💋Capítulo 33. No lo lastimes
Viktor seguía retorciéndose de dolor por las dagas clavadas en su pecho y manos, tan profundamente incrustadas en el muro que no podía sacarlas, a pesar de su máximo esfuerzo. El Hierro Solar quemaba su piel y carne, llegando incluso a rozar sus nervios, causándole un sufrimiento agónico.
—¡Mierda! —bramó al intentar liberar su mano otra vez.
En ese instante, su prioridad no se limitaba a encontrar a Dorian para implorar su perdón; también debía lidiar con la urgente cuestión de Tara, quien había confesado ser la artífice detrás del envío de los Nosferatu para cazar y eliminar a Dorian, debido a que era una Anomalía. Después de haberlo dejado agonizando en un callejón, alejado de las miradas curiosas, se había encaminado hacia Plague con la intención de ejecutar lo que de seguro sería su ataque decisivo. La misión ya no era solo ganarse el afecto de Dorian, sino salvar su vida una vez más.
Con esa determinación en mente, se concentró en la daga que atravesaba su mano derecha, soltando una maldición en forma de susurro. Si conseguía liberar aunque fuera una de sus manos, podría extraer las dos dagas restantes. No obstante, había una única solución para ello, y sería muy dolorosa.
Inhaló de forma entrecortada, su visión nublada tanto por la pérdida de sangre como por la inminente transformación en un Nosferatu que ocurriría pronto. En circunstancias normales, la claridad mental sería una hazaña imposible, pero la imperiosa necesidad de rescatar a Dorian lo mantenía lúcido.
—¿Por qué tenía que amarte tanto? —se lamentó, soltando una risa trémula.
Cerró los ojos por un breve momento, reuniendo la suficiente fuerza mental y, con un movimiento brusco, desplazó su brazo derecho hacia la izquierda para cortarse una parte de la palma y liberarse de la daga. El Hierro Solar lo quemaba con intensidad, arrancándole un grito de dolor que contuvo para poder continuar cortando a través de la carne y la piel. El proceso era tedioso, y podía sentir cómo el sudor se acumulaba en su frente y humedecía su cabello con cada segundo que transcurría.
Después de minutos que se sintieron eternos, logró cortar el último trozo de carne que lo retenía y liberó su mano derecha. Exhaló, agotado, y examinó la herida que se extendía desde el centro de su palma hasta cerca del meñique. Su brazo entero temblaba fuera de su control y el corte no cicatrizaba tan rápido como habría preferido, pero era suficiente por ahora.
Lo primero que hizo fue arrancar la daga que casi rozaba su corazón y la lanzó al suelo. Luego, extrajo la cuchilla que perforaba su otra mano y se aferró a su empuñadura, notando cómo teñía la hoja con su sangre y cómo sus nudillos se blanqueaban por la fuerza que ejercía.
Cortó un trozo de la tela de su camisa blanca y lo usó para vendarse la herida más severa. Sin duda, la prenda sería desechada una vez todo terminara, pues estaba resuelto a concluir con todo: detener a Tara, rescatar a Dorian y revelarle sus verdaderos sentimientos.
—No te atrevas a morir aún, Dorian —dijo para sí y abandonó el callejón con pasos resueltos, empuñando una daga de Hierro Solar.
Solo por hoy, volvería a adoptar el manto de un Verdugo.
(...)
Dorian presenció cómo el Nosferatu caía dentro de Plague, este último impasible ante el caos que había desatado a su alrededor y los gritos de pánico de la multitud que se empujaba entre sí por abandonar el club nocturno. Solo unos pocos habían conseguido huir a tiempo, evitando ser aplastados por los escombros.
—¡Mierda! —espetó, girándose hacia sus compañeros de banda. Elay y Roderick lo miraban, atónitos, mientras que Emma, que ya había tenido encuentros previos con un Nosferatu, preguntó:
—¿Este también viene por ti?
—¿Por ti? —repitió Elay, confundida por sus palabras—. ¿De qué está hablando?
En ese momento, el Nosferatu emitió un rugido y Dorian se estremeció, lanzándole una mirada furtiva. Quizás era su imaginación, pero este le parecía mucho más imponente y aterrador que los anteriores a los que se había enfrentado.
—¿Cuántos de estos has enfrentado con exactitud? —preguntó Roderick, cambiando el enfoque de la conversación.
—A ninguno, siempre he huido de ellos —confesó Dorian con franqueza, desviando su atención hacia la bodega junto al escenario—. Síganme.
