💋Capítulo 27. No le digas nunca
Viktor se había marchado, su apartamento estaba destrozado y perdió todas y cada una de sus pertenencias. Dorian se encontraba despojado de todo, pero la pérdida que más le pesaba era la de su vínculo con el vampiro. No dejó una nota, no dijo adiós; solo se disculpó y se esfumó en la oscuridad.
Aquella noche se desplegó como una escena consumida por ansiedad. Dorian dormía cuando el sonido de algo golpeando el suelo lo arrancó de su sueño. Se encontró con Viktor, en un estado de pánico y con la sangre impregnada en sus manos, ropa y rostro. Parecía desquiciado, entre lágrimas y murmullos de disculpas a Dorian como si le hubiera hecho el peor daño. Le rogó que lo esperara y corrió al baño en busca de una toalla y agua para limpiar la sangre, pero cuando regresó, Viktor ya se había marchado.
Eso fue hace tres días.
Como cada viernes por la noche, se presentaron en Plague y Dorian mantuvo la esperanza de que Viktor apareciera entre el público, irrumpiendo con un gesto triunfal y revelando conocer el origen de los Nosferatus o demostrando que tenía razón en su locura de que Morgan era en realidad un vampiro. Sin embargo, nada de eso sucedió; no había señales del vampiro, ni rastro alguno que indicara dónde estaba o por qué se había ido.
Cantó con menos entusiasmo de lo habitual, agradeció al público y bajó del escenario con prisa para ir a la bodega y revisar su teléfono una vez más. No tenía mensajes nuevos y ninguna de sus llamadas había sido respondida.
—Mierda —masculló, y oyó la puerta abrirse a sus espaldas. No pudo evitar soltar un suspiro mientras se daba la vuelta—. Ya sé, Elay, no hemos podido ensayar estos días, pero no puedo...
Se quedó callado al encontrarse con otro vampiro. Uno que no era de su agrado.
—¿Sigues preocupándote por ese idiota de Zalatoris? —cuestionó Lugosi, con su desagradable mueca que dejaba al descubierto uno de sus colmillos.
Después de la partida de Viktor, a la mañana siguiente, Lugosi se presentó en casa de Dorian para informarle que lo habían designado como su nuevo protector, explicando que «Zalatoris había renunciado». Sin dar más detalles, insistió en que desconocía las razones detrás de esa repentina decisión. Desde entonces, llevaban tres días cohabitando, con Lugosi siendo grosero, burlón y quejoso.
—¿Tienes alguna idea de dónde está? —preguntó Dorian. No era la primera vez que lo hacía, pero todavía tenía la tonta esperanza de que en algún momento la respuesta cambiaría.
Lugosi chasqueó la lengua.
—Por supuesto que no —contestó—. No podría alegrarme más de que Zalatoris haya desaparecido.
Dorian apretó la mandíbula. Lidiar con este vampiro era una verdadera tortura. Si alguna vez pensó que Viktor era desagradable, ahora se retractaba; en comparación con Lugosi, Viktor parecía un santo.
Se preparó para ignorarlo como de costumbre y salir de la bodega, pero se detuvo en seco cuando volvió a hablar:
—Aunque...
Dorian se volteó casi al instante.
—¿Aunque qué? —interrogó con impaciencia.
—Puede que tenga información.
Dorian entornó los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Habla —exigió.
—¿Sin nada a cambio? —Lugosi soltó una carcajada—. ¿Acaso nunca te enseñaron a negociar, humano?
Dorian estaba a punto de refutar, quizás iniciando una pelea con el molesto vampiro, pero una vez más fue interrumpido por la puerta de la bodega abriéndose. Sin embargo, esta vez sí eran Elay y Roderick.
—No habrá negociación contigo, chupasangre —espetó Elay, enfrentando a Lugosi—. Así que si sabes algo, dilo ahora mismo.
Lugosi mostró los dientes y pasó la lengua por sus afilados colmillos.
—Sarcástica, me encanta —dijo, inclinándose hacia ella debido a su imponente estatura—. ¿Qué tal una declaración de amor a cambio de la información?
