💋Capítulo 31. No lo reniegues

158 años atrás...

Viktor se sumergía en la suave melodía de un violín que llenaba sus oídos, envolvía su mente y apaciguaba cada nervio de su cuerpo. Era la sensación más serena que experimentaba desde que su padre lo expulsó de casa y emigró desde Rusia hasta Inglaterra. Aprendió con facilidad el idioma, se estableció en un pueblo cercano a la capital, encontró empleo como ayudante en una cosecha y, con los escasos ahorros que había acumulado, adquirió un boleto para la sinfónica en un pequeño teatro de Londres. Cada moneda invertida valió la pena, ya que el muchacho que la ejecutaba parecía inmerso en su propio sonido y el resultado era exquisito.

El joven en el escenario debía tener una edad similar a la de Viktor, pero la diferencia entre ellos era notable; aquel violinista había descubierto su talento y lo había cultivado con éxito, algo que Viktor, a pesar de estar cerca de sus veinticinco años, aún no lograba identificar en sí mismo.

Cautivado por el sonido del violín y aprovechando la escasa afluencia en el teatro, Viktor avanzó desde los asientos traseros hacia las primeras filas para observar más de cerca al músico. Admiró su cabello castaño y sus intensos ojos verdes, que se abrían y cerraban al ritmo de la música. En un instante fugaz, cuando sus miradas se cruzaron, Viktor sintió una conexión profunda. Aunque breve, ese intercambio fue suficiente para sentir un alma viva y latente dentro del violinista. La confirmación de su vitalidad llegó cuando concluyó su pieza, hizo una reverencia con una radiante sonrisa y fue recibido por una ola de aplausos.

Tras bajar del escenario, y aunque el acto principal apenas estaba por comenzar, Viktor se sintió incapaz de permanecer sentado. Movido por el deseo de conocer al violinista, de admirar de nuevo esos ojos y esa sonrisa, lo siguió entre bastidores justo cuando guardaba su instrumento en el estuche. Con el aliento entrecortado por la prisa, Viktor se adelantó y exclamó:

—¡Tu sonido es magnífico!

El muchacho se volvió de inmediato, observando a Viktor con una mirada de sorpresa, tal vez provocada por el sudor perlado en su frente o por la intensidad con la que lo contemplaba.

—¿Nos conocemos?

Viktor aclaró la garganta y se enjugó el sudor, avanzando hacia el joven con pasos pausados.

—Te escuché tocar. Estaba entre el público —respondió.

El violinista entrecerró los ojos y escudriñó el rostro de Viktor hasta que una expresión de comprensión iluminó su semblante, suavizando sus rasgos. La cálida sonrisa volvió a aparecer en sus labios mientras asentía.

—¡Te reconozco! —exclamó—. Te pido disculpas, es vergonzoso para mí no recordar un rostro como el tuyo.

Viktor devolvió la sonrisa y restó importancia con un gesto despreocupado.

—No te preocupes. Aunque, si realmente quieres compensarlo... —Extendió su mano derecha hacia él—. Sería un placer conocer tu nombre.

El desconocido contempló su mano y, sin más vacilación, la tomó entre la suya.

—Matthias Harker —se presentó.

—Viktor Novikov.

Aquel encuentro marcó el inicio de muchos más. Viktor comenzó a invertir sus ahorros en entradas para el teatro, no movido por el deseo de escuchar a la sinfónica principal, sino por ver actuar a Matthias, el joven violinista que abría el espectáculo. En cada actuación, sus miradas se encontraban, y al terminar, Viktor buscaba a Matthias entre bambalinas para conversar durante el intermedio. Fue en esos encuentros donde Viktor supo que Matthias provenía del mismo pueblo donde él trabajaba y que pronto volvería allí para apoyar a su familia, antes de continuar su viaje en el mundo de la música.

Viktor se convirtió en un fiel seguidor de Matthias, asistiendo a cada una de sus actuaciones. Cuando tenía suficiente dinero, compraba un boleto; cuando no, esperaba fuera para acompañarlo a su habitación después. Así transcurrieron tres meses, hasta que, en la víspera de la partida de Matthias hacia su pueblo, lo invitó a su habitación. Era un espacio modesto, con una cama que rechinaba, una chimenea, una mesa de madera con una sola silla y un mueble con cajones donde Matthias guardaba sus escasas posesiones.

