🩸Capítulo 14. Descontrol
Si hace dos años le hubieran preguntado a Dorian Welsh qué tenía en mente para su futuro, convertirse en vampiro y ser niñero de una pequeña demonio definitivamente no estaba contemplado en sus planes.
No obstante, eso era lo que estaba ocurriendo. Una serie de eventos que a la distancia sonaban como locuras lo habían traído a este preciso instante. No se arrepentía, era una vida tranquila junto a la persona que más amaba, pero sentía que eso iba a cambiar. Quería creer que solo era su ansiedad creando escenarios catastróficos, pues odiaba los malos presentimientos, y este era especialmente persistente.
Observó el anillo de compromiso en su dedo anular izquierdo, un discreto aro de plata que le quedaba perfecto, regalo de Viktor hacía algunos meses. Había sido más que un gesto; era una promesa muda entre ambos, aunque ninguno se había atrevido aún a hacer las preguntas que inevitablemente colgaban en el aire. Dorian, por un lado, agradecía esa evasión, pero en el fondo comenzaba a sospechar que su creciente ansiedad nacía de esa incertidumbre. ¿Qué sería de ellos? ¿Qué sería del mundo que, una vez más, parecía desmoronarse a su alrededor?
Fue regresado al presente cuando sintió una pequeña mano jalando la manga de su chaqueta. Parpadeó varias veces y esbozó una afable sonrisa al volverse hacia la demonio que estaba sentada a su lado.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Zaira, aunque no hablaba su idioma, había demostrado ser una niña bastante lista. Era sensible y tan perceptiva que era como si supiera qué iba a ocurrir antes de que ocurriera. Tanto Dorian como Viktor lo atribuían a su naturaleza demoníaca.
La demonio señaló el televisor. Estaban sentados en el suelo de la sala, recargados contra el sofá. Él no necesitaba dormir cada noche como antes de ser vampiro, y ella parecía regenerar sus energías con una breve siesta de menos de una hora. Se pasaron la madrugada despiertos y, a falta de ideas para entretenerla, le puso una caricatura humana. Funcionó de maravilla, hasta ahora.
—¿Ya te aburriste? —preguntó. Tenía que deducir lo que ella quería a base de señas con las manos y sacudidas de cabeza.
Zaira frunció el ceño y negó con la cabeza. Señaló sus labios, gesticulando con estos últimos como si quisiera formar palabras, pero Dorian no podía interpretar ninguna.
—¿Quieres algo? —preguntó.
Ella asintió.
—¿Comida?
Sacudió la cabeza.
—¿Jugar?
Otra sacudida de cabeza.
—¿Dormir?
Zaira hizo un mohín, entornando los ojos con molestia. Dorian deseaba que Viktor estuviera aquí, era mejor comprendiendo los deseos de la niña.
—¡Parle! —exclamó ella en el idioma Svatiano e hizo exagerados ademanes con las manos—. ¡Yu parle!
Dorian ladeó la cabeza y se señaló a sí mismo.
—¿Yo? —inquirió—. ¿Yo qué?
—¡Parle!
—¿Parle? —repitió—. ¿Te refieres a parlar? Ya sabes, de hablar.
Zaira amplió los ojos y asintió con fervor. Dorian se inclinó hacia ella, por fin estaba comprendiendo lo que quería decir.
—Yo parlar —tradujo—. ¿Qué quieres que te diga?
—Parle e yu lenioma —respondió.
Dorian volvió a arrugar la frente, ahí terminaba el progreso. No podía interpretar ninguna de las otras palabras que dijo.
—Yo no...
—Creo que quiere que le enseñes nuestro idioma, Dori —interrumpió la voz de Viktor, apareciendo al lado de él. Ya estaba acostumbrado a que apareciera súbitamente gracias a su velocidad vampírica. Le revolvió el cabello entre los cuernos a Zaira—. ¿No es así, pequeña dama?
Zaira inclinó la cabeza hacia atrás para ver a Viktor y sonrió con amplitud, asintiendo. Por eso es que Dorian decía que él la entendía mejor.