—Amo cuando te largas —replicó Elay con una sonrisa socarrona—. ¿Feliz ahora?
—Algún día pagarás por tus palabras, bruja sin magia —amenazó Lugosi.
—¿Bruja sin magia? —Elay frunció el entrecejo.
—¿Qué te parece un puñetazo a cambio de esa información? —propuso Roderick, cerrando el puño y acercándose al vampiro. Tres de los presentes sabían que no estaba bromeando.
Lugosi hizo un desdeñoso mohín y giró hacia Dorian, dirigiéndole una mirada despectiva.
—Lo único que sé sobre ese patético novio tuyo, es que mató a un humano —declaró con una risa cruel—. Aunque supongo que eso ya lo sabías, ¿no?
Elay y Roderick se alarmaron, volviendo la mirada hacia Dorian con expresiones de pánico. Lugosi, complacido con la reacción que había provocado, metió las manos en los bolsillos de su largo abrigo y les dio la espalda.
—Arrivederci, mortales. Llámenme si están a punto de ser devorados por un Nosferatu —dijo mientras salía de la bodega, dejándolos solos.
Roderick fue el primero en hablar, aclarándose la garganta con incomodidad.
—Todos escucharon lo mismo, ¿verdad?
Dorian exhaló y Elay se dirigió a él de inmediato.
—¿Es verdad lo que dijo? —cuestionó con urgencia—. ¿Viktor mató a un humano?
—Incluso peor —intervino Roderick, señalando a Dorian—. ¿Tú lo sabías?
Dorian se aferró al puente de su nariz, cerrando los ojos por un momento. Revelar un secreto tan oscuro a sus mejores amigos bajo estas circunstancias no era lo que tenía en mente. Ahora se sentía como cómplice de un crimen por mantenerlo oculto.
—Sí, lo sabía —confesó, reabriendo los ojos—. Pero no tengo todos los detalles. Viktor estaba... alterado, no era él mismo.
—¿Alterado cómo? —Elay indagó.
—Estaba aterrado, llorando incluso. —Dorian sacudió la cabeza con lentitud—. Cuando el apartamento se quemó...
—No me recuerdes ese desastre —interrumpió Roderick, solo para recibir un codazo por parte de Elay—. ¡Oye!
—No te desvíes del tema. Sabes lo difícil que es conseguir que se abra —reprendió ella, tornando su atención hacia Dorian con impaciencia—. Continúa.
—Viktor me acompañó a casa de mi padre después del incidente, se quedó conmigo hasta que me dormí. Pero en algún momento salió y, más tarde esa noche, cuando volvió, estaba ensangrentado, aterrorizado... sollozando. Le pedí que esperara mientras iba por algo para limpiarlo, pero cuando regresé, ya se había ido.
—Entonces, ¿lo que estás sugiriendo es que tu novio, además de ser un vampiro, podría ser un asesino? —Roderick cuestionó.
La simple sugerencia hizo que Dorian se estremeciera, negando con vehemencia.
—¡No! —Se apresuró a exclamar, aunque se dio cuenta de que, en realidad, no tenía evidencia concreta que lo refutara—. No estoy seguro... Viktor confesó haberlo hecho, pero algo estaba mal. No estaba en su estado normal, estaba petrificado. Desapareció antes de que pudiera indagar más.
Elay soltó un suspiro profundo, cargado de frustración.
—Maldita sea, Dorian, ¿por qué todas tus relaciones tienen que ser un dolor de cabeza?
—¡Jamás imaginé que las cosas se complicarían tanto! —se defendió—. Sé que Viktor es un vampiro, un monstruo, pero nunca pensé que llegaría a esto. Es algo que no puedo entender, y por eso necesito encontrarlo, hablar con él.
La mirada de Elay volvió a caer sobre él, teñida de una mezcla de incredulidad y desaprobación.
—¿Elay? —la llamó Roderick, captando la tensión.
—Estoy a punto de sugerir algo de lo que voy a arrepentirme. —Gruñó para sí y luego cruzó los brazos—. ¿Qué tal si llamas a Carmilla? Tal vez ella sepa algo de Viktor.
