💋Capítulo 11. No te preocupes por él

Dorian rara vez aceleraba su coche a toda velocidad, a menos que estuviera en una carrera; no obstante, esta vez hizo una excepción.

Le preocupaba que su padre le pidiera que fuera a casa por la tarde, un hogar que su papá seguía considerando como el de su hijo, a pesar de los esfuerzos de Dorian por distanciarse. Trataba de verla como la casa de su padre y Emma, no la suya, marcando así el primer paso para empezar su propia vida lejos de ellos. Sin embargo, se enfrentaba a una lucha interna, ya que no deseaba seguir el mismo camino que su madre, dejando todo atrás de manera abrupta.

—¿Crees que sea algo grave? —preguntó Viktor en cuanto estacionaron frente a la casa.

—No —respondió con simpleza, deseando con fervor estar en lo correcto, esperando que fuera solo una tontería de su padre—. No lo creo.

Mientras Viktor se ajustaba unas gafas oscuras que ocultaban por completo sus ojos, Dorian salió del coche y contempló la fachada de la casa. Siempre le había encantado: el césped bien podado, un sendero de piedra impecable que conducía a la puerta principal y un porche adornado con macetas, donde una campana de viento colgaba, tintineando por el suave viento que soplaba.

Dorian suspiró y Viktor apareció a su lado sosteniendo una sombrilla negra sobre su cabeza.

—Por cierto, ¿de dónde sacaste la sombrilla? —preguntó Dorian.

—Siempre llevo una sombrilla durante el día. —Viktor se aferró al puño con sus guantes de piel rojo borgoña—. Sería imprudente no hacerlo dada mi condición.

—Tienes razón —murmuró Dorian, distraído. Solo estaba ganando tiempo.

—¿Planeas entrar en algún momento? —preguntó Viktor, notando su vacilación—. Cuanto más lo postergues, más difícil será, Dori.

Dorian frunció el ceño y avanzó hacia la entrada.

—No necesito que tú me lo digas.

Viktor soltó una carcajada a sus espaldas mientras lo seguía a unos pasos de distancia. Dorian se detuvo frente a la puerta y sacó de su bolsillo la copia de la llave que aún conservaba.

—Ven, entra —indicó Dorian a Viktor al pasar.

El vampiro arqueó una ceja y negó con la cabeza.

—No creo que sea una buena idea.

—¿Prefieres quemarte bajo el sol? —preguntó Dorian con sarcasmo.

—Lo siento, permíteme reformular. —Aclaró la garganta con exageración—. No puedo entrar a menos que tenga un deseo suicida.

Dorian lo miró con cansancio.

—¿Este es otro de tus chistes?

—Los vampiros no podemos entrar si no nos invitan —explicó Viktor—. Pensé que los humanos eran más conocedores.

Dorian lo miró con incredulidad.

—¿Y cómo es que entraste a mi apartamento? —indagó—. Nunca te invité.

—Eso es... —Viktor dudó—. Es diferente. Tú y yo tenemos una conexión especial y...

—¿Conexión especial? —lo interrumpió.

El vampiro estaba a punto de responder, pero en su lugar, enarcó las cejas y soltó una carcajada.

—¿Acaso te estás haciendo el tonto?

Dorian se removió con incomodidad. Claro que seguía actuando como si no entendiera para evitar hablar con su padre. Cada vez que le pedía que fuera a la casa, era por algo que, la mayoría de las veces, no le gustaba.

—Te invito a entrar —dijo entonces, reconociendo que no podía seguir siendo tan infantil y evitativo.

—Así no funciona. Tú ya no vives aquí.

Dorian gruñó con exasperación y tiró de su cabello con fuerza. Estaba perdiendo los estribos.

—Entonces espera afuera —concluyó, dándole la espalda a Viktor y cerrando la puerta a pesar de sus protestas.

Enfrentar con su padre era una cosa, y aunque tener que lidiar con un vampiro idiota era algo muy distinto, terminaba siendo igual de insoportable.

