🩸Capítulo 12. Imperdonable

Pasado...

«Un vampiro y un demonio jamás podrían entenderse».

Eso era lo que todas las criaturas sobrenaturales expresaban en voz alta y para sí mismas. Vampiros y demonios, especies opuestas, razas enemigas.

No obstante, hubo un tiempo en que surgió una alianza particular, una época en que el aclamado detective de Reverse York, Lazarus Solekosminus, y un demonio criminal, Alaric Laith, no se odiaban; por el contrario, sentían una especie de adoración y admiración mutua difícil de poner en palabras.

Lazarus fue quien abogó por el demonio, salvándolo de la ejecución gracias a su influencia. Sin embargo, le impuso dos condiciones cuando fue a visitarlo en su celda antes de liberarlo.

—Me ayudarás a resolver el caso de las Sangrilas —dijo, viendo los astutos ojos plateados de Alaric.

Alaric ladeó la cabeza intrigado y se aproximó a los barrotes, aferrándose a estos.

—Dijiste dos condiciones, gran detective —señaló—. ¿Cuál es la segunda?

Lazarus no se sentía mínimamente intimidado por la cercanía del demonio; de hecho, la encontraba como un respiro de aire fresco, alguien que no le temía ni guardaba las formas con él. Un completo libertino.

—La segunda es que seas leal a mí —ordenó.

Alaric sonrió de la manera tan sagaz que lo caracterizaba, pero Lazarus no sintió nada anómalo en él. Ni mentiras, ni malas intenciones. En ese entonces, solo era un demonio que buscaba salirse con la suya, y esta era una oportunidad perfecta.

Soltó los barrotes, retrocedió un paso y, colocando una mano en su pecho, hizo una exagerada reverencia.

—Soy todo tuyo, Lazarus Solekosminus.

Así fue como nació su alianza que pronto evolucionó a compañerismo, luego a una amistad y finalmente, una inesperada noche, cruzó por completo cualquier límite que los separara al uno del otro.

Lazarus recordaba bien esa noche; era muy tarde, estaba a punto de amanecer. Fue un día tedioso siguiendo pistas e interrogando a sospechosos en busca del culpable de la pandemia de Sangrilas. Ambos necesitaban un descanso y fueron a su biblioteca, al departamento arriba de esta. Era un cuarto pequeño, acogedor en lo que cabía y que servía su función de ser una guarida secreta y segura para el vampiro detective cuando se sentía abrumado.

Jamás había invitado a un extraño a ese sitio.

—¡Pero qué cansancio! —exclamó Alaric, quitándose su chaqueta negra en cuanto cruzó la puerta y tirándola en el suelo con desinterés.

Lazarus miró la prenda con una ceja alzada.

—¿Es necesario que hagas desorden a donde sea que vayas? —preguntó, levantando la ropa y colgándola en el perchero junto a la puerta, al igual que su propio abrigo.

Alaric estiró los brazos sobre su cabeza y miró a Lazarus con el rabillo del ojo y una sonrisa juguetona.

—¿Qué, no vas a decirme que me sienta como en casa? —inquirió.

Lazarus era débil ante esa sonrisa, la forma en que se adaptaba de manera tan grácil a su rostro de afilados rasgos enmarcados por su cabello siempre revuelto, pero tan sedoso. No pudo evitar imitar su expresión, en menor grado, pero era un reflejo de la misma.

—Aunque no te lo dijera, convertirás esto en tu hogar en menos de lo que tarda en salir el sol —replicó y desajustó la corbata en su cuello. No sentía que debía mantener las formas con Alaric o ser educado y profesional. En lo absoluto.

—Tienes toda la razón, Lazy —concedió el demonio, repantigándose en el sofá en medio de la sala del departamento.

—¿Lazy?

—Es un apodo, el serio Lazarus no te queda.

—La mayoría no estaría de acuerdo contigo.

Alaric volteó a verlo.

—Eso es porque la mayoría no te conoce como yo —aseguró, poniéndose en pie de nuevo—. Eso y que son estúpidos, pero no hay mucho que podamos hacer al respecto.

—Que alguien no te comprenda no lo hace estúpido —refutó Lazarus.

Alaric suspiró y negó con la cabeza.

—Tantos años de vida y todavía te falta mucho por aprender, Lazy. —Cerró la distancia entre ambos—. ¿Por qué no te relajas un poco?