—Ya veo —dijo Dorian, incapaz de contener una suave sonrisa al ver a Zaira tan jubilosa—. Supongo que podemos intentarlo.
—¡Claro que lo haremos! —exclamó Viktor y levantó a la demonio en sus brazos sin esfuerzo alguno, viéndola a los ojos—. Te enseñaremos tan bien que vas a dejar en vergüenza a los niños humanos.
Dorian se incorporó, meneando la cabeza mientras bufaba.
—No es como que la enviaremos a una escuela repleta de niños a los que pueda avergonzar —señaló.
—Shh, solo la estoy motivando —masculló Viktor.
—¿Incitándola a tratar mal a otros?
—Solo un poco —replicó Viktor, haciendo un gesto desdeñoso con una mano mientras que con el otro brazo cargaba a la niña—. Además, algo de rudeza en la infancia forja el carácter.
—Por favor, nunca seas padre —pidió Dorian.
El vampiro rubio se carcajeó.
—Pero, Dori, técnicamente ya lo somos.
—Zaira no es nuestra hija —corrigió, colocando un mechón del cabello de la niña tras su oreja—. Es una invitada de honor.
Viktor hizo un mohín.
—¿Y no hay ningún gesto para mí?
Dorian rodó los ojos de manera juguetona, se aproximó al vampiro para darle un suave beso en los labios, y luego se inclinó hacia su oído.
—¿Qué sabes de la situación en Reverse York? —preguntó en voz baja.
Viktor se tensó ligeramente y, antes de contestar, se volvió hacia Zaira, quien había apoyado la cabeza en su hombro y miraba la televisión todavía encendida.
—Oye, pequeña dama. —La bajó al suelo y se acuclilló frente a ella—. ¿Por qué no buscas algo en donde escribir? Así podremos enseñarte a hablar nuestro idioma hoy mismo.
Zaira asintió, emocionada, y salió corriendo de la sala. Viktor la vio irse y luego se enderezó, dirigiéndose a Dorian con un largo suspiro.
—Reverse York es un completo desastre, fue difícil ponerme en contacto con Rhapsody —explicó. Hace unos minutos no se encontraba en el departamento porque había subido a la terraza para hablar con su maestra lejos de Zaira. No querían espantarla, sobre todo tomando en cuenta lo que había ocurrido con su madre.
Dorian arrugó las cejas, consternado.
—¿No han podido controlar la plaga de Sangrilas? —indagó.
—Rhapsody dice que creen haber destruido todas las flores, pero es imposible estar del todo seguros. Además, los que no pudieron escapar a tiempo de la ciudad están confinados en refugios. Estas Sangrilas parecen más poderosas que las pasadas, afectan a toda criatura sobrenatural, y hay tantos monstruos psicóticos rondando por las calles, que ya no alcanzan los Verdugos. —Hizo de sus manos un par de puños y frunció el entrecejo—. Me siento inútil esperando aquí, oculto mientras los demás pelean por salvar a la Sociedad Ulterior.
Dorian tomó una de sus manos, abriéndola para poder entrelazar sus dedos y, con la otra, acarició su mejilla.
—Viktor, no eres inútil por no ir a pelear. Estás aquí, cuidándome a mí y ahora también a Zaira —consoló, desviando la mirada momentáneamente—. Además, no quisiera que te ocurriera algo malo. Que te lastimen... o algo mucho peor.
Viktor cerró los ojos y exhaló, relajando la tensión en su cuerpo. Colocó su mano sobre la de Dorian y asintió.
—Tienes razón. Lo lamento, no quería preocuparte con esto. No es la prioridad ahora mismo.
—Tus sentimientos siempre serán una prioridad también, Viktor, y está bien que los expreses —aseveró Dorian.
El vampiro le sonrió, esa expresión en su forma más sincera que reservaba únicamente para el chico frente a él.
—¿Y qué hay de ti? —Acarició la mejilla de Dorian con sus dedos—. ¿Te sientes bien?
