🩸Capítulo 3. Juramento
8 horas para el Vórtice de Sangre...
Las brujas eran unas hijas de perra. O eso era lo que Blair Bellanova decía, afirmaba y sostenía con firmeza inquebrantable.
Las brujas eran unas de las criaturas sobrenaturales más poderosas de toda la Sociedad Ulterior, solo opacadas por el dominio de los vampiros, con quienes tenían una riña ancestral. A lo largo de la historia de Reverse York desde su fundación, ha habido una sola bruja al mando entre cientos de vampiros. Dicha bruja ni siquiera terminó su mandato antes de ser asesinada por un maldito chupasangre.
Tras ese trágico suceso, y en honor a la líder caída, se fundó la Academia de Brujería de Reverse York, una de las más grandes y prestigiosas de la Sociedad Ulterior. Esta era dirigida por un consejo compuesto de seis brujas y brujos prodigiosos y tan viejos como un veneno añejo.
Blair los repudiaba. A sus ojos, solo eran una horda de ancianos chapados a la antigua con una visión distorsionada respecto a absolutamente todo. Cuando hablaba con ellos, sentía que conversaba con una inamovible estatua, la única desafortunada diferencia era que a las estatuas podía destrozarlas cuando se aburría de ellas, a los decrépitos no podía ni tocarlos.
Exhaló con fastidio, zapateando el suelo de manera impaciente con el tacón de su bota. Llevaba casi una hora esperando frente al despacho de la actual directora de la academia, recargada contra una incómoda columna de mármol que se le enterraba en la espalda baja.
—Maldita vieja amargada —masculló, cruzando los brazos sobre su pecho.
Un joven brujo que pasaba por ahí la miró de reojo con disgusto. La mayoría la veían así, y no por su apariencia descuidada adrede con su cabello rubio degradado a negro, el maquillaje oscuro excesivo en sus ojos o incluso por los diversos tatuajes en su piel, no, ellos la juzgaban por ser Blair Bellanova, la prodigiosa bruja exconvicta creadora de las Sangrilas.
«Muy impresionante, señorita Bellanova, pero un crimen sigue siendo un crimen y la expulsión no está a discusión». Eso fue lo que le dijo la directora cuando la visitó en su celda tras ser capturada por Lazarus Solekosminus. La felicitaban porque, al final de cuentas, había matado a trescientos vampiros, pero no podían demostrar su gusto a viva voz y mucho menos ayudarla a librarse de la sentencia.
Ante el recuerdo, frunció el entrecejo.
—Hipócritas de mierda —murmuró para sí.
—No le recomendaría, señorita Bellanova, que pronuncie ese tipo de barbaridades en mi presencia. —La directora apareció a su lado con un sigilo impresionante. Ni siquiera la había sentido acercarse.
Blair sonrió, bufando y apartándose de la columna.
—Pues debería anunciar mejor su presencia, señora —replicó con un tono jocoso.
La directora, Leonora Dartania, la miró con desaprobación. Era una vieja más, de piel morena y unos discretos ojos celestes que juzgaban incluso a una mosca que tuviera el infortunio de pasar enfrente.
—Directora para usted —reprendió.
—¡Error! —exclamó, con su grito rebotando en las paredes del corredor—. No desde que me expulsó.
—Cometió un crimen, Blair.
—¡Ajá, pero un crimen exitoso diría yo! —Se carcajeó—. Directora Dartiana, ¿acaso va a negar que los líderes no estuvieron contentos con la muerte de tantos vampiros?
Entornó los ojos.
—¿Esta es la manera en que piensa convencerme de dejarla reincorporarse a la institución? —interrogó.
Blair se acercó a ella con un largo paso. Quería incomodarla, ponerla tan nerviosa que bajara sus barreras un poco.
—Claro que sí, al menos quiero un premio de compensación o un vale de comida del Mundo Superior, lo que sea —dijo, estirando la mano derecha para tomar un mechón del rizado cabello blanco de la directora y enredarlo en su dedo meñique—. Dudo mucho que quieran darse el lujo de perder definitivamente a una prodigiosa Bellanova.
Leonora le dio un poco delicado manotazo para que soltara su cabello y la miró con un desdeñoso aire de superioridad.
—Se da mucho crédito, Blair Bellanova —añadió con un tono semi burlón—. Posee talentos, pero no le llegaría ni a los talones a su abuela, a la mítica Selma Bellanova.