La casa lucía tan impecable como la recordaba. Todo estaba en su lugar, sin una mota de polvo a la vista, y siempre transmitía esa sensación de familiaridad y cercanía. Dorian se aproximó al librero de la sala, repleto de libros y portarretratos de tiempos mejores, cuando era niño y amaba a su familia a pesar de sus imperfecciones, cuando su padre era su héroe y él aspiraba a ser como él. ¿Cuándo fue que las cosas cambiaron tanto?

Cerró los ojos un momento y suspiró por lo bajo. Era en momentos como este que extrañaba la fantasía de ser un niño inocente e ignorante de la verdadera naturaleza de las cosas.

—¿Dorian? —La voz de su padre lo llamó, y al abrir los ojos, lo vio parado en el marco de la puerta que daba a la sala. Su camisa formal para el trabajo estaba arremangada y las manos las tenía impregnadas de cochambre—. ¡Ah, ya estás aquí! —Le sonrió con esa expresión paternal que nunca cambiaba—. ¿Cómo te fue en el trabajo?

Dorian desvió la mirada de la de su padre, avergonzado. Se sintió de nuevo como aquel chico problemático y grosero que solía ser en sus últimos años de escuela. Aquel que no merecía un padre tan bueno y una hermana tan cariñosa.

—Bien —respondió con vaguedad, y lo observó de reojo—. ¿Para qué querías que viniera?

Su papá se apartó del marco de la puerta y le hizo una seña con la mano.

—Ven, sígueme —indicó—. Hay algo que quiero mostrarte.

Dorian lo siguió en silencio, percatándose de que lo estaba llevando hacia su estudio. Cuando era niño, solía disfrutar pasar tiempo allí, refugiándose entre los montones de libros que su padre tenía. Aunque en su mayoría no los entendía debido a su corta edad, le gustaba usar eso como excusa con tal de observarlo trabajar, corrigiendo manuscritos de otros escritores.

—Emma me dijo que todavía cantas —comentó.

—Tres veces por semana en Plague.

—Me gustaría ir a verte —dijo como muchas otras veces, pero Dorian nunca le decía cuándo, y él tampoco indagaba más.

Abrió la puerta de su estudio y, cuando Dorian se dispuso a entrar, se quedó boquiabierto al ver la serie de cajas de cartón regadas por el lugar y un montón de objetos desperdigados por el suelo.

—¿Esto qué...? —comenzó a preguntar.

—Solían pertenecer a tu madre —explicó su padre antes de darle la oportunidad de terminar—. He tenido estas cajas aquí durante años, pero estaba pensando en hacer algo de limpieza para liberar espacio.

Dorian seguía asombrado. En la habitación, dos cosas estaban sucediendo que nunca pensó presenciar: su padre haciendo un desorden y las pertenencias de su madre. Había vinilos de bandas de rock de los años ochenta, camisetas viejas con logotipos desgastados, joyas que iban desde anillos de aspecto costoso hasta collares con colgantes como calaveras y cruces. Además, se encontraba una extensa colección de bolígrafos y cuadernos con bocetos hechos con tinta negra.

—¿Tirarás todo? —preguntó, entrando por fin al estudio.

—Lo mínimo indispensable —respondió su padre, agachándose para abrir una de las cajas que aún permanecía cerrada con cinta adhesiva—. Creo que le hubiera gustado que tú y tu hermana conservaran algo de esto. Por eso te llamé, para que veas si quieres...

—No está muerta, papá —acotó Dorian con frialdad—. Nos abandonó.

—Dorian...

—Nos abandonó, pero al menos tuvo la decencia de pensar que nos gustaría conservar algo de ella. —Bufó de manera seca—. Emma ni siquiera la recuerda.

Su padre se puso de pie y se acercó a él con cautela.

—Ya sé que te es difícil perdonarla, pero...

—¿Tú ya la perdonaste? —Dorian frunció el ceño—. ¿De verdad perdonaste a la mujer que te abandonó con dos hijos?

Su papá esbozó una sonrisa melancólica, sacudiendo la cabeza.

—Nunca hubo nada que perdonarle —aseguró.

