💋Capítulo 1. No te enamores de él

«La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. Si se resiste, el alma enferma, anhelando lo que ella misma se ha prohibido, deseando lo que sus leyes monstruosas han hecho monstruoso e ilegal».
Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray.

Viktor Zalatoris acababa de devorar a un humano.

Por supuesto, esto era en sentido figurativo. Una manera brusca de decir que se alimentó de su amor y apreciada, pero insana devoción.

A los ojos de un vampiro como Viktor, los humanos eran criaturas demasiado necesitadas de afecto y atención. Un par de falsas palabras bonitas por aquí, unos detalles cursis e insignificantes por allá, uno que otro momento de sensual intimidad, y el humano caía rendido a los pies de un monstruo chupasangre cuya única intención era aprovecharse de su vulnerabilidad.

Para él, las confesiones de amor no significaban nada o cerca de nada. Eran como las tres comidas del día, alimentos que lo mantenían lo más alejado posible de convertirse en un Nosferatu.

Y ahora, tras una prolongada estancia en un país lejano, por fin volvió a poner pie en Core, también conocida como el núcleo de la Sociedad Ulterior europea.

Core era una ciudad olvidada en el mapa, un refugio para las criaturas sobrenaturales. Una amplia variedad de monstruos venían a pasar temporadas de relajación en el lugar: brujas, licántropos, Errabundos y más. Quizás, con un poco de suerte, podría encontrarse con una súcubo y disfrutar de una noche placentera.

Viktor emergió a través de un chorro de sangre que serpenteaba a lo largo de un muro de ladrillos dentro de un callejón. El Torrente Sanguíneo, siendo el método de transporte más económico y eficiente entre vampiros, estaba siempre abarrotado, lo que aumentaba considerablemente las asquerosas posibilidades de acabar manchado con los fluidos vitales de otros. Este peculiar modo de viaje implicaba la transformación del cuerpo del vampiro en el espeso líquido carmesí para desplazarse con rapidez hasta reconstruirse en la ubicación deseada.

Poco a poco, su cuerpo cobró forma: los pies, las largas piernas, un torso esbelto, un rostro afilado e inconfundible cabello rubio platinado peinado hacia atrás. Él era Viktor Zalatoris, un vampiro joven para los estándares de su especie, de aspecto atractivo y sin ningún problema para seducir humanos.

—Mierda. —Chasqueó la lengua al observar las gotas de sangre salpicadas en su camisa blanca recién adquirida. Limpió un poco con su dedo índice y luego lo llevó a sus labios, lamiéndolo con disgusto al percibir un sabor ácido—. Definitivamente ajena. —Escupió al suelo, volvió a peinar su cabello hacia atrás y exhaló aire condensado por el frío del invierno en Core.

Mientras salía del callejón, arremangó las mangas de su camisa blanca, tratando de ocultar las manchas de sangre lo mejor que pudo. Los humanos no reaccionaban bien a la visión de sus fluidos corporales; se alarmaban pensando que estaba herido o en peligro, y no tardaban en llamar a emergencias. Aún recordaba aquel desastroso viaje por el Torrente Sanguíneo que lo dejó pareciendo una versión masculina de Carrie. Los mortales que presenciaron la escena estuvieron al borde del desmayo por el pánico.

La avenida rebosaba de vida y ajetreo como cualquier otro viernes por la noche, aunque esta en particular irradiaba un exceso de energía; llena de antros, clubes y bares nocturnos. Hizo un gesto de desagrado ante la escena y sacó de su bolsillo un anticuado teléfono celular de tapa roja. Lo abrió con un movimiento de pulgar, pero no se encendió. Presionó las teclas varias veces, sin obtener respuesta en la pantalla. Maldiciendo para sus adentros, lo cerró y lo dejó caer entre las rejillas de una cloaca.