Blair sintió que la sangre le hervía en las venas. Solo quería regresar a esta maldita institución porque, si eres una bruja o brujo en la Sociedad Ulterior y no eres parte de ningún tipo de aquelarre o grupo, vales menos que nada. Eres nadie.
—¿Qué quiere que haga entonces? —preguntó con un dejo de veneno en su voz—. ¿Quiere que me arrodille y le bese los pies para que me deje regresar?
—En lo absoluto. —Esbozó una sonrisa altanera y se inclinó hacia ella, dejando sus rostros muy cerca—. Quiero que se dé la media vuelta y salga por donde entró. —Volvió a erguirse y acomodó el cuello alto del vestido gris que portaba—. Crímenes de la magnitud como el que cometió no se perdonan con facilidad. ¿Flores asesinas? Ingenioso, pero también muy estúpido. Ya debería saber que nunca volverá a esta academia.
—Hipócritas —siseó Blair, tan tentada a sacar una de las cartas de arcana que siempre llevaba consigo y atacarla, demostrarle que su fuerza no debería ser subestimada y mucho menos negada.
Sin embargo, lo poco que le quedaba de cordura la detuvo y se limitó a ver a la directora a los ojos. Leonora no desvaneció su sonrisa y tampoco dijo más, solo se dio la media vuelta y se alejó por el pasillo con sus silenciosas pisadas, sin intenciones de tomarla en cuenta.
No soportaba que nadie le diera la espalda y la tratara como escoria. La directora estaba muy equivocada si pensaba que con esa actitud prepotente lograría derrotarla y esfumar sus esperanzas. Por el contrario, le daba una motivación más poderosa para seguir insistiendo. No estaba en sus planes rendirse porque alguien como Leonora Dartiana le negara la entrada a punta de humillaciones. No, esto no terminaría aquí.
Blair sonrió para sí misma de manera revoltosa, colocó las manos detrás de su espalda y se giró sobre sus talones para dirigirse en dirección opuesta, hacia la salida. La Academia de Brujería se encontraba justo al reverso de la Biblioteca Pública de Nueva York y, al igual que su contraparte en el mundo superior, era una de las edificaciones más importantes de la Sociedad Ulterior americana. Tan repleta de secreto, tan vieja que incluso debajo de sus pisos de piedra y mármol pulido podrías encontrar un tesoro oculto.
Mientras atravesaba los extensos pasillos tenuemente iluminados por orbes de luz dorada, pensó en diversos planes para reingresar a la academia, pero sobre todo para subir su rango a tal nivel que, en un futuro no muy lejano, pudiese reemplazar a Leonora Dartiana y cobrar su venganza. Era una lástima que ya no estuviera permitida la quema de brujas en una estaca de madera como forma de castigo; habría sido una fantástica retribución.
Se carcajeó ante la imagen mental, pero cuando estaba por abrir las gruesas puertas de madera para abandonar la institución, fue detenida por una súbita voz.
—¡Oye, Blair!
Reconoció el tono, la esencia misma de su dueña, y se giró con un ágil movimiento de sus pies, extendiendo los brazos y sonriendo con amplitud.
—¡Mi subordinada, Ellie May! —saludó, enérgica.
Elay hizo un mohín al detenerse frente a ella.
—Número uno, no soy tu subordinada; número dos, no me llames Ellie May —enlistó con seriedad, una que pronto fue reemplazada por una sonrisa amistosa—. Fuera de eso, qué bueno verte por aquí, bruja loca.
Blair colocó una mano en su cintura, dirigiéndole una mirada vivaz.
—¿Me extrañaste, brujita? —inquirió.
—Tal vez un poco.
Hace poco más de un año que Elay descubrió que era una bruja prima, es decir, una bruja nacida de humanos, pero con el potencial de aprender magia e iniciar una nueva línea sanguínea. Blair le hizo el favor de presentarla ante la directora y fue aceptada casi de inmediato. Pero ni siquiera eso le dio los suficientes puntos a favor para permitirle regresar.
—¿Has hablado bien de mí, Elay? —preguntó con un tono cantado, agarrando un mechón de cabello de Elay y enredándolo en su meñique. Tenía una fijación con molestar a otros con esta pequeña acción.
—Sí, pero nada parece convencer a los líderes de permitirte regresar —respondió, arrebatándole su cabello que ahora era un poco más largo y cuyas puntas estaban teñidas de un púrpura intenso—. Son más intransigentes que mis padres.
Blair retrocedió con aburrimiento. Dado que Elay no le sería de utilidad para sus propósitos, su interés en la conversación se redujo casi al cero por ciento.
