🩸Capítulo 8. Vínculo

No todas las memorias de la infancia de Lazarus eran solitarias.

Quedaba claro que él no era un vampiro común, su padre se había cerciorado de ello cuando lo tuvo de una manera tan natural como se concebía a un humano.

Pero para alguien como el Padre Común, nada era suficiente...

«No estás solo. No estamos solos».

«Tal vez tú eres el elegido».

«¡¿Me estás abandonando?!»

Su mente parecía más empeñada que de costumbre en hacerlo pasar el trago amargo de recuerdos poco placenteros que llevaba décadas ignorando. No los consideraba más que estorbos y no le permitían concentrarse en el enorme problema ante él. Ya había aprendido a no ser afectado por ellos, a no provocarle una asfixiante opresión en el pecho o un apretado nudo en la garganta y lágrimas.

Ese era un Lazarus Solekosminus que no reconocía.

El Lazarus Solekosminus actual era aquel que le explicaba a una bruja y demonio allanadores que la Sociedad Ulterior corría el riesgo de la extinción. No era la mejor realidad, pero se conformaba.

—A ver, Lazarus...

—No me llames por mi nombre —acotó el vampiro.

Alaric rodó los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Estás insinuando que tu padre, esa momia hija de perra, es el responsable de todo esto? —interrogó.

—No lo afirmo, pero es una acertada posibilidad.

Lazarus les relató de principio a fin todo lo que dedujo hace tan solo unos instantes: nada era una coincidencia. La desaparición del Padre Común, la muerte de Selma Bellanova y el alcalde de Reverse York, y la pandemia de Sangrilas eran todos parte de una elaborada trama.

Blair, a diferencia de Alaric, se tomó el asunto con un humor amargo y una actitud extremista como de costumbre. Se echó a reír de manera desquiciada y jugueteó con una carta de Arcana pasándola entre sus dedos con largas uñas como garras.

—Lo digo y lo repito, eres un grandísimo imbécil por no haber asesinado a tu padre cuando debiste —reprochó, acercándose al vampiro—. Cuando me enteré del asesinato de mi abuela vine aquí a matarte, ¿sabes? Claro que ya sabía que tu porquería de progenitor estaba detrás de esto, y todo porque su cobarde retoño no tuvo las pelotas para asesinarlo cuando lo tenía servido como res en carnicería.

Alaric bufó.

—¿Y tú quién te crees para recriminarle? —preguntó, aproximándose con su daga en mano—. Si ya sabías que el tipo estaba vivo, ¿por qué no lo mataste tú misma? Parece que te produce demasiado malestar, brujita.

—¿Quieres que te mande de regreso al infierno, demonio? —ofreció la bruja con los ojos bien abiertos—. Con tan solo un chasquido de mis dedos te regalo ese viaje todo incluido.

Lazarus, a sabiendas de que sus dos intrusos eran peores que un par de crías en guardería, se interpuso y los detuvo antes de que derramaran sangre en su biblioteca. Esa jamás salía fácil de pisos de madera tan antiguos.

—Bellanova tiene razón —concedió, sacando de su bolsillo una caja de cigarros y su encendedor—. Debí haber matado al Padre Común cuando tuve la oportunidad.

—¿Entonces por qué no lo hiciste, cobarde detective? —indagó Blair—. Vamos, dispara tu mejor excusa.

Alaric también se mostró intrigado, más cuando hace unos segundos estaba tan dispuesto a defender a Lazarus de los implacables ataques de Blair. Eran acusaciones que se merecía, por lo que no le agradecería en lo absoluto el apoyo. Lazarus mismo llevaba horas reprochándose, haber dudado cuando no debía y olvidado su verdadero objetivo por algo tan efímero como lazos emocionales.

Sacó un cigarro y lo sostuvo entre su dedo índice y medio, incluso el hecho de que pudiese disfrutar placeres mortales tan ínfimos como aquel era gracias a su padre. Odiaba deberle hasta la vida.

Frunció el entrecejo y, viendo a la bruja a los ojos, contestó:

—Tú lo has dicho: pura y mera cobardía. —Colocó el cigarro apagado entre sus labios—. Pero no pienso repetir el error.

Alaric le dirigió una mirada casi indescifrable, pues cuando se trataba del demonio traicionero nada era de confianza o un hecho. Era fastidiosa esa neblina de misticismo que lo ocultaba.

