🩸 Capítulo 9. Favores
Lazarus Solekosminus juró que jamás volvería a poner su vida en manos de un demonio, mucho menos si dicha criatura infernal era Alaric Laith.
Sin embargo, las circunstancias no estaban a su favor. Nunca lo estaban.
—Sé exactamente cómo salir de esta maldita ciudad.
Eso fue lo que Alaric afirmó y, dada la alarmante situación en Reverse York, al vampiro detective no le quedó de otra más que confiar.
—Miente otra vez y mato a la niña, ¿está claro? —amenazó Lazarus, con su pistola en mano mientras le cargaba más balas de Hierro Solar.
La pequeña demonio se ocultó detrás de la súcubo, quien lo fulminó con la mirada mientras murmuraba lo que de seguro eran maldiciones en Svatiano. No obstante, el vampiro percibió que la niña no estaba completamente aterrada por la forma en que lo miraba con un desagrado palpable. En contraste, su estúpido protector solo esbozó una media sonrisa y soltó un bufido.
—Ay, Lazarus, qué idiota eres —se mofó, sacando su daga y luego pasando el pulgar por el filo de esta con tal delicadeza que no cortó su piel. Alaric notó cómo Lazarus lo veía con fijación y se carcajeó—. Apuesto que te encantaría que derramara una gota de sangre, ¿eh?
Lazarus frunció el entrecejo, a punto de replicar cuando fue interrumpido por un sonoro gruñido por parte de Blair Bellanova.
—Te imploro que no lo hagas, demonio de pacotilla. —Rodó los ojos—. Ya tengo suficiente con la tensión arrolladora que los rodea. Me dan náuseas.
Lazarus les dio la espalda, cargando la última bala y colocando un dedo en el gatillo.
—No existe tal tensión —aseveró y se dirigió hacia la puerta de la biblioteca. Miró a la bruja y a los demonios de reojo, quienes lo seguían a regañadientes—. Vámonos.
Alaric levantó una ceja.
—¿No debería ser yo quien dirija al grupo de desadaptados? —inquirió, colocando una mano en su cintura.
Lazarus se dio la vuelta para encarar a Alaric.
—¿Qué no decías que yo debía protegerte? —preguntó con seriedad—. Tú guías, pero a menos que quieras ir primero y ser el escudo de los demás, te quedarás atrás de mí.
—¡Excelente! —exclamó Alaric, aplaudiendo—. Así podré apuñalarte por la espalda.
Esta vez, Lazarus no pudo contener la ligera sonrisa maníaca que se asomó en sus labios, mientras sus ojos guinda se abrían aún más.
—Entiéndelo de una vez, tú jamás podrás matarme —sentenció, casi como una burla.
Alaric no refutó, pero todo divertimento en su semblante se desvaneció y fue reemplazado por tensión e indignación. Lazarus, satisfecho con ello, volvió a darle la espalda y abrió la puerta de la biblioteca.
—¿Hacia dónde?
—Hacia el puerto en donde me encontraste hace unas horas —contestó Alaric, frío, sin su tono jocoso que parecía imbuido en él.
Lazarus no tenía idea de que sería tan fácil despojar al demonio de su máscara de payaso de poca monta. La seriedad de su tono lo transportó a la época en que trabajaron juntos en el caso de las Sangrilas, cuando todo parecía perdido, los cuerpos se acumulaban y el detective no lograba conectar las pistas para resolver el misterio. En aquel entonces, Alaric se había aferrado a sus mejillas, levantando su rostro agachado para mirarlo a los ojos, y con una voz firme y segura le dijo:
—No hay nada que tú no puedas resolver, Lazarus. Siempre estaré aquí para recordártelo.
Por supuesto, fue otra mentira, y ahora que el tiempo había pasado y las traiciones arrasado, Lazarus solo podía ver a Alaric y preguntarse desde cuándo comenzaron los engaños, cuántos de esos gestos fueron verdaderos, o si siquiera existía uno con intenciones sinceras.
