🩸Capítulo 2. Incertidumbre
9 horas para el Vórtice de Sangre...
Lazarus estaba demasiado familiarizado con la sangre. Y no solo por ser un vampiro.
La escena frente a sus ojos le resultaba en extremo familiar; una sensación de haber vivido exactamente lo mismo antes, un término más apropiado para describirlo sería «déjà vu», a pesar de que, por su condición de vampiro, no debería padecerlos. Esto era más bien un vívido recuerdo superponiéndose al presente. En esa memoria también había un cuerpo de una mujer tendido sobre el pavimento, con las extremidades torcidas por los huesos quebrados y un creciente charco de sangre debajo de su cráneo, tiñendo de carmesí su cabellera castaña. Estaba muerta, eso estaba claro. Lazarus lo supuso al verla desde lejos, y lo confirmó al acuclillarse a su lado para examinarla de cerca.
Pero, a pesar de la escena sangrienta, el vampiro solo podía centrarse en los alargados pétalos rojos esparcidos alrededor del cadáver. No tenía idea de a qué tipo de flor pertenecían, pero sentía en su ser que algo andaba mal con ellos y, cuando estuvo a punto de tocar uno...
—Lazarus. —Una voz lo distrajo, una con un tono particular que parecía un susurro y siempre lo tranquilizaba como si fuera un niño siendo arrullado.
Se giró, esperando ansioso encontrarse con su propietario, su antiguo compañero.
Pero no había nadie.
Amargamente, se dio cuenta de que solo era otra artimaña absurda de su mente para atormentarlo. Sacudió la cabeza discretamente y volvió su atención al presente. Estaba en la misma posición, agachado junto al cuerpo de la licántropo fallecida que no logró salvar a tiempo de caer del techo del edificio. Había sido un error suyo, demasiado distraído observando la flor que sostenía entre sus manos y la transformación en mujer lobo en los ojos de la víctima, como si estuviera a punto de convertirse en una bestia en una noche de luna llena. Los efectos de esa flor eran muy parecidos a los de hace años, pero en este caso...
—Detective —llamó Frederick, deteniéndose a su lado.
Lazarus no lo miró, su atención seguía en la licántropo. Sentía un inapropiado impulso de moverla para confirmar sus sospechas.
—No me siento responsable de su muerte —dijo, ajustando sus gafas rojas sobre su cabeza—. Así que no empieces a sentir pena por mí.
Sintió varias miradas posadas sobre él. Los policías que acababan de llegar lo juzgaban por su frialdad, viéndolo como un ser sin corazón.
Las criaturas sobrenaturales se esforzaban demasiado por hacer una clara distinción entre ellos y los humanos, pero al final, tampoco se atrevían a aceptar su verdadera naturaleza monstruosa, exactamente como los mortales.
Su amigo, el comandante, suspiró, poniendo las manos en su cintura.
—Lazarus —insistió—, no necesitas ser fuerte aquí, ni siquiera en esta profesión. Sé lo difícil que es cuando no puedes...
—¿Salvar a alguien? —completó, enderezándose y mirando a los ojos a Frederick—. Dime, comandante, ¿cuántos años nos separan?
Frunció el ceño.
—Con lo viejo que eres, seguramente siglos. —Bufó.
—¿Y crees que es la primera vez que no puedo salvar a alguien? —preguntó con calma, sin que su rostro revelara nada—. Ahórrate la compasión. En esta sociedad, sentir lástima por otro es noble, pero inútil. No malgastes tu tiempo en ello.
El comandante parecía en desacuerdo, pero no dijo más. Sabía que discutir con Lazarus Solekosminus sería inútil; aunque tuviera razón, el vampiro no le daría importancia.
En cambio, Frederick apartó su mirada de Lazarus y vio a un licántropo sosteniendo a un bebé en brazos mientras era interrogado por un oficial. El detective hizo lo mismo, observando al familiar de la víctima, que lloraba y miraba de reojo el cuerpo. Por los anillos de oro que ambos llevaban en el dedo corazón, supo que era su esposo.
—Esta es la peor parte de casos como estos —lamentó Frederick, negando con la cabeza—. El marido no tiene ni idea de por qué lo hizo.
Tal vez él no, pero Lazarus sí.
—Aunque yo hubiese sido unos milisegundos más veloz, la licántropo no iba a sobrevivir —afirmó. Era la verdad prudente que podía admitir en voz alta. La verdad imprudente era que no le importaba no haberla salvado, no sentía nada o casi nada al respecto. Si permitiera que cada atisbo de sufrimiento lo afectara, incluso alguien como él no podría soportar ese constante torbellino de tormentos.