Al levantar la mirada, se topó casi de inmediato con un humano trajeado que hablaba por teléfono a pocos metros de él. Gritaba acerca de algunas firmas y criticaba la ineptitud de quien estuviera al otro lado de la línea. Viktor lo encontró, de manera bastante peculiar, simpático. Se adelantó hacia donde estaba el hombre y se colocó a su costado, con las manos en los bolsillos del pantalón de forma amenazante.

—Dame tu teléfono —ordenó en voz baja.

El mortal giró la cabeza hacia él con el ceño fruncido, momento que Viktor aprovechó para sostener su mirada. Sus iris brillaron en un tono guinda y sus pupilas se dilataron, adquiriendo la forma afilada de un felino. Este efecto se reflejó en los ojos cansados del hombre; sus párpados se abrieron de par en par y la mano que sujetaba el teléfono cayó lánguida a su costado antes de entregar el aparato.

—Gracias. —Viktor tomó el dispositivo, esbozó una sonrisa ladina y se alejó de allí antes de que su víctima volviera en sí.

La hipnosis era una habilidad que los vampiros solo podían emplear en humanos, nunca entre miembros de la misma especie o con otros monstruos. Era considerado un crimen, penado con diferentes castigos según la naturaleza de la criatura sobrenatural involucrada. La igualdad no era una práctica común en su mundo.

Finalizó la llamada que aún estaba en curso y marcó un número que conocía tan bien como la palma de su mano.

—Por el Padre Común, al fin —respondió la voz de una mujer con un pesado acento, uno que alargaba en exceso las letras y daba la sensación de hablar con un miembro de la alta sociedad del siglo XIX.

—¿Cómo supiste que era yo? —cuestionó Viktor, reanudando su caminar a través de la abarrotada avenida. La gente que pasaba a su lado lo observaba y señalaba con poca discreción; era una actitud usual de los mortales, reprobable según la mayoría, pero fantástica para él.

—No esperaba otra llamada, y te conozco lo suficiente para estar al tanto de tu terrible costumbre de robar teléfonos cada vez que se quedan sin batería. —Suspiró como si se le hubiera agotado el aliento—. Dicho eso, por favor, dime que estás cerca.

Viktor le dedicó una sonrisa coqueta a una mujer que pasaba antes de detenerse de forma abrupta.

—Justo afuera.

—Sensacional, dile tu nombre al portero y te dejará entrar —indicó antes de colgar la llamada.

Viktor guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón y contempló el edificio frente a él.

Se encontraba ante un club nocturno llamado Plague. Su fachada, envuelta en oscuridad, solo destacaba por las luces neón de tonos fríos, interrumpidas en ocasiones por destellos rojos. A pesar de su aspecto deslucido y barato, la larga fila de personas que aguardaban para entrar revelaba un atractivo que trascendía la primera impresión.

Se abrió paso entre la multitud, recibiendo insultos y miradas desagradables. Llegó hasta el portero, un hombre alto y fornido con expresión hosca. Había visto Nosferatus más agraciados que aquel humano.

—Viktor Zalatoris —dijo en voz alta para hacerse oír entre el bullicio y la música proveniente del interior.

El portero lo escudriñó de pies a cabeza y refunfuñó.

—¿Vienes de parte de Carmilla?

—En efecto.

El humano asintió de mala gana y apartó una banda roja para permitirle el paso. Viktor hizo un gesto flojo con la mano en señal de agradecimiento e ingresó al club nocturno. De inmediato, sus sentidos agudizados fueron bombardeados por luces estroboscópicas y los gritos de los humanos que cantaban y bailaban, borrachos hasta casi desplomarse. En esos momentos, sentía la cabeza tan pesada como un saco de piedras hundiéndose en el mar abierto, mientras un pitido perforaba sus tímpanos como si se tratara de un taladro luchando por acceder a su cerebro por la fuerza.

No era muy aficionado a estos lugares, pero después de unos minutos se adaptó y logró hacer del malestar algo soportable. Tras un breve respiro, se dispuso a buscar a Carmilla entre la multitud con la mirada, pero resultaba casi imposible con tantos humanos de por medio. Lo único que pudo divisar fue el bar, así que se encaminó hacia allí, deseoso de tomar algo, aunque cualquier bebida alcohólica común, por muy fuerte que fuera, le sabría a agua estancada.