—Pronto estaré de vuelta y nos podremos ver cada día, no solo los fines de semana que actúo —dijo Matthias, mientras ponía agua para una tetera de té verde, su preferido.

Viktor, acomodado en la única silla disponible, respondió con un asentimiento lleno de alegría.

—Eso será maravilloso —afirmó—. Pero debo admitir que extrañaré escuchar tu violín.

Matthias quitó la tetera del fuego de la chimenea y vertió el té en una despostillada taza de porcelana.

—Podría darte un concierto privado —ofreció, pasándole la taza a Viktor—. Una actuación solo para ti, mi admirador.

Viktor tomó el té, sintiendo cómo el calor se filtraba a través de sus dedos.

—Sería un placer inmenso.

Matthias exhaló y se recostó sobre la mesa, la fatiga marcada en su postura.

—Para ser sincero, Viktor, te pedí que vinieras esta noche porque tengo algo importante que confesarte.

Viktor tomó un sorbo de la bebida caliente, dejando que la calidez de la infusión reconfortara su garganta.

—Tienes toda mi atención.

Matthias lo miró, una mezcla de vergüenza y duda en sus ojos.

—Valoro mucho tu disposición, pero me temo que lo que tengo que decir... podría no ser del todo grato —advirtió con cautela.

Viktor sintió una tensión instantánea; pese a sus esfuerzos por ocultarlo, la ansiedad se apoderó de su pálido semblante.

—¿Qué ocurre, Matthias? —preguntó con preocupación.

Matthias apartó su atención de Viktor y se levantó de la mesa. Por un instante, temió que Matthias fuera a salir de la habitación, pero en su lugar, se dirigió hacia un mueble junto a la cama, abrió el cajón inferior y extrajo un pequeño estuche negro. Con el estuche en mano, volvió a la mesa y lo depositó ante Viktor.

—Esto es para ti.

Viktor soltó una risa nerviosa y movió la cabeza en señal de rechazo.

—No lo aceptaré. No te he traído nada —argumentó.

—Es un obsequio, Viktor —Matthias reiteró con firmeza—. No espero nada en retorno.

Con un destello de curiosidad en sus ojos, Viktor tomó el estuche y lo abrió con cuidado. Dentro, descubrió un brazalete elaborado con cadenas de plata, del cual pendía un cristal carmesí resplandeciente y una pequeña cruz. Era un objeto de belleza singular que, a primera vista, parecía cargado de historia.

—Matthias, esto luce costoso —observó Viktor, impresionado—. No puedo aceptar algo así.

—Fue un regalo de una mujer que afirma ser bruja —explicó Matthias, tocando el cristal con las yemas de sus dedos—. Me dijo que sentía que yo quería comunicar algo importante, pero que no encontraba las palabras adecuadas. Me habló de este cristal de sangre, afirmando que quien lo portara siempre llevaría consigo una parte del ser amado. Su color original era blanco, pero cambió a rojo después de que yo le añadiera una gota de mi propia sangre.

Viktor ensanchó los ojos, anonadado.

—¿Tu sangre? —preguntó con temor—. Matthias, no creo que sea buena idea involucrarte en tales prácticas. Pueden ser peligrosas.

—Todo lo contrario —lo tranquilizó—. ¿Sabías que existe un mundo entero de criaturas sobrenaturales? Aunque diferente, es una sociedad viva, tan real como la nuestra.

—No... no tenía idea —confesó Viktor, desconcertado. Sonaban como meras fantasías.

—De cualquier manera —Matthias continuó, arrodillándose ante Viktor y tomando su muñeca para colocarle el brazalete—. Deseo que lo tengas, como un símbolo de que siempre portarás una parte de mí.

Viktor lo contempló con admiración, dejando de lado cualquier pensamiento sobre el origen o la naturaleza del cristal rojo. Era un regalo de Matthias, el chico cuya música y sonrisa que iluminaba el escenario lo había enamorado.