Dorian mordió el interior de su boca, sintiendo las afiladas puntas de sus colmillos abrir unos pequeños cortes. Tragó saliva mezclada con un poco de sangre.
—No al cien —admitió y, al ver la preocupación de inmediato manifestarse en el rostro de Viktor, amplió los ojos—. No me malentiendas, no ha ocurrido nada malo, solo es... —Miró el anillo en su dedo de manera furtiva—. Solo son dudas. Eso es todo.
—¿Dudas? —interrogó y jaló a Dorian hacia el sofá para que se sentaran en este—. ¿Qué clase de dudas?
—No es el momento. Hay asuntos mucho más importantes que atender —replicó—. Yo solo... solo me preguntaba si estamos haciendo las cosas bien, si no estamos apresurándonos demasiado o... —vaciló al notar la creciente confusión en el rostro de
Viktor. Terminó por negar con la cabeza, forzando una sonrisa en su rostro—. Solo es un mal presentimiento, pero dada la situación actual, creo que todos lo tenemos. Mi usual pesimismo hablando.
Viktor colocó una mano bajo su mentón, pensativo.
—Presiento que hay algo que no me estás diciendo —dijo—. Te conozco, sé cuando tienes algo en la cabeza que no te deja en paz.
—No es nada —aseguró Dorian—. Debe ser estrés. Eso es todo.
Viktor no estaba seguro de las palabras de su pareja. Esa inclinación instintiva a proteger a quienes le importaban, casi como un reflejo, era parte de su naturaleza. A ello se sumaba un agudo sentido de observación, que le permitía notar los detalles más sutiles. Entre ellos, la forma en que Dorian no dejaba de quitarse y ponerse el anillo de compromiso, mirándolo con una mezcla de inseguridad y ansiedad que no pasaba desapercibida para él.
—Dorian...
—¡Vi! —Zaira lo interrumpió. Así era como se refería a Viktor.
La demonio se acercó corriendo a ellos, agitando un pedazo de papel y un bolígrafo sobre su cabeza. Viktor apartó su atención de Dorian y se volvió hacia Zaira, sonriendo y aplaudiendo.
—Bien hecho, pequeña dama —felicitó y tocó la punta de su nariz con el dedo índice—. Solo por eso, te prepararé lo que tú quieras para cenar.
Zaira se carcajeó y se sentó en el piso, garabateando en el papel una serie de símbolos que ninguno de ellos entendía del todo. Dorian la observó hasta que sintió una fría mano apretar la suya; giró la cabeza y se encontró con la confiada mirada de Viktor.
—No te preocupes, estoy seguro de que todo saldrá bien —aseveró—. Da por hecho que Lazarus tiene todo bajo control.
Dorian apretó su mano de regreso, soltando el respiro que llevaba largo rato conteniendo.
—Seguro que sí.
(...)
Lazarus no tenía absolutamente nada bajo control.
Era una sensación que repudiaba, pero al menos, de momento, podía distraerse enfocándose en el demonio. Ese idiota era el causante de una cantidad considerable de sus desgracias y, sin embargo, tenía que cargar con él. Literal y figurativamente.
—¿Te importaría colaborar un poco? —se quejó entre dientes. Iba arrastrando al demonio con su brazo alrededor de su cuello, cargando casi todo su peso porque no se dignaba a siquiera poner un pie delante del otro.
—Pero, Lazy, ¿qué no ves que estoy convaleciente? —Colocó el dorso de su mano contra su frente en un ademán dramático.
—Si sigues actuando como un estúpido, te soltaré y lo único que veré será tu cara contra el piso —amenazó con un tono serio. Nunca bromeaba.
—Tal vez cooperaría si me trataras mejor. —Recargó su cabeza en el hombro de Lazarus y lo miró hacia arriba con una sonrisa socarrona—. O si volvieras a llamarme Alaric.
—Olvida eso.
—Hipnotízame y lo olvido.
—No.
—¿Lo ves? —Por fin dio un paso por su cuenta, pero algo tambaleante y Lazarus tuvo que agarrarlo, acto que no pasó desapercibido por el demonio—. Todavía te importo.
