🩸Capítulo 15. Hermano

Tal y como lo decretó Lazarus, salieron del motel en cuanto los primeros rayos del sol comenzaron a salir.

—Ya levántate, demonio —ordenó.

Alaric seguía tendido en la cama, con la cara oculta en la almohada mientras gruñía.

—Eres una maldita molestia, Solekosminus —masculló con la voz amortiguada.

—Te dije que saldríamos a primera hora. —Le aventó su chaqueta, quedando atorado en las puntas de sus cuernos—. Apresúrate.

Alaric se quitó la prenda de encima y se sentó. Tenía el cabello revuelto y una expresión de pocos amigos, pero fuera de eso, lucía mucho mejor; ya no estaba pálido ni se le notaba cansado.

—Te odio, ¿lo sabes? —añadió el demonio, deslizando las piernas a la orilla de la cama para levantarse.

Lazarus se aproximó antes de que lo hiciera, verificando sus heridas. Su ropa estaba rota, pero en su piel ya no había rastros de cortes o siquiera cicatrices. Su sangre había funcionado de maravilla.

—¿Te sientes mejor? —preguntó por si las dudas.

Alaric sonrió de manera burlona.

—¿Lazy todavía teme por mí?

Lazarus se alejó, dándole la espalda para no tener que responder sus insensateces.

—Muévete. Ya no tienes excusas —ordenó.

Alaric se puso en pie, colgando su chaqueta en su hombro con un movimiento perezoso.

—¿Dónde quedó el delicado Lazarus de ayer que me llamó por mi nombre y me cargó en sus brazos? —inquirió—. Quiero a ese de regreso. Este no me gusta.

El vampiro lo ignoró, saliendo de la habitación con el mapa en mano. Todavía les faltaba aproximadamente un día para llegar a Florida. Sería un viaje largo.

—El objetivo es llegar a Atlantic Beach en menos de veinticuatro horas —dijo, bajando hacia el estacionamiento.

Alaric frunció el ceño.

—¿Atlantic Beach? —Bufó—. ¿Además es un vampiro playero?

—Son los gustos de Cornelius —excusó al llegar al coche. Dobló el mapa y sacó las llaves del auto, quitándole el seguro para subirse—. Estoy seguro de que todavía vive ahí con su novia.

—¿Tiene novia a pesar de sus raras aficiones? —preguntó Alaric, riendo mientras rodeaba el coche para subirse al lado del pasajero. Apoyó un codo en el techo y levantó una ceja—. Wow, Lazy, parece que eres el único inepto en el amor. ¿Quieres que te ayude a remediarlo?

Lazarus abrió su puerta y después lo fulminó con la mirada. Su enojo era discreto, pero se notaba en las ligeras arrugas que se formaban en su frente. Solo el demonio le provocaba este tipo de reacciones.

—Galatea tampoco tiene pareja —argumentó, como si fuera un crío tratando de ganar una estúpida discusión. ¿Por qué actuaba así?

—Sí, pero ella es una maldita psicópata —refutó Alaric.

Lazarus rodó los ojos y, cuando estaba por subirse, notó que el demonio hacía una leve mueca de incomodidad. Debía seguir adolorido.

—¿Estás bien para viajar? —preguntó. No podía reprimir ese dejo de consternación que Alaric despertaba en él.

Esta vez Alaric no se escudó detrás de un chiste malo o un intento de coqueteo, sino que desvió su mirada casi con vergüenza. Si era pena por la preocupación de su compañero de viaje o por su propia debilidad, Lazarus no lo sabía.

—Estoy bien —se limitó a responder, subiéndose—. Andando.

Lazarus lo siguió sin indagar más en su reacción. Ya había aprendido que era mejor no hacerlo si no quería terminar lastimado... O traicionado.

(...)

Un vampiro en la playa y bajo el abrasador sol de la mañana no era algo que se viera todos los días. No obstante, a este vampiro los rayos de aquella colosal estrella a millones de kilómetros de distancia no le resultaban tan peligrosos como a cualquier otro de su especie. Escocían, sí, pero no quemaban, no sentía que su carne se derretía mientras agonizaba, o tal vez solo estaba acostumbrado a ello. No, claro que no, ese no era el caso.