—Qué idiota eres, Lazarus —masculló entonces, negando con la cabeza. Como si a él le importara lo que quisiera hacer respecto a su padre.

Lazarus, ignorando su reacción, sacó su encendedor para prender el cigarro en su boca, pero fue detenido por la mano de Blair.

—¿Qué crees que haces? —interrogó.

—Haciéndote un favor, ¿qué más? —replicó la bruja y en la punta de su dedo invocó una brillante flama que pegó al cigarro, encendiéndolo—. ¿No soy amable?

Lazarus le dio una calada y luego lo sacó de su boca.

—Contigo los favores no existen. —Expulsó el humo casi en su rostro—. ¿Qué es lo que quieres?

—Quiero que me digas cómo encontrar al Padre Común —respondió con un suspiro—. Odio admitirlo, pero el demonio tiene razón. Debí haber terminado el asunto yo misma.

—¡Ja! —exclamó Alaric de pronto, ganándose la atención de ambos—. Pensé que las de tu tipo eran un poco más perspicaces. ¿De verdad crees que podrías matar al padre de todos los vampiros? No me hagas reír.

—Explícate —ordenó Blair.

Lazarus solo pudo sacudir la cabeza y continuar fumando. Si querían matarse el uno al otro, que lo hicieran.

—El Padre Común se hallaba dentro de un ataúd que solo puede ser abierto por algunos. Partiendo por ahí ya habrías fracasado —explicó.

Blair levantó una ceja.

—¿Y tú cómo sabes tanto del asunto?

Alaric esbozó una sonrisa ladina y se encaminó hacia Lazarus con pasos ligeros y movimientos exagerados como si danzara, deteniéndose hombro con hombro junto al vampiro y rodeando su cuello con un brazo.

—Sé muchas cosas sobre Lazarus —aseguró, viéndolo con un brillo presuntuoso en sus ojos—. Después de todo, éramos muy cercanos, ¿no es así?

Lazarus lo miró de regreso con una expresión en blanco. Odiaba la forma en que sus labios se curvaban y el aroma metálico que exudaba de él. Rechazaba todo lo que alguna vez llegó a desear.

—No me toques —ordenó, sintiendo la forma en que su voz reverberó a través de su cuerpo, invocando su poder hipnótico. Los ojos de Alaric se tornaron color guinda y sus pupilas se afilaron, sucumbiendo al control.

Pero no del todo.

La sonrisa permaneció en su rostro y sus movimiento seguían siendo igual de gráciles incluso bajo el dominio de Lazarus. Dio un paso hacia atrás y sus manos cayeron a sus costados.

—Extrañaba esa sensación —dijo con satisfacción en cuanto fue liberado de la hipnosis.

—Cierra la boca —masculló Lazarus, regresando su atención al cigarro.

Blair parecía igual de hipnotizada que Alaric hace unos instantes, entretenida a más no poder con las jugarretas del demonio que solo fastidiaban al detective vampiro.

—Tendría que ser ciega para no saberlo, pero ahora lo he confirmado al cien por ciento. Ustedes dos solían ser algo —señaló—. Un vampiro y un demonio, no me imagino que tan salvaje eran en la...

—Bellanova —acotó Lazarus con su voz adoptando un tono incluso más grave—. Si quieres vengar la muerte de Selma, comienza por decirme cómo curamos a los afectados por las Sangrilas.

La bruja se encogió de hombros.

—Yo qué sé, nunca pensé en una cura —admitió—. Y menos ahora que ha evolucionado y afecta a todas las criaturas sobrenaturales. Qué problema.

—Qué estúpida —se burló Alaric, recargado contra un estante. Intercambió una mirada con la súcubo al final del pasillo, quien giraba una daga entre sus dedos mientras sostenía un libro en la otra mano.

Blair se carcajeó por lo bajo.

—Si me dices algo vergonzoso sobre Lazarus, tal vez considere perdonar tu existencia —ofreció ella.

Alaric se volvió hacia la bruja.

—Algo tan valioso se vende mucho más caro, Bellanova.

Lazarus se terminó el cigarro, lo sacó de su boca y, al expulsar el humo, se fijó en el libro que la súcubo estaba leyendo. No se trataba de un escrito cualquiera, sino de una vieja enciclopedia de Svatia, de demonios.

