🩸Capítulo 16. Hermana
Había algo en la humanidad que Blair Bellanova encontraba simplemente exquisito.
No era como un vampiro o un demonio cuyo gusto sobre los humanos lo hallaban en beber la dulce sangre de sus venas hasta dejarlos como frutas deshidratadas. No, en su caso era algo... hereditario. Era una bruja y, después de todo, poseía una fracción humana de parte de su padre e incluso de su propia madre.
No obstante, era la mortalidad de su progenitor lo que la intrigaba, un hombre cualquiera, cordial por naturaleza, que se enamoró de la fría Aurora Bellanova y renunció a todo con tal de seguirla a un sitio tan infernal como la Sociedad Ulterior, infestado de monstruos y criaturas dispuestas a asesinarlo de no ser porque estaba bajo el cuidado de dos prodigiosas brujas. El nombre de su padre era Ezra Cross. Y, al igual que en el caso de Lucas, no había día en que su rostro no apareciera en sus memorias.
—¡Ven aquí, Blair! —En uno de esos recuerdos estaban en la casa de su abuela y ella jugaba en el jardín cuando empezó a lloviznar, una lluvia que pronto se convertiría en un chubasco dado el clima caótico de la Sociedad Ulterior. Blair se dio la vuelta, solo era una niña, tan pequeña que todavía utilizaba vestidos y moños como una muñeca. Su padre la llamaba desde la puerta trasera de la casa, un hogar cálido, semejante a una cabaña. Pero ella no obedeció, sino que sonrió y extendió los brazos
—¡Mira, papá! —exclamó, con una voz más aguda de lo normal.
—¿Qué veo, brujita? —inquirió él y, sin importarle mojarse, salió para acercarse a ella.
—¡Las gotas no pueden tocarme! —respondió, tan emocionada al demostrar cómo su magia la protegía casi por voluntad propia. Su padre reconocía esa cualidad, Selma se lo había explicado cuando desde los primeros meses de vida ya exhibía curiosos talentos únicos. Blair, su pequeña hija, era una bruja prodigio.
—Es increíble, brujita —dijo su padre, observando cómo las gotas no tocaban ni un solo centímetro de su piel, mientras que él, en cambio, se mojaba cada vez más—. ¿Cómo lo descubriste?
—Simplemente quise que así sucediera —respondió con orgullo—. ¿Quieres que te enseñe el truco?
Su padre se acuclilló a su lado, tenía un rostro tan apacible, una sonrisa cálida y unos ojos amables. Su abuela solía decir que compartían la misma mirada.
—Me temo que no puedo replicarlo, brujita —comentó él, con pequeñas gotas escurriendo de los mechones castaños de su cabello. Le ofreció una mano, más grande que la de Blair, pero con una silenciosa promesa de protegerla cada vez que se aferrara a esta—. ¿Entramos?
Blair no dudó en asentir y tomar su mano, sintiendo cómo la magia cedía a sus deseos y protegía a su querido padre de la lluvia también. Él se irguió y la guió hacia la casa sin soltar sus dedos, pero tampoco apretando con demasiada fuerza; era delicado, cuidadoso, muy opuesto a su madre.
—¡Ezra estás empapado! —reprendió Aurora en cuanto pusieron un pie dentro.
—Si no fuera por Blair, sería peor —aseguró, limpiando el agua en su cara—. Se protegió a sí misma de la lluvia. Es asombroso.
Su madre volteó a verla con su expresión severa, arrugando el ceño ligeramente. Blair, intimidada por su presencia, se aferró al antebrazo de su padre y se escondió detrás de él.
—Es solo un truco de niños —demeritó Aurora antes de volverse hacia su esposo—. Ahora sécate y cámbiate, ambos. No falta mucho para la cena.
Su padre vio a Aurora pidiendo, suplicando que no fuese así con su hija.
—Aurora...
—No más, Ezra —zanjó ella y luego le dio la espalda—. Solo obedezcan.
Su madre se fue sin más, sin siquiera verla de reojo o preguntarle acerca de su magia; simplemente no le importaba. Nunca nada era suficiente para ella, pero en aquel entonces, Blair no se percataba de ello y, en lugar de dejar de tratar de impresionarla, más se exigía a sí misma.
—Lo hiciste maravilloso, brujita —dijo su padre de pronto y, al levantar el rostro para verlo, notó el orgullo que él sí sentía por cada pequeño logro, por cada truco que aprendía e incluso por el simple hecho de verla crecer. Se inclinó hacia ella y le dio un afectuoso beso en la frente—. Serás tan talentosa como tu abuela. Ya lo verás.
Aquello no le borró la sonrisa en lo que restó del día.
—¿Por qué estás tan feliz? —cuestionó Lucas, su hermano mayor por unos pocos años.