—Oye, guapo, te vas a rostizar vivo si te quedas ahí parado —dijo una voz femenina.

El vampiro sonrió, pero mantuvo sus ojos fijos en el horizonte, donde el cielo y el mar estaban en unión. Amaba ese paisaje. La mujer se paró a su lado, y de pronto fue cubierto por la sombra de la sombrilla rosada que ella siempre llevaba consigo. La vio con el rabillo del ojo, observando cómo su piel oscura brillaba bajo el sol y su cabello en rastas caía hasta su espalda baja. Era bellísima.

La rodeó con un brazo, y ella apoyó la cabeza en su hombro.

—Pensé que preferías escapar de este sol —dijo el vampiro.

Ella levantó una ceja y esbozó una media sonrisa, mostrando unos colmillos afilados. Era una vampira ancestral, como él.

—¿Y perderme uno de los grandes placeres humanos? —bufó—. Ni lo sueñes.

—Laila...

La vampira, cuyo nombre era Laila, lo interrumpió colocando un dedo sobre sus labios.

—¿Crees que por ser diferente te dejaré solo aquí? —inquirió en voz baja.

Él negó con la cabeza. Ella sonrió, satisfecha, y se acercó para darle un suave beso.

—Ahora ven, vamos adentro. —Deslizó su mano por su brazo hasta dar con su palma y se aferró a esta con fuerza—. Ya hueles un poco a quemado.

Laila se echó a andar hacia su casa de playa, a tan solo unos metros de la costa, pero él no la siguió, permaneció en el mismo sitio, observando el horizonte sin realmente apreciarlo, pues desde hace horas que era invadido por una angustia que, aunque le resultaba familiar, no podía identificar del todo. ¿Qué era?

—¿Nelius? —llamó Laila, sacándolo de sus pensamientos.

Se dio la vuelta de inmediato, admirando cómo el vestido floral de ella se agitaba con el viento y sintiéndose culpable al percatarse de la consternación que consumía la belleza de su rostro.

—Lo siento —se disculpó, dando un paso hacia ella y acercando su mano a sus labios para besar sus nudillos—. Iré a donde tú quieras.

Laila, aunque le sonrió ante el gesto y lo correspondió acariciando su mejilla, no estaba satisfecha con su respuesta, pero no lo presionaría. Llevaban años, décadas juntos, y nadie lo conocía tan íntimamente, ni siquiera su propia familia, especialmente estos últimos.

Después de todo, su nombre era Cornelius Solekosminus, y él era el primogénito del Padre Común de los vampiros. O al menos hasta que renunció a aquel título y apellido.

Fue hace décadas, tanto tiempo que ni siquiera llevaba la cuenta exacta y casi podía oír a su hermano menor, Lazarus, reprendiéndolo por ser tan despreocupado. Sin embargo, Cornelius no pensaba igual, veía el tiempo como un amigo, no un recordatorio, y las memorias como fantasías, no como obligaciones. Siempre creyó que su forma de pensar fue en parte responsable de la exclusión que su padre hizo con él, eso y porque era más humano que vampiro. O eso creía.

Escapó de casa, de la prisión que eran los terrenos Solekosminus, que aunque por fuera parecía casi un Edén, por dentro solo podía ser comparado con el imperio infernal de Svatia. Día tras día era sufrimiento, castigos, torturas. Nada de ello era grato, e incluso tanto tiempo después, todavía era atormentado por pesadillas de ese sitio. El día más feliz de su larga vida fue cuando salió de ahí, al principio se lo atribuía como un éxito suyo, pero después de algún tiempo se percató de que su huida no fue una victoria suya, sino un plan rebuscado de su padre para deshacerse de él. Después de todo, su hijo más débil nunca sería una amenaza.