Lazarus suspiró, y optó por enfocarse en seguir andando. Habían llegado a un motel a mitad de la carretera y decidió que se detendrían para poder atender las heridas de Alaric que curaban con una lentitud consternante. Hipnotizó al encargado para que les diera la llave de una habitación, y ahora aquí estaba, arrastrando al demonio a dicho cuarto.
—Quédate ahí —indicó a Alaric, dejándolo apoyado contra la pared junto a la puerta.
El demonio se aferró a su hombro dislocado, siseando de dolor.
—Nosferatu de mierda.
Lazarus sacó la llave de la habitación de su bolsillo y la insertó en la cerradura, girándola.
—Es tu precio a pagar por meterte en peleas que no puedes ganar —reprendió. El seguro se abrió y empujó la puerta.
Alaric lo miró con incredulidad.
—Tú sabes que puedo derrotar a una de esas asquerosas bestias hasta con los ojos cerrados —refutó.
Lazarus subió sus gafas por el tabique de su nariz y volvió a hacerse con el brazo del demonio, colocándolo alrededor de sus hombros.
—¿Entonces por qué parece que estás a punto de desfallecer? —interrogó—. Tu curación se ralentizó y ni siquiera pudiste contener al Nosferatu con tu poder. ¿Acaso estás enfermo?
Alaric chasqueó la lengua.
—No estoy desahuciado, Solekosminus —replicó con molestia.
Lazarus lo ayudó a entrar a la habitación, sin molestarse en encender la luz, pues tanto él como Alaric podían ver en la oscuridad. Era una recámara pequeña, con una sola cama al centro, un baño incluso más diminuto y un televisor viejo. Parecía que el lugar no había sido limpiado a fondo en años por las finas capas de polvo en algunas superficies.
—¿Entonces por qué estás debilitado? —indagó, guiándolo hacia la cama para que se sentara a la orilla de esta.
—Tal vez, entre más me fastidias con tus preguntas, más me debilito —respondió, haciendo una mueca de dolor al sentarse.
Lazarus frunció el ceño.
—Estoy tratando de ayudarte.
—Me ayudarías más si dejas de interrogarme. No soy un juego de pistas para tu rol de detective.
El vampiro desvió la mirada con hartazgo. Alaric, incluso cuando estaban en «buenos términos», pecaba de hermético. Sacarle las palabras o las verdades que ocultaba era como querer abrir una caja fuerte con un broche para el cabello.
Por lo tanto, si el demonio no iba a decir nada, él tendría que descubrirlo por su cuenta. Y lo haría.
—Acuéstate —ordenó, rompiendo el silencio tenso que se había formado.
Alaric obedeció sin rezongar, extraño en él.
Lazarus se quitó el abrigo, dejándolo al pie de la cama, y se arremangó la camisa hasta los codos. Se sentó junto a Alaric y le tendió su muñeca.
—Bebe mi sangre. Eso te sanará más rápido —indicó.
Alaric lo escudriñó, renuente.
—¿Qué tan rápido? —inquirió.
—Tú eres el demonio, tú dímelo —contestó. Los demonios, al alimentarse de sangre, además de poder controlar al propietario, también se fortalecían considerablemente. Similar a los vampiros, pero mejor—. ¿Vas a hacerlo o no? No pienso hipnotizarte y tampoco me apetece forzarte. Hazlo por las buenas.
Alaric suspiró, desganado.
—Vaya, pero si parece que te mueres porque te muerda.
—Generalmente es al revés —refutó Lazarus.
El demonio se carcajeó por lo bajo.
—No en esta ocasión. La curación acelerada es dolorosa.
—Has superado cosas peores. Ahora bebe —insistió el vampiro, acercando más su muñeca al rostro del demonio.
Alaric hizo un prolongado contacto visual con él, hasta que por fin puso su atención en su brazo, lo rodeó con los dedos, y lo acercó a su boca. Encajó los colmillos en la piel, causándole un soportable escozor a Lazarus, y bebió con ímpetu. Por fortuna, a diferencia de los mortales, a un vampiro ancestral era casi imposible drenarlo de sangre con su regeneración casi instantánea.