—¿Por qué estás tan seguro de que no iba a sobrevivir? —preguntó el comandante, serio.
Lazarus dio un paso hacia él y bajó la voz.
—¿Este caso no te resulta familiar? —inquirió.
Frederick arrugó la frente mientras pensaba. Lazarus le dio un momento para recordar. Mientras esperaba, sacó su cajetilla de cigarrillos, pero antes de tomar uno, sintió un desagradable pinchazo en sus colmillos y un sabor metálico en la lengua.
Se dio la vuelta y puso la palma de su mano debajo de su boca para que un fino chorro de sangre cayera sobre ella. Era un mensaje de sangre, y el líquido rojo se movió por sí mismo para formar dos palabras: Ven ahora.
Los mensajes de sangre solo podían ser transmitidos entre vampiros que han compartido sangre en el pasado. En este caso, provenía del vampiro al que más se esforzaba por ignorar: el alcalde de Reverse York.
Exhaló y, usando un pañuelo guinda que siempre llevaba en el bolsillo del abrigo, se limpió la sangre de la palma y los labios antes de volverse hacia Frederick.
—¿Ya sabes a qué caso me refiero? —preguntó.
Frederick sacudió la cabeza.
—No, no puede ser eso. Es imposible —masculló, alarmado.
Lazarus se agachó una vez más y recogió uno de los pocos pétalos que había sobrevivido al impacto, manchado de sangre. Sintió un leve cosquilleo en las puntas de los dedos con los que lo agarraba y también percibió un leve aroma dulce proveniente de ese fragmento de la flor. No era común.
—Tengo que retirarme —informó, volviendo a erguirse—. Pero dile a tus hombres que no toquen estos pétalos con las manos desnudas, que no los huelan, ni siquiera los acerquen a sus rostros. ¿Entendido?
—Insisto en que no es posible que sea lo que tú crees —musitó Frederick, siendo cuidadoso de que nadie los escuchara—. ¿Tienes idea de lo problemático que sería?
—Si no quieres creerme, entonces lleva uno de estos pétalos a una bruja y confirma por tus propios medios que sí es de una Sangrila.
Frederick abrió los ojos con espanto.
—¡No digas ese nombre en voz alta! —siseó de manera urgente.
Las Sangrilas eran un tema delicado en Reverse York. Hace unos años, hubo una plaga de estas bellísimas flores rojas como sangre que aparecían en las puertas de los vampiros de la ciudad. Al tocarlas y olerlas, unas horas más tarde, los vampiros se convirtieron en Nosferatus incontrolables que tuvieron que ser exterminados a la brevedad. Fue una caza horrorosa que acabó con la vida de más de trescientos vampiros, siendo la única especie afectada. Lazarus fue el encargado de encontrar al responsable y, tras una semana, dio con ella, una joven bruja prodigio llamada Blair Bellanova.
Pero él sabía que ella no era la culpable esta vez. En primer lugar, no tenía motivos para hacerlo a menos que tuviera deseos suicidas, y en segundo lugar, él la vigilaba muy de cerca debido a este pasado crimen.
—¿Crees que fue mi hermana otra vez? —preguntó la visión de Lucas, apareciendo a su lado.
Lazarus lo ignoró.
—Sé que no quieres generar pánico, Frederick —dijo el vampiro—, pero sería sumamente estúpido no tomar las medidas apropiadas. Y lo sabes.
El comandante mostró sus afilados colmillos superiores e inferiores, propios de los licántropos.
—Sabes que voy a hacerte caso, detective —cedió a duras penas—, pero esto no me gusta nada. Si resulta ser lo que dices que es, ¿entonces por qué afectó a la licántropo? Esas malditas flores solo afectaban a los vampiros.
—¿Quieres una deducción rápida? —ofreció, bajando sus gafas para deshacerse de la imagen de Lucas y concentrarse—. La flor fue mutada y alguien está imitando el modus operandi de la creadora original para inculparla y distraernos haciéndole una investigación. No me sorprendería que dentro de un par de horas haya más casos de supuestos intentos de suicidio con el mismo propósito de desviar nuestra atención. Algo más está ocurriendo y esto parece ser una vil cortina de humo.
—¡¿Mutada?! —exclamó Frederick, más asustado por las Sangrilas que por el causante de estas—. ¡Si es así, entonces suelta ese maldito pétalo, Lazarus!
—Las Sangrilas no pueden afectarme —aseguró, envolviendo el pétalo en su pañuelo antes de guardarlo en el bolsillo de su pantalón—. Ni a ningún vampiro ancestral. Nosotros ya no corremos el riesgo de convertirnos en Nosferatus.
