💋Capítulo 26. No lo abandones
Los vampiros eran más activos durante la noche, cuando sus ansias de sangre alcanzaban su punto máximo y sus cuerpos pedían movimiento y vida, o al menos la pretensión de ella. A pesar de ello, Viktor ignoró este impulso natural para quedarse junto a Dorian.
Una vez extinguieron el fuego y los vampiros Purificadores manipularon las memorias de los presentes, Viktor llevó a Dorian a casa de su padre, siendo ésta la única opción disponible. Aunque habría preferido llevarlo a su habitación en el Hotel Incógnito, Carmilla tenía razón: las Anomalías no eran toleradas en la Sociedad Ulterior, lo que pondría a Dorian en peligro.
Por lo tanto, se quedaron en lo que solía ser la recámara de Dorian cuando vivía con su familia. Después de que Dorian tomara un baño, ambos se acomodaron en la pequeña cama. Aunque Viktor le ofreció hablar sobre lo sucedido, él declinó y dijo que solo quería dormir. Con un suave beso en los labios, Viktor aseguró a Dorian que estaría a su lado hasta que se quedara dormido. Y así lo hizo.
Viktor deslizó el dorso de su mano por la mejilla de Dorian antes de recostarse boca arriba, su mirada vagando entre el techo y el brazalete que siempre llevaba consigo. Su origen era un misterio, pero lo llevaba como un peso, una carga que lo perseguía desde que empezó a desenterrar los fragmentos de su pasado humano. La culpa lo envolvía cada vez que posaba la mirada en él, y anhelaba comprender su significado.
Se incorporó en la cama y, antes de partir, se aproximó a Dorian, apartando con delicadeza un mechón de cabello de su rostro mientras susurraba:
—Espero encontrar el camino de regreso hacia ti. —Era una súplica, una esperanza envuelta en incertidumbre. No podía prever lo que la noche le deparaba, pero se aferraba a la idea de que esto no sería el fin ni un adiós definitivo.
Salió con cautela por la ventana y, una vez fuera, invocó el Torrente Sanguíneo. Cortó su palma y derramó una gota de sangre, dejando que ésta se esparciera sobre el pavimento mientras pensaba en Rhapsody. Los vampiros poseían un vínculo especial con quien los había convertido, formando así una intrincada red familiar unida por una conexión inquebrantable.
Su forma se deshizo por completo, fundiéndose en un charco de carmesí, para luego resurgir en otro lugar. Al principio, el entorno le resultaba ajeno, pero al observar con detenimiento, reconoció la imponente estructura de la Academia de Verdugos; una fortaleza subterránea cuya ubicación se mantenía en secreto, accesible solo a través del Torrente Sanguíneo una vez que se había pisado su suelo al menos una vez.
Divisó a los vampiros en entrenamiento, ataviados con sus largos abrigos y perfeccionando sus habilidades con las guadañas. En otro tiempo, él también había formado parte de este lugar, antes de ser expulsado por un comportamiento indebido que apenas lograba recordar. Rhapsody sostenía que estaba demasiado envenenado para hacerlo.
—Sentí tu presencia —resonó la característica voz de Rhapsody a sus espaldas.
Viktor se volvió y se encontró con los ojos dorados de la vampira que lo había transformado, la única que conocía su pasado humano.
—La estaba buscando —admitió—. Necesito pedirle un favor.
Rhapsody, con su habitual semblante imperturbable, lo escudriñó con detenimiento, y Viktor tuvo la certeza de que ella podía comprender sus deseos solo con esa mirada.
—Sígueme —ordenó, poniéndose en marcha hacia su oficina. Como líder de los Verdugos, ostentaba un poder considerable y, por ende, ocupaba el mejor espacio de trabajo. Su área privada recordaba a la torre de un castillo medieval, pero con un aura acogedora, gracias a una chimenea que ardía en un fuego carmesí y a los vitrales que ilustraban diversas interpretaciones del Padre Común.
«De seguro ella odia a las Anomalías», pensó Viktor, sintiéndose incómodo bajo las miradas de las figuras plasmadas en los cristales tintados.
Rhapsody cerró las pesadas puertas de su oficina y se volvió hacia Viktor, indicándole un sillón de terciopelo color guinda.
—Siéntate —ordenó.
—Veo que todavía conserva mi asiento favorito —observó Viktor mientras obedecía.