Dorian no podía creer lo que oía. No lograba entender cómo su padre podía disculpar a la mujer que le rompió el corazón al abandonarlo de manera tan injustificada.

—¿De verdad no te enfurece que se haya ido de la noche a la mañana sin decir absolutamente nada? —preguntó, incrédulo—. ¿O acaso tú sí sabes por qué se fue?

Su padre bajó la cara.

—No, no lo sé.

¿Cómo podía continuar amándola después de todo? Dorian no comprendía la obstinación de las personas por amar, incluso cuando ese amor no era correspondido o adecuado. Lo presenció cuando su madre los abandonó y lo sintió en carne propia cuando Morgan lo traicionó con su mejor amiga.

El amor, concluyó, era una ilusión. Una mentira cuidadosamente construida.

—Te dejaré a solas un momento —dijo su padre, y sin esperar respuesta, salió del estudio y cerró la puerta, dejando a Dorian encerrado dentro.

Dorian apretó los puños, tentado de golpear algo o gritar para desahogarse, pero se contuvo. En su lugar, se dejó caer de rodillas en el suelo y terminó de abrir la última caja. Arrancó la cinta adhesiva y observó su contenido. Era más de lo mismo, pero algo captó su atención, un antiguo joyero de madera con las iniciales de su madre grabadas: C.D. Un detalle que solo su padre podría haberle regalado.

Al abrir el joyero, se encontró con una vieja fotografía, borrosa por el paso del tiempo. En ella estaban su padre y su madre sosteniendo a un bebé, él mismo. Ambos lucían felices y su madre... Su madre era hermosa. Tenía el cabello rubio casi blanco, unos ojos verdes como los suyos y una sonrisa dulce y maternal.

Tomó la fotografía y debajo de ella solo encontró un broche oxidado en forma de remolino. Intrigado, también lo agarró y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Eso era lo único que se llevaría consigo. El resto no le interesaba.

(...)

Viktor deambulaba por el exterior de la casa, esquivando a toda costa la luz solar a pesar de estar bajo una sombrilla; aunque los vampiros no sudaban, el calor aún les resultaba incómodo. Se sentían sofocados incluso sin que los rayos del sol los tocaran.

Miró la hora en su celular robado, notando lo mucho que Dorian estaba tardando. Aguzó el oído, esperando captar algún sonido proveniente del interior de la casa, pero solo oyó el sonido de un bajo.

Siguió el sonido del instrumento y llegó a un costado de la casa donde el garaje estaba abierto. Allí encontró a Emma, la hermana menor de Dorian, tocando el bajo. No era una ejecución fuera de este mundo, pero tampoco lo hacía mal.

—Podrías unirte a la banda de tu hermano —sugirió.

Emma se sobresaltó al escucharlo y de inmediato apartó su atención del instrumento, encontrándose cara a cara con el pálido vampiro. Bajo el sol, seguro parecía transparente.

—¿Viktor? —preguntó, y este último se sintió halagado de que recordara su nombre—. ¿Qué haces aquí?

—Vine con tu hermano.

—¿Son amigos?

—Algo así. —Esbozó una sonrisa ladina—. Tal vez más.

Emma amplió los ojos.

—¿Están saliendo?

—No. —Se paseó de un lado al otro y, sabiendo que este tipo de cosas le molestaban a Dorian, respondió: —Pero digamos que ese es mi objetivo.

—Vaya, eso es... —Sacudió la cabeza—. Es genial, ¿pero no acaban de conocerse?

—Afirmativo.

—Suenas muy convencido.

—Lo estoy.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de ella.

—Solo te advierto que Dorian es difícil con este tipo de cosas.

—Estoy muy al tanto —aseguró y dio un paso hacia delante, cuidadoso de no pasar la línea y entrar a la casa—. Por ello me gustaría hacerte una pregunta sobre él. Si no te molesta.

—Oh... —Rascó su nuca con incomodidad—. No, supongo, siempre y cuando no sea extraña.

—¿Cuál es su sabor favorito?

—¿Sabor? —Se sonrojó un poco. Solo ella sabía las cosas que se estaba imaginando—. Okey, eso sí clasifica como extraño, pero... —Se carcajeó con nerviosismo—. No lo sé, ¿chocolate? Le gustan las cosas dulces.