No obstante, Lazarus le puso un alto, arrebatando su brazo de la boca de Alaric cuando los ojos de este último se tornaron rojo brillante y su mordida más dolorosa.
—Ya es suficiente.
El demonio volvió a recostarse, limpiándose los restos de sangre en sus labios con el dorso de su mano. Ya se veía un poco más lúcido, pero todavía estaba pálido.
—Deja de observarme como si fuera una rata de laboratorio —espetó, con la voz ronca y los ojos puestos en el techo sobre su cabeza.
Lazarus volvió la mirada hacia la mordida en su muñeca, las heridas ya se estaban cerrando.
—Trato de deducir lo que no quieres explicarme —replicó—. Solo puedo hacerlo observándote.
Alaric volteó la cabeza en la almohada, viendo a Lazarus directamente a los ojos. El brillo carmesí en sus iris ya se estaba desvaneciendo. Eso también era anómalo y preocupante.
—Aunque te dijera la verdad, no querrías comprender —aseguró en voz baja.
Lazarus lo escudriñó y, de manera inconsciente, su cuerpo lo llevó a acercarse un poco más al demonio.
—Pruébame.
Alaric sonrió, extinguiendo por completo su seriedad de antes.
—Eso yo ya lo hice —bromeó, enarcando una ceja y apoyándose sobre sus codos para aproximarse al vampiro—. ¿Por qué no me pruebas tú a mí ahora?
Lazarus ni siquiera se molestó por el súbito cambio de tema, ya sabía que haría eso, señalaría algo ridículo o haría un chiste estúpido con tal de no hablar de lo que le ocurría. Colocó una mano en el hombro sano del demonio, y lo empujó de regreso a la almohada.
—No te muevas —ordenó—. Perdiste una cantidad considerable de sangre.
Alaric hizo un mohín.
—Eres tan frío, frío como un témpano, Lazy —agregó, pero Lazarus estaba más enfocado en la ligera neblina de cansancio que había sus ojos más que en sus palabras. Colocó su palma contra la frente del demonio, sintiendo su temperatura y tomándolo por sorpresa—. Oye, qué...
—Al menos no tienes fiebre —interrumpió—. Eso significa que no hay nada infectado, ni lo habrá una vez hayas digerido mi sangre y te cures por completo en cuestión de horas.
Alaric rodó los ojos, dándole un manotazo para que no lo tocara más.
—Sigo siendo un demonio, ¿sabes? Esto no va a matarme.
Lazarus se alejó, negando con la cabeza.
—Con lo patéticamente débil que estás, podrías haberme engañado —replicó y se puso en pie.
—Me ofendes, Lazy.
Lazarus se acercó a su abrigo, en donde había dejado guardado su teléfono. Lo sacó y se encontró con dos mensajes, uno de Viktor y otro del comandante de la policía. Abrió primero el de este último, había llegado con horas de retraso porque tardaba en viajar de la Sociedad Ulterior al Mundo Superior. El mensaje era simple: «Reverse York es un caos». La intención detrás de esto era evidente: date prisa.
Sin saber qué responder, suspiró con discreción y, en cambio, abrió el mensaje de Zalatoris. Le informaba que todo en el Mundo Superior seguía tranquilo por el momento y, al final, mencionaba que la niña demonio, Zaira, estaba bien. Lo tomó como una buena noticia, tanto porque el desastre no había llegado hasta ellos todavía, como porque la niña estaba bien. No obstante...
—La niña demonio, Zaira... —comenzó.
—¿Pasó algo con ella? —lo interrumpió Alaric, sentándose en la cama de súbito.
—Ella está bien —aseguró y se volvió por completo hacia él, cruzando los brazos sobre su pecho—. Lo que quiero es que me digas quién exactamente es esa niña.
El demonio esbozó una media sonrisa, burlona y condescendiente, muy propia de él. Lazarus ya no flaqueaba ante ella.
—Es mi hija, claramente —respondió.