—Por supuesto, siempre aguardando que su legítimo dueño regrese para reclamarlo —respondió Rhapsody, acercándose a una mesa donde reposaban botellas de distintas variedades de sangre—. ¿Has probado alguna vez la sangre de demonio?
—Solo la de súcubo —contestó con un gesto de desagrado—. Demasiado picante para mi gusto.
Una leve sonrisa se dibujó en la boca de Rhapsody, mostrando unos colmillos más afilados que los de los vampiros regulares.
—Te ofreceré algo especial de mi reserva personal —anunció, vertiendo un pequeño chorro de líquido negro en una copa—. Sangre de Leviatán.
Los ojos de Viktor se dilataron al percibir el aroma de la sangre. Era una fragancia particular, salada pero exquisita. Obtener sangre de este tipo de demonios era muy difícil, casi imposible.
—¿A qué se debe la ocasión? —preguntó el vampiro.
Rhapsody le ofreció la copa y tomó asiento frente a él en un sillón de piel.
—Eso tendrás que decírmelo tú. Has venido para pedirme un favor —replicó, haciendo girar la sangre de Leviatán en la copa con movimientos suaves de su muñeca—. Puedo percibir tu nerviosismo, Viktor, así que supongo que se trata de una solicitud muy interesante.
Viktor observó la sangre, notando cómo cambiaba de tono según la luz que la iluminara, a veces adquiriendo un matiz índigo.
—Más bien dolorosa —corrigió, antes de beber la sangre de un solo trago y saborearla en su paladar. Le producía una leve quemazón en la garganta, pero era densa y con un sabor a sal marina que ninguna otra poseía. Era un manjar, superando con creces a la sangre de cualquier humano u otra criatura sobrenatural.
—Dime qué es —instó Rhapsody.
Viktor exhaló una vez que terminó de degustar la sangre y dejó la copa en la mesa frente a él.
—Necesito que restaure todas y cada una de mis memorias anteriores a mi conversión en vampiro —pidió.
Rhapsody entornó los ojos.
—¿Y por qué querrías que hiciera tal cosa?
—Porque es la única que puede —respondió—. Posee todos mis recuerdos; desde mi nacimiento, hasta mi muerte humana. Solo usted tiene ese poder.
—Eso explica cómo puedo hacerlo, pero no la razón.
Viktor apretó los labios en una fina línea. No deseaba adentrarse en detalles, pero comprendía que era necesario hacerlo; de lo contrario, Rhapsody no estaría dispuesta a ayudarlo.
—Necesito descubrir quién fui en realidad —explicó con cautela—. He experimentado regresiones, mis recuerdos luchan por volver, pero yo... No sé cómo lidiar con ellos. Siento que solo lo peor de mí resurge y...
—Quieres asegurarte de que no eres quien tu mente pretende convencerte de ser —completó Rhapsody, leyendo entre líneas.
—Correcto.
La vampira Ancestral suspiró y bebió la sangre con la naturalidad de quien toma un trago común y corriente. Luego dejó la copa junto a la de Viktor y se levantó de su asiento.
—No soy nadie para negarte tus memorias, Viktor. Si deseas recuperarlas, lo haré —concedió, acercándose a él—. Sin embargo, debo advertirte que forzar este proceso podría tener resultados desagradables. Los recuerdos regresan en el momento oportuno, no cuando un vampiro lo demanda.
Viktor asintió con determinación. No vacilaba en su decisión.
—Necesito hacerlo.
Rhapsody se colocó detrás de él.
—Espero que no resulte... agónico —dijo, colocando una mano en cada lado de su cráneo.
Al principio, Viktor apenas percibió el frío contacto de los dedos sobre su piel, pero pronto una punzada en la cabeza lo sobresaltó, seguida de otra y otra más, hasta que soltó un grito de dolor. Era como si su cerebro se estuviera desgarrando en dos y, enseguida, las memorias comenzaron a desfilar ante sus ojos.
Lo primero que vislumbró fue a un joven con una sonrisa carismática, aquel al que había causado sufrimiento de una manera que no lograba entender del todo. Al enfocar la mirada, por primera vez pudo observar su rostro completo. Con el cabello largo y castaño, y unos hermosos ojos verdes que, de cierta manera, le recordaban a Dorian.
—¡Toca algo para mí, Matthias! —Escuchó su propia voz. Era él, humano, con la apariencia más descuidada y vistiendo una holgada camisa blanca.
—Tendrás que pagarme de alguna manera —condicionó el chico, Matthias.
Una opresión en el pecho lo sofocó al escuchar esa voz. La culpa y el dolor lo invadían, pero también...