Su escapada lo llevó a atravesar continentes enteros, paranoico, aterrado de que su padre lo hallara y lo obligara a volver. Sus incesantes viajes lo condujeron a Estados Unidos, a una playa en donde cayó agotado a la arena y, derrotado, estuvo dispuesto a quedarse tendido ahí hasta que saliera el sol y lo consumiera vivo, pero eso no ocurrió.

—Oye, ¿estás vivo? —preguntó una mujer, pateando suavemente su pie.

Cornelius no se dignó a voltear a verla, pues comenzaba a sentir una familiar resequedad en su garganta: Sed de sangre. Corría el riesgo de que, al posar sus ojos sobre ella, sus instintos tomaran el control y la devorara sin control. No quería hacerlo, no le gustaba beber directamente de humanos y lastimarlos. En realidad, ni siquiera le gustaba tomar sangre.

—¿Sabes cuánto falta para el amanecer? —cuestionó en cambio, escondiendo su rostro en la parte interior de su cuello.

—Hmm, no mucho, unos minutos diría yo —contestó y, de pronto, sintió la presencia de la desconocida más cerca que antes—. Eres un vampiro.

Se quedó congelado. ¿Acaso en esta área del mundo los humanos sí conocían la existencia de los vampiros? ¿Tan evidente era su condición? De cualquier manera, si la mujer planeaba llamar a la turba para que lo quemaran vivo, le estaría haciendo un favor. Uno muy doloroso.

—Oye, vas a quemarte si te quedas aquí tirado —insistió la desconocida.

—Eso es lo que quiero —admitió—. Te estoy ahorrando llamar a la turba para que me asesinen.

Ella se rio, una carcajadas tan sonoras y descontroladas. Se estaba... ¿Burlando?

—Oye, de qué te...

—¿En qué año crees que estamos, vampirito? —preguntó ella—. ¿O es que has vivido como un ermitaño alejado de la sociedad durante las últimas décadas?

No estaba muy alejada de la verdad. Ni él ni sus hermanos menores salían muy seguidos de los terrenos Solekosminus y la jurisdicción de su padre, por lo que, durante décadas, siglos incluso, el mundo mortal era como un misterio para ellos.

Cornelius se incorporó, apoyándose en sus temblorosos codos por la falta de alimento. Todavía no quería abrir los ojos y verla, incluso evitaba respirar por la nariz para no olfatear su sangre y ser tentado por esta.

—Si ya sabes que soy un vampiro, ¿por qué no estás asustada? —interrogó.

—Por qué será... —Volvió a reír—. ¿En verdad no lo notas?

—¿Notar qué? —Estaba más confundido que antes.

—Abre los ojos y descúbrelo.

Su curiosidad, tan reprimida por el pasar de los años bajo el dominio de su padre, le pedía, le suplicaba, que abriera los ojos y saciara sus deseos. Decidió hacerlo, separó los párpados y fue cegado momentáneamente por la luz del sol que ya se veía al horizonte. No obstante, en cuanto su vista se adecuó, solo fue capaz de concentrarse en la mujer frente a él. Quedó pasmado ante su belleza, ante sus colmillos que llegaban a entreverse a través de sus labios formando una delicada sonrisa, pero sobre todo, ante sus iris con un peculiar tinte áureo. No era solo una vampira, era una vampira ancestral; el color de sus ojos la delataba, siendo una coloración popular en los vampiros de la antigüedad que bebían sangre de demonio para completar su transformación en lugar de la típica humana.

—Tú también eres...

—No me gustaría que murieras en mi patio trasero —acotó ella entonces, pasando por alto la revelación como si no fuera nada del otro mundo—. En realidad... No me gustaría que murieras en lo absoluto.

Aquello llamó su atención. Escuchar esas palabras provenir de una completa desconocida, alguien que ni siquiera sabía su nombre o quién era más allá de su obvia condición vampírica.

—Pero tú no... No me conoces —señaló, patidifuso. ¿Por qué le importaba tanto la vida de un desconocido?

—Solo déjame ayudarte —insistió ella, evitando dar explicaciones y, en su lugar, tocando su hombro como si fueran viejos conocidos y no completos extraños.