—Papá me dijo que algún día seré como la abuela.
Lucas era como una calca del carácter bondadoso de su padre, aunque su físico, al igual que el de ella, se asemejaba más al de su madre.
—Eso nunca estuvo en duda —aseveró, revolviendo su cabello—. Serás incluso mejor, Blair.
En ese entonces, su lógica de niña le decía que, aunque su madre la odiaba y debía impresionarla para ganar su amor, tenía a un padre y a un hermano que sí la amaban incondicionalmente.
Hasta que los perdió. A ambos.
Alguien vino a reclamar a su hermano, un hombre con máscara de doctor de la plaga, sin razones ni explicaciones, arrebató a Lucas de los brazos de su padre y asesinó a este último cuando intentó oponerse.
Todo esto frente a los ojos de Blair y, peor aún, todo esto frente a su madre que no defendió a ninguno y solo se paralizó en su sitio, dejando de lado su frialdad en el peor instante. Nunca se lo perdonó.
Su padre tuvo un funeral en el Mundo Superior, aquel horrible ritual humano en donde los cuerpos eran metidos en un horno gigante e incinerados. Su familia mortal, aquella que Blair solo conocía por nombre y vagas menciones, lloró más que su propia madre en todo el proceso. Blair, en cambio, solo se atrevió a derramar lágrimas en soledad, temiendo que, si expresaba esa debilidad frente a su progenitora, la abandonaría. No soportaba la idea de estar sola.
Su abuela fue la única que intentó buscar a Lucas a pesar de las protestas de Aurora, y Selma solo se detuvo hasta que su hija le dijo la verdad:
—El Padre Común se lo llevó. Es imposible recuperarlo. —Blair cuestionó a qué se refería con eso y jamás obtuvo respuesta más allá de que a ese malnacido vampiro le gustaba experimentar.
Al recibir esa vaga contestación, vino la rebeldía. Era inevitable, Blair Bellanova era una bruja poderosa, pero a pesar de tener una guía tan buena como su abuela, el odio que le tenía a su madre era más fuerte. Desistió por completo de la idea de querer impresionarla y, en cambio, hizo todo lo contrario. Abandonó la academia de brujería y creó las Sangrilas, siendo condenada a largos años de cárcel hasta que fue liberada por Lazarus Solekosminus.
Y ahora aquí estaba, años después, con su psique trastornada a tal grado que trabajaba en conjunto con el hijo del mismísimo monstruo que más odiaba en este mundo. Tampoco es que tuviera muchas opciones y, si era solo un poco franca consigo misma, sabía que tenía una especie de... deuda pendiente. Dos, en realidad.
La tarea que le dejó el estúpido detective fue encontrar a Galatea Solekosminus, su maníaca hermana menor que el vampiro insistió que ni siquiera alguien como ella podría manejar.
«¿Con quién crees que estás tratando, Solekosminus?» Pensó con una sonrisa burlona en sus labios.
Utilizó la sangre de Lazarus para rastrear a la pequeña engendro del mal y, aunque deseaba que la vampirita estuviese escondida en algún sitio de Nueva York, se llevó la poco grata sorpresa de que se encontraba en Boston, Massachusetts. Le dio todavía más repelús la idea de tener que viajar en una de esas salchichas metálicas aladas que los humanos consideraban una obra maestra de la ingeniería moderna. Para ella, los aviones solo eran como letrinas voladoras y lo reafirmó cuando le tocó un asiento junto a una anciana que no paró de parlotear sobre sus nietos hasta que la puso a dormir.
Fue un vuelo corto, pero una vez estuvo en tierra firme, soltó el respiro más grande de su patética existencia y escapó del aeropuerto tan pronto como pudo. Salió a la calle y se dirigió al primer automóvil amarillo chillón que encontró, esos llamados taxis.
—¡Hola, buen humano! —saludó efusivamente al conductor, aprovechando que tenía el vidrio abajo para apoyarse sobre la puerta—. ¿Me llevas?
El chófer la escudriñó con los ojos de manera casi despectiva. No era agradable, como la mayoría de humanos en empleos mal remunerados.
—¿Estás borracha? —cuestionó.
—Para nada.
—¿Drogada?
—Solo por la forma en que me cautivan tus palabras.
El chófer frunció el ceño.
—¿Siquiera puedes pagar? —preguntó, tratándola como a una vagabunda. Su cabello desarreglado y ropa holgada no ayudaban.
Blair sonrió con mayor amplitud.
—Claro que puedo —afirmó y, sin esperar la respuesta del hombre, se subió al asiento trasero.
El conductor suspiró, pero la miró a través del espejo retrovisor.
—¿A dónde? —cuestionó, girando la llave para arrancar el motor.