Entonces lo recordó. Aplastó la colilla entre sus dedos para apagarla y se giró hacia Alaric y Blair.

—Dejaremos que las brujas de la academia se encarguen de las Sangrilas por el momento. —Los señaló a ambos—. Ahora mismo los necesito a ti y a ti. No es opcional.

—¿Qué no es opcional dices? —Alaric bufó—. ¿Vas a encadenarme?

—Si se trata de hacer cachitos a tu padre me apunto, de otra forma me largo, detective.

—Se trata del Padre Común —afirmó—. Existía un grupo de brujas al que pertenecía Selma Bellanova que podían rastrear al Padre Común por una poderosa maldición, pero ahora que todas están muertas, ese método ha quedado descartado. Sin embargo, existe otra manera, el método original.

—Pues habla entonces, vampiro —presionó Blair e incluso la intriga en los ojos de Alaric parecía ansiosa por escuchar la posible solución.

Lazarus Solekosminus era un ser antiguo, tanto tiempo viviendo conllevaba poseer una enorme cantidad de secretos y perder una considerable cantidad de cosas valiosas.

Pero nunca fue el único.

—La única manera de rastrear al Padre Común... Es con la sangre de sus tres hijos.

Esa era su razón egoísta para no matar a su padre, algo tan ridículo como un par de quebrantados vínculos afectivos. Los tres hermanos Solekosminus, unidos por destino y separados por elección. No obstante, eso no le era suficiente para reunir el coraje necesario, terminar con la vida del Padre Común y arriesgarse a matar a sus dos hermanos junto consigo mismo en el proceso.

Pero ahora que la Sociedad Ulterior se hallaba al borde del colapso... Haría lo que fuese necesario.

—¡¿Hermanos?! —exclamó Blair, aferrándose a su cabeza—. ¡No puedo creer que la mierda se reproduzca tanto y tan fácil!

Alaric, por otro lado, solo se tornó ligeramente boquiabierto. Afirmaba conocer a Lazarus, y tal vez sí fue una de las personas que más llegó a descubrir los rincones ocultos del vampiro, pero ni siquiera a él, cuando todavía lo amaba, le confesó esto.

¿Por qué era su secreto más valioso incluso por encima de la identidad de su padre? Era simple, tan lastimosamente sencillo... Porque a sus hermanos sí los amaba.

—¿Y cómo sabes que no fue uno de tus hermanos quien abrió el ataúd para empezar? —confrontó Alaric—. Tú me lo dijiste, ese ataúd solo puede ser abierto por quienes compartan sangre con el Padre Común y si no fuiste tú...

—No fueron ellos —zanjó entre dientes, era inevitable no sentir enojo por los ataques hacia su familia—. De haberlo sido, los hubiera sentido cerca. La sangre fluye más profundo que cualquier otro vínculo.

Alaric chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—Tan necio como de costumbre —siseó.

Lazarus podría haber iniciado una pelea, gritarle a Alaric todo lo que pensaba de él, lo que llevaba años queriendo desahogar con quien dejó una marca tan profunda en su ser, pero se contuvo, se tragó lo que sentía como de costumbre y sufría en silencio porque ese era él, Lazarus Solekosminus, el enfocado y serio detective, el hijo perfecto.

—¿Y entonces qué? —cuestionó Blair—. ¿Quieres que utilice la sangre del trío indeseable para rastrear a papá?

Lazarus entornó los ojos.

—Tú rastrearás a mis hermanos, pero no más. No podrías. La sangre de los tres combinada solo puede ser manipulada por quienes mi padre no ha podido derrocar del todo. —Miró a Alaric de reojo—. Demonios.

Alaric se partió en sonoras risotadas.

—¡Estás loco si crees que te ayudaré! —exclamó—. Solo estoy de paso. Tan pronto pueda, me largaré de aquí y jamás volveremos a vernos. Eso es lo que querías, ¿no?

Lazarus apretó la mandíbula.

—Si no cooperas, te condenaré a muerte como debí haberlo hecho en un principio —amenazó con un tono gélido.

Alaric imitó su actitud cortante, pero agregando el toque retador, tan provocador.

—¿Me condenarás a muerte por mis crímenes o por razones más profundas, Lazarus? —preguntó, encarándolo.