—Gracias —susurró Viktor, y con Matthias tan cerca, reunió coraje y se inclinó para juntar sus labios. Aunque no era la primera vez que besaba a alguien, aquel beso tenía un significado especial que eclipsaba todos los anteriores.

Matthias correspondió al gesto, entrelazando sus dedos en el cabello de Viktor que llevaba atado a la altura de la nuca. Después de unos largos segundos, se separaron y Matthias habló:

—No sabes lo feliz que me hace que esto sea recíproco.

Viktor acarició la mejilla de Matthias.

—A mí también.

(...)

Al día siguiente, Matthias regresó a su pueblo natal y fue recibido por su familia: su madre, su padre y sus tres hermanas menores. Siendo el único hijo varón, cargaba aún más peso en sus hombros, en especial por las expectativas de su progenitor, quien no aprobaba su elección «poco masculina» de dedicarse a la música en lugar de administrar las tierras familiares que algún día heredaría.

La relación entre Viktor y Matthias debía mantenerse en secreto. Evitaban cualquier muestra de afecto en presencia de otros y se encontraban en un antiguo cobertizo cuando todas las luces del pueblo se apagaban durante la noche. Solo entonces podían abrazarse, besarse y estar juntos sin temor.

Por un tiempo, encontraron felicidad en esos momentos fugaces bajo la oscuridad nocturna. A Viktor no le importaba el secreto; de hecho, lo encontraba emocionante. Sin embargo, Matthias no compartía su entusiasmo y una noche se le ocurrió una idea descabellada que marcaría el inicio del fin...

—Deberíamos marcharnos —sugirió Matthias.

La idea sonaba absurda a los oídos de Viktor.

—¿Marcharnos? ¿A dónde? —preguntó.

—De vuelta a la capital. Yo seguiré construyendo mi carrera musical y tú encontrarás un mejor empleo. Tendremos nuestro propio pequeño y acogedor apartamento, y podremos vivir sin escondernos.

Viktor soltó una discreta risa de incredulidad.

—¿Estás bromeando o has añadido otro tipo de hierba a tu té esta mañana? —bromeó—. Estás parlando tonterías.

—No es tan descabellado. Las brujas podrían ayudarnos.

—¿Brujas? —Viktor levantó una ceja—. Te dije que no quiero que te involucres con ellas. Es peligroso.

—No, no lo es. Te lo juro. —Matthias tomó las manos de Viktor con fuerza—. También te juro que mañana por la noche nos iremos de aquí.

—Es demasiado pronto. Es imposible.

—Me prometiste que nunca me dejarías, que me protegerías, ¿recuerdas? —inquirió Matthias.

Viktor vaciló.

—Sí, pero esto es... es muy arriesgado, Matthias.

—La vida no merece la pena sin correr riesgos, eso es solo sobrevivir —contrapuso él, y le dio un beso en la sien—. Por favor, Viktor, confía en mí. Sígueme y nunca te separes de mí.

Viktor, vulnerable ante el tono apesadumbrado de Matthias y su mirada suplicante, cedió. Fue ingenuo y aceptó sin darle muchas vueltas al asunto. Su único deseo era verlo feliz, incluso si eso implicaba correr riesgos.

—Confío en ti —aseguró.

Matthias le dedicó una sonrisa radiante.

—Mañana a esta hora estaremos rumbo a la capital. No quiero esperar ni un minuto más. —Lo besó con fervor—. Te amo demasiado como para seguir aplazando esto.

—Yo también te amo —confesó Viktor—. Y te seguiré a donde vayas.

(...)

Viktor aguardó a Matthias en el cobertizo según lo acordado, pero la noche ya había caído y la ansiedad le carcomía los nervios por la tardanza de su amado. Un mal presentimiento se apoderó de él; Matthias nunca llegaba tarde y siempre estaba listo antes que nadie. Algo estaba mal, y Viktor lo sintió en lo más profundo de su ser.