Tomó asiento en una de las zonas más despejadas de la barra, pero justo cuando iba a pedir un trago, sintió una punzada en el colmillo derecho. Abrió la boca y de esta brotó un fino chorro de sangre. Con premura, colocó la palma debajo de su barbilla para que el líquido se acumulara allí y, una vez lo hizo, se movió como si tuviera vida propia, escribiendo un breve mensaje:

«Cerca del escenario».

Viktor odiaba este método de mensajería que su mejor amiga empleaba tanto. Era sucio, desagradable y demasiado llamativo, incluso para él.

Rodó los ojos y estuvo a punto de levantarse de la barra cuando una joven humana apareció a su lado, haciendo una mueca de desagrado al ver la sangre en la palma de su mano.

—Eso se ve mal. —Levantó el dedo índice para indicar que esperara un segundo y luego se estiró por encima de la barra para tomar una servilleta de papel—. Ten.

Él la aceptó y se limpió.

—Gracias.

La chica sonrió. Era joven, quizás demasiado para estar en un lugar como ese. No pasaba desapercibida; su rostro estaba cubierto por un pesado maquillaje, con sombras oscuras alrededor de los ojos que deslucían el color verde de sus iris. Sin embargo, el contraste con su cabello negro, cuyas puntas estaban decoloradas a blanco, le confería una apariencia intrigante.

—No hay de qué. Son gratuitas después de todo —replicó con tono jocoso.

—De cualquier forma, lo aprecio —añadió él.

La chica mordió su labio inferior, nerviosa, una reacción común entre los humanos al estar frente a frente con un vampiro. No era mentira que sus facciones se embellecían para agradar al ojo mortal.

—Y... —comenzó, dando un paso hacia él—. ¿Viniste a ver a Nameless?

Viktor frunció el ceño.

—¿Nameless?

—La banda que toca hoy. —Señaló el escenario al fondo del club nocturno—. No es por presumir, pero conozco muy bien al vocalista.

Viktor hizo caso omiso de eso último, ya que lo único en lo que podía pensar era en lo ridículo que sonaba aquel nombre para una banda, sobre todo por la falta de originalidad empleada al elegirlo. ¿Acaso la fila tan absurdamente larga era para entrar a ver a un grupo con un nombre tan mediocre como Nameless?

No pudo evitar bufar de manera burlona y negar con la cabeza.

—En realidad, vine buscando a una conocida. Tal vez la has visto: muy pálida, cabello castaño, un marcado acento...

—¡Espera! —zanjó—. ¿Te refieres a Carmilla?

—¿La conoces?

—¡Por supuesto! Es fanática de la banda. —Volvió a sonreír y le hizo una seña con la mano—. Ven, acompáñame; la vi hace unos minutos.

Viktor siguió a la chica, esquivando con agilidad a la multitud. Solo con ver la cantidad de gente, no pudo evitar sacar del bolsillo de su pantalón un par de guantes de piel color rojo borgoña y ponérselos.

—¿Cuál es tu nombre, por cierto? —preguntó la desconocida, casi gritando debido al volumen de la música.

—Viktor.

—Yo soy Emma.

Lo llevó al frente del público, justo a la primera fila que daba al escenario, donde ya habían colocado una batería y un micrófono. Viktor vio a Carmilla parada cerca del costado de dicho escenario, próxima a las escaleras para subir o bajar de este.

—Ahí está —indicó Emma.

Y sí, ahí estaba la culpable de que tuviera que apresurar su última presa; un humano que terminó con su prometido durante sus vacaciones. Viktor, aprovechándose de su estado vulnerable, se acercó a él y lo trató de una manera opuesta a cómo lo hacía su pareja, logrando que cayera rendido en menos de dos semanas. Casi le rogó de rodillas que se quedara, reiterando cuánto lo amaba, pero Viktor solo lo besó, cortó su labio con uno de sus colmillos y devoró su amor como si fuera un aperitivo. No era amor verdadero, más bien uno necesitado, por lo que su efecto no duraría mucho y tendría que ir en busca de otra presa muy pronto.