Cornelius no pudo contener la reacción involuntaria de su cuerpo de alejarse, siendo recordado de inmediato a las veces en que su padre se aparecía de súbito a sus espaldas y apretaba su hombro, diciendo:

«¿Estás listo para tu prueba, Cornelius?»

La vampira se percató de su repentino nerviosismo y retrocedió, apenada.

—Perdóname —se disculpó y Cornelius notó como ella no dejaba de ver el horizonte, el cielo sobre sus cabezas que se iluminaba más con cada segundo que transcurría. El amanecer estaba cerca y, con este, el sol que terminaría con su suplicio—. Está por amanecer, y ya sé que buscas morir, pero...

—Me iré, no moriré junto a tu casa —zanjó él, viendo la discreta cabaña de playa a unos metros de distancia. Jamás había visto a un vampiro viviendo en un sitio como este.

La vampira se carcajeó, agitando la mano con un gesto desdeñoso.

—Olvida eso, es lo de menos —aseguró y volvió a mirarlo casi con ternura—. Como te dije antes, no quiero que mueras en lo absoluto.

Cornelius frunció el ceño.

—Y como yo te dije antes, no me conoces, ¿por qué te importaría si muero?

La vampira colocó las manos detrás de su espalda y caminó de un lado al otro en un gesto pensativo.

—¿Por qué será? —inquirió—. ¿Amabilidad? No, no es eso, es más bien... Curiosidad, sí, eso.

—¿Curiosidad?

—¿Es que no te parece curioso? —Ladeó la cabeza—. Apareciste aquí, justo frente a mi casa, el hogar de una vampira solitaria. Tú también eres un vampiro solitario, ¿verdad?

No podía mentirle, sentía que aunque lo intentara, sería incapaz de engañarla.

—Sí, lo soy —confesó en voz baja.

Ella sonrió satisfecha, al mismo tiempo que los rayos del sol comenzaban a hacerse presentes en la playa.

—Entonces te lo ofreceré de nuevo. —Extendió su mano hacia él—. ¿Necesitas ayuda?

Cornelius observó su palma, abierta como una invitación amistosa. No presentía malas intenciones y, por ende, no existía desconfianza hacia ella, pero él era...

—Ah, ya entiendo, no te gustan los extraños. —Se carcajeó, sacudiendo la cabeza—. Disculpa mis modales, olvidé presentarme. Soy Laila, Laila Dlimani, una vampira ancestral.

—Yo también soy ancestral. —No sabía qué decir, estaba muy nervioso y el corazón le latía con más fuerza de lo normal. ¿Ya se estaba muriendo?

—Lo suponía —aseveró—. Solo un vampiro muy joven o muy viejo se dejaría morir de una manera tan dolorosa, pero algo me dijo que en tu caso es por cansancio y no por culpa.

Cornelius desvió la mirada, viendo la arena bajo sus pies y escuchando el romper de las olas que era acompañado por la suave brisa marina. Nunca había olido algo tan exquisito.

—¿Cómo le haces para no estar cansada después de tanto tiempo? —se atrevió a preguntar.

—Buena pregunta y la respuesta es igual de buena —replicó—. Vivo como humana.

Cornelius se tornó boquiabierto. Eso no era posible, su padre siempre se lo decía, un vampiro nunca podría ser humano, por más que lo deseara: «Un monstruo jamás tendrá el privilegio divino de ser mortal».

—Eso es imposible —exteriorizó.

—¡Claro que no! —exclamó—. Puedes vivir como tú quieras. Después de tanto tiempo, creo que nos lo merecemos.

—¿Merecer?

La vampira entornó los ojos y dio un paso cauteloso hacia él.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.

—Cornelius —respondió él, dudando antes de completar su nombre—. Solo Cornelius.

—Bien, solo Cornelius, ¿por qué no me dejas enseñarte un par de cosas? —ofreció—. Creo que te beneficiarían unas lecciones de vida.

—¿Qué...?

