🩸Capítulo 11. Planes

La infancia de Lazarus no estaba compuesta enteramente de tragedias.

De hecho, una cantidad considerable de sus memorias tenían un tono particularmente brillante y cálido, tan inconcebible para sus estándares actuales que en lugar de ver recuerdos, veía ensoñaciones.

En uno de esos momentos se observaba a sí mismo sentado en unas escaleras que daban a un enorme jardín sin límites que colindaba con el bosque. Había un libro en su regazo que estudiaba con atención y, a su lado, se encontraba su madre con un bebé en brazos, su hermana menor. Por alguna razón, la presencia de su progenitora lo hacía sentir nervioso, pero le gustaba estar cerca de la pequeña que cargaba, invadido por un particular instinto protector.

—¡Lazarus! —llamó la voz de otro niño, su hermano mayor, quien le hacía señas con la mano desde la distancia—. ¡Ven acá!

Lazarus arrugó el ceño, consternado, y miró el libro que estaba leyendo. Sintió entonces una mano posarse sobre su cabeza y deslizarse hacia su mejilla. Se volvió con rapidez, encontrándose con el borroso rostro de su madre que simplemente no podía distinguir con claridad en estos recuerdos.

—Ve —fue lo único que ella dijo. Y eso fue suficiente para él.

Dejó el libro tirado en las escaleras y corrió hacia su hermano, jugando con él como lo hacían los niños mortales, gritando y riendo, tan enfocados en el ahora que el mañana ni siquiera parecía una posibilidad.

O así fue hasta que la memoria fue oscurecida por la presencia de su padre. El imponente vampiro se paró ante Lazarus y su hermano, los miró hacia abajo con esos aires de superioridad que tanto lo caracterizaban e hizo una simple pregunta:

—¿Están preparados para asumir su deber?

No, no era una interrogante simple, en realidad, ni siquiera podía ser llamada una pregunta. Era un orden, seis palabras entre falsos signos de interrogación que destruirían todo.

Lazarus abrió los ojos con lentitud, recobrando los sentidos y ubicándose tras un par de parpadeos. Se encontraba sentado en el marcó de una ventana con las cortinas cerradas y tenía la cabeza recargada contra estas últimas y el cristal que se hallaba debajo. Vio un tenue rayo de luz naranja filtrándose por una pequeña abertura y supo que habían pasado horas.

Se apartó antes de que el sol lo tocara y checó su reloj de muñeca. Eran casi las seis de la tarde. ¿Cuánto tiempo había estado dormido?

—Saldremos de aquí cuando el sol haya bajado. —Había dicho a Alaric y Blair—. Descansen un poco.

Él se lo había tomado muy a pecho, aprovechando la hospitalidad de Zalatoris y Welsh para dormir un buen rato. Necesitaría energía para lo que se avecinaba.

Buscó con la mirada a lo largo de la sala, encontrándola vacía y llevándolo a preguntarse dónde diablos estaban Bellanova y Alaric. Solo rogaba que no estuvieran metiéndose en algún estúpido lío que solo le traería problemas a él.

—Mira quién se dignó a abrir los ojos —dijo Alaric a sus espaldas.

Lazarus se dio la vuelta, topándose con el demonio apoyado contra el marco de la puerta mientras giraba su daga entre sus dedos.

—¿Dónde están los demás? —cuestionó.

—Los maté. —Lazarus agrandó los ojos y Alaric se partió en una sonoras carcajadas—. ¡Deberías ver tu cara, Lazarus! Claro que no los asesiné, no seas idiota.

—El idiota es otro —masculló, subiendo sus gafas por su tabique al mismo tiempo que se encaminaba hacia la cocina.

—¡Qué aguafiestas! —exclamó Alaric, pero no lo siguió.

En la cocina se encontró con Viktor y Dorian, quienes parecían estar discutiendo por algo.

—¿Qué se supone que come un demonio? —preguntó Dorian, rebuscando entre las alacenas—. Ni siquiera sé cocinar. Tú deberías estar haciendo esto.

