💋Capítulo 19. No le des oportunidad
—Perdiste la cabeza —declaró Dorian con convicción—. Si es que alguna vez la tuviste.
—No deberías descartar la posibilidad tan a la ligera, Dori —contrarrestó Viktor.
—Morgan no es un vampiro.
Dorian ocupó un lugar en la barra de la diminuta cocina de su apartamento mientras Viktor le servía una taza de café negro, que desprendía un cálido vapor. Resultaba que el vampiro tenía un talento natural para la cocina, algo que Dorian no rechazaba, en especial porque por algún motivo siempre se encontraba corriendo de un lugar a otro, atrapado en un perpetuo estado de malos hábitos que lo llevaban a descuidar de sí mismo.
—¿De casualidad Morgan mostró alguna vez indicios de ser un monstruo chupasangre? —indagó Viktor, apoyándose en la barra.
Dorian no pudo evitar bufar ante la mera sugerencia.
—Imposible —afirmó, rodeando la taza con sus manos—. Camina bajo el sol sin problema alguno y jamás lo he visto consumir ni la más mínima gota de sangre.
—Quizás haya recurrido a una de esas peligrosas pociones que permiten caminar a plena luz del día, y sea muy cuidadoso, tanto que sus hábitos alimenticios pasaron desapercibidos para ti —planteó Viktor, dejando volar su imaginación.
Dorian detuvo la taza de café a meros centímetros de sus labios, girando hacia Viktor con una mirada de completa incredulidad.
—¿En base a qué estás formulando esta ridícula teoría? —cuestionó—. ¿Solo porque crees haber visto su auto cerca del lugar del ataque del Nosferatu?
—Precisamente —confirmó Viktor, sin titubear.
—¿Y qué más?
—Me desagrada —confesó con un tono de voz que delataba su disgusto.
Dorian reposó la taza sobre la barra, dejando escapar una sonrisa burlona ante la confesión.
—¿Estás celoso?
La insinuación pareció golpear a Viktor más fuerte de lo esperado. Se erguió, llevando una mano al pecho en un exagerado gesto dramático.
—¿Celoso? —repitió, ofendido—. ¿Por qué habría de estar celoso de alguien tan insípido?
—No tengo idea, pero parece que estás dispuesto a agarrarte de cualquier pretexto para pintarlo como un imbécil o, peor aún, como un villano barato —razonó Dorian—. Pero créeme, Viktor, Morgan no es un vampiro. Es una locura.
—Eso ya lo veremos.
Dorian negó con la cabeza ante las extravagantes ideas de Viktor, bebiendo un sorbo del café. Sin embargo, la momentánea sensación de júbilo se desvaneció al recordar el anuncio que Patrick les había hecho el día anterior. Era una noticia increíble: su banda tendría la oportunidad de tocar frente a un cazador de talentos musicales. Aunque las posibilidades de que esto se tradujera en algo concreto eran mínimas, como encontrar una aguja en un pajar, estaban decididos a dar el mejor espectáculo de sus vidas.
Pero existía un pequeño problema...
—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? —Levantó un dedo, interrumpiendo al vampiro antes de que contestara—. Pero prométeme que responderás sin sarcasmos ni burlas.
Viktor lo observó con una ceja elevada, mientras una sonrisa burlesca se dibujaba en sus labios.
—¿Se trata de algo indecente? —inquirió con repentino interés.
Dorian apartó la mirada, incómodo.
—Sí, algo así —admitió, y al instante Viktor ensanchó los ojos, malinterpretando por completo. Dorian se apresuró a corregir el malentendido—. ¡No pongas esa cara; no es lo que estás pensando!
—Acabas de decir que es algo indecente, ¿qué se supone que piense? —refutó Viktor.
—¡No es eso! —Dorian insistió, bajando la vista, la vergüenza evidente en su rostro—. Me refiero a algo... ilegal.
Viktor soltó un bufido, entretenido.
—¿Y eso te preocupa? Por si lo has olvidado, Dori, tú solías competir en carreras ilegales. Si alguien sabe de maniobras al margen de la ley, ese eres tú.
—Esto es distinto.
—En ese caso, deja de dar vueltas y dime qué es lo que tienes en mente.