Mientras el Nosferatu se sacudía los escombros, Dorian guió al grupo hacia la seguridad relativa de la bodega. Cerró la puerta y la aseguró con el pestillo; aunque consciente de que no sería rival ante la fuerza de un Nosferatu, encontró un pequeño consuelo en ese gesto tan insignificante.
—Ahora... Ahora veo por qué todos dicen que los Nosferatus son una pesadilla —titubeó Roderick, intentando aligerar el ambiente.
Elay se pasó las manos por el cabello, arruinando el peinado que le había tomado horas arreglar.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó con un ligero temblor en su voz—. Dudo que llamar a emergencias esté entre las opciones.
—Lugosi no debería estar lejos —dijo Dorian, sacando su teléfono—, pero como el idiota no es promesa de nada, sé a quién sí podemos llamar.
—¿Estás pensando en Viktor? —preguntó su hermana, captando su intención.
Dorian asintió mientras desbloqueaba el contacto del vampiro.
—¿Viktor? —se sorprendió Roderick—. ¿Y qué se supone que hará el ruso ante esto?
—Es un vampiro, genio —replicó Elay—. De seguro tendrá alguna idea de cómo enfrentarse a su amiguito monstruoso de allá afuera.
Dorian localizó el número y marcó con premura, su ansiedad creciendo mientras los pasos pesados y los aterradores lamentos del Nosferatu se acercaban, anunciando su pronta llegada. Sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que la criatura los encontrara y desgarrara la puerta de la bodega como si fuera papel.
«Por favor, responde», imploró en silencio al teléfono.
La voz automatizada del buzón lo devolvió a la cruda realidad.
—¡Carajo! —bramó, lanzando el teléfono al otro extremo de la bodega, sumido en la incertidumbre de si Viktor elegía no responder o si no podía hacerlo. Carmilla había asegurado que él volvería y estaría presente en el concierto, pero no había rastro de él.
«Esta vez no vendrá a salvarte», pensó, con una sensación de desamparo apretándole el pecho.
Con una exhalación vacilante, se enfrentó a las miradas llenas de expectación de sus amigos y hermana.
—Supongo que eso significa que no contamos con él —dedujo Roderick, interpretando el silencio.
Elay miró a Dorian con preocupación.
—Dorian...
—No, no vendrá —zanjó con resignación—. Tendremos que arreglárnosla por nuestra cuenta hasta que algún Verdugo aparezca.
—¿No podrías intentar con aquel número que Viktor te dio la última vez? —propuso Emma, buscando soluciones.
Dorian negó con la cabeza.
—Ese método solo es efectivo con dispositivos asociados a la Sociedad Ulterior —aclaró, cerrando esa vía.
Roderick exhaló, casi en derrota.
—Tengo la sensación de que vas a terminar quemando otro edificio —comentó.
—¡Tal vez esa sea nuestra única salida! —respondió Dorian, frustrado. No deseaba convertir Plague en cenizas, pero la presencia amenazante del Nosferatu no dejaba margen para muchas alternativas—. ¡A menos que alguno de ustedes tenga un mejor plan, no veo..!
La conversación fue interrumpida por una serie de golpes en la puerta de la bodega y ruegos angustiados desde el exterior. La tensión se palpó en el aire; Elay casi deja caer su guitarra, considerando utilizarla como arma, y Roderick sopesaba hacer lo mismo con sus baquetas.
—¡Ayuda, por favor! —Se escuchó una voz femenina entre los lloriqueos. Dorian entornó los ojos, reconociendo casi de inmediato a la persona detrás de la puerta.
—¿Tara?
—¡Dorian! —Sonaba desesperada—. ¡Por favor, ábreme, te lo suplico!
Justo cuando Dorian avanzaba para quitar el seguro a la puerta, Elay lo detuvo, agarrando su brazo con firmeza.
—¿De verdad vas a dejarla entrar?
—¡Claro que la voy a dejar entrar! Que hayamos tenido diferencias en el pasado no significa que la quiera muerta.
Elay movió la cabeza en un gesto de desaprobación.
—No es eso lo que me preocupa, es que tengo un mal...
—¡DORIAN! —Los gritos de Tara se intensificaron y los golpes en la puerta se volvieron más frenéticos—. ¡El monstruo está cerca! ¡Por favor, apresúrate!
Ignorando las advertencias de Elay, Dorian indicó a los demás que retrocedieran y abrió, preparado para encontrar a una Tara aterrada y necesitada de ayuda. Sin embargo, en lugar de eso, se topó con el rostro ensangrentado de la chica y una sonrisa maliciosa que adornaba sus labios mientras exhibía unos afilados colmillos. Sus ojos reflejaban una mirada idéntica a la de Viktor cuando dejaba aflorar su lado vampírico.