Viktor negó con la cabeza, y solo entonces Lazarus notó que cargaba a la demonio en brazos. Qué rápido se había habituado a ellos, y quizá eso era lo mejor tras la pérdida de su madre. De hecho, ahora que lo analizaba con más cuidado, más que acostumbrada, la niña parecía desesperada por aferrarse a algo, a cualquier cosa.

—No, Dori, ahora mismo estoy en mi turno de niñera —replicó Viktor, balanceando a la demonio de un lado al otro—. Además, le encanta estar conmigo, ¿no es así?

La pequeña se agarró a Zalatoris con más fuerza y apoyó la cabeza sobre su hombro, viendo a Lazarus en la entrada de la cocina.

Wampyr —dijo ella en Svatiano y lo señaló.

Viktor y Dorian se dieron la vuelta, encontrándose con el detective

—¡Ah, despertaste! —exclamó Viktor.

—Te dije que no estaba muerto —añadió Dorian.

—No puedes culparme, el tipo llevaba horas sin moverse. Parecía que ni siquiera respiraba.

Dorian rodó los ojos.

—Los vampiros no necesitan respirar, Viktor.

Viktor parecía a punto de replicar, pero Lazarus lo interrumpió dando un paso hacia delante y llamando su atención:

—Zalatoris.

—¿Qué ocurre?

—¿Dónde está Bellanova?

Se encogió de hombros.

—¿Creando más flores asesinas? No lo sé —respondió, ajustando su agarre sobre la demonio—. La verdad es que me da algo de repelús con su mierda mágica y mística.

Lazarus entornó los ojos, no estaba de humor para lidiar con las personalidades de Alaric o Zalatoris. Mucho menos cuando acababa de despertar. Dorian debió notar su fastidio, pues miró a Viktor de reojo y negó con la cabeza de manera discreta.

—Está en el tejado —dijo entonces—. No se ha movido de ahí.

—Gracias. —Se dio la media vuelta y se dispuso a marcharse, pero fue interrumpido por Welsh.

—Oye, Lazarus. —Volteó a verlo—. ¿De casualidad sabes qué come un demonio?

—Usualmente sangre, pero a diferencia de los vampiros, ellos sí pueden comer de todo —contestó y vio a la niña que Viktor acababa de dejar en el suelo—. Si ella se rehúsa a comer no es porque no pueda, sino por quisquillosa. No le pasará nada por comer algo humano.

Habiendo dicho eso, volvió a darles la espalda y salió de la cocina. Nunca fue bueno con los niños, los veía como seres frágiles que podían ser destruidos con una facilidad impresionante, por lo que prefería alejarse de ellos, pues él no quería ser el precursor de la corrupción de una criatura tan joven. Aunque con la niña demonio había algo más, algo ridículo e inmaduro que se gestó dentro de él cuando Blair sugirió que podría ser hija de Alaric.

«Es imposible», pensó. No podía existir ningún ser que quisiera reproducirse con un demonio traicionero y desobligado como Alaric Laith y, si lo existía, los clasificaba de estúpidos tanto como lo lamentaba por ellos.

Dejó esos pensamientos de lado conforme subía al tejado del edificio. Por fortuna, el sol ya había bajado y la mayor parte del techo se encontraba a la sombra, incluida el área en donde estaba Bellanova, apoyada en el balcón de ladrillos y viendo la calle que pasaba por abajo.

—Bellanova —llamó, a punto de ordenarle que bajara al departamento para que discutieran su próximo movimiento cuando notó una lágrima escurriéndose por su mejilla. Se detuvo a sí mismo y, en cambio, dio un paso hacia ella—. ¿Te encuentras bien?

La bruja limpió la lágrima con su pulgar de manera brusca.

—Detesto a los vampiros y sus malditos sentidos agudizados —espetó—. ¿Qué quieres, detective?

Lazarus se aproximó para pararse a su lado, apoyando una mano en el balcón y sin quitarle los ojos de encima.

—Quiero que me digas qué te ocurre —pidió, suavizando un poco el tono. No podía evitarlo, la bruja le recordaba a Lucas, como buenos hermanos, sus rasgos físicos eran semejantes, incluidas sus expresiones faciales. La de Blair ahora mismo le recordaba al dolor de Lucas cada vez que le contaba sobre su familia y lo mucho que los extrañaba.