¿Desde cuándo fue un traicionero?
—¿En serio crees que es momento de pensar en ello, Lazarus? —preguntó la voz de Lucas a su oído.
Lazarus cerró los ojos y apartó las memorias de él y Alaric. No, no era momento de pensar en ello. Ahora mismo solo debía enfocarse en salir de Reverse York y después encontrar a su padre para ponerle fin a todo.
Las calles de Reverse York estaban desiertas. Los habitantes que no fueron transformados en monstruos psicóticos estaban encerrados en sus casas o habían escapado a tiempo. Parecía una ciudad fantasma, desierta y silenciosa, sin un alma a la vista. Ni siquiera los monstruos afectados por las Sangrilas se habían aventurado por allí, ya que buscaban lugares repletos de criaturas a las que devorar. Esta soledad era perturbadoramente pacífica. A Lazarus le daba mala espina.
—Oye, Bellanova —llamó a la bruja que iba en la retaguardia, con las manos detrás de su cabeza y caminando con la ligereza de alguien que no tenía preocupación alguna en el mundo—. ¿Dónde está tu madre?
Blair volvió su mirada bicolor hacia él.
—Con suerte, en el estómago de algún monstruo psicótico —respondió con un tono burlón, recibiendo una mirada reprobatoria por parte del vampiro. La bruja exhaló con hastío—. Yo qué sé, detective. La última vez que la vi estaba perdiendo la cabeza por la muerte de mi abuela y luego se desvaneció como es su costumbre. Es una niña grande, que se cuide sola.
—¿Qué no te preocupa que la hagan cachitos, bruja loca? —intervino Alaric, indicándole a la niña demonio y a la súcubo que se quedaran cerca.
Blair sonrió, entornando los ojos.
—No, después de todo, se lo merece —sentenció—. La cobardía se cobra caro y ella tiene una enorme deuda pendiente.
Lazarus la observó con detenimiento, pero no profundizó en el asunto. Se volvió hacia el frente justo cuando un estruendo y un grito resonaron a pocos metros. Se detuvieron en seco, y tanto el vampiro como el demonio desenfundaron sus armas. Blair, en cambio, retrocedió con una mueca de disgusto.
—Si van a salpicarse de sangre, háganlo lejos de mí —dijo la bruja.
Un agudo chillido se escuchó no muy lejos de ellos y reconocieron al instante que se trataba de un Nosferatu. Le siguió el escándalo de un cristal quebrándose en cientos de pedazos, y Lazarus halló el origen con tan solo levantar la mirada hacia un viejo edificio departamental. Un cuerpo, el de un vampiro, acababa de ser aventado del penúltimo piso y se había estrellado contra el pavimento.
Lazarus estuvo a punto de dar un paso hacia delante cuando fue detenido por Alaric tomándolo del brazo.
—Espera —musitó.
Y, apenas unos segundos después, desde el mismo piso del que el vampiro había sido lanzado, un enorme Nosferatu irrumpió, derribando el muro a su paso. Se abalanzó sobre su víctima, la tomó del torso y mordió su cuello con tal ferocidad que parecía a punto de arrancarle la cabeza. La sangre brotó, tiñendo el pavimento de rojo y saturando el aire con un hedor a óxido.
Esta vez, Alaric se preparó para atacar, aferrando su daga con la hoja orientada hacia atrás, su forma característica de empuñarla. Lazarus detestaba las deudas, sobre todo con aquellos a quienes odiaba, y decidió pagarla en ese instante. Colocó una mano en el pecho del demonio y lo empujó hacia atrás.
—No te muevas —ordenó.
Alaric no parecía a gusto con recibir comandos por parte del vampiro, pero no dijo nada cuando vio que sacaba su pistola y la apuntaba hacia el Nosferatu.