Dorian exhaló. No se veía a sí mismo como alguien malo o como un infractor de reglas, al menos no en su vida actual. Anhelaba una existencia pacífica, lo cual parecía imposible dada la presencia de un vampiro y entidades sobrenaturales en su día a día. Sin embargo, su dilema actual no guardaba relación con ese mundo de criaturas sobrenaturales, sino con fantasmas del pasado que le impedían avanzar hacia lo que deseaba.
—Necesito entrar al departamento de Tara —confesó por fin—. Sin permiso.
—¿Allanamiento? —Viktor silbó, recargándose de nuevo en la barra con un dramático gesto teatral—. Eso no me lo esperaba de ti, Dorian Welsh.
—Te advertí que no te burlaras.
—Me lo pones difícil. —Ante la mirada severa de Dorian, Viktor agregó—: Está bien, lo siento. Te escucho, ¿por qué quieres irrumpir en su departamento?
—¿Recuerdas la vez que fuimos a aquella carrera ilegal y ella me entregó un papel inservible? —El vampiro asintió, y Dorian prosiguió—: Ella posee un cuaderno con la letra de la canción que interpretaremos en Plague. Quedó allí, junto con otras pertenencias mías; necesito recuperarlo, y estoy seguro de que Tara no me lo devolverá aunque se lo pida.
Viktor frunció el entrecejo.
—Parece que quizás ella sea el verdadero monstruo aquí, no Morgan —agregó.
Dorian agitó la cabeza, descartando el comentario.
—Olvida eso. Lo que necesito saber es si tú... —dudó, mordiéndose el labio, incrédulo de estar a punto de hacer tal petición—. ¿Crees que podrías ayudarme?
—¿A entrar a un departamento sin permiso? —Viktor hizo un gesto de menosprecio con la mano—. Por favor, Dori, eso es un juego de niños.
El alivio que Dorian sintió fue agridulce, reconfortante y a la vez cargado de culpa. Era casi un alivio saber que no estaba solo, que contaba con un vampiro dispuesto a apoyarlo en su plan, aunque eso significara rozar los límites de la ley.
«Es ahora o nunca», se dijo a sí mismo, determinado. Sus ojos se encontraron con los de Viktor, reflejando la gravedad de su próximo paso.
—¿Entonces, puedes ayudarme? —preguntó con voz firme.
La respuesta de Viktor fue una sonrisa astuta, llena de complicidad.
—Por supuesto que puedo.
(...)
Si alguien le pidiera a Dorian que se autoevaluara, identificando su mayor defecto, él no dudaría en admitir que es su incapacidad para perdonar.
Perdonar, superar, olvidar; términos que, aunque presentes en su léxico, eran para él un motivo de profundo desdén. Incapaz de olvidar el dolor del abandono de su madre, de superar el engaño de Morgan, y de perdonar la traición de Tara. La suma de traiciones y mentiras lo había moldeado en una persona desconfiada. Y quizás era ese mismo resentimiento el que lo impulsaba a cometer esta imprudencia. No era lo correcto, ni lo más sensato, pero había en él un deseo ardiente de tomar las riendas, de demostrar que, al menos esta vez, él estaba en control.
Se dirigieron hacia el que una vez fue su hogar, un apartamento modesto en el corazón de Core, rodeado de un mar de complejos residenciales. Un simple edificio blanco, uno más del montón, indistinguible entre la multitud. Cuando decidieron mudarse allí, les ofrecieron un descuento, bajo la macabra premisa de que el lugar estaba embrujado por un reciente deceso.
«No importa», había dicho Tara con una despreocupación envidiable.
«¿Estás segura?», Dorian preguntó.
Con una sonrisa, Tara tocó su pecho con un dedo adornado por una larga uña postiza.
«Necesitas alejarte de la casa de tu padre; un simple espectro no me impedirá cuidar de mi mejor amigo».
Ese mismo día, sellaron el trato por el departamento.
Los recuerdos se abalanzaban sobre Dorian, invadiendo su mente sin permiso, por lo que sintió un enorme alivio cuando por fin llegaron. Aparcó el coche a una cuadra de distancia y desvió su atención de las memorias indeseadas.
—Vamos —indicó a Viktor.
Descendieron del vehículo y Viktor, sin perder tiempo, desplegó su sombrilla negra, escudándose del sol que descendía sobre ellos como un manto de fuego.