Frederick soltó el respiro que estaba conteniendo, pero el estrés todavía se reflejaba en su semblante. Se paseó de un lado a otro, pasando una mano por su cabello mientras murmuraba maldiciones y negaba con la cabeza.
—Mierda —masculló—. ¿De verdad tienes que irte ahora?
—El alcalde insiste en verme —replicó—. No pienso seguir soportando sus exigencias y berrinches.
—¡Esto es más grave que eso!
—Lo es —concordó—. Por eso, cuando termine y tú confirmes que es una Sangrila, iniciaré la investigación para hallar al responsable.
—Seguro es la misma maldita bruja.
—No lo es —aseveró, dándose la media vuelta—. Mantén a todos alejados de aquí, ordena a tu personal que no toque los pétalos ni el cuerpo sin las medidas necesarias y envía grupos a buscar más flores. No sabemos cuántas hay ni cómo fueron distribuidas esta vez.
—No me des órdenes, Solekosminus —advirtió Frederick con molestia.
—De acuerdo, entonces, ¿quieres un consejo amistoso? —Lo miró de reojo con seriedad—. Informa a la sociedad acerca de esto antes de que sea demasiado tarde y, en lugar de tener trescientos muertos, tengas un millar. —Esbozó una sonrisa sombría—. ¿Te parece?
Frederick apretó los puños a sus costados, abrumado por el peso del problema en sus hombros.
—Vete al diablo.
Lazarus volvió a darle la espalda y continuó alejándose de la escena.
—Manténme informado.
(...)
El alcalde de Reverse York era un vampiro detestable. Lazarus lo repudiaba con esmero y, sin embargo, aquí estaba, obedeciéndolo como una especie de caniche adiestrado, incapaz de negarse por una única y simple razón...
—¿Quieres un trago, Lazarus? —ofreció el vampiro en cuestión.
Su nombre era Astor Amadeus y se trataba de un vampiro de aspecto jovial con un porte elegante. Espigado y siempre bien vestido, con una cabellera de rizos dorados y una sonrisa carismática con la que siempre mostraba un colmillo superior, haciendo alarde de que su raza permanecería en el poder durante mucho tiempo más. Después de todo, Reverse York casi siempre había sido liderada por vampiros.
—Dame una copa de veneno de Diablo —pidió, paseándose por la oficina de Astor, tocando el escritorio con las yemas de sus dedos y mirando a través del enorme ventanal en la cima del edificio más alto de la ciudad.
Astor, sin desvanecer su sonrisa, le sirvió un trago y se acercó para dárselo. Lazarus estaba por tomarlo, pero el alcalde lo alejó y bufó por lo bajo.
—Primero que nada, una advertencia —condicionó—. No me hagas volver a recurrir a ese asqueroso método de comunicación sanguíneo.
Lazarus entornó los ojos detrás de sus gafas y, con un rápido movimiento, le arrebató el vaso de la mano.
—Si tanto te molesta, no me hubieras llamado en primera instancia —refutó, dando un sorbo al veneno y sintiendo el fuerte sabor quemar su garganta al tragar.
La sonrisa de Astor flaqueó ligeramente, pero al final logró mantenerla. Acomodó la corbata en su cuello y también bebió.
—Creí haberte dado una orden muy clara la última vez que nos vimos, Lazarus —dijo entonces, fijando su mirada en el exterior, en la ciudad bajo sus pies.
—Lo hiciste —afirmó.
Astor lo miró de reojo, sus iris guinda destellando bajo la tenue luz de la estancia.
—Entonces obedece —masculló—. Extermina al Padre Común de una vez por todas.
Cuando empezó a buscar al Padre Común, Lazarus tuvo que recurrir a Astor para solicitar ciertas... libertades. Le permitió pasar por encima de las leyes que necesitara con tal de encontrarlo y matarlo. Claramente, todavía no había cumplido con su parte del trato.
Revolvió el veneno en el vaso con lentos movimientos de su muñeca.
—No es tan sencillo —aseveró—. No sé qué repercusiones podría traer consigo su exterminio.
Esa era una razón; la otra era más personal, una preocupación por su propio bienestar, y también existía una tercera razón, una menos... egoísta.
Astor suspiró, aferrándose al tabique de su nariz y luego dándose la vuelta. Se dirigió hacia el escritorio y dejó el trago sobre este mientras Lazarus lo seguía con la mirada.