Lazarus se jactaba de tener una puntería perfecta gracias a sus sentidos aumentados y lo demostró cuando apretó el gatillo y la bala atravesó el cráneo del Nosferatu de un disparo. La bestia cayó muerta junto con su víctima, y el detective no desperdició ni un instante en hacerles una seña con la cabeza para huir de ahí.
—Andando.
Aceleraron el paso y, a medida que se acercaban al muelle, los ruidos y chillidos de los monstruos psicóticos se intensificaron. Lazarus se encargó de otros dos que se interpusieron en su camino, mientras Alaric y la súcubo liquidaron a un licántropo en fase lunar que casi sorprende al vampiro.
Alaric se limpió las salpicaduras de sangre del rostro con el dorso de la mano y sonrió con el mismo orgullo de tiempos pasados.
—De nada, detective. No te gustan las deudas, ¿no? —inquirió—. Pues a mí tampoco.
Blair se limitaba a verlos pelear desde la distancia. La bruja se aprovechaba, a sabiendas de que poseía el poder necesario para enfrentarse a los monstruos, pero se negaba por pura comodidad.
—Podrías ayudar un poco, maldita bruja —se quejó Alaric mientras se adentraban entre las bodegas y contenedores del puerto de Reverse York.
—Jamás —respondió ella con cinismo.
Lazarus continuaba yendo al frente, con el revólver en mano en caso de que apareciera algún otro monstruo y tuviese que disparar.
—¿Ahora hacia dónde? —preguntó a Alaric.
Alaric se adelantó para caminar a su lado, con las dos demonios siguiéndolo de cerca. Señaló un pasillo hacia la derecha y se encaminó a través de este.
—Por aquí.
Llegaron al muelle, justo en donde los buques embarcaban. Alaric apuntó al océano, tan negro y con unas profundidades enigmáticas.
—Hay una grieta hacia el Mundo Superior debajo del agua —explicó, envainando la daga en su cinturón—. Espero que sepan nadar.
—Tienes que estar bromeando, demonio de mierda —siseó Blair con un tono venenoso.
Lazarus frunció el ceño, volviéndose hacia Alaric.
—¿Y qué tan estable es? —interrogó.
Alaric lo miró con incredulidad.
—¿Podrías solo confiar?
Lazarus encontró la pregunta casi ofensiva.
—¿Te das cuenta de a quién le estás pidiendo eso?
La mirada de Alaric se oscureció y escupió una carcajada desagradable.
—Sí, y eso lo hace más divertido.
—Oigan, par de imbéciles —llamó Blair, interviniendo en su confrontación. Lazarus la miró de reojo y se percató de que la bruja señalaba a sus espaldas, viendo a tres Nosferatus a la distancia—. Van a devorarnos, y no de una buena manera.
—Carajo —maldijo Lazarus cuando uno de los monstruos los vio y soltó un estridente sollozo antes de precipitarse hacia ellos con amplias zancadas por sus largas extremidades. Las otras bestias no tardaron en seguirle—. Salten al agua. Ahora.
—Me da miedo lo calmado que estás siempre, me das desconfianza —dijo Blair antes de suspirar y dejarse caer en el mar helado sin más—. ¡Hijo de perra, pagarás por esto, demonio!
Alaric empujó a la niña demonio al agua y peló los dientes.
—Me lo agradecerás cuando sobrevivas —sentenció y se volvió hacia el vampiro—. ¿Vienes, Lazarus, o darás tu vida por nosotros?
—No daría mi vida por ti —aseguró, apretando el gatillo y disparando al Nosferatu que iba al frente, el cual cayó con una sola bala en la cabeza. Pero en lugar de frenar a los monstruos que le seguían, estos se lanzaron hacia ellos con un ímpetu voraz—. Mierda.
Alaric y la súcubo también notaron la manada de bestias que se abalanzaba, sabiendo que no tendrían tiempo para saltar al océano antes de que las criaturas psicóticas los alcanzaran. No, tendrían que luchar.