—Un segundo —pidió y sacó el vial con la sangre de Lazarus, vertiendo cuidadosamente una gota de esta en su dedo índice. El chófer no paraba de mirarla con extrañeza y ella se limitó a guiñarle el ojo—. Gajes del oficio.
Cerró un momento los ojos y se concentró en la esencia de aquel líquido carmesí. Dado que no pertenecía a Galatea tal cual, no era muy preciso, pero la acercaría a su destino. En este caso, en su mente se trazó un camino, una serie de imágenes que mostraban a dónde debía ir, dejando una sensación restante una vez separó los párpados.
—¿Conoces las casas de fraternidades? —inquirió al chófer.
Sí, la pequeña Solekosminus, la única hija del gran Padre Común de los vampiros, estaba en una casa de fraternidad de una universidad humana.
«Definitivamente no es el orgullo de papá», pensó.
El taxi la llevó a un vecindario que, a primera vista, parecía una comunidad humana cualquiera con casas familiares con aires suburbanos, pero cuando se fijaba cuidadosamente, veía los nombres de aquellos hogares de fraternidad, cosas tan ridículas como Alfa, Beta y Omega como si fuese una apestosa manada de descerebrados lobos. La basura acumulada en sus patios frontales por las decenas de fiestas que celebraban tampoco ayudaban a su deplorable imagen.
—Detente aquí —indicó al conductor, frenando justo frente a una casa cuya puerta estaba abierta y se filtraba música a todo volumen y las voces de una muchedumbre. Tuvo la buena o mala suerte de toparse con una de sus fiestas.
«Lo consideraré buena suerte», dijo para sí, abriendo la puerta del taxi para apearse.
—¡Oye, loca, no me pagaste! —bramó el conductor desde su ventana.
Blair azotó la puerta, sacudiendo la carrocería entera, y se acercó al chófer con una mirada seria.
—Casi lo olvido. —Aproximó su mano hacia el rostro del desagradable hombre y lo cubrió por completo—. Amnesia.
No poseía las habilidades hipnóticas de un vampiro para conseguir todo lo que quisiera con una simple mirada y una orden, pero sí tenía en su poder la magia suficiente para cometer todas las fechorías que quisiera y después borrar las memorias de sus débiles víctimas como si fuesen juguetes.
Apartó la mano, limpió el sudor que había quedado en esta en su ropa, y se dio la media vuelta para marcharse mientras el conductor yacía con la mirada perdida. Quería creer que no se había excedido y volvería en sí en unos minutos.
Se encaminó hacia la casa de fraternidad, una con un nombre tan ridículo como Omega B. No tenía idea de qué mierda significaba eso y tampoco le interesaba indagar.
Entró a sus anchas a la fiesta, siendo recibida de inmediato por la música que bombardeaba sus oídos y una muchedumbre de universitarios borrachos bailando, gritando, saltando sin sentido y riendo porque un tipo bebía de un barril estando de cabeza.
Le pareció fascinante. No existía nada más admirable que un grupo de humanos extraviados en la vida que en cualquier momento podrían morir por un coma etílico. Esto sí que le resultaba exquisito.
—Oye, linda, ¿estás perdida? —cuestionó una voz sobre su hombro.
Blair se dio la vuelta y se topó con un chico universitario alto, rubio y de ojos azules que tenía toda la imagen de un estadounidense promedio para un anuncio de televisión.
—Tal vez —contestó con el mismo tono coqueto. Iba a disfrutar esto—. ¿Crees que podrías ayudarme?
El chico sonrió.
—Por supuesto. —Le arrebató unos vasos rojos a otro tipo que iba pasando y le tendió uno—. Pero primero una bebida, novata.
Blair tomó el trago y lo olfateó. Olía espantoso, como alcohol barato. Lo hizo girar con movimientos de su muñeca y luego lo miró con una sonrisa juguetona.
—¿Quieres ver un truco de magia? —ofreció.
—Muéstrame —respondió él, probablemente esperando algo muy diferente a lo que ella iba a hacer.
—Dame tu cerveza. —Le quitó el vaso de plástico de la mano sin siquiera esperar su contestación.
—¿Estás sedienta, linda? —inquirió, acercándose un paso—. Tienes unos ojos hermosos, por cierto. ¿Cómo se llama tu condición? Hetero...
—Cállate. —Lo empujó hacia atrás con una mano—. Dame espacio o el truco no va a funcionar.
El chico de la fraternidad la miró con intriga, pero Blair estaba concentrada en el trago, invocando una pequeña flama azul en la punta de su dedo índice para colocarla sobre el alcohol con delicadeza, encendiendo el líquido en llamas.
—¡Mira eso! —exclamó el chico, tomando su vaso de regreso y viendo el fuego boquiabierto—. ¿Quién diablos eres, novata?