—¿Estás seguro de que ella no está? —Viktor indagó, extrayendo unas gafas de sol del bolsillo de su chaleco y colocándoselas para proteger sus ojos del resplandor que se reflejaba en el asfalto.
Dorian confirmó con un asentimiento. Conocía casi de memoria los horarios de Tara y estaba al tanto de que aún trabajaba en la misma cafetería, ya que en ocasiones la veía al pasar por allí.
—Sí, el lugar debería estar vacío —aseguró, observando cómo Viktor se achicaba bajo la limitada sombra que le proporcionaba su sombrilla—. ¿Estás bien? Podemos estacionarnos más cerca.
—Una caminata bajo el sol de vez en cuando no me hace daño —desestimó su preocupación—. Estoy bien.
Dorian, aunque escéptico sobre la aparente indiferencia de Viktor hacia su propio malestar, decidió no insistir.
Se encaminaron hacia el edificio de apartamentos, cruzando la calle con cautela y lanzando miradas en todas direcciones, como si esperaran que Tara pudiera surgir en cualquier momento. La ansiedad lo carcomía. Aunque no lo expresara en voz alta, una parte de Dorian temía que toda esta operación resultara en vano, no le sorprendería en lo absoluto si, en su crueldad, Tara hubiera desechado sus pertenencias. Pero...
—¿Esa chica nunca mostró señales de ser una mentirosa? —preguntó Viktor, sacando a Dorian de sus cavilaciones.
Dorian se tensó, negando con la cabeza.
—No, nunca... —Hizo una pausa, reflexionando—. O quizás fui demasiado ingenuo para verlo. No lo sé. Siempre se mostró amable conmigo, parecía entenderme, y yo a ella.
—Lo que he aprendido a lo largo de mis años como vampiro, es que los humanos son criaturas de cambio constante —comentó Viktor—. Pasan por innumerables fases, impulsados por el deseo de experimentarlo todo antes de su muerte, lo que a menudo los lleva a tomar decisiones desastrosas.
Dorian se detuvo de súbito, enfrentando a Viktor con una mirada de incredulidad.
—¿Acaso los vampiros no son igual de cambiantes? —refutó—. Ustedes también adoptan distintas facetas para integrarse entre nosotros. Son como camaleones.
—Cierto, pero nosotros lo hacemos con un estilo. —Viktor le guiñó un ojo antes de detenerse también.
—¿Y los humanos no?
—No, los humanos cambian por indecisión. —Con una sonrisa, Viktor retomó la marcha, ansioso por encontrar refugio en la sombra.
Dorian mantuvo una prudente distancia tras Viktor, sintiendo una aversión profunda hacia la idea de allanar el apartamento, su idea. De ser por él, aplazaría y eludiría resolver este problema tanto como pudiera. Pero, si no lo enfrentaba ahora, ¿cuándo lo haría? El tiempo apremiaba, con solo unas semanas disponibles para finalizar la canción, presentársela a la banda y comenzar los ensayos. No podía permitirse el lujo de intentar reconstruir la melodía desde cero.
«Qué idiota fui al olvidar ese cuaderno», se reprendió por su descuido.
Viktor alcanzó primero el refugio de las sombras que proyectaba el edificio, suspirando con alivio. Al observarlo sacar un vial con sangre, Dorian se alarmó y se apresuró a posicionarse frente al vampiro, intentando ocultarlo con su cuerpo.
—¡¿Por qué estás bebiendo eso aquí? —exigió saber.
—Por la sencilla razón, mi querido humano, de que casi me convierto en cenizas bajo el sol y esto es lo único que me impedirá lanzarme sobre algún peatón —explicó Viktor, señalando el frasco—. Así que, ¿qué prefieres?
—Te sugerí estacionarnos más cerca —replicó Dorian, frustrado.
—¿Y privarme del placer de esta pequeña odisea a pie? —Viktor replicó con un matiz de ironía antes de ingerir la sangre en un solo sorbo—. Jamás.
Dorian, exasperado, se dirigió hacia el panel donde se agrupaban los timbres de los apartamentos. El de Tara era el número once, pero el dilema residía en cómo ingresar.
—¿Y bien? ¿Cómo planeas que entremos? —indagó Viktor—. ¿Quieres que eche la puerta abajo?