—¿Es otra orden?

—Una petición.

Blair volteó a verlo con sus ojos bicolor cristalinos y esbozó una sonrisa desalmada.

—Nunca pensé que tuvieras empatía, vampiro.

—No lo clasificaría como tal —replicó, pero era mentira, sí era empatía, un sentimiento escaso en él.

Bellanova debió sentirlo, esa curiosa sensibilidad anímica que las brujas de su tipo poseían. Apartó su mirada de Lazarus y suspiró, apoyando los brazos cruzados sobre el balcón.

—Hay algo que nunca ha tenido sentido, algo que no termina de encajar por más que lo acomode en mi maldita cabeza —confesó, frunciendo el entrecejo—. Desde que se llevaron a mi hermano y asesinaron a mi padre frente a mis ojos... Hay algo que no cuadra

Lazarus conocía la historia del padre de Blair, Lucas se la había contado. Su padre solo era un humano, y cuando se llevaron a su hijo por órdenes del Salvador, intentó interferir, pero aquello le costó la vida. Le rompieron el cuello frente a su pequeña hija y todo por nada. Supuso que de ahí provenía el odio de Blair hacia su madre, quien se congeló y no actuó al respecto, aunque era una bruja poderosa. Selma Bellanova fue quien las salvó, las acogió y las protegió, criando a Blair como si fuera suya porque su verdadera madre era distante y fría.

El detective vampiro no sabía qué decir al respecto; no podía ayudarla a averiguar qué era lo que no encajaba porque no poseía todos los detalles o el tiempo. No ahora.

No obstante, fue innecesario decir algo, pues Blair comenzó a llorar en silencio otra vez, cerrando su mano en un apretado puño. Estaba colérica, completamente abrumada por la muerte de Selma, por las Sangrilas, por el regreso del Padre Común. Era extraño verla así, en un estado tan vulnerable.

—Blair... —comenzó, siendo de las pocas veces que la llamaba por su primer nombre.

—No digas nada —zanjó ella—. Cállate ya.

Lazarus cerró la boca, considerando irse y darle un poco de privacidad cuando escuchó la voz de Lucas en su oído:

—Por favor, no la dejes sola —rogó su fallecido amigo—. Ayúdala. Dile lo que quiere oír.

«Lo que quiere oír», repitió Lazarus para sí. No podía negarse cuando Lucas le rogaba así, cuando sonaba tan idéntico al verdadero.

Suspiró y sacó del bolsillo de su abrigo un pañuelo color guinda. Se lo tendió a Blair, recibiendo una mirada extrañada por parte de ella.

—Resolveré todo lo que ocurre —aseguró—. La única razón por la que no he matado al Padre Común es porque mis hermanos y yo estamos conectados a él y temía las repercusiones, pero ya no más. Lo juré antes y lo reitero, en cuanto vea a mi padre, lo mataré, lo mataré sin importar las consecuencias.

Blair miró a Lazarus y luego el pañuelo que le ofrecía. Su típica sonrisa con aires burlones apareció en sus labios y le arrebató el trozo de tela guinda.

—No sabía que eras suicida —bromeó, limpiando las lágrimas en sus ojos.

Lazarus no pudo evitar sonreír de regreso.

—Solo por esta ocasión.

Ambos permanecieron en silencio, observando cómo el sol terminaba de caer y los coches transitaban por la calle, dirigiéndose hacia sus hogares. Estaban tan inmersos en sus propios problemas y pensamientos que ninguno se percató de la presencia de cierto demonio que escuchó toda su conversación a escondidas.

Alaric hizo una mueca de disgusto y se aferró a su daga con fuerza en cuanto escuchó que Lazarus estaba tan dispuesto a morir por su maldita causa.

«Eres un imbécil, Lazarus».

(...)

Lazarus convocó a todos a la sala del departamento, incluidos Zalatoris y Welsh, que aunque no estaban directamente involucrados, quería mantenerlos al tanto de la situación en caso de que se saliera de control. Y más ahora que tenían la vida de una niña en sus manos.