—Dijimos que solo sería un breve descanso.

—Entonces no hay que desaprovecharlo. —Alaric estiró sus manos hacia el rostro de Lazarus y lo tomó por sorpresa al quitarle las gafas; el demonio sonrió ante su tensión—. Tranquilo. Solo somos tú y yo.

Lazarus frunció el ceño.

—¿Cómo...?

—Reconozco magia cuando la veo. —Escudriñó los lentes—. Estos encubren algo que no quieres ver, ¿no es así? No tienes que decirme qué es si no quieres. Solo te los quité para que te relajes un poco; trabajas mucho, Lazy.

Lazarus parpadeó un par de veces, acostumbrando a sus ojos a percibir los colores en sus tonalidades normales y no a través del cristal carmesí. Miró sus alrededores; hacía ya algún tiempo que no se quitaba las gafas más que para dormir, demasiado estresado para lidiar con la visión de Lucas.

Un Lucas que no estaba por ningún sitio.

No lo veía y tampoco oía su voz susurrándole cosas al oído. Eran solo él y Alaric. Era como si su cerebro hubiese detectado una presencia segura y apagaba cualquier delirio.

—¿Ves algo? —preguntó Alaric y, ante el anonadado silencio de Lazarus, soltó una carcajada y agarró su mano para darle sus gafas—. Supongo que eso es un no.

Alaric se giró sobre sus talones y se alejó, adentrándose en la pequeña cocineta del piso. Lazarus seguía gustosamente sorprendido. Vio sus lentes y luego los dejó sobre el escritorio, donde había montones de reportes, papeles y otras pistas inútiles que había recabado a lo largo de este caso. Por un instante, tuvo la tentación de ojear toda esa información, pero en cuanto tomó una hoja, fue reprendido por su invitado.

—¡No te atrevas!

Lazarus dejó el papel de regreso en su sitio y se volvió hacia Alaric. Llevaba dos copas rebosantes de sangre en las manos.

—Solo iba a acomodar un poco —mintió.

Alaric entornó los ojos.

—Eres bueno mintiendo, pero a mí no me engañas.

—Nos conocimos hace solo un mes.

Alaric se acercó.

—Entonces eso debería ser una demostración de lo estrecho que es nuestro vínculo —refutó y le tendió la copa—. Bébela. No es una sugerencia.

Lazarus aceptó la sangre y obedeció al demonio, bebiéndola de un gran trago. Tan solo ese aperitivo fue suficiente para darle un subidón de energía.

—¿Contento? —Dejó la copa vacía en el escritorio junto a los papeles.

—Muy —respondió Alaric, bebiendo su propia sangre de manera pausada. Giró el espeso líquido con suaves movimientos de su muñeca y recorrió el reducido apartamento—. Pensé que los vampiros ancestrales vivían en sitios más ostentosos.

—Opto por el minimalismo.

—O tal vez por un espacio pequeño y discreto que te hace sentir más seguro —dijo Alaric—. En eso diferimos.

Lazarus no confirmó ni negó sus sospechas, pero en el fondo sabía que había un rastro de verdad en sus palabras. Siguió a Alaric, manteniendo unos pocos pasos de distancia.

—Diferimos en muchas cosas, por si no te has percatado.

Alaric soltó una risa, pero no respondió nada al respecto; en su lugar, se detuvo frente al viejo librero repleto de obras antiguas que Lazarus tomaba de la biblioteca de abajo para leer en sus ratos libres. Sin embargo, no fue la literatura lo que captó su atención.

—Tienes un tocadiscos —señaló, viéndolo de reojo—. Me pregunto qué tipo de música le gustará al gran Lazarus Solekosminus.

Lazarus cruzó los brazos y esbozó una discreta sonrisa que traicionaba su divertimento.

—Jamás adivinarías —aseguró.

—¿Ah, no? —inquirió Alaric, volviéndose por completo hacia él—. A ver, déjame pensar, de seguro a primera vista cualquiera pensaría que te gusta algo sumamente anticuado como la música clásica, pero ni siquiera de la conocida humana, sino algo perteneciente a la Sociedad Ulterior, algo tan misterioso como el detective. —Levantó el dedo índice—. Sin embargo, yo tengo una teoría diferente.

