acercarse a él, pero Carmilla bloqueó su camino.
—Está bien —aseguró—. Solo le di un sedante para que descanse.
Desafortunadamente, Dorian no era ingenuo y la escudriñó con desconfianza.
—¿Le pediste su consentimiento?
Carmilla negó con la cabeza, cínica.
—Necesitaba apartarlo —respondió—. Tiene la mala costumbre de meterse demasiado.
Dorian trató de abrirse paso hacia Viktor, pero Carmilla se lo bloqueó de nuevo, dejándolo acorralado entre el fregadero y ella.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Dorian—. ¿Por qué quieres alejar a Viktor?
—¿Sabías que su relación fue algo accidental? —inquirió, ignorando sus interrogantes—. Al principio, nunca fue parte del plan que él te marcara como su presa. Solo iba a usarlo para obtener información y luego alejarlo de ti.
Dorian comenzó a deslizarse con cautela a lo largo del borde de la encimera, notando cómo Carmilla lo acechaba y lo observaba con unos ojos amenazantes. Para lo que la vampira estaba a punto de hacer, no podía permitirse sentir absolutamente nada.
—¿Información? —indagó Dorian, sacando con discreción un cuchillo de uno de los cajones.
—La necesaria para confirmar que eres una Anomalía —añadió—. Solo así puedo cumplir mi parte del trato.
—¿Qué trato?
—La aniquilación de todas las Anomalías a cambio de lo que deseo.
Dorian miró a Viktor por encima del hombro de Carmilla, quien aún permanecía inconsciente y seguiría estándolo durante algunas horas más. La vampira se había asegurado de ello para evitar que se involucrara en lo que estaba a punto de suceder. Su mejor amigo era una de las pocas cosas que todavía le importaban.
—¿Y cómo planeas aniquilar a todas las Anomalías tú sola? —preguntó Dorian, apretando con fuerza el mango del cuchillo.
—No lo haré sola —afirmó, extrayendo una afilada daga del interior de su abrigo rojo, una antigua arma con una propiedad muy peculiar.
Con una velocidad sorprendente, Carmilla lo apuñaló en el pecho antes de que pudiera reaccionar.
Dorian se tornó boquiabierto, soltando un jadeo mientras su mirada se posaba en la daga clavada en su cuerpo. Su visión se partió en dos y, a pesar de sus intentos por aferrarse a la empuñadura, sus brazos cedieron y la fuerza abandonó su cuerpo.
Carmilla arrancó la cuchilla de su pecho, y Dorian se desplomó hacia atrás. Su camisa estaba empapada en rojo y debajo de él se empezaba a formar un charco de sangre.
Arrodillándose junto a él, Carmilla se concentró en percibir algún latido o respiro, pero ya no había señales de vida. Se encontró con los ojos abiertos de Dorian, llenos de terror y sin enfocar nada en particular. Con delicadeza, cerró sus párpados con una mano y se inclinó hacia su oído para susurrar:
—No me puedo permitir lamentar esto.
Carmilla se levantó y miró a Viktor, aún inconsciente en la barra de la cocina. Él no tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero en unas pocas horas, al despertar, se daría cuenta de que había perdido a su alma gemela.
¡No me maten como Carmilla a Dorian, por favor!
Ya solo falta el epílogo... 👀
¡Muchísimas gracias por leer! 💋
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