💀Capítulo 38. No lo liberes
Las maldiciones hechas con saña poseen la capacidad de imbuirse en la sangre, de alojarse en lo más profundo de su huésped y permanecer ahí eternamente.
Este era el caso de Matthias Harker, un brujo que sufrió el infortunio de caer en las manos equivocadas, presa de la desesperación y el deseo de libertad. Fue maldecido, utilizado, y asesinado no solo físicamente, sino también mental y emocionalmente.
Su crueldad y sus actos no eran dignos de justificación y mucho menos de victimización, pero Viktor Zalatoris, quien conoció al verdadero Matthias Harker de primera mano, experimentó su amor, su cariño y se deleitó con sus talentos y pasiones, no podía evitar sentir lástima y, tal vez, un grado de culpa.
«Lamento no haberte salvado. Lamento que hayas terminado así. Lamento que te hayan destruido». Pensaba, viéndolo ahí, parado en el altar, sano y salvo, revivido e inmune a cualquier tipo de muerte.
Esto era más que una maldición, era un averno en vida, una especie de retorcida penitencia indeleble. Un resultado de todas sus malas decisiones y pecados cometidos.
—Soy un ser inmortal; puedes arrancarme el corazón, cortarme la cabeza o extraerme órgano por órgano, pero siempre regresaré. Esta maldición es un castigo, un castigo por confiar en la bruja Sybilia —explicó y miró a Viktor fijamente—. Hice un trueque, le traería el corazón del Padre Común a cambio de que nos protegiera, mi querido Viktor, que te protegiera a ti. ¿Por qué crees que eres un vampiro ahora?
Viktor amplió los ojos y sintió como Dorian, parado a su lado, se aferraba a su mano con fuerza, tal vez para darle apoyo o tal vez para detenerlo de cometer alguna imprudencia.
—¿De qué está hablando? —preguntó Dorian. Él no tenía idea de nada y Viktor hubiese querido que siguiera así, pero...
—Es obvio —intervino Blair, entornando sus ojos bicolor—. Sybilia era una experta en estos trueques, sabía que palabras utilizar, y si tú no eras cuidadoso con tu requerimiento, ella enredaba tus palabras y cumplía con las condiciones a su manera. Eso fue exactamente lo que hizo contigo, con ambos. Tú, idiota, le pediste protección y ella cumplió; los volvió inmortales, fuertes, más protegidos que un humano común.
Matthias soltó una risa descompuesta, asintiendo.
—Sí, exactamente, no esperaba menos de una descendiente de Sybilia —añadió—. Pero ¿sabías que las maldiciones se alojan en el alma?
Lazarus dio un paso al frente.
—Por eso mataste a Ciara Doyle —afirmó—. Te quedaste con su alma humana para usarla en ti mismo.
—¡Correcto!
Viktor se volvió hacia Dorian con premura, el chico estaba paralizado y boquiabierto, digiriendo lo que Lazarus acababa de decir y, sobre todo, lo que Matthias terminó por confirmar con tanto cinismo.
—Mi madre siempre estuvo muerta... —musitó y luego frunció el entrecejo, mirando a Matthias con un odio que Viktor jamás había visto en su rostro—. ¡Tú la mataste!
Viktor apenas pudo retener su fuerza inhumana. No podía dejar que Dorian se enfrentara a Matthias. No ganaría jamás. Ninguno de los presentes, por más poderosos que fuesen, podría hacerle frente a la inmortalidad de un maldito.
—He sacrificado muchas cosas a lo largo de mi vida, Dorian Welsh. Tantos años de sufrimiento que jamás serías capaz de concebir —relató, colocando las manos detrás de su espalda—. Dime ¿realmente crees que quitarle la vida a una madre le afecta de alguna manera a alguien como yo? Ella vino a mí, me rogó que salvara a uno de sus hijos con esa fracción de alma humana que ella poseía, pero al igual que yo, fue una estúpida por estar desesperada y no ser específica. Ahora yo soy dueño de su alma y la usaré en mí mismo para erradicar esta maldición.
Dorian peló los dientes, sus caninos eran tan afilados que podrían perforar sus propios labios.
—¡Te mataré! —bramó.
Viktor, incapaz de pelear contra la fuerza de Dorian, no le quedó de otra más que rodearlo con ambos brazos y estrecharlo contra su pecho, reteniéndolo completamente.