—Te escucho —animó Lazarus, curioso.

—Creo que te gusta algo divertido, canciones con letras sin un significado muy profundo, algo opuesto a lo que estás acostumbrado —dijo—. Es como... una distracción. Sí, una distracción de ti mismo.

Lazarus no permitió que sus expresiones faciales lo delataran, pero le sorprendía sobremanera cómo es que Alaric era capaz de leerlo de una forma tan precisa, tan cercana al verdadero él. La única que alguna vez fue capaz de verlo con tanta claridad, fue su madre.

En lugar de confirmar su teoría, se acercó al tocadiscos y reprodujo el vinilo que ya se encontraba puesto. No era un aparato tan viejo; de hecho, lo había conseguido hace tan solo unos años en el Mundo Superior.

Una canción con un toque distorsionado consumió el ambiente. Alaric explotó en sonoras risas al escucharla.

—¡Pero mira quién vuelve a acertar! —exclamó—. ¿Los Rolling Stones, eh? Hace décadas eran la sensación en esta ciudad. Incluso decían que el cantante era un vampiro.

—Falso.

—Obviamente.

Era una canción humana de los años setenta llamada Beast of Burden. Cuando las personas veían a Lazarus, nunca les cruzaba por la cabeza que podría escuchar o disfrutar algo así; tal vez era por eso que más veneraba esta música. Tal como dijo Alaric, era una placentera distracción.

Alaric dejó la copa de sangre a medio tomar en uno de los estantes del librero y tarareó la canción para sí.

Lazarus alzó una ceja.

—¿Qué haces?

—Me relajo. —Continuó canturreando por lo bajo.

—No estoy seguro de que esto cuente como relajación.

Alaric se detuvo de súbito y le dirigió una sonrisa con un dejo astuto. Algo tramaba.

—Tal vez tienes un punto, Lazy. —Lo tomó por sorpresa al agarrar su mano y jalarlo hacia el sofá—. Ven. Vamos a relajarnos de verdad.

Lo empujó al sillón para que se sentara y, antes de que Lazarus pudiese cuestionarlo, Alaric colocó un dedo sobre sus labios y negó con la cabeza.

—No digas nada —susurró—. Solo déjate llevar.

Lazarus, aunque algo reacio, le otorgó el beneficio de la duda y se mantuvo callado. Alaric se sentó a su lado, subiendo una pierna sobre la suya y acercándose para quitarle la corbata que todavía colgaba de su cuello. Le desabotonó los primeros botones de la camisa, dejando algo de su pecho al descubierto y luego conectó sus ojos con los del vampiro.

—¿Cuánto más vamos a pretender, Lazarus? —cuestionó Alaric. Estaban tan cerca que podía oler la sangre en su aliento.

Lazarus bajó la mirada momentáneamente hacia sus labios. Sabía a qué se refería, pues él también llevaba un tiempo haciéndose dos preguntas: ¿Cuánto más fingiría ser un monstruo sin sentimientos? Y, la más importante, ¿cuánto más pretendería no sentir nada por Alaric Laith?

Lo deseaba, lo quería más cerca que a nadie más; cada día anhelaba escuchar sus pensamientos expresados a través de esa suave voz y salidos de esos tersos labios.

Conectó sus ojos con los plateados de Alaric, presintiendo los mismos anhelos en él como si fueran un solo ser.

—Dejemos de pretender —susurró, acunando el rostro del demonio con su mano para acercarlo y rozar sus labios—, Alaric.

Era la primera vez que lo llamaba por su nombre, y Alaric lo notó.

Y como una especie de recompensa, un premio para ambos ganadores... lo besó.

(...)

Presente...

Lazarus todavía no podía creer que estaba trabajando otra vez con aquel demonio a quien ni siquiera le apetecía llamarlo por su nombre. Era tan ridículo como molesto y tenía el presentimiento de que en cualquier momento volvería a apuñalarlo por la espalda. Por eso lo mantenía vigilado.

—¡Oye, Lazy! —exclamó Alaric, tocando la bocina del coche que le había ordenado conseguir. Tuvo que recurrir a la hipnosis para evitar que se le ocurriera alguna estupidez—. ¿Qué opinas de mi nave?

Era un coche descapotable de un llamativo rojo chillón que llamaba la atención de cualquiera que pasara. Era horrible.