Con cautela, salió del cobertizo y divisó el cielo nocturno pintado de un naranja ominoso, mientras escuchaba los clamores de una multitud enfurecida:

«¡Quemen a los impíos, purifiquen sus almas, maten al demonio!»

Se dirigió hacia el origen del tumulto y observó a los aldeanos formando una turba, armados con antorchas y armas rudimentarias. Algunos llevaban colgantes de cruces y otros rociaban agua bendita delante de ellos. Enseguida, Viktor comprendió la situación: era una quema, una purga de aquellos considerados «devotos de Satanás».

—No, no, no... —murmuró Viktor, aterrado, con el recuerdo de la conexión de Matthias con las brujas resonando en su mente, evidenciada por el brazalete en su muñeca—. ¡Matthias!

Su grito, cargado de pavor, resonó en el aire mientras corría hacia la casa de la familia Harker. Se negaba a aceptar que Matthias hubiera caído en manos de la turba; él era demasiado astuto como para permitir que eso sucediera. En lugar de seguir a la multitud, decidió buscar a Matthias en la granja de sus padres. Solo necesitaba asegurarse de que estuviera allí, a salvo.

Llegó a la casa de los Harker, una de las granjas más grandes del pueblo, con extensos campos repletos de cultivos. Se apresuró hacia la puerta, pero antes de que pudiera tocarla, el padre de Matthias emergió, apuntándole con un fusil.

—¡Fuera de mi propiedad! —rugió.

Viktor levantó las manos en señal de rendición.

—¿Matthias está aquí? —preguntó con urgencia—. Por favor, solo necesito saber si él...

Su pregunta fue cortada por un disparo que impactó cerca de sus pies, obligándolo a retroceder tambaleándose.

—¡¿Fuiste tú quien corrompió a mi hijo?! —gritó el señor Harker, recargando el arma.

—¡No! —exclamó Viktor, con el corazón latiendo desbocado—. ¡Yo no hice eso! —Tragó saliva con dificultad—. Por favor, solo quiero saber dónde está.

—Su alma está siendo purificada del demonio que lo posee —respondió con repulsión—. Un brujo, involucrándose con hombres... ese ya no es mi hijo.

—¡Claro que lo es! —insistió Viktor, lleno de desesperación—. ¡Van a matarlo!

El señor Harker mostró los dientes y volvió a apuntarle a Viktor.

—¡Lárgate de mi propiedad o disparo!

—¡No! —Viktor se acercó más—. ¡Debe detener esto! ¡Es un malentendido y está asesinando a su propio hijo!

—¡Te lo advertí!

El estruendo del disparo resonó en sus oídos y lo primero que Viktor percibió fue el penetrante olor a pólvora. Se tambaleó hacia atrás y una ola de mareo lo envolvió. Su visión se volvió borrosa y, al llevar una mano a su pecho, vio que estaba cubierta de sangre fresca, su propia sangre. Un intenso ardor irradiaba desde el lugar de la herida, su respiración se volvió entrecortada y cayó de espaldas al suelo. Había sido alcanzado por el disparo... y su vida se desvanecía con rapidez.

«Debo llegar a Matthias», fue lo primero que cruzó por su mente. No le importaba el dolor ni el hecho de que su corazón pronto dejaría de latir. Su única prioridad seguía siendo salvar a su amado.

Se volteó en el suelo, quedando boca abajo, y con un gran esfuerzo comenzó a arrastrarse, dejando un rastro de sangre a su paso. Se adentró en los campos de cultivos, pero se dio cuenta de que se dirigía en la dirección equivocada cuando ya no podía moverse más. Giró de nuevo, ahora quedando boca arriba, y a través de su visión nublada, afectada por la pérdida de sangre y las lágrimas en sus ojos, contempló el cielo estrellado.

No estaba seguro de cuánto tiempo pasó, quizás solo unos pocos minutos, cuando su salvación apareció frente a él: una hermosa mujer.

La mujer le ofreció la oportunidad de salvar su vida y él no dudó en aceptar. Fue convertido en vampiro; esa noche, murió y renació como un monstruo. Al despertar de nuevo, le ofrecieron sangre para beber y, confundido, se incorporó con premura. La vampira lo llamaba, insistiendo en que no podía irse así, pero él la ignoró y corrió hacia el granero donde se estaba llevando a cabo la masacre de los «impíos».