—¡Claro que no! —Dorian casi saltó al responder, lanzando una mirada cautelosa hacia una cámara de seguridad anclada en la pared—. Hay cámaras, idiota.
—Muy bien, entonces ilumíname con tu grandioso plan, Dori.
—Ya te dije que no me llames así. —Dorian frunció el entrecejo antes de enfocarse de nuevo en los timbres—. Vamos a llamar al departamento de mi antiguo vecino. Es un señor mayor que ya no tiene muy buena memoria. Le diré que he olvidado las llaves adentro y seguro nos dejará pasar.
—¿Y si no está en casa?
—Entonces nos marcharemos.
Dorian presionó el timbre del apartamento número diez, con la esperanza secreta de que su anciano vecino no respondiera, una parte cobarde de él suplicando en silencio que abandonara esta idea y regresara a casa.
«Ya estás aquí. No hay vuelta atrás», se recordó a sí mismo.
—¿Hola? —respondió la voz temblorosa del anciano, reconocible por su tono ronco, resultado de años de tabaquismo, y su confusión derivada de la vejez.
—Señor Leiman —habló Dorian, presionando el botón del intercomunicador—. Soy yo, Dorian, su vecino del departamento once.
—¿Dorian? —La voz del anciano sonaba confusa—. ¡Ah, sí, Dorian! Hace tanto que no sabía de ti, muchacho.
Una risa nerviosa escapó de su boca. No le gustaba mentirle al anciano.
—He estado... ocupado —se excusó, aclarándose la garganta con incomodidad—. Lamento molestarlo, pero olvidé mis llaves y me preguntaba si podría dejarme entrar.
—Qué descuidados son hoy en día —suspiró el anciano—. Te abriré, pero que no vuelva a suceder, ¿entendido, muchacho?
—Entendido. Gracias.
El cerrojo de la puerta se deslizó. Funcionaba tanto mecánicamente como de forma remota.
—Tienes un talento especial para engañar a abuelos —bromeó Viktor.
—Cierra la boca y sígueme.
Ascendieron las escaleras hasta llegar al cuarto piso, donde se encontraban los apartamentos diez, once y doce. El de Tara estaba al final del pasillo, todavía adornado con la planta que Emma le había regalado a él como felicitación por su independencia. Dorian sintió una oleada de enfado por todo lo que había tenido que dejar atrás para escapar del daño que Tara le había infligido.
—Apartamento once —intervino la voz de Viktor, sacándolo de sus pensamientos. Dorian giró hacia él, viendo cómo señalaba la puerta con el pulgar—. ¿Es este?
—Sí, lo es —confirmó Dorian con un suspiro tembloroso—. Y aquí es donde entras tú. ¿Puedes forzar la cerradura?
—¿Ahora sí quieres que intervenga? —preguntó Viktor, alzando una ceja—. Eso dejará evidencia, y ella podría deducir que fuiste tú si decide investigar.
Dorian gruñó, pasándose una mano por el cabello.
—¡Ya lo sé! —exclamó, bajando la voz al recordar a los vecinos—. Sé que no es lo ideal, pero no se me ocurre otra alternativa.
—Podría hipnotizarla para que te entregue el cuaderno —sugirió el vampiro.
—No, ya estamos aquí. Solo... —Exhaló—. Solo hagámoslo.
No quería seguir enfrentándose a Tara ni a Morgan. Solo anhelaba poner fin a esta incómoda situación, tomar algunas de sus pertenencias y alejarse para siempre de este torbellino de tragos amargos.
«¡Sonríe un poco, este es tu nuevo hogar!», le dijo Tara cuando se mudaron.
«Nuestro nuevo hogar», corrigió él.
Cerró los ojos, intentando bloquear esas memorias que le oprimían el pecho. ¿Por qué era tan arduo olvidar las experiencias más dolorosas y tan sencillo perder las felices?
—Oye, Dorian. —La voz de Viktor lo arrancó de su ensimismamiento—. ¿Sigues aquí?
Frunció el ceño.
—¿Qué?
—Te pedí uno de los pines de tu chaqueta —repitió el vampiro.
—¿Un pin? ¿Para qué?
Viktor esbozó una sonrisa autosuficiente y se señaló a sí mismo.
—Bueno, te alegrará saber que soy bastante diestro cuando me lo propongo y sé cómo abrir una cerradura sin necesidad de dañarla —explicó.