—¿Puedo? —zanjó, señalando su mano, pidiendo permiso para tocarlo. Cornelius dudó, pero algo en Laila era tan... atrayente. Levantó su brazo y acercó sus dedos hacia los de ella hasta que hicieron contacto.

Era fría, igual que él, pero la sensación era diferente, era segura, como alguna vez fue el tacto de su propia madre. De pronto sintió que el pecho se le estrujaba, invadido por demasiadas emociones. Por esto mismo su padre lo llamaba débil.

—Ven conmigo, Cornelius, por favor —rogó la vampira—. Quiero ayudarte.

Esta vez no rechazó su contacto físico en lo absoluto, por el contrario, sintió la necesidad de apretar su mano con más fuerza. Conectó sus miradas, percibiendo la sinceridad de sus intenciones, las ganas de vivir que se filtraban a través de cada poro de su tersa piel.

Laila Dlimani tenía razón, su encuentro no era una coincidencia, y esta fue la primera lección que aprendió de ella: «No es una coincidencia, sino una perfecta obra del destino que no debe ser desaprovechada».

Cornelius terminó por ceder a sus impulsos y asintió, todavía con dudas, pero extrañamente intrigado también.

—Sí necesito ayuda —admitió por fin.

Se rindió ante su debilidad, aquella que su padre tanto odiaba, pero él iba a aprender a amar. Y no se arrepentía de nada.

Aquel encuentro sucedió hace muchos años, ahora estaban en el presente, él y Laila, todavía juntos, tan cercanos que conocían hasta el secreto más oscuro del otro. Laila siempre decía que él la había salvado a ella y él siempre decía lo opuesto. Ninguno se sentía en deuda con el otro.

Entraron a su casa de playa, misma que, con el pasar de los años, convirtieron en un hogar para los dos, rodeada de otras construcciones que empezaron a asentarse ahí cuando los humanos explotaron los bienes raíces. En la actualidad, este sitio era conocido como Atlantic Beach, y ellos solo eran un par de ciudadanos más.

—¿Ya me dirás qué te tiene tan pensativo, Nelius? —preguntó Laila—. ¿O quieres un trago primero?

—Eso depende del trago —respondió él y cerró las cortinas para que no se filtrara la luz del sol, pues aunque él podía soportarla, ella no—. ¿El secreto está en la sangre?

—¡Claro que no! —exclamó, dirigiéndose hacia la cocina—. Esta vez solo será alcohol.

Cornelius la siguió, parándose detrás de ella para abrazarla por la cintura.

—Pero el alcohol sabe horrible para ti —dijo a su oído, dándole después un beso en el cuello.

Laila sonrió, dejándose consumir por sus caricias.

—¿Quién dijo que era para mí? —inquirió, dándose la vuelta para abrazarlos de regreso y verlo a los ojos—. Es para que te relajes y me digas qué te da vueltas en la cabeza.

Cornelius levantó una ceja.

—¿Tan obvio soy?

—A mí no puedes ocultarme nada —aseveró Laila y se aproximó a uno de las alacenas para sacar una copa—. ¿Qué se te antoja?

Él negó con la cabeza.

—Una cerveza está bien.

—Un hombre de gustos simples —bromeó, sacando la botella de vidrio del refrigerador en donde también almacenaban viales de sangre de diversos tipos. Se aproximó a Cornelius y lo tomó de la mano para guiarlo hacia la sala—. Siéntate y háblame.

Obedeció, sentándose con un suspiro. Por lo general, sus mañanas las pasaban de otro modo, pretendiendo ser humanos porque eso les brindaba felicidad. Algunos decían que era una estúpida negación, pero para ellos era un alivio, un respiro de su condición monstruosa.

Laila se sentó sobre sus piernas, abriendo la corcholata de la botella con los colmillos.

—Toda tuya. —Se la tendió.

—Gracias. —Le dio un sorbo. Disfrutaba su amargura gracias a su desarrollado lado humano.

Laila pasó sus manos repletas de anillos por el cabello bicolor de Cornelius, exactamente dividido por la mitad, negro por un lado y un vistoso color blanco que le ganaba varias miradas en el otro.