Dicha niña demonio era la única que no estaba presente, puesto que se había quedado dormida una vez que le dieron un vaso de sangre fresca.

—Escúchenme todos —ordenó con un tono autoritario, alzando la voz—. Voy a decirles cuál es el plan. No voy a repetirlo, así que presten atención.

Viktor se inclinó hacia Dorian y susurró:

—Pensé que era mandón porque estaba de mal humor, pero parece ser su estado permanente.

Dorian le dio un discreto codazo en la costilla y luego fijó su atención en Lazarus.

—Te escuchamos.

—Sí, te escuchamos, detective —añadió Blair. Ni siquiera se había molestado en limpiarse el maquillaje corrido por haber llorado; tampoco es que nadie se atreviera a señalarlo—. Dinos cuál es tu grandioso plan para no morir a temprana edad.

Alaric, quien se había recargado junto a la ventana a unos metros de distancia, bufó.

—Lo que menos tiene Lazarus es juventud —dijo—. Es un vampiro ancestral. Algo así como de la tercera edad, solo ve sus canas.

Viktor abrió los ojos de par en par.

—Los vampiros no pueden tener canas —dijo con un tono alarmado—. ¡Es imposible!

—Cálmate, ni siquiera se te notarían —aseguró Dorian.

—Enfóquense —volvió a ordenar Lazarus, su tono tendía a ser tan monótono que su desesperación era casi imperceptible.

—No desesperen a Lazarus, no es una vista bonita —añadió Alaric con una media sonrisa.

Lazarus lo ignoró y se limitó a subir sus gafas por su tabique. Al menos Lucas no había hecho acto de presencia.

—Como les expliqué, iremos en busca de mis hermanos. —Antes de proceder a su plan de acción le confesó a Viktor y Dorian su secreto respecto a su familia. Zalatoris armó un gran escándalo y Welsh solo se tornó boquiabierto, justo las reacciones que esperaba.

—Todavía no puedo creer que tenga familia —comentó Viktor por lo bajo—. Y además extensa.

—No te preocupes, vampiro bonito —dijo Blair, haciendo un ademán desdeñoso con su mano—. Lo único que debe comprender tu pequeña y linda cabecita es que nos conviene que el amargado detective tenga parentela.

—No, lo único que tiene que hacer es proteger a la mocosa demonio —espetó Alaric, acercándose al grupo y dirigiéndole una mirada fulminante a la pareja—. Ambos.

—Y lo haremos —aseveró Dorian antes de que Viktor se pusiera a pelear con él otra vez—. Ya te dije que tienes nuestra palabra.

—Suficiente —zanjó Lazarus con un tono grave—. Ninguna de sus amenazas servirá de algo si siguen discutiendo como un grupo de crías. —Entornó los ojos y sus iris adquirieron un brillo guinda—. Ahora cierren la boca y escuchen o lárguense y no estorben.

Se contuvo de utilizar su hipnosis, pero ni siquiera fue necesaria; su tono fue suficiente para probar su punto y callar a todos los presentes de una buena vez. Procedió sin más preámbulos.

—Mis hermanos están ocultos entre el Mundo Superior y pequeñas Sociedades Ulteriores —explicó.

—¿Y quiénes son los parásitos? —indagó Bellanova.

Lazarus exhaló con discreción. No era algo de lo que le gustara hablar, pero ya no era opcional.

—Uno de ellos es Cornelius Solekosminus, mi hermano mayor. Él es tranquilo, pero peca de despreocupado al grado de ser desagradable —relató—. Su peor rasgo es su obsesión con ser «humano».

—Suena completamente opuesto a ti, Lazy —señaló Alaric, y Lazarus, aunque no lo expresó, se sorprendió al escuchar ese viejo apodo que el demonio solía usar con él. Frunció un poco el entrecejo y continuó:

—Por el otro lado, mi hermana menor, Galatea...

—¿Es una maldita loca? —bromeó Blair. Lazarus no contestó, y la bruja se carcajeó—. ¡No me digas que tengo razón!