Dorian abrió los ojos de par en par.
—¿En serio?
—Te lo juro por mis cuatro colmillos —declaró, extendiendo la mano hacia él—. Ahora, dame uno.
Dorian quitó el pin con el número 2000 de su chaqueta y se lo entregó a Viktor, quien inspeccionó la punta asintiendo.
—Creo que funcionará —dijo mientras se agachaba junto a la cerradura, introduciendo la aguja en el orificio destinado a la llave. La movió con destreza, girando y girando hasta que se escuchó un leve clic. Viktor sonrió—. Soy todo un genio.
Dorian se acercó.
—¿Lo lograste?
El vampiro se enderezó y agarró la manija.
—Bienvenido a casa, Dori —anunció, abriendo la puerta para revelar el interior del apartamento.
Dorian quedó asombrado y no pudo evitar soltar una risa discreta. No podía creer que Viktor hubiera logrado abrir la cerradura con simple un pin.
—Eso fue increíble —admitió, mirando a los ojos a Viktor—. Jamás imaginé que los vampiros tuvieran trucos así bajo la manga.
—Solo los mejores —replicó Viktor, cerrando la distancia entre ellos y prendiendo de nuevo el pin en la chaqueta de Dorian—. Nunca lo olvides.
Una sonrisa se dibujó en Dorian.
—No creo que pueda.
Se adelantó hacia el apartamento, poniendo un pie dentro. Todo seguía igual que antes: los mismos muebles, las mismas decoraciones, incluso un espacio que Dorian había dejado vacío para poder sentarse en el suelo y componer nuevas canciones. Tara no había cambiado ni un ápice, como si ni siquiera viviera aquí.
—¿Vas a entrar? —preguntó Viktor, apoyado contra la pared junto a la puerta.
—Espérame aquí —indicó Dorian, consciente de que el vampiro no podría ingresar sin una invitación—. Vigila por si viene Tara. Si aparece, toca la puerta tres veces.
—De nuevo relegado a ser tu guardián —se quejó Viktor, haciendo un puchero—. Lastimas mis sentimientos, ¿sabes?
Dorian lo ignoró.
—No te muevas de ahí —advirtió.
—¿Estás seguro de que no quieres un poco de apoyo emocional? Puedo tomarte de la mano, abrazarte, besarte...
Dorian entró y cerró la puerta con un azotón, interrumpiendo las palabras de Viktor antes de que algún vecino pudiera escucharlos. El vampiro ya había avergonzado a Dorian en innumerables ocasiones: con sus jefes, con sus amigos e incluso con una camarera en un restaurante.
«Es un tarado», pensó Dorian, aunque con cierto divertimento.
Al entrar al apartamento, se dirigió hacia lo que antes era su habitación, comprobando que la mayor parte del lugar seguía igual que cuando lo dejó. Por un momento, pensó que tal vez Tara ya no vivía aquí, pero eso no podía ser, pues el lugar estaba limpio y bien cuidado, habitado en ese sentido.
Ver ese pequeño espacio, aquel que alguna vez llamó hogar y su lugar seguro, revivió circunstancias lejanas, pero aún guardadas por su inconsciente con una mezcla confusa de cariño y rechazo. En una de esas memorias, estaba sentado en la acera frente a la casa de su padre. Acababan de tener una discusión, la misma pelea que surgía a partir de las preguntas sin respuesta sobre su madre.
Pero de repente, en medio de ese remolino de angustia y enojo, apareció Tara. Venía a buscarlo para ensayar con la banda y lo encontró en ese estado. Aunque apenas se conocían en aquel entonces, ella no se disculpó y tampoco se fue al verlo tan mal, como haría la mayoría, sino que se quedó. Se sentó a su lado y preguntó:
«¿Qué te ocurre?»
Él no respondió. No veía sentido en abrirse a una completa desconocida en ese momento. Tara permaneció en silencio unos minutos y luego habló de nuevo:
«Desahógate. Guardártelo solo empeorará las cosas. No te juzgaré».
«No necesito que una extraña me lo diga».
«Conozco mejor que nadie los sentimientos que estás experimentando, y también me doy cuenta de que odias mostrar vulnerabilidad ante los demás. Tienes razón, soy una extraña, y por eso mismo no me incumbe lo que pienses. Así que, adelante; grita, llora. No diré nada».