—¿Estás loca? —Saltó Roderick—. ¿Vas a animarlo a que vaya tras el rastro de un vampiro que podría ser un asesino?
—Por eso mismo temo arrepentirme —añadió Elay, clavando sus ojos en Dorian—. Pero Viktor es más que un amigo para ti, y no soporto verte sufrir por él.
Roderick soltó una maldición por lo bajo.
—Es una idea terrible, pero ¿para qué están los amigos si no para respaldarte en tus estupideces? —cedió con resignación—. Llama a esa vampira, jefe.
Dorian les dedicó a sus amigos una sonrisa agradecida, rebosante de alivio y aprecio.
—¿Todavía tienes su número? —preguntó, dirigiéndose a Elay.
—Después de aquel beso, ¿cómo podría borrarlo? —respondió ella entre risas, pasándole su teléfono.
Al buscar en la lista de contactos, el nombre de Carmilla saltó a la vista. Dorian se tomó un instante, volviendo a observar a sus amigos con renovada esperanza.
—Gracias, de verdad. Sé que es una imprudencia, pero...
—Pero nada, Dorian —interrumpió Elay con firmeza—. Lo mejor es no prolongar la imprudencia, ¿no?
Dorian asintió, su dedo vacilante sobre el botón de llamada antes de por fin decidirse a presionarlo. La tensión creció en él con cada tono de espera, temiendo que la llamada quedara sin respuesta. Para su alivio, la característica voz de Carmilla resonó al otro lado.
—Elay, cariño, ya habíamos acordado que el beso fue cosa de una ocasión —contestó la vampira, con un tono pícaro.
Dorian intercambió una mirada perpleja con Elay, quien solo encogió los hombros en respuesta.
—Soy Dorian —corrigió él.
Hubo una pausa, y el ambiente en la conversación dio un vuelco hacia la seriedad.
—¿Dorian? —La sorpresa era evidente en su voz—. ¿Qué haces llamando desde el teléfono de Elay?
—Necesito saber dónde está Viktor. —Fue directo, presionado por la urgencia—. Desapareció y...
—Detente ahí —acotó—. ¿Por qué lo buscas?
Dorian frunció el entrecejo, sintiendo cómo su frustración crecía.
—Tengo que hablar con él.
Hubo un silencio calculador antes de que ella replicara:
—Vas a tener que darme más detalles.
Dorian se esforzó por mantener la calma, sabiendo que perderla no le serviría de nada en ese momento.
—Mató a un humano y luego se esfumó —explicó de manera vaga.
—Ah, es por eso —dijo ella, su tono casual ante la revelación sorprendió a Dorian—. Conozco su paradero, pero hazme caso cuando te digo que lo mejor es dejarlo estar.
—¿Cómo puedes decir eso? —cuestión Dorian, su agarre sobre el dispositivo se tensó hasta que sus nudillos se tornaron blancos—. ¿Esperas que lo abandone después de lo que pasó? Él estaba aterrorizado, y yo...
—Viktor está en proceso de recuperar sus memorias humanas —interrumpió Carmilla con frialdad—. Revivir sus recuerdos no es algo de lo que se pueda salir indemne con facilidad.
La preocupación era palpable entre Dorian y sus amigos, quienes también oían la conversación con nerviosismo.
—¿Hay alguna manera de que pueda verlo, o al menos hablar con él? —insistió Dorian. La idea de dejar a Viktor solo en tal estado le era insoportable.
—Mira, Dorian, no es personal, pero Viktor te está evitando por algo. Considerando que es un vampiro en plena vulnerabilidad y tú eres alguien a quien él valora, de seguro piensa que lo mejor para ambos es mantenerse distanciados por ahora —explicó Carmilla, su tono era poco amistoso.
—¡No voy a aceptar eso! —declaró Dorian, la determinación vibrando en su ser—. Necesito asegurarme de que está bien, entender lo que está pasando...
