🩸Prefacio

«Qué mutables son nuestros sentimientos y que extraño es ese amor aferrado que tenemos a la vida incluso en el exceso de miseria».
Mary Shelley, Frankenstein.

El estruendo de un trueno resonó en sus oídos, sin embargo, pronto descubrió que no era un relámpago, sino el sonido de su corazón y su alma partiéndose en dos irreparables pedazos.

Además del estallido resultante de su dedo apretando el gatillo de una pistola.

Llovía a cántaros, el suelo estaba resbaloso y la visibilidad era poca debido a la neblina que se asentaba sobre las calles de un barrio de mala muerte en Reverse York. No obstante, Lazarus Solekosminus no dejó de correr, no se detuvo cuando el abrigo que colgaba de sus hombros fue llevado por el viento, ni cuando las gafas de cristales rojos que lo protegían de sus tormentos cayeron al suelo y fueron aplastadas por su propio pie.

Continuó corriendo con un solo objetivo en mente, uno alimentado por cólera y una intensa agonía que le provocaba gritar a todo pulmón y hasta desgarrar su garganta.

Estaba persiguiendo a alguien; no, a algo, a un traidor, a un monstruo que no merecía su compasión ni cualquier otro sentimiento del pasado dedicado a él y firmado con su nombre. No, monstruo era poca cosa, era algo inherentemente peor, aquello nacido y criado en el averno mismo... Un demonio.

Se transportó por el Torrente Sanguíneo hacia el tejado de una vieja edificación que parecía estar cayéndose a pedazos. Apareció con manchas de sangre en su rostro y en la tela de su ropa por la forma tan súbita y brusca del viaje, pero ni siquiera eso lo frenó.

—Pensé que te había perdido, Lazarus —dijo aquel demonio, apenas visible entre la neblina, a excepción de sus ojos, afilados y de un color escarlata intenso que brillaba en la oscuridad.

Lazarus, en cambio, entornó los suyos, relumbrando en un tono guinda, uno de ellos escondido detrás del particular mechón blanco de su cabellera que cayó sobre su rostro al correr y se pegó a su frente por la constante lluvia helada que descendía sobre ellos.

—Ya me perdiste —aseguró, levantando el revólver al que se aferraba con la mano derecha y apuntando hacia la silueta del demonio.

El demonio bufó, pero no tenía la sorna tan característica que solía poseer en su carácter, esto sonaba más como una carcajada seca, muriendo antes de siquiera terminar de atravesar su boca.

—¿Se te ha ocurrido pensar que tal vez tú nunca me tuviste a mí? —inquirió, dando un paso hacia el vampiro, sus movimientos eran ágiles y sutiles como los de un felino.

Lazarus se aferró con más fuerza a la pistola. Ya estaba cargada y tenía el dedo sobre el gatillo, listo para accionarlo.

—Hay tres razones por las cuales debería matarte —sentenció.

—Dímelas —pidió el demonio, desenvainando una afilada daga de Hierro Solar de su cinturón.

—Eres un demonio —comenzó Lazarus, dando un firme paso hacia delante, nunca bajando el revólver o perdiendo de vista a su objetivo.

—Continúa, sin miedo, detective —animó su enemigo.

Lazarus avanzó más.

—Eres un traidor.

El demonio lo imitó.

—¡No te contengas, Lazarus Solekosminus! —bramó, su rostro ya era visible. Esa cabellera negra degradada a rojiza, esos cuernos gris carbón que sobresalían de su cabeza y esa expresión en su rostro tan encantadora como desagradablemente astuta.

El vampiro apretó la mandíbula, soportando los estruendos de su corazón, los mismos que estremecían su cuerpo mientras reprimía las visiones y voces que atormentaban su mente.

Tenía que terminar con esto. Solo quedaba una razón, la definitiva, la que contenía la fuerza necesaria para disparar.

—Y ya no puedo seguir amándote —concluyó.

El demonio detuvo su andar y lo miró fijamente, Lazarus no se sentía en la capacidad de descifrar los que esos ojos ocultaban, siempre era difícil leer las intenciones detrás de ellos, y ahora mismo, a punto de darle fin a todo, no tenía el valor de siquiera intentarlo.

—Entonces mátame —alentó el demonio.

Y Lazarus lo hizo, disparó.

El estallido de la bala abandonando el cañón resonó como un trueno y destelló en la neblinosa noche, sin embargo, este no llegó a su objetivo.

El demonio esquivó el disparo y, en cambio, se abalanzó hacia él con la daga en mano.

Lazarus apenas pudo levantar la pistola para bloquear con esta el ataque de su enemigo, de su antiguo amor. Vio el frenesí en su mirada, una psicosis resultante de la desesperación.

No era sí mismo.

—¡Alaric! —profesó su nombre. Quería hacerlo entrar en razón; no lo mataría así, no en ese estado iracundo y desbocado.

—¡Te odio, Lazarus Solekosminus! —espetó, atacando con más ímpetu, sin piedad, dispuesto a asesinarlo a estocadas.

Pero Lazarus no lo permitió.

Apuntó la pistola a la cabeza de Alaric y este último agarró el cañón, tratando de desviar su dirección. Lazarus, en cambio, se aferró a la hoja de la daga, quemando y cortando sus dedos y su palma, pero deteniéndola de atravesar su corazón.

—¡LAZARUS! —bramó Alaric una vez más.

—¡ALARIC! —gritó Lazarus.

Lo siguiente que se oyó a través de la tormenta fue un disparo, carne siendo perforada por una cuchilla y un sollozo de agonía.

Y después... silencio.

🩸 ¡Bienvenidos a Vampire Demon! 🩸

Debo admitir que este es el primer spin-off que escribo de uno de mis libros y no tienen idea de lo emocionada que estoy de que lean toda la historia que tengo planeada para Lazarus y Alaric. Solo puedo decirles que se preparen para una buena dosis de misterio, enemies to lovers y, por supuesto, mucho drama. También es importante mencionar que esta historia será un poco más madura y seria que sus predecesoras. Siempre intento mantener el ritmo de la trama y la acción latente, pero les pido paciencia en ciertos aspectos. Confíen en el desarrollo 👀

Por último, para no abrumarlos con tanto texto, todavía no tengo claro el horario de actualización de este libro, pero es seguro que será al menos una vez por semana. Por ahora, solo prometo que mañana publicaré el primer capítulo. Digamos que este prefacio fue solo un pequeño adelanto... 😈

Y, como siempre digo, ¡muchísimas gracias por leer! ❤️

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