—¿Qué tal un beso? —ofreció el Viktor del pasado—. Uno como los que describen los sonetos.
—Eso es impropio, Viktor —señaló Matthias, aunque no pudo evitar dar un paso hacia él y tomarlo por la nuca—. Desafías toda mi moral y mis valores.
Viktor rodeó a Matthias con un brazo y lo atrajo hacia sí. Se encontraban en una solitaria campiña que Viktor reconocía como el hogar de aquel chico.
—¿Me odias por eso? —preguntó.
Matthias negó con la cabeza, sonriendo.
—No, te amo por eso —aseguró y unió sus labios en un cálido beso. Era el tipo de sensación que solo los mortales podían compartir entre sí.
Viktor sintió un cosquilleo en el estómago al presenciar esa escena, una sonrisa se formó en su rostro sin poder controlarla. Estaba enamorado de Matthias, y Matthias de él.
No obstante, la memoria se transformó, y una sensación sombría lo consumió. En esta ocasión, el Viktor del pasado no exhibía felicidad, sino terror. Corría por la campiña a grandes zancadas hasta llegar a la casa de Matthias, pero todo se tornó borroso, y solo pudo percibir una detonación antes de que el recuerdo se desvaneciera una vez más. Ahora, se visualizaba a sí mismo desangrándose en el césped, su vida escapándose con lentitud por una herida en el pecho.
En ese instante, Rhapsody emergió en su memoria, ataviada con un largo vestido negro y el cabello recogido. Se aproximó de forma pausada a Viktor, arrodillándose a su lado y deslizando una de sus manos gélidas por su cara, mientras él luchaba por respirar y aferrarse a la vida.
—Puedo otorgarte una segunda oportunidad —ofreció la vampira—. Puedes vivir.
Lágrimas brotaron de sus ojos y surcaron sus mejillas. El Viktor del pasado ansiaba vivir, y Rhapsody lo percibía con claridad.
—Vivirás, y por mucho tiempo, pero no como antes. Serás tan diferente que tus seres queridos no podrán verte más —advirtió ella.
El moribundo Viktor apenas pudo asentir con debilidad, pero eso bastó para la vampira Ancestral, quien le ofreció una sonrisa protectora, casi maternal, inclinándose hacia su cuello. Hundió sus afilados colmillos, extrayendo su sangre, y luego mordió su propia muñeca para obtener sangre propia. Mezcló ambas en su boca y acercó de nuevo su rostro al de Viktor para besar sus labios, permitiéndole beber la combinación. Viktor tomó de ella y, al terminar, Rhapsody cerró sus párpados con delicadeza.
—Shh, descansa un momento y regocíjate en cada último instante de tu mortalidad —susurró, y Viktor obedeció.
Se relajó, percibiendo cómo su corazón cesaba de latir, sus pensamientos se desdibujaban y su capacidad para respirar menguaba. No experimentaba miedo, sino una profunda paz, una sensación nunca antes conocida... hasta que la muerte lo alcanzó.
Permaneció en un estado de deceso aparente durante varios minutos hasta que despertó con una inhalación profunda. Se incorporó, sus sentidos estaban agudizados, podía ver y oír todo. Sus propias percepciones lo abrumaban, y de repente, una sed intensa le abrasaba la garganta. Agarró su cuello y, desesperado, se arrastró hacia un cubo de agua. Bebió con voracidad, como si no hubiera probado líquido en días, pero la sed persistía, insaciable. Se dejó caer de espaldas al suelo, incluso la luz de las estrellas le resultaba molesta, y le costaba respirar, sobre todo con la sed atormentándolo. Juraba que esta vez sí moriría, pero entonces Rhapsody apareció a su lado y lo ayudó a beber de una botella de cristal. Reconoció al instante que era sangre, pero cualquier temor humano había desaparecido; ahora solo ansiaba saciar su necesidad. Experimentó un alivio instantáneo y, tras vaciar la botella entera, volvió a sentirse como sí mismo... o algo parecido.
—¿Qué me ha hecho? —preguntó a Rhapsody.
—Te he convertido en un vampiro —respondió ella sin titubear.
La memoria se tornó confusa una vez más, y lo siguiente que presenció fue a sí mismo levantándose del suelo, profiriendo gritos hacia Rhapsody antes de alejarse de ella. Luego, fue testigo de un recuerdo de minutos posteriores; se encontraba en un granero, y a sus pies yacía un cuerpo... el de Matthias.