—¡Por el Padre Común, basta ya! —estalló Carmilla, sorprendiendo a todos—. Tu mera presencia en su vida ya ha sido lo suficientemente tumultuosa, ¿y ahora quieres entrometerlo en más problemas? Viktor tiene suficiente con lo suyo.
La ira inicial de Dorian se apaciguó ante las palabras de Carmilla, transformándose en desconcierto. Con el teléfono aún presionado contra su oído, su voz se suavizó un poco.
—No me he metido en su vida sin motivo —respondió con una calma forzada, a pesar de la tempestad de emociones dentro de él—. No voy a darle la espalda a Viktor, no importa lo que digas o pienses.
Hubo una larga pausa al otro lado de la línea antes de que se oyera a Carmilla soltando un suspiro frustrado.
—No entiendes, ¿verdad? —contratacó con una mezcla de desdén y resignación—. Eres más que una mera complicación; ¡eres una Anomalía Prohibida!
La afirmación de Carmilla hizo que un frío escalofrío recorriera su espalda. La frase «Anomalía Prohibida» resonaba en su mente, evocando un torbellino de preguntas.
—Carmilla —dijo entonces, con un tono que demandaba explicaciones—. ¿Qué significa eso de «Anomalía Prohibida»?
La espera se estiraba como una cuerda tensa, sin un sonido que rompiera el silencio más que el latido acelerado del corazón de Dorian. Miró a Elay y Roderick, cuyas expresiones reflejaban la misma confusión que la suya. Por un instante, apartó la mirada y cambió el teléfono de oreja, como si ese simple gesto pudiera proporcionarle alguna claridad.
—Carmilla —reiteró con determinación—. Dime qué es una Anomalía Prohibida.
Por fin, Carmilla quebró su mutismo con una maldición susurrada.
—Una Anomalía Prohibida es un híbrido imposible, un error de la naturaleza —explicó—. Son consideradas una amenaza para la Sociedad Ulterior y las criaturas sobrenaturales que la componen.
Dorian frunció el ceño, intentando conectar los puntos.
—¿Y eso qué tiene que ver con Viktor?
—Ya te lo he dicho, las Anomalías son consideradas un peligro para nuestra sociedad —repitió Carmilla con firmeza—. No quiero que Viktor se meta en problemas por estar contigo.
Dorian se quedó sin aliento.
—¿Viktor sabe lo que soy?
—Sí, lo sabe.
Dorian apretó los dientes con fuerza, sintiendo cómo se rozaban entre sí con un crujido sordo. La revelación de Carmilla lo dejó tambaleándose entre la confusión y la ira. Saber que Viktor estaba al tanto de su verdadera naturaleza, que era más que un humano con una pizca de Banshee, lo golpeó con una avalancha de emociones contradictorias. Por un lado, le molestaba que Viktor solo le hubiera dado una pista sobre su condición de Anomalía sin explicarle su significado ni advertirle sobre los peligros que conllevaba. Pero por el otro, una punzada de culpa se abrió paso en su corazón, preguntándose si su presencia había sido la razón detrás de la partida de Viktor.
«¿Es mi culpa?» se preguntó, con un nudo de angustia formándose en su estómago.
Lo único que tenía claro en medio del huracán de pensamientos es que necesitaba hablar con Viktor en persona, para darle la oportunidad de aclarar todos los malentendidos y buscar una forma de seguir adelante juntos.
«Resolveremos esto, juntos, pase lo que pase». Recordó sus propias palabras.
—Llévame con Viktor —pidió Dorian.
—No te gustará lo que encontrarás —advirtió Carmilla.
—No me importa.
Hubo una quietud tensa, rota solo por el gruñido resignado de Carmilla.
—Está bien, te llevaré con él —cedió—. Pero no me hago responsable de las consecuencias.
(...)
Viktor se sentía como el epicentro de la responsabilidad, un peso que cargaba sobre sus hombros con cada paso que daba, cada decisión errónea, y cada sombría tragedia que había causado en sus más de cien años de existencia.