Lazarus disparó con frenesí, pero los monstruos se movían con tal rapidez que apenas podía acertarles, mucho menos a sus puntos vitales. Alaric y la súcubo desenvainaron sus dagas, lanzándose a la batalla sin pensarlo dos veces. Eran hábiles, en especial ella; puesto que el vampiro notó que los movimientos de Alaric parecían más lentos de lo que recordaba.
De pronto, un Nosferatu intentó atacar a Alaric por la espalda, pero la súcubo se interpuso, recibiendo el ataque. Un zarpazo desgarrador la hirió en el pecho, dejándola sin aliento y permitiendo que la bestia la arrastrara lejos de ellos, ansiosa por devorarla.
—¡No! —gritó Alaric, horrorizado, intentando ayudar a la demonio. Se lanzó hacia el Nosferatu, pero este lo alejó con un violento golpe en el costado.
Lazarus observó con el corazón encogido cómo la súcubo luchaba contra el monstruo, esforzándose en vano, atrapada en la implacable fuerza de la enorme criatura. Cargó su pistola, a punto de disparar cuando oyó más rugidos de criaturas afectadas por las Sangrilas acercándose; eran demasiadas. Vio de nuevo a la demonio, y sus miradas se encontraron. Ella asintió con firmeza, a pesar de las lágrimas que le brotaban de los ojos, y Lazarus entendió su mensaje.
Enfundó su pistola y corrió hacia Alaric, quien apenas se recobraba tras el impacto. La ayudó a levantarse y se dirigieron a la orilla del muelle.
—¡¿Qué haces?! —bramó Alaric, viendo cómo el Nosferatu mordía el cuello de la súcubo, bebiendo su sangre. Golpeó al vampiro, tratando de liberarse de su agarre—. ¡Suéltame, Solekosminus!
—No dejes que su sacrificio sea en vano —replicó Lazarus, con la voz firme.
Alaric detuvo su lucha, apretando la mandíbula mientras cerraba los ojos, forzándose a mirar hacia otro lado para no presenciar la muerte de su aliada. Lazarus entendía su rabia, su frustración, la impotencia de no poder salvar a alguien querido. Pero no había tiempo ni forma de salir ilesos de esto. Ella lo sabía, y Alaric también; el demonio podía ser todo, menos un completo estúpido.
—Ahora tu prioridad es proteger a esa niña —dijo Lazarus, empujando al demonio hacia el océano sin un ápice de tacto y luego saltando tras él.
Sostuvo sus gafas con una mano mientras sentía el golpe del mar helado calando hasta sus huesos. Las bajas temperaturas no le afectaban y sabía que en un par de segundos no sentiría incomodidad alguna, pero no erradicaba su animadversión por el agua.
—¿Tienes miedo? —preguntó la voz de Lucas con un tono ominoso—. ¿Estás asustado?
Sus palabras fueron como un gatillo, y de pronto estaba en otro sitio, en un recuerdo borroso de él parado en medio de un mar igual de oscuro, con el agua llegando a su cintura y la luna carmesí reflejada en la superficie. Sintió una mano fría colocándose en su nuca y luego fue hundido. El golpe frío le sacó por completo el aire y sentía que se ahogaba. Era un vampiro, pero no uno completo, las sensaciones humanas como el dolor y el miedo eran demasiado fuertes.
La mano lo jaló del cabello y lo sacó del océano. Lazarus tosió, apenas recuperando el aliento cuando inclinaron su cabeza hacia atrás y se encontró con unos aterradores ojos rojos, acompañados de una voz grave y cruel:
—No eres débil. Demuéstralo.
Era su padre.
Volvió a ser hundido, cada vez más tiempo, sintiendo más desesperación y ardor en los pulmones hasta que su cuerpo simplemente dejó de sentir.