La estructura de madera ardía en llamas y Viktor percibía todo con una intensidad abrasadora: el calor del fuego, los gritos desgarradores, los lamentos desesperados y el penetrante olor a humo y sangre. Tragó con dificultad el nudo que se le formó en la garganta y se precipitó hacia la parte trasera del granero. Con una fuerza que le resultaba ajena, arrancó los tablones desgastados y se adentró.

Una vez dentro, se encontró con una escena desgarradora: personas yacían en el suelo sobre charcos de su propia sangre, proveniente de cortes profundos en sus muñecas. Había cinco mujeres, entre ellas una que sostenía a un bebé entre sus brazos, ambos sin vida. También había tres hombres, dos ancianos y, apoyado contra una de las paredes, estaba Matthias.

Se arrodilló junto a él y, al percibir el aroma de la sangre, sintió una sed abrumadora, una tentación irresistible de devorarlo. Sabía que no debía hacerlo, que no podía ceder a ese impulso. Aquello no era natural, no era humano... pero ¿acaso él seguía siéndolo?

—Viktor —llamó Matthias con voz débil, y toda la salvaje tentación de Viktor desapareció al instante.

—Matthias. —Viktor acunó su rostro entre sus manos, buscando sus ojos. Estaba helado al tacto, sus latidos lentos y vacilantes. Estaba muriendo—. ¡Matthias, mírame! —exigió, aferrándose entonces a sus muñecas en un intento desesperado por detener el flujo de sangre—. ¡Matthias!

—Perdóname por no llegar... —susurró Matthias, con una triste sonrisa mientras las lágrimas surcaban sus mejillas—. Perdóname... Viktor.

—¡No hay nada que perdonarte! —declaró, tosiendo por el humo que invadía sus vías respiratorias—. Te sacaré de aquí. Te salvaré, ¿de acuerdo?

—No puedo... no puedo moverme.

El pánico se apoderaba de Viktor mientras las llamas devoraban la estructura con creciente voracidad. Por alguna razón, sentía un terror abrumador hacia el fuego, como si tan solo tocarlo pudiera significar su muerte inmediata. Giró hacia Matthias, escuchando sus débiles latidos y su respiración entrecortada. No había tiempo que perder.

Recordó cómo fue salvado apenas minutos atrás. La mujer lo había convertido en un vampiro, esa criatura semi-inmortal de las leyendas de terror. Viktor comprendió que él también era ahora uno de ellos y que, si lo deseaba, podía salvar a Matthias de la misma manera.

—Te salvaré —dijo, tomando su mano. Recordó cómo la vampira había bebido su sangre y decidió hacer lo mismo. Tomó la sangre que Matthias ya estaba perdiendo y luego mordió su propio brazo para mezclar los dos tipos de sangre en su boca. Se acercó al rostro de Matthias y lo besó en los labios, instándolo a beber y tragar.

Esperó que surtiera efecto, pero nada sucedió. Matthias no moría como él, no se estaba curando; no había cambio alguno. Lo intentó de nuevo, extrayendo su sangre y luego la propia, repitiendo el proceso. Nada cambiaba.

—¡Vamos, por favor! —suplicó con desesperación.

Repitió el acto una tercera y una cuarta vez. Estaba a punto de intentarlo por una quinta cuando sintió el frío tacto de Matthias contra su mejilla.

—Viktor, detente ya —pidió, empleando toda la fuerza que le quedaba. Pero Viktor lo ignoró, no se rendiría—. ¡Detente, Viktor!

Solo aquel grito logró hacerlo reaccionar. Se apartó, viendo cómo los párpados de Matthias caían y escuchando su corazón esforzándose por latir.

—Lo siento, no... no sé cómo hacerlo —Viktor se disculpó entre lágrimas.

Matthias rodeó la nuca de Viktor y atrajo su cabeza hacia su pecho.

—Te amo, Viktor —susurró.

