💋Capítulo 34. No lo ames

Dorian se arrodilló en el suelo con lentitud, observando la transformación de Viktor frente a sus ojos. El encantador vampiro de ojos juguetones y sonrisa encantadora había desaparecido, reemplazado por un Nosferatu que ahora se apoderaba de su cuerpo.

«Si no recibimos una declaración de amor a tiempo, morimos y nos convertimos en Nosferatus», recordó las palabras de Carmilla

Una oleada de culpa lo invadió. Viktor lo había marcado como su presa para salvarle la vida, dedicando semanas a conquistarlo, entregándose por completo, y él ni siquiera pudo corresponderle, retribuirle por todo lo que había hecho. Quizás al principio lo había utilizado, pero Dorian sabía, o mejor dicho, sentía, que detrás de todo eso, Viktor sí se preocupaba, lo quería... lo amaba.

—No... —susurró con lágrimas en los ojos, presenciando la completa transformación del Nosferatu y escuchando el crujido de sus huesos.

Sentía que era su culpa, su propio miedo a admitir amor por alguien, el temor arraigado a que le rompieran el corazón; como su madre había hecho con su padre, como Tara con su traición o como Morgan con sus engaños. Pronunciar un simple «te amo» le resultaba una tarea imposible; nunca, en sus veintiún años de vida, había logrado hacerlo.

Escondió el rostro entre sus manos. Había contribuido a la muerte de Viktor, le había causado un daño irreparable, y todo por miedo. Miedo a reconocer lo que sentía, miedo a ser vulnerable y miedo a entregar su corazón.

«Eres un completo idiota», se dijo a sí mismo.

Mientras tanto, Tara mantenía su mirada fija en el recién convertido Nosferatu, una sonrisa macabra curvando sus labios. Se aproximó al monstruo y acarició su piel rugosa con las yemas de los dedos, sintiendo cada centímetro de ella. Luego, se inclinó hacia su rostro, donde la sangre brotaba de sus ojos. Recogió un poco de la sangre con su dedo índice y la lamió. Tenía un sabor amargo, descompuesto, pero ahora sentía una conexión con la bestia, le pertenecía.

—Levántate —ordenó.

Al escuchar sus palabras, Dorian tornó su atención hacia Tara, viendo cómo impartía órdenes a Viktor. Se puso en pie con premura y tomó la daga de Hierro Solar que yacía a unos metros de distancia de él.

—¡No te atrevas a darle ni una sola orden! —amenazó con la cuchilla en mano.

Tara soltó una carcajada, parecía una persona perturbada, con el cabello desordenado sobre su rostro y la sangre manchando su ropa y piel.

—Muy tarde, Dorian.

El Nosferatu, Viktor, se incorporó, mientras sus huesos terminaban de acomodarse y emitía guturales gruñidos. Dorian retrocedió, más temeroso de la posibilidad de que fuera Viktor quien lo atacara que del hecho de morir en sí mismo.

—Viktor...

Fue interrumpido por un estruendoso sollozo que lo hizo estremecerse. Tara soltó una carcajada jubilosa y se colocó al lado de su nueva adquisición.

—¡Mátalo! —ordenó, señalando a Dorian—. ¡Mata al amor de tu maldita vida!

El Nosferatu dejó escapar un alarido agudo, pero Dorian, anticipando un ataque, quedó sorprendido al ver que el monstruo se dirigió hacia Tara y la lanzó con fuerza hacia atrás, haciéndola colisionar contra una de las columnas de acero del club.

Dorian quedó atónito al ver cómo Viktor desobedecía las órdenes de Tara y mostraba un grado de autonomía, uno alimentado por los impulsos de querer matarla. El pánico lo invadió ante el pensamiento. A pesar del intenso odio mutuo entre él y Tara, no deseaba ser cómplice de su asesinato. No tenía la intención de convertirse en alguien como ella.

—¡No, no la mates! —pidió con urgencia, corriendo hacia Tara que apenas podía moverse después del impacto—. ¡Viktor, detente!

Pero si algo de Viktor permanecía dentro de la bestia, no lo demostró. Su objetivo estaba claro: matar a Tara y despedazarla. Dorian se detuvo a su lado y la ayudó a levantarse.

—¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó ella, confundida.

—¡Salvando tu vida!

Dorian la arrastró lejos del Nosferatu, sin poder creer que apenas unos minutos antes estaba a punto de ser asesinado por ella y ahora la estaba salvando.

«Querer jugar al bueno te pasará factura», recordó las palabras de Viktor, provocándole un nudo en la garganta otra vez. Estaba seguro de que aún quedaba una parte de él consciente dentro de ese monstruo; de lo contrario, lo habría matado cuando Tara se lo ordenó.

«Voy a salvarte, no sé cómo, pero lo haré», se prometió a sí mismo.