Regresó al presente al sentir una recia bofetada en la mejilla y luego una mano apretando la suya. Seguía bajo el mar y, entre sus mechones blancos que flotaba frente a su rostro, vislumbró a Alaric, urgiéndolo a reaccionar y moverse.
Lazarus se dejó jalar por el demonio hacia las profundidades, en donde pronto vio la grieta, inestable y brillando tenuamente entre toda aquella oscuridad.
La atravesaron, sintiéndose como nadar a través de un remolino, y aparecieron en un cuerpo de agua menos oscuro y frío. Alaric por fin soltó su mano y ambos patalearon hacia la superficie. En cuanto Lazarus salió del agua, tomó una bocanada de aire y reconoció el cielo del mundo superior. También era de noche, pero era menos neblinosa que en Reverse York y, a lo lejos, vio los edificios de la ciudad, modernos y acompañados de un ambiente más escandaloso.
Nadaron hacia la orilla en donde Blair ya los esperaba, sentada en la arena escurriendo su largo cabello. La niña demonio estaba a su lado, titiritando de frío.
—¡Ya era hora! —se quejó la bruja.
—Culpa a Lazarus —replicó Alaric con un tono tenso, recuperando el aliento mientras se acercaba a la pequeña demonio—. El idiota se quedó paralizado.
Lazarus guardó silencio, quitándose las gafas y contemplando a Lucas frente a él mientras se tomaba un momento para secar los lentes rojos antes de volver a ponérselos.
Luego se volvió hacia Alaric, observando cómo el demonio bajaba sus barreras por un instante al arrodillarse frente a la niña demonio, aferrándose a sus hombros y susurrándole algo al oído. Ella comenzó a llorar, y sin dudarlo, él la rodeó con sus brazos, su rostro reflejando un dolor genuino. Aunque el demonio rara vez mostraba vulnerabilidad, incluso en las peores circunstancias, en ese momento parecía alguien completamente diferente.
Alaric debió sentir la intensa mirada de Lazarus, ya que giró hacia él, abriendo los ojos de par en par al encontrarse con su escrutinio. Frunció el entrecejo, su expresión indescifrable, mientras apretaba aún más a la niña, como si intentara reconstruir su máscara que, por un instante, se había hecho añicos. Solo por el leve atisbo de pena que sentía por él debido a la pérdida de su aliada, el vampiro decidió no comentar sobre lo que acababa de presenciar. En cambio, dijo:
—Agradece que tu grieta no nos haya matado al atravesarla. —Se peinó el cabello hacia atrás. Estaba empapado de pies a cabeza.
—Agradece que te sacara de ahí, maldito vampiro —masculló Alaric, incorporándose, pero sin soltar la mano de la pequeña demonio.
Blair también se puso en pie y recitó unas palabras incomprensibles en voz baja. El agua en su ropa y cabello se escurrió fuera de ella, formando un charco a sus pies, pero dejándola seca.
—Oye, bruja —llamó Alaric—. Haz lo mismo por aquí, ¿quieres?
—¡Claro! —exclamó Blair y le enseñó el dedo medio—. Ahí lo tienes.
—Qué linda —dijo de manera sarcástica.
Lazarus suspiró, él no sentía frío alguno, ni siquiera con la ropa mojada, pero lo que sí le preocupaba era que no faltaba tanto para el amanecer y el sol sí sería un problema doloroso.
—Síganme —ordenó a sus poco gratos acompañantes—. Ya va a amanecer.
—¡Oh, vampiro rostizado! —Blair aplaudió—. Suena exquisito.
—No lo es —aseguró Alaric.
—¿Y tú cómo sabes eso?
Conforme se adentraban a la ciudad, Lazarus sintió las miradas de los humanos sobre ellos. Estaban húmedos y sus apariencias extravagantes los hacían parecer salidos de lo que los mortales denominaban una «fiesta de disfraces». Sobre todo ponían especial atención a los cuernos de los demonios, esto a tal grado que Lazarus tuvo que robar un par de ridículos gorros para que los cubrieran.