Viktor lloró aún más, pero cuando estaba a punto de responder, los latidos se detuvieron. Se apartó de Matthias, tomó su pulso. No había nada. Colocó un dedo debajo de su nariz, tampoco respiraba. Estaba muerto. Matthias había fallecido.

—No... ¡No! —bramó y volvió a morder a Matthias, a sí mismo, a besarlo y compartir la sangre. Iba a convertirlo y salvarlo. Tomó su rígido cuerpo y lo colocó de espaldas en el suelo. El humo en el granero era demasiado, ya no podía respirar y las llamas se acercaban cada vez más, pero no podía abandonar a Matthias.

Lo mordió, lo besó, lo mordió y lo besó hasta que no hubo parte de su cuerpo que no llevara la marca de sus colmillos. Se recostó sobre su pecho, sollozando con agonía.

—¡Regresa, por favor! —rogó, aunque sabía que eso no sucedería. Matthias se había ido, lo habían asesinado.

Volvió a mirar su rostro, pálido, tan sereno que parecía dormido. Apartó el cabello de su frente y le dio un último beso en los labios, despidiéndose con ternura.

El granero amenazaba con derrumbarse, y ya no podía quedarse allí. Se puso de pie y, con pasos lentos, se aproximó a las puertas frontales, abriéndolas con la misma fuerza bruta con la que había entrado. La multitud quedó en silencio al verlo. Lo observaban con terror, la sangre en su rostro y en su ropa, la palidez antinatural de su piel y los colmillos.

—¡Vampiro! —gritó alguien.

Viktor los contempló con desdén. Eran ellos los responsables de la cruel aniquilación de tantas vidas inocentes. No merecían piedad, eran los verdaderos monstruos, los impíos.

Movido por un impulso vengativo, cargado de dolor y furia, se lanzó contra la muchedumbre. Entregado a su sed de venganza, los atacó sin piedad, mordiéndolos uno tras otro, drenando su vida hasta que cayeron inertes, silenciando sus corazones para siempre. Aquella noche, los asesinos, los causantes del martirio de su amado Matthias, pagaron con su vida.

Al asomar el alba, Viktor se derrumbó de rodillas entre los cadáveres mientras el granero se venía abajo tras él y las llamas se apagaban. La culpabilidad por no haber salvado a Matthias, por haber exterminado a tantos, lo abrumaba. Confusión y dolor se entrelazaban en su ser. Atrapado en su tormento, se abrazó la cabeza y rompió en sollozos, liberando su angustia en un desgarrador alarido.

—Con el tiempo, el dolor cesará, otorgándote un prolongado descanso —dijo la voz de la mujer que lo había transformado, la vampira.

Viktor elevó su vista hacia ella.

—¿Quién es usted?

La vampira se aproximó, su larga falda negra rozaba el suelo y llevaba una sombrilla en mano. Poseía una belleza radiante.

—Me llamo Rhapsody —se introdujo—. Y tú eres Viktor.

Viktor observó los cuerpos que yacían a su alrededor y tragó, notando el sabor metálico de la sangre entre sus dientes.

—¿Puede desaparecer mis recuerdos? —preguntó.

—Podría —respondió Rhapsody—. ¿Por qué desearías olvidar?

—Me duele.

—Es natural.

Desesperado y agobiado, Viktor se aferró a la falda de Rhapsody, manchándola con la sangre aún fresca en sus manos.

—Por favor, quíteme la memoria. Deshágase de este dolor, esta culpa. Arránqueme todo de raíz —imploró—. Usted dijo que eventualmente desaparecería, pero no puedo esperar, es demasiado...

La vampira contempló a Viktor con una mirada serena, y por un momento, él creyó que rechazaría su súplica y se alejaría. Sin embargo, Viktor se vio sorprendido cuando ella se inclinó hacia adelante, agarró su barbilla con delicadeza y elevó su rostro para que sus ojos se encontraran.

—Accederé a tu petición —cedió, intimidando con sus antinaturales iris áureos—, pero es imperativo que entiendas que este olvido no será eterno. Los recuerdos hallarán su camino de regreso a ti, y en ese momento, deberás afrontarlos.