Dorian retrocedió de inmediato, a punto de cerrar la puerta, pero Tara la detuvo con una sola mano.
—¿Qué pasa? ¿Ya no quieres salvarme? —preguntó, su tono tétrico resonando en sus oídos.
—Eres una vampira —murmuró Dorian, incrédulo—. ¿Cómo...?
—Hay muchas cosas que ignoras sobre mí, Dorian —afirmó, agarrándose al cuello de su camisa—. Y la primera de ellas... es que debo matarte.
Dorian forcejeó por liberarse, pero Tara, impulsada por su condición sobrenatural, demostró una fuerza abrumadora al arrastrarlo fuera de la bodega y lanzarlo contra una columna de acero. Dorian recibió el mayor impacto en la espalda, y mientras el dolor se propagaba por su cuerpo, escuchó los gritos de pánico de sus amigos y su hermana. Antes de que alguno de ellos pudiera reaccionar para ayudarlo, Tara cerró la puerta de la bodega con un azotón y rompió la manija para atraparlos dentro.
—¿Estás asustado, Dorian? —provocó Tara, arrojando la perilla al suelo.
Dorian hizo un enorme esfuerzo por levantarse apoyándose en sus codos. Su visión estaba borrosa y todavía le costaba respirar, pero sabía que debía moverse porque el Nosferatu estaba cerca. No obstante, antes de que pudiera recuperarse por completo, Tara habló de nuevo, como si leyera sus pensamientos o quizás él hubiera expresado sus temores en voz alta sin darse cuenta.
—En este momento, el Nosferatu no debería ser tu mayor preocupación —afirmó con certeza—. No te atacará a menos que yo se lo ordene.
Dorian logró ponerse de pie con dificultad, confirmando las palabras de Tara al notar que el monstruo estaba a pocos metros de distancia, gruñendo pero sin mover ni un músculo. Quedó atónito.
—¿Tú puedes controlarlo? —indagó.
—No eres la única Anomalía en esta habitación, Dorian —respondió, apareciendo frente a él de repente y rodeando su cuello—. Pero pronto, yo sí lo seré.
Lo arrastró hacia el área del bar y lo lanzó contra la barra, sintiendo cómo el aire escapaba de sus pulmones al impacto. Mientras intentaba recuperarse, Tara volvió a aparecer y lo inmovilizó, aferrándose a sus muñecas.
—¿Por qué quieres matarme? —preguntó Dorian, entre jadeos, esperando no haberse roto algún hueso por el golpe.
—Las Anomalías deben ser erradicadas, Dorian —respondió Tara, soltando una de sus muñeca para acariciar su rostro y apartar un mechón de cabello negro que cubría su frente—. Y tú eres una muy peculiar. Un «medio muerto», como te llama mi salvador.
Frunció el ceño.
—¿Tu salvador?
—Aquel que perdona la vida de algunas Anomalías a cambio de que nosotros acabemos con otras —explicó de forma vaga, chasqueando la lengua con desdén—. Así que no lo tomes como algo personal. Es solo una vida por otra, estoy segura de que tú harías lo mismo, ¿no?
—¿Que no lo tome como algo personal? —inquirió—. ¡Tú fingiste ser otra persona, pretendiste ser mi mejor amiga y ahora vienes a asesinarme!
Tara lo levantó de la barra con un tirón.
—Tienes razón, esto es personal. Supongo que te tenía algo de envidia. Una Anomalía libre, mientras que yo soy una maldita prisionera —admitió, lo alzó del suelo y lo arrojó de nuevo, esta vez contra los estantes repletos de botellas de licor.
El impacto hizo estallar el cristal en mil pedazos y, al caer al suelo, Dorian apenas pudo proteger su cabeza de los trozos afilados. Encogiéndose sobre sí mismo, jadeaba de dolor y le costaba respirar. Con un gruñido, se sentó con lentitud, sintiendo una punzada en el brazo; un fragmento de vidrio se había incrustado, no demasiado grande, pero le causaba un ardor agudo.
—Maldición... —susurró y extrajo el trozo de cristal, apretando los dientes para contener un quejido. La sangre comenzó a empapar su chaqueta aunque presionaba la herida para detener el sangrado.
Tara lo observaba con diversión desde el otro lado de la barra, apoyando un codo sobre esta y sosteniendo su rostro sobre su palma.
—Pobrecita Anomalía, ¿dolió mucho?
Dorian la miró con desprecio a través de su cabello empapado por el licor que le había caído encima.