—Bueno, no esperaba mucho de una bruja novata. —Encogió los hombros y le dio la espalda, dispuesta a seguir con su camino.
—¡Oye, espera! No me des la espalda todavía —pidió Elay—. Quiero hacerte una pregunta. No te llevará ni dos minutos contestar.
Blair suspiró, no le gustaba hacer cosas que no despertaran su curiosidad, le generaran algo de emoción o la beneficiaran de alguna manera, pero como sabía que las etiquetas sociales exigían una retribución equitativa en las interacciones para poder obtener algún mínimo beneficio a futuro, cedió. No era tan estúpida ni estaba tan loca como para echar sus pocos vínculos por la borda.
—¿Qué quieres, subordinada mía? —preguntó, mirándola de nuevo a los ojos. Se tornaban cada vez más claros, símbolo de la evolución de su magia.
—¿Sabes qué sucedió con el Padre Común? —indagó Elay en voz baja—. Viktor y Dorian se preguntan lo mismo, pero no han podido comunicarse con Lazarus. Temen que esté libre por ahí e intente alguna locura de las suyas.
Blair en realidad no sabía absolutamente nada respecto al Padre Común, estaba en el tercer lugar de sus prioridades. Primero estaba reincorporarse a la academia, en segundo lugar matar a Lazarus Solekosminus y en tercero... Bueno, iba de la mano con el puesto anterior.
Lazarus, el imbécil detective, le reveló que era el hijo biológico del Padre Común y cuando le preguntó qué haría ella al respecto, solo se le ocurrió un simple juramento:
«Una vez que tú lo hayas matado... Yo te mataré a ti».
Nunca olvidaba sus promesas y esta en específico la ansiaba. Ya que Lazarus asesinara a su maldito padre, ella lo mataría a él para cobrar las deudas pendientes que tenía con ambos. Tal vez ya iba siendo hora de visitar al detective y averiguar su progreso.
—No sé nada —confesó. Era verdad, casi.
Elay frunció el ceño.
—¿Nada?
—Nada de nada —reiteró, sacudiendo la cabeza y abriendo la puerta—, pero te mantendré al tanto.
Los problemas de otros le resultaban irrelevantes y aburridos, pero sus propios juramentos no. Y tenía muchos por cumplir.
(...)
El hogar de las Bellanova era un juramento de desastre de tal magnitud que, si se lo propusieran, tal vez podrían desencadenar otra guerra en Reverse York, todo debido a las tres integrantes que lo componían, quienes eran tan similares que se repelían.
O al menos dos de ellas.
—Sabía que no conseguirías nada. —Esa era su madre, Aurora Bellanova, una mujer con un aspecto físico casi idéntico al de su hija, pero un carácter polarmente opuesto; nunca se reía, las bromas le resultaban nauseabundas y reprobaba todo.
—¡Buenas tardes, madre, qué hermosa te ves hoy con ese ceño fruncido! —exclamó Blair con un tono burlesco.
Aurora no reaccionó a su mofa. Nunca reaccionaba a nada que le dijera.
—Basta de estupideces, Blair —reprendió—. No estés tan feliz por tu fracaso. ¿O acaso lograste convencer a Leonora de que te diera una segunda oportunidad?
Blair rodó los ojos de manera exagerada.
—¿Si digo que sí te quitarías de la puerta para que pueda entrar? —inquirió.
La casa se hallaba en un discreto barrio de brujos; tenía una fachada modesta, era angosta y antigua, con cuatro pisos incluyendo el sótano y el ático. Las ventanas y las puertas estaban hechizadas para que no pudieran ser abiertas por cualquiera, y esta medida de seguridad incluía que los que estaban en el interior sintieran cuando alguien pisaba el pórtico. Y por eso su madre la recibía cada vez que salía.
—Debería dejarte afuera —replicó su madre, sin emoción alguna en su voz.
Blair estaba por burlarse otra vez, hacer un chiste sobre las ridiculeces que decía Aurora, pero por fortuna, su abuela se apareció detrás de su madre y, a diferencia de esta última, la recibió con calidez.
—¡Sabía que sentía sangre joven por aquí! —exclamó, empujando a su hija y abriendo más la puerta—. Le dije a tu madre que yo quería recibirte esta vez. Anda, dime, ¿te aceptaron de regreso?
Ella era Selma Bellanova, la mítica bruja prodigio que era sumamente respetada en la comunidad por sus cientos de contribuciones, incluyendo haberse enfrentado al Padre Común en el pasado. Era una mujer de exterior cálido y amable, pero con una faceta alterna tan caótica y brutal como cualquier otra Bellanova.