—El Lazarus Solekosminus que yo conozco no se detendría por un obstáculo como ese —afirmó, apoyándose contra el mueble—. Y créeme, lo conozco desde hace suficiente tiempo.
Ambos compartían un pasado. Lazarus lo conoció hace aproximadamente trescientos años, cuando Astor todavía era un vampiro joven, con aires de grandeza y ánimos de triunfar. Eran buenos amigos y, a pesar de sus diferentes visiones, siempre lo apoyó en su carrera política. Astor había asumido el poder hacía ocho años y, en la fiesta para celebrar su triunfo, las cosas entre ellos tomaron un giro... inesperado.
—Cada minuto transcurrido es capaz de cambiar a uno —aseguró, acercándose a Astor y dejando su propio vaso sobre el escritorio—. Por ejemplo, a ti solo te tomó veinticuatro horas volverte un político corrupto más.
Astor amplió ligeramente su sonrisa y, antes de permitir que Lazarus retrocediera, estiró el brazo y lo tomó por el mentón, obligándolo a acercar sus rostros.
—Mátalo ya y olvídate de ese pasado —ordenó en voz baja—. Eres un experto en ello, ¿no?
Lazarus rodeó la muñeca de Astor con sus dedos y la apartó de su rostro con un movimiento brusco que empujó el escritorio en donde se apoyaba hacia atrás.
—Sí cuando se trata de algo que duró una sola noche —replicó, soltándolo y alejándose mientras metía las manos en sus bolsillos.
Astor y él habían compartido más que un pasado; habían compartido una noche juntos que fue resultado de múltiples copas de veneno y la necesidad de llenar la soledad que ambos padecían. No había amor entre ellos, era solo atracción y deseo. El problema era la necesidad de Astor de poseer y el rencor que le guardaba a Lazarus por haber olvidado el evento tan rápido como sucedió.
Astor, iracundo por la actitud desafiante de Lazarus, se apartó de su escritorio y lo señaló con un dedo.
—¡La próxima vez que pises este sitio será para informarme que ese maldito está muerto! —bramó.
Lazarus salió de la oficina sin siquiera voltear a verlo, ignorándolo por completo. Jamás sería capaz de sentir algo más que desagrado por un vampiro como Astor Amadeus. Ellos dos eran simplemente incompatibles.
—A diferencia de ti y cierto demonio traicionero —completó la voz de Lucas en su oído.
Cerró los ojos momentáneamente para hacer que la alucinación auditiva desapareciera y se acercó al escritorio de la asistente de Astor, una vampira novata que estaba bebiendo con ímpetu un vial de sangre O positiva.
—Dile a Astor que me encargaré de las cosas a mi modo y a mi tiempo —pidió—. Y que la próxima vez insista en llamarme por teléfono.
La asistente terminó de beber y dejó el vial a un lado. Sus iris destellaban en color guinda y parecía revitalizada, como si esa sangre por sí sola hubiera sido suficiente para regresarle la energía.
—Claro, detective Solekosminus —farfulló, tamborileando el escritorio con las puntas de sus dedos con rapidez—. ¿Algo más?
Lazarus entrecerró los ojos tras sus gafas.
—Ya no bebas más sangre. Te provocarás una sobredosis —advirtió y, sin esperar respuesta, se dirigió al ascensor del edificio, sacando su celular cuando sintió que vibraba en su bolsillo.
—Dime qué descubriste —contestó la llamada.
Escuchaba alboroto al otro lado de la línea y Frederick sonaba agitado, como si caminara con premura.
—La autopsia de la licántropo reveló que estaba en proceso de transformación de luna llena, cosa que no tiene sentido según el calendario lunar —informó, gritando un par de órdenes a sus subordinados antes de volver al teléfono—. Tenías razón, Solekosminus. El pétalo... El pétalo sí es de una Sangrila.
La revelación no lo sorprendía en absoluto, solo confirmaba sus muy certeras sospechas. Nunca confirmaba nada hasta que no estaba cien por ciento seguro, y este era el caso en este momento.
—Empezaré la investigación —concluyó, colgando.
Cuando se trataba de Sangrilas, sabía perfectamente a quién acudir. A una bruja, la prodigiosa bruja que siempre estaba más cerca de lo que le gustaría y quien las creó en primera instancia... Blair Bellanova.
Dato curioso del capítulo: las Sangrilas están inspiradas en una flor real llamada "Lycoris radiata". También se le conoce como "flor del infierno" y se dice que representa la transición entre la vida y la muerte 👀
Pero dejando las curiosidades a un lado... ¡Hice un aesthetic board de Lazarus! 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 🩸
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