—Dorian, por favor, no cometas una estupidez —rogó, susurrando a su oído.
—¡¿Qué?! —espetó él, cegado por ira—. ¡¿Ahora estás de su lado?!
—Por supuesto que no —aseveró y lo abrazó con más fuerza—, pero no podemos ganarle. No quiero que te lastime... que te mate. A ninguno.
Ante esto, la cólera de Dorian disminuyó y miró al vampiro con pesadumbre y dolor. Le dolía haber perdido tanto a manos de Matthias, y Viktor lo comprendía, pero prefería que se ahogara en su propia rabia y lo odiara por frenarlo, que perderlo una vez más.
—De acuerdo —cedió Dorian y se aferró a la mano de Viktor que lo rodeaba—. Pero ¿qué haremos entonces? No podemos...
—Tú no harás nada —acotó Matthias, paseándose por el altar con la soberbia de un dios que se creía el amo del mundo y de los mortales que lo habitaban—. Morirás dentro de poco, te convertirás en Nosferatu, y tu único propósito será el de un leal sirviente al Padre Común.
Viktor sintió cómo Dorian volvía a alebrestarse, resistiendo a duras penas no abalanzarse sobre Matthias y matarlo ahí mismo.
—El Padre Común —dijo Lazarus entonces—. ¿Qué hiciste con él?
Matthias mostró una sonrisa maliciosa.
—¿Por qué preguntas, Lazarus? —inquirió—. ¿Acaso quieres volver a casa?
Lazarus, imperturbado por sus provocaciones, se limitó a sacar su revólver, quitarle el seguro, y apuntar el cañón hacia Matthias. Viktor no dudaba que el detective tuviese una puntería perfecta, pero...
—¿No te ha quedado claro? —preguntó Matthias, sacándolo de su tren de pensamiento—. Puedes dispararme cuantas veces quieras y siempre regresaré. No puedes erradicarme, así como no puedes olvidar lo que...
Un disparo hizo eco en la catedral. Viktor solo logró ver cuando la bala penetró la frente de Matthias y este cayó al suelo, muerto otra vez.
«No». Pensó Viktor al ver el cuerpo caer como un bulto, pesado, sin valor y sin vida. ¿Qué era todo esto?
Lazarus sopló el humo que salía del cañón de su pistola y se aproximó hacia donde se hallaba el cadáver de Matthias.
—Tendremos unos minutos, si mucho —dijo y miró a Carmilla, Elay y Nicte—. Salgan de aquí mientras tanto.
—Con gusto —dijo Elay y ayudó a Carmilla a ponerse en pie. Nicte ya la había curado casi por completo, pero su estado aún era débil.
—Yo no me iré —dijo Nicte, viendo con desprecio la daga manchada de la sangre de Carmilla—. Él y yo todavía tenemos asuntos pendientes.
—No te arriesgues —pidió Carmilla, a lo que Nicte se limitó a responder con una leve sonrisa.
Elay ayudó a Carmilla a caminar hacia la salida, pero cuando pasaban al lado de Viktor, la vampira se detuvo y se aferró a su hombro.
—Haz lo que tú creas correcto —susurró.
Viktor sintió esas palabras como una descarga eléctrica atravesando sus venas, un escalofrío que, si pudiera, le pondría la piel de gallina. Miró de reojo a su amiga, comunicando con su mirada algo que él sabía, pero se negaba a aceptar.
Carmilla se marchó después de eso y Viktor sintió como Dorian se aferraba a su mentón y volteaba su rostro para verlo a los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó.
Viktor no sabía qué responder. Los eventos de los últimos días habían sido demasiados. El Salvador era en realidad Matthias, transformó a Dorian en un vampiro, Carmilla casi muere por él y tantas otras cosas que en el fragor del momento no le daba tiempo de procesar.
Por un lado, sentía que todo esto era su culpa; que estuvieran en este sitio, afrontando estos demonios, sufriendo a causa del rencor de otro, se sentía como su responsabilidad. Matthias había iniciado esto por él, él era el principio de su odio y, por ende, de todo lo malo que ocurrió, ocurría y ocurriría.
—Esto es mi culpa —susurró, con la mirada pérdida y el pánico surgiendo en su interior.
Dorian se apresuró a negar con la cabeza y acariciar su mejilla.