—¿Piensas matarme? —inquirió Lazarus, señalando la evidente falta de techo del automóvil.

—Sí, pero no de una manera tan perezosa —replicó Alaric y presionó un botón en el interior del coche, colocando el techo de manera automática—. Este sí tiene techo, Solekosminus.

—Es demasiado llamativo, te dije que consiguieras algo discreto.

—La simpleza es subjetiva. —Hizo un ademán desdeñoso con la mano—. ¿Vas a subirte o te atropello?

Aquello no era opcional. Lazarus había puesto su orgullo por completo de lado con tal de cumplir con la misión que tenía enfrente. Vaya que le costaba.

Hace menos de una hora partieron caminos. Zalatoris y Welsh se quedaron en su apartamento cuidando de la niña demonio, Bellanova partió en busca de su hermana y mientras tanto él estaba con el demonio, esperando su medio de transporte en la calle frente al apartamento de la pareja anómala. Esto no era lo que tenía en mente.

—Tienes un gusto de lo más barato —reprochó mientras subía al asiento del pasajero. El coche apestaba a aromatizante y del espejo retrovisor colgaba una bola de pelos rosada—. ¿De dónde lo sacaste?

—Lo robé, claro —respondió con cinismo—. Su dueño se llevará una gran sorpresa.

Alaric pisó el acelerador y condujo hacia las afueras de la ciudad. Hubo una época en que Lazarus vivió más en el Mundo Superior que en la Sociedad Ulterior y conocía este país como la palma de su mano. Fue en un tiempo donde buscaba ocultarse de su padre y nunca se quedaba en un solo sitio.

—Iremos a Florida —dijo entonces, poniéndose el cinturón de seguridad que aunque no le era necesario, servía para callar el molesto pitido del coche.

Alaric frenó de golpe, sin siquiera fijarse que no tuviera coches por detrás.

—¡¿Florida?! —exclamó, volviéndose hacia él—. ¡Eso nos llevará días!

—Mi hermano vive ahí.

—¡Es un puto vampiro! —espetó—. ¡¿Cómo va a vivir en Florida?!

—Ya te dije que está obsesionado con ser humano. Reniega de su naturaleza a grados preocupantes —explicó con completa calma—. Necesitaremos un mapa.

Alaric gruñó con fastidio.

—¿Qué no hay una manera más rápida de movernos?

Lazarus negó con la cabeza.

—Este es el medio de transporte más discreto. Un avión no es factible ni por asomo.

—¿Ni aunque nos hagamos pasar por humanos?

—Tienes cuernos.

—Podrías usar tu hipnosis.

—No.

Alaric suspiró.

—Te has vuelto un blandito, Lazy. —Pisó el acelerador—. Me decepcionas.

Alaric manejó todo el camino hasta la salida de la ciudad y fue entonces que Lazarus decidió que él tomaría el volante por dos simples razones: él conocía mejor la ruta y no confiaba en el demonio. Fácil y sencillo.

Alaric ahora iba en el lugar del pasajero, con las manos detrás de su nuca y los pies sobre el tablero, ensuciando todo con sus botas. Hasta ese momento llevaban un viaje callado y tranquilo, pero de pronto...

—¿Y cuál es tu asunto con la bruja? —cuestionó Alaric—. ¿Pasaron del odio a comerse el uno al otro?

Lazarus sabía que no había nada entre él y Blair, ni siquiera un ápice de atracción. La bruja lo usaba para su propio entretenimiento y nada más. Era una adoradora del caos.

—No es asunto tuyo —respondió, sin apartar la mirada del camino. No pensaba darle explicaciones al demonio.

Alaric bufó.

—Ni siquiera sabía que las mujeres eran tu tipo.

Lazarus se aferró con fuerza al volante. Ya sabía a dónde quería llegar con esta conversación.

—No tengo un tipo —masculló.

El demonio volteó a verlo con una sonrisa socarrona.

—¿De pronto te volviste al celibato o algo así? —interrogó—. Porque no decías lo mismo cuando tú y yo...

Lazarus frenó de golpe y zanjó las palabras de Alaric de manera brusca. Lo encaró con animosidad.

—¿Vas a cerrar la boca?

Alaric bajó los pies del tablero mientras negaba con la cabeza y chasqueaba la lengua.

—Bien, de acuerdo, ¡pretendamos que nuestra historia ya llegó a su fin!