Se escondió junto con Tara detrás de la barra del bar mientras el Nosferatu, recién convertido, luchaba por acostumbrarse a su gran tamaño y agresivos instintos.

—Voy a matarlo —sentenció Tara.

—No, no vas a matarlo —declaró Dorian con firmeza, aferrándose a su chaqueta—. ¿Me oíste?

—Es un monstruo —masculló, quitándose la mano de Dorian de encima.

—¡Es Viktor!

—¡Ya no hay nadie ahí! —refutó, arrebatándole la daga de Hierro Solar de la mano—. Tu estúpido novio está muerto y yo voy a terminar con sus restos.

Dorian intentó detenerla, pero era demasiado escurridiza, por lo que se deslizó fuera de su alcance con facilidad y salió del escondite, corriendo a través de Plague para llegar al Nosferatu.

—Maldita sea... —murmuró, y la siguió. Viktor lo llamaba un idiota con intenciones suicidas y tal vez lo era, pero valdría la pena. Cada maldito riesgo valdría la pena si eso significaba prevenir una tragedia.

Tara, todavía algo debilitada por el golpe del Nosferatu, se tambaleó a su alrededor, rasgando su piel con la punta de la daga mientras el monstruo lanzaba zarpazos con sus afiladas garras.

—¡Viktor! —Dorian volvió a llamar su atención.

El Nosferatu se detuvo por un instante, pero al siguiente volvió a abalanzarse hacia Tara con la intención de devorarla. Se vio acorralada entre el muro y la bestia, y Dorian, impulsado por su bondad y su imprudencia, se interpuso entre Tara y lo que quedaba de Viktor.

—¡Detente! —ordenó, oyendo cómo las palabras salían de su boca con más fuerza de lo habitual y sintiendo un leve cosquilleo en la parte trasera de la cabeza: era el poder de su parte Banshee.

El Nosferatu se detuvo a centímetros de su rostro, lanzando un último zarpazo que rasgó el hombro de Dorian. Sin embargo, él soportó el dolor y mantuvo la mirada fija en Viktor. Sabía que estaba presente; podía sentirlo, verlo en el vacío carmesí en el que se habían transformado sus ojos.

Tara se arrastró hacia atrás, y Dorian retrocedió conforme Viktor se acercaba.

—Por favor, detente —volvió a rogar, y se topó con el muro a sus espaldas. Tragó saliva con nerviosismo al estar acorralado, con el rostro del monstruo tan cerca de él, sus colmillos a meros centímetros de devorarlo si así lo deseaba—. Sé que no quieres hacerme daño, mucho menos matarme.

El Nosferatu gruñó, mostrando su afilada dentadura y estremeciéndose de punta a punta como si luchara contra sus propios instintos.

—Tranquilo —susurró Dorian, extendiendo una mano igual de temblorosa hacia el rostro de la criatura.

«Tú sabes que es Viktor», pensó y, con esta idea en mente, rozó la rugosa piel de la bestia. Esta se tensó y gruñó de nuevo, pero no mostró señales de querer atacarlo, al menos no por el momento.

—Sé que estás ahí, Viktor. Sé que puedes escucharme. —Con más confianza, acarició su mejilla—. Y sé que puedes sentir esto.

Viktor hizo amagos de alejarse, pero Dorian se aferró a su cara con ambas manos, negándoselo.

—No te vayas, no aún —pidió—. Primero escúchame.

El monstruoso rostro se contorsionó, reflejando una peculiar mezcla de vergüenza y tristeza. Podía sentir esas emociones dentro de sí mismo, los verdaderos sentimientos de Viktor.

—Ambos tenemos miedo de amar y lo entiendo, es algo... algo muy aterrador —continuó—. Pero estoy dispuesto a enfrentar mi miedo, y sé que tú, en el fondo, quieres hacer lo mismo. Lo sé porque así como tú podías escuchar mis latidos y percibir mis emociones, yo lo vi en tus ojos, lo oí en tu voz, lo sentí en cada una de tus caricias. —Un par de lágrimas surcaron sus mejillas—. Así que no te alejes de mí ahora. No te alejes nunca.

Acercó su rostro al de Nosferatu, al de su amado Viktor, y juntó sus frentes. Lo miró a los ojos y luego los cerró.

—Por favor, Viktor, regresa —imploró con la voz entrecortada, dejando que el deseo fluyera a través de sí—. Regresa a mí.

Sintió algo húmedo caer sobre su mejilla y, al abrir los ojos, se percató de que el Nosferatu derramaba lágrimas de sangre. Dorian supo que estaba funcionando, que Viktor lo estaba escuchando.

Tocó la herida en su hombro, de donde aún emanaba sangre, y se embarró un poco en sus propios labios.

—Mi sangre es tuya, tu sangre es mía —recitó las palabras de la canción que cantó pensando en Viktor, para Viktor—. Por toda la eternidad o hasta que la infinidad nos condene quebrantables.