—Espera un segundo, ese nombre... —intervino Alaric y agrandó los ojos—. ¡Sí, es esa maldita loca!

—Vaya familia —musitó Viktor.

—¿Conoces a su hermana? —preguntó Dorian al demonio.

—Claro que la conozco. Esa maníaca psicótica. Y no me mires así, Lazarus, la única vez que vi a esa vampira intentó matarme; llegué a pensar que era una ex pareja. —Cruzó los brazos e hizo un mohín—. Incluso trató de arrancarme un cuerno.

—No le gustan los demonios —excusó Lazarus.

—No le gusta nada —refutó Alaric.

—El mundo es un pañuelo, ¿eh? —se mofó Blair y dibujó círculos en el aire con su dedo índice—. Repleto de cientos de coincidencias; ciento, miles...

Lazarus ignoró sus desvaríos y suspiró.

—El demonio y yo iremos en busca de Cornelius. No pienso dejarlo fuera de mi vista y mucho menos juntarlo con Galatea —dijo el detective—. Además, ella y yo no estamos en los mejores términos.

—Porque intentó matarme —añadió Alaric, sonriendo con orgullo—. ¿Verdad, Lazy?

Lazarus arrugó el entrecejo.

—No todo se trata de ti.

—Si no lo fuera... —Alaric se aproximó a Lazarus y tocó la punta de su nariz con su dedo índice—. Sería aburrido.

Lazarus apartó el dedo de su rostro y lo apretó con fuerza.

—No vuelvas a tocarme.

Alaric levantó una ceja.

—¿Seguro?

Lazarus estaba a punto de explotar de no ser porque Viktor carraspeó con fuerza.

—Bien, creo que por primera vez estoy feliz de no ser parte del espectáculo —añadió, riendo de manera incómoda—. Se ve que será una linda reunión familiar.

—Lo dudo —masculló Dorian, igual de tenso.

—¡Tranquilos, agradezcan en cambio que yo estoy aquí para resolver todo! —exclamó Blair.

Dorian enarcó una ceja.

—¿Qué no fuiste tú la que creó las Sangrilas? —preguntó.

—Detalles, detalles —canturreó Blair y colocó una mano en su cintura—. ¿Y bien, detective? ¿Me toca buscar a la hermana desquiciada?

—No, no puedes involucrarte con ella —respondió Lazarus.

—¿Ah, no? —Hizo un puchero—. ¿Y eso por qué?

—Es peligrosa.

—La subestimación del siglo —musitó Alaric.

—Muchachos, soy una bruja prodigio —dijo la bruja con despreocupación—. Si esa maldita intenta algo...

—No puedes matarla —interrumpió Lazarus, dando un paso hacia ella.

—Iba a decir que la heriré de tal gravedad que no se atreverá a levantarme ni un dedo —mintió, claro que planeaba asesinarla antes de que Lazarus lo prohibiera.

Lazarus no pudo más que suspirar. Así no es cómo planeaba lidiar con este problema, pero ahora no tenía más ideas y mucho menos recursos para hacerle frente a su padre, ni siquiera a sus problemáticos hermanos.

Lo único que tenía era a un demonio traicionero, una bruja loca y una pareja anómala.

Y sí algo sabía hacer, era arreglárselas con lo que tenía a la mano.

—Hagámoslo —dijo—. El demonio y yo vamos por Cornelius, Bellanova... Te confío a Galatea.

Blair sonrió con un dejo de placer.

—Con gusto.

—Zalatoris, Welsh, gracias nuevamente por su ayuda —agradeció, inclinando la cabeza—. Dejo en sus manos la protección de la niña.

—Relájate, Lazarus —dijo Viktor y rodeó los hombros de Dorian con un brazo—. Somos niñeros más que calificados. Sobre todo Dorian.

Dorian asintió, aferrándose a la mano de Viktor.

—Cuidaremos de ella —aseguró—. De hecho, iremos a verla mientras ustedes hacen... Lo que sea que tengan que hacer.

Lazarus los vio marcharse de la sala y se volvió hacia Alaric y Blair, quienes aguardaban expectantes.