Blair se acercó y rodeó su nuca con los dedos, aproximando sus rostros.
—Todo menos una novata —replicó y, haciéndose de la mano del chico que se aferraba al vaso, le tiró encima la bebida con fuego, encendiendo su ropa y empeorándolo a propósito al chasquear sus dedos.
—¡¿Qué mierda?! —gritó él, aterrado, y corrió por el sitio pidiendo ayuda, buscando agua o lo que sea. Ese ya no era asunto de Blair.
Tiró su propio trago al suelo y se adentró más en la fiesta, ignorando al chico en llamas por completo. Estaba por acercarse a otro, algún otro humano idiota con el cual divertirse cuando alguien llamó su atención.
—¿Fuiste tú quien prendió mi cita en fuego? —preguntó una chica, atravesándose en su camino. Traía un vestido rosado y corto y llevaba una peluca del mismo color con mechones violeta neón.
—Sí, fui yo —afirmó con cinismo—. ¿Algún problema?
La chica se encogió ante su seguridad. Era ese tipo de humana.
—No... No es que me moleste precisamente, pero... —vaciló, retrocediendo.
—¿Entonces qué es? —inquirió, acercándose con ánimos de asustarla. Era el tipo de mortal del que podía aprovecharse con tanta facilidad que incluso le daba pena.
—Es malo —murmuró la desconocida, desviando por un momento sus ojos hacia los labios de Blair.
«Ah, con que de eso se trata», pensó y, al volver a conectar sus miradas, notó que la de la chica era tierna, vulnerable, y de cierta manera le recordaba a las buenas personas que alguna vez formaron parte de su vida. Le gustaba.
—Entonces déjame mostrarte la mejor parte de mí —susurró, una sutil invitación mientras movía el cabello falso de la chica detrás de su oreja.
La humana se sonrojó, su piel se erizó ante el cálido aliento de Blair contra su nuca... Y asintió.
—De acuerdo —cedió.
Blair le sonrió y deslizó la mano a través de su brazo hasta dar con sus delgados dedos. La jaló a través de la muchedumbre, subiendo las escaleras que llevaban al segundo piso. No tardaron en encontrar una habitación, ganándole a una pareja que se besuqueaba en el pasillo. Cerró la puerta con seguro para no ser interrumpida y se aproximó a la chica, besándola sin previo aviso.
La desconocida correspondió y Blair pudo saborear el peculiar sabor de sus labios, separándose de ella durante solo unos breves instantes para recuperar el aliento y luego volver a besarla con el mismo voraz deseo.
Rodeó la espalda de la chica pelirosa y bajó el cierre de su vestido mientras la hacía retroceder en dirección a la cama. En cuanto la parte trasera de las rodillas de la humana chocaron con el borde, Blair se apartó y la empujó al colchón, dejándola tendida de espaldas, con el cabello de su peluca desperdigado sobre la sábana mientras relamía sus labios embarrados con su propio labial, tan deseosa y hambrienta.
Blair se subió a la cama también, con las rodillas apoyadas en cada lado de la chica, dejando a esta última entre sus piernas. Colocó sus palmas junto a la cabeza de la humana y bajó el rostro para volver a rozar sus labios con los propios, mordiendo uno de estos con la intención de hacerlo sangrar... Pero no derramó ni una gota.
Blair amplió los ojos y sonrió, haciéndose de la peluca de la chica debajo de ella.
—Te encontré, Galatea —dijo, arrancando el cabello falso y aventándolo al otro extremo de la habitación.
La vampira desvaneció por completo la faceta vulnerable y falsa por la que se hacía pasar, cambiándola por unos brillantes ojos rojizos sin emociones algunas y una sonrisa incluso más cruel que la de la propia Blair. Era una sonrisa que mostraba su lado monstruoso con sus colmillos y delataba su placer por el sufrimiento ajeno.
—Cuanto tiempo, Blair —dijo Galatea y se aferró a los hombros de la bruja, intercambiando sus lugares para dejarla bajo su merced. Se apartó los mechones de cabello blanco que enmarcaban su rostro y los peinó hacia atrás junto con el resto de su frondosa cabellera negra.
Blair, al verla, pensó exactamente lo mismo que cuando se encontraron por primera vez: Era la vampira más hermosa que jamás haya visto... Y la quería muerta.
—Todavía te acuerdas de mí —replicó Blair.
Galatea cerró toda la distancia entre ambas y apartó el largo cabello rubio de Blair de su cuello.
—Cómo olvidar a la creadora de mis Sangrilas —susurró... Y la mordió.
¡GALATEA SOLEKOSMINUS! No tienen idea de lo que será esta vampira, se vienen varias revelaciones y estamos a punto de llegar a una parte MUY importante de la historia 😈
¡Muchísimas gracias por leer!
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