El Viktor del pasado tenía las pupilas dilatadas y los iris más rojos que la sangre. Matthias no estaba muerto, al menos no aún, aunque su debilidad era tal que su corazón apenas latía. Sin embargo, eso no le importó al Viktor del pasado, quien lo mordió. Hundió sus colmillos en su cuello, sus brazos, incluso sus manos, extrayendo su sangre y bebiendo hasta que comenzó a derramarse de su boca. Matthias gritaba y se retorcía de dolor mientras suplicaba:
—¡Detente, Viktor!
Pero el vampiro no escuchó, no lo hizo hasta que el corazón de Matthias dejó de latir. La memoria cambió de nuevo, y Viktor se vio a sí mismo frente al granero en llamas, rodeado de más cuerpos. El olor a sangre y descomposición era abrumador. Otro recuerdo se abrió paso en su mente, mostrando el mismo lugar, pero el granero estaba destrozado, y el amanecer se aproximaba. Rhapsody estaba de pie frente a Viktor, quien se arrodillaba delante de ella, aferrándose a la falda de su vestido mientras sollozaba:
—Desaparezca mis memorias, por favor, desvanezca este dolor, esta culpa, quítemelo todo de una vez. Usted dijo que todo se iría con el tiempo, pero no puedo soportarlo, no puedo más.
Rhapsody tomó su mentón y lo obligó a levantar el rostro, conectando sus miradas.
—Lo haré —cedió—, pero debes saber que no será para siempre. Algún día regresarán y deberás enfrentarlas.
Viktor asintió con determinación.
—Las enfrentaré, lo juro.
Viktor abrió los ojos de súbito y se encontró en la oficina de Rhapsody, en el presente. Ella liberó su cabeza y se situó frente a él.
—¿Y bien? —inquirió—. ¿Has conseguido lo que buscabas?
Viktor sintió cómo su corazón se aceleraba y el pánico empezaba a apoderarse de él. Se puso de pie y comenzó a pasearse de un lado a otro, tirando de su propio cabello.
—No, ese no... ese no pude ser yo —farfulló, recordando los gritos de Matthias suplicándole que se detuviera. Cubrió sus oídos, sacudiendo la cabeza—. ¡Ese no era yo!
—Las memorias que te mostré no son todo tu pasado —dijo Rhapsody, muy tranquila en contraste con él—. Son solo fragmentos, aquellos recuerdos que quedaron más impregnados en tu psique. Tendrás que esperar a que el resto regrese con el tiempo.
—¡No! —gritó—. ¡No tengo tiempo!
—Viktor...
Viktor la ignoró y salió con premura de la oficina. Necesitaba escapar de allí. Sentía que se estaba asfixiando, y ni siquiera todo el oxígeno del mundo podía ayudarlo.
«Ese no eras tú. Ese no eras tú», se repetía a sí mismo.
Pero la verdad que se negaba a aceptar era que sí era él... y lo sabía demasiado bien.
(...)
Las ansias de sangre se volvían incontrolables en Viktor. Experimentaba la misma sensación que en su pasado: la garganta seca, un instinto animal que le pedía, no, le exigía que bebiera. Aunque la mayoría de los vampiros necesitaban meses para acostumbrarse a beber con moderación, Viktor nunca fue uno de ellos. Sin embargo, su autocontrol se desvanecía y cada segundo se asemejaba más a su antiguo yo.
Se detuvo en una tienda de conveniencia y entró tambaleándose. Solo había un empleado, un chico aburrido jugando en su celular, quien al verlo se quedó boquiabierto. Viktor debía lucir terrible.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó con preocupación.
Viktor percibió el olor de la sangre del empleado como si estuviera servida frente a él. Sus colmillos emergieron y, a pesar de luchar por controlarse, la tentación fue abrumadora. Con pasos lentos y amenazantes, se acercó al chico y lo agarró por el cuello de la camisa.
—¡¿Qué estás haciendo, imbécil?! —espetó el empleado mientras intentaba liberarse en vano del agarre del vampiro—. ¡Suéltame o llamaré a la policía!
Viktor acercó su rostro al cuello del chico, inhalando el aroma de la sangre. No era la mejor opción, pero era la única disponible y la necesitaba con desesperación.
—Ruégame que no te mate —ordenó con voz ronca, sacudiendo al chico—. ¡Ruégame!
El muchacho, asustado, negó con la cabeza con vehemencia.