—No, Viktor, no digas eso —pidió con firmeza, más como una orden—. No tenías forma de saber que esto ocurriría.
Viktor no quería ni verlo a los ojos, sentía que no se merecía el amor de Dorian, que no se merecía nada bueno porque fue el gatillo de tantas desgracias. ¿Cómo puedes ganarte la felicidad cuando tú fuiste la causa de tanta desgracia?
Primero se sintió culpable de no haber salvado a Matthias, pero ahora se sentía culpable de haber pensando que estaba muerto y haberle permitido vivir.
—¡Viktor! —exclamó Dorian, sacándolo del cuadro de ansiedad, y lo forzó a verlo a los ojos. Sus ojos ya no eran los mismos, otra cosa que arruinó—. ¡Escúchame, maldita sea!
—Lo siento, Dorian.
—¡Ya deja de disculparte! —reprendió—. ¡Deja de auto lamentarte y culparte por todo! ¡Nada de esto es tu culpa y no pienso permitir que ese maldito bastardo te haga pensar que sí!
—Dorian...
—¡No, nada de Dorian! —acotó—. Tú sabes quién eres y lo que has hecho, sabes a quienes has ayudado, a cuántos has salvado. Mierda, Viktor, tú sabes perfectamente que no eres una mala persona, que jamás harías algo como lo que Matthias hizo. Eres lo contrario; eres un estúpido vampiro coqueto con un gran corazón. Eres Viktor Zalatoris, el idiota que me salvó y del que me enamoré perdidamente.
Viktor se quedó boquiabierto y se sobresaltó al sentir a Dorian pegando sus frentes de súbito, sin delicadeza alguna.
—No me hagas perder a ese Viktor —continuó, su voz comenzaba a quebrarse—. No te vayas, no así. Haz lo correcto, lo que tú sientas que debes hacer para sentirte bien contigo mismo. No me importa si quieres matarlo, salvarlo o ignorarlo, pero, por favor... —Lo miró a los ojos, había lágrimas en estos—. No desaparezcas otra vez.
Viktor sintió las palabras de Dorian, de su amado, como una estocada al corazón, como un bofetada para anclarlo de vuelta a la realidad. Nada de esto era su culpa, no quería perder nada de lo que había construido, y definitivamente no quería desaparecer de la vida de Dorian otra vez.
¿Por qué debía pagar por los pecados de otros? ¿Por qué siempre debía culparse a sí mismo?
«Eres demasiado bueno». Pensó y no pudo más que reírse ante la ironía. Un vampiro, un monstruo, era mejor que aquel que debería poseer más humanidad que sí mismo.
—¿Viktor? —llamó Dorian, preocupado por su prolongado silencio.
—No desapareceré —aseveró, haciéndose de la mano de Dorian para besar sus nudillos—, pero necesito que me permitas ser egoísta una última vez.
Dorian frunció ligeramente el ceño, pero poco después pareció comprender lo que Viktor quería decir, y asintió con firmeza, apoyándolo.
—Haz lo que tengas que hacer.
Viktor le dio un beso en los labios junto con un último apretón de mano, y se volvió hacia donde yacía Matthias, todavía muerto.
—¿Y qué harás con esta escoria? —preguntó Blair al detective, pateando la pierna del cuerpo, sin vergüenza alguna—. ¿Lo hacemos cachitos?
Lazarus la ignoró y se acuclilló junto a Matthias. Todavía tenía la pistola en mano y, cuando estaba por tocar el cadáver con la otra, Viktor notó como los dedos del brujo se contrajeron con rigidez.
El detective vampiro debió notarlo también, puesto que volvió a colocar el cañón contra la cabeza de Matthias, con el dedo índice ya en el gatillo, listo para volver a disparar en cuanto abriera los ojos.
«Haz lo correcto». Recordó las palabras de Carmilla, quien conocía perfectamente el pasado que compartía con Matthias.
Viktor no lo pensó dos veces, y se abalanzó hacia Lazarus, quitándole la pistola de las manos y apuntando esta hacia él en lugar de Matthias.
«Mierda, debo parecer un maldito demente protegiendo al maníaco mayor». Pensó.
—¡Pero mira cómo cambian las cosas! —exclamó la bruja Blair, riendo desenfrenada.
Lazarus miró a Viktor con hartazgo.
—¿Qué estás haciendo, Zalatoris? —cuestionó. Si le importaba tener una pistola apuntada hacia su corazón, no lo demostraba.