—Gracias. —Le dedicó una afable sonrisa.

La joven chica se ruborizó y asintió con timidez.

Viktor se colocó junto a su amiga, quien tenía la mirada fija en el escenario. En vivo, era una vampira de una belleza clásica deslumbrante, que complementaba a la perfección su elegante nombre: Carmilla Di Rosaria. Por supuesto, aquel era un nombre falso, un trámite burocrático que le llevó más de un año y mucho papeleo concretar.

—Pensé que me presentarías a tu presa —dijo en voz baja, a sabiendas de que ella lo escucharía a través del escándalo.

—Futura presa —corrigió y sonrió con sus carnosos labios pintados de carmín—. Y está a punto de aparecer.

Antes de tener la oportunidad de indagar, Viktor fue interrumpido por el sonido de una batería que marcaba un lento compás, como una cuenta regresiva. Las luces del club nocturno se apagaron y el público empezó a gritar y contar en reversa:

3... 2... 1...

La pirotecnia estalló en el escenario y los gritos se intensificaron cuando un reflector se encendió sobre la batería, iluminando a un chico de largo y ensortijado cabello pelirrojo que golpeaba las baquetas por encima de su cabeza mientras gritaba:

—¡¿Están listos?!

El público rugió «¡SÍ!» al unísono y el chico de la batería volvió a contar: 3... 2... 1...

Comenzó a tocar y, a través del humo, apareció una chica con una guitarra eléctrica de color violeta metálico, desatando aún más gritos de emoción. La humana irradiaba presencia en el escenario, con su cabello teñido de mechas rojas y cortado de manera desigual sobre sus hombros, y unos ojos rasgados resaltados por un maquillaje exagerado en los párpados.

Pronto, su música envolvió los oídos de Viktor, quien se giró hacia Carmilla. Su amiga seguía sonriendo con suficiencia, sin apartar la mirada del escenario. Viktor solo quería saber si se trataba de la guitarrista, pero antes de poder preguntar, fue interrumpido cuando la voz de un hombre resonó a lo largo del club nocturno y los gritos del público se volvieron más agudos.

Era una voz juvenil, aunque con un toque ronco que le otorgaba gravedad, perfecta para el rock. Tarareaba un simple «La La La» de fondo, pero fue suficiente para captar la atención de Viktor y de todos los presentes.

El baterista se unió al tarareo y de repente surgió un chico de unos veintitantos años, alto, con largo cabello azabache y una desgastada chaqueta azul marino adornada con broches y pines de diferentes símbolos. Aunque a la distancia serían casi imposibles de ver para un humano, para Viktor no lo eran. Al instante identificó una guitarra eléctrica con alas de murciélago, un número 2000 y unos labios rojos que goteaban sangre.

El chico se aferró al micrófono en el centro del escenario y empezó a cantar con tanta naturalidad que parecía como si el club nocturno fuera su reino y quienes lo veían, sus leales súbditos. Todos los ojos lo seguían, las luces sobre su cabeza realzaban sus rasgos faciales e incluso hacían que su piel reluciera. Era el dueño de la escena y nadie podía, ni quería, negarlo.

Viktor quedó anonadado por el humano. Joven, atrevido, con un carisma natural que se desbordaba por cada poro, moviéndose con gracia y cantando con una sonrisa confiada en los labios.

Cuando llegó al coro, sacó el micrófono de su base y se acercó al borde del escenario, inclinándose para tocar las manos del público. No parecía estar actuando en un simple club nocturno; era como si estuviera dando su propio concierto. La banda en sí era talentosa; el baterista marcaba un ritmo perfecto, la guitarrista estaba en completa sintonía con su instrumento y el cantante irradiaba vida propia con solo estar allí.

Lo único fuera de lugar era la grabación del bajo de fondo. Parecía que el talento no había sido suficiente para al menos atraer a un bajista principiante.