—¡Por favor, no me mates! —suplicó con voz trémula.
—Dime que soy un monstruo, una aberración de la naturaleza, y que no debería matarte.
—¡Por favor...!
—¡Dilo!
El humano comenzó a lloriquear. Era demasiado joven, no parecía tener más de veinte años.
—¡Eres un monstruo, una aberración, y no deberías matarme! —repitió.
Viktor experimentó una sensación de satisfacción al verlo tan vulnerable, provocando que una sonrisa macabra deformara su rostro. Disfrutaba someter a su presa.
—Tienes razón —concordó, apartando el cuello de la camisa del chico—. Soy un monstruo... y precisamente por eso debería matarte.
Encajó sus colmillos en el humano, quien soltó un grito de agonía. Viktor lo ignoró y se concentró en beber, saboreando la espesura de la sangre, disfrutando su ligero dulzor. La consumió con avidez y rapidez, hasta que después de unos minutos, el muchacho dejó de luchar y ya no quedaba nada para beber. Viktor se apartó y dejó caer el cuerpo inerte al suelo. La piel del chico era casi transparente, y sus ojos perdían su enfoque. Estaba muerto. Viktor lo había asesinado.
La realidad lo golpeó de lleno y retrocedió tambaleándose, alejándose del cadáver mientras observaba sus manos manchadas de sangre. Se sentía como un monstruo, el monstruo que siempre fue.
Salió disparado de la tienda de conveniencia, con la única idea de encontrar a Dorian. Al llegar a la casa de Roland Welsh, escaló por la ventana sabiendo que Dorian estaría dentro. Entró con el cuerpo tembloroso y la respiración agitada, mientras una voz repetía implacable en su cabeza:
«Lo mataste. Lo mataste. Lo mataste». Se tapó los oídos y gritó para sofocarla.
—¡Viktor! —Dorian apareció de repente, apretando sus manos con una preocupación que no se merecía—. ¡Viktor, cálmate!
El vampiro sacudió la cabeza, apartándose de Dorian para evitar mancharlo con la sangre de su víctima.
—Lo maté, Dorian, yo lo maté —susurró con terror, cayendo de rodillas al suelo—. Lo maté, lo maté, lo...
—Viktor. —Dorian se acuclilló frente a él—. ¿Qué ocurrió?
No merecía la compasión en la mirada de Dorian, ni que sintiera lástima o preocupación por él. Era un asesino, había truncado la vida de un joven cuyo camino apenas comenzaba, todo por su insaciable necesidad de sangre, algo tan bestial.
—Lo siento, Dorian —murmuró, saboreando los restos de sangre en sus labios—. Perdóname, por favor, yo...
Dorian lo envolvió con sus brazos, apretujándolo contra su pecho. ¿Por qué estaba actuando así? Viktor se veía a sí mismo como un monstruo, no merecía ese tipo de afecto. Solo se sentía merecedor de ser rechazado, odiado, y nada más.
—Quédate aquí, ¿de acuerdo? —pidió Dorian, mirándolo a los ojos—. Iré a buscar algo para limpiar la sangre y luego me contarás qué pasó. —Sus dedos acariciaron su mejilla y Viktor no pudo resistirse a ese contacto—. Todo estará bien, ¿me oyes? Resolveremos esto, juntos, pase lo que pase.
Viktor no pudo contener las lágrimas mientras observaba a Dorian levantarse del suelo y salir de la habitación. No merecía su ayuda; no había nada que resolver. Lo que había hecho era irreparable. Había arrebatado tantas vidas humanas de manera despiadada.
«Prométeme que lo protegerás, incluso si eso significa que debas renunciar a él». Las palabras de Roland Welsh resonaron en su mente, el juramento que le hizo para proteger a su hijo. ¿Cómo podría un asesino de humanos cumplir con esa promesa? Ya no se veía digno de Dorian, ni de su amor, ni de su preocupación, ni siquiera de su atención.
Con la cruel realidad pesando sobre él, se levantó y escapó por la ventana. Se alejó lo más rápido que pudo y, con el corazón destrozado por tener que dejar a Dorian atrás, envió un breve mensaje a Rhapsody:
«Ya no puedo proteger a Dorian Welsh».
Era una verdad dolorosa, pero jamás se atrevería a ponerlo en peligro y causarle un daño del que se arrepentiría por el resto de su inmerecida existencia.
Yo lloro por mi pobre vampiro traumado 🥲
¡Muchísimas gracias por leer! 💋
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