—La vieja de Leonora ni siquiera quiso escucharme —contestó, bostezando—. Esa mujer tiene la habilidad de matarme de aburrimiento.
—Podría hablar con ella —ofreció su abuela—. Mover algunos hilos.
—No, madre —intervino Aurora—. No ayudarás a Blair a arreglar sus errores, peor, sus crímenes.
—Ay, Aurora, no es para tanto —demeritó Selma, tenía la misma mirada que su nieta—. ¿A cuántos vampiros exterminó? ¿Unos doscientos?
—Más de trescientos.
—Trescientos ocho —añadió Blair, guiñando—. Y contando.
Selma se echó a reír.
—¡Pero esa no es ni un cuarto de las criaturas sobrenaturales que yo he matado a lo largo de mi vida! —refutó—. Cuando luché en la guerra de los Pecados Escarlata fue un río de sangre. Muertos por centenas.
Blair sonrió. Su abuela no se asemejaba en nada a las demás brujas, su moral era dudosa y su empatía egoísta. Las únicas personas que le importaban actualmente estaban paradas junto a ella.
Sin embargo, Aurora no pensaba igual. Ignoró por completo a su madre y miró a su hija con seriedad.
—Tú no deberías estar libre todavía —sentenció y por fin se apartó de la puerta, dejándolas solas.
No, todavía no debería estar libre, le faltaban por lo menos otros ochenta años en prisión, pero el metiche de Lazarus Solekosminus le ofreció un trato y no pudo negarse.
—Olvidémonos de tu madre —dijo Selma y la rodeó con un brazo para guiarla al interior de la casa—. ¿Qué te parece un estofado de Súcubo?
—Es asqueroso.
—Es para tu madre, por supuesto.
Blair odiaba muchas cosas y las destruía con tal de no sentir malestar alguno, pero su abuela jamás sería una de esas, por el contrario, por ella destruiría a cualquiera. En términos más prácticos, la amaba.
—Te ayudaré en un rato, y muy gustosa —aseguró—, pero primero iré a mi cuarto a desahogar mis penas.
—¡Diviértete, cariño!
Blair subió al ático donde se hallaba su habitación. La casa era muy vieja, casi tanto como su abuela, dado que la construyó junto con su abuelo cuando eran bastante jóvenes. Los muebles estaban desgastados y no existía recoveco que no estuviera ocupado por algún artilugio de dudoso propósito.
Su cuarto era igual. El lugar donde nació, se crió y ahora se había visto forzada a regresar tras perder su propio piso por el crimen de las Sangrilas. Todavía no se arrepentía de ello y presentía que jamás lo haría.
Cerró la puerta con la punta del pie, se quitó la chaqueta y se aproximó a un tocadiscos que robó la última vez que fue al Mundo Superior. Reprodujo el vinilo que tenía puesto y de este salió una melodía rítmica, una vieja canción de los ochentas de una cantante que los humanos llamaban Madonna. La canción era sobre una chica materialista que solo usaba a los hombres para su propio beneficio.
Blair no tenía ningún tipo de hombre en su vida. Solo el recuerdo de un padre que murió ante sus ojos y un hermano asesinado injustamente. Y en cuanto a relaciones amorosas... Bueno, el compromiso y las ataduras no eran lo suyo.
Giró alrededor de su cuarto, pateando las prendas de ropa que yacían en el suelo, pisando la basura, los libros, los papeles. Se carcajeó con desquicio mientras giraba su chaqueta en su mano y cerró los ojos. Esta era su manera de desahogarse.
O lo era hasta que alguien detuvo la música.
Dejó de girar, pero no abrió los ojos todavía. No necesitaba hacerlo para saber quién osaba interferir en sus asuntos. Había sentido su presencia en cuanto pisó el interior de la casa.
—Eres un dolor de cabeza, detective. —Separó los párpados, encontrándose con Lazarus Solekosminus parado junto al tocadiscos, tan aburrido como siempre—. Me das un poco de asco, ¿sabes?
Lazarus la observó a través de sus gafas rojas. Pocas veces sabía qué pensamientos cruzaban su cabeza.
—El sentimiento es mutuo —replicó, monótono.
Blair detuvo la música del tocadiscos sin siquiera tener que tocarlo. Beneficios ridículos de ser una bruja.
—¿Cómo diablos entraste, chupasangre? —preguntó—. Esta casa está protegida no por una, sino por tres brujas prodigiosas.