—Lo correcto —respondió—. ¿Tienes el cuarzo de sangre?
Lazarus intercambió su expresión de fastidio por una de sospechosismo.
—¿Qué estás planeando? —interrogó.
—Entregamelo y te responderé —condicionó, cargando la pistola para hacer su amenaza más realista.
Lazarus, sin quitarle los ojos de encima, metió la mano en el bolsillo del chaleco que llevaba debajo del abrigo, y sacó el collar con el cuarzo de sangre. Se lo tendió a Viktor y este último lo tomó.
—Tienes suerte de que lo regresamos a su estado original —comentó Blair—. ¿Sabías que la sangre perdura más cristalizada? Yo no tenía idea.
Ambos vampiros le hicieron caso omiso. Lazarus ahora frunció el entrecejo.
—Explícate, Zalatoris —ordenó.
Viktor miró el cristal carmesí, la forma ya no era tan perfecta como antes, se notaba que lo habían regresado a su estado original con prisa, de seguro solo para conservar la sangre en caso de que algo saliera mal.
—Sé que todos aquí sienten algún tipo de resentimiento hacia Matthias, incluyéndome —dijo—, pero no puedo permitir que lo torturen. Mi conciencia no me lo perdonaría.
—Vaya, a un vampiro le nació empatía —se mofó Blair—. No podría importarme menos y molestarme más.
La bruja hizo amagos de acercarse al cuerpo de Matthias, pero Viktor la detuvo apuntando la pistola hacia su cabeza.
—Si te disparo, estoy seguro de que no morirás, pero dudo que quieras sentir una bala atravesando tu cráneo —amenazó—. ¿O sí?
Blair sonrió como una desquiciada y levantó las manos en señal de rendición.
—Tranquilo, chico vampiro, no tocaré a tu preciado cadáver.
—¿Y cuál es tu plan exactamente? —cuestionó Lazarus, intrigado por su repentina decisión—. ¿Perdonarle la vida?
—No, Matthias sí merece morir —contestó—, pero solo hay una forma de lograrlo. Una que solo yo puedo conseguir.
Lazarus entornó los ojos.
—¿Sabes cómo matarlo definitivamente?
Viktor estaba por contestar, pero Nicte se le adelantó, parándose a su lado.
—Asumo que pensamos lo mismo, ¿no, Zalatoris? —sonrió y miró a Dorian de soslayo—. Podemos utilizar la misma daga que usamos para extraer el alma de Dorian. No estará muerto precisamente, pero será como si lo estuviera, al menos para nosotros.
—Como una prisión eterna —añadió Dorian y conectó su mirada con la de Viktor—. ¿Eso te bastará?
No era cuestión de que le bastara o no, sino lo que debía hacer por sí mismo y por los demás. Quería mantener su conciencia tranquila y, aunque los demás probablemente no lo verían así, les estaba haciendo el mismo favor. No sabía —ni quería saber— a cuántas personas había matado Lazarus Solekosminus en su larga vida de vampiro ancestral, lo mismo con Blair Bellanova, pero en su mente, cada vida valía demasiado, no en un sentido benevolente, sino en el precio que cobraría en su propia tranquilidad.
—Me basta —respondió.
Nicte asintió y corrió a buscar la daga mientras Viktor permanecía frente a Lazarus y Blair, tratando de hacerles entender.
—No tengo justificaciones para hacer esto más allá de que soy un egoísta —admitió con algo de cinismo y giró la pistola entre sus dedos, agarrando el cañón para tenderle el mango a Lazarus—. Pero creo que todos aquí lo somos, ¿no?
—Salvaguardar tu propia conciencia. —Lazarus exhaló y tomó la pistola—. Eres un necio idiota, Viktor Zalatoris.
Viktor esbozó una sonrisa ladina.
—Una de las cualidades de las que más me enorgullezco.
El detective enfundó la pistola y luego metió las manos en sus bolsillos como un gesto desinteresado. Esa era su respuesta.
—Espera —intervino Blair—, ¿de verdad vas a permitirle esto?
Lazarus se encogió de hombros.
—Él ha sido la mayor víctima en todo esto, tanto así que comparten un pasado. —Se volvió hacia la bruja—. ¿Si tu abuela fuera una asesina maníaca, no te gustaría ser tú quien dé la última estocada?