—¿Tiene algo que ver con tu familia?

Cornelius se carcajeó.

—¿Cómo es que siempre adivinas tan fácil? —preguntó, alzando las cejas—. Deberías leer las cartas..

—Es que eres muy transparente, Nelius —aseguró y colocó una mano en su pecho, justo sobre su corazón—. Además, tú y yo estamos conectados, ¿recuerdas?

Cornelius asintió, tomando su mano entre las suyas.

—Te amo, ¿sabes?

—Claro, me lo recuerdas todos los días. —Lo besó en los labios—. Pero no creas que eso te zafará de que me digas qué te ocurre.

Cornelius exhaló y dejó la botella de cerveza en la mesa frente a él. Se aferró a Laila, escondiendo su rostro entre su hombro y cuello.

—Creo que mi padre está despierto —confesó sin más—. Lo sentí hace unos días y ahora creo que está cerca... O algo así. Ya sabes que la sensibilidad no es lo mío.

Laila lo rodeó con sus brazos.

—¿Y eso te asusta?

—No —respondió—. Más bien me preocupa.

—¿Por qué?

—Sé que no vendrá por mí, pero...

Ella lo estrechó con más fuerza.

—Tus hermanos —completó.

Asintió y Laila apartó el rostro de Cornelius de su hombro para aferrarse a sus mejillas con delicadeza, acariciando estas con sus pulgares.

—Eres el vampiro más bondadoso que he conocido, Cornelius —dijo y pegó sus frentes—. Así que dime, ¿qué es lo que quieres hacer? Sabes que te apoyaré aunque sea la mayor locura habida y por haber.

—No sabría qué hacer —confesó—. Quiero protegerlos, a Lazarus y Galatea, pero no sé dónde están. La última vez que hablé con mi hermano él vivía en Reverse York, pero...

—Entonces vamos a buscarlo —interrumpió Laila y se apartó de sus piernas—. Viajemos a Reverse York. Empezaremos con él y después iremos por Galatea.

—Galatea está loca.

—Sí, bueno, ya sabía en qué me estaba metiendo cuando acepté estar con el hijo del Padre Común —bromeó y colocó una mano en su cintura—. Entonces, ¿qué dices?

—Viajar a Reverse York... —Lo sopesó unos instantes—. Definitivamente nos vendrían bien unas vacaciones.

—¿Vacaciones? —Laila enarcó una ceja—. No olvides que vamos en busca de tus hermanos para protegerlos de tu maníaco padre.

—Cierto, ¿pero acaso no te gustaría visitar la Estatua de la Libertad? —Se puso en pie, tomando la mano de Laila y haciéndola girar sobre su propio eje—. O pasear por Central Park. Tu vestido de estampado floral no podría ser más perfecto para esa ocasión.

Laila se carcajeó, pero sacudió la cabeza.

—Nelius, no podemos... —Fue interrumpida por el sonido del timbre, pocas veces tenían visitas—. Iré a ver quién es. Tú sigue fantaseando.

—Sin ti no le veo mucho sentido, querida.

—Ya, ya, volveré en un minuto —dijo mientras se dirigía hacia la puerta.

La abrió sin siquiera fijarse en quién era, acostumbrada a que se tratara de vecinos humanos o vendedores ambulantes. No obstante, no pensó que se hallaría con un rostro tan familiar, pero a la vez tan desconocido.

—Tú eres...

—Laila —saludó el vampiro de cabello bicolor como el de Cornelius y particulares gafas rojas. Lo reconoció casi al instante, notando que además venía acompañado de un demonio que le vigilaba las espaldas.

—Lazarus...

El serio hermano Solekosminus entornó los ojos.

—¿Dónde está Cornelius?

Les juro que Cornelius es el completo opuesto de Lazarus, ya lo apreciarán mejor cuando los hermanos interactúen en los siguientes capítulos. Galatea, por otro lado... Pues está loca, creo que eso ya quedó clarísimo 💀

¡Muchísimas gracias por leer! 🩸

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top