El verdadero tormento radicaba en la culpa, una emoción tan humana y desgarradora que solo podía sofocar activando su faceta más monstruosa. Hipnotizar sin contemplaciones, exhibir una aparente inmortalidad, y sobre todo, saciar su sed de sangre sin freno ni remordimientos; cada sorbo carmesí tintaba sus labios y colmillos, mientras el aroma a hierro oxidado impregnaba su aliento. Sin embargo, esa era su única vía de escape, su única manera de evitar enfrentarse a los demonios internos que lo acechaban.
—Sírveme otra —ordenó Viktor al Errabundo que atendía la cantina Medianoche. Los Errabundos, espectros atrapados entre la vida y la muerte por sus asuntos pendientes, eran invisibles para los humanos y solo perceptibles por las criaturas sobrenaturales. A pesar de su condición, eran considerados ciudadanos más de la Sociedad Ulterior.
El Errabundo asintió y deslizó otra copa de sangre hacia Viktor. Para él, era como pedir un vaso tras otro de agua, pero su sed insaciable persistía.
—¿Alguna vez has matado a un humano? —preguntó Viktor al espectro, sabiendo que en la Sociedad Ulterior el acto de matar humanos no era un tabú.
—A mí me mataron —respondió mientras limpiaba un vaso.
—¿Un vampiro?
—Un psicópata vengativo —corrigió con una expresión maliciosa—. Pero no está tan lejos, ¿verdad?
Viktor esbozó una sonrisa socarrona y se bebió la sangre de un solo trago, saboreando cada gota mientras descendía por su garganta. Golpeó la copa vacía contra la barra y esta se rompió en sus manos. Chasqueó la lengua con desdén.
—Ponla en mi cuenta.
El Errabundo limpió los fragmentos de cristal sin inmutarse y asintió en silencio. A Viktor le gustaba pensar que, debido a su muerte violenta, ya nada más lo perturbaba.
Se recargó en el respaldo de la silla, exhalando con pesadez mientras escudriñaba el lugar en busca de algo que pudiera entretenerlo. Quizás pasar la noche con una súcubo o saborear la sangre de algún humano desprevenido. La frescura de ese líquido vital siempre era preferible.
Estaba a punto de levantarse de su asiento para abandonar Medianoche cuando fue interrumpido por la voz de Carmilla, con su inconfundible acento cargado de autoridad:
—No te atrevas a moverte de ahí, Viktor.
Lo vio abrirse paso entre la multitud, atrayendo todas las miradas con su deslumbrante belleza. Viktor sonrió al reconocerla, anhelando la familiaridad de su rostro.
—¡Milla! —exclamó, extendiendo los brazos—. ¡Me alegra que hayas venido a...! —Las palabras se atascaron en su garganta al darse cuenta de que, tras su mejor amiga, se acercaba Dorian; un Dorian tenso, con sus ojos centelleando en un tono dorado que denotaba su fracción de Banshee. Al cruzar el umbral que separaba el mundo mortal y la Sociedad Ulterior, el velo de la Ignorancia se desvanecía, revelando las verdaderas apariencias de las criaturas sobrenaturales.
—Viktor —dijo Dorian al detenerse frente a él—. ¿Estás...?
—¿Qué estás haciendo aquí? —acotó con frialdad. Una parte de él, la que no estaba saturada de culpa, le instaba a no tratarlo así, pero otra le gritaba que fuera distante, que lo alejara de una vez por todas.
Dorian frunció el ceño, percibiendo la actitud cortante del vampiro.
—Vine a buscarte, cretino —replicó—. Desapareciste sin dar ninguna explicación.
—Entonces viniste a buscar una explicación. —Observó a Carmilla, quien solo le lanzó una mirada de advertencia, una que Viktor ignoró—. Puedo dártela. Te diré por qué me ausenté de manera repentina y extraña.
Dorian lo escudriñó.
—¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿Por qué estás actuando así?
—¿Así cómo? —contraatacó Viktor.
—Como un completo idiota.
—¡Ah, claro! —exclamó, riendo con amargura—. No conocías mi verdadera cara, ¿verdad? La parte monstruosa, esa que bebe sangre sin saciarse y no da ni una mierda por los mortales.