En lugar de soltarse y dejar salir todo, él se volvió hacia ella con confusión escrita en su expresión.
«¿Qué quieres decir con que conoces mejor que nadie los sentimientos que estoy experimentando?»
Tara sonrió, no de forma llamativa, sino con un gesto discreto en los ojos. Un gesto que, en ese momento, le pareció tan honesto.
«No quiero que pienses que estoy entrometiéndome, pero tú y yo somos más parecidos de lo que crees, Dorian».
Tenía razón. Eran como almas gemelas, pero sin ningún tipo de romance involucrado, solo un sincero afecto mutuo. Era de seguro la relación más profunda que tenía, la persona a la que le confiaba todos sus secretos y vulnerabilidades.
Por eso, la traición de Tara dolía aún más que la de Morgan. Cada vez que pensaba en el engaño, no era la cara de su ex la que provocaba las emociones más dolorosas en él, sino el rostro de quien alguna vez consideró su mejor amiga. Fue una pérdida devastadora.
Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos una vez más, y entró a su antigua habitación. Para su sorpresa, todo seguía en su lugar: sus pertenencias, algunos muebles. A diferencia del resto del lugar, este espacio sí estaba sucio, descuidado. Parecía que nadie había entrado en mucho tiempo, ni siquiera Tara para husmear.
Encontró el cuaderno con las letras en el cajón de la mesita de noche. Estaba aventado, abierto por la mitad donde Tara había arrancado la hoja que le dio. Sin embargo, sintió alivio de encontrarlo intacto aparte de eso.
Pensó en marcharse para no prolongar más su estancia en el apartamento que ya no le pertenecía, pero decidió echar un último vistazo a su armario en busca de alguna otra pertenencia importante que pudiera llevarse sin que Tara notara su ausencia. En el interior, encontró algunas prendas viejas de ropa que había dejado allí como si fueran basura, un par de zapatos y, en el fondo, una antigua caja de cartón.
Sacó la caja, limpiando el polvo con una mano mientras cubría su nariz y boca con la otra. La abrió y descubrió una serie de objetos que había conservado como recuerdos. Había boletos de cine, llaveros, viejos cuadernos y, por supuesto, fotografías. Una en particular le golpeó el corazón; en ella salían él, Tara y Morgan, durante las carreras callejeras, con el Mustang y el Dodge Charger de fondo. Lucían tan vivos, tan felices... tan ingenuos. O al menos él se sentía así.
Estuvo a punto de dejar la fotografía y regresar la caja a su lugar, pero algo dentro de él se lo impidió. Volvió a colocar la foto en el interior, cerró la caja y la llevó consigo junto con el cuaderno. Le resultaba demasiado difícil renunciar, incluso a algo tan trivial como una imagen.
Salió del departamento y encontró a Viktor en el mismo lugar de antes, observando el brazalete con el cuarzo carmesí que siempre llevaba consigo. Parecía sumergido en sus propios pensamientos. Todos tenían algo que ocupaba un lugar en sus vidas, ya sea para bien o para mal.
—Salgamos de aquí —dijo a Viktor, cerrando la puerta detrás de él—. Con suerte, pensará que olvidó cerrar con llave.
Viktor se enfocó en él, frunciendo el ceño al ver la caja que llevaba bajo un brazo.
—¿Y eso? Hasta donde sé, solo veníamos por un cuaderno.
—Te dije que también quería recoger algunas pertenencias —respondió, y comenzó a caminar hacia las escaleras—. Ahora vámonos. No hay que tentar nuestra suerte.
(...)
Viktor notó que algo inquietaba a Dorian, pero más allá de algo malo, parecía abatido. Sabía que ir al apartamento de Tara sería difícil para él y ahora estaba sufriendo las consecuencias.
A pesar de ello, estaba decidido a hacer algo al respecto. Sentía el peso de la angustia de Dorian como si fuera propio, y si él no podía soportar esa carga ajena, no quería imaginar lo que Dorian estaba experimentando.
Con un suspiro discreto, golpeó con delicadeza la puerta de la habitación de Dorian. Después de que regresaron al apartamento, se encerró e incluso faltó a su trabajo en la tienda de antigüedades.
—¿Dorian? —llamó, preocupado.