Viktor volvió a sonreír.

—Espléndido.

Emma jugueteó con las cuerdas del bajo.

—¿Puedo preguntar la razón?

—Simple curiosidad —respondió—. Lo tendré muy en cuenta.

Emma parecía a punto de añadir algo, pero fue interrumpida cuando abrieron la puerta del garaje y por esta salió un hombre maduro, el padre de Dorian, supuso Viktor al ver el cabello azabache.

—Emma, necesito que... —se interrumpió al ver a Viktor y frunció el entrecejo. No cabía duda, era el padre de Dorian—. ¿Y tú quién eres?

—Viktor, un amigo de su hijo —se presentó.

Emma se rio entre dientes.

—O algo más...

Si su padre la escuchó, no dio señales de ello; en cambio, se acercó a Viktor y le sonrió con amabilidad mientras le extendía la mano. De seguro, la animosidad inicial era porque un tipo mayor le estuviese hablando a su hija. Dorian era idéntico a él.

—Un placer, Viktor. —Le estrechó la mano—. Soy Roland Welsh, el padre de Dorian.

Viktor le ofreció una sonrisa amigable y, tras el saludo, subió sus gafas para encontrarse con su mirada. Sin embargo, en lugar de recibir reciprocidad, se topó con una expresión desconcertada en el rostro de Roland. La incomodidad se apoderó de Viktor al sentirse juzgado.

—¿Papá? —llamó Emma, notando la tensión en el ambiente.

Roland negó con la cabeza y soltó una risa nerviosa.

—Disculpa, me despisté. —Aclaró su garganta—. Viktor, ¿verdad?

—Sí...

El padre de Dorian intensificó su escrutinio y se acercó más al vampiro, buscando algo que Viktor no podía identificar.

—Ya terminé. —Fueron interrumpidos por la voz de Dorian.

Roland retrocedió de inmediato y parpadeó varias veces como si despertara de un trance. Dirigió su sonrisa forzada hacia Dorian.

—¿Estás seguro? —preguntó, con una nota de incredulidad en su tono.

Dorian asintió y se dirigió hacia donde estaba Viktor, con las manos en los bolsillos.

—Deberíamos irnos. —Observó al vampiro de soslayo—. ¿Ya se conocieron?

Viktor, manteniendo su mirada fija en el padre de Dorian, asintió.

—Sí, definitivamente.

Dorian frunció el ceño ante su contestación, pero decidió no indagar más y solo se despidió de su padre y hermana. Viktor y él caminaron de vuelta al coche, aunque el vampiro podía sentir la mirada persistente de Roland Welsh. ¿Qué le pasaba a ese hombre?

—Tu padre es peculiar —comentó una vez estuvieron dentro del auto—. Sin ánimo de ofender.

—En esta familia, la normalidad es una rareza —replicó Dorian.

—¿Odias a tu padre?

—Por supuesto que no. Solo estamos distanciados. —Sacó una fotografía de su bolsillo—. ¿Te importaría si te hago una pregunta?

—Dispara.

Dorian le mostró la imagen en sus manos: su padre junto a una mujer sosteniendo un bebé. Supuso que debía ser su madre, ya que compartían los mismos ojos y un rostro similar.

—¿Crees que algún vampiro u otro monstruo pueda rastrearla? —señaló a la mujer.

—¿Es tu madre? —indagó para aclarar toda duda.

Dorian asintió con seriedad.

—Nos abandonó hace varios años, desapareció de la noche a la mañana —explicó—. Por eso quiero encontrarla. Quiero saber qué... Qué fue lo que ocurrió con ella.

Viktor percibió lo delicado que era este tema para Dorian y sintió una ligera preocupación. Tomó la fotografía con cuidado, evitando causarle más daño al desgastado papel, y contempló una vez más el rostro de la madre de Dorian.

—Podemos intentarlo.

¡AL FIN TERMINÉ ESTE DIBUJO! 👀

¡Muchísimas gracias por leer! 💋

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