Sin temor alguno, unió sus labios con los del Nosferatu y le dio un suave beso, dejando su sangre en ellos como un vínculo irrompible.

—Te amo, Viktor —confesó.

Cerró los ojos y se preparó para lo peor, temiendo que el Nosferatu saboreara la sangre en sus labios, ansiara más y que la última parte de Viktor que quedaba viva en él pereciera por completo.

Sin embargo, ninguna de esas catastróficas posibilidades se hizo realidad. Lo único que sintió fue la retirada del rostro del Nosferatu de sus manos. Separó los párpados de súbito y presenció cómo el cuerpo monstruoso se desintegraba en cenizas blancas.

—No... —Trató de atraparlas en sus palmas con desesperación, temblando, pero Viktor ya se había ido—. ¡No!

Sollozó con desconsuelo, con una mezcla de tristeza y furia, lamentando el tiempo perdido, lamentando su carencia de valentía para confesar su amor a Viktor cuando tuvo la oportunidad.

Observó las cenizas dispersas a sus pies y se agachó para intentar juntarlas con las manos, anhelando con ingenuidad que algo pudiera renacer de ellas. Sabía que era en vano y desistió, soltando los restos para abrazar sus rodillas y esconder su rostro entre ellas

«Lo mataste», se reprochó a sí mismo por haber tardado tanto.

—Dorian. —Escuchó la voz de Viktor, pero se negó a sucumbir a las artimañas de su dolorido subconsciente.

«Su vida estaba en tus manos y no pudiste decirle que lo amabas».

—Dorian —insistió la voz.

Alzó el rostro, a punto de gritar que lo dejaran en paz, cuando percibió un tacto frío en su cabeza. Abrió los ojos de súbito y se encontró con Viktor, arrodillado frente a él, indemne, en su forma de vampiro en lugar de Nosferatu. Parpadeó varias veces, incrédulo.

—¿Realmente eres tú? —preguntó en un susurro y se apresuró a sacudir la cabeza e intentar retroceder, aunque ya no había espacio—. No, no puede ser, te vi morir, yo te...

Viktor le sonrió y lo interrumpió al acariciar su mejilla.

—Soy yo, Dorian.

Dorian se tornó boquiabierto y observó a Viktor con detenimiento. Estaba desnudo, pero ileso, tal como lo recordaba. Consideró la posibilidad de que fuera una alucinación o algún tipo de espíritu, y no quiso dejarse llevar por ilusiones vanas.

—No eres real —dijo, tragando saliva con dificultad.

Viktor soltó una leve carcajada, la misma risa que solía expresar cuando algo le resultaba divertido o incluso conmovedor. El vampiro tomó una de las manos de Dorian, quien se quedó paralizado al sentir la frialdad de su tacto, así como la delicadeza con la que siempre lo trataba. Su mano fue guiada hacia el pecho de Viktor, y al colocarla sobre él, pudo percibir sus latidos. Eran constantes, estables, sin ningún indicio de detenerse.

—Estás vivo —dijo, incrédulo, perdido en sus ojos teñidos de un hermoso color guinda. Retiró su mano del pecho de Viktor y la llevó a su cara, acariciando cada centímetro de esta y sintiendo cada parte de su piel. Era él, de verdad era él—. Eres tú —susurró.

Viktor asintió y tomó de nuevo su mano, llevándola a sus labios para depositar un suave beso en sus nudillos.

—Me salvaste, Dorian. —Sus ojos se cristalizaron con lágrimas.

Dorian no pudo contenerse más y se lanzó hacia el vampiro, rodeándolo con sus brazos, casi haciéndolos caer al suelo. Viktor correspondió al abrazo de inmediato, inhalando el aroma del cabello de Dorian, sintiendo sus latidos acelerados y escuchando el suave sollozo que escapaba de sus labios. Se separaron y Viktor acarició el rostro de Dorian, mirándolo a los ojos y permitiendo que sus propias lágrimas fluyeran con libertad.

—Yo también te amo, Dorian —confesó.

Dorian esbozó una sonrisa de genuina alegría, rozando los labios de Viktor con las yemas de sus dedos. Sintió la frialdad de la delicada piel y notó que todavía quedaba algo de su sangre en ella.

—Nunca te alejes a un lugar donde no pueda alcanzarte —imploró, pegando sus frentes.

Conmovido por sus palabras, Viktor deslizó su mano hacia la nuca de Dorian y lo acercó, sellando la promesa con un beso largo y apasionado. Dorian correspondió la caricia sin vacilar, y en su mente no quedó duda alguna:

Su Viktor había regresado... y lo amaba.

¡Viva el amor! 🎉❤️

Muy bonito todo la verdad, pero yo que ustedes no bajaría la guardia todavía... 😈

¡Muchísimas gracias por leer, nos leemos en el próximo y último capítulo!💋

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