Con un asentimiento lleno de angustia, Viktor aceptó el precio. La urgencia de escapar del tormento era asfixiante.

—Estoy dispuesto a asumirlo, con tal de encontrar alivio ahora —afirmó con convicción.

Antes de que el velo del olvido cubriera su mente, Viktor rogó en silencio el perdón de Matthias, de las almas que había extinguido, y se despidió de todo.

Reconocía su monstruosidad, la de una criatura que había padecido profundamente su humanidad. Había errado y se lamentaba por sus acciones. No buscaba excusas para su dolor, solo anhelaba liberarse de la carga del remordimiento.

No hubo más sufrimiento.

(...)

Viktor emergió de las profundidades del inconsciente con una prolongada exhalación, desorientado al inicio al no reconocer su entorno. Yacía sobre una superficie dura, lo que le provocó una momentánea confusión hasta que intentó moverse, notando la rigidez de su cuerpo. Con lentitud, se sentó, tratando de enfocarse.

—¿Viktor? —La voz de Carmilla surgió cerca de él—. ¿Cómo te encuentras?

La ignoró, todavía tratando de descubrir dónde estaba. No fue hasta vislumbrar el tenue parpadeo de unas velas negras que se percató de que seguía en la habitación de Nicte.

—Espero no haber derretido tu cerebro —dijo la bruja con un tono juguetón, lo cual provocó que Carmilla la mirase con severidad.

—¿Cuánto tiempo estuve... así? —inquirió Viktor, aún algo extraviado.

—Un poco más de veinticuatro horas —contestó Carmilla, con tensión en su tono—. ¿Estás seguro de que estás bien?

Viktor asintió, una sensación de alivio se extendía por su ser; aunque se encontraba un poco adolorido, era una molestia insignificante comparada con la liberación que lo envolvía.

—Me siento bien —respondió, regalándole una sonrisa reconfortante a Carmilla—. De hecho, me siento excelente.

Carmilla extendió su mano, ofreciéndole ayuda para incorporarse.

—¿Eres mi Viktor? —indagó con una mezcla de esperanza y temor en su voz.

Viktor aceptó su mano y, una vez de pie, envolvió a Carmilla en un abrazo protector. Aunque renuente al inicio, ella pronto cedió al gesto, aferrándose con tal fuerza que arrugaba su camisa.

—Soy yo —aseguró Viktor.

—No vuelvas a alejarte, tonto.

Tras un momento, rompieron el abrazo y Viktor dirigió su gratitud hacia Nicte.

—Gracias por todo lo que has hecho.

—Solo te di un empujón. El resto depende de ti —dijo Nicte, y con un gesto teatral encendió las luces con un chasquido de dedos—. Por cierto, el reloj corre contra ti.

Viktor sintió un súbito pánico.

—¿Qué hora es?

—El concierto empieza en dos horas —Carmilla avisó con urgencia—. Debes darte prisa.

Viktor afirmó con un gesto resuelto. Su prioridad era encontrar a Dorian, ofrecerle sus disculpas, confesarle la profundidad de su amor y albergar la esperanza de obtener su perdón. La situación había trascendido la mera preocupación de evitar su transformación en Nosferatu; se trataba ahora de corregir las faltas pasadas, de buscar la redención. Y, en caso de que el destino decidiera que esa noche sería su fin, estaba decidido a enfrentarlo, libre de cualquier arrepentimiento.

—Debo irme.

—¡Ve, rápido! —animó Carmilla. —Te seguiré en breve.

—Gracias, a ambas —les dijo, antes de precipitarse fuera de la habitación, dejando atrás a la vampira y a la bruja.

—No estarás considerando retractarte, ¿cierto? —preguntó Nicte a Carmilla, su voz cargada con un tono críptico.

Carmilla negó con la cabeza; su semblante era serio.

—No, pagaré mi parte después del concierto —afirmó sin titubear. —Eso es lo que acordamos.

¡SE AVECINA EL FINAL!

¡Muchísimas gracias por leer! 💋

(P.D. No me maten por el final).

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