No hubo respuesta, así que con un dejo de preocupación, Viktor abrió la puerta. No esperaba encontrarse con Dorian acostado en la cama, profundamente dormido. Con pasos cautelosos, se acercó, cuidadoso de no despertarlo. A su lado, estaba la caja que había traído consigo, y en su mano, sostenía una fotografía de él con Morgan y Tara.
«Así que estabas recordando cosas desagradables», pensó mientras observaba a Dorian dormir.
Con el cabello revuelto sobre el rostro, ojeras bajo los ojos y una palidez poco saludable, Viktor pensó que Dorian no merecía lo que le habían hecho. Aunque apenas lo conocía, veía cuánto se esforzaba y era demasiado para que las equivocaciones del pasado lo detuvieran de esta manera.
Con cuidado, se acostó junto a Dorian en la cama, mirándolo dormir en completo silencio. Le sorprendía cuánto dormían los humanos, mientras los vampiros podían pasar días sin cerrar los ojos. Con una tentación incontrolable, estiró la mano hacia Dorian y apartó el cabello de su cara.
La simple acción provocó que Dorian se moviera y abriera los ojos. Escudriñó la oscuridad para ver quién estaba allí.
—¿Viktor? —preguntó con la voz ronca—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a asegurarme de que estuvieras bien —respondió, sentándose en la cama.
—Claro, y no es para nada extraño que me observes dormir —dijo con un débil sarcasmo.
Dorian frotó sus ojos y, tras bostezar, notó que todavía sostenía la fotografía en su mano. Hizo un mohín incómodo y Viktor aprovechó la oportunidad para señalar la imagen.
—Son tú y los dos patanes, ¿no?
Dorian asintió, dejando la fotografía boca abajo sobre la sábana. Ya no quería verla.
—Es solo un recuerdo. Uno malo.
—Así que de entre todas las cosas que pudiste salvar de tu viejo hogar, escogiste eso —comentó Viktor, apoyando sus palmas detrás de sí.
—No sabía que venía en la caja. —Sus latidos se aceleraron; estaba mintiendo. Volvió a tomar la fotografía y frunció el entrecejo—. La tiraré, o la quemaré. Lo que sea más fácil.
Eso fue lo que dijo Dorian, aunque Viktor podía sentir que eso no era lo que quería. Era un recordatorio doloroso que no estaba listo para soltar, al menos no aún.
Sin vacilar, Viktor se aferró a la mano de Dorian, que apretaba la foto con fuerza.
—No tienes que deshacerte de ella si no estás listo todavía —aseguró—. Y, tal vez me equivoque, pero... No creo que lo estés, Dorian.
Dorian contempló la imagen y luego miró a Viktor con una ligera confusión.
—¿Por qué crees eso? —interrogó, con una mezcla de incredulidad y curiosidad.
Viktor sonrió con aires de misticismo.
—Intuición de vampiro, tal vez.
Dorian rodó los ojos, pero en sus labios se asomaba una pequeña sonrisa, un atisbo de una carcajada.
—Qué estúpido eres —murmuró, negando con la cabeza. Luego, se volvió hacia Viktor, conectando sus miradas una vez más—. Pero gracias.
—¿Gracias? —inquirió Viktor, sorprendido.
—Por ayudarme a recuperar el cuaderno. No tuve la oportunidad de agradecerte antes —explicó y apretó la mano del vampiro con gratitud—. Gracias, Viktor.
Viktor se sintió avergonzado ante el agradecimiento de Dorian y aclaró la garganta con disimulo.
—¿Qué tal un beso de agradecimiento? —bromeó, esperando un rechazo o solo aligerar el ambiente, pero en cambio, Dorian se inclinó hacia él y lo abrazó, tomándolo desprevenido.
—Esto es lo mejor que puedo darte —susurró Dorian a su oído.
Con el corazón latiendo desbocado en su pecho, tardó en reaccionar y abrazar a Dorian en respuesta. Era la primera vez que le mostraba cariño sin necesidad de que Viktor lo provocara o estuviera influenciado por el alcohol. Se sentía maravilloso.
—Esto es más que suficiente.
Este capítulo es uno de mis favoritos. En realidad, cualquier capítulo con estos dos siendo tiernos es mi favorito ❤️
¡Muchísimas gracias por leer! 💋
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