Lazarus, en lugar de seguirle el juego, centró su atención en la súcubo y en la niña demonio que Alaric parecía proteger con tanto empeño. Con un movimiento veloz, se acercó a ellas, agarró a la pequeña del brazo y la atrajo hacia Alaric. La súcubo fue la primera en percatarse y reaccionó al instante, apuntando a Lazarus con su daga mientras pelaba los dientes, revelando sus afilados colmillos.

—¡Reseal eher! —gritó la súcubo.

Alaric, en cambio, era mejor enmascarando su pánico, pero Lazarus supo que tener a la niña demonio bajo su merced lo había puesto tenso, lo notó en la forma en que entornaba los ojos y apretaba la mandíbula.

—Si no cedes por obligación, lo harás por miedo. —Desenfundó su pistola y colocó el cañón contra la cabeza de la demonio—. Coopera o la mato.

Sintió cómo la niña se quedaba paralizada ante su amenaza, aterrada por la forma en que latía su pequeño corazón. Esta faceta de sí mismo no era algo de lo que estuviera orgulloso, pero la desesperación llevaba hasta al hombre más centrado a extraviarse en la locura.

—Vaya, vaya, detective... —dijo Blair con disfrute. No había ni una sola persona en este sitio que no sintiera un atisbo de placer por verlo perder la cordura.

Incluso Alaric, que aunque estaba algo nervioso por la posición en que se encontraba la pequeña demonio, le dedicó al vampiro una sonrisa burlona.

—¿En serio serías capaz de matar a una pobre niña inocente, Lazarus? —provocó.

—Tú lo has dicho, eres el único monstruo capaz de comprender hasta el punto más recóndito de mi cruel alma. —Cargó la pistola y colocó el dedo en el gatillo—. Sabes perfectamente de qué soy capaz.

—¡Alaric! —rugió la súcubo, avanzando un paso hacia Lazarus, lista para enfrentarlo. Pero se detuvo en seco al sentir la mano de Alaric en su hombro.

—No podrás vencerlo —sentenció el demonio. Alaric lo observó con una mezcla de molestia y algo más, un destello de dolor en su mirada. ¿Le dolía, acaso, que Lazarus estuviera dispuesto a herirlo de esa forma?

«Hipócrita», pensó el vampiro con amargura.

—Bien —cedió Alaric entonces, sacándolo de sus pensamientos—. Tú ganas, Solekosminus. Cooperaré... con una condición.

—Habla.

Alaric fijó la mirada en la súcubo, y ella le devolvió el gesto, como si entre ambos se comunicaran sin palabras.

—Prométeme que estarán a salvo —exigió, volviendo su mirada seria hacia Lazarus—. No tengo intención de llevarlas a buscar a tu familia.

Blair, quien se había mantenido al margen durante casi todo el altercado, se metió en la conversación con el único propósito de amedrentar a Alaric.

—¿Por qué tanto interés por este par de demonios que a duras penas nos entienden? —interrogó con una risa fastidiosa—. ¿Acaso es tu esposa e hija o algo así?

Lazarus no pudo reprimir el reflejo de apretar el brazo de la niña demonio con un poco más de fuerza.

—Eso, bruja desquiciada, no es de tu maldita incumbencia —replicó Alaric entre dientes. Con Alaric siempre se trataba de de secretos, eso Lazarus ya lo sabía y no le sorprendía en lo absoluto.

Soltó a la niña y bajó el arma. No iba a perder más tiempo con nimiedades como esta.

—Ya sé dónde estarán a salvo —aseveró—, pero primero debemos salir de Reverse York.

La niña demonio se escondió detrás de la súcubo, quien la abrazó con fuerza. A los ojos del vampiro detective, parecían madre e hija; la preocupación y la calidez de sus gestos lo sugerían. Alaric revolvió el cabello de la pequeña antes de alejarse, lanzándole a Lazarus una mirada cargada de orgullo.

—¿Con quién crees que hablas, Lazarus? —inquirió—. Sé exactamente cómo salir de esta maldita ciudad. Eso claro, si estás dispuesto a protegerme en el trayecto.

Lazarus se aferró a su pistola con fuerza, tornando sus nudillos incluso más pálidos.

—Yo soy el único con el derecho de matarte.

Para quienes tenían la teoría de que Lazarus no era hijo único... ¡Buena deducción!

Créanme que no están listos para conocer a los Solekosminus. Pequeña pista: son una hermana y un hermano 😈

¡Muchísimas gracias por leer! 🩸

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