—Tu abuela me dejó entrar. Le agradó a diferencia de otra Bellanova —explicó—. Aunque, siendo un vampiro ancestral, tampoco es que necesite invitación.
—¿Entonces para qué carajo pediste permiso para entrar?
—Cordialidad básica. Deberías probarla por una vez.
Blair se carcajeó. El detective podía ser tan fastidioso, como un reto que ella quería despedazar, pero no podía. Era incluso más molesto que a su abuela le agradara este sujeto, lo trataba con gratitud por haber "salvado a su nieta". Si supiera la verdad detrás de ese favor...
—¿Estás experimentando con Sangrilas otra vez? —interrogó Lazarus entonces, sin rodeos, sin siquiera un preámbulo.
—Qué falta de modales. ¿Por qué no me preguntas cómo estoy? De la mierda, por cierto, pero gracias por el interés. —Aventó su chaqueta, sin importarle dónde caía, y se acercó al vampiro que allanó su cuarto—. ¿Qué me dices de ti? ¿Cómo está papi? Muerto, espero.
Lazarus rebuscó dentro del bolsillo de su abrigo.
—Hubo un caso relacionado con las Sangrilas. Una licántropo que cometió suicidio —explicó.
Blair alzó una ceja.
—¿Sabes lo repulsivo que es que te cueles a mi habitación? —inquirió—. Invades mi privacidad, maldito.
—Para de parlotear, Bellanova —reprendió con un tono aburrido—. Responde mis preguntas y me iré.
—¿Crees que soy estúpida? Claro que no estoy experimentando con Sangrilas otra vez —contestó.
Lazarus extendió su palma hacia ella, mostrándole un pétalo rojo. Los reconocería incluso a kilómetros de distancia, claro que pertenecía a una Sangrila.
—¿Estás segura?
Señaló sus ojos.
—Hipnotízame si no me crees —ofreció.
—Es innecesario, sé que tú no fuiste la responsable.
—¡¿Entonces para qué diablos fue ese interrogatorio?!
—Despejar dudas. —Le tendió el fragmento de la Sangrila—. Y para hacerte una petición.
—¿Trueque? —preguntó, intrigada.
—Amenaza —corrigió—. Examina ese pétalo y dime qué rastro encuentras en él; quién lo ha tocado, qué tipo de esencia desprende, lo que sea.
—¿O sino qué?
—O sino te inculparé a ti y regresarás al hoyo del que te saqué —sentenció e insistió con el fragmento de la Sangrila—. ¿Obedecerás?
—Vampiro de porquería —siseó y le arrebató el pétalo—. Ni que fuera opcional.
Lazarus, complacido, se limitó a observarla mientras trabajaba.
Blair, más allá de temer sus amenazas, sentía curiosidad. Las Sangrilas eran su creación, o al menos en gran parte. Había recibido la sugerencia de crearlas por parte de alguien poco grato, pero ella fue la que hizo toda la experimentación hasta dar con la fórmula perfecta. Una flor magníficamente letal. Así que, si alguien quería adueñárselas, tendría que esforzarse más.
Aferró el pétalo entre sus manos y cerró los ojos, concentrándose en este. La esencia era más corrosiva de lo que la recordaba, no, esta estaba hecho así a propósito, capaz de adentrarse al cuerpo de la víctima con un simple tacto y destruir su psique, volviéndolos psicóticos. Ella las había creado específicamente para atacar vampiros y atraer la atención del asesino de su hermano, del Salvador, pero estas Sangrilas atacaban a cualquiera, incluso a una bruja novata que no estuviera en completo control de su magia.
Separó los párpados de súbito y dejó caer el pétalo al suelo.
—¿De dónde sacaste esto? —preguntó a Lazarus con premura.
—Primero dime qué descubriste.
Entornó los ojos, irritada.
—Hay dos tipos de esencia. Una de licántropo, que asumo que se trata de la suicida que mencionaste hace un minuto.
Lazarus, impaciente, dio un paso hacia delante.
—¿Y la otra?
Blair hizo una mueca de asco. Existía un tipo de criatura que ambos, brujas y vampiros, odiaban más que a cualquier otra.
—De demonio.
Tuvimos un pequeño cameo de Elay y un par de menciones de Viktor y Dorian. Me pregunto si saldrán en este libro... 😈
Dejando eso de lado, en el siguiente capítulo conoceremos a cierto demonio no grato para Lazarus. En fin, buena suerte, detective.
Por último, ¡hice un aesthetic board de Vampire Demon! 👀
¡Muchísimas gracias por leer! ❤️
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