—Partiremos esta misma noche —ordenó y miró a Blair de reojo—. ¿Cuánta sangre necesitas para rastrear a mis hermanos?

—Una gota debería bastar, pero si quieres puedes drenarte las venas. —Se encogió de hombros—. Tu elección.

—Déjate de bromas —reprendió y arremangó su camisa para dejar el brazo al descubierto—. Toma solo lo necesario.

Blair se acercó y rodeó su muñeca con sus dedos. Extendió la otra mano hacia Alaric y demandó:

—Dame tu daga.

—¿Qué?

—Necesito Hierro Solar. Dámela.

Alaric rodó los ojos y desenfundó la cuchilla para dársela a la bruja de mala gana. Blair la tomó y la colocó contra la pálida y fría piel de Lazarus, quemándolo aunque este último no mostraba ni un ápice de dolor.

—¿Te diviertes? —inquirió el vampiro, imperturbado.

—Mucho. —Le hizo un rápido corte y la sangre escurrió. Giró su brazo y colocó la hoja de la daga bajo la herida para recolectar un par de gotas sobre esta.

Una vez tuvo la sangre que necesitaba, dejó con cuidado la daga sobre la mesa y regresó hacia Lazarus, rodeando el corte con su mano. Miró de reojo a Alaric, quien los observaba a pocos pasos de distancia, y aproximó sus labios al oído del vampiro.

—A veces no puedo decidir si te resiento, o si te necesito, Lazarus —susurró.

Se apartó y miró a Lazarus con una sonrisa enigmática antes de acercarse y unir sus labios en un beso. El vampiro apenas reaccionó y no correspondió al gesto, más concentrado en desentrañar la razón detrás de aquella acción tan repentina de la bruja, quien hacía apenas unas horas deseaba verlo muerto.

Vio a Alaric con el rabillo del ojo, notando cómo el demonio fruncía el ceño y les daba la espalda para irse sin decir nada al respecto. Anómalo en él, que siempre tenía una opinión sobre todo.

Blair por fin se separó de Lazarus, pero mantuvo su mano aferrada a la herida que todavía sangraba.

—¿A qué estás jugando, Bellanova? —interrogó.

Blair sonrió, no comprendía qué pretendía con esto y su expresión burlona tampoco le decía nada.

—A ser bondadosa, por una vez. —Le guiñó el ojo y lo soltó, dejándolo solo con sus interrogantes.

Lazarus, a sabiendas de que no obtendría nada más de ella, se dio la media vuelta y se fue para encontrar algo con que detener el sangrado en su brazo mientras el corte sanaba.

—¿Ahora prefieres a las brujas? —preguntó una voz cerca de él.

Giró la mirada hacia un lado y encontró a Alaric apoyado contra una de las paredes del pasillo, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Al menos es sincera, a diferencia de un demonio traicionero —contestó con un tono frío.

Se disponía a seguir caminando, pero apenas dio un paso, el brazo de Alaric se interpuso, deteniéndolo.

—No tienes idea de cuánto me fascina que me hablas así —siseó Alaric, agrandando sus ojos grises. Lazarus frunció el ceño y apartó su brazo a la fuerza.

—Entonces no te molestará que haga esto —espetó, empujándolo lejos.

Alaric tropezó, pero había una sonrisa en su rostro.

—¡No deberías tratar así a tu compañero de viaje, Lazy!

El vampiro lo ignoró y, en cambio, se aferró a la herida en su brazo con fuerza, enterrando las uñas en el corte a pesar de lo mucho que dolía y que sangraba más.

—Y tú no debiste traicionarme —musitó, a sabiendas de que el demonio lo había oído.

Alaric no pronunció ni una palabra más.

Amo que Alaric le diga "Lazy" a Lazarus porque literal en español significa "flojo" y este vampiro no podría estar más alejado de eso.

En fin, me disculpo si hay alguna falta por ahí, he estado bastante atareada estas semanas y solo me da tiempo de editar en las madrugadas. Ya se imaginarán 😭

¡Muchísimas gracias por leer! 🩸

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