Blair, molesta ante las palabras del vampiro y la verdad que debían cargar, se cruzó de brazos y bufó.
—Son unos estúpidos —siseó—. Sobre todo tú, detective. ¿Qué no querías saber sobre el paradero del Padre Común?
Lazarus sonrió con satisfacción. A Viktor le resultaba tan bizarro ver esa expresión en su rostro cuando todo este tiempo se presentó como la seriedad y la monotonía en dos piernas.
—¿Qué no lo sientes, bruja? —inquirió—. Está más cerca de lo que crees.
Blair amplió ligeramente los ojos y luego rió por lo bajo.
—Maldito loco —masculló.
Viktor estaba por cuestionarlos cuando escuchó un nuevo par de latidos. Se volvió de inmediato hacia Matthias y vio como sus extremidades sufrían espasmos. Estaba regresando, poco a poco su cerebro volvía a reconectarse con su cuerpo y traerlo de vuelta.
Dorian debió percibir su nerviosismo, puesto que tomó su mano y le dio un apretón al mismo tiempo que asentía con la cabeza.
—¡Aquí está la daga! —anunció Nicte, corriendo hacia ellos con el arma en mano. Se la tendió a Viktor—. ¿Sabes qué hacer?
—Una estocada al corazón y todo habrá acabado. —La tomó entre sus dedos, sintiendo la frialdad del metal y viendo la gema transparente en el mango—. Ahora salgan de aquí.
—¿Qué? —Dorian se alarmó—. No voy a dejarte solo con este loco.
—Es preventivo.
—Podría matarte.
Viktor le dedicó una sonrisa confianzuda que apenas lograba ocultar su pesar.
—Será una batalla a muerte entonces —replicó, girando la daga entre sus dedos—. Aunque creo que yo tengo las de ganar.
Dorian parecía a punto de refutar, pero fue interrumpido por una exhalación proveniente de Matthias al mismo tiempo que abría los ojos.
—¡Váyanse ya! —ordenó Viktor mientras Matthias recuperaba el aliento y sus ojos se tornaban claridosos.
Dorian, a duras penas, soltó la mano de Viktor, pero no sin antes verlo a los ojos, y advertir:
—No quiero verte muerto.
—Jamás te sometería a ese sufrimiento —contestó.
Nicte jaló a Dorian consigo, urgiendo que salieran de la catedral junto con Lazarus y Blair.
Viktor, una vez vio las puertas cerradas, se volvió hacia Matthias. Yacía sentado en el suelo con una débil sonrisa en sus labios. Volver de la muerte dos veces en tan poco tiempo no podía ser sencillo.
—¿Qué harás, mi querido Viktor? —inquirió, mirando la daga en su mano—. ¿Vas a encerrar mi alma ahí?
Viktor se arrodilló frente a él.
—No —respondió con tranquilidad, dejando la daga en el suelo entre ambos—. Tú lo harás.
Matthias, extrañado, soltó una seca carcajada.
—¿Y por qué haría tal cosa?
Viktor no contestó, en cambio, sacó el collar con el cuarzo de sangre, mostrándoselo a Matthias.
—¿Recuerdas esto?
Matthias amplió los ojos al reconocerlo. Estiró los dedos hacia este, rozándolo con sus yemas como si fuese un artículo frágil o peligroso, algo que no debía o merecía tocar.
—No podría olvidarlo —respondió—. Esto fue lo que comenzó todo.
Viktor asintió y lo llevó hacia su pecho.
—Siempre lo he llevado conmigo, desde hace más de 158 años, incluso cuando te había olvidado, nunca me despegué de él —relató—. ¿Quieres saber por qué?
Matthias asintió con lentitud. Estaba confundido por su tono, por la delicadeza en sus palabras.
—Porque siempre sentí que era una parte más de mí —explicó—. Se sentía familiar, melancólico, el sentimiento de un pasado que, aunque no podía recordar, tampoco quería renunciar a él.
Los ojos de Matthias se tornaron cristalinos, pero si se percató de ello, no mostró señales.
—Qué tonterías dices, Viktor...
El vampiro lo interrumpió tomando su mano y colocando el cuarzo de sangre sobre su palma. Se espantó al mínimo contacto con el objeto e intentó alejarse, pero Viktor no se lo permitió.