—No voy a ponerme eso —protestó Alaric, disgustado por el gorro verde con una imagen de la estatua de la libertad.
—Lo harás —dijo Lazarus y se lo puso en la cabeza a la fuerza. Hizo lo mismo con la niña demonio, el suyo era blanco y decía: I love New York!
—Hijo de perra —masculló Alaric—. Más vale que este «lugar seguro» valga la pena.
Lazarus sintió un dejo de placer ante la frustración de Alaric. Sonrió con discreción y asintió.
—Lo valdrá.
El vampiro levantó una mano sobre su cabeza y un taxi no tardó en detenerse a su lado. Se inclinó hacia la ventana del conductor y se quitó las gafas para utilizar su poder hipnótico.
—Llévanos a la calle 222.
El conductor era un viejo hombre cuyos ojos se tornaron del mismo color que los de Lazarus, sucumbiendo a su control.
—Por supuesto —obedeció de manera monótona.
Lazarus rodeó el taxi para subirse al asiento del pasajero y señaló la parte trasera del coche con la cabeza.
—Súbanse —indicó a sus acompañantes.
Se subieron a punta de groserías y empujones. Alaric se quedó en una esquina, la demonio en medio y Blair del otro lado.
—Me van a pasar su hedor a demonio —lamentó la bruja—. ¡Apesta peor que los fracasos de Solekosminus!
—Ya cierra la maldita boca, ¿quieres? —masculló Alaric, sin su habitual energía, mirando por la ventana con una expresión algo extraviada y triste. La pequeña demonio se acurrucó a su lado y él, con discreción, tomó su mano.
Lazarus lo observaba con discreción a través del espejo retrovisor. Aún se negaba a aceptar que el demonio que lo traicionó tras haberle entregado su corazón era el mismo que ahora padecía por la muerte de una aliada. No podía ser posible.
Unos minutos después, el taxi se detuvo frente a un discreto edificio, de altura promedio y una fachada de ladrillo poco llamativa. Lazarus forzó la puerta, rompiendo la cerradura en el proceso. La perilla cayó al suelo mientras entraban con desparpajo.
—¿Allanando, detective? —preguntó Alaric con un tono burlón, aunque un tanto desalmado, esforzándose por mantener un semblante despreocupado a pesar de sentirse mal—. Qué poco apropiado para una figura de la ley.
—Déjalo, ser rebelde le da un toque sensual —añadió Blair, solo con la intención de molestar al igual que el demonio.
Para su sorpresa, ambos rieron de manera genuina. De pronto querían matarse y al siguiente instante parecían mejores amigos.
«Par de locos», pensó Lazarus.
Subieron las escaleras hacia el penúltimo piso. No era un edificio nuevo; el desgaste se notaba en las paredes a las que les faltaba una mano de pintura, y en las barandas de madera algo carcomida.
—Este no parece un buen sitio para dejar a la mocosa —se quejó Alaric, haciendo un mohín—. Sé va a venir abajo.
—¿De qué hablas? Es pintoresco —comentó Blair de manera sarcástica.
Lazarus omitió las palabras de ambos y se detuvo al final del pasillo. Estaban ante la puerta del último departamento que tenía una placa plateada que tenía grabada el número siete
—No hagan ni digan ninguna insensatez —advirtió a Alaric y Blair, mirándolos de reojo.
Se giró hacia la puerta y la golpeó con los nudillos un par de veces. Escuchó voces provenientes del interior y, después de largos segundos, fue abierta, revelando un rostro familiar.
—Necesito un favor, Zalatoris.
¡No tienen idea de lo emocionada que estaba de llegar a este capítulo!
Desde que empecé a planear el libro ya tenía previsto incluir a Viktor y Dorian, pues aunque ellos no sean los protagonistas en esta ocasión, no podía ser una historia dentro del universo de Lovely Monsters sin la participación de quienes le dieron inicio 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 🩸
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