Lazarus frunció el entrecejo.

—¿Nuestra historia? —inquirió—. Entiéndelo de una vez, demonio, nunca hubo tal cosa.

—Sigue mintiéndote, Lazarus. —Se tornó serio—. Sigue fingiendo que todo está bien y continúa ocultándote detrás de esas ridículas gafas rojas.

Lazarus empezaba a perder la paciencia y apretó el volante con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron incluso más pálidos.

—No hables de lo que desconoces —siseó.

—¿Lo que desconozco? —Soltó una risa seca—. Yo sé muy bien de lo que hablo.

—Tú no tienes ni...

Alaric lo interrumpió al quitarse el cinturón de seguridad e inclinarse hacia él por sobre la palanca de velocidades y el descansabrazos que los separaba.

—Sé todo perfectamente; lo que nos persigue cada día, cada hora y cada segundo —musitó, muy cerca de su rostro—. Pero esto comienza a molestarme, Lazarus, me irrita demasiado que pretendas que el pasado no existe cuando este regresa una y otra vez a atormentarte en todas sus malditas formas.

—Apártate —advirtió entre dientes. No quería perder los estribos, no ahora, no con él.

—Esto que ocurre con tu padre es solo una muestra más de todo lo que dejas pendiente. —Sacudió la cabeza—. Las cosas no desaparecen porque las ignores o huyas de ellas, Lazarus, y ahora estas pagando las consecuencias porque solo eres un...

Lazarus se quitó las gafas con un rápido movimiento y miró a Alaric directamente a los ojos.

—¡Bájate del puto coche! —bramó, utilizando su hipnosis.

Alaric de inmediato cerró la boca y con sus ojos grises teñidos de guinda como los de Lazarus, retrocedió y se bajó del automóvil sin protestar. Una vez fuera, la hipnosis desapareció, y él miró al vampiro con frialdad.

—No importa cuanto me ignores y me alejes, Lazarus, no voy a desaparecer —sentenció.

En cuanto el demonio cerró la puerta de golpe, Lazarus pisó el acelerador y se alejó rápidamente de allí. Sabía que estaba cometiendo una idiotez al dejarlo ahí abandonado y también sabía que esto le pasaría factura, pero ya no podía escucharlo, ya no soportaba tenerlo tan cerca porque sus recuerdos lo atormentaban y no podía controlarse

—Vas a arrepentirte, ¿no es así, Lazarus? —preguntó la visión de Lucas, apareciendo sentado en el lugar de Alaric.

Lazarus lo ignoró, colocándose las gafas otra vez para desaparecer la alucinación de Lucas.

Sí, estaba seguro de que iba a arrepentirse tarde o temprano. Pero todavía no.

(...)

Alaric sabía que había cometido un error, varios de hecho, pero no conseguía sentirse culpable al respecto. Tenía tantas cosas que decirle a Lazarus, tanto enojo y dolor almacenados que le suplicaban salir.

Solo cedió a sus impulsos. Nada más.

Llevaba horas caminando por la carretera, esperando que Lazarus regresara por él y dieran este asunto por terminado, pero conforme pasaba el tiempo empezaba a pensar que eso no sucedería. Ahora solo se sentía como un estúpido, un estúpido agotado.

En el camino se topó con una bodega abandonada, no daba buena espina, pero quería descansar y no podía hacerlo en medio de la carretera sin llamar la atención de humanos bonachones.

Se encaminó hacia la bodega, abriéndola con algo de esfuerzo. Estaba casi vacía, solo había contenedores oxidados y cajas de madera vieja.

Se dispuso a dirigirse a una de esas cajas para sentarse sobre ella, pero antes de poder dar siquiera un paso, escuchó un característico gruñido a sus espaldas.

Se dio la vuelta de súbito y se encontró frente a frente con un Nosferatu, una criatura espantosa que debió haber hallado refugio del sol en este sitio y ahora salía de su recoveco ante el olor a sangre fresca de demonio.

Maldijo a sus adentros. Sabía que su poder no era el mismo de antes y tampoco su fuerza, por lo que las probabilidades no estaban de su lado.

Y lo confirmó cuando el monstruo se abalanzó hacia él.

Final cliffhanger porque soy muy mala 😈

¡Muchísimas gracias por leer! 🩸

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