—¿Qué demonios te sucedió? —Dorian negó con la cabeza—. Tú no eras así... o eso pensaba.
Viktor aproximó sus rostros y mostró una sonrisa desafiante; sus colmillos estaban manchados de rojo sangre.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —inquirió.
Dorian puso una mano en el pecho del vampiro, apartándolo con repulsión.
—Eres un mentiroso —declaró—. Una farsa.
Viktor silbó y rio.
—Vaya, eres duro, Dori. ¿En qué te he mentido exactamente?
Carmilla dio un paso adelante, intentando intervenir.
—Viktor, no...
—Sería más fácil decir en qué no me has mentido —masculló Dorian—. Pero podríamos empezar con que omitiste decirme lo que soy en realidad: una Anomalía Prohibida, un ser repudiado en tu sociedad.
—Esa es la menor de mis preocupaciones —desestimó Viktor, y no mentía.
—¿Es por eso que te fuiste? —preguntó Dorian—. ¿Por mí?
«Sí, pero no por las razones que tú crees», reflexionó Viktor con pesar. La idea de mentirle a Dorian, el humano que quería, le resultaba dolorosa, pero sentía que era necesario protegerlo, incluso de sí mismo.
—Quizás en parte —respondió con un tono cínico.
—¡¿Por qué no me lo dijiste entonces?! —gritó Dorian, atrayendo las miradas de los otros monstruos en la cantina—. ¡¿Por qué preferiste matar a un humano en vez de ser honesto conmigo?!
La verdad era que Viktor no había matado al humano por Dorian; lo había hecho porque estaba abrumado por su propio pasado y deseaba desprenderse del dolor, aunque eso implicara infringirlo.
—Fue Carmilla quien me reveló la verdad sobre mí mismo —continuó Dorian—. ¡Ella fue, no tú, Viktor, quien debería haberlo hecho!
Viktor apretó la mandíbula con fuerza, atrapado en un conflicto interno entre su humanidad y su naturaleza vampírica. Por un lado, una voz interna le rogaba que se disculpara con Dorian, que volviera a su lado y le expresara su amor para evitar que se convirtiera en un Nosferatu. Pero por el otro, su lado monstruoso le instaba a destruirlo todo de una vez y enfrentar las consecuencias. Era desgarrador ver cómo su humanidad se desvanecía junto con sus culpas.
—Sí, Dorian, ella tiene razón, eres una Anomalía —replicó, aunque cuidando no pronunciar en voz alta la palabra «Anomalía» y arriesgarse a ser escuchado—. Y sí, eres peligroso, un riesgo enorme para mí, una maldita falla que no debería existir.
La ira de Dorian estalló y se abalanzó sobre Viktor, agarrando el cuello de su camisa con fuerza. El vampiro podía sentir la furia de Dorian a través de su respiración agitada y el palpitar acelerado de su corazón, pero sobre todo, percibía el aroma de su sangre. La sangre de una Anomalía era exquisita, extraña, peculiar... única.
—¡¿Por qué me dices todo esto ahora?! —bramó Dorian—. ¡Si me odias tanto, deberías haberlo dicho desde el principio en lugar de jugar conmigo! ¡¿O acaso solo lo hacías por diversión, para hacerme sentir bien y luego lastimarme?!
Viktor luchó por contener su anhelo por la sangre, sintiendo que ya había herido demasiado a Dorian como para añadir el dolor de morderlo.
«Controla tus instintos. Di lo que debes y vete. Es hora de terminar con esto», se recordó a sí mismo.
—Cometí un error —declaró, tomando la muñeca de Dorian para apartarlo—. Ese error fue involucrarme contigo y convertirte en una más de mis presas.
Dorian intentó soltarse de su agarre hasta que la confesión resonó en sus oídos.
—¿Una más de tus presas? —interrogó—. ¿Qué quieres decir con eso?