Ante esta contestación, Lazarus apenas pudo disimular la forma en que su cuerpo se tensó y sus ojos se agradaron detrás de sus gafas. Por desgracia, Alaric no le quitaba la mirada de encima, y debió notarlo, puesto que explotó en sonoras carcajadas antes de soltar un quejido de dolor y aferrarse a su torso. Incluso con el dolor, la diversión no se borró de su rostro.
—No te recordaba tan impresionable, o peor aún, tan crédulo —se mofó y negó con la cabeza—. La mocosa no es mi hija, es más bien una protegida. Su madre, Naila... —dudó, borrando poco a poco la sonrisa en sus labios— la demonio que me salvó antes de saltar a la grieta, la trajo aquí, a Zaira, hace un par de años. Escaparon después de que Naila cometió un crimen en Svatia y, al llegar aquí, las demás criaturas las rechazaron como la peste. Me compadecí de ellas y decidí tomarlas bajo mi cuidado, les enseñé a sobrevivir en este nuevo infierno y se convirtieron en mis aliadas. —Arrugó el entrecejo y bajó la voz—. Pero no fui capaz de salvar a Naila cuando más me necesitaba, y ahora, lo mínimo que puedo hacer como agradecimiento, es cuidar a su hija.
Lazarus no podía creer lo que estaba oyendo. Al inicio, sintió alivio al descubrir que la niña no era hija de Alaric, pero ahora solo lo invadía la curiosidad. Necesitaba comprender qué había provocado que el demonio traicionero y egoísta frente a sus ojos sufriera un cambio tan radical. No se permitía confiar, no iba a hacerlo, por lo que no creía que sus buenas acciones no fueran acompañadas de alguna clase de ganancia personal.
—Viniendo de ti, me sorprende que no seas siempre un egoísta —comentó con un tono de voz monótono.
—Sorprendí al gran detective. —La sonrisa regresó a su boca—. ¿Acaso ese Nosferatu me mató y reviví en una realidad alterna?
Lazarus lo ignoró. Ya no quería seguir lidiando con Alaric, había obtenido una respuesta, y eso le bastaba por el momento.
—Partimos a primera hora. —Le dio la espalda, tomando su abrigo—. Duerme.
Se dirigió a la puerta, pero cuando giró la perilla, fue interrumpido por Alaric.
—¿No quieres un agradecimiento? —ofreció—. Creo que te lo debo, mi querido Lazarus.
No tuvo que voltearse para saber que en el rostro del demonio debía haber una expresión provocativa, ese tono de voz despreocupado lo delataba. Le gustaba oírlo así, le quitaba de encima cualquier preocupación que llegó a sentir al saber que sanaría y estaría bien.
—No mueras todavía. Así puedes agradecerme —dijo, abriendo la puerta y saliendo sin esperar una respuesta.
Cerró detrás de sí y caminó a través del pasillo del motel, se encontraban en un segundo piso y había un balcón que daba a la carretera desierta y a un parpadeante letrero de neón rojo que decía: «Abierto 24 horas».
Se puso el abrigo sobre los hombros y apoyó los codos en la enclenque baranda de metal. Sacó la cajetilla de cigarros de su bolsillo, tomó uno, lo encendió, y lo colocó entre sus labios, dándole una calada.
Miró el cielo, nublado y sin estrellas, pero aunque sus ojos estaban puestos en el firmamento, su mente vagaba hacia las últimas palabras de Alaric:
«Mi querido Lazarus».
Sonaba como la versión de Alaric Laith de la que se había enamorado alguna vez, mensajes repletos de honestidad y sentimiento; un cariño palpable, y sus acciones benevolentes sin rastro del egoísmo del que ahora se jactaba.
Apartó el cigarro de su boca, dejándolo entre su índice y dedo medio, y expulsó el humo con una controlada exhalación. Levantó el rostro y, liberando la tensión acumulada, sonrió.
Unos tienen problemas, otros se reconcilian. Curioso, muy curioso... 👀
¡Muchísimas gracias por leer! 🩸
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