—Ambos sabemos que ya no eres el mismo, que el Matthias que me entregó esto y el Matthias de ahora son completamente diferentes. —Cerró su mano en un puño, resguardando el cuarzo dentro de esta—. El Matthias del pasado está muerto, murió después de entregarme esto, y el actual, el que está frente a mis ojos... Está agotado.
Matthias se tensó y miró a Viktor con extrañeza, con pesar, con tristeza, un revoltijo de emociones cruzaron sus ojos, dándoles por un instante la claridad que poseían antes de convertirse en lo que eran actualmente.
—No me gusta que hables con tanta certeza —musitó, desviando el rostro.
Viktor no pudo aguantar la pequeña carcajada que escapó de entre sus labios. Colocó su mano contra la mejilla de Matthias, volviendo a tomarlo desprevenido, y giró su cara para verlo a los ojos otra vez.
—¿Es porque tengo razón? —inquirió.
Matthias se rehusó a contestar, pero no se alejó. Viktor apartó la mano de su mejilla y, en cambio, se aferró a su antebrazo.
—Estás cansado, ya no quieres vivir así, pero no podrás encontrar la paz si sigues peleando estas guerras —continuó y vio como una lágrima escapaba del ojo verde de Matthias.
El brujo negó con la cabeza y se jaló su propio cabello con fuerza.
—¡Entonces libérame, Viktor! —bramó—. ¡Mátame ya!
—No puedes morir.
Matthias se aferró al cuello de la camisa del vampiro, pegando sus rostros.
—¡Por favor, ya mátame! —espetó antes de quebrarse en llanto y deslizarse hacia el pecho de Viktor, golpeándolo debilmente con cada palabra que pronunciaba—. Mátame ya y termina con esto de una vez.
—Allá afuera hay seis personas que darían todo por verte sufrir. —Colocó una mano sobre la espalda de Matthias, sintiendo como se estremecía con cada sollozo ahogado que profería—. Yo sé que el sufrimiento ya no te genera ningún temor, pero... Yo ya no quiero que sufras más.
Matthias lo miró entre lágrimas, aferrado a su ropa con fuerza.
—¿Por qué? —susurró.
—Porque es suficiente —respondió y miró la daga en el suelo—. Puedo encerrar tu alma en esa daga, será una muerte tranquila, te sumirás en una especie de sueño eterno, pero, si tomas ese camino, quiero que sea tu elección.
Matthias volvió a sollozar y se abrazó a sí mismo. Lucía tan vulnerable, tan frágil. Por un momento se parecía a aquel chico que tocaba el violín y que solo buscaba su libertad. Viktor gozó aquella vista porque presentía que sería la última.
—Perdóname, Viktor, por todo —susurró Matthias entonces. Por primera vez en todos estos días, sonaba como el que recordaba—. Y también perdóname por lo que voy a pedirte.
Viktor asintió para que continuara. Ya sabía que era lo que se aproximaba
—Encierra mi alma en esa daga —pidió—. Ayúdame una última vez.
Viktor exhaló, pero sonrió, le dedicó a Matthias la misma sonrisa que en el pasado; una expresión de afecto, de tristeza, de todo y nada. No podía amarlo como antes, tampoco podía perdonarlo del todo, pero esto... Esto sí se lo podía conceder.
Tomó la daga entre sus dedos y acercó la punta al pecho de Matthias. No estaba asustado, no demostraba emoción alguna más allá de aceptación y rendición. Estaba listo, llevaba decenas de años listo.
—Descansa en paz, Matthias Harker —deseó Viktor y lo apuñaló de un rápido movimiento para hacerlo lo más indoloro posible.
La hoja perforó el corazón de Matthias y este solo pudo derramar un par de lágrimas más antes de que sus ojos se nublaran, soltara su último respiro, y su cuerpo se tornara lánguido. Viktor vio la daga absorber el alma de Matthias y almacenarla en aquella gema transparente que ahora se teñía de rojo.
Desenterró la daga del corazón de Matthias y recostó su cuerpo sobre el altar de la catedral. Tomó el collar con el cuarzo de sangre y lo colocó dentro de sus manos, posándolas sobre la herida en su pecho.
Viktor derramó una sola lágrima, y susurró una última palabra:
—Adiós.
Uff, creo que este capítulo sí me quedó un poco largo, pero era necesario para cerrar la historia de Matthias y Viktor.
Ahora solo falta un problema más por resolver... 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 💛
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