«Nameless, el nombre espanta a cualquiera», pensó Viktor.

Cuando la canción estaba a punto de entrar en su último coro, el cantante volvió a colocar el micrófono en su lugar y se aproximó a este, casi rozándolo con los labios. Pasó una mano por los mechones de su cabello que enmarcaban su rostro, húmedos debido al sudor en su frente, producto del calor generado por las luces y la pirotecnia.

Dejó su cara al descubierto y Viktor pudo apreciar sus ojos en todo su esplendor. Eran almendrados y de una tonalidad verdosa que, con aquella luz tenue, los hacía parecer dorados. Se quedó boquiabierto y sintió su pulso acelerado cuando el chico conectó sus miradas durante un efímero segundo. Era intensa, penetrante, como si leyera todos sus pensamientos y percibiera sus deseos.

El cantante finalizó la canción con una nota larga y la guitarrista se encargó de cerrar con un agudo solo. Los aplausos resonaron y el chico sonrió con amplitud. Viktor creía que no podía quedar más cautivado, pero con cada instante que pasaba, solo lograba desafiarse a sí mismo.

—¡Gracias, Plague! —exclamó al micrófono, deslizando la chaqueta hacia sus brazos y moviendo la camisa que llevaba por debajo, dejando al descubierto su cuello donde su pulso acelerado palpitaba.

Viktor tragó saliva, siendo invadido por un instinto primitivo. Luchó contra la insana tentación de abalanzarse al escenario, morderlo, beber su sangre e incluso besar sus labios para reclamarlo como su presa en ese mismo momento.

—¿Y? —Carmilla irrumpió en sus obscenas fantasías—. ¿Qué te parece?

Viktor amplió los ojos y, de un segundo a otro, todo deseo salvaje desapareció de su cuerpo. Se volvió de súbito hacia su mejor amiga y levantó una ceja.

—¿Él es tu presa? —preguntó, incrédulo.

Carmilla asintió y cruzó los brazos sobre su pecho. Por supuesto que ella tendría tan buen ojo. Aquel humano era más que un manjar; era atractivo, talentoso y enérgico. ¿Qué más podrían pedir? Su amor debía durar años.

—Lo será —confirmó, y lo miró a los ojos con curiosidad—. Así que dime, ¿qué opinas?

Viktor volvió a buscarlo con la mirada. Todavía estaba en el escenario, tomando agua y peinando su largo cabello hacia atrás, aunque los mechones regresaban a su frente.

El corazón le volvió a dar un vuelco en el pecho, pero ¿por qué? Viktor había conocido a una gran cantidad de humanos incluso más interesantes que ese chico, aunque hace mucho que ninguno lo hacía sentir así. Existía algo en él, algún detalle, alguna estupidez, un factor desconocido que le recordaba a alguien que no podía definir.

—Viktor. —Carmilla chasqueó los dedos frente a su rostro—. Presta atención por un segundo, ¿quieres? Necesito una opinión sincera.

Viktor no podía procesar el hecho de que ese chico fuera la presa que su mejor amiga tenía en mente, pero aunque quisiera, no había nada que pudiera hacer al respecto. Él y Carmilla eran más que amigos; eran como hermanos, y no se atrevería a robarle su humano.

—Parece una presa perfecta —contestó de manera vaga, mintiendo.

La verdad era que, en los confines de su mente, pensaba: «Una presa perfecta para mí».

¡Bienvenidos a Vampire Kiss!

Les agradezco mucho que se hayan tomado el tiempo para embarcarse en este libro, a decir verdad, esta historia es como un reto para mí. Esta es mi primera vez escribiendo algo sobre vampiros y fantasía urbana, por lo que estoy súper emocionada. Así que, de nueva cuenta, ¡mil gracias por todo el apoyo!

Sin nada más que decir, espero que disfruten esta historia y nos veremos en los siguientes capítulos 💋

[P.D. Incluí arriba la canción en la que me basé para la banda].

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