Carmilla se alarmó una vez más y, a pesar de sus gestos para que el vampiro se detuviera, este la ignoró por completo. Revelar la verdad a Dorian era la última pieza del rompecabezas para desencadenar el caos... y eso era lo que buscaba.
«¡Acaba con esto de una vez, hazlo ya!», su inconsciente clamaba con desesperación.
—Así te salvé la vida —admitió con una sonrisa maliciosa y lo liberó—. Te marqué como mi presa para curarte de una herida fatal. Fue un acto impulsivo y estúpido de mi parte, y ahora estoy atrapado contigo, obligado a hacer mil cosas por ti y para ti, con la esperanza de que te enamores de mí. Solo así podré alimentarme de tu amor, de tu humanidad, y evitar convertirme en un Nosferatu —explicó mientras observaba la transformación de las emociones en el rostro de Dorian, pasando de la ira a la sorpresa y luego a una dolorosa sensación de traición—. Así que sí, Dorian —continuó y acarició su mejilla con el dorso de su mano—. Eres solo una presa más para mí. Una vez que me confieses tu amor, te desecharé y desapareceré de tu vida como si nunca hubiera existido.
Dorian apartó con brusquedad la mano de Viktor, su mirada irradiaba un intenso repudio, con lágrimas de rabia asomando en las comisuras de sus ojos.
—Me utilizaste —concluyó con voz entrecortada, formando un puño apretado—. Todos esos actos amables no fueron más que mentiras, una artimaña para manipularme.
Viktor, sintiendo una punzada de culpa en su pecho, luchaba contra el dolor que le causaba herir a Dorian, en especial cuando empezaba a sentir algo genuino, algo real por él.
«Estás tratando de protegerlo», recordó la parte aún un poco racional que quedaba en su mente.
Así que, a pesar de la agonía en su corazón y la fracción de él suplicando que se detuviera, dio un paso adelante y afirmó:
—Sí, todo fue una farsa.
Dorian retrocedió, con una ola de desolación cruzando su semblante, sufriendo el dolor de la revelación. Otro amor traicionero, mentiroso y engañoso, añadido a su lista. Solo era una razón más para dejar de creer en el amor.
—Todo fue una mentira, por eso te marchaste. Para ti, solo era un problema más, una presa sin valor alguno —añadió entre dientes, luchando por contener un grito de furia o incluso las lágrimas. Viktor podía sentirlo; su conexión seguía presente, y percibía la opresión en el pecho de Dorian, lo mucho que esto lo estaba lastimando.
—Sí, por eso me fui —confirmó con seriedad, sin permitir que ni una pizca de lamentación se filtrara—. Y no me arrepiento de nada.
Carmilla se quedó boquiabierta, aterrada, pero ¿por qué? Ella fue la primera en insistir en que se alejara de Dorian, en que era un peligro.
—Viktor... —intentó intervenir.
—Escúchame bien, vampiro de mierda —interrumpió Dorian, sus ojos conectando con los de Viktor—. Jamás vuelvas a buscarme, ni te atrevas a pronunciar mi nombre o siquiera pienses en mí en tu maldita vida eterna —amenazó, señalándolo con furia, un cólera que Viktor nunca quiso ver en él—. Espero que te conviertas en un repugnante Nosferatu pronto y sufras cada instante de ello, porque jamás saldrá de mis labios una confesión de amor hacia ti, Viktor. Nunca.
Dicho eso, Dorian le dio la espalda y abandonó Medianoche con zancadas firmes, sin mirar atrás y sin mostrar el menor indicio de arrepentimiento por sus palabras. Viktor lo observó partir con el rostro impasible, ocultando todas sus emociones, deseando con fervor que la farsa se convirtiera en realidad y no sintiera absolutamente nada.
—¡Viktor! —exclamó Carmilla con urgencia—. ¡¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?! ¡Te convertirás en un Nosferatu!
Viktor cerró los puños con fuerza, sintiendo las uñas hundirse en su propia carne, mientras reprimía toda la aflicción y arrepentimiento que pudieran existir.
—Que así sea.
Por favor no me maten por este capítulo 🛐
¡Muchísimas gracias por leer! 💋
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