—Si planeas matarme, hazlo ya —espetó con dureza—. Termina con mi vida y salva la tuya de una vez por todas.
Tara saltó con agilidad al otro lado de la barra y se acuclilló frente a él.
—Pero ¿dónde estaría la diversión en eso? —Su mirada adquirió un matiz maníaco mientras clavaba sus uñas en la herida de su brazo, provocando que Dorian soltara un grito—. Me fascina verte sufrir.
Dorian, apenas recuperándose, fue levantado otra vez por Tara, quien lo arrastró fuera del bar y lo depositó en el centro de la pista de baile, cerca del escenario. No hizo ningún intento de resistirse; sería inútil. Tara era una vampira demasiado fuerte y él un humano herido y débil.
Dejándolo tirado en el suelo, Dorian encontró un breve alivio del dolor que asolaba su cuerpo al contemplar el cielo estrellado a través del agujero que el Nosferatu había dejado al entrar. No había ni una sola nube en el firmamento, solo oscuridad y estrellas. Pensó que, si iba a morir, al menos lo haría con una vista hermosa.
—¡Ven aquí, es hora de cenar! —ordenó Tara al Nosferatu, soltando una carcajada.
El monstruo se acercó con pasos rápidos y se detuvo a pocos metros de Dorian. Era aún más espantoso de cerca, con la piel áspera, los colmillos amarillos y emanando un repugnante olor a sangre añeja.
Tara se arrodilló junto a Dorian y lo miró con disgusto.
—Debo admitir que esta no es mi forma favorita de matar, es demasiado sangrienta —comentó—, pero también es la más dolorosa que se me ocurrió. —Inclinó su cabeza hacia su oído y apartó su cabello para susurrar: —Rogarás por clemencia, Dorian Welsh.
Volvió a reír de manera desquiciada y se apartó, soltando un largo suspiro.
—Muy bien, acábalo. —Chasqueó los dedos y el monstruo rugió.
Se abalanzó hacia Dorian, quien sintió el impulso de levantarse y huir, pero el Nosferatu fue más rápido, atrapándolo en el suelo con una garra sobre su pecho. Después de olfatearlo de cerca y reconocer a su presa, rugió una vez más. Dorian cerró los ojos, esperando sentir el dolor de ser devorado, pero en cambio, solo escuchó un grito proveniente de Tara.
Al separar los párpados, se volvió hacia el origen del grito. Tara estaba de rodillas en el suelo, con una daga clavada en su hombro, y detrás de ella, Viktor la sujetaba de la nuca.
—Viktor...
El vampiro vio a Dorian y le dirigió una de sus características sonrisas astutas.
—Lamento la demora —dijo, arrancando la daga del hombro de Tara, lo que provocó otro bramido de agonía. Luego, colocó la punta de la cuchilla en su pecho y miró al Nosferatu—. Voy a matar a tu ama.
El Nosferatu, priorizando la vida de su líder sobre devorar a Dorian, se apartó y rugió a Viktor, lanzándose hacia él. Viktor retiró la daga del pecho de Tara y, con un movimiento rápido, le rompió el cuello, acabando con ella. Se alejó y, siendo más ágil que la enorme bestia, la rodeó y le infligió un profundo corte en una de sus piernas, lo que la hizo soltar un alarido y caer al suelo. El vampiro corrió de nuevo hacia el monstruo y, sin vacilar, le clavó la daga en el cráneo.
El Nosferatu emitió un chillido ahogado antes de quedar inmóvil y convertirse en cenizas. Viktor presenció su muerte y, una vez seguro de que el trabajo estaba hecho, arrojó la daga a un lado.
Dorian, boquiabierto, miró el cadáver de Tara, cuyos ojos estaban extraviados y su cuello en un ángulo antinatural.
—La mataste —titubeó mientras se ponía de pie tambaleándose—. Mataste a Tara...
Viktor se volvió hacia él y negó con la cabeza.
—No está muerta —aseguró—. ¿Acaso no recuerdas lo que te dije sobre los vampiros? La única forma de matarnos es con una estaca de madera o Hierro Solar en el corazón, fuego y la luz del sol.
—Parece muerta.
—Técnicamente lo está —confirmó—, pero regresará en unos minutos.
Dorian cerró los ojos y suspiró de alivio. Al abrirlos, encontró a Viktor parado frente a él, lo que lo hizo retroceder a manera de reflejo, todavía se sentía incómodo por la presencia del vampiro. Las tensiones no se habían resuelto desde su último encuentro.
—Llegaste tarde, pero al menos viniste —añadió Dorian, rompiendo el silencio.
Viktor asintió.
—Sí, llegué.
Dorian lo observó con detenimiento.
—Entonces eres tú otra vez.
Viktor lo miró de regreso con tristeza y, vacilante, rozó la mano de Dorian.
—Lo soy —afirmó—. Nunca dejé de serlo, pero cometí un error. Enfrenté mi pasado de la peor manera, dije cosas terribles, hice cosas terribles, y lo lamento tanto. Perdóname, Dorian, sé que me equivoqué, pero...
—Viktor —lo interrumpió, levantando la mano para acariciar su mejilla—. Te he echado de menos.
Viktor reconoció el perdón en ese gesto, una segunda oportunidad que se le otorgaba sin necesidad de explicaciones. Esta era una de las razones por las que lo amaba tanto: su empatía, su exuberante humanidad. Le devolvió una sonrisa, con los ojos llenos de lágrimas.
—Y yo a ti —confesó, apretando con fuerza la mano de Dorian—. Además, hay algo que necesito decirte, algo que antes me resistía a aceptar, pero ahora...
Sus palabras se vieron interrumpidas por una sensación caliente en su espalda: la daga de Hierro Solar. Tara ya se había recuperado y ahora estaba a un solo movimiento de decidir si quería asesinarlo.
—Debí haberte matado cuando pude —susurró Tara al oído de Viktor, con un tono desquiciado—. Siempre has sido un maldito estorbo.
—Perdiste tu oportunidad, loca de pacotilla —replicó Viktor con desafío, mientras sentía cómo la daga comenzaba a quemar su ropa y a rozar su piel.
—¿De verdad piensas eso? —preguntó ella, a punto de atravesarlo, cuando Dorian intervino:
—¡Tara, detente ya! —ordenó, aunque su voz resonaba de manera peculiar, como si estuviera acompañada por un eco.
Viktor lo miró a los ojos, dorados como los de las Banshees, mientras empleaba de manera inconsciente el poder hipnótico de su voz. Sorprendida, Tara cedió ante los efectos y se apartó de él, soltando la daga.
El vampiro se apresuró a recogerla y alejarse, pero en ese instante, un agudo dolor punzante en la cabeza lo hizo caer de rodillas al suelo.
—¡Viktor! —exclamó Dorian con urgencia y corrió hacia su lado—. ¿Estás bien? ¿Qué te ocurre?
Pero Viktor apenas podía escucharlo a través de un zumbido ensordecedor en sus oídos, seguido de sus propios alaridos que rasgaban su garganta. Sentía cómo cada hueso de su cuerpo se fracturaba, cada músculo se desgarraba y su piel se deshacía, permitiendo que la sangre brotara de todos los orificios de su cabeza. Lo que más temía estaba ocurriendo: se estaba convirtiendo en un Nosferatu.
Dorian observaba la escena con horror, presenciando cómo Viktor se retorcía de dolor y gritaba como nunca antes había escuchado a alguien hacerlo. Sintiendo una impotencia abrumadora al no saber cómo aliviar su sufrimiento, tomó el pálido rostro del vampiro entre sus manos e intentó consolarlo en vano. No entendía qué estaba sucediendo y miró a Tara con una incontenible furia.
—¡¿Tú le hiciste esto?!
Tara, igual de aterrorizada, sacudió la cabeza con rapidez.
—¡Se está convirtiendo en Nosferatu!
Dorian sintió el pánico apoderarse de sí mismo y enfocó toda su atención en Viktor.
—¡Viktor! —llamó con desesperación, pero el vampiro ni siquiera parecía escucharlo—. ¿Puedes oírme? ¡Dime qué debo hacer! —rogó—. ¡Por favor, dime qué hacer, Viktor!
Pero Viktor ya no estaba presente, no podía oír a Dorian. Su voz se ahogaba entre sus propios gritos y los sollozos de un Nosferatu. Su cuerpo empezó a transformarse, sintiendo cómo sus extremidades se alargaban, cómo su cabeza, sus ojos, cada centímetro de su ser sufría modificaciones en el proceso más doloroso imaginable. Era una tortura, pero en medio de toda la agonía, aún pensaba en Dorian. Apenas podía sentir el roce de sus manos, pero sabía que debía protegerlo. Con la fuerza que le quedaba, lo empujó lejos. Sus pensamientos ya no eran claros, pero lo último que cruzó por su mente antes de perder la conciencia por completo fue:
«Te amo, Dorian».
Dejaré esto aquí y retrocederé lentamente...
¡Muchísimas gracias por leer! 💋
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